Por: Antonio Pérez Esclarín
n estos días en que estrenamos nuevo año, quiero insistir en que el verdadero objetivo de toda educación, y en consecuencia la tarea esencial de padres y educadores, es enseñar a vivir con autenticidad, a ser dueños de la propia vida, para convertirla en don y servicio a los demás.
La vida es un don maravilloso que nos fue dado graciosamente, como el más sublime de los regalos. Nadie pudo elegir nacer o no nacer, ni tuvo la posibilidad de escoger su forma física, su tamaño, el color de sus ojos, los tipos de su inteligencia. Tampoco pudo seleccionar a sus padres, ni el país donde nacer ni el tiempo histórico. Todos nacimos en una determinada matriz cultural que marca lo que somos y hacemos, lo que pensamos y creemos. Somos hijos de una familia concreta y de un país que debemos conocer, querer y servir. Somos únicos e irrepetibles y debemos asumir la vida con asombro, agradecimiento y humildad.
Nos dieron la vida, pero no nos la dieron hecha. Los seres humanos somos los únicos que podemos inventarnos a nosotros mismos e inventar el mundo. Como repetía Paulo Freire, la educación tiene sentido porque los seres humanos somos proyectos y podemos tener proyectos para el mundo. El futuro no es sólo porvenir, es sobre todo por-hacer. Los seres humanos somos creadores de nosotros mismos; la vida es un viaje y cada uno decide su destino. Podemos vivir dando vida o aplastando la vida. Por ello coexisten los santos y los criminales, personas dispuestas a matar y personas dispuestas a dar la vida por salvar a otros.
Enseñar a vivir plenamente es enseñar a ser libres. Pero la libertad que es autonomía responsable y superación de caprichos y ataduras, se confunde cada vez más con su contrario: la total dependencia, la esclavitud al mercado, los caprichos, las seducciones o las órdenes. Por ello, cuanto más se llenan las personas de cadenas, más libres se sienten.
Hoy hace falta mucho valor para ser libre, para salirse del rebaño y levantarse del egoísmo y la sumisión al vuelo valiente de la autonomía y el servicio. De ahí la necesidad de una educación que forme la voluntad y enseñe el coraje, la constancia, el vencimiento, el sacrificio, valores esenciales para llegar a ser libres.
En un mundo que cada vez más nos va llenando de cadenas, la genuina libertad debe traducirse en liberación, en lucha tenaz contra todas las formas de opresión, dominación y represión. Sólo donde hay libertad, hay disponibilidad para el servicio que ayuda a los demás a romper sus propias ataduras. Ser libre es, en definitiva, vivir para los demás, disponibilidad total para ayudar a cada persona a desarrollar sus potencialidades y lograr su propia autonomía, combatiendo todo tipo de dependencia y sumisión.
Somos libres, en definitiva, para amar, para servir. Toda auténtica vida humana es vida con los otros, es convivencia. La persona humana es imposible e impensable sin el otro. Como decía Albert Camus, “es imposible la felicidad a solas”. Lo propio del ser humano, lo que nos define como personas, es la capacidad de amar, es decir, de relacionarnos con los otros buscando su bien, su felicidad. Por ello, sólo será posible convivir, es decir, vivir con los demás, si aprendemos a vivir para los demás, pues el servicio es la forma más auténtica de expresar el amor. Vivir como un regalo para los demás, vivir sirviendo siempre, vivir combatiendo todo tipo de dominación, manipulación y explotación, es el medio privilegiado para encontrar la plenitud y la felicidad.
Fuente: http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/aprender-vivir-servir_634068