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La sociedad psicológica (a propósito de la salud mental)

«Puede creerse en la posibilidad de una nueva regulación de las relaciones humanas, que cegará las fuentes del descontento ante la cultura. (…) Esto sería la edad de oro, pero es muy dudoso que pueda llegarse a ello.» (Sigmund Freud: El porvenir de una ilusión).

De un tiempo a esta parte contamos con un nuevo tema recurrente en la agenda mediática. Ocurrió hace años con la violencia ejercida contra las mujeres en el contexto de las relaciones afectivo-sexuales. De manera semejante a esta espantosa lacra la salud mental era un problema sólo reconocible en el ámbito de lo privado, pero no estaba en el tablón social en el que ya se le otorga un reconocimiento que conlleva el planteamiento de la necesidad de un tratamiento colectivo, mereciendo por ende formar parte de la tarea política.

Creo que no cabe discusión en identificar la maldita pandemia de la COVID-19 como un punto de inflexión en la consideración pública de la salud mental. Fue notable el incremento de las referencias en el sinnúmero y diversidad de informaciones que aludían al aspecto psicológico de lo que, en principio, era un mal puramente somático causado por un microorganismo, el dichoso coronavirus. Pero aquí se hacía evidente lo ilusorio de ese dualismo psicofísico heredado de la filosofía antigua y acentuado por las grandes religiones monoteístas consistente en la creencia de que somos personas porque no somos un ente puramente físico, sino que contamos en nosotros con lo que realmente constituye nuestra esencia humana, a saber, un alma o mente de naturaleza incorpórea. La neurociencia más reciente nos demuestra lo contrario: los males del cuerpo también lo son del alma –de la psique– y viceversa. Hoy sabemos, por ejemplo, que existe una importantísima conexión entre nuestro heroico sistema inmunitario, nuestro prosaico intestino y nuestro aristocrático cerebro, eje orgánico que es determinante en nuestro estado de ánimo diario. Hay quien ya ha bautizado al intestino como nuestro «segundo cerebro» (no se tome al pie de la letra, claro). El célebre neurocientífico premio Príncipe de Asturias Antonio Damasio certificó la obsolescencia científica y filosófica del dualismo psicofísico en su apasionante libro titulado El error de Descartes cuya publicación data de 1994.

En cualquier caso –y esto ya fue reconocido por la Organización Mundial de la Salud hace años– no se reduce la noción de salud a la salud estrictamente fisiológica; para ser cabal no puede faltarle su ingrediente psíquico. Es lo que vino a expresar públicamente en sede parlamentaria el diputado Íñigo Errejón, no sin arrancar alguna que otra chufla de alguna de sus señorías miembro de la bancada menos progresista. Hay quien diría que la voz que entonces elevó el diputado Errejón era la de aquel que clama en el desierto. Pero el caso es que meses después la atleta norteamericana Simone Biles, una figura señera del deporte mundial, renunció a su participación en ciertas competiciones de la Olimpiada de Tokio por mor de su bienestar anímico (de «ánima», que como «psique» también quiere decir alma). Y nada como las noticias del mundo del deporte para otorgar un potente escaparate publicitario a los temas que se vean insertos en ellas.

Luego hubo referencias con cierto eco en diversos medios sobre el asunto de la salud mental conectado con los más jóvenes y el preocupante número de suicidios que se registra entre los de su colectivo. Y lo más reciente: el triste desenlace de una depresión arrastrada a lo largo de años por una persona muy popular, la actriz Verónica Forqué. En el caso de este último episodio de repercusión social aparece mezclada la variable de las redes sociales y su efecto sobre el estado emocional de quienes se hallan expuestos a sus tóxicos efluvios. También sobre esto trascendió algo en los medios con ocasión de las revelaciones de una antigua ingeniera de Facebook que denunció cómo esta empresa desprecia los informes internos que le alertan del efecto pernicioso que el uso de las redes tiene sobre la psique de sus usuarios de menor edad.

En el contexto de los institutos hoy ya es norma la preocupación del profesorado por la salud mental de los adolescentes que en ellos estudian. Es obligatorio saber de sus problemas familiares y personales; los profesores no siguen a su alumnado sólo en el plano académico, también lo hacen en lo que importa a su salud. Por eso no puedo evitar que me provoque cierta perplejidad observar que curso tras curso el número de estudiantes con problemas de salud mental a los que imparto clases vaya en aumento. Porque ocurre justo cuando más los cuidamos, hasta el punto de que incluso se denuncia un excesivo proteccionismo de los hijos por parte de sus padres. A esto ya hay quien lo llama hiperpaternidad.

¿Es todo lo expuesto prueba de que nos hallamos ya plenamente inmersos en lo que Thomas H. Leahey llama en su manual clásico de Historia de la Psicología «la sociedad psicológica»? En ella el punto de vista psicológico se ha convertido en una forma normal de mirar los comportamientos, y es tenido en cuenta a la hora de juzgarlos, debido en parte seguramente a la evolución de la moralidad –hacia una menor rigidez y el reconocimiento de una variedad de opciones todas válidas– acompañada de la secularización progresiva de las sociedades así llamadas avanzadas. Todo consecuencia de la revolución humanista que arranca de finales del siglo XVII, cuando da sus frutos el librepensamiento de quienes se atreven a cuestionar el origen trascendental de lo que dota de sentido a la existencia humana. Desde entonces se ha impuesto la certeza de que somos nosotros los únicos que otorgamos valor a lo que hacemos, que es el individuo el único capaz de dotar de significado a su vida. Una liberación ética sin duda, pero también una carga anímica. Creo que esa senda histórica inaugurada por la modernidad desemboca actualmente en el encumbramiento de la emotividad como criterio de validación del juicio sobre la realidad en la que cada cual se encuentra. En su libro Homo Deus el autor israelí Yuval Noah Harari lo resume atinadamente diciendo que «mientras que los sacerdotes medievales tenían línea directa con Dios y podían distinguir entre el bien y el mal, los psicólogos modernos solo nos ayudan a ponernos en contacto con nuestros sentimientos íntimos».

Como muestra representativa de ese cambio relativamente reciente –pues Leahey lo sitúa después de la Segunda Guerra Mundial cuando la psicología norteamericana se ve de alguna manera forzada a responder a la demanda de atención clínica– tenemos lo que supuso en su día el cambio en la forma de considerar la homosexualidad. En efecto, a partir del 16 de septiembre de 1973, día en que la Asociación Estadounidense de Psiquiatría reconoció oficialmente que la homosexualidad no es una enfermedad mental, la historia de la lucha del colectivo gay por sus derechos logró un importante aval. Los prejuicios morales y religiosos quedaron a partir de ese momento progresivamente expuestos frente a las críticas desde las posiciones que reivindicaban el bienestar emocional de esas minorías culturalmente malditas.

La revolucionaria decisión médica quedó plasmada en la siguiente edición del DSM. El DSM es el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (MDE, en el original en inglés Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders o DSM), editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. A lo largo del tiempo desde su existencia ha tenido sucesivas versiones resultado de las revisiones a las que se ha sometido el catálogo de las psicopatologías por parte de quienes trabajan en el ámbito clínico. Es el documento de referencia de psiquiatras y psicólogos clínicos mediante el que se juzga en gran medida qué es y qué no es enfermedad mental. La versión actualmente vigente es la quinta, conocida como DSM-5. La primera edición data de 1952.

Allen Frances fue el presidente del grupo de trabajo del DSM-IV (año de publicación: 1994) y parte del equipo directivo del DSM-III (1980). Tal como expone en su libro elocuentemente titulado en castellano ¿Somos todos enfermos mentales? existe lo que él denomina una «inflación diagnóstica» en psiquiatría. Su libro de hecho tiene la intención explícita de ser un manual contra los abusos de esta especialidad médica. Su título original en inglés es Saving normal. Se trata, pues, de no perder de vista la noción de normalidad como componente esencial de lo que entendemos por salud; es decir, de no elevar la salud a un estado ideal que casi nadie y rara vez podrá disfrutar plenamente, menos aún en su dimensión psíquica. Viene a defender Allen que lo normal es que todos presentemos desde el punto de vista psicológico algún que otro desajuste.

¿Puede ser que ese canon de salud mental difícilmente alcanzable en su plenitud sea uno de los factores culturales que hoy nos hagan sentir mal, precisamente por ser conscientes de que no lo cumplimos? ¿Y al sentirnos mal creemos que estamos mal? ¿Puede ser este un pernicioso efecto imprevisto de la vida en la sociedad psicológica? Porque en el caso de la salud mental, dada la inconmensurable complejidad de la psique humana, puede ser difícil discernir las causas puramente psicológicas de las sociales o antropológicas que la dañan, esto es, las causas relacionadas con la civilización y sus sinsabores.

No hay que despreciar el contexto histórico y cultural en el que la enfermedad mental se reconoce. Pensemos sin ir más lejos en la categoría de histeria, un verdadero cajón de sastre en el que se incluían el más dispar repertorio de síntomas tan común en la época en la que el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, inicia su carrera médica y alumbra sus primeras propuestas teóricas para la comprensión y terapia de los trastornos psíquicos. Su primer libro, escrito en colaboración con el médico vienés Joseph Breuer en 1895, lleva por título precisamente Estudios sobre la histeria. En él se viene a reconocer la especificidad de la terapia psicológica y se halla el germen de la más específica del psicoanálisis. Esto demuestra que el ámbito de la salud mental no ha mucho que ha ingresado en el dominio de la clínica científica.

Es una constante de la historia de la psicología y la psiquiatría la contaminación de los prejuicios culturales, particularmente los de orden moral e incluso religioso, en la percepción de la salud mental como demuestra el caso anteriormente referido de la homosexualidad. Esto es manifiesto en las críticas que siempre han rodeado a la confección de las diversas versiones del referido DSM ya apuntadas anteriormente. En su vocación por universalizar las entidades nosológicas (es decir, las distinciones entre enfermedades) el mundo clínico de la salud mental ha progresado en el discurso biologicista sustitutivo del existencial o fenomenológico, esto es, del construido a partir de lo experimentado por el paciente, de lo que siente. Ahora bien, las diferencias interculturales subsisten. Por otro lado, cabe la posibilidad de que los no expertos perciban que las explicaciones biológicas de las enfermedades mentales les absuelven a ellos, a los familiares próximos y a la sociedad en general de cualquier responsabilidad. Otra vez la sombra de la moral se proyecta sobre la psicopatología.

Es un error aislar la salud mental del contexto sociocultural en el que la vida de las personas se desenvuelve. De igual manera que la institución educativa no puede solucionar lo que son vicios estructurales de unos sistemas de convivencia e ideológicos en los que aquélla se halla inmersa el tratamiento de los problemas mentales por medio de los recursos clínicos no puede resolver lo que hunde sus raíces en unos modos de vida intrínsecamente malsanos. No es descabellado plantearse si el incremento de los problemas de salud mental no será otra cosa que el coste que hemos de pagar por ser consecuentes con la fe que profesamos a la libertad individual y al progreso.

Fuente: https://rebelion.org/la-sociedad-psicologica-a-proposito-de-la-salud-mental/

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“Parte de la deserción escolar en Colombia se da en séptimo grado”, Mónica Ospina

Por: www.elespectador.com

El año pasado el sector educativo fue uno de los más afectados por la pandemia. Para saber qué tanto se perjudicó el proceso de aprendizaje es vital medirnos y esa es una tarea del ICFES. En sus más recientes resultados muestran una disminución en el puntaje de los estudiantes de calendario A. Entrevista con su directora.

La educación es uno de los sectores que más se ha visto afectado por la pandemia. En Colombia, por ejemplo, el Ministerio de Educación autorizó que en 2022 todos los planteles educativos regresaran a la presencialidad; es decir, durante dos años los colegios estuvieron cerrados, generando algunos déficits en el proceso de aprendizaje. Para identificar algunas de esas falencias, el Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación (ICFES) ha adelantado una serie de estrategias. Una de ellas es retomar las pruebas Saber en el grado séptimo, pues según Mónica Ospina, directora del instituto, “había un espacio muy grande entre quinto y noveno y olvidamos que del paso del grado séptimo a octavo hay muchas condiciones que cambian en el ciclo escolar”. (Le puede interesar: En educación hay una obligación urgente)

En entrevista, Ospina cuenta otros de los cambios que surgieron en el ICFES a raíz de la pandemia, como los cuestionarios auxiliares, que son de habilidades socioemocionales y se centran en el contexto de aprendizaje de los estudiantes durante la pandemia. “Incluyen una lectura del contexto de los estudiantes. Se hacen entrevistas a los docentes, rectores y padres de familia”. En cuanto a los resultados de las pruebas Saber 11 de 2021, señaló que se observó una disminución en el puntaje global de dos puntos para el calendario A, “es una reducción leve, no es muy significativa. Y las áreas en las que estamos encontrando esta disminución son matemáticas y ciencias sociales”, señaló.

¿En qué se han enfocado como institución en este tiempo de emergencia sanitaria?

Las pruebas de Estado tienen un rol muy importante en este momento por la urgencia que se tiene de poder cerrar esas brechas de aprendizaje en torno a la presencialidad. Tenemos la prioridad de poder identificar cuáles son esos aprendizajes o cuáles son los estudiantes que se han podido ver afectados en todo su ciclo educativo ligado a la pandemia. En eso el ICFES, en conjunto con el Ministerio, ha venido creando programas y actuando de manera conjunta para poder responder a eso.

¿Cuáles son esas medidas que se han implementado para cerrar las brechas?

Este año se retoman las pruebas Saber en séptimo grado que no se realizaban desde 2017. Se retoman además de manera electrónica, así como se había contemplado en el piloto que se hizo en 2019. (Puede leer: El regreso a los colegios es un hecho: no habrá más restricciones de aforo)

Desde hace diez años no se hacía esta prueba, ¿por qué es importante retomarla?

Esta prueba busca identificar cada uno de los niveles de educación y cuáles son esos déficits. Había un espacio muy grande entre quinto y noveno y olvidamos que del paso del grado séptimo a octavo hay muchas condiciones que cambian en el ciclo escolar. De hecho, parte de la deserción escolar se da mucho en séptimo grado, entonces es fundamental entender qué es lo que pasa en ese paso para los estudiantes.

¿En qué consisten los otros cambios que ha tenido el instituto por la pandemia?

Nos hemos centrado en medir las capacidades de la población con discapacidad. Esto implicó que fuéramos a muchas regiones del país. A pesar de que no se mide a todos los estudiantes, sí se mide toda la representatividad en términos de colegios por tamaño que tenemos a lo largo del país. Esta es una información muy importante que entregaremos al país el próximo año. También continuamos con el programa “Evaluar para avanzar”, que se caracteriza por ser una evaluación diagnóstica en la que todo el control lo tiene el docente. Nosotros desde el ICFES le abrimos al docente toda la información que requiere para construir y diseñar esa prueba y le damos toda la información para que pueda hacer un análisis en términos de competencias y aprendizajes. El objetivo es dar una valoración de aprendizajes que le dice a un docente cuáles son las competencias que puedan encontrarse más rezagadas con respecto a lo que espera para cada uno de los grados. Va desde tercero hasta 11. (Puede leer: Motete: cinco años cambiando la forma de leer en el Chocó)

Uno de ellos es en las pruebas Saber 11…

Sí. Primero hay que entender que los contextos de los estudiantes son muy diferentes en nuestro país y los puntajes deben ser leídos bajo este. Entonces en Saber 11, que es nuestra prueba insignia y la que es más conocida para toda la población, hemos empleado una caja de herramientas que les damos gratuitamente a todos los estudiantes para familiarizarse con la prueba. Esa innovación surge de escuchar en las mesas a los ciudadanos y en poder ofrecer lo que los estudiantes necesitan. Es importante que entiendan que el examen no es un requisito por capricho del Gobierno o de las universidades, sino que realmente es una herramienta muy poderosa para el estudiante, las instituciones de educación superior y el sector con el objetivo de poder focalizar recursos.

La pandemia mostró la importancia de la salud mental. ¿Qué estrategias adelanta al ICFES para protegerla?

Hubo unos cuestionarios auxiliares que son de habilidades socioemocionales y de su contexto de aprendizaje durante la pandemia. Las pruebas incluyen además una lectura del contexto de los estudiantes, porque se hacen entrevistas a los docentes, rectores y padres de familia. Es una evaluación controlada y estandarizada que sí va a dar unos puntajes, pero que tiene un propósito de entender todo el contexto de aprendizaje. Eso se planeó desde 2019 y logramos hacerla este año. Hay una continuidad de ese estudio para el otro año, porque les hacemos un seguimiento a los niños evaluados este año y van a tener un seguimiento durante los próximos ocho años. Esta es una apuesta muy importante de poder entender cuáles son esas condiciones de aprendizaje que están teniendo nuestros niños hoy.

Uno de los retos que tuvieron a la hora de presentar el examen era la conexión a la plataforma. ¿Cómo ajustaron esas fallas?

Todos los estudiantes que tuvieron el problema durante el 26 de octubre fue una caída del sistema de veinte minutos. Los estudiantes que perdieron la conectividad fueron reprogramados y lograron presentar la prueba el 7 de noviembre. Fueron poco menos de 10.000 estudiantes. Fue un hecho que se analizó con detalle y se refuerza para que no vuelva a ocurrir en otra presentación de la prueba.

¿Han pensado institucionalizar el examen del ICFES para que sea virtual o solo será por la emergencia sanitaria?

Nosotros tenemos pruebas de manera virtual y otras que se hacen en papel y lápiz. Todas las pruebas son diferentes y se hacen de acuerdo con las necesidades de población que las presenta. Sin embargo, el ICFES sí está en una transición: habrá pruebas electrónicas que está más acelerada de lo que se esperaba. En nuestro plan estratégico estaba realizar el 5 % de sus pruebas electrónicas para 2023. Pero, a partir del año pasado, que logramos hacer las pruebas TyT y Saber Pro de manera electrónica, logramos más del 40 % de las pruebas de manera electrónica. Instituciones como Pisa, por ejemplo, se han demorado entre cuatro y seis años en hacer esa transición a pruebas electrónicas. Hacerlo implica hacer análisis en términos de que se garantice la comparabilidad de la prueba.

¿Todas las pruebas son aptas para presentarse de manera virtual?

No. Hay pruebas, como la Saber 11, que son muy difíciles de hacer de manera electrónica, por la cantidad de estudiantes que se evalúan. Nosotros podemos tener en calendario A aproximadamente 600.000 estudiantes, por ejemplo. El próximo año volvemos a tenerla como siempre la hemos tenido, en un solo día. Este año la hicimos en dos días, el año pasado la tuvimos que extender a tres días, por todo el tema de distanciamiento, porque ni siquiera los sitios nos daban la capacidad para poder hacerla en un solo día. En las pruebas que hemos podido, como la de tercero, séptimo y noveno, empezamos línea base para que se pueda realizar de manera electrónica, un proceso similar al que se adelanta con la prueba Saber Pro TyT. Una muy buena noticia para los estudiantes de Saber Pro es que a partir del próximo año se va a poder presentar dos veces al año. Una se hará finalizando a mayo y otra finalizando octubre.

Lograron sacar las pruebas en tiempo récord en medio de la emergencia sanitaria, ¿qué lecciones le deja?

Muchas, de hecho, en este momento asesoramos al Gobierno de República Dominicana y hemos hablado con Guatemala, México y Ecuador, que quieren entrar en el proceso de transición y nos consultan. Somos uno de los países en los que hemos podido hacer pruebas de Estado a gran escala. Tenemos dos modalidades: la que es en sitio, que es totalmente controlada, pero también están las pruebas que hacemos en casa. El reto es aprovechar la tecnología para tener un mayor número de preguntas. En un computador se pueden hacer preguntas interactivas. Este año montamos un laboratorio de evaluación, encargado de hacer esa transición, que no es hacer una prueba en un computador, sino aprovechar la tecnología para hacer mejores evaluaciones y evaluar otras competencias. Por ejemplo, Pisa evaluará el otro año pensamiento creativo, un modelo innovador que solo se puede realizar de manera electrónica. Nosotros participamos activamente en la construcción de ese módulo y en su implementación. En el ICFES queremos llegar, en el corto plazo, a medir este tipo de competencias, muy importantes para el mercado laboral y el desarrollo de los estudiantes.

Uno de los retos es garantizar que el examen llegue a todos los estudiantes. ¿Cómo lo lograron este año de pandemia si hay aún muchas zonas rurales a donde no llega el internet y los estudiantes deben realizar largos desplazamientos para poder presentar la prueba?

Los retos vienen desde todos los aspectos, desde la misma construcción de preguntas, como lo pones en una plataforma y todo el proceso de operación cambia. El mismo proceso de instrucción requiere que conozcamos si lo va a hacer en casa, en otro sitio, si tiene condiciones técnicas. Hemos encontrado que aproximadamente el 80 % de los estudiantes tienen equipo y conectividad para hacer una prueba en línea que es demandante. A los que no tienen conexión, nosotros tenemos ítems de aplicación, disponemos de internet, llevamos equipos y router para que los estudiantes puedan presentar la prueba. El reto para tercero, quinto, séptimo y noveno fue gigante, porque hay colegios de solo veinte estudiantes que no tienen ni siquiera equipos. En algunos sitios no logramos conectividad, entonces instalamos un software que permitía hacer la prueba. Luego hacemos un proceso de sincronización. Para estas pruebas hicimos el 60 % con conectividad con los colegios y tuvimos que mover algunos equipos para tener mayor cobertura, porque no había equipos en los colegios para todos los estudiantes y más o menos el 10 % lo tuvo que hacer en papel, porque muchos no tenían energía eléctrica o estaban desconectados. Siempre esas pruebas están acompañadas de un equipo logístico que ha enfrentado estos retos.

Otro de los retos fue el plagio, ¿cómo lograron controlarlo?

Tenemos personas que están vigilando y el software de evaluación que tiene el ICFES consiste en que una vez entras a la evaluación no te permite moverte a ninguna otra página ni abrir otro programa dentro del computador. Para los que están en casa se tiene un sistema de inteligencia artificial que crea unas alertas en tiempo real de si está utilizando el celular o algún otro dispositivo, audífonos, si tiene su cara tapada y no se pueden ver los ojos o la boca, si hay otra persona acompañando, si la persona está ausente o si sale de pantalla sin haber solicitado algún permiso. El sistema también identifica problemas que puede tener el estudiante. Podemos saber si se salió de la prueba porque se le cayó la energía, porque perdió conectividad o por alguna acción que tomó el estudiante.

¿Ya hicieron un análisis de los resultados? ¿Conocen las diferencias en el desempeño académico en comparación con años anteriores o cuáles son las regiones que obtuvieron peor puntaje?

Lo que nosotros estamos observando en los resultados, que salieron recientemente, es la clasificación de planteles. Vemos una disminución en el puntaje global de dos puntos para el calendario A, que es una reducción leve, no es muy significativa. Sobre cuáles son las áreas en las que estamos encontrando esta disminución se da en matemáticas y en ciencias sociales. En lectura crítica se ha mantenido constante y en inglés tuvo un leve aumento. Ahí parte del análisis que se hace desde el ICFES es que todavía no estamos observando unos comportamientos diferentes en términos de aprendizaje, dados estos dos años de pandemia y de no presencialidad. En parte esto se explica porque lo que nosotros medimos en la prueba Saber 11 son competencias que se adquieren a lo largo de la vida, no conocimientos específicos. Nosotros esperamos, y por eso es tan importante para poder entender esas pérdidas de aprendizaje, darles muchísimo foco también a los otros niveles de educación con “Evaluar para avanzar” y con Saber tercero, quinto, séptimo y noveno, y es ahí es donde esperamos ver cambios significativos y donde se deben tomar acciones. Seguramente en Saber 11 también se verán, pero no todavía.

Tras casi dos años de pandemia en donde la educación fue uno de los principales sectores afectados, ¿a qué le apuestan?

En conjunto, como instituto, a lo que le estamos apostando es a mirar a todos los sitios y niveles de educación en conjunto y ver dónde es que tenemos que generar esas mayores prioridades, dándole continuidad a esa prueba Saber 11, que es supremamente importante para poder acceder a educación superior y que además les está dando muchísima información a las universidades. Hemos trabajado muy articuladamente con el Icetex y el Ministerio en todo el proceso de matrícula cero.

Fuente e Imagen: https://www.elespectador.com/educacion/parte-de-la-desercion-escolar-en-colombia-se-da-en-septimo-grado-monica-ospina/

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Pablo R. Coca: “Un entorno educativo exigente puede provocar que la salud mental del alumnado salte por los aires”

Por: Laura Román

Hablamos con Pablo R. Coca, psicólogo y creador de Occimorons, el personaje que a través de viñetas habla, reflexiona y debate sobre salud mental en las redes sociales.

“Que no te engañen: no siempre el poder está en nuestra mente, ni somos culpables de todo nuestro malestar. A veces, nuestros problemas de salud mental se deben a que vivimos en un contexto de mierda”. Estas palabras provienen de Occimorons, el personaje creado por el psicólogo Pablo. R. Coca, muy conocido en redes sociales gracias a las viñetas en las que este personaje habla (y reflexiona) sobre salud mental. Ahora, esas viñetas virtuales han tomado forma en el cómic  ‘Esas cosas que nos pesan’ (Bruguera) y todas ellas tienen un objetivo principal: normalizar que está bien pedir ayuda.

Algo que para Pablo R. Coca también se debe hacer entre la población más joven ya que el entorno educativo, familiar o la propia presión académica pueden resultar factores determinantes para que los estudiantes sientan ansiedad o no se encuentren bien a nivel emocional. Según este psicólogo, lo más importante para que los más jóvenes cuiden su salud mental es que no se callen: “Hablando se puede encontrar la forma de recibir ayuda. No estamos solos”.

Occimorons viñeta

Pregunta: ¿Qué cosas les pesan (emocionalmente hablando) a los estudiantes, pequeños y mayores, en la actualidad?

Respuesta: En mi libro hablo del perfeccionismo llevado al extremo y de sus consecuencias. Crecemos en contextos donde el perfeccionismo significa hacer las cosas perfectas, esforzarse, sacar matrículas de honor. Pero, ¿qué hay detrás de todo eso? Quizá hay pocas horas de sueño, ataques de ansiedad, demasiados cafés para mantener el ritmo o muchas horas delante de unos libros que impiden el disfrute y el descanso. ¿Estoy diciendo que los estudiantes no estudien? Por supuesto que no. Donde sí me gustaría poner el foco, y es algo que atraviesa mi libro, es en encontrar ese equilibrio. También en la comunidad docente, y me consta que ya hay docentes que lo hacen: conocer qué hay detrás de las notas de los estudiantes, cómo se sienten emocionalmente.

P: En su novela gráfica, Occi siempre pospone su salud mental. ¿Cuál es el primer paso que tiene que dar un joven para cuidarla?

R: El primer paso es reconocer que algo está pasando en nosotros y que emocionalmente no nos hace sentir bien. Quizá estemos en el momento de encontrar ese equilibrio que necesitamos. El problema es que no se nos enseña a manejar nuestro mundo emocional y sobre todo a identificar lo que ahora se conoce como ‘red flags’ (también conocidas como ‘banderas rojas’ o límites que se ponen ante ciertos comportamientos). Si no sabemos cuales son nuestras banderas rojas o no tenemos claros los límites que marcamos porque es algo difícil de hacer y que necesita de acompañamiento, ¿cómo vamos a poder cuidar de nuestra salud mental?

Salud mental

P: ¿Cómo influye el entorno educativo en las emociones y la buena salud mental de los estudiantes? ¿Y el familiar?

R: El entorno educativo influye bastante en las emociones de los estudiantes, tanto para bien como para mal. Hay profesores que realmente inspiran a sus alumnos, que les animan a seguir explorando, les alimentan la curiosidad y saben acoger la riqueza de la diversidad de cada uno de ellos. Pero también hay un entorno educativo muy exigente, enfocado únicamente en los resultados, que puede hacer mucho daño al alumnado. Somos más que una nota en un expediente. A veces, el entorno educativo puede presionar tanto que la salud mental de sus estudiantes salte por los aires.

En el caso de la familia pasa lo mismo. Hay entornos familiares donde hablar de emociones está permitido, se da espacio a que se expresen y se saben cuidar. Sin embargo, hay otras familias donde no es así. Esto está cambiando en las nuevas generaciones, donde la salud mental de sus hijos está muy presente. Además, algunas de ellas me han comentado que ven el libro de viñetas muy útil para hablar de esas cosas que les pasan con sus hijos.

«No se nos enseña a manejar nuestro mundo emocional y sobre todo a identificar lo que ahora se conoce como red flags»

Viñeta Occimorons

 P: ¿De qué forma se debería tratar la salud mental en el ámbito educativo? ¿Cómo se debería abordar por parte de los docentes?

R: Conozco un caso donde una adolescente comunicó a su profesora que tenía ansiedad (fue con el informe del psiquiatra en la mano) y le dijo que quien ‘pilla’ eso (refiriéndose a la ansiedad) ya no se le quita. Esto es peligroso. Creo que se necesita información rigurosa y formación, por ello abrir este tipo de conversaciones incómodas con los alumnos es interesante. Quizá diciéndoles que nos encontramos en momentos complicados (emocionalmente hablando) debido a la pandemia y que si necesitan cualquier cosa, que acudan al profesorado. Ese puede ser el primer paso. Veo bien que se empiecen a dar charlas dándole importancia a la salud mental, pero la salud mental también debería ser algo transversal que esté en cada asignatura.

salud mental

P: Hablemos de invalidación emocional, ¿cree que las emociones de los niños son más ‘invalidadas’ que las de los adultos? ¿Cómo se puede evitar?

R: En mi perfil en redes sociales (@occimorons) tengo dos historietas que tratan sobre este tema. Depende de la familia, nunca deberíamos caer en generalizaciones. Por normal general diría que sí, y considero que en vez de caer en los típicos comentarios como, por ejemplo, ‘deja de llorar’, deberíamos aprovechar esos momentos para que las nuevas generaciones aprendan a manejar aquello que les pasa y que muchas veces les desborda. Quizá desde fuera podamos pensar que es una tontería pero sabemos que la experiencia emocional de cada persona es única y tiene que ver con su historia de aprendizaje. Creo que deberíamos acompañar más a los pequeños en temáticas de salud mental.

«La salud mental también debería ser algo transversal que esté en cada asignatura»

P: ¿Cuáles serían los tres consejos que le daría a un niño y a un adolescente para normalizar el hecho de pedir ayuda e ir al psicólogo (si fuera necesario)?

R: Esta es la idea principal del libro. Al final es un proceso que suele ser bastante complicado porque reconocer que necesitamos ayuda profesional no es fácil. Además, el factor económico es algo que condiciona bastante. ¿Cómo le digo a mis padres que quiero ir al psicólogo y que tienen que pagar 200 euros al mes? Muchas familias hacen un esfuerzo enorme para que sus hijos puedan acceder a terapia, pero otras no se lo pueden permitir. No obstante existen opciones como el seguro escolar, que cubre terapia gratuita a estudiantes de entre los 14 a los 28 años. También, en las universidades se ofrece servicio de psicología más barato. Lo que diría es que, independientemente de los recursos, hablen, expresen cómo se sienten a un amigo o amiga que sea su espacio seguro, a un profesor o profesora, a una asociación o incluso a alguien que hable de salud mental en redes. Pero que no se callen. Hablando se puede encontrar la forma en la que poder recibir ayuda. Porque no estamos solos o solas.

Fuente e Imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/entrevistas/salud-mental/

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Salud mental o crisis existencial de la sociedad

Por: Hugo Ghiara

Con el suicidio de una persona tan mediática como Veronica Forqué, saltó nuevamente a primer plano el tema de la salud mental de la población española.

La noticia de la muerte de Veronica Forqué impactó en la sociedad de una forma inesperada; una persona cercana y peculiar, que ocupaba un lugar de privilegio en el corazón de los españoles. Su muerte golpeó en un tema aparentemente encubierto como es el del suicidio, cada vez más frecuente en nuestro país.

Rápidamente inundó las pantallas de televisión, telediarios, programas del corazón y de actualidad, recordando la figura de la actriz y su obra. Se preguntaban … ¿por qué? ¿Por qué así…? ¿Qué le pasaba? …y apareció nuevamente el tema de «la salud mental de nuestra sociedad».

Salud mental o crisis existencial de la sociedad

Durante estos días, ha sido frecuente que en los medios de comunicación aparecieran sicólogos y siquiatras explicándonos sobre la situación de nuestra salud mental colectiva, con datos bastante escalofriantes.

Ellos, los especialistas de la salud mental, reclamaban la falta de medios y de previsión, tanto en la salud pública como en la privada, pero ninguno alertaba sobre este mal creciente como un problema de la sociedad en sí.

¿Cómo se piensan que los especialistas vayan a cubrir tanta demanda? Eso es prácticamente imposible. Si para la vacunación colectiva contra la Covid-19 (un pinchacito de nada y en un minuto) llegamos justos ¿se imaginan pasar a la población por los sicólogos y siquiatras para reparar lo que no pueden reparar? ¿O creen que todo se arregla con ansiolíticos o antidepresivos?

La raíz del problema es otro, no solo se trata de un tema personal, aunque la persona concreta sea la que lo padece. Claro que son necesarios especialistas en estos temas, pero el problema radica en otro lugar, un momento histórico, acelerado, violento y sin referencias adecuadas.

Las personas debemos detenernos al menos un momento para preguntarnos…

Adónde vamos, quiénes somos, qué queremos, qué es lo verdaderamente importante… Pero ¿cómo hacer esto, que es tan sencillo si nadie tiene ni tiempo para si mismo? Cantidad de cosas a hacer, o cantidad de cosas sin hacer, la cabeza llena de «grillos» y poca confianza en los demás… en fin, no parece que así se pueda detener uno un momento para pensar sobre lo importante de su vida.

Hay quienes dicen que cuando alguien recibe un gran golpe en su vida, necesariamente se coloca en una buena situación para replantearse todo, pero ¿esto es así realmente…? Tengo mis dudas, por el mismo argumento anterior, en este contexto social, lo evidente resulta extravagante.

Algunas ideas a tener en cuenta

No sacaremos aquí una bola de cristal, pero sí quiero compartir algunas reflexiones que quizás puedan servir… Posiblemente compartamos el diagnóstico social. Si es así, nos colocamos en situación de hacer algo positivo para nosotros mismos y para nuestra sociedad, abrir este tema como algo importante para todos e intercambiar sobre nuestras experiencias, en nuestro ámbito personal o a través de internet, tal como lo estoy haciendo ahora mismo.

Ocuparnos de otros de una manera diferente a como lo hacemos habitualmente, tratar de ponernos en su lugar, desde sus expectativas, sus frustraciones, sus virtudes… una forma diferente de mirar al otro será también una forma diferente de mirarnos a nosotros mismos.

¿Crees que es tan fácil meterte en un consumismo estúpido cuando te estás ocupando de cosas importantes…? No, no es fácil. Cuando las personas estamos más despiertas, cuando estamos con las ideas claras, no caemos en la estupidez. Las personas ¡somos fuertes!

Ocuparnos de nuestro entorno de una forma renovada es saludable para nuestra sociedad y muy saludable para nosotros mismos. Y ojalá se abra un debate en nuestro entorno, con nuestras familias, con nuestros vecinos y escuchemos qué piensan los otros, qué creen realmente y qué proponen para algo que ningún especialista puede resolver: nuestra propia existencia.

Fuente de la información e imagen:  https://www.pressenza.com

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Humberto Basilio: Jóvenes invierten menos tiempo en educación por pandemia en el Mundo según investigación

  • Se reportó una baja en el tiempo que niños y jóvenes dedican al estudio desde que inició la pandemia
  • El cierre de escuelas provoca rezago educativo y problemas de salud mental, aún con educación a distancia
  • Más estudios cualitativos serán necesarios para entender a profundidad el impacto del encierro en la educación

La educación a distancia debido al confinamiento por la pandemia ha aumentado la deserción escolar en América Latina y provocado impactos emocionales y sobre el uso del tiempo de los estudiantes, revelan diversos estudios.

Por ejemplo, en México, el total de horas que niñas, niños y adolescentes invierten en su educación cayó un 30 por ciento desde que comenzó la pandemia, según una investigación que utilizó datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), que ofrece información mensual sobre la ocupación laboral formal e informal, así como el desempleo de personas de más de 12 años de edad en el país.

Investigadoras de la Universidad de Maryland, Estados Unidos, analizaron dicha información para entender el impacto de la pandemia en el uso del tiempo de las y los estudiantes desde que el programa “Aprende en casa” fue implementado por el gobierno mexicano en abril de 2020.

Los resultados son “preocupantes” porque advierten una posible deserción escolar importante en el país, especialmente en estudiantes de 15 a 18 años, dijo el estudio que se publicará en la edición impresa de la revista World Development en enero próximo.

Aunque los resultados no muestran grandes diferencias entre el número de niños y adolescentes que trabajan fuera del hogar o se encargan de las labores domésticas antes y después de la pandemia, Cynthia Boruchowicz, una de las autoras, señaló que experiencias previas han demostrado que el cierre de escuelas tiene grandes impactos además de la deserción.

“Esto se convierte en aumento del trabajo infantil, violencia, matrimonio y paternidad adolescente. Y obviamente también tendrá consecuencias económicas en el largo plazo para estos chicos, como la disminución de sus ingresos ”, mencionó en entrevista a SciDev.Net

Deserción y salud mental

En agosto de este año, más de 25 millones de niños y niñas mexicanos volvieron a las aulas después de 17 meses de confinamiento. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señaló que hasta marzo de 2021 casi 1 millón de estudiantes abandonó la escuela, más de la mitad por motivos relacionados a COVID-19.

A nivel regional, las cifras tampoco son alentadoras. Un informe del Banco Mundial estima que el índice de deserción escolar en América Latina y el Caribe aumentará un 15 por ciento, sumándose así a los 7.6 millones de niños y jóvenes que no eran regulares en sus estudios antes de la llegada de la pandemia.

La estimación del Banco Mundial es que el impacto negativo en la educación tendrá consecuencias en la productividad se traducirá en una caída de ingresos de US $ 1.7 mil millones, en América Latina.

Además, las pérdidas –especialmente en aprendizajes– recaerán directamente sobre las poblaciones más vulnerables económicamente , que al mismo tiempo son las que se han visto más afectadas por el acceso limitado a internet . El informe del Banco Mundial anticipa un ensanchamiento del 12 por ciento de la brecha socioeconómica en resultados educativos.

“Necesitamos pensar más en formas de hacer la educación a distancia realmente inclusiva […] Obtener estos datos es importante para pensar cómo equilibrar la calidad de la enseñanza presencial con la virtual y así poder mejorar la calidad de vida de los niños y jóvenes para el futuro ”.

Igor Asanov, jefe del Grupo de Política Científica y de Innovación Basada en la Evidencia, Universidad de Kassel, Alemania

En Perú, por ejemplo, más de 800 mil niños han dejado las escuelas y más de un millón no tuvo, y sigue sin tener, acceso a internet para atender las clases, Señaló Ana de Mendoza, representante del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) durante el webinar “Reapertura, más allá de las aulas” .

Por otro lado, en Ecuador, un estudio en el que se entrevistó a más de 1500 estudiantes de entre 14 y 18 años reportó que el 16 por ciento tenía algún problema grave relacionado con depresión, un factor que ha ido en aumento a partir de la llegada de la pandemia y potenciado por el aislamiento provocado por la educación a distancia.

Estos datos son concordantes también con UNICEF, que apunta que en el país 4 de cada 10 adolescentes afirman decir sentido angustiados o muy tensionados, debido a que la falta de interacciones diarias con sus compañeros y la reducción de la movilidad está provocando la degradación de la condición física y la salud mental de niños y niñas.

Aunque ni el estudio de México ni el de Ecuador analizan la calidad de las horas invertidas en el estudio a distancia, Igor Asanov, jefe del Grupo de Política Científica y de Innovación Basada en la Evidencia de la Universidad de Kassel, y autor del estudio realizado en Ecuador, mencionó a SciDev.Net que generar este tipo de datos será útil para tener mejores estrategias para el futuro.

“Necesitamos pensar más en formas de hacer la educación a distancia realmente inclusiva […] Obtener estos datos es importante para pensar cómo equilibrar la calidad de la enseñanza presencial con la virtual y así poder mejorar la calidad de vida de los niños y jóvenes para el futuro ”, Concluyó Asanov.

Fuente: https://www.scidev.net/america-latina/news/jovenes-invierten-menos-tiempo-en-educacion-por-pandemia/

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Mala comunicación institucional: estudiantes se sienten traicionados por sus universidades

Por: Paulette Delgado

Los estudiantes se sienten traicionados por su universidad durante la pandemia pero, ¿por qué se sienten así?

Durante la pandemia de COVID-19, las y los estudiantes se han acercado a sus instituciones para que les ofrezcan recursos para cuidar su salud mental y cumplir con sus necesidades educativas. Sin embargo, muchas universidades no han cumplido con estas expectativas, y es probable que los alumnos se sientan traicionados por esto. En un estudio realizado por Alexis Adams-Clark y Jennifer J. Freyd a estudiantes de la Universidad de Oregon, se descubrió que más de la mitad de los encuestados han sentido algún tipo de traición institucional por sus universidades en algún tema relacionado con la pandemia. Para la investigación, el término “traición institucional” se refiere a cuando las universidades dañan a las personas que dependen de ellas o no cumplen con las obligaciones que tienen con el alumnado.

Las encuestas se realizaron entre el semestre de otoño del 2020 e inicios del invierno 2021. Durante este periodo, la Universidad de Oregon usó principalmente el aprendizaje a distancia, sin embargo, la mayoría de los estudiantes de primer año debían vivir en dormitorios en el campus tomando una pequeña cantidad de clases presenciales. El estudio les preguntó al alumnado si su institución creó un entorno seguro donde seguían los protocolos de seguridad, si los violan o si se les dificulta compartir sus preocupaciones sobre el COVID-19. Además, preguntaron si experimentaron síntomas de trauma, como dolores de cabeza, cambios en su estado de ánimo, depresión o ansiedad, en los últimos dos meses.

La encuesta del año pasado reveló que el 67 % del alumnado informó haber experimentado al menos un tipo de traición institucional relacionada con el coronavirus. Este número disminuyó a 55 % en los resultados más recientes. En ambos casos, esos sentimientos estaban relacionados con el trauma. La forma menos reportada de traición fue castigar al estudiante por expresar preocupación ante la situación o negar sus experiencias relacionadas con el COVID-19. Lo preocupante es que entre lo más común, el alumnado reportó que sienten que la institución no cumple con los protocolos de seguridad o que puede ocurrir transmisión del virus o inclumplir con los protocolos en cualquier momento.

Las investigadoras justifican aplicar dos encuestas argumentando que en la primera (llevada a cabo en el 2020), las políticas del Coronavirus eran nuevas y percibidas como inquietantes e insuficientes. Para el 2021 las instituciones educativas ya contaban con más información y pudieron crear mejores protocolos, además de que los estudiantes tuvieron tiempo para acostumbrarse a las políticas. Según la investigación, la disminución de sentimientos de traición institucional se debe a que se modificaron las medidas de seguridad. Sin embargo, el estudio tiene sus limitaciones ya que sólo encuestó a estudiantes de la Universidad de Oregon. “Como tal, es difícil concluir cómo estos resultados se generalizan a otras universidades, que pueden haber implementado políticas y procedimientos COVID-19 marcadamente diferentes”, escribieron las autoras. Las autoras teorizan que las instituciones que tengan medidas de seguridad estrictas, bien pensadas y justificadas, tienen menor riesgo de cometer traición institucional y, como resultado, sus estudiantes pueden experimentar menos angustia psicológica. “Sin embargo, tal conclusión está más allá del alcance del estudio actual”, escribieron.

Sentirse traicionados por sus universidades podría tener ramificaciones para las instituciones mucho después de que la pandemia disminuya o desaparezca, además de afectar negativamente el desempeño académico de los estudiantes. También podría impactar su participación en las actividades universitarias, la inscripción futura y las próximas donaciones a la institución. Las autoras señalan que “el objetivo no es solo reconocer el daño y eliminar la traición institucional, sino reemplazarla con acciones que centren las necesidades de sus integrantes institucionales”.

El alumnado no conoce los apoyos que ofrecen sus universidades

Aquí tenemos el otro lado de la moneda: los alumnos desconocen los apoyos que ofrecen las universidades. En una encuesta realizada por la Universidad de Texas en Austin a más de 120 mil estudiantes de 273 instituciones, cerca del 60 % de los estudiantes contestaron que no sabían si existían servicios de apoyo relacionados con el COVID-19.

Al igual que el estudio de la Universidad de Oregon, los investigadores realizaron una segunda encuesta seis meses después donde el porcentaje de desconocimiento se redujo de 60 % a 49 %. Estos hallazgos subrayan el impacto de la pandemia en la educación superior y sus efectos desproporcionados en los estudiantes, especialmente las minorías. Las universidades tienen un gran trabajo por delante para ayudar a sus pupilos a obtener acceso a los recursos que necesitan y superar los retos que la pandemia sigue creando.

En la segunda encuesta, más de un tercio (34 %) del alumnado respondió que su situación financiera personal es peor ahora que antes que iniciara la cuarentena, cuatro puntos más arriba que en el 2020; y cerca de un cuarto admitieron que tienen dificultades para pagar los estudios. El estudio remarcó que los estudiantes asiáticos, nativos americanos, negros y latinos tenían más probabilidades de tener dificultades financieras que sus compañeros blancos.

Para apoyarlos a completar su educación superior, las universidades estadounidenses han empleado fondos de ayuda federal que incluye ofrecer puntos de banda ancha para aquellos que no tienen acceso a internet hasta cubrir préstamos pendientes. Pero si no conocen estos recursos, no podrán acceder a ellos. “Las universidades están haciendo todo lo posible para comunicarse, pero, ¿cómo nos comunicamos y [con qué] frecuencia? Los estudiantes están tratando de absorber la información, están pensando en un millón de cosas. Se trata de mostrarles la información de apoyo”, señalaron los autores del estudio.

Un medio de comunicación que las universidades usan comúnmente son los correos electrónicos pero muchos estudiantes no revisan su buzón. Sin embargo, es el sistema más sencillo para hacerles llegar avisos, actualizaciones, y comunicarles los tipos de apoyo que ofrecen. Una técnica exitosa, según el estudio, para informar a los estudiantes es involucrar al personal de la facultad. Todos los pupilos interactúan con el profesorado, por lo que es clave que estén bien preparados con información relevante para que la compartan. Además de descubrir las necesidades de sus estudiantes, el profesorado también puede conocer los apoyos que la institución les ofrece.

Para los autores, lo importante es permanecer flexibles ante la pandemia, no sólo en las formas de conectarse con los estudiantes, sino también en la forma de tomar clases ya que hay algunos que prefieren tomar las lecciones en casa, más que la enseñanza presencial o híbrida. El estudio descubrió que el 59 % de los estudiantes evitan activamente situaciones en el campus donde no se garantiza el distanciamiento social. De ese porcentaje, la mayoría pertenece a grupos que experimentaron tasas de mortalidad COVID más altas.

“Nuestros estudiantes están traumatizados por la pérdida de estabilidad. Muchos sufrieron la pérdida de empleo y de cuidadores. El estrés de ¿cómo me mantengo saludable, empleado y trato de avanzar en mis estudios? El impacto en la salud mental ha sido significativo. Ha sido increíblemente estresante para nuestros estudiantes”, señalan los investigadores. Conocer los recursos que tienen disponibles evitará que los estudiantes se sientan traicionados por sus instituciones. Este tipo de encuestas sirve para iniciar una conversación sobre cómo las universidades interactúan con los estudiantes para saber cómo se sienten, qué les preocupa, qué necesitan.

Las crisis de salud y otros desastres son inevitables, y cada vez que suceden, el desempeño académico de los estudiantes se ve afectado. Si las universidades no tienen un buen sistema para comunicar sus recursos de apoyo, así como las medidas que están tomando para crear un entorno seguro para los alumnos, estos se seguirán sintiendo traicionados.

¿Tú conoces los recursos de apoyo que ofrece tu universidad? ¿Cuál crees que es la mejor manera de transmitirle la información al alumnado? ¿Te has sentido a lo largo de la pandemia traicionada por tu institución? Déjanos tus comentarios abajo.

Fuente de la informaión e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news

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Una escuela con más emoción

Por: Xóchitl Patricia Aldana

No debemos volver a la normalidad, más bien debemos crear una nueva realidad donde se prioricen los contenidos, se empleen nuevas metodologías para la enseñanza y donde, sobre todo, se fomenten las habilidades socioemocionales

Con motivo de la actual pandemia, los niños y adolescentes han sido víctimas invisibles de esta tragedia mundial, ya que, si bien no es la población que ha tenido la mayor cantidad de decesos causados por la covid-19, sí pueden desarrollar la enfermedad de manera grave. Incluso recientemente la Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha declarado que las hospitalizaciones en este grupo etario se han incrementado y, junto con ello, el número de decesos en comparación con el 2020.

Asimismo, sabemos que, con el cierre de escuelas en el mundo, niños y adolescentes dejaron de convivir con sus iguales en un espacio que, además de ser de esparcimiento, también representa, en muchos casos, la única vía para su alimentación. Derivado del confinamiento y de la complicada situación económica también han sido víctimas de violencia doméstica, han dejado de asistir a sus controles de salud y servicios comunitarios y, por supuesto, han tenido pocas oportunidades para gozar plenamente de su derecho a la educación.

En ese sentido, estudios que se han desarrollado, como la Encuesta de Seguimiento de los Efectos del COVID-19 en el Bienestar de las Niñas, Niños y Adolescentes #ENCOVIDInfancia de 2020, realizada por la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) en México, Unicef, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad de la Universidad Iberoamericana (EQUIDE-UIA) y Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, han demostrado que las familias con hijos en edad escolar han sufrido 73,5% la reducción de sus ingresos y, por ende, el aumento en los niveles de estrés en los hogares, lo que, en algunos casos, desembocó en violencia intrafamiliar. Este hecho se incrementó de manera desbordada, principalmente, entre las mujeres y los menores de edad.

Sin duda, toda esta situación ha afectado de manera catastrófica a nuestros niños y jóvenes, manifestándose principalmente en la gran pérdida de aprendizajes, pero también en problemas en su salud mental, llevándolos a sufrir de ansiedad, miedo, incertidumbre, estrés, duelos y depresión.

Esto ha conducido a que algunos estudiantes no quieran regresar a las aulas. No obstante, la escuela es un espacio de socialización y sensibilización hacia el otro, es un espacio de convivencia y esparcimiento que no puede ser sustituido. Por ello, el alumnado necesita reconectar con ella.

Ser emocionalmente competente implica que desarrollemos habilidades como identificar y reconocer las emociones, evaluar su intensidad, gestionarlas, retrasar la gratificación, controlar impulsos y reducir el estrés

Así, la tarea que tiene el personal docente no es sencilla, y más cuando también han sufrido los propios estragos de la pandemia. El trabajo en las aulas debe reconfigurarse. No debemos volver a la normalidad, más bien debemos crear una nueva realidad donde se prioricen los contenidos, se empleen nuevas metodologías para la enseñanza-aprendizaje y donde, sobre todo, se fomenten las habilidades socioemocionales que son necesarias para hacer frente a los retos de este siglo.

Desde la educación humanista se plantea la posibilidad de crear ambientes de seguridad psicológica en el aula, es decir de aceptación, respeto y confianza como herramientas potentes para los docentes en este retorno a las aulas.

Las habilidades socioemocionales nos permiten conectar con los demás, influyen en la manera en que percibimos el mundo y nos adaptamos a los cambios de la vida, así como a los resultados que obtenemos como personas y en comunidad. Para la WiliiamT. Grand Foundation, ser emocionalmente competente implica que desarrollemos habilidades como identificar y reconocer las emociones, evaluar su intensidad, gestionarlas, retrasar la gratificación, controlar impulsos y reducir el estrés.

Para la OEI, la educación socioemocional es un tema que importa. Así lo han puesto de manifiesto Ernesto Treviño, Cristóbal Villalobos y Carolina Castillo, miembros de su Consejo Asesor, en el artículo La educación tras la COVID-19. Cuatro claves para la transformación de los sistemas educativos de Latinoamérica dentro del libro La Educación del mañana: ¿inercia o transformación? En él señalan que el desarrollo emocional debe ser un aspecto central de todos los sistemas escolares, pues de ello depende que se realicen aprendizajes significativos. “Conocimiento, emoción y socialización se entienden como procesos interrelacionados que se dan durante el aprendizaje y permiten a los estudiantes comprender, situar, distinguir, analizar, cuestionar y, por qué no, transformar el mundo en el que vivimos”, dicen.

Recientemente, en 2019, desde la OEI en México acompañamos a la Secretaría de Educación Pública en el Seminario Internacional La Educación Socioemocional, Cívica y Ética en el Currículo que tuvo como objetivo establecer un diálogo con especialistas, nacionales e internacionales, que aportara orientaciones útiles para avanzar en el proceso de revisión, reforma y propuesta curricular que considerara como eje articulador la educación socioemocional y la formación cívica y ética.

En esta línea, se hará un análisis del programa vigente en educación básica, específicamente en materia de educación socioemocional, para desarrollar propuestas de trabajo para los Consejos Técnicos Escolares, así como estrategias en materia de currículo para la educación básica. De esta manera, se podrán señalar los énfasis y aprendizajes fundamentales que deberían incluirse en la asignatura de Educación Socioemocional, haciendo hincapié en personas con discapacidad y con aptitudes sobresalientes.

Fomentar en los estudiantes habilidades socioemocionales les brida bienestar personal y social, les ayuda en el desarrollo de su pensamiento crítico y en su toma de decisiones porque, en la medida en que un alumno o alumna sea capaz de gestionar sus emociones será capaz de gestionar también sus aprendizajes.

Fuente de la información e imagen:  https://elpais.com

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