El inicio del año escolar trae cambios significativos en los escolares quienes se enfrentan a nuevos retos, para muchos el primer contacto con el colegios, otros su primera vez en primara mientras que los más grandes se inician en el bachillerato.
Las palabras adaptación y paciencia son primordiales en esta etapa, tus hijos necesitarán mucha empatía y trabajo en equipo para que sea una experiencia de crecimiento y, aprendizaje sin problemas.
Estos procesos explica la psicóloga Helymar Márquez trae cambios significativos en el desarrollo educacional de los niños que requieren el apoyo de los padres y maestros.
“Existen unos periodos especiales en donde es necesario ofrecerle a los niños apoyo físico y emocional ya que pueden ser momentos un tanto críticos para muchos. Por ejemplo el inicio al preescolar, al primer grado y el inicio del bachillerato. Todos estos momentos requerirán de paciencia ya que se requiere de un periodo de adaptación al nuevo sistema de educación a la cual los niños estaban acostumbrados”.
La psicóloga destaca que “Hay que tener presente que esta adaptación dependerá de las destrezas de cada niño pero a manera general puede llevarles alrededor de 3 meses es decir el primer trimestre del año escolar. Durante este período es importante brindarles a los niños palabras de aliento, contacto a través de abrazos y sobre todo paciencia a sus posibles frustraciones en esa búsqueda de adaptarse, paciente para el llanto de los más pequeños y estrategias de gestión de tiempo y planificación para los adolescentes”.
Márquez les recuerda a los padres lo importante de ponerse en el lugar de sus hijos y la necesitad que juntos, en familia se abra paso con apoyo a la nueva experiencia.
“Todos pasamos por esos periodos de adaptación en nuestra vida en muchas ocasiones así que mientras más apoyo se siente más rápido será el ajuste. Acciona no dejes de brindar tu apoyo a tus hijos ellos te esperan”, dijo Helymar a PITOQUITO
Es un tercer piso, una antigua clínica en la que cuidan de más de 15 niños que han tenido que escapar de las bombas.
Mantener una conversación en el tercer piso del edificio que alberga el centro de acogida Welcommon, en Atenas, resulta casi imposible. Mientras afuera cae la noche, más de 15 niños corretean por los pasillos de esta antigua clínica, formando un escándalo atronador de gritos y forcejeos que, si no fuera por la falta de derrumbamientos, podría ser categorizado de cataclismo.
«Y así siempre, son un auténtico terremoto«, admite con una sonrisa el director del centro, Nikos Chrysóyelos, tras mandarles bajar el tono por cuarta vez en menos de un minuto.
Son refugiados sirios, criaturas de entre cinco y siete años que han crecido rodeados de fuego y miseria, entre el estruendo de las bombas y las ráfagas de disparos. Chavales cuya casi única referencia es la guerra, la angustia y la violencia.
Dentro de una de las salas, trabajadores y residentes del centro prestan atención a una proyección que muestra las actividades culturales recientemente organizadas. Una de ellas acaba de tener lugar en el mismo espacio de la proyección. Colgados de las paredes lucen a modo de exposición dibujos, fotografías y murales realizados por algunos de los jóvenes que, junto a sus familias, viven en este edificio.
«Con esta actividad, por ejemplo, hemos querido que los chicos expresen lo que sienten, lo que desean o lo que recuerdan de la huida de sus países de origen y su travesía hasta aquí», explica el director Chrysóyelos. Varias de las pinturas son obra de las hermanas Malva y Heba Suleiman, que llegaron a Welcommon hace nueve meses tras un año de viaje en el que dejaron atrás su Siria natal.
«El presente es sombrío, pero nunca perdemos la esperanza», comentan delante de una composición acrílica elaborada por ambas. Sobre el lienzo, la silueta negra de una pareja se resguarda de una lluvia policromática de mil tonalidades.
Justo al lado, otro dibujo, este a lápiz, retrata su viaje por el Egeo hasta llegar primero a Turquía y después a Grecia. De aspecto gris, la única nota de color la ponen unas gotas rojas que caen debajo de una lancha que surca los mares. En el cielo, un versículo del Corán y decenas de marcas que simbolizan las almas de los caídos en el fatal periplo.
Un periplo que para ellas acabará, al menos en términos espaciales, cuando sean reubicadas en Dinamarca, país en el que se les ha concedido su petición de asilo y donde planean estudiar Bellas Artes.
Apoyo didáctico y emocional, necesarios para su desarrollo
«Las tareas de educación y socialización con los chavales es fundamental para su desarrollo personal y su porvenir«, cuenta Jordi Tolra, responsable de un equipo de jóvenes voluntarios que ha viajado de Barcelona a Atenas para brindar su apoyo a los refugiados del centro en una estancia de 10 días.
Durante ese tiempo, los voluntarios interactúan con los refugiados sentándose a comer con ellos, colaborando en actividades y, en definitiva, ofreciéndoles soporte emocional y didáctico.
«La mayoría de estos chicos lleva muchísimo tiempo sin estudiar, algunos incluso años. Si pierden completamente el hilo educativo a la larga pueden ser pasto de un futuro gris, caer por ejemplo en las drogas o en la delincuencia», añade.
Tolra insiste en la importancia del aspecto psicológico en el tratamiento sanitario de los refugiados y critica la falta de recursos dedicados a algo muy necesario. «Llegan en condiciones terribles después de haber vivido un auténtico infierno y apenas hay nadie que atienda estas necesidades», lamenta.
Además de los talleres de pintura, el centro organiza cursos en inglés, árabe y griego, visitas a museos, excursiones y hace especial hincapié en un aspecto: enseñar a los pequeños a jugar sin violencia.
«Tienen mucha tendencia a destrozar cosas, sea lo que sea. En este sentido intentamos que aprendan a ser respetuosos con los demás y que rectifiquen costumbres y hábitos que han adquirido por las experiencias vividas y la falta de educación recibida», hace saber Chrysoyelos. Mientras lo cuenta, un puñado de chiquillos se empujan entre ellos a voz en grito. La escena es típica teniendo en cuenta su edad, pero el excesivo bullicio permite deducir algo: el trabajo será largo y difícil.
Asociación que reúne este sector denunció que la procuradora presuntamente intentó modificar reglamento sobre escuelas privadas.
La Asociación de Educación Privada de Puerto Rico expresó su rechazo frente al presunto intento de la procuradora de las Mujeres, Ileana Aymat, de enmendar y modificar unilateralmente la reglamentación imperante en Puerto Rico sobre el licenciamiento de instituciones privadas.
Según un comunicado de prensa de la entidad, dicho reglamento se edifica sobre el respeto a la diversidad educativa y defiende la premisa de que solo compete a cada institución de educación privada seleccionar sin cortapisas del estado su filosofía educativa, su metodología de enseñanza y su currículo educativo.
La Asociación puntualizó que el Consejo de Educación de Puerto Rico “actuó correctamente al no darle paso a dicha propuesta, que está reñida con los más básicos principios que cimentan la educación privada en Puerto Rico”.
En días recientes ha estado en discusión pública la supuesta propuesta de la nominada a los efectos de imponer, mediante memorando, una política de perspectiva de género en las escuelas de Puerto Rico, incluyendo las instituciones educativas privadas.
La Asociación de Educación Privada, por voz de su presidenta Wanda Ayala de Torres, indicó que “se reafirma en que tal medida es contraria al derecho protegido en nuestro ordenamiento jurídico que reconoce que son los padres y nadie más, quienes tienen la prerrogativa de educar a sus hijos en conformidad con los valores y creencias de la Familia”.
La Asociación enfatiza que en la sociedad democrática y pluralista que es Puerto Rico “no tiene cabida el que la Procuradora de las Mujeres, o cualquier otro funcionario o agencia gubernamental pretenda imponer su particular creencia, despojando a los padres de sus prerrogativas indelegables de formar a sus hijos con los valores de la familia, ni de la libertad de cada institución privada de practicar su misión educativa de la manera que entienda pertinente”.
“Únicamente en los países totalitarios en donde el estado “secuestra” los valores y creencias de inherentes a la familia, se impone una política educativa única y una verdad oficial. En esta sociedad democrática los estudiantes no pueden ni deben ser utilizados como marionetas del estado, sin tomar en consideración la inherencia del hogar en el desarrollo académico, social y emocional de los estudiantes”, añadió en declaraciones escritas.
En un momento de nervios, situación incómoda o de estrés se puede perder la calma y los gritos se pueden convertir en la forma de arreglar los problemas; si bien puede que elevar el tono en algún momento determinado cause su efecto, si se vuelve constante, el niño se acostumbrará, los gritos no tendrán el efecto que el padre pretende y pasará de ejercer la autoridad con sus hijos al autoritarismo. De ahí la importancia de buscar paz interior para mantener la calma, tratar de gritar menos y no utilizar los golpes o el maltrato como método, recordando siempre que los niños escuchan y guardan en sus memorias nuestro comportamiento.
Karla Antúnez, (@mestrazuliana) especialista en escuela para padres e hijos destacó que “si la educación de los niños es a base de gritos, perjudicamos su desarrollo emocional y lo más importante, les enseñamos a ellos a comunicarse con otras personas, de la misma manera que nosotros lo hacemos con ellos. Difícilmente podremos decirle a un niño «No grites», cuando se le está gritando.
Antúnez presenta algunas de las consecuencias de los gritos en la crianza y educación de los hijos:
LOS GRITOS:
1 Paralizan, atemorizan pero no educan.
2 Te vuelven violentos.
3 Dañan la relación padres – hijos.
4 Crean malestar y tensión entre todos los miembros de la familia.
5 Cambian el respeto por el temor.
6 Golpea la autoestima de los niños.
7 Causan un estado de nervios y estrés en el niño.
8 No se escucha tu mensaje, solo tu voz.
9 Los niños aprenden que solo cuando gritas ese asunto es importante.
10 Te llenan de culpa.
“Educar sin gritos, requiere de un esfuerzo que a menudo hace necesario revisar nuestras actitudes, aprender a controlarnos y enseñarles mediante nuestro ejemplo lo que esperamos de ellos. Recuerda motivar a tu niño, refuerza con elogios todo aquello que hace bien, corrige con diálogo lo que hace mal y sobre todo brindarle amor y comprensión”, citó la experta.
Antúnez destaca que ante situaciones incómodas los padres deben:
1 Trata de tranquilizarte, respira profundo y si es necesario apártate y dile que mami no está en condiciones para hablar. Canaliza la frustración, ira o rabia en otra actividad, es muy útil para evitar gritarles.
2 Empatía: Ponerse en su lugar y buscar los motivos de su actuación.
3 Si ya habla escúchalo de manera relajada antes de reprocharle.
4 Apoyo de parejas para establecer normas y límites, en caso de una rabieta o berrinche es recomendable que actúe el que está más tranquilo.
5 Bajar el tono de voz, susurrarles o hablar en voz baja les puede desconcertar y ayudarían que se motivan a prestar atención.
¿Qué pasa cuando tras ese alumno disruptivo hay algo más? ¿Es la conexión entre lo educativo y lo sanitario la adecuada? ¿Cómo afecta a niños y adolescentes el estigma?.
De repente, el profesor se pone en contacto con el orientador: “Mírame a este niño a ver qué le pasa”. Necesita etiquetas. Cree que detrás de los problemas conductuales, de esa caída inesperada del rendimiento, puede haber algo más… ¿Quizá un TDAH?
“Tenemos un problema”: Las cifras
El doctor en Psicología y Ciencias de la Salud Javier Urra menciona entre las señales de alarma “el niño que está siempre solo, que no recibe llamadas, que se pasa el día en su cuarto con su ordenador, que ha dicho en alguna ocasión: ‘El mundo sabrá de mí’, que genera, desde el silencio, mucho rencor…”. “Eso es un ‘Tenemos un problema’, ese chaval está en riesgo”.
Y dentro de esos problemas está el TDAH, pero el énfasis que se ha puesto en este hace olvidar, para Urra, muchos otros trastornos. Hay niños hiperactivos, pero también psicóticos, psicopáticos, con depresión, con trastorno límite de la personalidad, con ideas autolíticas, con trastornos de la alimentación, con pensamientos inusitados y extraños, con personalidades obsesivas, con trastornos del vínculo… Y el aula es un buen observatorio para captarlo, “sobre todo si se rompe con el tabú que suele acompañar a la enfermedad mental y si se deja de creer que tras esa sensación de que algo no funciona solo hay un problema de conducta”. En su guía Primeros auxilios emocionales para niños y adolescentes (La esfera de los libros, 2017) Urra cifra en un 20% los niños y adolescentes que llegan a presentar algún tipo de trastorno psicopatológico. Además, sitúa en 68% el porcentaje de adolescentes con depresión que no recibe tratamiento.
Son cifras que comparte el presidente de Salud Mental España, Nel González Zapico, que añade que la mitad de los trastornos mentales se dan antes de los 18 años. También el catedrático del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Universidad de Barcelona, Antonio Andrés Pueyo, que cita a la Asociación de Psiquiatría Americana, según la cual aproximadamente una cuarta parte de los niños y adolescentes ha tenido un trastorno mental en el último año antes de la evaluación y un tercio tendrá algún trastorno a lo largo de su vida como menores. “La mayoría serán trastornos de ansiedad, y los siguientes problemas son los trastornos de conducta, los afectivos y los derivados del abuso de drogas”.
El consultor en educación Christopher Clouder, ligado a la pedagogía Waldorf, aludía en una reciente ponencia en Madrid sobre el valor de las artes en la escuela a la preocupante situación en el Reino Unido, donde tres niños por aula tienen un diagnóstico de trastorno mental, uno de cada 10 sufrirá un trastorno antes de sus 21 cumpleaños, la hospitalización por autolesiones y trastornos de la alimentación se ha duplicado en tres años, el índice de depresión se ha multiplicado por seis y la edad media de sufrirla, que en 1960 era de 45 años, hoy se sitúa en los 14.
Sin llegar a estos extremos, Ana Cobos, orientadora y presidenta de la confederación Copoe, explica que hace 15 años tenía como máximo un caso (en un centro de unos 500 alumnos) que requiriera un informe de evaluación psicopedagógica para derivar a salud mental a través del pediatra y en coordinación con la familia. El último curso firmó cuatro informes de este tipo.
¿Las causas?
“¿Qué estamos haciendo como sociedad para que los niños estén sufriendo así? ¿Qué es una escuela?”, se preguntaba Clouder, que cuestionaba que esta esté satisfaciendo las necesidades de los estudiantes de ser creativos, espontáneos, asumir riesgos, descubrir su capacidad innata de aprender, experimentar o asombrarse y llamaba a incorporar un currículo rico en artes en los centros escolares.
¿Está el currículo, los estándares de aprendizaje, detrás de la mayor incidencia, o más temprana, de determinados trastornos? Sería aventurado afirmarlo, pero Ana Cobos abunda en la idea de que “ver a los niños de 12 años seis horas y media en el instituto, desde las 8.00, es antinatural”, un modelo frente al que plantea grupos más reducidos, jornadas partidas o no tan extensas o una vuelta de tuerca al sistema tradicional, para que los alumnos aprendan competencias para la vida a través de actividades prácticas que entronquen con las emociones. Ha conocido algún caso aislado de chicos y chicas con fobia escolar que no han podido incorporarse al instituto pero, sin llegar a tal patología, considera que en ocasiones para un alumno instituto es sinónimo de hastío, ansiedad o amargura, “y tendemos a olvidar lo que nos genera esas sensaciones y a repetir lo que nos genera placer, como la emoción que provoca aprender si se logra atrapar el interés”.
También para el psicólogo educativo Antonio Labanda habría que romper de una vez por todas con la idea de la enseñanza como mera transmisión de conocimientos y optar por una individualización cada vez mayor, por dejarle autonomía al alumno para experimentar, por la introducción de adaptaciones metodológicas: “Hay alumnos que requieren que se les deje un tiempo, otros que no plasmarán bien lo que saben en un modelo de examen escrito, otros a los que se les resistirá si es oral…”.
No se puede decir que un colegio o un instituto sean un caldo de cultivo para el trastorno mental, pero sí que en ocasiones se transforman en un terreno hostil si se padece. Que se acerquen los exámenes puede incrementar enormemente la ansiedad para estas personas, pero hay más. Para el orientador del IES Juan de la Cierva de Madrid, Chema Salguero, el centro educativo debería ejercer de “colchón” en que se sienten bien, pero no siempre es así. Enumera el problema que supone, por ejemplo, tener un trastorno alimenticio y que en el instituto proliferen los motes, que se asocie un TDAH con vaguería o se confunda una depresión con absentismo.
Las raíces, sin embargo, son más profundas, van más allá de la institución escolar. Entre los factores de riesgo, las tendencias que deberíamos revisar, apunta Javier Urra, la sublimación de la infancia, la falsa creencia de que los niños tienen que ser felices por el hecho de serlo. También, el hecho de que se tienda a acortar cada vez más la infancia y a alargar la adolescencia. “Si minimizáramos los problemas sociales tendríamos menos psicopatología social. Vivimos en sociedades muy estresadas y estresantes, saturadas de información, pero en que la gente no sabe estar en soledad, compartir, mirarse a los ojos”, expone.
Ana Cobos añade la falta de límites en la niñez: “Si estos fallan, cuando estos niños crecen no saben comportarse, carecen de unas pautas claras. Estamos viendo adolescentes desatados en una sociedad desorientada, y no sabemos qué ha sido antes, si la falta de pautas educativas o el trastorno”.
Muchos problemas relacionados con la salud mental aparecen en la adolescencia, apunta Salguero, porque es una etapa más social, pero en realidad ya estaban ahí: “El grupo de iguales es más importante, hay más actividades juntos, ya no es solo el cumpleaños, y es donde esas dificultades dan la cara”. En otras ocasiones, es la propia familia la que prefiere que no se sepa salvo que sea necesario. Salguero, que además de orientador, jefe de estudios y profesor de FPB en el instituto es profesor asociado en la Facultad de Educación de la Complutense, analiza: “Nos ocurre con adultos, en la facultad tenemos una unidad de atención a la diversidad para personas que necesitan todo tipo de apoyos: traducciones, apuntes en Braille… pero con los casos de salud mental lo común es que no se diga. Igual sucede con los niños y adolescentes: Hay familias que no nos dicen que sus hijos han tenido un brote psicótico o problemas de esquizofrenia o que se están medicando. Casos de ataques epilépticos que nos han revelado in extremis, la víspera de una excursión de varios días”.
Detrás está, en muchos casos, el miedo al estigma, o a que se sugiera un cambio de centro, a que se inicie un peregrinaje de uno a otro que marque una trayectoria de fracaso escolar, “porque en un problema de salud mental el cambio de centro es llevar en la mochila tu problema a otro sitio, con eso no se arregla la situación”, razona Labanda.
Las reivindicaciones
Al estigma se suma muchas veces la falta de formación e información, la carencia de recursos humanos, la saturación de los servicios de salud mental, donde el seguimiento suele ser una vez al mes, la comunicación no tan fluida entre esta y el colegio o el instituto, la escasez de plazas en los centros de escolarización combinada (en las que lo terapéutico convive con lo académico, el último recurso y que siempre se pretende que sea transitorio, previo a la vuelta al aula ordinaria)… Las distintas personas consultadas vinculadas a la salud mental infanto-juvenil repiten casi como una coletilla: “Es una asignatura pendiente”.
Lo es para Javier Urra: “Creo que la sanidad en España es una de las dos mejores del mundo, pero para salud mental está un poquito por debajo y en infanto-juvenil podemos mejorar mucho”. También para Pueyo, aunque él lo achaca no a que no sea prioridad para las autoridades sanitarias o a educativas sino a que “los avances y desarrollos científico-técnicos no son tan evidentes como en otros campos. Los conocimientos disponibles de esta problemática nos limitan, como muestra por ejemplo el debate entre los partidarios y los reacios a aceptar la existencia del TDAH. Los propios especialistas están muy divididos”.
Para González Zapico, estamos a años luz de países como Australia o Canadá, Holanda o Dinamarca, como muestra el hecho de que la especialidad de psiquiatría infanto-juvenil, a punto de ver la luz, desapareciera con el último decreto de troncalidad.
También en la formación inicial de los docentes detecta Cobos fallos, pues considera que deberían incluirse una especie de primeros auxilios para estos casos, “un conocimiento básico, saber qué hacer cuando un alumno entra en una situación de bloqueo, con la mirada hacia abajo, cuando no basta un “Vamos, vamos”, porque no te escucha”.
Otra vieja reclamación de COPOE es que todo orientador u orientadora, para serlo, y precisamente por esa potestad que tiene de derivar a salud mental, cuente con formación en Psicología, Pedagogía o Psicopedagogía. A día de hoy basta con un Grado y el máster de formación del profesorado, “con lo que tenemos licenciados en Historia, Sociología o Ingeniería con máster que están diagnosticando TDAH o Altas Capacidades”, explica Cobos.
La pregunta de Salguero cuando le preguntamos sobre salud mental en las aulas, “¿en el alumnado o en el profesorado?”, esconde una realidad detrás de profesionales sobrepasados, en el terreno de la orientación pero no solo. Si en Finlandia la ratio es de un orientador para 250 alumnos (la pauta de la UNESCO, también), en nuestro país estamos en uno para cada 750. En su centro perdieron el profesor técnico de servicios a la comunidad (más de una vez el trastorno mental va acompañado de problemas socioeconómicos, el centro trabaja en coordinación con salud mental y servicios sociales) y dedican 16 horas semanales entre una compañera (a media jornada) y él para 1.700 chicos y chicas. Entre ellos, chicos y chicas en que se detectan trastornos incipientes, como la adicción a internet (el 21% de quienes no han cumplido los 18 años están en riesgo de sufrirla), que llegan al instituto sin dormir, tras una quedada para jugar on line, o chicos y chicas que fueron niños y niñas sin pautas y que hoy practican la violencia filio-parental, describe Cobos.
Para ella, el mecanismo está listo para detectar estos y otros problemas graves, pero falta conciencia. A veces se olvida el gran cambio que puede suponer atajarlos a tiempo, o que el enfermo no es un sujeto pasivo, sino que puede poner de su parte para armarse de valor y salir de determinados trastornos o adicciones.
Falta, también, que se hable de ello. Es lo que pretende hacer el programa #Descubre. No bloquees tu salud mental, con el que Salud Mental España prevé, en su tercera edición, llegar a 10.000 alumnos de todo el país con testimonios de personas con un trastorno mental que tuvo su debut por un origen tóxico. Pero este tipo de iniciativas puntuales no parecen bastar.
El sistema inmunitario nos protege contra toda clase de agentes infecciosos que abundan en el medio. De hecho, es imposible controlar nuestra exposición a virus, bacterias y demás agentes patógenos, pero si tenemos un sistema inmunitario fuerte y sano, nuestras probabilidades de enfermar se reducen.
No obstante, psicólogos como Dan Gilbert, de la Universidad de Harvard, creen que también tenemos un sistema inmunitario psicológico. Y las personas que lo fortalecen pueden lidiar mejor con las adversidades y los problemas, sin que estos sumen demasiada ansiedad, depresión o desesperanza.
Según esta teoría, de la misma manera que existen personas que prácticamente son inmunes a los virus y casi nunca se enferman, también hay quienes pueden enfrentar las peores tragedias con mayor entereza de ánimo mientras otros se desmoronan, entristecen o estresan ante los problemas más nimios.
Sin embargo, lo cierto es que todos tenemos un sistema inmunitario psicológico. Los estudios indican que aproximadamente el 75% de las personas logran encontrar un nuevo equilibrio que les permite ser felices al cabo de los dos años después de haber sufrido una gran tragedia.
El sistema inmunitario psicológico se encargaría de construir una red de seguridad que nos proteja de los efectos del estrés crónico y nos dé fuerzas para soportar los eventos más terribles. Mientras que el sistema inmunitario biológico nos mantiene vivos para protegernos de las enfermedades, el sistema inmunitario psicológico amortigua el impacto de los golpes emocionales y nos permite seguir adelante.
Sobrevalorarse como estrategia para proteger la autoestima
El sistema inmunitario psicológico activa diferentes estrategias para protegernos, una de ellas consiste en evitar que nos odiemos por nuestros fracasos. Esa es la razón por la cual tenemos la tendencia a atribuir los problemas a factores externos, como el gobierno, un subalterno incompetente o simplemente la mala suerte.
De esta forma preservamos nuestra autoestima y no nos sentimos tan deprimidos, frustrados o desesperanzados. De hecho, un estudio llevado a cabo en la Virginia Commonwealth University reveló que las personas con tendencia a la depresión en realidad tienen una perspectiva más objetiva del mundo y suelen ser más lógicas y reflexivas. Al contrario, quienes mantienen una actitud más optimista es porque ponen en práctica determinados sesgos que les ayudan a lidiar mejor con su realidad.
Por eso, no es extraño que cuando nos comparamos con los demás pensamos que somos más inteligentes, que tenemos menos prejuicios, que somos más éticos y que viviremos más años.
No se trata de algo negativo. De hecho, psicólogos de la Universidad de California afirman que los estados mentales de autoafirmación positiva, incluso las ilusiones positivas, contribuyen a disminuir nuestro nivel de estrés. Estos investigadores apreciaron que las enfermedades incurables avanzaban con mayor lentitud en las personas que albergaban ilusiones optimistas, aunque fueran poco realistas, ya que estas tienen un efecto protector.
Desde el punto de vista biológico, esto se debe, en parte, a la acción del eje hipotalámico-pituitario-adrenal, que regula desde la digestión y la temperatura corporal hasta el humor, la energía física y el sistema inmunitario biológico. Este eje también modula nuestra respuesta ante el estrés, por lo que se ha apreciado que las personas con una percepción positiva tienen un eje hipotalámico-pituitario-adrenal más saludable que quienes tienen una percepción más negativa de la vida y de sí mismos.
Solo es necesario asegurarse de que no perdemos demasiado el contacto con la realidad y que esas ilusiones no son tan irreales que terminen haciéndonos daño.
Nuestra mente piensa en positivo automáticamente
Varios estudios sugieren que las personas tienen un temor infundado a los eventos negativos. Solemos imaginar las peores consecuencias y suponemos que reaccionaremos muy mal aunque en realidad cuando nos enfrentamos a esos problemas solemos responder mejor de lo que pensábamos. Esto se debe a que normalmente subestimamos nuestra resiliencia. Por consiguiente, ni los eventos positivos ni los negativos cambian tanto nuestra vida como pensábamos.
De hecho, cuando se trata de lidiar con la adversidad, es mejor dejar que nuestro inconsciente tome las riendas. Un estudio llevado a cabo en la Universidad Estatal de Florida reveló que cuando irrumpen en nuestra mente pensamientos sobre la muerte, ya sea la propia o la de personas que queremos, nuestro cerebro no se queda paralizado en la negatividad o el miedo durante mucho tiempo sino que intenta moverse hacia pensamientos más positivos.
En el experimento, los psicólogos prepararon a más de 100 personas para que pensaran en su propia muerte. A otro grupo le pidieron que imaginaran un evento desagradable, como ir al dentista. Luego les presentaron algunas raíces de palabras que debían completar, como “go”, a partir de la cual podían escribir términos como “gobierno” o “gozo”. Así los investigadores evaluaban su estado emocional inconsciente.
Descubrieron que quienes habían pensado en la muerte solían elegir palabras más positivas, como “gozo”. Este mecanismo que ocurre a nivel inconsciente es el sistema inmunitario psicológico en acción, intentando mitigar los efectos del dolor y el sufrimiento, llevándonos a ver la parte positiva de la vida, incluso cuando estamos ante los eventos más desoladores.
¿Cómo fortalecer el sistema inmunitario psicológico?
El sistema inmunitario psicológico está compuesto por dos elementos esenciales: el componente resiliencia, que significa enfrentar la adversidad sin desmoronarse y salir fortalecido, y el componente de eudaimonía, que señala que la felicidad sostenible no proviene del placer sino del significado de la vida. Por tanto, para fortalecer tu sistema inmunitario psicológico debes:
– Encontrar el sentido de la vida. Las personas que tienen un por qué, son capaces de encontrar el cómo incluso en las condiciones más difíciles. Si tienes un buen motivo para vivir, la adversidad te golpeará pero saldrás más fuerte.
– Aprender a centrarse en lo positivo. Las personas resilientes son aquellas que, incluso en la adversidad, no se derrumban y son capaces de encontrar lo positivo en los problemas. Cada situación, por mala que parezca, encierra un aprendizaje, que se convierte a la vez en una oportunidad para crecer.
– Practicar el desapego. Se trata de comprender la vida como el curso de un río, en el que todo llega y todo se va. De esta forma logras aceptar tanto las cosas buenas como las malas, sabiendo que no son eternas y que, antes o después, el dolor y el sufrimiento desaparecerán.
– Dominar la atención. David Kessler, especializado en la muerte y el sufrimiento, cree que la mayoría de las enfermedades mentales están causadas por algo que capta de manera obsesiva nuestra atención. Por tanto, si somos capaces de dominar nuestra atención, desarrollaremos un sistema inmunitario más eficaz. De hecho, el gran maestro indio Shantideva afirmaba: “una persona distraída vive continuamente en las fauces de las aflicciones mentales”.
America del Sur/Chile/ Radiouc.chile/Natalia Figueroa
Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el cinco por ciento de los chilenos padece depresión. Una cifra que se eleva en el caso de los trastornos de ansiedad al seis coma cinco por ciento. Especialistas en salud mental apuntaron a la falta de una estrategia sistemática de los organismos públicos para abordar estos temas que, aseguraron, cobrará aún más relevancia durante los próximos años.
Más de ochocientas cuarenta personas mayores de 15 años padecen depresión en el país, es decir, el cinco por ciento de la población. Cifras que dio a conocer la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el informe “Depresión y otros Desórdenes Mentales Comunes” basado en los antecedentes entregados por el Ministerio de Salud.
Además, el trastorno de la ansiedad se registró en más de un millón de personas, es decir, en el 6,5 por ciento de los chilenos.
Un escenario que se torna más complejo si consideramos que Chile es el segundo país de la OCDE, después de Corea del Sur, donde ha aumentado considerablemente la tasa de suicidios en los jóvenes. Según datos del Minsal, las muertes autoprovocadas alcanzarán los doce casos por cada 100 mil habitantes en 2020, en la población de diez a diecinueve años.
¿A qué se atribuye esta situación?
El psiquiatra de la Universidad Católica, Jorge Barros, explicó que la depresión es un trastorno mental que depende de factores genéticos, ambientales, sociales, entre otros.
Si bien es riesgoso precipitarse a construir una hipótesis generalizada sobre la situación que enfrenta Chile, a su juicio, si se pueden delinear ciertas tendencias de la vida moderna que podrían desencadenar cuadros depresivos.
En ese sentido, entre otros factores, el especialista apuntó a nivel de endeudamiento como uno de los elementos que sin duda inciden en generar un evidente nivel de angustia en la sociedad actual. “La angustia ante el endeudamiento, es decir, el constante riesgo del no pago. La calidad de vida en las ciudades ciertamente incide en que los padres y madres no puedan estar el suficiente tiempo con sus hijos por el tiempo prolongado que utilizan sólo en transportarse. Además, las condiciones en general de la vida en la ciudad que no ofrecen por ejemplo áreas verdes cerca de los trabajos o lugares de estudios de las personas. Si bien esto no necesariamente genera una depresión si es un malestar en la vida cotidiana”.
La salud mental no es una prioridad
Con el ingreso, en 2005, de la depresión al plan AUGE aumentó considerablemente la cobertura de su tratamiento. La Superintendencia de Salud registra más de un millón 60 mil casos ingresados a través de Fonsa y otros 245 mil a través de Isapres.
Sin embargo, estas últimas entidades no cubren el tratamiento para el caso particular de los intentos de suicidios. Por lo mismo, el profesional insistió en que los programas de salud mental aún son muy deficientes. “En términos de políticas públicas pareciera que estos temas no importan porque no hay una estrategia sistemática de las instituciones para hacerse cargo”.
Además, agregó que “la OMS estimó que de aquí a unos años las enfermedades psiquiátricas serán por lejos una de las más importantes. Por lo mismo, es preocupante ver la lentitud con que se están abordando los programas de salud mental. Hay gente que está haciendo cosas muy valiosas para apoyar esto, por ejemplo equipos de investigación. Nosotros mismos hemos postulado a Fondecyt pero no hay dinero para financiar estas investigaciones. Un problema que siempre ha estado presente en Chile”.
La competitividad y el conseguir éxito en distintos ámbitos de la vida de acuerdo a los estándares impuestos por el actual sistema social y económico también figuran como factores que provocan estrés y ansiedad, y por ende que podrían derivar a un cuadro depresivo.
Los especialistas insisten en que el tratamiento de estas patologías no debe ser postergado porque en muchos casos devienen en adicciones o en trastornos alimentarios.
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