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Educación y religión

Por Luis Arando González.

Entre educación y religión siempre ha habido una relación estrecha. Y es que la religión (y el mito) no sólo fue el marco en el que se generaron las primeras “explicaciones” sobre el orden cósmico y el lugar de los seres humanos –y sus mutuas relaciones— en el mismo, sino que fue –y sigue siendo— forjadora de normas básicas de convivencia social que, en cuanto se acepta que derivan de un mandato divino, tienen la fuerza de imperativos morales ineludibles.

En este sentido, la religión, desde un punto de vista histórico, fue una de las primeras educadoras de los grupos humanos, entendiendo por educación la asimilación subjetiva –o mejor aún, intersubjetiva— de marcos explicativos acerca de por qué la realidad es como es y acerca de cuál es el lugar de los individuos y la colectividad en esa realidad. También la religión nutrió las prácticas sociales de referentes normativos que indicaban –e indican aún— con contundencia el carácter bueno o malo, justo o injusto, de las acciones humanas.

Las sociedades humanas fueron educadas durante milenios por cosmovisiones religiosas y por quienes ejercían la autoridad, por lo que se entendía como delegación divina directa, en la materia. Primero fue en el contexto de los diferentes politeísmos de los que se tiene noticia; después de los monoteísmos que se alzaron vencedores en la disputa por lo religioso –el Islam, el Judaísmo y el Cristianismo— y que, sobreviviendo hasta el presente, impregnan, con sus valores y sus prácticas, al mundo contemporáneo.

La filosofía primero y luego la ciencia abrieron grietas importantes en esta dominio educativo ejercido desde la religión, que era más fuerte ahí  donde se institucionalizó como un poder terrenal en coexistencia –y competencia—con otros poderes.

Ciertamente, la filosofía (desde los presocráticos, Sócrates, Platón y Aristóteles hasta el día de hoy) y la ciencia (desde el Renacimiento en adelante) no excluyen a la religión en la labor educativa, pero le ponen serios reparos a una educación puramente (y exclusivamente) religiosa.

Y es que la filosofía y la ciencia dan lugar a una nueva visión de la educación, que ya no es entendida como repetición de verdades –dichas por un profeta o recogidas en un texto— de origen divino, sino un proceso de búsqueda de la verdad esencialmente humano, una búsqueda basada en argumentos y en pruebas empíricas refutables y reemplazables por otros argumentos y pruebas mejores. Educar es, en este sentido, preparar a los alumnos y alumnas para esa búsqueda, la cual no es ajena ni a la vida buena y justa ni a la salud mental y física: ese es el sentido primigenio de la pedagogía tal como la entendieron los griegos del siglo V antes de Cristo.

Una vez que la filosofía y la ciencia se hacen presentes en el proceso educativo –no sin resistencias, hay que decirlo— la crítica aparece como un aspecto sustantivo en la educación: criticar es someter al escrutinio de la razón y de la experiencia cualquier realidad o verdad, bajo el supuesto de que no hay realidades ni verdades definitivas. Así, los educandos deben prepararse para la crítica; deben aprender, desde muy temprano y a lo largo de su formación educativa, que no hay nada que no esté sujeto a discusión, que no hay nada que deba aceptarse con los ojos cerrados por ningún motivo, ya sea religioso, político o económico.

Llevado al límite, este enfoque no puede menos que chocar con la religión y con la educación religiosa. Porque, en efecto, en la religión hay verdades indiscutibles e inapelables, verdades que deben ser aceptadas sólo por fe, sin discusión alguna. Las sociedades occidentales, en general y después intensas batallas no sólo ideológicas, salvaron la situación con una solución de compromiso: se le dio al proceso educativo laico el peso decisivo en la formación de los alumnos y alumnas, dejándose a lo religioso el ámbito privado de la moral, a ser aceptado libremente –en el marco de otras opciones morales— por los ciudadanos y ciudadanas.

En América Latina se transitó el mismo camino con variantes importantes: para el caso, las obras educativas de carácter religioso –primero católicas y luego evangélicas— intentaron (e intentan) hacer coexistir los contenidos religiosos –materias de fe y religión, por ejemplo— con los contenidos laicos, regulados por las autoridades educativas nacionales.

Se trata, en este último caso, de soluciones que dieron un resguardo al poder religioso y que no socavaron la necesaria formación educativa en materias esenciales para el desarrollo y la modernización capitalista, tal y como el capitalismo se implantó en las sociedades latinoamericanas en el siglo XX.

Del lado de quienes promovían una educación exclusivamente laica, sin ningún influjo religioso, había argumentos suficientes para sostener que, además de conocimientos, la ciencia y la filosofía ofrecían a los ciudadanos y ciudadanas el horizonte normativo suficiente para llevar una vida buena. La matriz intelectual y cultural de esta visión es el pensamiento griego clásico, según el cual el conocimiento es inseparable de la virtud personal. La Ilustración se inscribió en la misma matriz y actualizó el optimismo clásico griego en el alcance moral del conocimiento filosófico y científico.

Pero lo religioso –ni como soporte suyo: lo mítico-religioso— salió de la escena cultural y educativa. Tanto por su peso y su poder institucional como por su arraigo en las prácticas, costumbres y tradiciones populares –en lo que algunos sociólogos llaman el “mundo de la vida”— lo religioso en sus diversas expresiones siguió presente en disputa, muchas veces franca, con las visiones educativas laicas.

La filosofía, la ciencia y tecnología –tampoco la democracia y el mercado— lograron colmar las ansias de ultimidad, de sentido y de trascendencia que parecieran estar inscritas en la naturaleza humana desde los más remotos tiempos. Tampoco lo hizo el arte, en sus distintas manifestaciones: música, poesía, pintura, escultura, novela, cuento, etc. En la época moderna, cada crisis social, política o económica fue vista como una oportunidad para que los abanderados de lo religioso –y de las religiones— arremetieran contra el laicismo y propusieran la vuelta a la fe en materia educativa. Nunca faltaron los que leyeron esas crisis como  crisis originadas por el abandono de la fe por parte de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

El conservadurismo y neoconsevadurismo europeo y norteamericano hicieron suya la causa de la defensa de la fe en todas las esferas de la vida social, especialmente en el ámbito de la educación. Conservadores y neoconservadores leyeron (y leen) las crisis de nuestro tiempo como crisis morales-espirituales. Y no sólo eso: luchan por convertir a la religión (la judeo cristiana) en fuente exclusiva y única de moralidad y espiritualidad, obviando no sólo el sólido contenido moral-espiritual de otras religiones, sino también de tradiciones culturales no religiosas –ateas y escépticas— que tienen mucho que decir en materia moral al hombre y la mujer de hoy.

Conservadores y neoconservadores se equivocan por partida doble: ni las raíces de las crisis que padecen las sociedades de ahora son esencialmente de naturaleza moral-espiritual ni la religión judeo-cristiana (y su texto fundamental: la Biblia) es la única, exclusiva, privilegiada y absoluta fuente de moral en la actualidad.

Es una fuente moral importante; no reconocerlo es absurdo. Pero hay otras fuentes de enorme importancia, cuyo desconocimiento –y más aún, la no puesta en práctica de sus enseñanzas— empobrece a los seres humanos. Pero esas fuentes religiosas –en toda su diversidad— deben ser leídas e interpretadas a la luz de la razón, con las exigencias textuales y contextuales que la misma exige, como condición para no caer en simplismos, dogmatismos y manipulaciones. Asimismo, se tiene evitar caer en la tentación de buscar soluciones morales-espirituales a problemas de naturaleza económica, social o política.

Aterrizando en El Salvador, erigir el texto bíblico como fuente exclusiva de moralización es, más allá de los intereses que se busca asegurar, una muestra de la cortedad de miras de quienes proponen semejante solución a problemas que se originan en ámbitos distintos a lo moral espiritual,  pero que repercuten en él.  La Biblia es una fuente moral, entre otras muchas, religiosas y no religiosas. Pretender convertirla en la fuente moral por excelencia es absurdo, por ir en contra de conquistas irreprimibles en el terreno de otras religiones y de las morales laicas.

El proceso educativo no puede renunciar, a estas alturas, a lo que con tanta dificultad ha llegado a definirlo: como un proceso de formación intersubjetiva que lleva a la búsqueda de la verdad, de manera crítica y fundada en argumentos y pruebas empíricas. Incrustar en la escuela una lectura literal, acrítica, descontextualizada y exclusiva de la Biblia puede significar un retroceso en lo que se ha logrado en la educación laica. Se estaría imponiendo en la conciencia de las nuevas generaciones unas enseñanzas religiosas particulares –no mejores ni superiores que otras—, violentado su libertad de elegir la mejor opción moral para su vida. Porque en el terreno moral nada puede ser impuesto, pues en el momento que ello sucede lo moral se desdibuja y el comportamiento se convierte en algo heterónomo, es decir, en algo ajeno (externo) a la propia voluntad y autonomía del individuo.

Tomado de L. A. González, Sociedad, cultura y educación. San Miguel, UGB Editores, 2013, pp. 177-182

Fuente:http://www.alainet.org/es/articulo/178296

Imagen: http://images.eldiario.es/sociedad/Conferencia-Episcopal-intransigencia-sociedad-religion_EDIIMA20150306_0247_14.jpg

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¿Laicidad o clericalismo a la inversa?

El pasado 7 de mayo, Raphaëlle Bacqué y Ariane Chemin publicaban un artículo de tres páginas en las columnas de Le Monde, titulado “Cisma a izquierda” y presentaban la querella franco-francesa sobre la laicidad y el islam como “la más violenta que nunca haya producido la izquierda en su interior desde hace mucho tiempo”. Este debate tiene una dimensión internacional evidente sobre la que quiero volver aquí, intentado recordar los términos de una concepción auténticamente socialista de la laicidad.

Cuando un catecismo expulsa a otro

En la tradición del líder socialista francés Jean Jaurès, la laicidad es sinónima de democracia: “no hay igualdad de derechos si el apego de tal o cual ciudadano a tal o cual creencia, a tal o cual religión, supone para él un motivo de privilegio o de desgracia”. Sin embargo, Jaurès no pretende aislar la religión de la sociedad, reduciéndola a un asunto privado. Para él, “es en una sociedad natural y humana donde ella evoluciona, [y ella] solo será una fuerza abstracta y vana, sin afianzamiento y sin virtud, si no está en comunicación con la realidad social” (Discurso de Castres, 1904).

Dos años antes, Edouard Berth, uno de los pioneros del sindicalismo revolucionario, una corriente que va a controlar la CGT francesa hasta 1914, estigmatizaba el “clericalismo a la inversa” de esos “alcaldes socialistas (que) pasan su tiempo en aprobar los decretos más extraños y extravagantes con el único objetivo de ‘fastidiar’ a los curas”. Continuaba: “nuestros soñadores de unidad dogmática, intelectualista y jacobina (…) tienen siempre una concepción dogmática de la unidad. La Fuerza, destinada a esta unidad mística y transcendental, sola, cambia; el gendarme del Estado y el maestro laico reemplazan al inquisidor y al monje ignorante”. Concluía: “la creencia en lo que Marx llamaba tan felizmente el sobrenatural democrático se ha instalado soberanamente en la actual conciencia socialista”.

Verdaderamente, la laicidad no debe ser considerada como un arma para luchar contra las religiones, aunque solo fuera porque ella defiende de forma intransigente la libertad de pensamiento, de opinión y de creencia (o de no creencia): “(…) si reclamamos para nosotros una libertad plena e íntegra –señalaba Berth– ¿vamos a trabajar para arrebatarla a los otros?”. De esta forma denunciaba la Ley de Asociaciones de 1901, votada sin embargo por quince socialistas, “más anticlericales que socialistas”, que introducía un régimen de excepción para las congregaciones religiosas. “Antiguamente, concluía, ello estaba en la unidad de un catecismo religioso que nuestros reyes soñaban que mantendría la unidad nacional; en la actualidad, nuestros demócratas esperan el mismo milagro social de un catecismo cívico” (“La política anticlerical y el socialismo”, La RevueSocialiste, noviembre 1902).

La laicidad bien entendida no propone sin embargo una actitud relativista. Encuentra así su expresión plena e íntegra en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, cuando estipula: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye (…) la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público (lo subrayamos) como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia” (art. 18). Pretender excluir a la religión de la esfera pública es pues una propuesta política explícitamente liberticida.

Combatir los integrismos

En el terreno religioso, el integrismo (un término reivindicado por los tradicionalistas católicos de inicios del siglo XX) y el fundamentalismo (un término nacido más bien en la galaxia protestante) son sin duda la expresión de dinámicas sectarias; va lo mismo de la ortodoxia judía, del salafismo musulmán o del hindutva de inspiración hindú: todas estas corrientes transmiten un discurso anti-democrático, patriarcal u homófobo, de orientación totalitaria, radicalmente opuesto a las aspiraciones de emancipación humana que deben encarnar los valores socialistas. Otras tantas razones para combatirlas sin tregua en el terreno de las ideas.

En el plano más netamente político, fuerzas poderosas se reclaman hoy de la ortodoxia religiosa, como la Nueva Derecha Cristiana en los Estados Unidos que, desde los años 1980, ha favorecido el deslizamiento conservador y belicista del Partido Republicano; los Católicos de Identidad, en Francia, que han formado el grueso de las tropas de “La Manifestación para Todos”; los sionistas religiosos en Israel, que defienden un punto de vista colonialista y racista; el RSS (Organización de los Voluntarios) o la Shiv Sena (Ejército de Shivaji), ligados al BJP en el poder en India y que promueven un nacionalismo ultra-reaccionario. Tienen por supuesto sus homólogas en el seno del islam, se inspiren en la teocracia iraní, en el Jamaat-e-islami pakistaní, bengalí o indio, en el salafismo saudí, en los Hermanos Musulmanes o en otras ideologíasdel mismo tipo.

En el curso de estos últimos decenios, organizaciones terroristas (“yijadistas”) se han desarrollado también en el caldo de cultivo del wahabismo, en ruptura con el quietismo político tradicional de la mayoría de los salafistas o del programa político conservador del islam político dominante. Ellas se han desarrollado en el marco de sociedades brutalizadas por la miseria extrema, por dictaduras torturadoras y por guerras neocoloniales. En 2013, asesinos provenientes de ese entorno han asesinado fríamente a dos de los principales líderes de la izquierda tunecina: Chokri Belaïd y Mohamed Brahmi. Más ampliamente, sus fechorías han espantado, en primer lugar, en los países musulmanes pero también en Occidente: Estados Unidos (2001), España (2004), Gran Bretaña (2005), Francia (2015), Bélgica (2016)…

¿Por qué habría que caer en la islamofobia para denunciar el carácter profundamente reaccionario y liberticida del islam fundamentalista? El wahabismo es una secta ultra- retrógrada, cuya promoción internacional se ha beneficiado –y se beneficia- de enormes recursos financieros de sus padrinos saudís, con la bendición de las potencias occidentales, especialmente durante la guerra fría para combatir al nacionalismo árabe tercermundista, y de la complicidad de los Hermanos Musulmanes. Asimismo, el islam político de diversas obediencias desarrolla un discurso neoliberal-conservador que no retrocede para conseguir sus fines ante el autoritarismo y la violencia, como muestra en la actualidad Recep Erdogan en Turquía.

Pertenencia religiosa y lucha social

Sin embargo, no hay que confundir el islam sectario y las corrientes políticas que se reclaman del mismo con los centenares de millones de musulmanes que viven su fe y su espiritualidad con respeto a los otros. Digámoslo alto y fuerte: llevar el velo, no comer cerdo o no beber alcohol, no tienen nada que ver con una profesión de fe integrista. Lo testimonian las decenas de millares de mujeres, en parte con velo, que han bajado a las calles de Túnez, el 13 de agosto de 2013, para defender el Código del estatuto personal de 1956, que establece el principio de igualdad entre mujeres y hombres en este país del Magreb.

Sobre el terreno social, un número creciente de entre nosotros –creyentes o no, cristianos, judíos, musulmanes o ateos- debe responder al aumento de las desigualdades, de la precariedad e, incluso, de la pobreza y la exclusión. Así, es organizando la resistencia común de las capas populares como una izquierda socialista digna de este nombre lleva el combate por la justicia social, contra la explotación del trabajo y las diferentes formas de opresión. En esta perspectiva, y también porque este compromiso es imagen de la sociedad que queremos, nosotros rechazamos todo compromiso con los racismos que oponen y dividen, lo mismo que con el llamado “conflicto de civilizaciones” que justifica hoy suvuelta a la escena.

Durante el período de entre las dos guerras, la derecha antisemita trataba a los militantes comunistas, o simplemente de izquierda, de judeo-bolcheviques o de judeo-masónicos. Hoy, se encuentran cruzados de lucha anti-religiosa para tratar a los antirracistas, que dan la alerta contra el auge de la islamofobia –una forma de racismo que esencializa la religión musulmana y sus adeptos para estigmatizarlos-, de islamo-izquierdistas. Es una acusación completamente gratuita y, como defensores de una laicidad que rima con democracia, comprometidos en el combate por la emancipación social, no nos reconocemos de ninguna forma en ese ridículo apodo.

Jean Batou. Miembro de la dirección de SolidaritéS -un movimiento anticapitalista, feminista y ecologista por el socialismo del siglo XXI- en Suiza, y editor del bimensual SolidaritéS. Profesor de Historia Internacional Contemporánea de la Universidad de Lausana, Suiza. Es autor de numerosas publicaciones sobre la historia de la globalización y los movimientos sociales.

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El Gobierno portugués corta las ayudas a los colegios privados

Fuente: La voz de galicia.es / 22 de Mayo de 2016

La Iglesia católica y la derecha arremeten contra la decisión

La polémica ha estallado con fuerza en Portugal tras el anuncio del Gobierno socialista que lidera Antonio Costa de poner fin al 60% de los acuerdos y subvenciones estatales a colegios privados, muchos de ellos de la Iglesia Católica, durante el próximo curso lectivo 2016-2017. Los acuerdos afectan a un número importante de centros que funcionan en un régimen similar al de los concertados españoles. Se firmaron en la década de los 80 del siglo pasado para que los alumnos de zonas rurales y poco pobladas, de norte a sur del país, sin oferta pública educativa o con necesidades especiales, pudieran recibir una educación gratuita sin tener que desplazarse muchos kilómetros.

De nada han servido los mensajes del jefe del Estado, el conservador Marcelo Rebelo de Sousa, pidiendo «una solución de sentido común, beneficiosa para ambas partes y sobre todo para los alumnos y profesores afectados por los recortes». La confirmación gubernamental la hizo el martes por la noche la secretaria de Estado de Educación, Alexandra Leitão, mano derecha del ministro de Educación Tiago Brandão Rodrigues, tras una larga reunión mantenida con la Asociación de Establecimientos Portugueses de Enseñanza Privada y Cooperativa (AEPP). Leitão avanzó que «solo 21 de los 79 colegios privados lusos con contratos de asociación los mantendrán como hasta ahora durante el próximo año lectivo». La secretaria de Estado afirmó también que «en septiembre 39 de los 79 centros no ofertarán los cursos de quinto de Primaria, primero de Secundaria y primero de Bachillerato». Añadió que «habrá otros 19 centros que tampoco podrán impartir todos los cursos de la enseñanza obligatoria a los alumnos».

 

Inflexibilidad

La reacción de los colegios privados afectados, de la Conferencia Episcopal lusa y de los dos partidos políticos de centro-derecha, el PSD del Passos Coelho y el CDS-PP de Assunção Cristas, no se han hecho esperar. Antonio Sarmento, presidente de la AEPP, acusó al Gobierno de Costa de dejarse presionar «e influir por los sindicatos, el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista para acabar con los contratos de asociación con los centros privados». Según declaró, «estamos indignados con la decisión del Ejecutivo, que ha demostrado muchísima inflexibilidad en las negociaciones a pesar de los llamamientos del presidente».

La presidenta del conservador CDS-PP, Assunção Cristas, ha criticado duramente la decisión de Antonio Costa que considera «totalmente injusta y partidista y que perjudica a millares de niños del interior del país». Cristas considera que la decisión del Ejecutivo luso es «una concesión a la izquierda y a los sindicatos más radicales».

El presidente de la Conferencia Episcopal portuguesa (CEP) el cardenal patriarca de Lisboa, Manuel Clemente, pidió inicialmente «un acuerdo por el bien de todas las partes». Señaló que «esta no es una polémica entre los colegios públicos y los privados». Clemente hizo pública su posición en una homilía durante las celebraciones de la Festividad de Fátima. La Iglesia tiene una gran fuerza de arrastre enPortugal.

Más de 10.000 niños afectados y mil profesores a la calle

Según la patronal que engloba a los centros afectados son más de 10.000 los niños y adolescentes del interior de Portugal que se quedarán sin la plaza que tenían hasta el momento. El próximo curso se les adjudicará una que, con toda probabilidad, estará lejos de su residencia dada las carencias del sistema público. Los profesores despedidos serán mil.

 

El enlace original de la noticia: http://www.lavozdegalicia.es/noticia/internacional/2016/05/19/gobierno-portugues-corta-ayudas-colegios-privados/0003_201605G19P24993.htm

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Esclavas del señor. Relatos de vida de mujeres que se emanciparon del Opus Dei

FERNANDO ÁLVAREZ-URÍA

En los últimos veinte años la publicación de biografías y autobiografías ha conocido en España un incremento exponencial.Las narraciones autobiográficas, un género que hasta ahora había tenido un especial predicamento en los países anglosajones, de raíces protestantes, proliferan ahora en los países de la Europa del sur, los países en los que impera el catolicismo. A las memorias de varones singulares, especialmente de políticos e intelectuales, se suman, como consecuencia de las luchas por la emancipación femenina, las biografías y autobiografías de mujeres. Existe sin embargo un subgénero, con frecuencia olvidado o relegado, pues se nutre de relatos secuenciados a lo largo del tiempo, en los que se recogen narraciones de vida en las que reflejan experiencias en organizaciones religiosas. Tal es el caso de algunos libros de mujeres que durante años fueron socias numerarias del Opus Dei, y que han optado por dejar de pertenecer a esta organización piramidal implantada en numerosos países del mundo. Sus testimonios, sistemáticamente silenciados o ignorados por los suplementos culturales y las revistas de libros, son una contribución especialmente valiosa para poner de manifiesto no sólo los esfuerzos de algunas mujeres para emanciparse de las tutelas de religiosas, sino también para desvelar la lógica de funcionamiento de pretendidasorganizaciones comunitarias que durante demasiado tiempo han permanecido protegidas por una espesa niebla de silencio y secretismo.

He seleccionado aquí los libros de cuatro mujeres españolas que fueron especialmente sensibles al sexismo que ejerce la Obra, en este caso en el interior de la organización, pues lo sufrieron en su propia carne. Las cuatro nos transmiten una percepción negativa de la prelatura personal fundada por Escrivá de Balaguer, a la que se adhirieron en un momento determinado, y a la que entregaron años de desinteresada dedicación. Nos referimos concretamente a los libros de María Angustias Moreno, María del Carmen Tapia, Isabel de Armas, y, en fin, al más reciente de Ana Azanza Elio/1. Estos libros no son siempre de fácil acceso, lo que refuerza la vieja imagen conspiratoria, de la que participan muchos enemigos del Opus Dei, que aseguran que los tentáculos de esta institución fundamentalista se extienden a periódicos, editoriales, librerías y bibliotecas.

Uno de los principales objetivos de la reaccionaria cruzada de recristianización en la que trabajan los discípulos de Escrivá radica en instituir un aura de santidad en torno a la Obra, lo que implica eliminar por todos los medios cualquier rastro de crítica que la pueda ensombrecer o empañar. En estas cuatro trayectorias de vida, que confirman buena parte de los análisis sociológicos realizados hace años por Alberto Moncada y Joan Estruch, las coincidencias en las críticas dan pie para objetivar regularidades discursivas, e incluso toda una formación discursiva articulada en torno a la siguiente lógica: todas estas mujeres creyeron de buena fe, cuando se afiliaron al Opus Dei, que optaban por santificar sus vidas, y contribuir a extender los valores cristianos, colaborando activamente en una organización benéfica, reconocida por la Iglesia. Tras sufrir una experiencia dolorosa, de constante mortificación del yo, denuncian el funcionamiento de una institución jerárquica, rígida, casi militar, en la que Escrivá, déspota severo, oficiaba como sumo pontífice, como autoridad sacralizada. Se refieren también a toda una serie de mecanismos de coacción y de manipulación de las conciencias, destinados a asegurar el sometimiento de los miembros de la Obra a la voluntad de los superiores. Todas ellas denuncian en sus libros el sexismo, el recurso a la santa intransigencia, para amordazar las libertades de los numerarios, y, en este caso, de las numerarias. En fin, concluyen que el Opus Dei, lejos de ser una institución cristiana, abnegada, y altruista, funciona como una secta antidemocrática, autoritaria, ansiosa de conseguir dinero y poder, una secta que, protegida por un mar de silencio y encubrimientos, se aprovecha de la buena voluntad de sus afiliados para extender sus tentáculos a lo largo y ancho de la vida social, una congregación religiosa muy alejada, en fin, de los ideales de pobreza y caridad que preconiza el verdadero cristianismo evangélico.

El libro de María Angustias Moreno, El Opus Dei. Anexo a una historia, data de diciembre de 1976, es decir, es posterior a la muerte de Monseñor José María Escrivá de Balaguer, marqués de Peralta, fundador del Opus Dei, que ha sido primero beatificado y posteriormente canonizado por la Iglesia católica. María Angustias señala sin embargo en el prólogo que la mayor parte de los apuntes que sirvieron de base al libro ya estaban redactados con anterioridad al momento en el que se produjo la muerte de Escrivá. La autora del libro permaneció en el Opus Dei como socia numeraria entre 1959 y 1973, es decir, cerca de catorce años, y con su estudio trata de proporcionar un testimonio meditado y madurado que sirva, entre otras cosas, para romper la muralla de silencio impuesta por el fundador, y por sus seguidores, sobre el funcionamiento de esta organización eclesiástica.

María del Carmen Tapia, por su parte, publicó en inglés en 1983 un conocido artículo en el que denunciaba el carácter sexista del Opus Dei/2. Tras el umbral, tal es el título de su importante y valiente libro, resulta un testimonio enormemente clarificador, pues su autora, que fue colaboradora directa de Escrivá en Roma, nos introduce en el centro del puesto de mando de la organización. En el número 36 de Vía di Villa Sacchetti, en el elegante distrito del Parioli, de la Ciudad Santa, se encuentra la casa central de la sección femenina delOpus Dei, la casa en la que la autora vivió seis años como numeraria. La puerta de la casa está cerrada, pero la autora invita a los lectores a entrar, a traspasar el umbral, para ir desvelando con ella los secretos inaccesibles a las personas que no pertenecen a la Obra. María del Carmen Tapia fue Vicesecretaria de San Miguel y Delegada de Italia, pero fue también durante diez años directora regional del Opus Dei en Venezuela, al frente de la sección de mujeres.

María de Carmen Tapia pidió el ingreso en el Opus Dei en 1948, cuando trabajaba como secretaria del sacerdote Raimundo Panikkar en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en donde el Opus Dei aún cuenta en la actualidad con un enorme elenco de presuntos investigadores. Tapia permaneció en esta organización hasta 1966, cuando en Roma fue obligada por Monseñor Escrivá a pedir su dimisión. Estuvo por tanto 18 años en la Obra, en la que desempeñó importantes puestos de responsabilidad. En su libro considera al Opus Dei como una iglesia dentro de la Iglesia, con todas las características de una secta. Su testimonio es de gran valor no sólo por la singular proximidad que tuvo con el Fundador, y por los importantes puestos que desempeñó, sino también porque explícitamente quiere llenar una laguna sobre las mujeres en esta organización: “no hay nada de fondo escrito sobre las mujeres del Opus Dei, escribe, si se exceptúa el testimonio de María Angustias Moreno referido solamente a España”. El libro está escrito como si se tratase de una autobiografía en la que resume los casi 18 años del itinerario personal de la autora en el interior de una institución religiosa que, siguiendo al sociólogo norteamericano Lewis Coser, se podría definir como una institución voraz, una red institucional que exige de los miembros una entrega total a la causa. María de Carmen Tapia considera al Opus Dei como la organización más conservadora, retrógrada y sectaria de la Iglesia Católica Romana. El viaje narrado es personal, pero la autora de libro hunde el escalpelo, como si se tratara de un cirujano experimentado, en la piel de este gran tinglado eclesiástico, como si se tratara de una lección de anatomía, para realizar la anatomía de su lógica de funcionamiento. Uno de los medios a través del cual el Opus Dei encamina a sus adherentes al fanatismo, escribe, es precisamente “abolir de sus mentes, bajo pretexto de formación, todo aquello que, de cerca o de lejos, se asemeja a la más velada crítica a la institución”. Al igual que María Angustias Moreno, con quien en múltiples ocasiones coincide, María del Carmen Tapia nos presenta en el libro una crítica de la secta en la que militó, y hace su denuncia no sólo para descargar su conciencia, sino también, y sobre todo, por el bien de la Iglesia católica, en la que sigue confiando.

La principal originalidad del Opus, frente a los jesuitas y otras órdenes religiosas que conocieron una gran expansión durante la contrarreforma católica, es precisamente la búsqueda de la santificación de los miembros en el ejercicio de la actividad profesional en el mundo. El Opus Dei responde por tanto a un proceso de secularización de las sociedades modernas, se enfrenta a la laicidad, sin renunciar a participar plenamente en la vida social y política. El objetivo no es sin embargo propiamente moderno, pues lo que pretende la Obra es la recristianización de la sociedad para hacer frente a los avances de la secularización y al laicismo. Se podría decir que el modelo en el que se mira el Opus Dei como en un espejo es a la vez la Institución Libre de Enseñanza y la Asociación Católica de Propagandistas, más conocida como la Acción Católica. De la ILE retoma el interés por las élites y su formación intelectual. De la Acción Católica la voluntad de recristianizar el mundo moderno, en la línea marcada por el pontificado de León XIII. Frente a los que identifican la modernidad con la salida de la religión, el Opus, que se formó, consolidó y expandió a la sombra de la dictadura franquista, adopta una imagen de marca caracterizada por partir de la secularidad para recatolizar a las sociedades sin Dios.

El libro de Isabel de Armas, Ser mujer en el Opus Dei. Tiempo de recordar, se publicó en 2002, y en él transmite con claridad la sensación liberadora que invadió a la autora cuando abandonó el Opus Dei, una organización en la que, como ella misma expresa, no dejaba espacio para respirar: “allí dentro nos atiborraban con frases hechas, consignas, reglamentos, normas, intenciones semanales y mensuales…”.Isabel de Armas, una joven como Carmen Tapia “de buena familia”, pues las dos provienen de familias de la alta burguesía madrileña, tuvo su primer contacto con el Opus Dei cuando aún era muy joven, en 1960, cuando estaba cursando el quinto curso de bachillerato. Estudió en un colegio de monjas, en el Colegio de la Asunción de la calle Velázquez en Madrid, y entonces el Opus le pareció un mundo más moderno y más abierto que el de las monjas. Idealista, educada en los valores religiosos cristianos, le atraía de la prelatura personal la idea de un cristianismo secular. Estudió en la Escuela Oficial de Periodismo, y señala que en esta elección de carrera tuvo mucho que ver la Obra. Tras el plan de estabilización de 1959, en la España franquista de los años sesenta, se produjo un impulso modernizador en el que ejerció un fuerte peso el turismo masivo, y el nacimiento de la contracultura. En el ámbito católico el Papa Juan XXIII inició un proceso de aggiornamento de la Iglesia católica y convocó el Concilio Vaticano II que se abrió en Roma el 11 de octubre de 1962. Toda una serie de teólogos que habían sido relegados por el Vaticano, especialmente holandeses, alemanes y franceses, intentaron airear los santos recintos enrarecidos de la Iglesia, acartonados y apergaminados, momificados por el paso del tiempo. Un signo de identidad de la nueva contracultura secular era entonces la incorporación de las mujeres a la vida social y política, es decir, el cuestionamiento del estatuto de las mujeres identificado con la maternidad y con el encierro en la intimidad del hogar.

Isabel de Armas y Serra, periodista de profesión, fue numeraria del Opus Dei durante cerca de nueve años, más concretamente entre 1966 y 1974. El día de San José, el 19 de marzo de 1966, tuvo lugar su admisión como numeraria adscrita. Entraba así en una organización vertical, antidemocrática, regida fundamentalmente por varones que han adquirido las órdenes sagradas. Y es que el Opus Dei es una sociedad autoritaria, dirigida por clérigos, una institución que a su vez se inserta en la organización jerárquica de la Iglesia católica presidida por el Santo Padre, el obispo de Roma, rodeado a su vez de cardenales, abades, obispos y arzobispos, e incluso de una guardia pretoriana, la guardia vaticana, con sus vistosos trajes diseñados por Miguel Ángel, un cuerpo en el que tampoco hay cabida para las mujeres. Isabel de Armas publicó más recientemente otro libro, La voz de los que disienten. Son libros importantes, pero silenciados sistemáticamente en un país que no acaba de emanciparse de las telarañas tejidas durante siglos por la Iglesia católica.

El libro de Ana Azanza Elio, titulado Diecinueve años de mi vida caminando en una mentira: Opus Dei, se edito en Úbeda en el año 2004. La autora, doctora en filosofía y profesora en un instituto de enseñanza secundaria en Andalucía, escribe el libro para evitar que otras personas cometan el error que ella misma cometió al convertirse en numeraria del Opus Dei, es decir, “entrar en un sistema que reprime al máximo los mejores sentimientos de las personas”.

Perteneciente a una familia de la burguesía de Pamplona, muy vinculada al Opus Dei, Ana Azanza señala que tuvo relación con la Obra cuando tenía 14 años, y que ingresó en ella cuando tenía tan sólo 16, es decir, una edad especialmente inmadura en la que la manipulación de las conciencias, en nombre de una presunta vocación sobrenatural, resulta especialmente fácil. El Opus Dei promete a los adeptos que respondan a una presunta llamada de Dios para incorporarse a sus filas la felicidad y la santidad, es decir, podrán disfrutar de la felicidad en la vida eterna, en el más allá, pero a cambio deben entregar por entero en este mundo su vida a una organización militante que los acoge con júbilo para instrumentalizarlos sin escrúpulos. Como señala Ana Azanza “en el Opus solo piensan en su propio prestigio”. El control de las vidas de los numerarios es total, lo que contradice la libertad del cristiano, pues, como escribe en su libro, “es imposible que el Espíritu Santo esté donde no hay libertad”.

La presencia de miembros del Opus Dei en el campo de la política, y también en el mundo académico, especialmente en las Universidades y centros de investigación, como el CSIC, no deja de resultar inquietante a la luz de estos testimonios, y más si se tiene en cuenta que el artículo 58 de las Constituciones de 1950 del Opus Dei, traducidas por Agustín García Calvo en el libro de Jesús Infante sobre la Santa Mafia, establecía textualmente que “tanto los socios numerarios como los supernumerarios consultarán con los superiores toda clase de cuestiones importantes de tipo profesional y social, aunque no constituyan materia directa de voto de obediencia”. En esta España, que avanza con demasiada lentitud hacia la democratización de las instituciones y la separación entre la Iglesia y el Estado, nos inquieta tan sólo pensar en la imagen orwelliana de un Gran Hermano que a través de socios y simpatizantes extiende sus redes de poder desde el Secretariado General en Roma hasta los centros neurálgicos de los gobiernos autonómicos y del Estado, así como sobre organizaciones públicas y privadas, sirviéndose de la coartada de contribuir a la mayor gloria de Dios. En el interior de este proyecto totalitario, en el que “unos mandan sobre otros y deciden los más mínimos detalles de la existencia de los demás”, a las mujeres se les asigna un papel muy preciso: someterse humildemente a la voluntad de sus superiores varones, especialmente eclesiásticos, y negarse a si mismas para convertirse en las esclavas del Señor. Afortunadamente no siempre triunfa este programa de dominación masculina. Estas cuatro mujeres, sensibles, sinceras, ilustradas, prueban con las denuncias que valientemente formulan en sus historias de vida que aún en las condiciones mas adversas es posible optar por la libertad.

Notas

1/ Cf. María Angustias MORENO, El Opus Dei. Anexo a una historia, Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1992, 5ª ed.

María del Carmen TAPIA, Tras el umbral. Una vida en el Opus Dei, Ediciones BSA, Barcelona, 1992.

Isabel de ARMAS, Ser mujer en el Opus Dei. Tiempo de recordar, Foca Ediciones, Madrid, 2002.

Isabel de ARMAS, La voz de los que disienten. Apuntes para San Josemaría, Tres cantos, Foca, 2005.

Ana AZANZA ELIO, Diecinueve años de mi vida caminando en una mentira: Opus Dei, El Olivo, Úbeda, 2004.

2/ Cf. María de Carmen TAPIA, “Good housekeepers for Opus Dei”, National Catholic Reporter, 27-05-1983, pp. 10-13.

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Madrid: Continúa el descenso de alumnos que cursan la asignatura de religión católica

www.hoy.es/12-04-2016/ Por: EFE

La tendencia a la baja se detecta respecto al total de alumnos escolarizados (pasa del 63,5% del curso pasado al 63% del actual), aunque este año hay 145.446 estudiantes de religión más que el año pasado.

El 63% de los alumnos escolarizados este curso 2015-2016 en Infantil, Primaria, Secundaria Obligatoria (ESO) y Bachillerato ha optado por la asignatura de religión católica, lo que supone un ligero descenso con respecto al curso anterior (63,5%) y consolida la tendencia de los últimos años.

En su informe anual sobre la opción del alumnado por la enseñanza religiosa católica, la Conferencia Episcopal Española (CEE) ha explicado que del total de 5.811.643 alumnos escolarizados 3.666.816 reciben esta materia. «El descenso global respecto al año anterior no es muy significativo», según la CEE, que alude en su nota a las «dificultades» por las que pasa la enseñanza de religión como «la secularización» que vive España y que «introduce una censura de la dimensión religiosa de la persona humana».

La CEE reconoce la tendencia a la baja en estas cifras al mismo tiempo que las achaca a que «en la vida pública, el silencio sobre Dios se ha impuesto como norma indiscutible». No obstante, en este curso ha subido del 51,9% al 53% el porcentaje de matriculaciones en religión católica en los centros públicos, mientras que ha bajado en los centros de iniciativa social (concertados y privados): del 99% al 97% en los de titulación canónica y del 68,9% al 60% en los de titulación civil.

Diferencia por etapas y centros

En cuanto a las etapas educativas, se ha incrementado, al igual que pasó el curso pasado, el número de alumnos de Bachillerato que optan por esta asignatura, pasando del 41,2% al 49% en el total de los centros, así como el número de alumnos de la ESO (que ha ascendido del 53,9% al 55%).

Pero el porcentaje de estudiantes de Bachillerato que ha escogido la religión católica es diferente según la titularidad del centro, y solo ha subido en los públicos (del 23,7% al 39% este curso). Por el contrario, ha bajado en los concertados y privados (del 98,1% al 94% en los de titulación canónica y del 52,1% al 41% en los de titulación civil). En Educación Infantil, sin embargo, el porcentaje ha descendido en el total de los centros (del 67,5% al 64%) como ha ocurrido en Primaria (del 71,2% al 70%).

Una asignatura voluntaria

Los obispos han animado a los padres y educadores cristianos a reclamar sus derechos a la hora de inscribir a sus hijos en clase de religión como establece la vigente legislación. Recuerdan asimismo que «en una democracia sana» las administraciones centrales y autonómicas deben favorecer la educación elegida por las familias y estudiantes «sin intentar imponer otras concepciones éticas».

«Al Estado no le corresponde imponer su visión del mundo y del hombre ni una ética determinada, sino servir al pueblo, formado por diversas sensibilidades, credos y formas de entender la vida», ha subrayado la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis encargada de hacer esta estadística con los datos de las 69 diócesis encuestadas.

Estos datos responden al segundo curso de implantación de la Lomce, que obliga a los centros a ofertar la religión católica en todas las etapas menos en el Bachillerato. Es una asignatura voluntaria para los alumnos, que pueden elegirla frente a otra materia sobre Valores.

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