… nunca llega si la estamos esperando
¿Cómo? ,¿cuándo? y ¿Por qué?
son demasiadas preguntas para hacerle al destino
a veces estamos finos y otras veces nada que ver
pues hay que caminar antes de empezar a correr
(Calamaro, las oportunidades, https://www.youtube.com/watch?v=6YESgbA8fGI )
Mis hijas Nathaly, María Eugenia y Parrita un día me preguntaron si lo mío con la educación había sido siempre vocación. Después de explicarles que mi perspectiva científica no consideraba la iluminación celestial (vocación) como un condicionante profesional y mi formación en la teoría crítica me había enseñado que los hombres y las mujeres somos un producto social, y que por lo tanto consideraba que mi llegada a la docencia tenía una raíz histórica social concreta, procedí a narrarles los entretelones de mi arribo a lo que hoy considero una práctica vital en mi vida. Trataré de reproducir los detalles de este desembarco, con la sola intención de resaltar que desde todos los caminos y lugares llegamos para quedarnos en una de las profesiones más dignas y hermosas: la educativa; ruego me disculpen quienes querían escuchar una respuesta distinta de mi parte.
Provengo de una familia de clase trabajadora que entendía -y entiende- el estudio como un camino para comprender el mundo, ser mejores seres humanos y en consecuencia trabajar por la justicia social. En casa a pesar que mis viejos apenas si culminaron la primaria, siempre había más libros que comida. Cómo no había dinero para viajar en las vacaciones, explorábamos todos los rincones del mundo y el universo de la mano de Julio Verne, Emilio Salgari, Robinson Crusoe, Jonathan Swift, Stefan Zweig, Rómulo Gallegos o Hans Christian Andersen; en los recesos escolares las paredes y los muros de la casa se convertían en nubes y estrellas que traían piratas, elefantes, naves espaciales y gigantes y nos transportaban a ríos, mares y montañas.
Quizá por ello me incorporo a la actividad política de izquierdas a solo un par de semanas de haber iniciado el séptimo grado o primer año del Ciclo Básico del bachillerato. Con un par de meses en el liceo, con la camisa azul del uniforme, me encontré un día sobre una tarima arengando a mis compañeros contra las medidas económicas del gobierno de ese entonces, denunciando a los americanos que habían invadido a Vietnam –aunque ya habían sido derrotados por el vietcong- y a los rusos por su revisionismo, hablando del mayo francés, la necesidad de cambiar la educación e invitándoles a ir al cine club que recién habíamos conformado.
Coreando “no basta rezar, hacen faltan muchas cosas para conseguir la paz” o “el cielo encapotado anuncia tempestad, oligarcas temblad viva la libertad” marchábamos en un momento en el cual era común realizar un promedio de dos manifestaciones semanales. Eran tiempos de democracia de la calle, definir la frase que iba en la pancarta nos podía llevar una noche entera … pero también lográbamos arrancar una que otra mirada tierna de las compañeras y algún beso robado.
En la Escuela Técnica donde cursé el ciclo diversificado, ya con camisa marrón, se estudiaba para maestro(a), perito agropecuario menciones zootecnia o fitotecnia, para enfermería y demostradoras(es) del hogar. No quise inscribirme para los cursos de maestro aunque ya me había leído muchos de los libros de Paulo Freire, Piaget y los textos de Simón Rodríguez con motivo de los círculos de estudio que organizaban los compañeros(as) de la normal. Preferí estudiar zootecnia para trabajar y acompañar a los campesinos en sus procesos de organización, ya conocíamos los trabajos de Fals Borda y habíamos tenido la oportunidad de conversar con muchos hombres y mujeres del campo que huían de la violencia en Colombia.
Pero al graduarme e intentar buscar empleo el peso de la realidad me hizo tambalear planes. A todos los lugares donde iba con mi título y currículo, los antecedentes políticos hacían que los burócratas prohibieran el ingreso a cualquier cargo. En mi caso, y el grupo de compañeros con los que militaba, estábamos en el peor de los mundos, porque para colmo pertenecíamos a corrientes críticas de la experiencia soviética post leninista. Ni la derecha ni la izquierda ortodoxa nos abrían puertas. Un día un amigo se me acercó y me dijo: –donde están necesitando personal urgentemente es el “Albergue de Menores” donde se institucionalizaba a los jóvenes con déficit de inserción social.
Al día siguiente me presenté en la Dirección Seccional del Instituto Nacional del Menor (INAM), institución creada después de la reforma dirigida por la ex monja Teresa Barnola durante el primer gobierno de Rafael Caldera. En ese periodo, las instituciones del viejo Consejo Venezolano del Niño (CVN) habían sido separadas totalmente del Ministerio de Educación, arrebatándoles su perspectiva pedagógica; pero de eso me enteraría años después y esa es otra historia. Al recibirme el director seccional me indicó que efectivamente necesitaban personal para Maestros Guías en esa institución, pero que conociendo mis antecedentes políticos él no podía arriesgar su cargo, porque el partido lo sacaría del puesto al saber que me había empleado. Cuando me estaba retirando de la oficina el mismo Director seccional me interrogó si estaría dispuesto a ir a concursar en Caracas[i]. Me indicó que si llegaba como ganador del concurso con una orden del nivel central, el no tendría problema para emplearme y el partido no lo echaría del cargo. Pensando en la tragedia del funcionario quien se debatía entre la lealtad a sus jefes políticos y la necesidad institucional de personal, considere privilegiada mi situación; en consecuencia acepté. Viaje días después a la sede del INAM ubicada en los Chorros, Caracas, donde después de una semana de pruebas y entrenamiento rápido me expidieron el certificado que me habilitaba para trabajar en la institución ubicada en mi Estado.
El Director del centro se sorprendió cuando me vio llegar el lunes con un oficio del Director seccional, en el cual se anexaba mi habilitación para trabajar allí. Me presentó con el otro “maestro Guía” que sería mi compañero de guardia. Me explicó que los dos trabajaríamos diariamente con los jóvenes y, que por turno había cuatro maestros en dos instalaciones separadas. Mi compañero y yo laboraríamos de 7 am a 7 pm en el área principal que contaba con dos salones enormes habilitados como dormitorios. Al quedar solo con Adrian -el compañero de turno- observe el espacio donde estaban confinados los jóvenes el cual estaba conformado por dos dormitorios, uno con el nombre de “Andrés Bello” y el otro de “Simón Bolívar”. Cada uno albergaba unos sesenta muchachos acomodados en literas. Después de explicarme los procesos administrativos de llenar planillas y el parte de novedades, mi nuevo compañero de trabajo tomó el periódico y se puso a leer. Yo me senté como esperando el paso siguiente. Pasados unos minutos le pregunté: -¿y que hacemos aquí con ellos? Él se quedo mirándome con los lentes a media nariz y me dijo: –es fácil…. A las siete de la mañana cuando lleguemos los sacamos a los baños para que se cepillen, aseen y los formamos para ir al comedor. Los acompañamos cuando van a desayunar … luego le pedimos a dos de ellos que reúnan todas las bandejas y cubiertos y los lleven al lavaplatos. Posteriormente regresamos con ellos a nuestra área de trabajo, les pedimos que vayan a los baños a cepillarse y los volvemos a llevar a sus dormitorios,. El proceso se repite a las 11:45 am y a las 5:45 pm. Volvió a la lectura del periódico. Yo atónito mire para todos lados y vi que detrás de una de las paredes, los ladrillos cruzados -que dejaban orificios para mejorar la ventilación del lugar- se podía ver que había una cancha de basquetbol junto a un pequeño huerto abandonado. Volví a hablarle a mi compañero señalándole: –Esto es entonces un trabajo más de celador que de maestro guía. Por qué no sacamos un rato a los muchachos a hacer deporte? Adrian volvió a mirarme con cara de molestia y me dijo: –Ese es el trabajo aquí. No los sacamos porque no tenemos balones y porque no somos profesores de educación física. Durante el resto del día apenas si cruzamos palabras y mi crisis cognitiva respecto a donde había ido a parar era terrible. Yo que había manifestado centenares de veces en los últimos años a favor de la libertad y contra cualquier forma de violencia ahora estaba convertido en una especie de guardián.
Esa noche busque un balón de básquet que tenía en casa y le pedí a mis amigos un par más. El día de la guardia siguiente llegué al albergue con mis tres balones y vestimenta deportiva. Cuando Adrian me vio llegar así me preguntó: –y eso? No te quedaste ayer en tu casa o vas esta noche a algún campeonato? Le respondí: No, traje estos balones para que podamos sacar hoy a los muchachos a la cancha. Adrian enrojeció y me respondió lacónicamente: –Yo trabajo bien así, si tú quieres ponerte a inventar con eso tienes que pedir autorización del Director.
Toqué la puerta de la oficina del Director del Centro y le explique que quería sacar los muchachos a la cancha y para ello había traído tres balones. Me miró fijamente y solo atinó a expresar: –Maestro usted es medio cabeza caliente. Está bien le autorizo a salir con diecinueve muchachos pero debe firmarme el acta de responsabilidad, por si ocurre algún incidente. Le expresé que no tenía inconveniente y en efecto firme el acta. Bajé feliz a mostrarle la autorización a mi compañero a ver si se animaba. Por el contrario me miro despectivamente y se fue a otro lado. Abrí el dormitorio “Andrés Bello” y saque a formar a 19 de los jóvenes. Algunos protestaron porque no salían ellos. Les expliqué que los estaría sacando de manera rotativa.
Formé a los diecinueve e hice una lista con sus nombres en un cuaderno de control de las actividades deportivas que considere pertinente iniciar. Salimos a la cancha, distribuyendo la mitad en cada uno de los parales con aros. Organizamos jugar con el método del reloj mientras calentábamos para iniciar varios mini partidos. Los muchachos estaban felices. Pasaron unos quince minutos y yo me incluí en uno de los grupos para probar puntería de encesto en el aro.
Al rato escuche un ruido en el tablero que estaba usando el otro grupo. Dos muchachos daban la “pate gallina” a sus compañeros quienes alcanzaban el aro, se ubicaban en el bode del tablero y saltaban al borde de la pared que encerraba la cancha. Luego se perdían de mi vista al saltar para alcanzar la calle. Comencé a correr de un lado a otro, de cancha en cancha, pero cuando lograba bajar a uno de ellos o evitar que siguieran haciendo la “pata de gallina” en uno de los lados, en el otro seguían haciéndolo. Al final se fueron dieciséis, y quedaron tres, quienes se sentaron mirando el piso de la cancha. Me les acerqué y lo único que atiné a preguntarles fue: –Y ustedes por qué no se fueron?. Uno de ellos levantó la mirada y me dijo: -No maestro … ya nos informaron que esta semana salimos en libertad, por eso no nos fuimos.
Entré con tres muchachos y los balones. La mirada de alegría de mi compañero era inocultable. Ubiqué a los muchachos en el dormitorio y me dirigí al despacho del Director para notificarle. Evidentemente el me estaba esperando y al verme me comentó: –ya me informaron maestro. Tiene que hacer un informe detallado e ir a declarar a las instancias pertinentes. Usted inventa demasiado.
Una mezcla de impotencia y rabia me invadía. En todas las instancias donde tuve que informar de la fuga masiva la última pregunta era: –¿Usted lo va a volver a hacer? En cada una de las oportunidades respondí: –Sí. Yo soy un Maestro Guía … a mi me pagan por facilitar educación, cultura, deportes, etc. Yo cumplo con mi trabajo que cada quien cumpla con el suyo; quien le corresponde garantizar vigilancia y seguridad que la haga adecuadamente sin menoscabar las labores educativas.
En la procuraduría de menores me alentaron a seguir trabajando en esa línea educativa. Cuando salí de allí tome plena conciencia que nuestros cargos no se correspondían a nuestra formación profesional y que la mayoría del personal carecíamos de herramientas pedagógicas para abordar el trabajo. Regresé al Centro y comencé a motivar a mis compañeros para organizar el primer sindicato de trabajadores de la educación del INAM y juntos iniciamos los trámites para la puesta en marcha de un curso de profesionalización para el sector. No se me volvieron a fugar … por la cancha … e ir a hacer deporte con ellos se hizo una rutina con el consenso de todos quienes laboramos allí.
A la mañana siguiente fui y me inscribí en el Pedagógico y desde ese momento digo con orgullo, que los jóvenes con déficit de inserción social me hicieron maestro, por ello mi eterno agradecimiento con ellos y compromiso con trabajar una perspectiva educativa en su abordaje.
Ahora que conoces mi camino recorrido para llegar a la docencia, si eres educador(a), consideras que ¿llegaste a la docencia por vocación o por una dinámica histórico-social concreta? ¿es la educación una profesión que demanda compromiso social o se debe circunscribir a los procesos formativos? ¿es posible generar propuestas pedagógicas para trabajar la especificidad de los jóvenes con déficit de inserción social? ¿Si la vocación no es real tienen sentido la orientación vocacional? ¿estarías dispuesto(a) a trabajar en un relanzamiento de la perspectiva pedagógica para los jóvenes con déficit de inserción social institucionalizados? Juntémonos para hacer posible los sueños
[i] La Dirección Seccional estaba ubicada a casi 1000 kilómetros de la capital del país, Caracas