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Trump y el sistema

Pablo Gentili

Trump sorprende. Su capacidad para generar desconcierto suele verse amplificada por algunas peculiares interpretaciones sobre los motivos que explicarían su abrumador éxito político. Analistas y cronistas de los más diversos orígenes y orientaciones, sostienen estupefactos que el nuevo presidente norteamericano es una anomalía del sistema. La afirmación sirve para explicar las razones que justificarían la inconveniente evidencia de que un outsider ha asumido el principal cargo político del mundo. Algo ha fallado. La Casa Blanca ha sido invadida por un intruso que nunca debería haber llegado hasta allí. El mundo civilizado parece observar como los valores que siempre guiaron el progreso humano se desvanecen ante las grotescas bravuconadas de un energúmeno capaz de llenar sus bolsillos de dinero, pero no de gobernar los destinos del mayor imperio que ha existido sobre la faz de la tierra. Estamos en peligro.

La explicación parece tentadora, al menos en términos mediáticos. Anunciar que el mundo corre el riesgo de desintegrarse ante las fanfarronadas prepotentes de un psicópata nos hace sentir ciudadanos de Ciudad Gótica y nos obliga a añorar la presencia salvadora de Batman. Debemos, esa es nuestra meta, defender el sistema de sus enemigos.

Suena épico, aunque se trata de una interpretación limitada y simplista no sólo de la figura de Donald Trump, sino especialmente de las supuestas virtudes de un sistema que hoy parecería estar amenazado por un maligno demonio con peluca naranja.

Hace ocho años, aunque por razones diferentes, el asombro inundaba los medios de comunicación cuando la presidencia de los Estados Unidos era ocupada por primera vez por un político negro. Si hoy cunde el pánico, en aquel momento, las perspectivas eran de optimismo y confianza. El mundo estaba, finalmente, en buenas manos. De hecho, basándose quizás en esa esperanza, el Comité Noruego le concedió a Obama el Premio Nobel de la Paz. Aunque no había ningún motivo para hacerlo, se suponía que su presidencia sería un soplo de pacifismo en el mundo. El presidente norteamericano agradeció la generosidad nórdica aumentando el gasto militar y transformándose en el mandatario de su país que más tiempo ha permanecido en guerra. Superó así a Abraham Lincoln durante la Guerra de Secesión, a Franklin Roosevelt, en cuyo mandato se desarrolló la Segunda Guerra Mundial, a Lyndon Johnson y Richard Nixon, que comandaron la desastrosa incursión del país en la interminable Guerra de Vietnam, y al mismo George W. Bush, a quien Obama sustituyó prometiendo acabar con las guerras. ¿Devolverá ahora Obama el Nobel? No lo creo, aunque tampoco creo que ahora los noruegos se lo otorguen a Donald Trump. Al menos, eso espero.

Obama también fue una sorpresa, aunque no por los motivos que muchos esperaban. Prometió promover el crecimiento y disminuir la pobreza. Cumplió lo primero, pero no lo segundo. Tuvo tasas de crecimiento del 5%, aunque la deuda pública creció más del 85% en su mandato. En 2008, momento en que George W. Bush concluía la presidencia, 13,2% de la población vivía por debajo de la línea de la pobreza, Obama termina su mandato con una proporción ligeramente superior, 13,5%, lo que en números absolutos significa más de 43 millones de pobres, 14 millones de ellos menores de edad, 3,3 millones más que los que había antes del inicio de su gestión.

Estados Unidos sigue siendo una de las naciones desarrolladas más desiguales del planeta, aunque debe reconocérsele a Obama, importantes esfuerzos en la creación de empleos (11 millones de nuevos puestos creados en 8 años) y en la defensa y promoción de una política que incluyó más de 16 millones de personas a la atención médica básica. El llamado ObamaCare permitía confiar que, en materia del derecho a la salud de su población, la más poderosa nación del planeta dejaría finalmente de pertenecer a la Edad Media. Fue una buena política, aunque duró poco. El mismo día que asumió la presidencia, Trump ha firmado un decreto que comienza a desmontar su estructura de protección. Lo bueno dura poco, hasta en Estados Unidos.

Obama iba a acabar con el racismo, pero en Estados Unidos se intensificaron los conflictos raciales y la violencia, especialmente policial, contra la población pobre y negra que vive guetificada en los grandes centros urbanos. También iba a ser una esperanza para los latinos, pero consiguió la proeza de ser el presidente que más inmigrantes ha deportado en la historia norteamericana: 2,5 millones, muchos de ellos padres que dejaban a sus hijos o hijos que dejaban a sus padres en el país.

Obama también era caracterizado como un antisistema, un outsider, pero de los buenos. Trump es un antisistema, un outsider, pero de los malos.

Ocho años de gobierno Obama han mostrado una elástica generosidad en el uso de las palabras “antisistema” y “outsider”. Creo que también lo es en el caso de Donald Trump, aunque sus declaraciones nos aprieten el estómago y nos causen las más diversas formas de nausea política y ética.

Trump es una persona detestable. Un sujeto verdaderamente retrogrado, aunque debo discrepar que represente cualquier forma de ejercicio antisistémico de la política. Menos aún que se trate de un “hombre bebé”, como lo ha llamado el periodista inglés John Carlin. Comparar un monstruo político como Trump con un niño recién nacido es algo que me parece trivial, basado en la plena ignorancia de la psicología infantil, así como ofensivo con los niños y niñas del mundo. ¿Por qué cada vez que se quiere decir que alguien parece un verdadero imbécil se lo compara con un niño?

Del mismo modo, creo ofensiva y banal la comparación que algunos periodistas hacen entre Trump y los políticos o la política latinoamericana. Hemos tenido y aún tenemos en América Latina dictadores despreciables. Pero sorprende que un periódico conservador, aunque generalmente serio, como La Nación, y una periodista conservadora, aunque generalmente seria, como Inés Capdevila, editora de la sección Mundo en dicho medio, haya usado el calificativo “latinoamericano” de forma despectiva para referirse al nuevo presidente norteamericano y a su particular discurso de asunción del cargo: Un Donald Trump “latinoamericano” en su debut como presidente o Refundar EEUU, un plan a la manera latinoamericana. Capdevilla, también latinoamericana, no debe haberse inspirado en ningún periodista europeo para realizar semejante metáfora. Fue en Europa que se llevaron a cabo algunas de las mayores masacres de la humanidad. Fueron naciones europeas las que comandaron algunos de los peores genocidios. Hitler, Mussolini y Franco eran europeos. Y también lo son los brutales y reaccionarios líderes de la derecha fascista y neonazi que aspiran al trono de algunos de los países más desarrollados del continente europeo. Sin embargo, a ningún periodista de Europa se le ocurría, a pesar de semejantes antecedentes, sostener que Trump es un típico líder europeo.

Pero volvamos al supuestamente truculento y agitador antisistema que hoy ocupa la presidencia de los Estados Unidos.

Se supone que la naturaleza contestataria y agresiva de Donald Trump contradice las normas de un sistema mundial republicano y democrático. Se supone también que su estilo de hacer política, en rigor, su antipolítica, objeta, contradice y transborda las expectativas, referencias y márgenes en los que se han manejado, al menos hasta el momento, los líderes mundiales de las naciones más desarrolladas. Trump, dicen, nos pone ante la aterradora evidencia de que un exaltado fanfarrón tenga en sus manos la vida y los destinos de buena parte del mundo. El nuevo presidente norteamericano expresaría una nueva forma de antiestablishment, el de los hombres ricos que se hartaron de pagar impuestos y de ser gobernados por una burocracia corrupta, inepta y perezosa. El sistema tiembla y se sobrecoge ante la escalada de amenazas del nuevo presidente.

¿En qué consiste esa anomalía llamada Trump?

Según las crónicas, y como él mismo se encarga de demostrar en cada aparición pública que realiza, se trata de un hipermillonario egocéntrico y narcisista, de un personaje misógino y sexista, de un repugnante racista, de un xenófobo prejuicioso y discriminador, de un violento y agresivo personaje dispuesto a enfrentar militarmente a quien se interponga en su camino. Aunque es dudoso que exista algo que defina la normalidad en términos políticos, Trump es un subnormal que se entrenó en el arte de la política conduciendo un reality show en el que se divertía despidiendo gente.

Entre tanto, no creo que sea necesario leer demasiada literatura anticapitalista para descubrir que los atributos que definen la odiada personalidad del nuevo presidente norteamericano son, nada menos, que las principales características del sistema al que supuestamente él se opone: hiperconcentración de riquezas, egoísmo, cultura narcisista, sexismo, discriminación y violencia de género, racismo, guerras, opresión. No creo que haya cualquier disonancia entre la personalidad codiciosa y vehemente del millonario devenido en presidente y la enorme injusticia social, violencia y desigualdad que estructura y da sentido al desarrollo capitalista contemporáneo.

Más allá de las historias heroicas que se cuentan en Davos, el capitalismo mundial es un sistema cuyo desarrollo se ha subordinado cada vez más al poder de hipermillonarios egocéntricos y narcisistas. El dominio del 1% de la población por sobre el resto de la humanidad ha alcanzado niveles de concentración del poder y de la riqueza como nunca antes existieron en la historia humana. Una de las noticias que más ha circulado en los últimos días es el contundente informe de Oxfam que muestra el inaceptable grado de injusticia al que ha llegado el mundo: 8 personas tienen más riqueza que la mitad de la humanidad, o sea, que 3.600 millones de seres humanos. El sistema que ha llevado a Trump a la presidencia se ha beneficiado inmensamente de esta concentración que contradice los principios éticos y políticos sobre los que debe edificarse cualquier democracia estable. El nuevo presidente norteamericano no contradice lo que ha sido un persistente endiosamiento de los hombres de negocios, de los millonarios que se supone que contribuyen a conducir los destinos del progreso humano.

¿Qué Trump es antipolítico? No lo creo. Hace política a su manera, despreciando a los políticos profesionales y criminalizando la acción colectiva. En suma, hace política valorizando al extremo la sabiduría que otorga el mundo de los negocios. Odia la democracia y aspira a construir una CEOcracia, un gobierno de gerentes que han sido capaces de amasar una inmensa fortuna personal y, por eso, son los que están en mejores condiciones de gobernar los destinos de una nación. La política mundial avanza en esa dirección. No parece que sea el Sr. Trump quien va a contramano. No es el presidente norteamericano que desprecia la política, es que de tanto machacar con el desprestigio de los políticos, de tanto sostener la necesaria despolitización de los asuntos públicos, la derecha, buena parte de las principales y más poderosas corporaciones del mundo y algunos medios de comunicación, no han hecho otra que contribuir a que aparezca una figura como Trump. Fue de tanto entonar el réquiem desentonado de la muerte de la política, que finalmente apareció el funebrero con un cirio sobre la cabeza.

Trump es un narcisista. En su discurso de asunción del cargo sólo se citó a sí mismo. Nada sorprendente en un sujeto que tiene la particularidad de ejercer un culto a su propia inteligencia, sagacidad y picardía. Entre tanto, no ha sido Trump el creador de la cultura del narcisismo, del imperialismo ético que exalta el egoísmo y la auto referencia, cuestionando la solidaridad, el compromiso social, la lucha por el bien común y la igualdad entre los seres humanos. Trump no es un traspié del orden moral dominante, sino la expresión más perversa del éxito de un sistema que valoriza al individuo y desprecia a la comunidad, que exalta el supuesto mérito de seres humanos que son capaces de acumular riquezas, mientras humilla y desprecia a los más pobres, a los abandonados y excluidos.

¿Puede la misoginia y el sexismo ser considerados antisistémicos, en un mundo donde las desigualdades de género, donde la violencia sexista y el femicidio siguen imperturbables, discriminando, excluyendo y matando a miles de mujeres todos los días? El capitalismo siempre fue patriarcal, y, aunque la lucha del movimiento feminista y de las mujeres en el mundo ha conseguido revertir algunas de las más brutales formas de discriminación de género, las empresas siguen siendo machistas y le pagan más a los hombres que a las mujeres, como son machistas también casi todos los partidos políticos y los sindicatos, los parlamentos y los juzgados, la policía y el ejército, así como lo son casi todos los espacios en donde se ejerce el poder en nuestras sociedades. Antisistémico es el feminismo, antisistémica es la lucha por la igualdad de género, no un violento empresario machista que carga sobre sus espaldas denuncias de abuso sexual y que siempre ha considerado que las mujeres son un objeto de consumo.

Trump es un repugnante racista que gobernará un sistema que siempre se sostuvo gracias a la reproducción del racismo. Negros y negras pobres sufren cada día múltiples formas de discriminación y violencia en los Estados Unidos. También lo sufren en todo el planeta los que son discriminados por el color de la piel o por atributos que los vuelven inferiores, ante la perspectiva de los poderosos. El capitalismo y el racismo conviven, volviendo más profunda y más compleja la dominación de clase y las desigualdades que el sistema multiplica. En Brasil, por ejemplo, el país con mayor población negra del mundo, después de Nigeria, cada 30 minutos un joven negro con menos de 24 años muere asesinado. En los primeros 15 días de 2017, más de 150 presos murieron en las prisiones brasileñas, casi todos decapitados. Más del 90% de ellos era negro.

Lo que debería sorprendernos es que el mundo siga siendo tan racista, no que ahora haya un presidente norteamericano declaradamente racista.

El egoísmo, el racismo y el patriarcado son el cemento cultural del sistema. Trump no parece ser otra cosa que la combinación más siniestra de estas formas de opresión que el capitalismo no ha conseguido eliminar y que, en determinados contextos, no ha hecho otra cosa que volverlas más sofisticadas e inhumanas.

Trump es un xenófobo que promete ser muy poco hospitalario con sus vecinos mexicanos y con los extranjeros que provengan de los países pobres. Sería algo alarmante que el presidente norteamericano pensara de tal forma, si no fuera esta la norma que han seguido casi todos los líderes mundiales contemporáneos, con muy raras excepciones. Que Donald Trump consiga que hasta Angela Merkel parezca progresista no es otra cosa que un problema de percepción, de intensidad en el ejercicio de su aversión a los extranjeros y al peligro que ellos representan para las grandes potencias mundiales. Pero Angela Merkel, es bueno recordarlo, nunca ha sido progresista y ella también representa de forma cabal un formato de liderazgo político conservador que ha sido valorizado por los votantes de las naciones más ricas del planeta, aquellas que suelen ver al resto de mundo como una amenaza a sus intereses y privilegios.

Más de 5 mil personas han muerto ahogadas el año pasado en las orillas de una Europa que no ha querido atender con decisión la urgencia humanitaria de los refugiados. Mientras escribo esto, miles y miles de seres humanos, muchos de ellos niños y niñas, sufren por el frío y por el hambre en campos y asentamientos precarios, mugrientos y sin otra ayuda que la de las organizaciones humanitarias. Dicen que los refugiados mueren por la dureza del invierno, pero mueren por la indiferencia y la hipocresía de un mundo que mira hacia otro lado cuando se trata de comprender y de asumir cuál es la responsabilidad de cada uno en las guerras y en las atrocidades que obligan a millones de personas a huir de sus hogares.

Claro que Trump es un xenófobo nauseabundo. Pero su presencia en la política de la nación más poderosa del mundo no expresa el fracaso sino más bien el catastrófico triunfo del desprecio hacia los valores democráticos de protección, de acogida, de reconocimiento y de solidaridad con los extranjeros que viven en la pobreza o que sufren con las guerras y la opresión. Trump no es una anomalía monstruosa, es quizás quien mejor expresa el fracaso de una democracia que ha elegido sobrevivir construyendo muros. Podemos y debemos indignarnos cuando Trump dice que construirá una muralla para separar aún más a México de los Estados Unidos. Pero debemos recordar que parte de ese muro ya existe. Y que también existen otros que siguen siendo muy eficientes para preservar los beneficios de los que se arrogan a sí mismos el derecho a vivir con dignidad. Trump es el sucesor de Barack Obama, que fue llamado por la comunidad latina “Deportador en Jefe”. La anomalía, si existe, viene de antes y es mucho más profunda de lo que solemos estar dispuestos a aceptar.

Finalmente, que Trump parezca ser un sujeto violento, agresivo y, por transferencia directa, un peligroso belicista, debe ser motivo de extrema preocupación. Sin embargo, no ha sido el pacifismo ni la preservación de la paz mundial una característica del capitalismo contemporáneo. La violencia y las guerras crecen y se multiplican en el mundo. Ya mencionamos que Obama, un demócrata progresista, fue el presidente norteamericano que más tiempo permaneció en estado de guerra en toda la historia norteamericana. A pesar de su sensibilidad hacia la situación de los más pobres, el mandatario nunca dejó de aumentar los gastos militares, una industria que hoy domina la política mundial y que constituye la principal amenaza a los derechos humanos de todo el planeta.

Trump no es la causa, sino la consecuencia de un mundo cada más violento, donde las potencias militares siguen actuando como fuerzas coloniales de ocupación, invasión y multiplicadoras de guerras donde quiera que puedan.

Comienza, sin lugar a dudas, una nueva era. Una era en la que los discursos no buscarán el amparo de lo políticamente correcto. Donde el poder se ejercerá sin concesiones ni eufemismos balsámicos para las conciencias, aunque inútiles para disminuir el sufrimiento de los más pobres y excluidos. Comienza una nueva era, no la de un presidente norteamericano que se ha vuelto antisistema, sino la de un sistema que, finalmente, ha decidido tener un presidente a la altura de su mandato de exclusión, de opresión, de muerte y dolor.

Fuente del articulo: http://blogs.elpais.com/contrapuntos/2017/01/trump-y-el-sistema.html

Fuente de la imagen:http://blogs.elpais.com/.a/6a00d8341bfb1653ef01b8d256b44d970c-p

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Estados Unidos: Tenemos que hacer frente a la retórica de Trump contra los derechos humanos

Por: Amnistía Internacional 

El día de la toma de posesión del presidente de Estados Unidos Donald Trump, el secretario general de Amnistía Internacional, Salil Shetty, ha manifestado:

“No enfrentamos a algo que podría convertirse en una grave reducción de libertades conseguidas con mucho esfuerzo, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.”

“Corresponde a cada persona luchar contra la malévola retórica de discriminación, odio y xenofobia del presidente Trump Amnistía se opondrá a la injusticia en todo momento.”

“Cuando la gente se une para defender la dignidad y la igualdad de todas las personas en todas partes, el discurso tóxico de odio y miedo no puede pararlo.”

Cuando la gente se une para defender la dignidad y la igualdad de todas las personas en todas partes, el discurso tóxico de odio y miedo no puede pararlo.
Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional
Fuente: https://www.amnesty.org/es/latest/news/2017/01/usa-people-must-stand-up-to-trumps-antirights-rhetoric/
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Trump o la impredecibilidad como estrategia

Blanca Heredia

El 9 de noviembre en un foro de discusión sobre la post-elección en la Brookings Institution, el moderador de la mesa abrió diciendo, algo así como: “hay que empezar por reconocer abiertamente que no sabemos qué nos espera con Donald Trump como presidente.” Afirmación entendible, sin duda, si tomamos en cuenta que se trataba del día siguiente de la elección. Comprensible, sobre todo, considerando que la victoria de alguien como Trump resultó muy sorpresiva y colocó a Estados Unidos, incluyendo a sus analistas políticos más avezados, frente a una situación inédita en muchos sentidos.

Un empresario de bienes raíces obsesionado con las letras de su nombre en doradito, un conductor de un reality show con un ego descomunal y cero experiencia política a punto de convertirse en presidente. Ningún precedente.

Hombre sagaz, amante del riesgo, sin principios distintos al de su propio engrandecimiento, que había ofendido brutalmente a minorías étnicas, mujeres y discapacitados durante su campaña a cargo del gobierno del país más poderoso del mundo. Inédito. Manipulador consumado, mentiroso descarado, sujeto dispuesto y capaz de saltarse todas las trancas (incluyendo las de la decencia más básica), bully completo a unas semanas de convertirse en el jefe del ejecutivo de Estados Unidos de América. Nunca visto.

El perfil de Trump ayuda a explicar el comentario inicial del moderador de aquella mesa de discusión en la Brookings al día siguiente de la elección. También echa luz sobre ese “no sabemos que nos espera” reiterado una y otra vez en los medios, en los análisis y en las charlas de café desde aquel 8 de noviembre.

A la percepción generalizada de incertidumbre generada por la realidad Trump-presidente-electo han contribuido elementos adicionales. Entre otros: sus retracciones a medias, expresadas en lenguaje profundamente ambiguo, en relación a algunas de sus promesas de campaña (cambio climático, por citar uno); la forma en que dio su única retracción clara hasta el momento, es decir su decisión de no procesar judicialmente a Hillary (en partes, como en una novela de suspenso); su manejo, primero aparentemente caótico y, más tarde, directamente, teatral o, mejor dicho, televisivo de la conformación de su equipo de gobierno; y su personalísimo estilo en materia de comunicación (ninguna conferencia de prensa, acceso limitado de la fuente noticiosa a su entorno, y, de vez en vez, ráfagas de comunicación directa a través de su cuenta de Twitter).

¿Es esta incertidumbre viscosa resultado simplemente de la llegada al poder de un personaje rocambolesco y temperamentalmente inestable?

¿Es tan sólo el producto previsible de esa su personalidad inflada y atípica en combinación con su falta completa de experiencia en el gobierno? Pudiera ser.

La impredecibilidad que produce Donald Trump pudiera ser, sin embargo, otra cosa. No un efecto colateral de su personalidad descontrolada y de su inexperiencia en las artes del gobierno, sino un resultado intencional y deliberado.

En suma, no una consecuencia natural y no intencionada de las peculiaridades del personaje, sino una estrategia explícitamente pensada para mantener a todos en ascuas y para mandar, con ello, el mensaje, una y otra vez, de que el único en control de las cosas es Trump-el-dueño-del-circo.

Como bien señala Pete Wehner, quien escribía discursos para George W. Bush, citado en un artículo de opinión reciente en el Financial Times: “El Sr. Trump vive y goza de crear suspenso e impredecibilidad. Ve al mundo como su escenario y a sí mismo como la estrella principal”.

Producir suspenso, sorprender y mantener a su público en la incertidumbre con respecto a lo siguiente que va a hacer o decir es lo suyo. Es parte central de lo que explica su éxito en televisión, su notable capacidad para comunicar y entretener, así como su enorme habilidad para vender y venderse.

Donald Trump es un tejedor de historias, en particular, de historias de suspenso. Además de captar la atención del público, ese suspenso le ha servido y le sirve, también, para hacerse del control del tablero.

Básicamente, pues le permite vulnerabilizar a los otros manteniéndolos en la duda y en la expectativa, al tiempo que le ofrece la ocasión para presentarse como el que controla los hilos de los que el resto penden.

Si, en efecto, Trump está utilizando las estrategias que tan buenos resultados le dieron en el mundo del entrenamiento y en la propia campaña presidencial como arma en el ejercicio del poder presidencial, las certezas que muchos esperan después de que asuma su cargo, serán mucho menos ciertas de lo esperado. Más bien, si su manera de operar como presidente es la de provocar impredecibilidad deliberadamente, es posible que lo que tengamos enfrente sean años interminables de incertidumbre y más incertidumbre.

Fuente del articulo: http://www.educacionfutura.org/trump-o-la-impredecibilidad-como-estrategia/

Fuente de la imagen:http://www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2016/11/5839b8e074b64.jpg

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Laureate Education en la era Trump: ¿nubes en el horizonte?

Roberto Rodríguez

Los últimos dos años han resultado muy movidos en el corporativo de universidades privadas Laureate Education. La firma, como se sabe, es el principal proveedor transnacional de servicios de educación superior privada. En la actualidad concentra más de ochenta universidades en una treintena de países, con más de doscientos campus en total, y una matrícula superior al millón de estudiantes. Según la empresa, en la última década el promedio de crecimiento anual de matrícula ha superado el diez por ciento, y el correlativo incremento de las ganancias ha sido superior a doce por ciento anual. En el último ejercicio contable se reportaron ingresos de aproximadamente mil millones de dólares, y un activo total de más de 7.7 miles de millones de dólares. Esta última cifra significa que Laureate Education Inc. ha superado a cualquier otra institución o consorcio dedicado al negocio de la educación superior con fines lucrativos.

Laureate controla en México dos bloques de universidades privadas: la Universidad del Valle de México, adquirida en el año 2000, una de las primeras incursiones del corporativo en el mercado internacional, que cuenta con más de cien mil estudiantes en programas de bachillerato, licenciatura y posgrado, y la Universidad Tecnológica de México (UNITEC) comprada en 2008. La matrícula de UNITEC, en programas de bachillerato, licenciatura y posgrado, supera la cifra de cincuenta mil estudiantes, lo que aunado al alumnado de la UVM hacen del grupo la oferta de educación superior privada de mayor tamaño en el país.
Antes de la operación UNITEC, Laureate había comprado en 2007, por intermedio de la UVM, la Universidad del Desarrollo Profesional (UNIDEP), con sede en Hermosillo e instalaciones en varias ciudades del Norte. Pero a principios de 2013, por razones no declaradas, la firma decidió vender esa universidad al grupo mexicano Nacer Global, comandado por Jorge Nacer Gobera, propietario a su vez de, entre otras empresas, las universidades ICEL, Univer, Lucerna, Lamar, de Ecatepec, así como del Colegio Morelos. Según el informe rendido en 2015 por Laureate a la Comisión Nacional del Mercado de Valores de Estados Unidos (SAC por sus siglas en inglés), disponible en la página web de la Comisión, la venta fue equivalente a 40.6 millones de dólares, lo que reportó, aclara el informe, una ganancia de más de cuatro millones de dólares sobre el precio de compra, impuestos descontados.

En 2007, a la vista de resultados inferiores a los esperados en la cotización de sus acciones en el mercado de valores (índice NASDAQ), Laureate optó por salir del mercado público mediante una compra masiva de acciones, que fue apoyada por un consorcio en que participaron grupos financieros especializados en administración de fondos de inversión y capital de riesgo: Kohlberg Kravis Roberts & Co. (KKR); Citi Private Equity; S.A.C. Capital Management, LLC; SPG Partners; Bregal Investments; Caisse de depot et placement du Quebec; Sterling Capital; Makena Capital; Torreal S.A.; y Brenthurst Funds. El consorcio fue integrado y presidido por el fundador y principal ejecutivo de Laureate, Douglas Becker. La operación ascendió a 3.8 miles de millones de dólares.

Una vez saneadas sus finanzas básicas, Laureate se planteó, en 2015, la alternativa de retornar al mercado accionario, para lo cual registró ante la SAC una oferta pública de colocación inicial de acciones (IPO, por sus siglas en inglés) de cien millones de dólares. La autorización está en proceso, pero se espera un resultado favorable a corto plazo. También en 2015 Laureate solicitó y obtuvo, previa evaluación a cargo de la agencia B-Lab, la certificación como “Public Benefit Corporation”. Este registro, aunque no tiene implicaciones legales ni fiscales directas, valida la postura del corporativo de fungir como una empresa orientada por un propósito social: contribuir al desarrollo de la educación superior en el mundo.

Tras casi una década de relativa opacidad, la publicación de los estados financieros de Laureate (ante la SEC y el B-Lab) tuvo consecuencias quizás subestimadas. En primer lugar en Chile, en donde aún se debate con intensidad la regulación a la oferta de educación superior con fines de lucro. La información difundida fue aprovechada por los críticos a la presencia de Laureate en ese país, en donde controlan las universidades Andrés Bello (UNAB), la de mayor tamaño en Chile por el número de estudiantes matriculados, Universidad de las Américas (UDLA) y Universidad Viña del Mar (UVM), así como el Instituto Profesional AIEP y la Escuela Moderna de Música (EMM). La polémica ha sido avivada por el propio Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas (CRUCH) al anunciar que se consideraría la permanencia de la UNAB en el órgano al confirmarse que esta institución corresponde a la figura de universidad con fines de lucro. (La Tercera, 26 de agosto 2016).

También causó alguna polémica la venta en 2016 de las instituciones europeas Glion Institute of Higher Education y Les Roches International School of Hotel Management. El grupo financiero Eurazeo compró a Laureate estas escuelas en aproximadamente 380 millones de francos suizos. El debate en torno al tema apunta a la confirmación de Laureate como una empresa lucrativa que, por estrictas razones de negocio, puede optar entre comprar o vender instituciones educativas.

Pero la polémica de mayor relieve y visibilidad se habría desarrollar en el marco de la contienda presidencial entre Donald Trump y Hillary Clinton. La próxima semana nos internaremos en el tema y sus posibles implicaciones.

 

Fuente del articulo: http://www.educacionfutura.org/laureate-education-en-la-era-trump-nubes-en-el-horizonte/

Fuente de la imagen: http://www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2016/11/laureate-education-inc.jpg

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¿Qué hacer frente a Trump? Más allá de la estrategia avestruz

Blanca Heredia

Enterrar la cabeza en el suelo cuando la realidad no nos gusta tiene, sin duda, ventajas. Te permite desentenderte de la realidad y seguir con tu vida como si nada. Frente a una amenaza como la que representa Trump para México, la “estrategia avestruz” del gobierno de México constituye, sin embargo, una irresponsabilidad mayúscula.

Pero, más que lamentarnos, conviene tomar nota y actuar en consecuencia. Como me decía una amiga muy sabia el otro día: “para hacernos cargo de lo que significa Trump para los mexicanos, el modelo a seguir es el terremoto de 1985”. Tiene razón.

Esperar que el gobierno nos proteja frente al tsunami que se nos viene encima resulta, sobre la base de la experiencia acumulada, ingenuo.

Ojalá el gobierno reaccione. Lo más sensato sería asumir, con todo, que el gobierno seguirá pasmado y que nos toca a los ciudadanos actuar y organizarnos. Si los responsables del poder político se avispan tanto mejor; si no, al menos, habremos construido algunas líneas de defensa.

A los convencidos de que Trump se moderará, de que las instituciones de la democracia norteamericana le impedirán cumplir sus promesas de campaña, o de que los propios republicanos lo frenarán les recomiendo leer el discurso que pronunció Trump en Gettysburg en septiembre pasado sobre sus prioridades para sus primeros 100 días en caso de ser presidente y contrastar este, en particular en lo relativo a México, con su entrevista en el programa 60 minutos el domingo 13 de noviembre ya como presidente electo. Les sugiero también tomar en cuenta que, de acuerdo a los muchos estudios académicos al respecto, los presidentes de Estados Unidos, de 1968 a la fecha, han cumplido con cerca del 70 por ciento de sus promesas de campaña.

A continuación algunas primeras ideas sobre qué hacer frente a la muy seria amenaza que Trump representa para México.

En el plano interno:

1.- Exigirle al gobierno federal una respuesta inteligente, digna, templada y oportuna, pero evitar confiarnos en que logrará articularla.

2.- Construir coaliciones amplias y diversas en términos sociales, ideológicos y partidistas para identificar riesgos y vulnerabilidades críticas, así como para construir propuestas y estrategias operables. En concreto: hacer a un lado –por el momento– nuestras profundas diferencias, olvidar (aunque sea un rato) la obsesión con respecto a quién ganará el 2018, tender puentes, escucharnos recíprocamente y trabajar juntos para cuidar el país de todos.

3.- Desarrollar estrategias para recibir y aprovechar los activos de los que disponen los migrantes de retorno, tanto los que deportó Obama y que no hemos sido capaces de integrar al país como los que pudiese deportar Trump. Entre otros, exentar, de entrada, de requisitos tales como actas de nacimiento, CURP, certificados de estudio y demás a los migrantes de retorno en edad escolar para ingresar a las escuelas y las universidades mexicanas; ampliar los programas de repatriación para académicos mexicanos que residen actualmente en Estados Unidos; generar o fortalecer programas para recibir a científicos y académicos estadounidenses de alto nivel. En el ámbito laboral: simplificar al máximo los trámites y requisitos para que los migrantes de retorno puedan incorporarse al mercado laboral formal e impulsar iniciativas para que las empresas los recluten proactivamente; generar programas intensivos de capacitación para la enseñanza del inglés a fin de permitir que los migrantes de retorno que dominen esa lengua puedan convertirse en maestros de inglés; y diseñar mecanismos para identificar los perfiles y habilidades profesionales de los migrantes de retorno adultos y empatarlos con programas de desarrollo productivo a nivel regional.

4.- De cara a la caída de la inversión y a la posible abrogación del TLCAN: mirar al mercado interno y darle prioridad máxima a la generación de empleo.

En relación al vecino del Norte:

5.- Entorpecer y retardar lo más posible, (a través de acciones legales, por ejemplo), la concreción de aquellas decisiones y medidas del gobierno de Trump con mayores costos para México (migración, comercio e inversión, principalmente).

6.- Identificar aliados en distintos sectores y regiones de Estados Unidos, y generar alianzas con ellos en relación a temas migratorios, comerciales, medioambientales y culturales, entre otros.

7.- Emplear la amenaza de suspender la guerra contra las drogas por parte del gobierno en México como carta de negociación con el gobierno de Trump en temas distintos al de la seguridad.

8.- Desarrollar un sistema de monitoreo que permita a la autoridades mexicanas alertar a los viajeros y estudiantes mexicanos sobre incidentes de discriminación, acoso y violencia contra los mexicanos en Estados Unidos.

9.- Impulsar acciones que faciliten la emigración de los baby-boomers estadounidenses a México.

En relación al resto del mundo:

10.- Promover acercamientos y alianzas con el gobierno, el sector privado, las OSCs y la academia de Canadá.

11.- Identificar países y organizaciones aliados a nivel internacional para enfrentar los riesgos que implica Trump, y fortalecer vínculos y acciones con ellos tanto a nivel bilateral como multilateral.

Fuente del articulo: http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/que-hacer-frente-a-trump-mas-alla-de-la-estrategia-avestruz.html

Fuente de la imagen: http://www.elfinanciero.com.mx/files/article_main/uploads/2016/11/21/583386cfab03d.jpg

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Gritaron Fuck you!

Blanca Heredia

Millones de estadounidenses, en su inmensa mayoría blancos y relativamente poco educados, alzaron la voz el 8 de noviembre de este año y le dijeron a los apoyadores de Hillary y al mundo entero: ¡jódanse!

Su grito rabioso retumbó en todas partes y puso a temblar al planeta entero.

Pocos días antes, en un pequeño salón de belleza en Washington, DC, viví una experiencia que fue un adelanto de aquel grito de furia colectiva. Una empleada del establecimiento, ciudadana americana de origen mexicano, me dijo que ella iba a votar por Trump. Me quedé patidifusa y le pregunté que por qué. Me respondió, más o menos lo siguiente: “Trump va a ser un golpe muy duro para los americanos, pero si ellos nos quieren joder a nosotros, pues que se jodan ellos también”.

Sirva su dicho más allá de su lógica, digamos, retorcida, como botón de muestra acerca del tipo y magnitud de la desazón y el enojo de muchos de los ciudadanos del país del norte que votaron por Donald Trump para presidente de Estados Unidos.

La rabia, el resentimiento y el rechazo de millones de americanos a los valores más elementales de la convivencia civilizada resultan detestables. Su furia, sin embargo, no debe verse simplemente como una reacción irracional producto de la ignorancia o la pura ideología.

Para muchos millones de americanos, la globalización o, como lo llaman los trumpistas el “globalismo”, ha implicado vivir y vivirse como sujetos cada vez más desprovistos de opciones y de recursos. Han sido largas décadas de declive (objetivo y subjetivo) para muchos habitantes de Estados Unidos, en especial para los blancos con menores niveles de escolaridad. Muchos años de empleos seguros con salarios dignos siendo reemplazados con trabajos cada vez más precarios y mal pagados. Muchos años de pérdidas materiales y horizontes más estrechos, pero también de sentir su identidad y su posición social amenazadas de muerte.

Es muy temprano para intentar un análisis completo de lo ocurrido el 8 de noviembre. Con todo, a partir de la información disponible hasta el momento, es posible identificar algunos de los elementos centrales detrás del triunfo del candidato republicano. En este texto abordaré solamente dos.

El primer elemento concierne a lo ocurrido con los votantes en términos de ingreso y escolaridad. De acuerdo a las encuestas de salida del NYT, Hillary –al igual que sus antecesores del partido demócrata– consiguió la mayoría (53 por ciento) entre los votantes con ingresos menores a 30 mil dólares anuales. Esa mayoría, sin embargo, fue 10 puntos menor a la de Obama en el 2012 en ese grupo de ingresos. Trump, por su parte, logró 6 puntos porcentuales más que Romney entre esos votantes. Por otra parte, en los grupos de mayores ingresos,se observan las tendencias opuestas: un aumento de entre 3 y 4 puntos para Hillary frente a Obama entre los votantes de mayores ingresos y una caída, aunque ligera, en votantes ricos, de Trump vis a vis a Romney. En resumen, menos votantes pobres y aumento de electores ricos para Hillary frente a Obama y lo opuesto para el caso de Trump en relación al 2012.

Un segundo elemento tiene que ver, como se ha comentado ya con abundancia, con el hecho que Hillary Clinton tuvo un desempeño menos favorable que el de Obama en 2012 entre las minorías afro-americanas y latinas.

Incidieron en estos resultados muchos factores. Algunos de ellos estructurales, otros políticos y culturales, y otros más atribuibles a las campañas, temperamentos y habilidades comunicacionales de los candidatos.

En el plano estructural, destacan tres décadas de pérdidas en ingreso y estatus, en particular para los blancos con menor escolaridad e ingreso.

También el hecho de que la recuperación económica tras la crisis financiera del 2009 tendió a beneficiar muy poco a TODOS los sectores poblacionales menos aventajados social y económicamente.

A nivel político y cultural, dos factores parecen clave. Primero, la retórica antigobierno y antipolítica, así como los procesos de re-distritación promovidos, desde hace tiempo, por el partido republicano.

Segundo, la polarización ideológica extrema y la promoción activa de la política en clave identitaria impulsada por grupos y medios de comunicación de la derecha populista.

En lo que hace, finalmente, a las campañas y personalidades de los candidatos presidenciales, demócrata y republicano, destacan, la incapacidad de Hillary para entusiasmar en número suficiente a los perdedores, materiales y simbólicos, de la globalización, por un lado, y la sorprendente habilidad de Trump para leerlos y movilizar su resentimiento y su furia.

Al terremoto del martes pasado, contribuyeron, en suma, muy diversos factores. En primerísimo término, un sistema electoral que hace posible que la ganadora del voto popular pierda, así como un mayor porcentaje de abstención que el pasado. También y crucialmente, sin embargo, blancos en declive económico furiosos por sentirse privados del lugar social y material que consideran merecen, y minorías en desventaja a quienes Hillary no logró transmitir un proyecto de esperanza.

Fuente del articulo: http://www.educacionfutura.org/gritaron-fuck-you/

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El giro de Trump hacia lo desconocido

Por: Claudio Katz

El triunfo de Trump ilustra cómo la derecha capitaliza actualmente el descontento popular generado por la mundialización neoliberal. Esa victoria profundiza las tendencias emergieron con el Brexit y el crecimiento de partidos reaccionarios de Europa.

La localización protagónica de este proceso en la primera potencia es un acontecimiento mayúsculo. Estados Unidos es el epicentro de la globalización capitalista y sus procesos internos impactan sobre todo el planeta.

Las causas del ascenso de un personaje tan nefasto están a la vista. Trump encarna el fastidio con la degradación social que padece la principal economía del mundo. Pero más complejo es dilucidar el significado de la convergencia entre los votantes conservadores habituales y la masa de trabajadores blancos empobrecidos.

Las clasificaciones de Trump como outsider, populista o fascista abren mayores interrogantes. ¿Intentará concretar su proclamado giro hacia el proteccionismo? ¿Modificará las alianzas internacionales para consumar un repliegue hacia el aislacionismo? ¿Precipitará un viraje general hacia la desglobalización?

DECEPCIÓN Y HARTAZGO

En un país con bajísimo nivel de concurrencia a los comicios, Trump logró convocar a todos sus sufragantes. Por el contrario potenció la deserción de los votantes del partido demócrata y afianzó el abandono que ya sufrió Obama en todas las elecciones de medio término. Se impuso el voto castigo contra una gestión que defraudó a sus adherentes.

Los primeros decepcionados fueron los afroamericanos, que bajo el gobierno del primer presidente negro afrontaron mayores padecimientos. La desigualdad socio-racial aumentó y los asesinatos policiales destruyeron familias a un ritmo vertiginoso.

Las cárceles retratan este hostigamiento racial. Casi el 40% de los apresados son afroamericanos. Uno de cada seis integrantes de esa comunidad ha estado en prisión desde el 2001. Un sistema medieval racista de encarcelamiento que rige en el país continuó penalizando a los pobres y a las minorías.

Obama defraudó, en segundo lugar, a la comunidad latina. No implementó la ansiada reforma migratoria y deportó a 2 millones de indocumentados. Además, mantuvo en pie el alambrado que se construye en la frontera con México desde 2006. Trump exige completar y perfeccionar ese muro.

También fueron decepcionados los que esperaban una recuperación de las libertades democráticas. Se mantuvieron las leyes de persecución y espionaje interno instauradas por Bush. Con el pretexto de “luchar contra el terrorismo” fueron reforzados todos los mecanismos del Estado policial.

Los presos políticos emblemáticos de la lucha afroamericana (Mumia), portorriqueña (Oscar López Rivera) e indígena (Pleiter) siguieron en la sombra. Guantánamo no fue cerrada y se redobló la persecución del FBI contra el periodismo crítico.

Pero el sector más desengañado con Obama fueron los asalariados, que continuaron soportando un deterioro mayúsculo de su nivel de vida. La contraparte de esa degradación fue la convalidación del socorro otorgado a los bancos.

También la deslocalización de empresas continuó destruyendo el viejo tejido industrial. Desde 1994 emigraron quince fábricas por día sepultando 6 millones de puestos de trabajo. Las compañías que pagaban en Michigan 20 dólares por hora, desembolsan actualmente en México tres dólares por la misma labor.

Las consecuencias sociales de esta reconversión han sido escalofriantes. Se masificó el consumo de drogas, los niveles de educación y salud cayeron brutalmente y declinó el promedio de vida de los asalariados blancos.

Hillary no sólo defendió esta gestión demoledora del sueño americano. Careció del encanto y la novedad que ofreció Obama y no pudo disimular la red de corrupción que forjó en torno a la Fundación Clinton. El rechazo a una candidata con poco carisma y nula decencia gatilló la victoria de Trump.

UNA SORPRESA CON MUCHAS EXPLICACIONES

El perfil reaccionario de un presidente estadounidense no es una novedad. Trump encarna una vieja tradición rural y protestante, que con el TEA Party afianzó el perfil ultra-conservador de los líderes republicanos.

El millonario extremó todos los tópicos de esa tendencia, con retóricas machistas, insultos a las minorías y denigraciones de la mujer. Tildó de violadores y traficantes de drogas a los dirigentes de incontables comunidades.

No se privó, además, de exhibir su afinidad con la Asociación Nacional del Rifle, en un país sacudido por balaceras cotidianas. Repitió todos los delirios de la derecha cristiana sobre el creacionismo anti-darwiniano y ponderó la enseñanza religiosa para atacar el aborto y el matrimonio igualitario.

Pero Trump logró desbordar este cerrado entorno derechista al conquistar la adhesión de los trabajadores blancos empobrecidos. Capturó el voto de los distritos industriales con un doble mensaje de crítica a los empresarios (que deslocalizan plantas) y a los inmigrantes (que “usurpan” puestos de trabajo).

Su discurso xenófobo fue brutal. Culpabilizó a los extranjeros por el desempleo, exigió el cierre de las fronteras y reclamó deportaciones masivas. Obtuvo su nominación cuando potenció esa retórica chauvinista.

El apoyo que logró en la clase obrera no atenúa en lo más mínimo su carácter reaccionario. Algunas miradas edulcoradas olvidan este dato, al resaltar exclusivamente su captura del descontento popular. Ciertamente canalizó ese malestar, pero en una dirección muy regresiva y contrapuesta a los intereses de los oprimidos.

Trump reavivó los prejuicios de los trabajadores frente al nuevo patrón inmigratorio de los hispanos, que mantienen su identidad sin repetir la asimilación a la sociedad estadounidense.

En ese cuadro de gran mutación demográfica y cultural, el millonario ensanchó también la grieta con las minorías que obtuvieron logros legislativos bajo la administración demócrata. Impugnó todas las políticas asistenciales y focalizadas de esa gestión.

Trump se embanderó con los slogans de la anti-política. Descargó sus municiones contra la “casta de Washington”, aprovechando el generalizado hastío con los privilegios a la partidocracia.

El locuaz demagogo se calzó el disfraz de individuo ajeno a esos contubernios y usufructuó del desprestigio que comparten los demócratas con los republicanos. Las diferencias que separaban ambas formaciones se han diluido y desde hace muchos años los asalariados no se alinean con los primeros y las élites acomodadas no sostienen a los segundos. ¿Pero Trump ofrece algo distinto?

OUTSIDER, PERO NO ANTISISTEMA

El nuevo presidente exhibe con orgullo su condición de potentado y reforzó la idealización del capitalista que impera en Estados Unidos. Reavivó también la fábula que asimila el éxito en los negocios con la capacidad para dirigir un país. Olvidó recordar cómo refutaron esa creencia los últimos millonarios que habitaron la Casa Blanca.

Pero Trump combina un cuantioso manejo de recursos propios con la marginalidad política previa. Es un outsider que llega a la presidencia sin pasar por el filtro del Congreso o las gobernaciones. Desde la periferia del partido republicano logró doblegar al establishment de esa organización.

Primero se instaló como figura pública a través de un reality show que escenificaba su propia vida como descarnado capitalista. Luego construyó su carrera desafiando a los popes de la comunicación que objetaban ese estilo. Por esa vía capturó el creciente malestar de la población con los medios, que manipulan encuestas y políticos según las conveniencias del momento.

Con esa beligerancia contra los formadores de opinión Trump afianzó su imagen de personaje divorciado de las oscuridades del poder. Emergió como un outsider, pero no es ajeno, ni contrapuesto al sistema. Es un exponente de la clase dominante que oprime al pueblo estadounidense. Con una nueva carga de brutalidad y demagogia pretende contrapesar la desprestigiada hipocresía de los Obama-Clinton.

Trump es un servidor de la clase capitalista. La imagen de extraviado que difunde la elite neoliberal oscurece esa función. Ciertamente dice cosas horripilantes e inverosímiles pero su estrategia no es alocada. Pretende recomponer un sistema político carcomido por la crisis económica que desató el colapso financiero del 2008.

Muchos piensan que intentará esa reorganización con los métodos del populismo. Pero cuestionan la demagogia y el nacionalismo sin aclarar su singularidad política. Trump tenderá a ejercer el gobierno en forma más directa sorteando una estructura institucional en crisis.

Seguramente adoptará una actitud más cesarista frente a los contrapesos que filtran la práctica presidencial. Pero las facultades que tendrá para designar titulares de la Corte Suprema, no le ahorrarán duras negociaciones con el establishment republicano.

Quizás la trayectoria de Berlusconi sirva como antecedente para anticipar la conducta de Trump. Al igual que el norteamericano emergió del universo mediático frente al colapso del sistema político. Finalmente puso en práctica una gestión muy derechista sin alterar el status quo.

Trump es visto también como un líder fascista que podría repetir las tragedias del siglo XX. Su discurso racista tiene muchos ingredientes de este tipo. La gritería contra los inmigrantes rememora la violencia del Ku Klux Klan, que tiene un potencial heredero en las milicias de los suprematistas blancos. Un conocido exponente de esos cavernícolas (Banon) ha sido designado en un alto cargo.

Pero estos elementos distan de configurar un escenario próximo al fascismo. Esta modalidad no está en la agenda próxima de la clase dominante. Se avecina una crisis con otro tipo de disyuntivas.

CONTRADICCIONES ECONÓMICAS

Dado el récord de mentiras que acumula Trump sus próximos pasos son imprevisibles. Ha sido ridiculizado como un acabado exponente de la “pos verdad”. No esperaba llegar a la presidencia y carece de equipos. Por eso recién en las próximas semanas se sabrá qué porcentaje ensayará de sus pomposos anuncios. Deberá clarificar en qué consiste su intento de “hacer nuevamente grande a América”.

Trump prometió efectivizar un acelerado proceso de reindustrialización, premiando a las empresas que reinviertan en el país. Pero el monto de los subsidios -para compensar las diferencias de beneficio que genera la deslocalización- es monumental.

Las compañías que emigran no son marginales. Agrupan a un importante segmento de corporaciones que ha internacionalizado sus procesos de fabricación. ¿Cómo hará Trump para que vuelvan a Detroit las firmas automotrices afincadas en las maquilas de la frontera mexicana?

Los dilemas no se concentran en un sólo sector. En las últimas décadas se reforzó significativamente todo el segmento mundializado de las empresas, en desmedro de las viejas fracciones que únicamente producen y venden para el mercado interno.

Esta misma contradicción se extiende al plano financiero dada la elevadísima internacionalización de los bancos estadounidenses. Esas entidades constituyen el principal pilar de la globalización y encabezaron la resistencia a todos los intentos de regulación nacional. Bloquearon especialmente la segmentación de operaciones y la reducción de las comisiones que intentó Obama.

Trump despotricó contra Wall Street y prometió penalizar a los banqueros. Pero pertenece al partido que ha obstruido una tibia reforma para supervisar las operaciones riesgosas.

Las relaciones con los bancos son claves para un proyecto de reindustrialización basado en gigantescos planes de obra pública. Ese programa requerirá montos descomunales de financiación que el nuevo presidente no aclaró cómo serán recolectados.

Trump sólo anticipó beneficios fiscales. Prometió suprimir los impuestos federales a los hogares modestos y ratificó su disposición a retomar las políticas “ofertistas” (de menores gravámenes al patrimonio) que implementaron Reagan y Bush. Si concreta ese jolgorio recibirá cálidos aplausos de sus colegas, pero no tendrá un solo dólar para la reconstrucción industrial.

La insoslayable captación externa de fondos es otra incógnita. Estados Unidos arrastra una monumental deuda pública, que en gran parte es solventada con el crédito chino. Por eso el proveedor asiático cuenta en la actualidad con un inmenso acervo de bonos del tesoro. Si Trump confronta comercialmente con China para apuntalar su modelo industrial: ¿cómo mantendrá la indispensable financiación del acreedor oriental?

El gran enigma subyacente es la capacidad de la economía estadounidense para preservar el ciclo de tasas de interés negativas, que permitió la recuperación en los últimos años. Si el costo nulo del dinero se revierte no sólo podría reaparecer la recesión. Reavivaría la traumática reorganización pendiente del sistema bancario.

Todas las iniciativas de Trump potencian a una peligrosa tendencia alcista de las tasas de interés. Su estrategia tiene cierto parentesco con el “Reganomics” de los años 80, que bajo el impulso del gasto militar, las políticas fiscales expansivas y la restricción monetaria generó un superdólar muy adverso a la economía estadounidense.

El país ya afronta el mismo dilema que corroe a Inglaterra luego del Brexit. Cumplir allí con el mandato de salida de la Unión Europea plantea dos riesgos explosivos: abandono de los bancos que sostienen la City londinense y eventual secesión de Escocia. Disyuntivas de la misma magnitud se avizoran en Estados Unidos.

¿UN GIRO AISLACIONISTA?

Trump agitó en la campaña drásticas propuestas de giro proteccionista. Prometió elevar los aranceles de importación, gravar los productos fabricados en China y revisar todas las normas monetarias impositivas que afectan al sector manufacturero. Rechazó el control del medio ambiente y propuso reabrir las minas de carbón ¿Podrá implementar semejante viraje?

Algunos analistas estiman que se sumará a una tendencia que ya está en curso en la economía mundial. Recuerdan que actualmente el comercio crece por debajo de la producción. Mientras que en 1985-2007 los intercambios mundiales aumentaban a un ritmo dos veces superior que al PBI, en los últimos cuatro años sólo acompañaron el nivel de actividad.

Pero la economía estadounidense no sintoniza necesariamente con ese rumbo. Se recuperó más rápidamente que Japón y Europa por el comportamiento dinámico de sus sectores internacionalizados. Esa ventaja le permitió exportar gran parte de la crisis a sus rivales. Cualquier giro proteccionista afectaría de inmediato la altísima rentabilidad de esos sectores. La alta tecnología, por ejemplo, quedaría afectada de inmediato.

El principal test será la actitud de Trump frente a los tratados de libre comercio, que Obama negociaba aceleradamente con varios gobiernos de Asia y Europa. La oposición a esos convenios fue una bandera central del millonario. Pero esa actitud choca con la estrategia propiciada por el establishment, para afrontar la crisis económica con mayor liberalización comercial. Por eso la suscripción de tratados no se detuvo, a pesar del estancamiento del comercio.

No sólo Obama y Bill Clinton fueron abanderados de esos convenios. Todas las administraciones republicanas apuntalaron acuerdos que aseguran incontables beneficios a las empresas globalizadas.

En este terreno ha prevalecido hasta ahora un doble discurso. En todas las campañas florecen críticas a los tratados, que luego el ganador archiva cuando asume el gobierno. Por eso la revisión de los convenios fue un caballito de batalla no sólo de Trump, sino también de Hillary. ¿Qué hará el nuevo presidente con el TTP, el TTIP, e NAFTA y la multitud de TLCs bilaterales que Estados Unidos suscribió con sus socios?

La irritación de las élites neoliberales con cualquier cambio en este campo es mayúscula. Proclaman que “la noche cayó sobre Washington” por haber urgido a un aislacionista.

En el bando opuesto del progresismo algunos críticos del Trump reaccionario ven con simpatía al Trump proteccionista. Estiman que introduce un giro positivo en la globalización, que acelerará el colapso de la nefasta apertura comercial. Pero olvidan a quién elogian. No cabe esperar virajes alentadores de semejante troglodita.

Hasta ahora ningún país del Primer Mundo ensayó un giro antiliberal o anti globalizador. Los pequeños cambios de algunos gobiernos socialdemócratas de Europa se deshicieron en pocos días. Los intentos más perdurables en América Latina también fallaron.

En realidad la presidencia de Trump no define el fin de la globalización, por la misma razón que el descalabro del 2008 no implicó el fin del neoliberalismo. Sólo inaugura una crisis mayor de ambos procesos.

¿REPLIEGUE DEL IMPERIALISMO?

Trump abusó de la pirotecnia electoral en la política exterior enunciando todo tipo de disparates. Pero planteó un novedoso realineamiento con Rusia para confrontar con China y fue acusado por Hillary de connivencia directa con Putin.

Ese chisporroteo puso de relieve una divergencia de estrategias en el Pentágono, que se tradujo en la guerra de mails filtrados por el PBI, para desprestigiar a ambos candidatos.

Todo el establishment político-militar coincide actualmente en apuntalar las guerras regionales que refuerzan el control imperial. Por eso implementaron la destrucción de cuatro estados en Medio Oriente (Afganistán, Irak, Libia, Siria) y ejecutan bombardeos permanentes, que naturalizan la matanza de la población civil. Lo mismo sucede en varias zonas de África.

Obama ha busca un mayor compromiso de sus socios europeos y árabes con esas agresiones. Por eso intentó mantener el control estadounidense de las operaciones con menos tropas en el terreno.

Pero preservó también una problemática indefinición sobre la prioridad del adversario ruso o chino, conservando una presión indistinta sobre ambos. Por eso incentivó las provocaciones en Ucrania y los despliegues de misiles en Europa del Este contra el primer contendiente y el rearme naval contra el segundo adversario.

Cómo esta ambigüedad suscita el temor de una eventual alianza de ambas potencias contra Estados Unidos, viejos consejeros (como Brezinski) sugieren optar por un curso más selectivo. La disyuntiva de Trump-Hilary entre mayor enemistad con China o Rusia refleja una reorientación en curso, que a su vez traduce la tensión tradicional entre sectores belicistas (asociados al complejo militar industrial) y vertientes negociadoras (vinculadas a las empresas transnacionales).

La conducta a seguir en la guerra en Siria será la primera prueba de esa definición. La victoria de Trump fue muy festejada por Israel, que espera la prometida reversión de los acuerdos con Irán y una actitud más beligerante contra todos los descalificados “musulmanes”.

Pero si el nuevo presidente quiere implementar una aproximación con Rusia deberá defraudar a los halcones, que a través de Hillary proponían subir la apuesta de intervención contra el régimen de Assad.

En cualquier caso Trump sólo evalúa cursos imperiales para ajustar las acciones del sheriff del mundo. Estados Unidos actúa como protector militar del capitalismo global y no considera ningún abandono de ese rol.

Trump pretende descargar sobre sus aliados una mayor porción de los costos de la dominación imperial. Por eso propone reformular la OTAN, otorgar mayor protagonismo a Europa e introducir a Corea del Sur en el club atómico. Intentará reforzar el curso ya iniciado con la mayor intervención de Francia en Medio Oriente.

Algunos analistas olvidan la vigencia de la estructura imperial a escala global, cuando suponen que el declive de Estados Unidos desembocará en un repliegue de la primera potencia. Estiman que Trump concretará esa reclusión, al reconocer de hecho la pérdida de hegemonía de su país.

De ese diagnóstico surgen curiosos pronósticos de un próximo período signado por actitudes negociadoras de Estados Unidos. Se imagina la gestación de un contexto que abrirá grandes márgenes para la autonomía europea y las políticas nacionales de la periferia. El acuerdo con Rusia es visto como el principal eslabón de esa retirada yanqui.

Pero ese escenario pacifista no parece muy congruente con los objetivos y el temperamento de Trump. Con su victoria no desembarca una paloma a la Casa Blanca.

EL IMPACTO SOBRE AMERICA LATINA

El nuevo presidente ha sido muy explícito en sus planes para México. Construir el muro y expulsar a los inmigrantes. Cualquiera sea el grado de cumplimiento de esas amenazas su intención agresora es nítida.

La variante más tenue de su proyecto supondría mayores atribuciones a la policía fronteriza o un ultimátum a México para que contenga a los migrantes dentro su territorio. En lo inmediato prepara una gran redada contra los indocumentados para acelerar su expatriación.

La esperada revisión de todos los acuerdos con México ya desató una gran devaluación de la moneda azteca y obviamente Peña Nieto no prepara ninguna resistencia. Recibió a Trump en el pico de sus insultos contra los inmigrantes.

Lo que suceda con México clarifica la política latinoamericana. El millonario no ha dicho que hará frente a Cuba y Venezuela. Tuvo frases conciliatorias hacia Chávez, pero al mismo tiempo ensalzó al golpismo anti bolivariano. Aceptó la distensión con Cuba, pero se fotografió con los gusanos más retrógrados de Miami. Su afinidad con Uribe abre interrogantes sobre el proceso de paz en Colombia.

Conviene recordar que Hillary promovía un endurecimiento hacia la región. Propició la militarización de Colombia, apuntaló a los golpistas en Venezuela e intervino directamente en Honduras en el derrocamiento de Zelaya. Es difícil suponer que Trump adoptará una actitud más benevolente. Pero su triunfo ha modificado el tablero regional.

Clinton aseguraba la continuidad del sostén aportado por Obama a la restauración conservadora en Sudamérica. Promovía la reconstitución del protagonismo de la OEA sobre el nuevo tejido derechista. Aunque Trump mantenga la misma agenda, su presidencia modifica la sintonía actual de Estados Unidos con los gobiernos conservadores. Su agresión contra México obstruye la combinación de zanahoria con garrotes que auspiciaba Hillary.

Con Trump tambalea también la Alianza del Pacífico que sintetizaba todos los proyectos de la restauración económica neoliberal. La ratificación de los tratados bilaterales y la apertura comercial han quedado en el limbo. Además, si trepan las tasas de interés se revertirá la afluencia de fondos que tuvo la región en la última década.

Muchos analistas debaten cuál será el grado de intervención del imperio sobre la región. Algunos advierten la inminencia de mayores atropellos y otros avizoran un respiro. Quienes identifican a Trump con el repliegue aislacionista suponen que podría aflojar la presión tradicional sobre América Latina. Pero la experiencia indica que Estados Unidos nunca “olvida” a su “patio trasero”.

UNA CALDERA EN GESTACIÓN

Trump defraudará a sus electores. No limpiará la casta de políticos de Washington, ni devolverá los empleos de calidad en la industria. Pero mucho antes de lidiar con esa decepción deberá afrontar una intensa resistencia en las calles. En 25 ciudades del país ya irrumpieron manifestaciones de rechazo y se prepara una gran marcha de repudio para el día de su asunción.

En todo el país se registra un significativo resurgimiento de la acción popular directa. Varios movimientos retoman esta tradición. Los militantes de Black lives matter (la vida de los negros importa) encabezan las protestas contra la violencia policial racista. Los movimientos de indígenas defienden con bloqueos los recursos naturales y los indocumentados mantienen sus demandas de legalización. En las cárceles se ha concretado la primera huelga de prisioneros sometidos a la explotación laboral. Estas iniciativas retoman la práctica callejera que reapareció en el 2011 con los ocupantes de Wall Street.

Pero también emerge la oposición en el plano político. En la reciente elección fue nuevamente visible el escandaloso sistema antidemocrático de colegios electorales. Trump es presentado como el indiscutible ganador de los comicios, cuando prácticamente empató con Clinton en el número de votos. En cualquier otra nación esa paridad habría suscitado una crisis de legitimidad. Muchos manifestantes cuestionan esa anomalía.

La mayor mutación política subyacente antecedió a Trump con la llegada de Sanders. El líder independiente desembarcó con una propuesta progresista en el Partido Demócrata y casi gana la interna. Suscitó un gran entusiasmo con su propuesta de dividir a los bancos y universalizar el sistema de salud y educación. Se negó a recibir aportes de las grandes empresas y promovió la sindicalización de los trabajadores.

Sanders reivindicó una tradición socialista que ha sido asumida sin prejuicios por sectores de la juventud. Pero finalmente aceptó sostener a Hillary a pesar del enorme rechazo que generaba esa figura, obstruyendo la construcción de otra opción. Su impacto ilustra las grandes posibilidades de expansión que tiene la izquierda estadounidense, si logra superar la subordinación al partido demócrata.

Con el resultado de la elección norteamericana comienza un nuevo período de la crisis global. El colapso del 2008 ilustró la dimensión económica de esa convulsión y el ascenso de Trump retrata el alcance político de ese torbellino. Un tercer capítulo de ese proceso se está gestando con protagonismo desde abajo y búsqueda que una alternativa popular.

Fuente: http://katz.lahaine.org/?p=279

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