Defensora de la premisa que plantea que «hacer matemática básica es una capacidad inherente al ser humano, como hablar», la argentina Alicia Dickenstein, ganadora del premio «L’Oréal-Unesco Por las Mujeres en la Ciencia», aseguró que «las personas somos más instintivas que lo racionales que nos creemos» y señaló que, frente a eso, «el entrenamiento matemático» permite desarrollar un pensamiento crítico.
Doctora en Ciencias Matemáticas, investigadora superior del Conicet, especialista en geometría algebraica y profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, Dickenstein es la novena argentina en recibir este premio y la primera matemática del país.
Reconocida durante su trayectoria en numerosos premios y distinciones – entre los que se destaca su cargo de vicepresidenta de la Unión Matemática Internacional (IMU) hasta 2018-, la científica también se dedicó a la elaboración de libros para transmitir la disciplina a niñas y niños luego de comprender que, «muchas veces, el problema por el que no se comprende la matemática está en el lenguaje».
Apasionada por su hacer, feliz por este reconocimiento y preocupada por que «la matemática la pueda disfrutar cualquiera», Dickenstein compartió con Télam una extensa charla en la que recorrió su historia y sus ideas.
-Télam: ¿Por qué elegiste ser matemática?
-Alicia Dickenstein: La matemática me resultó fácil desde chica y me divertía. Pero nunca pensé que había una carrera de matemática. Me enteré de esto gracias a una psicóloga con la que hice un test vocacional y me sugirió que siguiera esta carrera porque tenía mucha ‘inteligencia abstracta’. Por eso es tan importante que se haga público y que las personas jóvenes, en particular las chicas, sepan que se puede vivir muy contenta y muy apasionada siendo matemática, aunque sé que no es el imaginario que se tiene.
«Hay dos problemas sociales: por un lado, las tareas de cuidado que siguen estando más a cargo de las mujeres; y por el otro, en el caso de la matemática, hay una autocensura y un estereotipo social de lo que debe ser ‘un matemático»
T: ¿Cómo era en aquellos años estudiar matemática siendo mujer?
A.D: Creo que cuando ingresé éramos más mujeres que lo que hubo después. En 1974 echaron a muchas y muchos jóvenes de la carrera. Entonces, cuando yo y mis compañeras llegamos a concursar por cargos, no teníamos tanta competencia y, siendo jóvenes, ya éramos de las más viejas. Con los años comenzó a haber más competencia y se puso más difícil para las mujeres.
T: ¿Cómo ves hoy la realidad de las mujeres en la ciencia?
A.D: Hace unos cinco años observé que, en general, las mujeres tardan mucho más tiempo en ascender de categoría que los varones, lo mismo en el cargo de profesora. En la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA -que es donde yo conozco- es muy difícil para las jóvenes acceder a los primeros cargos porque se evalúan los últimos cinco años y coincide con la edad en la que en general se tiene hijos, teniendo en cuenta que las mujeres tenemos un margen de tiempo limitado si queremos ser madres. Los varones también son padres en esta época, pero no les afecta del mismo modo su rendimiento profesional.
T: ¿Por qué pensás que se da esto?
A.D: Hay dos problemas sociales: por un lado, las tareas de cuidado que siguen estando más a cargo de las mujeres; y por el otro, en el caso de la matemática, hay una autocensura y un estereotipo social de lo que debe ser ‘un matemático’.
En las olimpiadas matemáticas de Brasil me contaban que hasta los 10 u 11 años hay paridad de género pero después empieza a haber menos chicas, y parte de esto también tiene que ver con que no está socialmente bien visto que las chicas sean «nerd».
En Chile estudiaron que a las jóvenes, sobre todo de los hogares más humildes, les va muy bien en las pruebas de sus escuelas pero cuando son interescolares les va peor y lo que vieron era que la expectativa de la familia era que le fuera peor y que eso incidía sobre su rendimiento.
Es decir, que hay algunos prejuicios que están muy metidos en la sociedad, que son muy sutiles y que nos va a llevar tiempo desarmarlos, aunque creo que se está intentando.
En este sentido, tuve suerte porque nunca pensé que las mujeres podíamos hacer menos que los hombres; tal vez por eso pude hacer todo lo que hice (risas).
La científica premiada es la novena argentina en recibir este premio y la primera matemática del país.
T: En una entrevista decías que las matemáticas pueden dar placer, ¿por qué pensás que eso no pasa en general?
A.D: Cuando uno logra entender algo da mucho placer. El tema es que la disciplina tiene un lenguaje y muchas veces la obstrucción está en la comunicación. Yo me di cuenta de esto a partir de una situación en la que una sobrina que me estaba escuchando hablar con una colega me preguntó: «Tía, ¿en qué idioma estás hablando?».
A raíz de esto, escribí un libro de matemáticas para chicos (Matemax), que se acaba de reeditar en una edición bilingüe, y coordiné tres libros de la entonces editorial Estrada.
Al escribir estos libros me di cuenta de que pensábamos la matemática más o menos fácilmente, pero después el trabajo que llevaba escribir los problemas era enorme. Esto pasa porque, cuando uno cuando piensa, tiene construidos atajos en su cerebro pero, a la hora de explicar, uno tiene que tener en cuenta que el otro o la otra no tiene esos atajos.
La maravilla del lenguaje matemático es que, cuando uno lo logra traspasarlo, lleva al pensamiento.
«Tuve suerte porque nunca pensé que las mujeres podíamos hacer menos que los hombres; tal vez por eso pude hacer todo lo que hice»
T: También has hecho hincapié en que cualquiera puede entender las matemáticas…
A.D: Por supuesto, así como los seres humanos tenemos la capacidad de hablar tenemos la capacidad de hacer matemática básica en el cerebro.
T: Y esa capacidad de pensar en términos matemáticos ¿puede desarrollar un pensamiento crítico en otros ámbitos?
A.D: Seguro, porque lo que hace un matemático es entender la estructura, sacar lo accesorio y entender lo fundamental de las relaciones porque así vamos a poder prever lo que sucede después dentro de la estructura matemática.
Hace unos años estaba en un instituto en Río de Janeiro y un colega hablaba de surf con una persona que le decía que había una playa que no era peligrosa porque el porcentaje de accidentes era bajo. Mi colega le respondió que su razonamiento era equivocado porque a esa playa iban surfers con mucha experiencia, entonces en la hipótesis de que «no era peligrosa porque tenía pocos accidentes» había una variable que faltaba que era que ese porcentaje se daba entre muy buenos surfistas, no en un público general.
Esa pregunta frente a un porcentaje, pensar cuál es la hipótesis, saber que la relación causa-efecto no siempre es a la inversa, son razonamientos que parten del entrenamiento matemático; los seres humanos creemos que somos muy racionales, pero la mayor parte de las veces somos más instintivos que racionales. La matemática nos entrena para estar más atentos.
La Cepal llamó a movilizar recursos «‘para hacer frente a la Covid-19 desde una perspectiva de género”.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) presentó este miércoles el informe ‘La autonomía económica de las mujeres en la recuperación, sostenible y con igualdad’, presentado por Alicia Bárcena, secretaria general del organismo regional.
El documento reveló que en 2020 la tasa de participación femenina en el mercado laboral en la región cayó un 6,0 porciento al pasar del 62,5 porciento al 57,2 porciento. El informe arrojó que “la crisis generada por la pandemia del Covid-19 impactó negativamente en la ocupación y en las condiciones laborales de las mujeres en América Latina y el Caribe, generando un retroceso de más de una década en los avances logrados en materia de participación laboral”.
El estudio indicó que un “56,9 porciento de las mujeres en América Latina y un 54,3 porciento en el Caribe se encuentran ocupadas en sectores en los que se prevé un mayor efecto negativo en términos del empleo y los ingresos”.
Otro de los datos revelados por la Comisión apuntan que “la contracción del turismo perjudica significativamente a los países del Caribe, lo que afectará a 1 de cada 10 mujeres que se emplean en este sector”.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) valoró que el trabajo doméstico remunerado “es otro de los sectores fuertemente golpeados por la crisis, ya que, además de estar altamente precarizado, es un tipo de trabajo que no puede ser realizado de forma remota. Muchas mujeres empleadas en este sector experimentan incertidumbre acerca de su remuneración, sobre todo en el caso de aquellas que no cuentan con un contrato formal”.
Entre los desafíos, la Comisión señala que además de “transversalizar la perspectiva de género en todas las políticas de recuperación, se requieren acciones afirmativas en el ámbito de las políticas fiscales, laborales, productivas, económicas y sociales, que protejan los derechos de las mujeres alcanzados en la última década, que eviten retrocesos y que enfrenten las desigualdades de género en el corto, mediano y largo plazo”.
“Es urgente movilizar recursos públicos suficientes a fin de implementar medidas para hacer frente a la Covid-19 desde una perspectiva de género”. Con respecto a las perspectivas de cuidados, la Cepal precisa que en el caso de las políticas de mitigación, se requiere amortiguar y compensar los efectos de la crisis en el empleo, los ingresos y la carga de trabajo de cuidados de las mujeres y en el deterioro de sus niveles de bienestar.
La pandemia incrementó el número de víctimas de trata de seres humanos y, en América del Sur, el 64% de ellas son mujeres y niñas que se utilizarán en el creciente negocio internacional de explotación sexual.
Preocupa no solo la invisibilidad del tema en el debate nacional, sino la poca difusión de las acciones que toman las autoridades para enfrentar este problema que no solo es social, sino que implica fuertes lazos con redes de crimen organizado y carteles de narcotráfico que, sabemos, operan a sus anchas en el país.
El Informe anual sobre la Trata de personas, elaborado por la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, detalla cómo la pandemia exacerbó la explotación sexual, ensañándose -como en otros aspectos- con mujeres y niñas. Ya entre 2016 y 2018, la explotación sexual en sudamérica aumentó del 58% al 64% de las víctimas de tráfico humano.
Existe una relación directa entre el PIB por habitante y la vulnerabilidad de las ciudadanas. Venezuela, que ostenta el segundo PIB per cápita más bajo del hemisferio y cuya situación se ha deteriorado en la última década, es evidencia de esta relación perversa.
El ingreso por habitante de Ecuador, en el puesto 21 de 32 en el ranking del FMI en las Américas, y roza los $6.200 ($516 mensuales), pone al país en una situación vulnerable, por el brutal desempleo, deficiente acceso a la educación y limitadas oportunidades a futuro.
Es una realidad por demás cercana; mujeres y niños con frecuencia desaparecen de todos los rincones del país, para nunca ser encontrados. Las alertas y causas son claras, la prevención empieza por la educación y el empleo.
Los grandes eventos no hacen al héroe o al coberte, solo lo sacan a la luz.” Brooke Foss Westcott (1825-1901) Teólogo y obispo británico.
No sobrevive la especie más fuerte ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta al cambio.” Charles Darwin (1809-1882) Naturalista y biólogo inglés.
La autora del libro «(Mal) Educadas» explica por qué la formación del género femenino aún se basa en la preservación de los roles tradicionales.
Encontrar todo lo que nos educa a nivel social, por fuera del rol tradicional que tienen de por sí los sistemas educativos, es fundamental. Pero en el caso de la educación formal, también hay una historia que debe ser develada, para darnos cuenta hasta qué punto las instituciones educativas han conformado su diseño curricular sin nosotras. Comprender que el acceso a la educación femenina fue una decisión que no tomamos, sino que fue discutida por los hombres, nos hace entender un poco por qué al día de hoy estos espacios siguen reproduciendo los estereotipos de género.
Antes de la Revolución Francesa, e influenciando notablemente en estos ideales que nos traerían consigo el Estado Moderno, el filósofo Jean-Jaques Rousseau escribió en 1872 una de sus obras más conocidas, “Emilio, o de la educación” para definir el concepto de buen ciudadano. De esta manera ubica dentro de esta categoría a los hombres, definiéndolos como jefes de familia, padres y esposos. Su desarrollo de lo “público” y de la organización política ideal de los ciudadanos hombres, suponía la existencia de un mundo femenino privado que se ocupaba de los valores domésticos. Por lo tanto, las mujeres no van a ser definidas por la importancia de su rol como ciudadanas, sino como esposas, y hará hincapié en la educación que deben recibir para esto.
Para Rousseau efectivamente había una división necesariamente dual que permitía el equilibrio cívico. La participación de las mujeres en la vida pública implicaba un peligro para el orden social, y acercarnos a una educación que nos igualara entre hombres y mujeres podía ser la perdición. Para Rousseu, nuestra educación se articulaba sobre tres ejes: “El primero de ellos es la castidad y la modestia; el segundo, la domesticidad; y el tercero, la sujeción a la opinión. Una mujer casta y modesta, pronta a tener en cuenta las opiniones de los demás y dedicada por completo a su familia y a su casa es el prototipo ideal de la mujer natural (…) Una mujer ingeniosa (es decir, capaz de expresar sus opiniones) es un flagelo para su esposo, sus hijos, sus amigos, sus sirvientes y para todo el mundo. Exaltada por la sublimidad de su genio, desprecia rebajarse a las obligaciones de una mujer y está segura de iniciar a un hombre”.
Rousseau seguirá ejemplificando de manera taxativa sobre el rol en el que nos tienen que educar: “dar placer [a los hombres], serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, criarlos de jóvenes, cuidarlos de mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles agradable y dulce la vida, esos son los deberes de las mujeres en todos los tiempos, y lo que se les ha de enseñar desde la infancia”. Recordemos que esta obra fue la base filosófica sobre la que se asentaron muchos de los cambios sociales que tuvieron lugar a posterior, y sobre todo que se trasladaron en la doctrina de un cuerpo legal que administrara las relaciones sociales. No es de extrañar que nuestra llegada a las aulas haya sido tan lenta, con las limitaciones que ya hemos ahondado en otros capítulos que nos impuso la Iglesia, y como vemos ahora, también los hombres de gobierno, para educarnos en otras actividades que no fueran las que ellos consideraban como: “propias del sexo”.
Llegar a las aulas. Los colegios más similares a los modernos comenzaron a entrar en vigor a partir del 1700. En América, en la época de las colonias, por ejemplo, se habían designado “espacios de señoritas” para la formación de las hijas de los conquistadores, pero también de las —mal llamadas— indias. A finales del siglo XVIII, las escuelas para niñas indígenas, llamadas “amigas” o “migas”, en México, por ejemplo, comenzaron a proliferar. Una de las razones principales era que las niñas a su vez funcionarían de educadoras dentro del hogar de los más pequeños. Educar a las mujeres fue una de las formas que los usurpadores de las tierras americanas encontraron para romper la cultura indígena y evangelizar a través del cristianismo.
En España, para el año 1849, solo el 22% de las niñas estaban escolarizadas, mientras que en el caso de los niños el porcentaje subía hasta el 77%. La ley fijaba también qué asignaturas podían cursar las niñas y cuáles no. Eran exclusivas para ellas “las labores propias del sexo, el dibujo aplicado a las mismas labores, y ligeras nociones de Higiene Doméstica”. No podían, a diferencia de los niños, estudiar Geometría, Física o Historia Natural. En Chile, por ejemplo, el acceso de las mujeres a la educación superior se abrió en 1877 con la promulgación del llamado “Decreto Amunátegui”, que hizo válidos los exámenes de los colegios particulares de niñas. Cuatro años más tarde, el Estado asumió la obligación de facilitar la instrucción y la capacidad femenina a través de la fundación de liceos secundarios para mujeres.
La institucionalización de la educación fue llegando para nosotras progresivamente, rompiendo con el sistema tradicional de tutores y educación individual, aunque seguía persistiendo la división sexual del conocimiento. Las mujeres seguían siendo educadas para la vida religiosa o para la vida marital.
En este sentido, Argentina fue bastante pionera a nivel mundial. En 1823, Bernardino Rivadavia, quien en ese momento gobernaba la provincia de Buenos Aires y tiempo después fue presidente, dispuso la creación de la Sociedad de Beneficencia. La misma tenía como objetivo educar a niñas de clases humildes. Se crearon además institutos donde las mujeres podían capacitarse para ser maestras, y así poder enseñar en los colegios de estas jóvenes. Si bien la costura era una de las materias que diferenciaba la educación de niñas de la de niños, lo cierto es que también se introdujeron contenidos que en otras partes del mundo estaban vedados como geografía filosofía, historia o idiomas.
Las políticas educativas que se retoman después de la dictadura de Juan Manuel de Rosas, a partir de mediados del siglo XIX, serán lideradas por una gran mujer, feminista y pionera en técnicas pedagógicas: Juana Manso (1819-1975). Por años, a las argentinas nos han hablado de Domingo Faustino Sarmiento, el “padre de la educación”, pero jamás nos la mencionaron. Juana se tuvo que exiliar de adolescente a Uruguay, debido a que su padre era perseguido políticamente. Allí, desafiante, formó en su propia habitación el “Ateneo de Señoritas”, donde educaba a mujeres de la élite de la ciudad de Montevideo. Comenzó una carrera de escritora, y se dedicó a explicar cuáles debían ser los pasos emancipatorios de la mujer. Leerla es imperdible y fundamental para cualquier mujer en el mundo.
La cita que transcribiré a continuación debería ser enseñada a todas las niñas en los libros de historia argentina, pero al día de hoy no se encuentra, no nos hablan de ella como lo que fue: la madre de la educación en nuestro país. En 1854 Manso escribió en el primer número de “Álbum de Señoritas. Periódico de Literatura, Modas, Bellas Artes y Teatros”, su primer periódico: “Todos mis esfuerzos serán consagrados a la ilustración de mis compatriotas, y tenderán a un único propósito: emanciparlas de las preocupaciones torpes y añejas que les prohibían hasta hoy hacer uso de su inteligencia, enajenando su libertad y hasta su conciencia a autoridades arbitrarias en oposición a la naturaleza misma de las cosas. Quiero, y he de probar que la inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo, o un defecto, un crimen, o un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica porque Dios no es contradictorio en sus obras, y cuando formó el alma humana, no le dio sexo: la hizo igual en su esencia, y la adornó de facultades idénticas. Si la aplicación de unas y de otras facultades difiere, eso no abona para que la mujer sea condenada al embrutecimiento, en cuanto que el hombre es dueño de ilustrar y engrandecer su inteligencia; desproporción fatal que solo contribuye a la infelicidad de ambos y a alejar más y más nuestro porvenir”.
La mayoría de las docentes de niveles iniciales y primarios en el mundo son mujeres, debido a la relación indirecta que se hace entre crianza, cuidado de menores y el rol de madres que se nos inculca de nacimiento. Sin embargo, jamás supimos de las mujeres importantes, como Juana Manso, que educaron a otras mujeres, y las hicieron poderosas. Con las diferencias de la época, con todo lo que todavía teníamos que aprender. Pero ellas, las fundamentales, las educadoras de otras mujeres, siguen sin estar en los libros de historia.
Muchas veces se piensa que la revolución de las mujeres tuvo un comienzo relacionado al sufragismo, pero me atrevo a decir que la primera revolución que decidimos llevar adelante, fue para tener el derecho a acceder a la educación, a poder ejercer trabajos relacionados a niveles de instrucción altos, a poder tener presencia en las universidades. Porque así como en los colegios de señoritas no podían enseñar hombres, en la vida política y laboral de los hombres, no podían enseñar mujeres. Esta concepción de que las mujeres no teníamos nada para enseñar a los varones sobre todo en niveles altos de instrucción, formaba parte de una idea acerca de nuestra inferioridad como sujetos.
Más educadas, mejor calidad de vida. Por suerte, a partir del siglo XIX con mayores o menores limitaciones, en todo el mundo nos fuimos acercando a las aulas. Según datos de las Naciones Unidas para la mujer, en todo el mundo el 80% de las mujeres adultas sabe leer, algo que para las dificultades que aún atravesamos representa un porcentaje altísimo. Sin embargo, aún estamos por debajo del 89% de los varones que en estos niveles más básicos de instrucción nos superan. En los países menos desarrollados, solo el 51% de las mujeres tiene un nivel básico de alfabetización, la pobreza sigue siendo un factor de mayor desigualdad para nosotras.
En la web oficial de la página de la UNESCO encontramos datos con proyecciones que nos explican sobre la importancia de la educación en las mujeres para las transformaciones sociales. Acceder a mejores niveles de instrucción no solo parte de un deseo vocacional y profesional, sino que dada nuestra condición en todo el mundo significan efectivamente una mejor calidad de vida. En varios países de África y algunas regiones de Asia, como por ejemplo India, los matrimonios infantiles producen una caída abrupta de las mujeres en los niveles de instrucción. Varios estudios reflejan como en regiones del África subsahariana, si todas las mujeres completaran la enseñanza primaria, la mortalidad materna podría reducirse en un 70%, dado que contarían con más herramientas y sobre todo vínculos en las comunidades para la atención primaria en la salud.
Las niñas que reciben más educación tienen menos probabilidades de llegar a ser madres precoces. El número de menores de 17 años de edad que quedan embarazadas en el África subsahariana y Asia occidental se reduciría en un 10%, si todas las muchachas completaran la enseñanza primaria, y en un 60%, si todas las muchachas completaran la enseñanza secundaria. Es decir que a mayores niveles de instrucción, las mujeres podemos además acceder a una mejor calidad desde los aspectos de la salud y la economía.
Licenciadas para seguir siendo buenas mujeres. Al día de hoy, en América Latina, y en la mayoría de los países desarrollados, las mujeres superamos en porcentaje a los varones en la formación terciaria y universitaria. Según un informe del Banco de Desarrollo para América Latina, en la mayoría de los países latinoamericanos, en el rango etario que suele considerarse central para el mercado de trabajo (25 a 54 años de edad), las mujeres tenemos, en promedio, cerca de un trimestre más de educación formal que los hombres. Pero el avance educativo no se ha extendido a todas las mujeres por igual, y ha sido menor en las zonas rurales. De hecho, el índice de analfabetismo de las mujeres supera al de los hombres, particularmente en las áreas rurales donde más del 8% de las mujeres de entre 25 y 34 años declara no saber leer ni escribir.
Según estadísticas de la UNESCO, actualmente solo el 10% de las mujeres que se matriculan en estudios terciarios en América Latina lo hace en áreas de ingeniería o de tecnología de la comunicación e información, cifra que en el caso de los hombres asciende al 33%. En el mismo orden los puestos mejor pagos en el mercado del trabajo, como ya vimos, son los basados en las matemáticas: ingeniería, física, finanzas. En Argentina, según los datos de la Secretaría de Políticas Universitarias, la presencia de las mujeres en la carrera de Ingeniería en 2009 era del 22%, diez años después, la cifra solo sumó un 2% más.
De alguna manera nuestras áreas de formación, también terminan formando parte del aparato primario que nos educa sobre los roles de las mujeres. Terminamos especializándonos, siendo universitarias en lo que la educación cultural nos formó, es decir realizando elecciones asentadas con más fuerza en estudios y trabajos refractarios a nuestros roles como cuidadoras, contenedoras, pedagogas, etc.
Somos enfermeras, psicólogas, médicas, docentes, y tenemos una especial predilección por las ciencias sociales, porque trasladamos la educación que recibimos desde la infancia y la profesionalizamos en áreas del desarrollo que nos terminan sirviendo para insertarnos en el mercado laboral, claro, pero también para seguir reproduciendo de manera más eficiente ese estereotipo de la buena mujer, o de lo que se espera de nosotras. China es el ejemplo perfecto para ilustrar cómo la profesionalización de los roles tradicionales puede terminar dentro del claustro universitario. La política tradicional del hijo único varón que por años tuvo este país para poder sostener el crecimiento demográfico, más los avances en materia legislativa sobre los derechos de las mujeres, conformó una nueva generación de mujeres jóvenes que posponen el matrimonio y la maternidad.
A raíz de esto, en marzo del 2018 la facultad Zhenjiang, ubicada al sur del gigante asiático, junto a la Federación Nacional de Mujeres de China abrieron un curso de «virtud femenina» en el que preparan a las estudiantes que están ocupadas formándose en otras carreras a vestirse, servir el té y sentarse a la perfección. Esta cátedra se creó por pedido expreso del presidente Xi Jinping, quién instó a volver a brindar a las mujeres una educación básica y transversal sobre cultura tradicional china.
En una entrevista dada al diario The Washington Post una de las profesoras que intervienen en el programa declaró: “Según la cultura tradicional, las mujeres deberían ser modestas y tiernas, y el rol de los hombres es trabajar fuera de casa y mantener a la familia”. El presidente en varias declaraciones discursivas instó a volver a los valores expresados por el filósofo Confucio (551-479 ac) donde la familia convive en armonía si se respeta la división sexual y tradicional del trabajo. Podemos ver de forma contundente cómo el control sobre los cuerpos y el comportamiento de las mujeres, no refiere solo a lo reproductivo, a las barreras en el mercado laboral, a las exigencias de los mandatos, sino también a los contenidos en los que cuales se elige aún hoy educarnos para no salir del papel que se nos es ha asignado.
Las escuelas y las universidades arrastran programas viejos, y sobre todo conservadores. La innumerable viralización de escuelas de base cristianas en todo el mundo, son además una barrera para poder acceder a un conocimiento laico que no refuerce la moral tradicional de la iglesia, en donde las mujeres debemos ser esas buenas señoritas bíblicas a imagen y semejanza de la Virgen María.
La historia de la transformación de la educación la estamos viviendo en pleno siglo XXI, porque aún los contenidos, libros de estudio, e incluso la pedagogía de los docentes, está orientada a seguir reforzando —inconscientemente o no— las desigualdades. Al día de hoy, la educación en muchas partes del mundo sigue segmentada. En Argentina, yo misma fui a un colegio de monjas, solo para niñas, hasta el año 1998. Luego pasé a un colegio que había comenzado a ser mixto apenas unos tres años atrás, pero que sin embargo conservaba el ala técnica exclusivamente para varones. Recién en el año 2002, este colegio, de una congregación de sacerdotes, aceptó la incorporación de mujeres a las filas de la formación especializada en oficios mecánicos, construcción y motores.
En su libro “El origen del patriarcado”, la historiadora Gerda Lerner explica que la hegemonía masculina en todo el sistema de símbolos, más allá de los países o las distintas culturas, se debió a dos grandes factores. Primero, este monopolio masculino de las definiciones, es decir: el mundo explicado por hombres. Y segundo, la privación de educación de las mujeres. “Durante toda la historia han existido siempre vías de escape para las mujeres de las clases elitistas, cuyo acceso a la educación fue uno de los principales aspectos de sus privilegios de clase”, escribe. “Pero el dominio masculino de las definiciones ha sido deliberado y generalizado, y la existencia de unas mujeres muy instruidas y creativas apenas ha dejado huella después de cuatro mil años”.
Epílogo. (…) Como hija de una docente quiero señalar el rol social que el ámbito educativo formal tiene hoy, y destacar la cantidad de formadoras y formadores que todos los días revisan los contenidos que brindan, piensan en incorporar mujeres en sus bibliografías, reaprenden todo, absolutamente todo lo que le enseñaron para poder contar la Historia desde un lugar más justo. En mi país la docencia es una actividad bastante vapuleada económicamente, pero allí están las y los educadores, dando una batalla cultural admirable, por una vocación real: brindar educación de calidad.
En este mismo sentido, la psicología se ha vuelto una disciplina capaz de darnos a las mujeres y a los hombres herramientas clave, para que nuestras historias personales puedan ser vistas desde una dimensión que nos habían negado.
Este texto es un fragmento de «(Mal) Educadas» (Planeta)
Aseica conecta un total de 150 científicas ‘detectives del cáncer’ con 6.500 estudiantes de España para acercar la oncología molecular
Un total de 150 científicas, bajo la denominación de ‘detectives del cáncer’, acercarán la ciencia a 6.500 estudiantes de toda España. Esta es la nueva iniciativa de la Asociación Española de Investigación sobre el Cáncer (Aseica). El objetivo del proyecto ‘CONÓCELAS‘ es acercar el campo de la oncología molecular a las nuevas generaciones. Esta iniciativa ve la luz con motivo del Día Internacional de la Mujer y Niña en Ciencia.
“Este tipo de charlas son importantes para que vean que las científicas no somos raras, somos interesantes”, ha destacado la vicepresidenta de Aseica, Marisol Soengas, en una entrevista con Gaceta Médica.
La experta ha indicado que se trata de la iniciativa más grande que se ha hecho en España para acercar el cáncer en centros educativos. Sin embargo, Soengas insiste en la importancia de construir referentes femeninos que abarquen todas trayectorias profesionales, no solo la ciencia.
Con esta iniciativa, Aseica anima a todo el alumnado y, especialmente, a las niñas y chicas de distintos niveles educativos a interesarse por la Ciencia. Para ello, tendrán la oportunidad de hablar y preguntar directamente a investigadoras que son líderes en sus campos de investigación. Para ello, contará con la participación de científicas que desarrollan sus investigaciones en centros de investigación punteros españoles, del resto de Europa y norteamericanos.
“A las mujeres que se dedican a la investigación las llamamos las detectives del cáncer, y queremos que se conozca lo que está más allá de la bata y sus éxitos profesionales”
Vicepresidenta de Aseica, Marisol Soengas
Romper estereotipos
En este sentido, para llamar la atención de las estudiantes, Aseica ha presentado un cartel que rompe los estereotipos que abarcan las científicas. La imagen muestra una científica con tatuajes y vestida con una gabardina, haciendo honor al término ‘detective del cáncer’.
Además, Aseica ha impulsado un dossier con las participantes de la iniciativa que muestra la “faceta científica y fuera del laboratorio”. En este contexto, todas las investigadoras tienen una foto en el laboratorio y otra practicando sus hobbies, recogiendo mujeres haciendo escalada, baile o salto en paracaídas, entre otras aficiones.
La iniciativa ‘CONÓCELAS’ tendrá lugar el próximo 8 de febrero y se realizará de forma virtual y en directo.
“Es un reto, pero también una gran ilusión, porque nunca se había llegado a este volumen de alumnos y alumnas en colegios, institutos y universidades por toda la geografía española”, ha indicado Soengas. Además la vicepresidenta de Aseica señala que las ‘detectives del cáncer’ voluntarias tienen “muchísimas ganas de colaborar en esta iniciativa”.
Soengas ha indicado que una de las finalidades del proyecto es poder dar visibilidad a las científicas en cáncer de una forma “dinámica e interactiva”. En esta afirmación coincide el presidente de Aseica, Luis Paz-Ares, añade que “es importante es presentar mujeres investigadoras referentes dinámicas y comprometidas con la ciencia aquí y ahora”.
Por este motivo, el próximo 8 de febrero cada centro educativo participante se conectará con una investigadora de ASEICA en “charlas de tú‐a‐tú”. El estudiantado podrá hacerlo desde sus propias aulas o desde casa sin ninguna infraestructura adicional.
La mujer en la ciencia
En el campo del cáncer, 3 de cada 10 altos puestos están ocupados por mujeres, pero “creo que las perspectivas son relativamente buenas”, ha señalado Soengas.
“Nuestra intención es que ‘Conócelas’ ofrezca una visión fresca y diferente de la importancia del trabajo en un laboratorio que, en el caso de ASEICA, tiene como fin mejorar la salud de los pacientes con cáncer”. Así lo comentan las investigadoras María Abad y María Mayán, coordinadoras también del evento.
“CONÓCELAS no termina aquí, seguiremos trabajando para generar nuevas vocaciones científicas y para acercar la ciencia al estudiantado y la sociedad en general”, ha concluido Soengas.
CONÓCELAS cuenta además con la colaboración de la Red de Asociaciones de Investigadores y Científicos Españoles en el Exterior (RAICEX), así como con la iniciativa “Ciencia es Femenino” de Científicas de Galicia.
En las comunidades argentinas, las mujeres cuestionan: «¿cómo no vamos a luchar? ¿Nos secamos junto a la tierra?”
Desde los cortes de ruta al pie del Cerro hace más de una década, la defensa de las fuentes de agua en los Andes sigue vigente hasta hoy, cuando la minería a cielo abierto se presenta como una solución a esta nueva crisis que enfrentamos. En esta lucha contra las corporaciones, la labor de las mujeres es indispensable y muchas veces anónima. Nos permitimos un recorrido por tres provincias para replicar las voces de las guardianas del agua.
La minería es como una moneda que refleja en una de sus caras el extractivismo, y en la otra el capitalismo neoliberal, con las que paga un modelo de desarrollo insostenible al que suele llamarse vulgarmente “progreso”, enmarcado por un mercado omnipresente que garantiza la impunidad y el beneficio de las corporaciones transnacionales y las élites económicas, mientras amenaza los derechos de los pueblos y la naturaleza. Los gobiernos supeditan las políticas públicas a este modelo, vulnerando el derecho al agua, que es un derecho colectivo y se vincula íntimamente con los procesos comunitarios y la defensa de los territorios y los bienes comunes.
En la provincia de San Juan, en Argentina, existe Jachal, un departamento situado al norte de la provincia y al este del emprendimiento Veladero, una mina a cielo abierto que explota oro y plata. Allí funcionaba el grupo Madres Jachalleras, un grupo de mujeres que comenzó a luchar en el año 2002, cuando se hace presente la minería en la comunidad consultando acerca de la opinión sobre el cuidado del medio ambiente, a pesar de que estaba instalada desde 1996 sin consulta previa.
“La promesa del progreso era el sueño de todos, porque no habíamos visto con nuestros propios ojos el impacto de la minería” afirma María José, integrante del grupo. “Cuando nosotras salíamos casa por casa a levantar firmas, la minera iba detrás nuestro con los televisores, los DVD y CD. (…) Llevan asistentes sociales, contratan psicólogos, los visitan en la casa para convencerlos de que está todo bien, (…) es un despliegue impresionante… Nosotros íbamos en bicicleta y ellos iban en unos autazos, a la gente le daba risa.”
En una zona semidesértica, el único río con el que contaba la población era el Río Jachal, y fue destruido por la minera. Primero se contaminó el agua, después comenzó a escasear el agua, y finalmente se han contaminado las napas. La denuncia de María José se remonta al año 2013, pero en los años 2015, 2016 y 2019 ocurrieron derrames de miles de litros de líquido contaminante a la fuente, lo que sigue empeorando la situación hasta hoy, y con total impunidad de la minera transnacional Barrick Gold, a cargo de la explotación del yacimiento. Desde enero de este año, la Asamblea Jachal No Se Toca, heredera de la iniciativa de las Madres Jachalleras, reclama que el sistema de distribución domiciliaria que trae agua del río, contiene mercurio y otros residuos peligrosos.
Al norte de Jachal se encuentra la provincia de La Rioja. Allí en 2012, se inicia un corte de ruta para impedir el paso de los camiones mineros hacia el cerro Famatina. En el campamento, emplazado en las afueras de Alto Carrizal, el poblado más cercano al pie del cerro, un nutrido grupo de vecines y activistas mantenían el bloqueo de manera colectiva. Muches visitamos este espacio por ese entonces. Cuando llegamos, recibimos nuestra asignación de tareas, entre ellas la guardia de la medianoche en una casilla al lado del camino donde estaba la barrera, en la que siempre había un grupo de personas en vigilia. En ese espacio conocimos a María Luisa “Muñeca”, a Daniela, a María Eugenia y muchas otras mujeres de todas las edades haciendo guardia a la par de los varones por el agua de su pueblo. Entre risas pero con solemnidad, ellas nos compartieron historias de lucha y de orgullo por su tierra. “Los cerros son nuestros, es del pueblo, y nosotros no queremos que lo exploten, es nuestro, es como si fuese nuestro hijo. Yo cuando dijeron que lo iban a explotar en 2006 ya me puse loca. (…) No todos tienen esa posibilidad de tener una belleza como tenemos nosotros”.
En La Rioja la minera no pasó esa vez, y luego tampoco. Hasta el 2018, la comunidad al pie del Famatina rechazó la instalación de cinco empresas mineras. Pero la disputa por el territorio nunca se termina porque las comunidades viven sobre montañas que albergan enormes riquezas, y son, por eso, asediadas por el poder económico.
Luego de muchos intentos y no pocos fracasos, las corporaciones transnacionales despliegan novedosas estrategias de legitimación, una de esas es plantear su autodenominado rol fundamental en la economía, mediante el cual derramarían riqueza para la recuperación de nuestro país luego de la crisis del COVID-19. Mientras esto dicen, las empresas mineras siguen funcionando en pleno periodo de aislamiento social, como si fuera una “actividad esencial”, y dispersan el virus en las poblaciones andinas, cómo ocurrió en Catamarca. Dice Silvina, de la Asamblea el Algarrobo de esa provincia: “nosotros pensamos que la actividad minera no es esencial. De hecho, los primeros casos de COVID-19 en Catamarca fueron de empleados mineros y consideramos desde la asamblea que el agua es esencial, no la actividad minera.”
Catamarca es la provincia al norte de La Rioja y allí encontramos a Andalgalá, una pequeña ciudad en la falda del Cerro Aconquija, en la que habitan 20.000 personas. Andalgalá padece hace 20 años la explotación minera y es una de las zonas más empobrecidas del país. En 1995 se otorga la concesión de Yacimientos Mineros Aguas del Dionisio (YMAD) a Minera Alumbrera. El proyecto Bajo de La Alumbrera es la mina en funcionamiento más grande de Argentina. Tiene denuncias y causas penales en tres provincias por contaminación y violación de derechos. Luego de la instalación de este yacimiento, se sucedieron otros proyectos de mayor envergadura, todos ubicados en el Aconquija.
Las poblaciones que resisten, padecen persecución ideológica y violencia institucional a través del uso de la fuerza policial contra las comunidades. Las mujeres denuncian que están expuestas no sólo al riesgo decurrente de ser defensoras del agua, como también al escarnio público del patriarcado. Una participante de un grupo feminista de la provincia denuncia “hablando con las mujeres vemos que se puede llegar a algo, pero va a ser un conflicto tremendo, y es exponerlas más de lo que ya están expuestas”
Una mujer agricultora de Andalgalá, cuya identidad prefiere preservar, nos dice: “la vida la garantizamos los pueblos, con nuestro cuerpo y con organización y con el trabajo diario función del alimento, función de la vida. Y cada vez se hace más difícil, hay cada vez más poblaciones en jaque por estos intereses. El pueblo sale a caminar todos los sábados desde hace más de 11 años en contra de la minería a cielo abierto y en defensa del agua. Milita la causa en su cotidianeidad, todos los días, y eso se va inculcando en nuevas generaciones de niños y niñas que lo incorporan.”
La disputa con la minería no es sólo por el agua, es sobre el modelo de desarrollo que encarna el tan inasible “progreso”. Para indagar sobre estos imaginarios, en 2020 entrevistamos a habitantes de la Cuenca del Salar del Pipanaco, en la provincia de Catamarca. Hablamos del agua y de sus proyectos de vida. Nos hablaron de resistencias, de la dignidad humilde y se preguntan: “¿Cómo no vamos a luchar? ¿Nos secamos junto a la tierra?”
Una mujer productora y tejedora campesina, al preguntarle sobre su visión del desarrollo contesta: “la vivienda en primer lugar, tendría que haber mucho más desarrollo en las cosas más importantes, más necesarias”. Para les campesines, el vínculo de la agricultura con el agua es esencial. “La conciencia de que toda el agua está relacionada y que conecta los pueblos, puedo decir que sí está, por qué los productores y la gente que habita los territorios, así lo ve.”
Para las agricultoras, “tenemos que pensar en un desarrollo inclusivo, en un desarrollo en relación, un desarrollo integral, un desarrollo mirado desde las comunidades, que quizás ya lo estamos haciendo… Es lo que se ve, es lo que está”. En Los Andes se habla de comunitarismo, y las comunidades se aglutinan en torno al agua.
“No se puede poseer ese algo sin dueño” dice el poema de La Reynamora Azul que leyó Rosa, integrante de la Asamblea el Algarrobo, en la Primera Cumbre Latinoamericana del Agua para los Pueblos, realizada en la ciudad de Catamarca en 2018. Miles son las guardianas del agua, y no se encuentran sólo en la montaña: la “madre de todas las batallas”, Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo, a los 87 años viajó a Catamarca y se dirigió a la multitud que asistió al Encuentro con estas palabras: “toda la lucha nuestra es puro compromiso, si no sale de adentro, no vale. (…) Hoy venimos a defender el agua. (…) Primero vinieron por nuestros hijos e hijas ahora vienen por el agua”. “A la protesta hay que transformarla en propuesta. Que nadie diga ‘estoy cansado’”, dice una luchadora incansable; y con su ejemplo, contagia todes les demás, porque el agua no se vende, ¡se defiende!
Natalia Salvático es coordinadora del área de agua y sustentabilidad de Amigos de la Tierra de Argentina.
Las Naciones Unidas denunciaron este martes (02 de febrero) que la pandemia de la Covid-19 impulsa la trata de personas a nivel mundial, un tipo de esclavitud moderna que afecta especialmente a mujeres y en la que en los últimos 15 años creció la explotación de menores.
Las niñas suelen ser explotadas sexualmente, mientras que los niños acaban en trabajos forzados, según el Informe Global sobre Trata de Personas de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (Onudd).
Desde abusos sexuales a tráfico de órganos
La trata es un delito que consiste en captar, trasladar y retener a una persona mediante la fuerza o la amenaza para explotarla durante largos periodos de tiempo.
Las personas más vulnerables económica y socialmente son las que tienen mayor riesgo de caer en las redes de trata, que se aprovechan de esas circunstancias. Uno de los casos más visibles es el de Venezuela.
Aunque la explotación sexual es la más común, otras víctimas sufren trabajos forzados en agricultura, pesca o minería, condiciones de esclavitud en trabajos domésticos o son obligadas a cometer delitos, mendigar o incluso sometidas a extracciones de órganos.
En América Latina
En América Latina la gran mayoría de las víctimas de trata son mujeres y niñas explotadas sexualmente, aunque en algunos países, como Argentina y Chile, los casos de trabajos forzados son mayoritarios.
Los hombres representan la mayoría de los procesados por este delito en Sudamérica. El 84 % de los condenados son nacionales del país en el que deben cumplir sentencia. De las más de 3.400 víctimas rescatadas en 2018 en América del Sur de esta forma de esclavitud moderna, el 69% eran mujeres, el 5% niñas, mientras que los hombres representaban el 25% y los niños el 1%, según Onudd.
La explotación sexual era el delito más frecuente con el 64%, mientras que los trabajos forzados suponían el 35%, y el 1% restante estaba sometido a otros tipos de explotación.
Fuente e Imagen: https://lahora.com.ec/quito/noticia/1102339735/la-pandemia-impulsa-la-trata-de-personas-
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