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Película: El Club de los poetas muertos.

El Club de los poetas muertos es una película estadounidense de 1989 con guion de Tom Schulman, dirigida por Peter Weir y con Robin Williams como actor principal.
Fecha de estreno: 2 de junio de 1989 (Estados Unidos)

El Club de los poetas muertos Protagonizada por Robin Williams, narra el encuentro de un profesor de literatura con un grupo de alumnos durante 1959 en la Welton Academy (Vermont), institución antañona y prestigiosa.

Valiéndose de la poesía, el profesor inspira un cambio en el transcurso vital de la historia de la vida de sus alumnos. Ganó un Oscar al mejor guion original. En 1991 se publicó una adaptación del guion original, en forma de novela, escrita por la editora Nancy H. Kleinbaum.

Fuente: https://youtu.be/AO7-P3cnQoY

Imagen:https://i.ytimg.com/vi/QLC6JfWInyg/maxresdefault.jpg

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Venezuela: Un día como hoy mueren Sigmund Freud y Pablo Neruda

América del Sur/Venezuela/23 de septiembre de 2016/www.eluniversal.com

Como primer hecho histórico acontecido un día como hoy, está el descubrimiento del planeta Neptuno. Años después fallece el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud y 34 años más tarde el famoso poeta Pablo Neruda.

 

Un día como hoy fallece en Londres, el famoso creador del psicoanálisis Sigmund Freud. El método que desarrolló se basa en  que un analista escucha y trabaja con conflictos inconscientes sobre la base de asociaciones libres, sueños y fantasías del paciente. Las teorías de Freud sobre la sexualidad infantil, la libido y el ego, entre otras, fueron algunos de los conceptos académicos más influyentes del siglo 20.

Fue un ávido lector amante de la literatura. Leyó a William Shakespeare en inglés a lo largo de toda su vida, sugiriéndose que gran parte de su conocimiento de la psicología humana puede haber sido derivada de las obras de Shakespeare.

Sus estudios universitarios comenzaron en la carrera de derecho hasta que un día asistió a una conferencia en la universidad acerca del ensayo sobre la naturaleza (atribuido a Goethe), y sus gustos cambiaron a la medicina graduándose de esta hermosa profesión en 1881.

Freud en un comienzo fue influenciado por su amigo y colega vienés Josef Breuer, que había descubierto que el proceso de expresión mejoraba la vida de una paciente que sufría de histeria. Inspirado por Breuer, Freud comenzó a teorizar que diversas neurosis tenían sus orígenes en las experiencias profundamente traumáticas ocurridas en el pasado del paciente. Su tratamiento consistió en hacer que los pacientes recordaran su experiencia y las volvieran concientes para deshacerse de los síntomas neuróticos. Freud y Breuer publicaron sus teorías y hallazgos en un estudio de la histeria en 1895.

Freud continuó refinando su propio argumento y, en 1900, publicó «La interpretación de los sueños.» En 1901 publicó «Psicopatología de la vida cotidiana» y, en 1905, «Tres ensayos sobre la teoría sexual.» En su momento Freud no tuvo el reconocimiento que tiene hoy.

Como datos curiosos respecto de su personalidad cabe destacar que era un gran supersticioso, estaba obsesionado con los números 23 y 28 y tenía un temor inexplicable al número 62, nunca se hospedaba en un hotel con más de 62 cuartos. También tenía fobia a los helechos y no le gustaba comprar ropa, solo se permitía tener tres trajes, tres mudas de ropa interior y tres pares de zapatos.

  • 1973: Muere Pablo Neruda

34 años después fallece en Santiago de Chile, Neftalí Ricardo Reyes Eliecer Basoalto, mejor conocido como Pablo Neruda. Fue un reconocido poeta ganador del Premio Nobel Literatura 1971, además de ser senador chileno, miembro del Comité Central del Partido Comunista y embajador en Francia.

Neruda nació el 12 de julio de 1904, en la ciudad chilena de Parral. Su obra, traducida y publicada en numerosos países, ha servido como referencia e influencia artística para muchos nuevos talentos del siglo XX.

Entre su vasta producción se encuentran los libros Crepusculario (1923), Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada (1924), Tentativa del Hombre Infinito (1926) Residencia en la Tierra (1925-1931), España en el Corazón, Himno a las Glorias del Pueblo en la Guerra (1936- 1937), Memorial de Isla Negra (1964) La Espada Encendida (1970) y Confieso que he vivido (1974).

Tomado de: http://www.eluniversal.com/noticias/doblevia/dia-como-hoy-mueren-sigmund-freud-pablo-neruda_564168

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‘El libro de la selva’ es racista aunque Disney intente apañarlo

Por: Monica Zas Marcos

Rudyard Kipling defendía el colonialismo propio de la época y dejó entrever la supremacía de la raza blanca en toda su obra. El autor de El libro de la selva no incluyó canciones joviales e inocentes historias animadas en su manuscrito original. Rudyard Kipling escribió en sus memorias que su pluma estilográfica estaba poseída por el djinn, un demonio indio que le susurró en sueños la historia de Mowgli. El escritor inglés heredó estas fantasías mitológicas de sus primeros años en Bombay, donde presenció el azote del imperio británico sobre las colonias indígenas. El ambiente señorial de su infancia radicalizó su devoción por el dominio occidental hasta el punto de considerarlo la obligación del hombre blanco.

Hablamos de un poema publicado en 1899 en la McClure’s Magazinedonde animaba a Estados Unidos a conquistar Filipinas. Había pasado justo un lustro desde la publicación  El libro de la selva,  por lo que sería ingenuo pensar que Kipling no le contagió también esta ideología. Tal era su compromiso eurocéntrico que George Orwell le bautizó como el profeta del colonialismo. En plena Segunda Guerra Mundial, el creador de 1984 revisó la obra del Nobel literario y sacó algunas conclusiones: «Rudyard tiene una vena de sadismo, pero está lejos de ser más fascista que cualquier ser humano de hoy en día». En su magna critica, Orwell separa el grano de la paja y también admite que su prosa es de una elegancia solo comparable a la de Shakespeare.

También supo que el káiser provocaría la guerra y Hitler, al que detestaba, otra aún peor; anticipó el apartheid en Sudáfrica y la lucha entre hindúes y musulmanes en la India. Siempre consideró a Estados Unidos una sociedad rústica y atrasada, y a Francia una civilización «por lo menos contemporánea» a la inglesa. No tuvo piedad ni siquiera con fenómenos del activismo como Gandhi, a quien tildaba de arribista. Puede verse que Kipling era un bardo pragmático y aferrado al espíritu imperial de su época, pero no era un partidista. Tenía su propia doctrina.

La realidad de los niños cachorro

Para situarnos, El libro de la selva se enmarca en un momento de la época victoriana en el que se descubrió un informe en inglés titulado Los lobos que cuidan a niños en sus cuevas. Según el texto, los aldeanos indígenas rescataron de la selva a varios cachorros de hombre que andaban a cuatro patas y comían carne cruda, pero morían poco después, como si la civilización destruyese su pureza frágil. Kipling imprime este pensamiento en el personaje de Mowgli y en su incansable aprendizaje de la ley de la jungla para escapar del poblado.

En el cuento original, este pueblo estaba habitado por hombres salvajes, supersticiosos, ávidos de dinero y homicidas que no distaban mucho de la tribuBandar-log de los monos. Los críticos interpretaron que tanto los primates como la aldea de hombres eran la representación de las tribus subversivas de indios que vivían bajo el yugo de las colonias británicas. Kipling extendía así un credo de paternalismo y vasallaje sobre las razas oscuras a las que se refería como «pueriles». Pero también supo ver la «nobleza» de estas gentes, lo que le distanciaba de la rama más radical del colonialismo británico.

Fotograma de la nueva versión de El libro de la selva. Disney

La Europa imperialista consideraba que la cultura nativa era salvaje y al mismo tiempo hermosa. Un sentimiento compartido en cada página de El libro de la selva, desde los nombres de los protagonistas hasta la idealización del entorno de la jungla. Esta tendencia dio lugar a un género sobre niños que crecían robustos y felices en la naturaleza, sin sucumbir a la malnutrición, los depredadores o las enfermedades tropicales. Se dice que esta corriente literaria nació en respuesta a la revolución industrial, de la que recordamos obras como  Futilidad, El lago azul oTarzán de los monos.

El patinazo animado de Disney

Partiendo de tales antecedentes, la versión animada de Disney sería totalmente inofensiva. Cuando el manuscrito llegó libre de royalties a la industria de los sueños, eliminaron de raíz el fragmento colonialista y la visión salvaje del poblado. O eso intentaron. Todos recordamos al oso Baloo bailando a ritmo del jazz más vital mientras impartía acertijos morales. Pero fue otra pegadiza canción la que despertó la alarma racista. «Quiero ser como tú» y su estandarte, el orangután Rey Louie, fueron los señuelos para afirmar que Disney no estaba preparado para enmendar los errores cometidos en Peter Pan o Canción del sur.

«No es solo un dibujo animado que desea ser humano. Más que eso, Louie simboliza a un nativo afroamericano aspirando a convertirse en un miembro de raza blanca, representado por Mowgli», acusaron los catedráticos de la Universidad Americana en la edición de abril de la revista Campus Reform. Además, los académicos critican el doblaje original de los monos, que hablan con un grotesco tono africano, mientras que el resto de personajes se expresan en perfecto inglés. Rizando aún más el rizo, llegaron a afirmar que Louie era una caricatura racista de Louis Amstrong en forma de primate borracho.

Curar el racismo con una tirita

Una de las estrategias que garantizan la permanencia de Disney en el limbo de las empresas bursátiles es el reciclaje. Ahora la factoría Disney ha querido resarcirse de sus antecedentes con una inversión millonaria y un par de brochazos al guión de 1967. Los nuevos adaptadores de El libro de la selva contaban con un presupuesto de 400 millones de dólares para lidiar con el legado del colonialismo británico, el racismo estadounidense y con las políticas de identidad contemporáneas.

En pleno siglo XXI, si bien estamos lejos de conseguir todas las metas en igualdad, se podría pensar que es más sencillo evitar estos patinazos. Pero los proyectos coetáneos no aportan luz sobre el asunto. En Broadway, la encargada de la adaptación teatral del selvático libro dijo que «el racismo está en el ojo del espectador».

Desde Hollywood, donde todavía colea la polémica de los Oscars para blancos, se han cuidado de no cometer los mismos errores. Básicamente no se podían permitir un castigo en la taquilla que pusiese en riesgo su megalómano presupuesto. A grandes rasgos se puede decir que la última versión de Jon Favreau lo ha conseguido. Quizá demasiado. Pues, aunque consigue deslumbrar a nivel visual, no deja de ser una versión descafeinada con evidentes préstamos de la película de animación.

Tomado de: http://www.eldiario.es/cultura/cine/libro-selva-manifiesto-colonialista_0_505349671.html

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Nigeria: Okpewho – Scribal Lord of Orature

Nigeria/ Septiembre de 2016/Allafrica

Resumen: Isidore Okpewho, profesor de la Universidad Estatal de Nueva York en Binghamton desde 1991 y Presidente de la Sociedad Internacional para las literaturas orales de África ( Isola ),  reconocido en todo el mundo como un virtuoso entre las figuras de autoridad en la investigación, la práctica y la enseñanza de la literatura oral.

It is truly sad news that Isidore Okpewho, unforgettably warm-hearted, civilized, accommodating and a gentleman without humbug, has passed on at the age of 74. A professor at the State University of New York at Binghamton since 1991, and a President of the International Society for the Oral Literatures of Africa (ISOLA), he is acclaimed, across the world, as a virtuoso performer among authoritative figures in the research, practice and teaching of oral literature. After a First Class Honours degree in Classics from the University of Ibadan, he began his career in publishing at Longmans Nigeria where, as an unpublished poet seeking outlet, I first met him.

Affable, and genuinely serious-minded, Isidore left publishing for the University of Denvers, USA, to get his PhD which he capped with a D.Litt at the University of London. He returned to publishing at Longman publishers but pulled back to Academia, teaching for fourteen years at the University of Ibadan, his alma mater, before returning to the United States where his academic career had started sixteen years earlier at the University of New York at Buffalo (1974-76). A year at Havard University in (1990-91) convinced him to remain in the United States at a time when Nigerian academics under military dictatorship were being sacked for teaching what they were not paid to teach, and were being paid pittance for a take-home that could not take them home.

As a creative writer, novelist, poet and literary critic, Isidore Okpewho made reaching for perfection a great reason for being around in any genre or discipline. Always with an inter-disciplinary focus, he refused to follow the herd. Once he made a commitment, he ploughed his own furrow and refused to be distracted by praise or rebuke. Formidable in every sense, his intellectual prowess always had an intimidating edge that he never flaunted even when lesser mortals over-rated themselves. His output as a writer, a veritable master of cultural literacy, has had few parallels. He was the kind of scholar that other long-standing professors would say: when I grow up, I want to be like him.

This was the result of his outstanding performance in two seminal, paradigm-changing works of scholarship The Epic in Africa: Toward a Poetics of the Oral Performance (1979) and Myth in Africa: A Study of Its Aesthetic and Cultural Relevance (1983) which gave him not just a head start as a master in the study of oral literature but a special vantage as an interrogator and formulator of theories of knowledge and humanistic studies that primed Africa as a centre of civilization in her own right. The works dredged the commonality of human reflexes at the base of aesthetic production between different races and nationalities. Given his knowledge of ancient Greek and Roman Culture, there was a solid substructure upon which he built a highly universalist temper. In a lot of ways, it explains his grasp and forthright engagement of the grand theories of modernist and post-modernist scholarship and consequently, his concern with the interconnectivity of narratives of knowledge systems which proves his quintessential mark as a scholar.

 Generally, not being a nativist, Isidore Okpewho stood with African civilization without allowing multiple, incongruous, moralities to influence his reception and judgement of other climes. As a classicist, with deep immersion in ancient civilizations, he knew how not to let the bragging propensities that go with all cultural geographies, especially imperial ones, to lay exclusive claims to human values that cut across cultural boundaries. Particularly, in The Epic in Africa, he uncovered for serious engagement the reality that the oral and scribal cultures of the world share common principles of poetic composition in too many respects to warrant the parochial necessity to privilege one civilization above the other. His Myth in Africa re-drew the map of scholarship in relation to received Western notions that distanced Africa from other cultures on the question of mythologies and mythmaking in general. Based on fieldwork in various parts of Nigeria, especially in the Igbo and Ijaw parts of the Benin Delta, and drawing on researches in other parts of Africa, he formulated an aesthetics theory which invoked performance in the arts as plausible transformers of the way societies behave or change modalities of action.

For an Urhobo whose mother was Asaba, it may well be said that he had to have a keen appreciation of cultural diversities and their interactions as the grit of his vocation. I recall interviewing him about this in Morocco, during an African Literature Association (ALA) conference on his book, Once Upon A Kingdom, which deals with the relationship between the Benin Kingdom and their cultural siblings on the West of the Niger. Even where we differed, I thoroughly enjoyed the ease with which he could immerse himself in local cultures and then link them to universal themes such as the incipient rise and rise of ethnic nationalism. It was after Once Upon a Kingdom that he began to dredge the racial memory of African Americans, addressing and seeking redress for collective psychologies of grandchildren who, in their sub-conscious, were living through ferments in ancestral Africa that even their fathers could not intuit, but they had to resolve before they could tackle the civil rights issues of their day.

Racial memory, as he has threshed it, is not just about what happened to the enslaved through the Middle Passage, the gore after the landing, and the blithe summer of the freeborn without a memory of slavery. This came out quite well in his novel, Call Me By My Rightful Name in which he literally romped through ancient Ekiti dialect of the Yoruba language and Culture with an effortless pitch that told of the harrowing dislocation which slavery wreaked on both sides of the Atlantic; right into the civil rights movements of O we shall overcome. On this score, it is quite a treat to follow his deep historical and anthropological insights, in full fictional flight, as depicted in this novel. The point, so creatively and poignantly woven into Call Me By My Rightful Name, is that even those in the new world whose parents had no physical contact with Africa could be so implicated in what happened in Africa before Trans-Atlantic enslavement. It simply calls for the tie between homeland and Diaspora to be studiously kept alive in order to have clear perspectives on how to go in a divided world.

The beauty of it is that Okpewho’s novels and general literary creativity, while benefitting from so many diverse associations, maintain simple, absorbing touches of empathy. This is evenhandedly displayed in the Victims, dealing with the question of polygamy, The Last Duty, on the travails of the civil war outside Biafra, and his penultimate, Tides, which deploys a superb epistolary form to unearth threats of environmental biocide and political insipidity in the face of sheer homicide in Nigeria’s Niger Delta. The novels, with truly folkloric zeal, read like conversations between friends celebrating the resilience of the individual spirit in times of collective disorientation. We meet an author who is at home with the innocence of childhood and the rueful world of the grown up in equally hapless situations.

 Never to be down-graded is that Isidore Okpewho was, first and foremost, a teacher. On this counterpane, his ground setter for the study of Oral literature was his 1992 book, African Oral Literature: Background, Character, and Continuity (Indiana University Presss). Quite an ambitious take, after it, was the elevating concern that yielded the grand collaboration with Ali Mazrui and Carol Boyce Davies in editing the path-breaking and incomparable book The African Diaspora: African Origins and New World Identities (Indiana University Press, (1999). Consequently, the great pull of Isidore Okpewho’s scholarship into the 21st Century was building up and assessing the dimensions and directions of linkages between Africa and the African Diaspora. It added a twist to his academic interests and a broadening of those interests to accommodate Africans outside Africa in terms of their interaction with the continent.

May I note that, sad as it is to miss him, I am more like wanting to raise a shout for a man who was dogged in always doing things so right that whatever one remembers of him brings out vintage heartiness. He was a classicist and anthropologist, always able to put his knowledge of ancient and modern times to good account without being fazed by the new-fangled theories of modernism and post-modernism. Forever on top of aesthetic seepages and values that help in configuring national and cross-national identities, he gave the arts their due not as passive but active elements in how people perceive social and cultural spaces. For him, it was ever about knowledge and its shared valuation.

As G.G. Darah reminded us in his tribute, Isidore Okpewho’s passing away hits home with Hampate Ba’s appreciation of how it is like a whole library burnt down when an old man dies. It is a tragedy spelt at the level of the knowledge industry. This is especially the case when one considers that the critical mass of intellect that was driven out of the country in the eighties into the nineties, is thinning out, and continues to haunt us with sheer opportunity costs and, worst of all, terminal cases of loss.

Fuente: http://allafrica.com/stories/201609161095.html

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Las cartas de Juan Rulfo

Por León Magno Montiel


“Me gusta más Juan que Jorge Luis,

                                                                                        con sus cuatro letras tan breves
                                                                                                                 y tan definitivas”.
                                                                                  (Plática entre Borges y Rulfo, 1973).

La palabra epístola es tan misteriosa y antigua como la atmósfera que se percibe en la narrativa de Juan Rulfo. El célebre escritor jaliscience que vivió entre largos silencios, en ocasiones prefirió expresarse a través de la fotografía, más que por las palabras. Tuvo un gran talento para captar imágenes, para apreciar el cine, y para escribir hermosas carta a su amada Clara. Fue un gran observador de la vida rural mexicana, la absorbió como el medanal ardiente al rocío, y esa sabiduría adquirida la plasmó en cuatro libros; aunque solo dos le bastaron para ser un totem de las letras hispanoamericanas: uno de cuentos titulado “El llano en llamas” publicado en 1953. El otro, una novela, la más relevante del siglo XX en México: “Pedro Páramo”, aparecida en 1955, cuando apenas tenía 38 años de edad el autor.

 Además escribió importantes guiones para cine, un libro de investigaciones antropológicas, y nos dejó un interesante epistolario, con unas 200 cartas dedicadas a su gran amor: Clara AngelinaAparicio Reyes, su bella vecina de Guadalajara. Cada epístola está llena de reflexiones, confesiones, y metáforas del amor que comenzó a escribir en 1944, a  sus 27 años. Según Gabriel García Márquez, sus líneas revelan a un autor con un talento equiparable al de Sófocles.

De esa compilación epistolar extraemos frases como estas:

  • “La vida es corta y estamos mucho tiempo enterrados”.
  • “Me metí en tantos trabajos para dar contigo”.
  • “Cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de la herida”.

Clara era una hermosa mujer, de senos turgentes, elegante y femenina; once años más joven que Rulfo, licenciada en administración. Ella había nacido el 12 de agosto de 1928 en Ciudad de México, se conocieron en 1943 en el “Café Nápoles” de la ciudad de Guadalajara. A los días de ese primer encuentro, el escritor enamorado le propuso matrimonio, ella le pidió tres años de plazo, de noviazgo a la distancia, para luego acceder. Se casaron el 24 de abril de 1948, procrearon y levantaron cuatro hijos: Juan Carlos, Juan Francisco, Claudia Berenice y Juan Pablo (los talentosos hermanos Rulfo Aparicio). Clara era de piel blanca, cabello castaño oscuro y abundante, con rizos sensuales, de rasgos delicados y ojos serenos: como dos estanques de agua reflejando la luz lunar.

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació el 16 de mayo de 1917 al sur de Jalisco, en una zona rural casi desértica, Apulco. Se crió en el pueblo San Gabriel donde cohabitaban mitos y apariciones, donde se le rendía culto a los muertos. No obstante, él siempre prefirió la ciudad. Era un gran lector, un transeúnte sin tiempo, hombre culto, hablaba inglés, conocía a los clásicos de laliteratura. Estudió primaria en la escuela de las monjas, el Colegio Josefino. Fue seminarista. Muy pequeño emprendió sus primeras lecturas en la biblioteca del cura Irineo Monroy, la que había donado a la casa de su madre en 1926. Devoró todos sus tomos.

Amaba las grandes ciudades, así lo expresó a Clara en su epistolario, le confirmó que estimaba la idea de habitar la ciudad donde había nacido su amada, con gente como riachuelos por las calles, oyendo cláxones y estruendos de autobuses. En sus cartas le comentaba: “prefiero los ruidos y las calles llenas de gente”. En la Ciudad de México moró por primera vez desde 1940 hasta 1942. Luego pasó algunos meses entre 1945 y 1946. Y se instaló definitivamente en la megalópolis azteca desde 1947 hasta el día de su deceso, el 7 de enero de 1986. Con una particular extrañeza, que estosamantes que se conocieron en Guadalajara, los esposos Juan Nepomuceno y Clara Angelina, murieron el mismo mes y el mismo año: enero de 1986.

Debemos al investigador y catedrático Alberto Vital (Ciudad de México, 1958) el rescate y la compilación de 81 epístolas reveladoras del mundo interior de Rulfo, de su romance juvenil con Clara que duró toda una vida. Vital lo plasmó en el libro titulado “El aire de las colinas” (Plaza Juanes, 2000) En el prólogo el filólogo nos advierte:

“Estas 81 cartas atestiguarán la importancia del amor y, más adelante de la familia en la construcción de un mundo propio para quien hará de Comala o de Luvina lugares simbólicos que, cerrados y opresivos para los personajes, se abren para los lectores sin dejar de deslumbrarnos”.

El escritor catalán Enrique Vila-Matas en su genial libro “Bartleby y compañía” (Anagrama, 2000), cataloga a Rulfo como uno de los escritores del NO, un miembro honorífico de esa secta dominada por la pulsión del silencio, que lleva a los autores a no publicar. Y lo explicaba apoyándose en la fábula: “El Zorro es más sabio” del maestro Augusto Monterroso (Honduras, 1921-2003) quien así lo fabuló:

“Empezaron a murmurar y a repetir ¿Qué pasa con el Zorro?, y cuando lo encontraban en los cocteles puntualmente se le acercaban a decirle. tiene usted que publicar más.

-Pero si ya he publicado dos libros -respondía él con cansancio.

Y muy buenos -le contestaban- por eso mismo tiene usted que publicar otro.

El Zorro no lo decía, pero pensaba: En realidad lo que estos quieren es que publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer. Y no lo hizo”.

Mucha gente considera banal el lenguaje epistolar, cursi, repleto de lugares comunes; hasta que tiene que hacer una carta a la mujer adorada, entonces esas frases encarnan y toman sentido. En el caso de Rulfo, sus cartas tienen un lenguaje austero, diáfano, sin mayores pretensiones que el acercarse a la novia distante, como hablándole al oído:

– “Solo espero poder ir a verte pronto para tenerte cerca y para sentirte cerca del alma”.

– “Me duele estar lejos de ti y no poder mirar lo que quiero”.

– “Yo lloro sabes, lloro a veces por tu amor. Y beso pedacito a pedazo cada parte de tu cara y nunca acabo de quererte”.

El escritor Luis Yslas (Lima, 1972) relata: “La tarde del siete de enero de 1986, Rulfo le dijo a su secretaria Reina Roffé: Soy ya un cadáver”. Había revisado el diagnóstico de su médico sobre sus males pulmonares. Rulfo murió a causa de un enfisema que devino en cáncer de pulmón, producto de haber sido un fumador obseso toda su vida. Cuando apenas tenía 68 años de edad se marchó entre flores y llantos. Yslas describe: “se encerró durante los meses siguientes en su habitación. Permanecía horas callado, comiendo dulces y contemplando un muro”.  Así se fue el alpinista, el fotógrafo, el amante epistolar de Clara, el incesante viajero: el autor más traducido y más leído de México.

Cuando nos preparamos para celebrar un siglo de Juan Rulfo, el sobrino del cuentacuentos Tío Celerino, el niño silencioso de una zona que le parecía ”La boca del infierno”, tenemos este epistolario publicado para reencontrarnos con su grandeza, con su genio, y con su eterna vigencia. Es una obra de amor oferente para Clara, “claridad esclarecida”. En una de sus cartas, expresaba con hermosas imágenes su amor por su mujer:

“Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba”.

Cada año son más numerosos los homenajes a Rulfo, sus libros llegan a nuevas manos, se publican en lenguas extrañas. Bien sabemos, que él nunca quiso semejante alboroto. Entonces leamos a Juan, recordémoslo, y después, justo: hagamos silencio.

León Magno Montiel

@leonmagnom

leonmaagnom@gmail.com

Fuente: http://noticiaaldia.com/2016/08/las-cartas-de-juan-rulfo-leon-magno-montiel/

Imagen tomada de: http://media.diariolasamericas.com/adjuntos/216/imagenes/000/099/0000099295.jpg

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Colombia: Gabo, el escritor más leído en los colegios.

América del Sur/Colombia/16.08.2016/Autor: Mario Albreto Duque Cardozo/ Fuente:http://www.elcolombiano.com/

Es una carrera, no contra el inatajable tiempo, sino contra la falta de letras. Son maratones de lecturas, propuestas por el ministerio desde su programa Leer es mi cuento, una iniciativa que busca fomentar el hábito de meterse en el mundo de la literatura para aprender de ella.

Esta es la segunda edición de estas maratón. En la primera, 120.000 estudiantes leyeron 5,1 libros en un mes. El reto para este año está en lograr 20 libros en primaria y 6 en secundaria durante un mes de lecturas diarias.

Para este año, explican desde el Ministerio de Educación, Para este año, “las Maratones se correrán en dos momentos diferentes: del 1 al 30 de agosto y del 7 de septiembre al 7 de octubre”.

Todos por Gabo:

Según las estadísticas de estos primeros días de la maratón reportadas por el Ministerio de Educación, el autor más leído es el Nobel colombiano Gabriel García Márquez.

“Es lógico, es nuestro autor más reconocido. Sus obras suelen ser las más prestadas en las bibliotecas. Además, siempre es un deleite acercarse a ellas y acercar a estudiantes a la literatura a través del realismo mágico”, opina el promotor de lectura Álvaro Duarte.

Ahora, la idea no es que se lean los libros y ya. La intención del programa, impulsado por el Plan Nacional de Lectura y Escritura es mejorar la calidad en la comprensión de lectura de los estudiantes.

“Es muy sencillo, si sabemos leer, si entendemos lo que leemos se simplifican las cuestiones. Si al leer la pregunta, la entiendes, ya tienes resuelto el 50 por ciento de la situación”, concluye el docente Martín Álvarez.

Fuente: http://www.elcolombiano.com/colombia/educacion/gabo-el-escritor-mas-leido-en-los-colegios-CB4762765

Imagen: http://www.elcolombiano.com/documents/10157/0/580×375/0c5/580d365/none/11101/YEBC/image_content_26669096_20160811183423.jpg

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La fantasía en el imaginario popular

Por: Victor Montoya

En culturas como la boliviana, donde se mantienen vivas las creencias pagano-religiosas, los habitantes tienen la mente proclive a las supersticiones y la cotidianeidad está transversalmente atravesada por la tradición oral, cuya sabiduría cultural se transmite de padres a hijos, de adultos a niños, a través de leyendas, mitos, cantos, oraciones, fábulas, refranes, conjuros y otras formas de manifestación de la oralidad, que ha sido desde siempre una de las mejores formas de preservar los conocimientos ancestrales y transmitirlos como testimonios de épocas pretéritas a las nuevas generaciones, con la finalidad de que éstas enriquezcan su bagaje cultural con los aportes del ingenio popular.

No existe un solo individuo que no haya alimentado su fantasía con las narraciones de la tradición oral, puesto que en todos los hogares se cuentan historias de espanto y aparecidos, con las que disfrutan tanto los niños como los adultos. Los cuentos de terror o de fenómenos paranormales siempre fueron una fuente de la que bebieron los escritores, porque contienen temas y personajes que nos son familiares desde la cuna hasta la tumba.

Personajes fantásticos

Desde la más remota antigüedad, todas las civilizaciones crearon a sus personajes fantásticos, concediéndoles atributos que los diferenciaban de los simples mortales. Ahí tenemos a los titanes y dioses mitológicos, que poseían poderes sobrenaturales y una vida contextualizada en dimensiones extraterrenales.

Muchos de estos personajes ficticios, creados por la fantasía de los hombres primitivos y modernos, han llegado a formar parte de las comunidades urbanas y rurales debido a que tienen una poderosa fuerza de atracción, que nos permiten cumplir nuestros sueños y deseos a través de las aventuras y desventuras que ellos protagonizan en el mundo fantástico que los rodea, casi siempre estructurado sobre la base de una imaginación que transgrede los límites del racionalismo y la lógica formal.

Los personajes fabulosos, hechos de magia y fantasía, rompen con las franjas temporales y espaciales de un modo particular, ya que poseen la facultad de morir y resucitar, de aparecer y desaparecer, de transformase en entes materiales e inmateriales y, sobre todo, la facultad de ser dioses y hombres y a la vez; una dicotomía que forma parte de su esencia desde el instante en que fueron creados como tales por la imaginación de los simples mortales que, desde la edad primitiva de las civilizaciones, tuvieron siempre la necesidad de creer que existen, en otras dimensiones, seres más poderosos que los individuos del mundo terrenal.

La literatura anclada en la oralidad

No es casual que los hombres primitivos, con una fantasía similar a la de los niños, hayan sido capaces de crear a los dioses y demonios, con la finalidad de proyectar su propio fuero interno, que luego se fue transmitiendo de boca en boca y de generación en generación, hasta llegar a nuestros días como un legado de nuestro pasado histórico.

Las narraciones fantásticas no son una invención de los escritores modernos, sino de los cultores de una antigua tradición literaria anclada en la oralidad de las viejas culturas de Oriente y Occidente, pero también de las culturas  precolombinas, como en el caso de América Latina. Lo que quiere decir que la explicación empírica de la realidad, con una sobredosis de ficción, siempre ocupó la mente de los hombres en todas las épocas y culturas.

Lo interesante es que las narraciones de la tradición oral, de un modo general, son similares en todas las culturas, así éstas no hayan establecido un contacto directo. Lo que hace suponer que los individuos, indistintamente del lugar geográfico y la época, compartían las mismas necesidades de despejar las dudas concernientes a los fenómenos físicos de la naturaleza, los instintos naturales de la condición humana, los misterios de la vida, la muerte y, por supuesto, la  existencia de otras formas de vida después de la muerte; de lo contrario, no se creería en la existencia de una vida en el más allá ni en el espíritu de los individuos que, después de muertos, retornan como condenados al reino de los vivos.

La memoria colectiva

Todas estas creencias fascinantes del ingenio popular son elementos que sirven como base en la re-creación de una obra literaria que, más que ser el producto de una poderosa mente creadora, resulta ser el compendio de la memoria colectiva; es decir, la tradición oral convertida en literatura. No obstante, a pesar de esta evidencia, existen todavía quienes aseveran que las obras de carácter fantástico son creaciones auténticas y originales de los tiempos modernos; una afirmación que, desde luego, está lejos de la verdad, puesto que la literatura fantástica, en su forma oral y escrita, existió desde siempre. Por lo tanto, como enseña el sabio proverbio: No hay nada nuevo bajo el sol.

Todos los escritores, de un modo consciente o inconsciente, son plagiadores de los autores y las obras que los precedieron en su proceso de aprendizaje escritural. Esto lo reconocen, con la mano en el pecho, incluso los autores más prestigiosos de la literatura universal, conscientes de que el imaginario popular, desde los albores de la comunidad primitiva, fue el principal generador de narraciones que pretendían mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común.

La tradición oral

La tradición oral latinoamericana, desde su pasado milenario, tuvo innumerables Iriartes, Esopos y Samaniegos que, aun sin saber leer ni escribir, transmitieron las fábulas de generación en generación y de boca en boca, hasta que aparecieron los compiladores de la colonia y la república, quienes, gracias al buen manejo de la pluma y el tintero, perpetuaron la memoria colectiva en las páginas de los libros impresos, pasando así de la oralidad a la escritura y salvando una rica tradición popular que, de otro modo,  pudo haber sucumbido en el tiempo y el olvido.

No se sabe con certeza cuándo surgieron estas fábulas cuyos protagonistas están dotados de voz humana, mas es probable que fueron introducidas en América durante el siglo XVI, no tanto por las huestes de Hernán Cortés y Francisco Pizarro, sino, más bien, por los esclavos africanos traídos como mercancía humana, pues los folklorólogos detectaron que las fábulas de origen africano, aunque en versiones diferentes, se contaban en las minas y las plantaciones donde existieron esclavos negros; los cuales, a pesar de haber echado por la borda a los dioses de la fecundidad para evitar la multiplicación de esclavos en tierras americanas, decidieron conservar las fábulas de la tradición oral y difundirlas entre los indígenas que compartían la misma suerte del despojo y la colonización. Con el paso del tiempo, estas fábulas se impregnaron del folklore y los vocablos típicos de las culturas precolombinas.

El imaginario popular

Algunas fábulas de la tradición oral son prodigios de la imaginación popular, imaginación que no siempre es una aberración de la lógica, sino un modo de expresar las sensaciones y emociones del alma por medio de imágenes, emblemas y símbolos. En tanto otras, de enorme poder sugestivo y expresión lacónica, hunden sus raíces en las culturas ancestrales y son piezas claves del folklore, pues son muestras vivas de la fidelidad con que la memoria colectiva conserva el ingenio y la sabiduría populares.

El folklore es tan rico en colorido, que Gabriela Mistral estaba convencida de que la poesía infantil válida, o la única válida, era la popular y propiamente el folklore que cada pueblo tiene a mano, pues en él encontramos todo lo que necesita, como alimento, el espíritu del niño. En efecto, los niños latinoamericanos no necesitan consumir una literatura alienante y comercial llegada de Occidente, ya que les basta con oír las historias de su entorno en boca de diestros cuenteros, que a uno lo mantienen en vilo y lo ponen en trance de encanto, sin más recursos que las inflexiones de la voz, los gestos del rostro y los movimientos de las manos y el cuerpo.

La moraleja en las fábulas

Desde tiempos muy remotos, los hombres han usado el velo de la ficción o de la simbología para defender las virtudes y criticar los defectos; y, ante todo, para cuestionar a los poderes de dominación, pues la fábula, al igual que la trova en la antigua Grecia o Roma, es una suerte de venganza del esclavo dotado de ingenio y talento. Por ejemplo, el zorro y el conejo, que representan la astucia y la picardía, son dos de los personajes en torno a los cuales gira la mayor cantidad de fábulas latinoamericanas. En Perú y Bolivia se los conoce con el nombre genérico de Cumpa Conejo y Atoj Antoño. En Colombia y Ecuador como Tío Conejo y Tía Zorra y en Argentina como Don Juan, el Zorro y el Conejo.

Los personajes de las fábulas representan casi siempre figuras arquetípicas que simbolizan las virtudes y los defectos humanos, y dentro de una peculiar estructura, el malo es perfectamente malo y el bueno es inconfundiblemente bueno, y el anhelo de justicia, tan fuerte entre los niños como entre los desposeídos, desenlaza en el premio y el castigo correspondientes.

En la actualidad, las fábulas de la tradición oral, que representan la lucha del débil contra el fuerte o la simple realización de una travesura, no sólo pasan a enriquecer el acervo cultural de un continente tan complejo como el latinoamericano, sino que son joyas literarias dignas de ser incluidas en antologías literarias, por cuanto la fábula es una de las formas primeras y predilectas de los lectores, y los fabulistas los magos de la palabra oral y escrita.

De Homero a García Márquez

La llamada literatura fantástica de nuestros tiempos, con personajes monstruosos y temas que abordan situaciones fabulosas, tiene sus referentes en autores y obras que se escribieron mucho antes de la Era cristiana, como el Poema de Gilgamesh, donde intervienen gigantes, dioses y hechos sobrenaturales. Asimismo, en los poemas épicos de Homero, particularmente en la Ilíada y Odisea,  donde se describen numerosos episodios protagonizados por personajes mitológicos y criaturas fabulosas, que no existen en la realidad pero si en el imaginario popular o en la cosmovisión de un universo ficticio narrado con verosimilitud, intentando convencer al lector de que es posible lo imposible, como ocurre en los cuentos de Las mil y una noches, que no tienen autor conocido, debido a que provienen de la tradición oral, como todos los cuentos compilados por Charles Perrault y los Hermanos Grimm.

Tampoco es casual que los escritores del llamado realismo mágico, desde Juan Rulfo hasta García Márquez, hayan encontrado su fuente de inspiración en varias de las narraciones del mundo bíblico, donde aparecen personajes con asombrosos poderes sobrenaturales y se describen episodios insólitos que, más que haber existido en la realidad, parecen haber sido arrancados de las páginas de una novela del género fantástico.

De modo que la narrativa fantástica de nuestros tiempos honda sus raíces en los relatos de la tradición oral, en las cuales los cuenteros natos, para lograr personajes debidamente caracterizados y argumentos sostenibles, dieron verosimilitud interna a lo fantástico o irreal, como en la retórica destinada a convencer de que lo negro es negro y lo blanco es blanco. Por eso mismo, los personajes y temas, plasmados en universos fantásticos de la forma más convincente y clara posibles, se acercan a los pensamientos y sentimientos de los oyentes y lectores, quienes se interesan, se identifican y se reconocen en las historias narradas con los recursos concebidos por la imaginación, capaz de mostrar que existen hechos reales que tienen una connotación fantástica, como existen hechos fantásticos que forman parte de la realidad cotidiana.

  • Articulo tomado de: http://victormontoyaescritor.blogspot.com/2016_02_01_archive.html
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