¿No os parece que todo apesta a final? Algunos ya advertían que el capitalismo necesitaba de un final constante, una muerte, para poder sobrevivir. En esta tónica, la Covid-19 no ha invocado nada nuevo, tal vez, ha hecho que algunos terminen de apreciar dicha obligatoriedad.
Ningún modo de vida ha cambiado. Seguimos corriendo, sin parar, con la necesidad de ruido. Nuestras vidas solo son vidas cuando se realizan ¿Cuándo ocurre esto? Nunca. No existe tal meta. Nuestra meta muta constantemente en otra distinta con el único fin de obligarnos a seguir corriendo. No, una vez dentro, no podemos parar.
Meses después los dispositivos de control han aumentado cuantitativamente sus herramientas, nuestros niveles de vida son mermados con el fin de “sobrevivir” ¿A qué precio? El trabajo y el consumo son los únicos espacios de “libertad” que se nos permite. Primero el ocio, luego la familia. Cada refugio del capital es acribillado y eliminado del imaginario ¿Cuántos abuelos no sabrán de lo que hablo?
Sobrevivir, esa es la siguiente meta. No obstante piensa en el futuro. Ya habíamos hablado de la invasión laboral, toda casa es una oficina. La izquierda aquí, vuelve a pecar, sin reconocer el calor del contacto físico hace alarde del desprecio autóctono de nuestra nación para reivindicar los trabajos a distancia ¿Qué sale de aquí? Una praxis inexistente y una economía a merced de no sé qué desorganización obrera.
La Covid-19 ha empujado hacia adelante a una evolución que bajo nuestro consentimiento ya estaba ocurriendo. Sin hacer mucho ejercicio de memoria podemos recordar cualquier brutalidad policial, también la reforma laboral, también los recortes en sanidad y educación. Bienaventurados los que olviden, porque podrán dormir.
¿Ahora qué? Nada, no hay nada. La huelga se muestra inútil bajo la verdad de la separación. El viejo lema: “Proletarios del mundo, uníos” La distancia es la vida ¡Qué frío es el mundo! ¡Qué frío lo hemos dejado!
Mentir será más fácil. Las mascarillas ocultan un rostro que llevaba tiempo queriendo desaparecer del momento. No hay encuentros, hay momentos de escape. Pequeñas paradas que toman forma al sentarse en alguna terraza. El encuentro entre dos rostros es momentáneo, indurable. Esto únicamente simboliza una despersonalización cada vez mayor de los lugares.
No hay organización posible porque no hay demanda sabida. El mundo se paró y con ello la construcción de todo pensamiento reaccionario. En vez de construir, de tener construida la alternativa, la oposición no sabe a qué se enfrenta –El otro también ha cubierto su rostros, cualquier mirada puede vigilarnos-
Nos asfixiamos al respirar nuestro aire calentado, al correr de un lugar a otro, al apretarnos en los vagones del metro. No es que Madrid se haya vuelto incómodo, es que se prima la deslocalización de los cuerpos. El covid ha servido de excusa para callar la lentitud que pudiera sobrevivir en nosotros. El ocio que gobernaba nuestros días.
No, no se trabaja lo mínimo para poder vivir ¿Quién aguantaría el embiste de unos al decir, como señala aquel libro: “Yo, soy un hombre ocioso”? Vivir sin preocupaciones no es el vivir conocido ¿Qué hará ese hombre que no corre? ¿Esa mujer que no acepta apretarse? Las preocupaciones han invadido el trabajo.
La economía es una de las mil caras ocultas del sistema. Podríamos definirlo todo por el tiempo. Por el movimiento, por el lugar. No estamos y de estarlo, ya ha pasado. El café en cápsulas, la comida de microondas, nada que requiera un estar puede realizarse. Hasta los gimnasios que encapsulan aquello que el ocioso puede hacer: Pasear, libre, respirando la involuntariedad de la vida. Sin ninguna meta a final de semana, a final de mes. Con la única meta del día, con lo eterno de reconciliarse con el momento.
Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/covid-asfixia-y-deslocalizaciones/
Nadie tiene un conteo de los contagios y muertes por Covid en las comunidades de la Montaña. El gobierno estatal se basa en el registro que llevan los hospitales para dar las “cifras oficiales”. En las comunidades indígenas las personas pueden morir de Covid-19 y no ser parte de la estadística, los decesos que deja la pandemia no existe forma de saber si son por coronavirus, ni siquiera hay pruebas para el diagnóstico.
Desde que empezó la pandemia en el país, el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan ha documentado un alza en la población que viaja a los campos agrícolas en autobuses en mal estado, sin seguro de viajero y llevando a los niños en los pasillos o en las piernas la mayoría de veces.
“Tan solo del mes de abril a julio se tiene el registro de 4 mil 800 personas que migraron, un 150% más que el año pasado. En las comunidades los precios de los productos han subido, no hay empleo y prefieren arriesgarse e irse a trabajar que morir de hambre en su comunidad”, dice el director de Tlachinollan, Abel Barrera Hernandez.
Gerardo tiene 21 años, es Na savi (gente de la lluvia), de la colonia de Rancho de los Hilarios, anexo de Calpanapa, municipio de Cochoapa el Grande, enclavada en la región de la Montaña del estado de Guerrero. Estudió hasta el 4to. año de primaria y él, como la mayoría de las y los habitantes de su comunidad, no tienen otra opción más que migrar a los campos agrícolas del norte del país.
A la edad de 10 años empezó a ir con su papá a los campos, como a los 16 años inició su trabajo. “De niño no hay nada que hacer, nada más jugar con los otros niños. En los campos empezamos a sembrar chiles y cuando están buenos los cortamos. Aquí en la comunidad se siembra maíz, calabaza, frijol, no hay otra cosa que funcione porque es cerro, aquí pura milpa”.
Victoria es la esposa de Gerardo. Tiene 16 años, es de la comunidad de Calpanapa y solo habla Tuú Savi. Se juntó cuando tenía 15 años. Se le ve un silencio profundo en el rostro.
“Cuando nació pensé que iba a crecer, que iba a salir bien todo, pero a los tres o cuatro días empezó a estar mal y comencé a preocuparme. Nació el 8 de mayo de este año, en Rancho de los Hilarios, ahí estuvimos como un mes y luego nos fuimos a trabajar”, cuenta Gerardo.
“La niña cuando nació no podía respirar ni alimentarse bien, estuvo así como un mes y días. Llegamos allá a inicios de junio y al primer hospital que la llevamos, ya llegó mal, no podía respirar y la entubaron, después la mandaron al Centenario Hospital Miguel Hidalgo en Aguascalientes, ahí estuvo como dos meses y me dijeron que su corazón ya no aguantaba.
“Yo pensé que tenía mucha flema o algo así, pero no, era otra cosa. A lo mejor así nació. Lo primero que me dijeron en el hospital es que era covid-19, pero luego dijeron que no y que su garganta era pequeña y que al respirar se tapaba; no podía comer leche y la operaron para meter una sonda, eso fue un viernes. El miércoles falleció. De ahí venimos para acá”.
Acompañados por sus padres y en medio de la lluvia, tuvieron que dar sepultura a su hija como a media noche porque no hubo rezos, ni el sacerdote ni el rezandero quisieron acudir porque la niña no fue bautizada.
Gerardo y Victoria sólo regresaron a la Montaña para enterrar a su pequeña hija, la trasladaron en una carroza desde Aguascalientes, les cobró 23 mil pesos, de los cuales deben más de la mitad, por ello regresarán en unos días a esos mismos campos para volver a trabajar y pagar su deuda.
“Podemos tardar un poco para regresar porque tengo que hacer unas cartas, así me dijo la funeraria, que tengo que ir y llevar un papel, pero no sé qué, no me acuerdo para qué me dijo que era ese papel, pero tenemos que entregarlo para que salga bien, para que me den un acta de nacimiento, algo así. Me siento mal, no puedo ni pensar en nada. No estaba registrada, pero se llama Alexa Fernanda”.
Fuente e imagen: http://www.tlachinollan.org/reportaje-morir-de-covid-19-en-los-pueblos-indigenas-de-mexico-y-no-contar-ni-en-las-estadisticas/
Las principales organizaciones de mujeres de la India convocaron una jornada de protestas el próximo 28 de agosto en el país para exigir alimentos, trabajo y servicios de salud, entre otros temas.
Dirigentes de la Asociación de Mujeres Democráticas de toda la India (Aidwa), Federación Nacional de Mujeres Indias (NFIW), Asociación de Mujeres Progresistas de Toda la India (Aipwa), Pragatisheel Mahila Sanghatan (PMS), Asociación de Mujeres Adelante de Toda India (All India Agragami Mahila Samiti) y All India Mahila Sanskritik Sangathan se reunieron en línea, reflejó el portal Indian Cultural Forum.
En la cita se expresó preocupación por el empleo y la seguridad alimentaria de las mujeres del país, así como la escalada de la pandemia y los cierres que crearon estragos en la vida de los sectores marginados. La mayoría de la población, especialmente las mujeres, perdió sus medios de vida, agregó.
La distribución de comida gratis y de las raciones no es uniforme y muchos de los hogares pobres no acceden a los mismos, mientras la privatización de los servicios de salud pública deja a la gente en el desamparo, acotó la fuente.
El sistema de salud no responde a ninguna emergencia sanitaria excepto las relacionadas con los casos de la Covid-19, lo cual crea enormes dificultades para las mujeres embarazadas y lactantes que necesitan atención médica urgente.
Hay casos de mujeres y niños que perecieron por la negativa de los hospitales a atender sus necesidades. Los cierres también aumentaron la vulnerabilidad de las mujeres y el aumento de los casos de violencia doméstica.
En tanto, el gobierno impulsa su agenda pro-corporativa de privatización y aún incumple sus escasas promesas sobre seguridad alimentaria, creación de empleo y apoyo en efectivo para los migrantes, las mujeres y otros trabajadores, afirma. También denunciaron las acciones policiales contra quienes dirigieron protestas contra las políticas autoritarias del Gobierno.
Las organizaciones decidieron abordar las cuestiones de seguridad alimentaria, empleo, acceso a servicios de salud mediante tratamiento gratuito, transferencias de efectivo a los migrantes y las mujeres, las dificultades agrarias y las reformas de la legislación laboral contrarias a los trabajadores.
Estudio muestra los efectos de la cuarentena sobre el trabajo, el ingreso y las tareas de cuidado de las mujeres.
“Estoy haciendo aislamiento y trabajando en casa, sin embargo, mi ingreso se desplomó”, afirmó una de las 2,6 mil mujeres que respondieron al cuestionario – Divulgação.
La mitad de las mujeres brasileñas pasaron a cuidar de alguien durante la pandemia de covid-19. Cuando se desglosa por raza y región, por ejemplo, los números cambian. En el ambiente rural, 62% de las mujeres pasaron a tener ese tipo de responsabilidad. Respecto al apoyo en las tareas de cuidado, las mujeres negras son las más desasistidas.
La información es del estudio “Sin parar: el trabajo y la vida de las mujeres en la pandemia”, realizado por las organizaciones Género y Número y Sempreviva Organización Feminista (SOF) y divulgado este jueves (30).
Además, según la investigación, 41% de las mujeres están trabajando más durante la pandemia, y la mayor parte son mujeres blancas, “evidenciando que la ausencia de las trabajadoras del hogar o de espacios como la guardería y la escuela pesó más para ese grupo”, afirman las organizaciones en el documento. Las mujeres que están en casa sin recibir ingresos o con ingresos reducidos, son el 39% de las que respondieron al cuestionario.
De acuerdo con las organizaciones, el objetivo del estudio, realizado con 2.600 mil mujeres brasileñas entre abril y mayo, fue identificar los efectos de la pandemia sobre el trabajo, el ingreso las mujeres y la sustentación financiera de la casa, tomando en cuenta las tareas de cuidado.
“Estoy haciendo aislamiento y trabajando en casa, pero mi ingreso se desplomó”, afirmó una mujer en el cuestionario. Otra dijo que “la empresa redujo el pago a apenas el 50% sin reducir la jornada (mi situación es informal) y eso me obliga a reorganizar mi vida financiera, porque acabo con más gastos de mercado, energía, etc.”.
Según las organizaciones, “entender la situación del cuidado durante la pandemia es fundamental para el diseño de acciones capaces de transformar esas dinámicas de desigualdad que imbrican género, raza y clase”, toda vez que esta es la parte de la población sobre la cual las condiciones precarias de sobrevivencia recaen más significativamente.
Edición: Rodrigo Chagas
Fuente e imagen: https://www.brasildefato.com.br/2020/07/31/la-mitad-de-las-mujeres-brasilenas-comenzaron-a-cuidar-a-alguien-durante-la-pandemia
“La felicidad no la hace el dinero, y es así positivamente, y los hombres que tienen un sentido espiritual de la vida y tienen una concepción filosófica lo saben. Otros ingredientes son los que hacen felices a la familia: el cariño, la tranquilidad, la paz, la seguridad, el respeto, una tradición, un sentimiento, y lo esencial para vivir sin tener que depender de nadie. Esas cosas son las que hacen feliz a la familia y al ser humano”
Fidel Castro
“El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno”
Karl Marx
«En vez de la familia de tipo individual y egoísta, se levantará una gran familia universal de trabajadores, en la cual todos los trabajadores, hombres y mujeres, serán ante todo obreros y camaradas.«
Alejandra Kollontai
«Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa.»
Simone de Beauvoir
Es que le ronca la mandarina
Soy gallego y vivo en una pequeña aldea, así que si en estas páginas únicamente buscan alguna diatriba con la que lograr amenizar las conversaciones durante sus brunch a base de cupcakes y cerveza artesanal en alguno de esos barrios con tintes «obreros» arrasado por la gentrificación, me temo que este no es su espacio. Siento decepcionarlos, pero ni el que aquí deposita sus reflexiones es un maldito influencer de medio pelo en busca de la validación de las redes, ni tampoco entre sus pretensiones se encuentra que algún niñato elegante se atragante con la «crudeza» de lo que a continuación aquí se va a exponer. Lo siento por los posibles damnificados, pero me aseguro puntualmente de que mi tinta permanezca libre de opio.
El socialismo no es una bufanda de F.C. San Pauli, ni un triángulo rojo en tu perfil de Twitter o una camiseta de Los Chikos del Maíz en el Viña. No se trata de votar a Podemos para supuestamente contener el avance electoral de Vox, ni tampoco de leer El País, El Salto o La Última Hora. Aunque os pueda sorprender lo sincero de las palabras de este texto, tampoco el equipo de redacción de Nueva Revolución representa la más fiel ortodoxia socialista, aunque al menos les aseguro que entre los que aquí escribimos, la palabra y su práctica política no produce alergia alguna. Sin duda, mi pluma podría transmitirles alguna milonga que nos erigiese como la última vanguardia de la lucha obrera, pero en este medio somos más de crear grupos de acción política que de alinear masas de groupies acríticos para nuestro propio beneficio. Cuestión de clase y conciencia.
Últimamente el onanismo literario tan propio de occidente se ha desatado entre los nuevos aspirantes a referentes teóricos de una generación incapaz de distinguir entre el talento y el cinismo. En estas aguas, el enfoque idealista basado en presentarnos la línea histórica como un sainete protagonizado únicamente por los egos y las ideas de los grandes hombres, ha logrado abrirse paso en una sociedad adormecida, apenas dispuesta a verbalizar la insurrección y ni mucho menos a llevarla a la práctica. Pasar por tanto del sentimiento a la acción. Somos una sociedad acostumbrada a la mentira y el espejismo de la falsa evolución y la revolución mercantilizada, meros despojos del capitalismo posmoderno arrojados a los brazos de la ensoñación, el desánimo y la inapetencia política. Nos conformamos definitivamente con vivir en esta gran mentira social, acongojados y amedrentados por una futura distopía total en que hace tiempo que residimos sin llegar todavía a comprenderlo o quizás simplemente a aceptarlo.
Pese a la caza de brujas y el quintacolumnismo histórico de ciertos sectores de la lumpenburguesía culutral, lo inhumano, lo irracional y lo socialmente inconsistente, no logrará nunca imponerse
Nos mentimos a nosotros mismos para lograr sobrellevar el día a día en nuestras urbes deshumanizadas, nos mentimos para conseguir un trabajo precario que logre definirnos entre la masa social inerte y nos mentimos a su vez para conservar diariamente y de forma desesperada nuestros escasos bienes de consumo rápido y perecedero. En definitiva, hoy vivimos en una gran y continua mentira inserta cómodamente en el seno del capitalismo, para de ese modo evitarnos el desvanecimiento de nuestro propio «yo«, ya vacío de moral y deseos. Somos un mero espejismo de la humanidad, representaciones virtuales de nuestra propia existencia en redes, ese extraño cajón desastre en el que nuestros posts, nuestras mentiras e incluso nuestros nudes, crean una falsa sensación de empoderamiento y felicidad en busca del feedback y la aceptación de personas tan extrañas para nuestras vidas, como por otra parte ya lo podemos ser nosotros mismos.
Frente al enfoque de la prestidigitación del idealismo posmoderno, sobrevive hoy a duras penas en nuestras trincheras el materialismo histórico como un sistema filosófico capaz de analizar las leyes que rigen la evolución de la Sociedad humana, sin tener pro ello que caer en abusos ketamicos o abstracciones propias de ratas de facultad que en su vida han empatizado o socializado con un sector social que no pudiese llevarles directamente a un ascenso, bien sea este social o económico. Para el socialista, las ideas son un reflejo de las condiciones materiales de vida y no existen por tanto un análisis de la realidad que pueda rehuir la lucha de clases como verdadero motor de la historia. El resto, son historias para no dormir o cuentos para sentirse bien traicionando a la clase obrera previo paso por caja. No existen más alternativas, no necesitan buscarlas.
Tras la gran resaca de la caída del Muro y el colapso de la URSS, algunos personajes públicos se han levantado todavía adormecidos y convencidos del fin de la historia de Francis Fukuyama, buscando desesperadamente un rincón en el que lograr encajar sin demasiadas dificultades sus mercantilizadas e inhábiles creaciones teóricas. A esa necesidad se deben engendros como la transversalidad, los populismos parlamentarios de diversa índole y las batalla identitarias, siendo el culmen de las mismas la cacareada Doctrina queer, esa que pretende negar el sexo biológico para sustituirlo por meras ensoñaciones individuales y cambiantes. Los mismos entes que en su momento no habrían dudado en besar los pies del politburó si así hubiese resultado preciso para su proyección personal y profesional, son los que en nuestros días critican abiertamente la experiencia soviética y criminalizan sin tregua alguna el supuesto pensamiento ortodoxo. Todo al tiempo que santifican y veneran el muy rentable populismo de la partidocracia española. Influencers y políticos estructuran un hueco caparazón capaz de erigir una estructura partidista atractiva a la vista, pero engañosa para el corazón y a todas luces falsa y perniciosa para la razón política. Es el tiempo del engaño como arma electoral, la gran trampa política de la pseudoizquierda: promesas, promesas y más promesas, sin contenido y proyección real alguna.
Una de las últimas y tristes argucias de esta entente populista, se ha basado en el análisis sesgado y totalmente descontextualizado de la obra y legado de Engels sobre la familia, con la intención de lograr de ese modo asegurar de forma cobarde, pero vehemente, siempre vehemente, que esta institución en su forma «tradicional» se encuentra todavía hoy entre los principales ejes reaccionarios a los que la clase obrera debería hacer frente sin vacilación y con premura. La misma semana en la que Jeffrey Preston Bezos, el hombre más rico del mundo, hijo de una madre latina adolescente y soltera e hijastro de un migrante cubano, conseguía amasar la –esta síhistórica– cifra de 13.000 millones de dólares en un solo día pese a sus conocidos escándalos sexuales y a ser un hombre divorciado, la jauría posmoderna fijaba su rabia y frustración en la familia tradicional. A todas luces basándose en una lectura rápida y superficial de «El origen de la familia, la propiedad privada y el estado» de Friedrich Engels.
Este ataque a la familia lanzado oportunamente por diferentes voces de ese entorno de la «revolución» televisada, mercantilizada y empaquetada con servicio de entrega en 24 horas, responde a los tiempos de la barbarie populista y su asalto a la casa común de la izquierda
Pese a que el propio autor y teórico socialista, señala claramente en el prólogo a la primera edición publicada en 1884 que según el materialismo «el factor decisivo en la historia es, en última instancia, la producción y reproducción de la vida inmediata” y a que por tanto el orden social en el que viven las personas en una época determinada se condicionará principalmente por el grado de desarrollo del trabajo y por el tipo de familia, quienes hoy basan su pasividad infeliz en la crítica a la familia tradicional en oposición al mercadeo líquido de nuevos modelos familiares sacados de Netflix o productos pseudoculturales patrios tan casposos en su fondo «pedagógico» como La que se avecina, parecen oportunamente olvidar una parte del rompecabezas para arremeter de nuevo contra la base de la pirámide sin riesgo y sin espíritu de cambio real alguno. Siempre su ataque se dirige contra el eslabón más débil e indefenso.
Si bien es cierto que la continua división social del trabajo y la obligada limitación de la mujer a las tareas del hogar, cediendo con ello el trabajo asalariado al hombre, propició en su momento que poco a poco los excedentes y la capacidad de explotación del varón sobre hembra humana se desenvolviese en paralelo al desarrollo de la familia heteropatriarcal tradicional, no es menos cierto a su vez que ese proceso de incremento de la productividad y la riqueza individual masculina –que a través del concepto de familia patriarcal logró erradicar la mentalidad basada en la propiedad colectiva de los recursos– hace tiempo que se ha visto relegado por un nuevo estadio del capitalismo en el que la extrema individualización de la sociedad, el adelgazamiento de los estados y las nuevas formas de conexión social basadas en gran medida la tecnología y no en las relaciones directas, en muchos casos han terminado transformando a la estructura familiar en un último pilar económico o afectivo para parte de la población más depauperada por la superestructura social. Un último baluarte de resistencia frente al concepto líquido de existencia.
Asegurar a día de hoy que la estructura familiar goza de un peso preeminente en la reproducción de las condiciones de explotación en el sistema capitalista o señalar directamente al núcleo familiar como un eje reaccionario al que combatir con firmeza desde el socialismo, no solo no es propio de personas con un mínimo bagaje teórico, sino que además no es propio de ninguna persona que simplemente se haya molestado de forma directa en hacer la compra inmersos de lleno como nos encontramos en la sociedad de la individualización compulsiva. Desde los productos monodosis, hasta el cambio de los grandes carros de aluminio por las pequeñas cestas con ruedas, todo en estos recintos comerciales tan característicos de nuestra cotidiana vida social, aporta claras señales para que cualquiera con los ojos medianamente abiertos a la realidad que lo rodea pueda llegar a comprobar en sus propias carnes como la sociedad de consumo hace tiempo que ha encontrado disfuncional al núcleo familiar tradicional y lo ha terminado cambiando, al compás del los nuevos tiempos, por unidades familiares más pequeñas y diversas.
El régimen familiar se encuentra en la actualidad totalmente sometido a las relaciones de propiedad individual en las que se desarrollan con total libertad las contradicciones de clase, pero lejos de encontrarnos con un estado fuerte capaz de ejercer como eje vertebrador de las relaciones sociales, décadas de recortes, privatizaciones y adelgazamiento de los recursos públicos, han terminado por retrotraernos a los lazos más básicos de socialización como último recurso frente a la pérdida de identidad y el saqueo constante de nuestra existencia material. No se trata de que la familia sea el tótem redistributivo del socialismo para evitar el saqueo diario del sistema capitalista, pero tampoco en estos tiempos debemos, ni podemos permitirnos, retrotraernos a los años 60 para volver a considerar a la familia como un ente ajeno a cualquier evolución histórica, con la única intención de lograr cuadrar las abstracciones teóricas de siglos pasados. Especialmente bochornoso resulta desplegar tal cinismo y oportunismo en nombre del marxismo, cuando solapadamente se hace bajo una falsa revolución de color y purpurina patrocinada por Washington.
Como señala el inicio de este artículo, escribo estas líneas desde una pequeña aldea gallega. Mi abuelo paterno, Pedro, emigró a Venezuela siendo muy joven para huir de la miseria e incultura de los vencedores de una guerra que él odiaba, como odiaba también al fascismo que representaban los nuevos dirigentes poseedores del estado español. Su mujer y mi abuela, Antonia, lo esperó durante un tiempo mientras hacía sus pinitos como camarero o cualquier otro oficio que le permitiese ganar un jornal y acumular unos pequeños ahorros con los que lograr comenzar un proyecto familiar y de vida. Todo hasta que finalmente pudo reagrupar a seres queridos en un país extranjero, pero que poco a poco comenzó a sentir como propio. No es esta ni mucho menos una historia desconocida para los gallegos y apostaría a que tampoco lo es para gran parte de los que en estos momentos estáis leyendo estas líneas. Tampoco resulta extraña con total seguridad la historia de mi abuela materna, Manola. Mi abuela materna permaneció en Galiza, su tierra natal, mientras su marido emigraba a Europa. Alemania, Holanda, cualquier país con fábricas y puestos de trabajo suficientes era bueno para lograr enviar unas pesetas a casa y cualquier hogar europeo estaba lo suficientemente lejos como para que el núcleo familiar efectivo formado por mi abuela, mi madre y sus dos hermanas, fuese un matriarcado, tal y como también lo fueron en su momento muchos hogares de esta aldea que hoy habito y tantas otras aldeas gallegas. Fábricas europeas, negocios en América Latina, familias desarraigadas, familias sin padres, matriarcados de facto y contextos sociales que evolucionan, mudan y en algunos casos, en sus aspectos materiales y más restrictivos, también permanecen. Todo por supuesto bajo el influjo directo e insoslayable de las relaciones de producción capitalistas.
Somos una sociedad acostumbrada a la mentira y el espejismo de la falsa evolución y la revolución mercantilizada, meros despojos del capitalismo posmoderno arrojados a los brazos de la ensoñación, el desánimo y la inapetencia política
A lo largo de las últimas décadas, mi familia, como tantas otras, ha cambiado mucho. Las aventuras en Venezuela finalmente dieron lugar al regreso de mi familia paterna a Galiza, no le fue mal el esfuerzo a mi abuelo y pese a haber ganado dignamente su jornal y sus bienes materiales, no había nacido aquel joven migrante gallego ni para especulador, ni para abandonar definitivamente su tierra. El hecho de que mi padre naciese en su tierra natal tras un largo viaje cruzando el charco únicamente para tal cometido y el libro de «Azaña» que acompañó siempre a su padre incluso en el largo tiempo del oscurantismo fascista, daban buena señal de que el provecho inmobiliario y el enriquecimiento parasitario, no iban a acumularse en nuestra familia como sí lo hicieron en tantas otras durante aquellos tiempos. A su regreso y tras prácticamente haber regalado gran parte de lo acumulado en Venezuela a los compañeros que allí dejaba, intentó sin éxito convencer al hermano de mi abuela y al resto de la familia para montar una cadena de supermercados familiar con la que poder gestionar el escaso patrimonio conquistado en su forzado exilio económico. Por desgracia, pese a ser una familia tradicional y aunque pueda sorprender a muchos, ese tío abuelo mío soltero y muy acostumbrado a vivir su propia vida y el resto de la familia, decidieron encaminarse por otros derroteros vitales. A Coruña era un territorio extraño para una familia con raíces rurales y mientras mi tío abuelo –que había trabajado en sus tiempos mozos como minero o marino– no necesitaba para ser feliz más que el campo y la agricultura, a la que había abrazado siempre para sentirse libre, mis tíos y mi padre, «decidían renegar» de ese proyecto familiar que los encadenaba, para optar por labrarse su propio camino. En este caso particular –que no deja de ser solo eso, la experiencia de un caso particular– la estructura familiar de mi línea paterna huyó de la herencia recibida para buscar nuevos caminos de forma individual ante la promesa de una democracia que comenzaba a despertar lentamente en el estado español.
La historia de mi línea materna fue distinta, pero en cierto modo muy similar. Mi abuelo Juan se pasó décadas en Holanda, para mí fue siempre esa figura que nos visitaba durante unas semanas cada ciertos años y a la que desde niño miraba con una extraña mezcla de sorpresa y parentesco que solo las familias de los migrantes conocen perfectamente. Realmente, no puedo decir que llegase a conocer a mi abuelo de forma plena y creo que eso es algo que podrían repetir incluso sus hijas. Manuela, mi abuela materna, fue y es a día de hoy una mujer fuerte. No existe un calificativo mejor que fuerte para una madre que logra criar sola a tres hijas y que pese a todas las dificultades, les proporciona una educación y un futuro en medio de una Galiza rural sumida en el abandono estatal y en un profundo atraso económico. Cada una de mis tías, y mi propia madre, eligió su camino en la vida y a día de hoy a pocas personas conozco con la capacidad de sacrificio y trabajo de la que mi madre ha hecho gala siempre. La nuestra nunca ha sido una casa en la que sobrasen los recursos y pese a que mis padres nacieron en el seno de familias muy tradicionales, la vida y especialmente las condiciones materiales impuestas por la resaca de la Guerra Civil y su única salida en la migración, hicieron que sus realidades variarán hasta encontrarse con núcleos familiares muy dispares y cambiantes a lo largo del tiempo.
A día de hoy en esta pequeña aldea gallega en la que resido, existe una multiplicidad de familias con bases tradicionales y estructuras modernas. En esta pequeña parte del mundo se han superado los recelos de antaño al matrimonio de un primo que emigró a Estados Unidos con una afroamericana, la salida del armario de menganito y que menganita tenga novia y viva con su hija de un matrimonio anterior. Mi propia abuela, Antonia, aprendió en a lo largo de su vida a convivir con el divorcio de mis tíos pese a sus creencias religiosas, soportó la convivencia de mi prima con su novio sin casarse e incluso que su nieto se pinte como una puerta y le asegurase siempre que eso de tener hijos lo veía muy complicado. Nunca terminó de admitir del todo que admirase la tarea chavista en su país de acogida, pero la Venezuela que ella recordaba en nada se parecía afortunadamente a la vivencia de la revolución bolivariana. En realidad, si uno lo piensa un poco, estas realidades familiares que aquí les narro no distan mucho de alguna de esas series estadounidenses sobre familias modernas. Aunque en la realidad los apartamentos son más pequeños, los trabajos son más precarios y los protagonistas están menos maquillados y también han pasado en menos ocasiones por el quirófano. Y en la mayor parte de los casos, si lo han hecho ha sido por problemas cardíacos, un cambio de cadera o alguna que otra lesión sin importancia, siempre sufragada por la Seguridad Social.
Estas vidas normales en cualquier latitud, quizás cuadren peor en cámara y sean menos fieles al modelo de consumo neoliberal de lo que les gustaría a los guionistas de Hollywood y a las ensoñaciones posmodernas. Pero sin duda, las familias de esta pequeña aldea gallega son mucho más parecidas a lo que ustedes viven diariamente en sus barrios que toda esa basura propagandística del alienante capitalismo pseudocultural. Aquí también nos prestamos dinero entre familiares cuando resulta preciso, nos ayudamos con una chapuza en casa, nos prestamos el coche, la llave inglesa o la bicicleta de montaña para ir a dar una vuelta por el campo este fin de semana y así lograr desconectar del trabajo sin gastarnos una fortuna, siempre bajo la excusa del deporte y la vida sana. Cuando uno lo pasa mal en estas realidades, sabe a qué puerta tiene que llamar para desahogarse y si los nietos no tienen con quien quedarse mientras sus padres trabajan, la abuela no pondrá «un pero» para pasar la mañana con ellos, ni tampoco protagonizará una graciosa escena en la que la vejez se presente como una etapa para el disfrute individual a base de apuestas en el bingo o cócteles con las amigas mientras intenta ligarse al último jovenzuelo de su larga lista de ligues. Aquí, las pensiones no dan para eso. Y aunque así fuese, la familia sería siempre el primer agujero a tapar.
El onanismo literario tan propio de occidente se ha desatado entre los nuevos aspirantes a referentes teóricos de una generación incapaz de distinguir entre el talento y el cinismo
En nuestros días, la posmodernidad ha decidido basar su continuo engaño en la idea de la performance cultural, apoyándose para ello en Netflix, la publicidad o cualquier otro medio que resulte favorable a sus intereses. No existen apenas distinción entre la panda de nenes elegantes que abandonan sus facultades para hablar de revolución en un bar pijo y todos esos influencers, periodistas y políticos reciclados de forma oportuna y oportunista para dedicarse a citar continuamente su propio «trabajo» en una eterna postergación de la revolución que nunca llega y ni tan siquiera termina de asomarse en sus prácticas políticas. Se trata de una rebeldía adolescente e indolente que únicamente pretende destruir el pasado y lo que ellos denominan tradición, sin por ello verse en la obligación de ofrecer alternativas o proyectos más allá de su mera palabra y la falsa y desgastada sensación de modernidad. El posmoderno, no es más que el niño pijo de la movida madrileña viajando a Londres para comprarse una chupa de cuero y el último disco de los Sex Pistols. El punki de plástico reciclado, el niño de papa, el desclasado de toda la vida. La posmodernidad es hoy un libro sobre la revolución firmado por su autor en Fnac o un concierto «anticapitalista» el 1 de mayo en el Viña Rock, previo pago de 80 euros. Ketamina aparte.
Este ataque a la familia lanzado oportunamente por diferentes voces de ese entorno de la «revolución» televisada, mercantilizada y empaquetada con servicio de entrega en 24 horas, responde a los tiempos de la barbarie populista y su asalto a la casa común de la izquierda, sostenida hasta el momento únicamente por la reflexión teórica del mundo proletario y sus pensadores más destacados. No resulta casual este cínico ataque directo a nuestros últimos nexos de unión y memoria basándose en malinterpretaciones o directamente manipulaciones de las palabras de los padres del socialismo. Privados de nuestra identidad productiva, el paraguas estatal e incluso los espacios comunes en las nuevas y todopoderosas urbes gestionadas por y para el consumo, tan solo mediante el engaño y la alienación colectiva podría el felón posmoderno convencer a la población obrera para cuestionarse el papel de la familia en sus machacadas vidas.
Del mismo modo que se han apoyado cínicamente en postulados anarquistas para vendernos la hipersexaulización de la mujer e incluso la prostitución como ejercicios deseables, retorciendo e ignorando así la evolución cultural y material de la vida social, hoy los teóricos del engaño posmoderno, pretenden retorcer el trabajo teórico de Friedrich Engels para, saltándose la evolución de la vida material y de la propia familia durante los últimos 200 años, señalarnos como disfuncional el papel de nuestra más cercana red de apoyo en estos tiempos de crisis continua.
Siendo serios, no creo que deba perder mucho más tiempo con estos asuntos cuando cualquiera de ustedes reconoce perfectamente el papel de los suyos funcionando hoy como casa de acogida frente a los diarios desahucios, caja de ahorros ante la realidad del paro o la última bala para que los más pequeños tengan un plato caliente en la mesa. En más ocasiones de las deseadas, la red de apoyo en los barrios tiene nuestro mismo apellido. No se trata por tanto de vanagloriar esta situación, ni tampoco de abogar por la sustitución del papel que debería jugar el estado por la familia como subterfugio redistributivo. Tan solo un cretino o un menesteroso intelectual con escasa comprensión lectora podría abrazar semejante reflexión ante los argumentos de quienes se oponen a la destrucción del papel familiar sin la existencia real de alternativa. Lo que en este texto se plasma es la realidad social de nuestros tiempos, la realidad material que rodea a nuestros barrios obreros y la actual importancia de la familia para la clase trabajadora. El resto, son meras distracciones para una panda de indolentes jugando a la rentable farsa de moda en el mundo anglosajón.
Nos acusa la jauría posmoderna de no saber interpretar la teoría marxista, aunque en otras ocasiones nos acusen también de ortodoxos, nos acusan de inmovilistas, tradicionalistas o incluso frígidos por no aceptar la prostitución de nuestras ideas, nuestros cuerpos o nuestras familias. Nos señalan y persiguen desde redes sociales transformadas en atalayas de la ensoñación y el mercadeo capitalista de la identidad, pero desconocen que no existe inquisidor capaz de impedir la absolución de la historia para el pensamiento racional. Pese a la caza de brujas y el quintacolumnismo histórico de ciertos sectores de la lumpenburguesía cultural, lo inhumano, lo irracional y lo socialmente inconsistente, no logrará nunca imponerse. El peligro no reside en la implantación efectiva de sus postulados a pie de calle, lugar que nunca ha sido realmente de dominio burgués, sino en la imposición autoritaria desde los secuestrados parlamentos mesocráticos.
El socialismo no es una bufanda de F.C. San Pauli, ni un triángulo rojo en tu perfil de Twitter o una camiseta de Los Chikos del Maíz en el Viña
Resulta curioso que al falso libertario le moleste la estructura «opresora» de la familia y la señale a día de hoy como un elemento primordial en la acumulación capitalista, pero a su vez defienda sin complejos el caparazón teórico de quienes compran vientres en Ucrania sin miedo a la ruptura de facto de la filiación consanguínea. Como siempre, los postulados del posmodernismo se derrumban cual fichas de dominó ante el mínimo foco de luz sobre su prostitución ideológica. Columnas, directos de Instagram e hilos en Twitter… Resulta indiferente el medio en el que el pérfido populismo español pretenda ahora levantar sus enormes muñecos de neón con los que desde hace tiempo únicamente logran en última instancia disimular su evidente inacción revolucionaria. Ni tan siquiera cinco monedas de plata han resultado precisas para que quienes decían llamar a las puertas del cielo, esos judas de la pluma y el brilli-brilli con su inseparable cinismo caritativo y su falso voto de pobreza cristiano, hayan terminado vendiendo incluso a los suyos, a sus familias, al diablo del capital. Acostumbrados como están a la traición en aras de su crecimiento personal y la conservación del poder, no deberíamos ya sorprendernos por ello.
Mientras tanto, los falsos salvadores y la nueva izquierda política y cultural, prosigue evitando toda crítica al sistema capitalista, para de este modo gestionar lucrativamente las miserias del mismo para el vulgo. La desigualdad y la opresión se han convertido en su razón de ser, la pieza angular de su supervivencia. No es por tanto precisamente la estructura familiar la que garantiza la acumulación de riqueza capitalista y la herencia de privilegios materiales y sociales, sino la inacción y la traición política de nuestros parlamentos y la codicia individual presente en todas las capas de nuestra sociedad. En oposición a ese mundo dominado por el consumo y el autoconsumo moral, en nuestro regreso final o momentáneo al hogar familiar, el abrazo de los nuestros y el nuevo despertar en nuestros barrios, tan solo se esconde para nosotros el primer paso de cara al despertar de la conciencia, la rabia y la necesidad de alternativas. Un golpe de precariedad necesario a nuestra memoria para percatarnos de que la realidad en la que vivimos inmersos bajo el yugo del individualismo capitalista, supone ya hoy, la peor de nuestras condenas.
Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/la-gran-familia/
La vida de las personas y el entorno en el cual transcurre conforman la trama de un tejido que puede ser analizado de distintas maneras. Este libro condensa varias miradas desde las cuales ese tejido puede ser analizado. Las clases sociales constituyen el hilo con el que la trama está construida.
Desde una perspectiva teórico-metodológica macrosocial se analizan la estructura de clase y su inserción en la estructura económica, los procesos de movilidad social entre tres generaciones según origen migratorio y el efecto de la zona de residencia en la movilidad social intergeneracional.
Desde una perspectiva microsocial se analiza en el contexto de las clases sociales y las diferencias residencia les el inicio de la vida laboral y los lazos sociales. Desde esa misma perspectiva el libro incluye el análisis de la identificación de clase y las auto-representaciones de las trayectorias ocupacionales y la agencia humana.
La segunda parte del libro incluye una descripción cuidadosa de las distintas etapas del diseño de esta investigación. Entre ellas se destacan: la elaboración del cuestionario de la encuesta PI-Clases (2016), la construcción de una muestra probabilística multi-etápica de 1065 hogares del AMBA, la organización del trabajo de campo, la operacionalización de las principales variables y la construcción de los instrumentos y manuales de código usados en el proyecto.
Autor (a): Mercedes Krause. Diego Paredes. Bárbara Estévez Leston. Joaquín Carrascosa. María Manuela Leiva. Florencia Morales. Bryam Herrera Jurado. Lautaro Lazarte. [Autores y Autoras de Capítulo]
Editorial/Edición: Instituto de Investigaciones Gino Germani. CLACSO/Ruth Sautu. Paula Boniolo. Pablo Dalle. Rodolfo Elbert.
Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=2218&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1408
Un estudio revela el punto de vista de la Generación Z sobre cómo el COVID-19 afecta su educación y por qué buscarán seguir su propio camino educativo.
Con el fin de descubrir si los estudiantes de la generación Z estaban interesados en seguir una educación universitaria tradicional al terminar el bachillerato, la Corporación de Gestión de Crédito Educativo (ECMC por sus siglas en inglés) y VICE Media lanzaron “Question The Quo». Esta encuesta involucró a más de 2200 alumnos estadounidenses entre 14 a 18 años, es decir, jóvenes que están en el bachillerato o lo van terminando. Lo interesante es que la investigación comenzó a finales de febrero del 2020, justo cuando empezaba la pandemia y terminó a mediados de mayo, cuando los alumnos llevaban más de un mes en cuarentena.
Tradicionalmente, se estudian cuatro años de educación superior para obtener el título pero ahora, menos del 23 % lo ven como el único camino para obtener un buen trabajo o una exitosa carrera profesional. Por el contrario, el 70 % de los encuestados están dispuestos a seguir su propio camino de aprendizaje, aunque este no incluya ir a la universidad.
Cuestionando el statu quo
Los resultados de este estudio demuestran que las nuevas generaciones comprenden la necesidad del aprendizaje a lo largo de la vida y capacitación continua en habilidades, factores que Jeremy Wheaton, presidente y CEO del Grupo ECMC, considera esenciales para el éxito ahora y en el futuro. Más de la mitad de los encuestados (61 %) aseguraron que el mejor lugar para aprender es el trabajo, pero menos de la mitad (46 %) creen que las empresas brindan oportunidades de educación formal para ayudarlos a desarrollar sus habilidades.
Entre los factores que influyen la decisión de alejarse de una educación tradicional por rutas alternas, el 64 % de los jóvenes comentaron que les preocupa cómo pagar la educación superior. Un 59 % espera que el gobierno lance algún bono o programa adicional para ayudarlos a pagar sus deudas estudiantiles. Otro 46 % está esperando que las empresas empiecen a brindar educación formal con el fin de mejorar las habilidades que necesitarán en el futuro del trabajo.
Por otro lado, un 80 % de las mejores carreras que los encuestados quieren estudiar se ofrecen a través de programas de formación profesional y técnica, por lo que para esta generación, considerar una alternativa a la universidad es viable. Además, 65 % de los encuestados comentaron que consideran una educación alternativa porque confían en su futuro personal, inclusive el 84 % considera que sus perspectivas laborales son iguales o mejores que las de sus padres.
¿Qué preocupa a la Gen Z?
El cambio climático y la deuda estudiantil son dos de los temas que más preocupan y provoca ansiedad en los jóvenes de la generación Z. Según el estudio, el 51 % considera el cambio climático como el tema más preocupante, seguido por la deuda estudiantil (48 %) y las expectativas de los demás (41 %).
Por otro lado, la encuesta preguntó a los encuestados qué era lo que les daba más esperanza sobre el futuro, y el 60 % confirmaron que su familia. Le sigue con un 55 % las metas y esperanzas que planean cumplir, junto con su habilidad de poder ganarse la vida. Lo que más desconfianza y desaliento les da es la deuda estudiantil, ya que no creen que se pueda evitar.
La generación Z se ha caracterizado por padecer altos niveles de estrés y burnout, esto se debe, en parte, a las altas expectativas que se tienen sobre las y los integrantes de esta generación. Las expectativas que tienen sobre ellos es el tercer tema que más preocupa a esta generación.
Pero, ¿cómo define la Gen Z el “éxito”? Se les preguntó cuánto estaban de acuerdo con las siguientes afirmaciones y 87 % está de acuerdo con que “éxito” es obtener un trabajo que los apasione en los primeros cinco años de su vida laboral. Otro 67 % creen que es centrarse en lo que aman, sin importar el dinero, y un 30 % creen que lo económico es lo que define el éxito.
La pandemia los ha hecho replantear sus planes a futuro
Debido a las fechas en las que se llevaron a cabo las encuestas, está claro que el tema del COVID-19 afecta a estos resultados. Al 37 % de los jóvenes encuestados les preocupa cómo la pandemia pueda afectar su futuro, especialmente por el impacto económico que la pandemia tendrá. Se estima que los estragos del COVID-19 se sentirán hasta una década después, afectando especialmente a las generaciones que ingresarán al mercado laboral en un mundo pospandemia.
Estos factores han influido en las decisiones de carrera de esta generación. El 25 % de los encuestados está considerando cambiar sus planes sobre qué hacer después de graduarse, el 24 % retrasará sus planes de estudiar una carrera universitaria y 21 % señala que es probable que asista a una escuela técnica, en lugar de asistir a la universidad. Además, el 35 % contestó que es probable que no busquen un título de posgrado.
Para quienes siguen con sus planes de continuar sus estudios, el 74 % de los encuestados cree que una educación basada en habilidades STEM o comerciales hacen sentido y son relevantes en el mundo actual. Mientras que el 59 % considera el aprendizaje a lo largo de la vida y la capacitación continua como un tema esencial.
Clases en línea vs. presenciales
La generación Z prefiere la enseñanza presencial. Más de la mitad (58 %) de los encuestados creen que la educación sufre durante los cierres de las instituciones educativas. Mientras que al elegir entre clases presenciales, híbridas o totalmente en línea, el 36 % considera que, como están las cosas actualmente, las clases son mucho mejor presenciales, seguido muy de cerca (34 %) por la creencia que la mejor opción son las clases híbridas y el 30 % se inclina más por las clases en línea.
Estos resultados cambian cuando se les pregunta lo mismo pero considerando un escenario donde ya se haya desarrollado una vacuna; en este escenario, el 56 % considera que prefiere tener clases presenciales, seguido por un 37 % híbridas y sólo un 7 % prefiere las clases exclusivamente en línea. Pero aunque la mayoría de los encuestados se incline por las clases presenciales, ¿cómo se imaginan un regreso a las aulas pospandemia? El 39 % está de acuerdo que, de regresar a las aulas, los escritorios deberán estar apartados uno del otro y un 36 % considera que se deberían reducir los espacios sociales.
Al preguntarles qué tan de acuerdo estaban con la dificultad y desventajas de la educación en línea, el 39 % está de acuerdo que el material en línea es menos desafiante, mientras que un 34 % acordaron lo opuesto, señalan que las clases online son más difíciles y sólo el 20 % afirmó consideran que es lo mismo.
Por último, el 43 % creen que debido a la pandemia, aumentará la insistencia en la educación en el hogar posibilidad que esta generación no ve con buenos ojos ya que el 50 % cree que la cuarentena sólo ha aumentado a la desigualdad ya que no todos los alumnos tienen el mismo acceso a las tecnologías necesarias para aprender a distancia.
Está claro que la pandemia ha afectado a la generación Z y los ha llevado a replantear sus planes sobre qué hacer al graduarse de preparatoria. Además, temas como el costo de la universidad y la incertidumbre, siguen empujando a los alumnos a considerar entrar a trabajar o estudiar una carrera técnica o entrar a algún programa de formación profesional. Aún así, la encuesta se realizó durante la cuarentena por lo que sería interesante ver si cambian de opinión una vez que vuelvan a abrir las universidades.
Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/impacto-covid19-gen-z
OtrasVocesenEducacion.org existe gracias al esfuerzo voluntario e independiente de un pequeño grupo de docentes que decidimos soñar con un espacio abierto de intercambio y debate.
¡Ayúdanos a mantener abiertas las puertas de esta aula!