Por: Patrick Cockburn
Las manipulaciones sobre la participación Isis en Orlando solo benefician a los yihadistas. Sin embargo, este tipo de ataques continuarán siendo alentados y organizada por Isis mientras exista. Los países occidentales tienen que hacer más para hacer frente a la ideología que esta detrás del ascenso del grupo.
Isis se beneficiará de la masacre llevada a cabo por Omar Mateen en Orlando, independientemente de hasta que punto estuvo involucrado en la matanza [1]. Así será porque Isis siempre ha cometido atrocidades cuyo objetivo es tener un impacto directo en la opinión pública ocupando las portadas de los medios de comunicación, para extender el miedo y mostrar su fuerza y su desafío.
Existen pruebas concluyentes de que Isis alentó el ataque terrorista de Mateen, pero no de que jugara un papel en la organización de como lo llevó a cabo, a diferencia de lo que ocurrió en los atentados en Bruselas y París. La emisora de radio Albayan de Isis, con base en Irak, repite que «Dios permitió que Omar Mateen, uno de los soldados del califato en Estados Unidos, llevar a cabo su ataque introduciéndose en una reunión de cruzados en un club nocturno … en Orlando, matando e hiriendo a más de 100». El FBI dice que hizo una llamada de emergencia justo antes de comenzar a disparar para proclamar su lealtad a Isis [2].
Los medios de comunicación occidentales tienden a enfatizar el papel de Isis porque se alimenta del temor popular a una vasta conspiración liderada por Isis que amenace cada hogar en los EE.UU. y Europa. Esto no es de extrañar, dado que se trata del peor ataque terrorista en los EE.UU. desde el 9/11, pero vale la pena tener presente que las víctimas en Orlando son mucho menos que los 200 muertos del mes pasado causados por los ataques suicidas de Isis en Bagdad y sus alrededores en solo cuatro días y otros 150 muertos en las ciudades sirias de Tartous y Jableh el 23 de mayo [3].
Los medios de comunicación occidentales apenas se hicieron eco de estas masacres que tiende a minimizar o exagerar las operaciones terroristas de Isis, en función de si hay estadounidenses o europeos entre los muertos. Esto produce una imagen distorsionada del grado de peligrosidad de Isis, que a veces parece estar en decadencia y otras es exagerado por la forma de cubrir la noticia a toda prisa para que parezca ser una amenaza a nuestra propia existencia.
Estas exageraciones son aprovechadas por Isis. Un buen ejemplo es el famoso tweet de Donald Trump tras los homicidios de Orlando preguntando si el presidente Obama «¿va a utilizar, finalmente, las palabras terrorismo-islámico- radical? Si no lo hace, ¡debe dimitir de inmediato vergonzosamente!» Este es el tipo de respuesta histérica y sectaria [4] que le gusta provocar a Isis, y Trump está siendo justamente criticado por hacer un comentario de ese tipo. Pero recordemos que David Cameron hizo lo mismo en diciembre pasado ante la Cámara de los Comunes, cuando esta votó la extensión de los ataques aéreos británicos a Siria, al advertir a los parlamentarios que no votasen con «Jeremy Corbyn y un grupo de simpatizantes de los terroristas».
Uno de los objetivos que tiene más éxito de las atrocidades de Isis, se lleven a cabo alrededor de Bagdad o en los bulevares de París, es provocar el castigo colectivo contra los árabes sunitas en Irak o los musulmanes en general en los EE.UU. o Europa. Todo sentido de la proporción se pierde: es lo que los políticos de Irlanda del Norte hace cuarenta años solían llamar «la política de la última atrocidad». Isis consigue su objetivo porque una venganza desproporcionada e indiscriminada se convierte en reclamo involuntario para reclutar nuevos militantes al movimiento que supuestamente se está tratando de reprimir.
Los peligros de sobreactuar y castigar colectivamente de forma indiscriminada son ampliamente reconocidos por lo menos en teoría, aunque luego se olviden el día que hay sangre en las calles. Pero también existe el riesgo de que personas de buena fe respondan exactamente de manera opuesta y crean que las carnicerías en Orlando, Bruselas, París, Bagdad y Tartous no tiene nada que ver con el Islam, porque si lo tiene.
Gran parte de lo que los movimientos salafistas-yihadistas, como Isis y al-Nusra, creen acerca de los homosexuales, las mujeres, los musulmanes chiítas y los cristianos tiene su origen en el wahabismo, la interpretación extrema del Islam que es la religión oficial de Arabia Saudi. Los saudíes castigan la homosexualidad y la transexualidad con la muerte, azotes y prisión. En 2014, por ejemplo, un hombre fue condenado en Arabia Saudí a tres años de cárcel y 450 latigazos por utilizar Twitter para tener encuentros con otros hombres [5].
Las creencias wahabíes están próximas a la ideología salafista-yihadista y en los últimos cincuenta años el wahabismo ha ido ganando influencia sobre la corriente principal del Islam sunita. Los sunitas, que antes consideraban a los chiítas como una variante del Islam, ahora con frecuencia los acusan de ser herejes que han roto con el Islam. Con el apoyo de la inmensa riqueza petrolera de Arabia Saudí y de las monarquías del Golfo, los imanes formados para predicar y supervisar las mezquitas se han convertido cada vez más en extremistas y, aunque no pueden apoyar los ataques terroristas, sus creencias proporciona un terreno fértil para quines los llevan a cabo.
Llegamos así a las razones por las cuales los líderes occidentales en EE.UU., Francia y Gran Bretaña han fracasado tan estrepitosamente a la hora de ganar «la guerra contra el terrorismo» que supuestamente han llevado a cabo a un coste tan enorme desde el 9/11. Pocas guerras han tenido tan poco éxito: en 2001 Al Qaeda tenía como mucho sólo unos pocos cientos de combatientes en campos de entrenamiento en Afganistán y Pakistán, mientras que hoy gobiernan sobre millones de personas en diversas extensiones de territorio en todo el Oriente Medio.
Esto ha sucedido porque Estados Unidos y los estados miembros de la UE no han querido reconocer el vínculo entre el terrorismo y sus aliados estratégicos sunitas Arabia Saudí, las monarquías del Golfo, Turquía y Pakistán.
Fabrice Balanche, del Institute for Near East Policy de Washington, escribe que «los yihadistas que atacaron en París y luego en Bruselas el 22 de marzo de 2016, habían sido adoctrinados en la ideología salafista en mezquitas financiadas y patrocinadas por Arabia Saudí, o indirectamente por donantes privados en el Golfo, y tolerada por Turquía, el país por el que llegan a Europa».
Otra señal de hasta que punto los servicios de seguridad occidentales dependen de su alianza con Arabia Saudí tuvo lugar esta semana, cuando el director de la CIA, John Brennan, se tomó el esfuerzo de negar que el gobierno o altos funcionarios de Arabia Saudí estuvieran involucrados en el ataque de 9/11 y que las 28 páginas del informe de la Comisión 9/11 no los implicaban [6]. Arabia Saudí ha negado reiteradamente cualquier implicación.
La relación entre un guardia de seguridad inestable en Orlando e Isis puede ser limitada, pero está ahí y este tipo de ataques continuarán siendo alentados y organizada por Isis mientras exista. Como ha ocurrido desde el 9/11, los estados occidentales se niegan a enfrentarse a sus aliados sunníes en Oriente Medio, cuya ideología y financiación crea las condiciones para que prospere el terrorismo. Hasta que no lo hagan, Orlando será sólo la última de una cadena de atrocidades.