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Presidenciable angoleño alaba interés de jóvenes en desarrollo

África/Angola/29 Abril 2017/Fuente: Prensa Latina

El candidato presidencial por el gobernante Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), Joao Lourenzo, alabó hoy el interés de los jóvenes en contribuir al desarrollo del país.
Todos dicen que tienen la intención de hacer un gran país, de trabajar para que Angola crezca gracias a sus acciones concretas y sus conocimientos, añadió Lourenzo durante un encuentro con representantes de ese sector etario en el capitalino Centro de Conferencias de Belas.

No oímos quejas ni lamentos, sino de las medidas y programas que los gobiernos deberían formular para resolver los problemas que afectan a la sociedad, expresó.

Durante su intervención, el presidenciable esbozó las principales líneas de fuerza del partido en relación con esa franja social, incluida la promoción de la formación académica y profesional para prepararlos mejor de cara al mercado de trabajo.

El también vicepresidente de la agrupación partidaria defendió la expansión del sistema educativo y la continuidad de programas de construcción de viviendas para que cada uno de ellos cumpla el sueño de una casa propia.

Igualmente exhortó a los angoleños poner la economía al servicio del desarrollo y el bienestar de todos los ciudadanos.

Afirmó que este importante sector de la población será responsable de la ejecución de los proyectos concebidos en el futuro.

También defendió el uso generalizado de las tecnologías de la información y la comunicación, y el avance en los deportes.

De ganar las elecciones, dijo, continuará los proyectos de prevención y combate a la delincuencia, la prostitución, el alcoholismo, el tráfico y el consumo de drogas, pues el objetivo principal es proteger a los jóvenes de estos males.

Es un reto que nos planteamos para el bien de todos, argumentó

Fuente: http://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=81816&SEO=presidenciable-angoleno-alaba-interes-de-jovenes-en-desarrollo

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Innovar o morir

Por: Miguel Ángel Santos Guerra

La innovación no consiste en hacer por hacer; en cambiar por cambiar. No es activismo. La innovación, para ser educativa, tiene que estar penetrada por los valores.

La rutina es el cáncer de las instituciones. La rutina aherroja la acción en las cadenas de las inercias. ¿Cómo hacemos la planificación este año? Como el año pasado. ¿Cómo vamos a realizar la evaluación? Como siempre. ¿Cómo vamos a agrupar a los alumnos y a las alumnas? Como todos los años.

Quisiera, en primer lugar decir que hay muchísimas acepciones del concepto de innovación. El lenguaje permite entendernos, pero en muchas ocasiones hace que nos confundamos. Utilizamos la misma palabra pero de forma no solo distinta sino contradictoria. El problema no es que no nos entendamos porque entonces podemos dialogar. El problema es creer que nos entendemos cuando decimos cosas diferentes.

La abundantísima bibliografía sobre innovación desvela la polisemia del concepto. Hay quien llama innovación a una reforma. Y hay quien llama innovación a un cambio de horario.

Hay, a mi juicio, algunas características que exige el concepto de innovación.

En primer lugar supone cierta insatisfacción con lo que se está haciendo, cierta disconformidad con lo que existe. Porque no da resultados, porque genera problemas o porque produce cansancio. Se formulan preguntas, se pone en tela de juicio la práctica. Y, como resultado de la respuesta, se piensa en introducir alguna novedad.

En segundo lugar, supone cierta creatividad para incorporar algo nuevo, algo que no existía, algo que tiene un carácter transformador. La innovación crea e incorpora algo nuevo.

En tercer lugar, exige una condición positiva, al menos en teoría. Puede que luego resulte un fracaso el desarrollo de esa innovación, pero el núcleo de su incorporación está en la expectativa de mejora.

En cuarto lugar, aunque no es esencial este requisito sino deseable, debería tener un carácter colegiado. Aunque la iniciativa de un solo profesional, en una sola asignatura, en un aula solamente, debería ser un cambio conocido, compartido y consensuado.

Hay quien confunde cambios con mejoras. Mejora es una palabra infinita que debemos desentrañar, pero no todo cambio es una mejora. Un amigo le dice a otro:

-¡Qué pena esta vida! ¡Nadie cambia!

-No digas eso, porque yo he cambiado muchísimo desde el año pasado, replica el interlocutor.

Y el amigo precisa:

– Me refería para bien.

Insisto: no todos los cambios son mejoras. Por consiguiente, no todos los cambios son verdaderas innovaciones.

La necesidad de la innovación procede de múltiples causas. Por una parte, hay exigencias de adaptación de la escuela a nuevas funciones que debe asumir o a reformulación de funciones que ya existían. Por otra parte, pueden introducirse innovaciones para evitar el fracaso constatado o superar una situación problemática. Hay hallazgos científicos que invitan, casi exigen, la incorporación a la práctica de esos descubrimientos. También la creatividad puede ser una fuente de innovación, cuando iniciativas originales se ponen en marcha en busca de mejoras de procesos y resultados.

La escuela no puede permanecer anclada en viejas concepciones, en viejas prácticas, en dinámicas obsoletas. Cambian los tiempos, cambian las responsabilidades. También cambian las personas. Las necesidades, las condiciones, las expectativas de los alumnos y de las alumnas son cambiantes. Por eso digo en el título: innovar o morir.

Hay ante la innovación dos posturas antitéticas: pudiendo mantener todo lo que hay, ¿por qué cambiarlo? Y esta otra: pudiendo cambiar lo que hay, ¿por qué mantenerlo?

Los tipos de innovación son innumerables. Podemos clasificarlos en función de su ámbito de implantación: varios centros, un centro, un departamento, un aula, una asignatura… En función de su contenido: convivencia, metodología, organización, materiales… También hay innovaciones diversas en función del tiempo: hay innovaciones de largo plazo, de medio plazo y de actuación breve…

Es muy importante pensar en la finalidad que se persigue. Debe estar clara la pretensión que se busca. ¿A quién beneficia la innovación? A todos y a todas, solamente a los que más lo necesitan, solo a los que menos lo necesitan? Y hay que analizar el contenido de la pretensión: ¿afecta a cuestiones de fondo o a dimensiones superficiales de la práctica?

Creo importante llamar a la necesidad de evaluar las innovaciones. No todo lo que se pretende se alcanza, no todo lo que se busca se consigue. Es más, a veces se generan efectos secundarios nocivos. Y hay que plantearse cuáles han sido las causas del fracaso. En primer lugar por responsabilidad y, en segundo lugar, porque el fracaso pude ser una fuente de aprendizaje. Existe la fertilidad del error.

Considero muy importante que las innovaciones se fundamenten con rigor, se plasmen en escritos claros y ordenados y, sobre todo, que se difundan para que otros vean que se pueden hacer cosas y para que encuentren el estímulo de saber que otras personas se están esforzando en mejorar lo que se hace. Dice la profesora inglesa Joan Dean que si los profesores y profesoras compartiésemos las cosas buenas que hacemos encontraríamos una fuente inagotable de optimismo.

La innovación no consiste en hacer por hacer, en cambiar por cambiar, en una concatenación de actividades y proyectos nuevos. No consiste en cambiar por cambiar. Innovación no es activismo. Porque la innovación, para ser educativa tiene que estar penetrada por los valores.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/04/18/innovar-o-morir/

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“La educación es la herramienta más importante para humanizarse” Entrevista a Alejandro Santos

América del Sur/Colombia/29 Abril 2017/Autor: Semana Educación/Fuente: Semana

A propósito de la celebración del primer aniversario de nuestra publicación en su versión impresa, Alejandro Santos, director de Semana, analiza porqué la educación debe pasar de ser un tema gubernamental a generar un consenso nacional.

Semana Educación (S.E.): ¿Por qué es relevante para el país contar con un medio especializado en educación?
Alejandro Santos (A.S.):  El momento histórico que vive Colombia, en el que estamos empezando a pasar la página de un conflicto que se perpetuó durante medio siglo, hace que la educación esté en el epicentro de la sociedad. La herramienta más importante que tiene una sociedad para modernizarse, para vivir de una manera civilizada, para ser competitiva y para humanizarse. La decisión de Publicaciones Semana de apostarle al tema de la educación no fue otra cosa que entender que es el instrumento más poderoso para mejorar las oportunidades de progreso de los colombianos.

S.E.:¿Cuál debe ser la función de un medio de comunicación para posicionar el tema educativo en el debate público?
A.S.: El poder que tienen los medios de comunicación es poner un reflector para que la sociedad mire los temas que son relevantes. En este caso es buscar que la educación sea fundamental en la agenda nacional, presionar para que las clases dirigentes se comprometan a impulsar la educación que se merece el país e informar para que la sociedad tome conciencia y se apropie del tema. Supone sacar los debates de educación de las distintas burbujas académicas  que muchas veces se hablan entre sí y de espaldas al país, e involucrar al resto de colombianos. Los medios tenemos la posibilidad de visibilizar y masificar esos grandes debates. Esa es nuestra responsabilidad fundamental.

S.E.:En la actualidad, la lógica de los medios es trasladarse de lo impreso a lo digital. ¿Qué valor tiene que una publicación como Semana Educación rompa con esta realidad?
A.S.: Tenemos que entender que hay tendencias pero también hay realidades. Efectivamente, la tendencia hacia lo digital es clarísima, pero al mismo tiempo hay una realidad innegable y es que lo impreso sigue jugando un papel muy importante. A pesar de que hoy en día muchas entidades educativas han adoptado plataformas tecnológicas, muchos jóvenes nativos digitales siguen prefiriendo el papel para subrayar y hacer anotaciones esenciales que ayudan en el proceso de aprendizaje. Entendiendo que hay que tener un pie en lo digital, sigue siendo fundamental el papel como un medio para llegarles a determinados sectores, como los que toman las decisiones políticas educativas y nacieron en la era de lo impreso.

S.E.:En su opinión, ¿cómo está Colombia en educación?
A.S.: El país ha hecho grandes avances en los últimos 20 años. Por ejemplo, los esfuerzos en cobertura educativa en todo el territorio son notorios. Las cifras de acceso a educación primaria se sitúan por encima del 90 %. Sin embargo, todavía hay tres grandes retos en los que se está trabajando, pero se necesita más. El primero, mejorar la calidad educativa, que es todo un desafío. El segundo, facilitar el acceso a la educación superior para garantizar a todas las personas con un título de bachillerato una formación de calidad. El tercer y último punto es romper la brecha de capital humano y generar alianzas entre las instituciones de educación superior, las empresas y el Estado, que incidan en la competitividad del país. En esto último Colombia está  todavía en pañales.

S.E.:¿Qué tiene que hacer el país para superar esos retos?
A.S.: Dejada la guerra atrás, empezamos a pensar como un país que se cuestiona su futuro y el de las nuevas generaciones. Se necesita poner la educación en el centro de la sociedad, pero para lograrlo hay que trascender la idea de que impulsar la educación de un país es responsabilidad de un presidente que llega con un grupo de ministros bien intencionados a trazar las políticas educativas durante cuatro años. Tiene que ser una apuesta de todo el país, de todos los sectores. Un tema de consenso y con visión a futuro de por lo menos un periodo de un cuarto de siglo. Se requiere del liderazgo del jefe de Estado pero con del acompañamiento del sector educativo, el público, el empresarial y de los sectores sociales. Tiene que ser un prorpósito nacional y no gubernamental.

S.E.:¿Cuál debería ser el papel de la educación en el posconflicto?
A.S.: El primero, sin duda, debe ser construir ciudadanía en los territorios después de tantas décadas de violencia. En las regiones millones de colombianos no han tenido voz, han tenido miedo y no han tenido la posibilidad de ser sujetos políticos. Si queremos entender qué quiere decir la construcción de una nueva ciudadanía de cara a un país en paz, esto significa reconocer a esas personas como protagonistas activos de la sociedad, de lo político y de lo productivo. No es solo un proceso para redignificarlas, sino brindarles herramientas de liderazgo y empoderamiento frente a los desafíos de una nueva sociedad que se está configurando. Y ese liderazgo pasa inevitablemente por la educación. Es un proceso de toma de conciencia, de fortalecimiento de la democracia a través de sus ciudadanos y de la educación con el objetivo de formar así un país más civilista.

S.E.:¿Cuál es ese nuevo ciudadano que queremos formar?
A.S.: Ese ciudadano que estamos formando tiene que enmarcarse en la importancia de los valores democráticos, que reconstruya un tejido social desecho por la violencia, el odio y la estigmatización. Tenemos que recuperar nuestra autoestima como nación, entender los principios esenciales que permitan la convivencia pacífica con pluralismo y respeto a las reglas del juego. Es fundamental que el papel de la educación interprete ese contexto y la formación de los nuevos ciudadanos se conciba bajo el prisma del momento histórico que está viviendo Colombia. Porque nuestro país ha convivido muchos años en el miedo, en los prejuicios, en la estigmatización, en el temor y en las lógicas maniqueístas. Tenemos que empezar a entender lo que significa la deliberación, la dialéctica intelectual y el diálogo como proceso de enriquecimiento de una sociedad y no como la mecha para encender nuevas violencias.

S.E.:De cara a las próximas elecciones, ¿qué deberían exigir los ciudadanos a los candidatos?
A.S.: Coherencia. Hay que descartar candidatos que enarbolan la importancia de los valores democráticos pero actúan con intolerancia, generando una permanente estigmatización de sus contrarios, con rabia e impulsando información falsa o verdades a medias. La responsabilidad que tienen hoy en día los líderes políticos frente a la polarización y de buscar la forma de dejar atrás la historia de violencia tiene que darse en un acto de coherencia. Como líderes deben entender lo que significa la memoria sin resentimiento, la reconciliación sin olvido y el debate público sin estigmatización. Deben asumir el liderazgo en una Colombia en pleno proceso de transición y que está buscando reconciliarse alejando sus propios fantasmas del pasado. Y asumir ese camino con la ilusión profunda de que vamos a ser capaces de ser un país más moderno, civilista y competitivo.

Fuente: http://www.semana.com/educacion/articulo/alejandro-santos-semana-educacion-entrevista-a-alejandro-santos-por-su-aniversario/522713

Fuente de la imagen: http://cumbrelideresporlaeducacion.com/wp-content/uploads/2016/06/Alejandro-Santos.jpg

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Defensa de la Licenciatura

Por: Luis Armando González. San Salvador. 26/04/2017

Una batalla imposible es una batalla condenada, de antemano, a la derrota. No obstante, ello no quiere decir que no deba librarse, a sabiendas de la imposibilidad de una victoria. ¿Por qué, entonces, empeñarse en ella? Quizás porque quienes la hacen suya consideran que no hacer nada es peor que quedarse cruzados de brazos; quizás porque consideran que nadar contra la corriente, aunque sean arrastrados violentamente por ella, es más digno que dejarse llevar incluso con complacencia.

Metáforas aparte, hay dos batallas importantes, pero imposibles, que hay que seguir librando, pese a que las modas (cual corrientes indetenibles) llevan las cosas en sentido contrario: una batalla debe ser librada en la educación superior, y apunta a la revidindicación, fortalecimiento y dignificación del grado de licenciatura. La otra batalla debe librarse en la defensa y recuperación de los espacios públicos, lo cual significa enfrentarse a la lógica y prácticas que, sin cesar, conducen a la apropiación privada de aquéllos.

        A propósito de lo primero, la batalla en defensa de la licenciatura es algo imperioso, si se quiere dar un salto de calidad en la educación superior. No es irracional pensar que una licenciatura sólida es fundamental no sólo para lograr avances significativos en la educación superior, sino para hacer más eficaces los aportes de la educación a la sociedad en general y a la economía en particular.

Por el lado contrario, una licenciatura débil aporta poco tanto al avance educativo como a la sociedad y a la economía. Decisiones y concepciones educativas equivocadas (no ajenas al mercantilismo y la privatizacion) llevaron a un empobrecimiento de la licenciatura que de estudios superiores básicos, en el sentido de fundamentales, pasaron a ser estudios universitarios “elementales”. La tesis que se impuso, alentada por un mercantilismo privarizador, fue que esa formación elemental iba a ser completada por “ofertas” educativas que llenarían las lagunas de lo que fue visto como una “primera etapa” formativa poco importante, pues lo mejor vendría después bajo la modalidad de una palabra mágica: los postgrados, que como maestrías y doctorados sí serían algo valioso y digno de presumir.

        Al hacer de la licencitura algo elemental y, por tanto, una estación menor en la carrera académica, la misma perdió dignidad y prestigio. Detrás de esa pérdida estuvo la erosión de su calidad, vía el empobrecimiento de sus contenidos y exigencias, lo mismo que por la disminución de sus tiempos formativos. En la visión empresarial de la educación superior, cuánto más rápido salieran de las aulas los licenciados más rápido iban a convertirse en clientelas de los postgrados ofertados, sobre todo cuando a las carencias del primer tramo formativo se sumaba la convicción de que ser licenciados era una mala carta de presentación en un mundo laboral en donde la dignidad comenzaba a ganarse con las maestrías y se adquiría plenamente sólo con los doctorados. Esta lógica terminó por imponerse y no se ve por ningún lado (en El Salvador) su relevo por una lógica más apegada a la realidad.

        Sin embargo, hay que poner los pies en la realidad. Y desde ésta, lo más razonable es asegurar que quien obtiene el grado de licenciatura tenga la formación más completa posible en áreas fundamentales del conocimiento. Completo quiere decir que le permita aportar a una disciplina si esa es su vocación, desempeñarse eficazmente en su profesión, ser un ciudadano íntegro y gozar de un estatus y un reconocimiento que lo dignifiquen y le permitan ganarse la vida decentemente.

Es decir, lo que aquí se propone –en contra del paradigma predominante– es que la licenciatura sea vista como una carrera académica completa, como un fin en sí mismo,  con la visión de que después de eso no habrá nada más para quienes obtengan ese grado acaémico. Y si se la ve así, se tendrá que ofrecer lo mejor de lo mejor a cada estudiante en las distintas áreas de conocimiento, en las metodologías y en los enfoques teórico-prácticos. Por su parte, cada estudiante pondrá sus mejores energías en juego para obtener un grado académico en el cual descansará su futuro laboral y profesional[1].

        ¿Cierra lo anterior las puertas a otros grados académicos superiores? Por supuesto que no. Habrá quienes por vocación, ganas, tiempo o afanes intelectuales decidirán optar por otro grado. Pero lo ideal es que no sea porque su formación anterior es deficiente o porque andan en busca del prestigio de los títulos o de afanes monetarios, sino porque pretenden dedicarse a una especialidad y aportar conocimientos a una disciplina. Su nuevo grado no tendría porqué ponerlos por encima, en dignidad, prestigio o ingresos, de quienes poseen un grado superior igualmente digno, como lo es (debería ser) el grado de licenciatura.

        No tiene sentido que una sociedad no busque que sus licenciados tengan la mejor formación posible de nivel superior. Es antieconómico, antiacadémico y antisocial. No tiene sentido que la gente se gaste su dinero en una formación de licenciatura incompleta y deficiente, para luego seguir pagando por otra carrera que le corregirrá (a veces y con suerte) las fallas de la carrera previa. Eso es una estafa, por más que quienes son estafados no se den cuenta de ello, atrapados por la parafernalia academicista que les hace creer que ahora sí, con su nuevo grado de ficción, son parte de una élite del saber con conexiones a nivel mundial.

        La defensa de la licenciatura es, pues, algo irrenunciable por parte de quienes creemos que es un grado académico desde el cual, si se le da la importancia que merece, se pueden avances significativos en la educación superior. Habemos quienes, contra las modas y corrientes predominantes, creemos que es ahí donde está la clave de la educación superior. Fortalecido y dignificado el grado de licenciado, otros grados académicos recibirán, con realismo y con la debida seriedad su lugar, peso e importancia en el desarrollo educativo del país. Y quizás también, al calor de esta dinámica, se imponga la convicción de que los grados académicos obligan, ante la sociedad y sus problemas, a quienes los poseen; es decir, la convicción de que los grados académicos más que fuente de privilegios lo son de obligaciones y responsabilidades.

        Por último, es paradódico que entre quienes “ningunean” el grado de licenciatura –y han contribuido a su empobrecimiento curricular, teórico y metodológico— se encuentren  académicos que no sólo poseen sólidas licenciaturas, sino que las bases de su desempeño intelectual se encuentran en el privilegio de una formación concebida en su momento con criterios de la máxima excelencia y calidad. Gracias esa formación destacaron y obtuvieron un estatus en virtud de lo cual pudieron tomar decisiones educativas que muchas veces, lamentablemente, fueron en contra de aquello que les permitió llegar hasta donde llegaron en lo académico y en lo laboral. Claro está que tales decisiones no fueron en perjucio propio, sino de las nuevas generaciones que fueron excluidas del saber y las destrezas que sus mayores consideraron, de un día para otro, “memorísticas”, “desfasadas”, “inútiles” y contrarias a las modas de la “facililtación” vigentes en una época neoliberal.

En suma, una educación “amigable” y “fácil” fue la receta promovida por quienes, gracias a no haber recibido una educación  ni fácil ni amigable, estaban en condiciones de tomar decisiones educativas de envergadura nacional. Este evidente egoísmo generacional se vendió como preocupación bonachona por los jóvenes, a quienes se les ha hecho creer, en distintos ambientes universitarios, que para destacar académicamente no deben pasar por las tensiones y las preocupaciones intelectuales de sus mayores, pues el secreto está en encontrar el camino más fácil y directo al éxito, que se mide por las buenas notas y por la obtención rápida de un grado. Los agobios, las lecturas, la escritura incesante, la disciplina, la dedicación, el respeto por el saber… todo eso es cosa de un pasado dinosaúrico que es mejor olvidar.

[1] Este principio se extiende, por supuesto, a las ingenerierías  en todas sus modalidades y a la formación en medicina general, porque el mercantilismo privatizador también ha tenido efectos nocivos en estas áreas del conocimiento.

Fuente:http://insurgenciamagisterial.com/defensa-de-la-licenciatura/

Fotografía: tovima

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Panamá: La única inversión real es la educación

laestrella.com.pa/24-04-2017

Si deseamos ser un país que genere valor, tenemos que medirnos con los mejores, plantearnos metas realmente importantes

Luana tiene 8 años y ayuda a su padre ha hacer las presentaciones de su oficina, ayudó a crear las gráficas, las escogió para que se compaginan con los conceptos que se quería exponer y luego apoyó el montaje final.

El padre de Luana la anima a crear, escucha en serio lo que ella tiene que decir y le hace saber los resultados de eso que ella ayudó a cocrear.

No quiero imaginar lo que Luana hará cuando tenga 12 años, las cosas que podrá crear y las capacidades que tendrá.

Lastimosamente no todos nuestros niños tienen la suerte de Luana, el acceso a la educación, los estímulos y el apoyo que tanto sus padres, su colegio le dan.

He escuchado a muchas personas decir que la solución es hacer que todos los niños vayan a escuelas privadas, yo creo que la cosa va más por el lado de hacer que las escuelas públicas manejen esquemas de excelencia iguales o mejores que las privadas.

Los países con los mejores sistemas educativos, tienen siempre como política una educación pública, universal y casi siempre gratuita.

No estoy diciendo que debemos mejorar el sistema educativo, lo que digo es que debemos ‘rediseñarlo’ en función del país que queremos tener.

En este espacio repito cada tanto que lo que realmente importa es la gente, si deseamos ser un país que genere valor en el mundo de hoy, tenemos que medirnos con los mejore, plantearnos metas realmente importantes y no temer acometerlas.

No soy el primero que habla sobre estos temas, en conversaciones con amigos, otros empresarios, gente de fuera y en general con quienes interactúan de una u otra forma con el país. El tema del sistema educativo siempre aparece de forma recurrente. Lamentablemente cuando las conversaciones ocurren, es muy difícil hacer la conexión con la gente que sufre los problemas que genera.

Luana me recuerda lo que se puede lograr cuando a un niño se le educa y apoya de la mejor forma, viéndola me puedo imaginar lo que sería tener un ‘ejercito de niños educados’ como ella, puedo ver cómo a medida que crezcan y profundicen su educación, generarían los cambios sociales y económicos de los que tanto hablan los que quieren cambios. Pero el asunto no es así, los talentos de nuestros jóvenes no se potencian, la oportunidades se pierden y alguien en alguno otro país las capitaliza.

El sistema educativo no es un problema, es ‘el problema’ a solucionar, todos los demás deben supeditarse a este. Necesitamos más Luanas y cuando entendamos lo crucial de esta necesidad, seremos capaces de invertir y cambiar lo que haga falta para lograrlo.

*Fuente: http://laestrella.com.pa/estilo/cultura/unica-inversion-real-educacion/23997558

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Preguntas previas a toda transformación educativa

Por: Profesor Diego Enría

Es hoy lugar común en nuestra comunidad opinar sobre el «Sistema Educativo», juzgándolo con calificativos como: anacrónico, ineficiente, obsoleto, etc. Y la realidad se encarga a diario de confirmar este oscuro diagnóstico.
Se señalan, a título de ejemplos, el «desinterés» de los alumnos (particularmente los de Educación Secundaria); la «precaria preparación profesional» de los docentes; el «escaso presupuesto» destinado a las actividades educativo-culturales; la «burocratización», que asfixia a las instituciones y que traba todo intento de renovación; de la «distancia» cada vez mayor entre la comunidad y la escuela…
Existe, además, un consenso generalizado que reafirma dichos ejemplos, que ha creado, con el transcurrir del tiempo, una actitud de escepticismo colectivo acrítico, que se asume como postura a priori por todos aquellos que, directa o indirectamente, están ligados al quehacer educativo.
Hay coincidencias en el diagnóstico, si bien algunos acentúan más un aspecto que otro. Pero cuando se debate sobre el «medio», no es fácil lograr acuerdos…
El siglo XX nos ha permitido disfrutar de un amplio y profundo desarrollo de las denominadas (genéricamente) «Ciencias Humanas», que nos han otorgado un conocimiento del hombre y de sus relaciones con el mundo, con la cultura, con la sociedad, etc. Y en este contexto, las hoy conocidas como «Ciencias de la Educación» (que muchos, aún, ponen en tela de juicio su «status científico») han experimentado un notable desarrollo. Los progresos conquistados en el campo de la Psicología, Sociología, Antropología, Ciencias de la Comunicación, Lingüística, Ciencias Sociales y de la Cultura, entre otras muchas, han sido capitalizados por los expertos en educación, lo que ha posibilitado el esclarecimiento del «fenómeno educativo».
En nuestro país el auge por las investigaciones didáctico-pedagógicas determinó la creación de importantes centros de estudios superiores, que posibilitan la formación de docentes altamente especializados. Además, son constantes los cursos de perfeccionamiento para educadores, donde se analizan los más diversos temas. Pero, a pesar de todo esto, nuestra educación sigue siendo ineficiente.
Es un error creer que una sola causa origina este pobre nivel educativo. En realidad, podemos nombrar una diversidad de motivos, si bien todos ellos relacionados entre sí (lo que es de por sí lógico). Es evidente que, para que el sistema cambie, debe mediar una decisión de índole política, que hasta el momento nadie ha querido tomar. También es cierto que no todos los docentes adhieren a los proyectos de renovación; y muchos, lamentablemente, no tienen un acceso fácil a los nuevos conocimientos que a diario se originan.
El origen social de la mayoría de los docentes y su posterior formación, subraya cierto individualismo, lo que dificulta un eficaz trabajo en equipo.
Estos, más otros condicionamientos que una lectura objetiva y seria de la realidad nos permitiría señalar, hacen difícil cualquier intento por mejorar el sistema educativo en nuestro país.
Un principio es hoy indiscutible: una realidad tan compleja como nuestra educación, no entra en crisis por una sola razón, sino por una convergencia de factores intra y extraescolares, de muy diversa naturaleza, que poco a poco provocan una situación de crisis.
Pero la crisis que vive hoy nuestra educación no es un hecho aislado.
No es una exageración afirmar que hoy «todo está en crisis». En todo momento histórico, las crisis han representado un profundo sacudimiento de los valores concebidos como tradicionales e inobjetables. Algunos de dichos valores serán suplantados, otros permanecerán, y otros se transformarán…
Esta «atmósfera de crisis generalizada», envuelve desde hace décadas a toda la llamada «cultura occidental», y se ha convertido en una característica ya estable del quehacer educativo, cuestionando y removiendo los viejos valores que dieron sentido a la labor docente y le otorgaron al aprendizaje una profunda significación personal y social.
Pero este fenómeno de crisis generalizada sólo puede ser comprendido desde niveles aún más profundos. Podemos afirmar que lo que hoy está cambiando en la cultura contemporánea, es la «concepción acerca de lo que el hombre es y puede llegar a ser…».
A partir del siglo XVII, las ciencias denominadas «naturales», revolucionaron la idea vigente sobre el mundo. En nuestro siglo, las ciencias «humanas» han renovado (y transformado) la «imagen que el hombre posee de sí mismo…» y de sus relaciones para con la sociedad. En definitiva, y esto es lo importante: «lo que está en cuestión es el hombre mismo…». Parecería que estamos anunciando la «disolución del ser humano…».
El hombre de los inicios del siglo XXI, no sólo está condicionado por la cultura, el trabajo, el lenguaje, etc., sino que es «pensado y definido desde ellos…». Sentimos como una imposibilidad de pensar-nos desde nosotros mismos, en tanto sujetos: nos pensamos y concebimos desde la «estructura», ya sea ésta social, cultural, laboral…
Todo lo mencionado ha llevado a muchos pensadores (particularmente europeos) a proclamar una especie de «muerte del hombre»: sensación que impregna toda la cultura contemporánea: es por ello evidente que, para superar esta cultura de la crisis que nos condiciona, es necesario rescatar en toda su dimensión la «pregunta por el hombre».
Pero, ¿a quién corresponde responder con real fundamento y derecho? Y es la «filosofía» la que se presenta como la ciencia con más derecho propio a responder, dado que la amplitud de su visión y su capacidad de sintetizar coherentemente los resultados de las ciencias particulares, le permite un conocimiento de la problemática humana no sólo comprensivo sino también riguroso. Pero en esto podríamos ir aún más lejos: que la síntesis por ella realizada, además de una organización sistemática de los datos que le brindan las demás ciencias, es también un «juicio de valor», dado que su objeto de estudio -la persona humana- es «suyo» por derecho propio.
Lo antedicho nos coloca ante una exigencia de consecuencias sumamente importantes, particularmente para el quehacer educativo. La «pregunta por el hombre» debería ocupar un lugar de privilegio en todas las discusiones relacionadas a actividades que conciernen al individuo, sean éstas políticas, culturales, sociales, pedagógicas… Es más: debería preceder a la planificación de cualquier actividad referida al hombre, en particular las que conciernen a la acción educativa.
Los técnicos de la educación han logrado avances muy significativos en temas como «metodología de la enseñanza-aprendizaje»; la «adecuación del mensaje»; han perfeccionado la «comunicación educativa», etc. Pero han descuidado notoriamente la reflexión filosófica sobre la «actividad de educar». Cabría preguntarnos si se puede educar sin discutir previamente «¿a quién educamos, por qué educamos y para qué educamos…?».
¿Por qué consideramos de tanta importancia esta reflexión previa? Es muy común que se asuman técnicas o métodos valorados como novedosos. Pero debemos ser conscientes que todos ellos responden a una determinada concepción de aprendizaje, que a su vez es resultante de una visión antropológica determinada, que nos permite comprender y caracterizar «quién y cómo es el sujeto que aprende». Esto es importante concebirlo claramente, porque los métodos y las técnicas de enseñanza-aprendizaje no están revestidos de la neutralidad por algunos pregonada. Si esto no es reafirmado constantemente por los educadores, nos encontramos con situaciones ya conocidas y muy repetidas: creemos estar construyendo en un sentido, cuando en realidad lo estamos haciendo en otro muy diferente.
Afirmamos que es necesario, en cuanto docentes y como institución educativa, definir con claridad y precisión un «sentido», una «intención», una «finalidad», a nuestra tarea. No abrimos aquí juicios de valor sobre cuál debería ser dicho sentido. La «intención» que asumimos personal y comunitariamente condiciona los métodos y las técnicas utilizados en la práctica.
La «Filosofía» debería convertirse en una aliada directa e importantísima de toda reflexión educativa. De ocurrir esto, podríamos comprender, por ejemplo: que las crisis en el campo educativo hay que analizarlas, comprenderlas y enmarcarlas dentro del contexto de «crisis general» de la imagen que el hombre tiene de sí mismo en la cultura contemporánea; y que es imperiosa la necesidad de una «reflexión filosófica» sobre la persona, que preceda a toda acción educadora. La «renovación tecnológica», aunque imprescindible en una sociedad tecnificada como la nuestra, no es suficiente…
Fuente: http://reflexioneseducativ.blogspot.com/2015/05/preguntas-previas-toda-transformacion.html#more
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“Las universidades están cansadas de los rankings” Entrevista a Louise Simpson

Europa/España/15 Abril 2017/Autor: Ramón Oliver/Fuente: El país

Durante años la británica Louise Simpson cuidó de la reputación de una de las marcas universitarias más icónicas desde su puesto de directora de comunicación de la Universidad de Cambridge. Ahora, como máxima responsable de The World 100 Reputation Network, la asociación internacional que fundó en 2007 y que aglutina a directivos de estrategia, comunicación, marketing e internacionalización de instituciones académicas de 19 países; y vela por la de 54 de las mejores universidades del mundo. Cinco de ellas, las de Navarra, Pompeu Fabra, Autónoma de Barcelona, Autónoma de Madrid y Alcalá, son españolas. A finales de marzo, Simpson asistió a la conferencia anual sobre reputación de universidades (BUR 2017) que se celebró en Pamplona, en la Universidad de Navarra.

Pregunta. ¿Los ránkings siguen siendo los motores de la reputación universitaria?

Respuesta. Siguen teniendo un gran peso, principalmente entre los estudiantes. La tendencia en Reino Unido, sin embargo, es que en los próximos años también van a entrar en juego otros aspectos más relacionados con la satisfacción del estudiante o la empleabilidad de los graduados. Las mismas universidades están cansadas de ser valoradas solo por los criterios de los grandes ránkings: volumen e impacto de la actividad investigadora, nivel de publicaciones y reputación académica. Porque es una visión bastante limitada de lo que es una universidad y de lo que puede aportar.

P. ¿De qué otras formas se puede medir?

R. Cada vez más universidades demandan sistemas más sofisticados para medir su reputación. Nosotros acabamos de crear un sistema de seguimiento de marca por medio del cual cada año vamos a recabar la opinión de estudiantes actuales y potenciales, antiguos alumnos, profesores o empresas a través de encuestas. Además, incorporamos otros indicadores como las notas de acceso, el origen geográfico de los estudiantes o los propios ránkings. De momento, contamos con 10 universidades en el sistema, pero hay muchas otras interesadas porque supone una manera más amplia de contemplar la reputación.

P. ¿Cuáles son los principales peligros y desafíos para la reputación de las universidades?

R. Algunos de los grandes empleadores en Reino Unido han empezado a ocultar en los currículos el nombre de la universidad en la que ha estudiado el candidato. Se pretende así ayudar a que los estudiantes que no han obtenido su título en Oxford o Cambridge sean vistos en igualdad de condiciones en un proceso de selección, de manera que se ponga el foco en el individuo y no en la gigantesca maquinaria de la universidad de la que procede. Por otra parte, en general las universidades siguen teniendo que demostrar que el dinero y tiempo que sus estudiantes invierten en obtener el título les merece la pena. Hoy más que nunca, en esta era de los contenidos online, en la que tienen a su alcance un mooc de un profesor de Yale o Stanford con solo abrir su portátil.

P. ¿Qué pueden hacer las universidades más pequeñas para buscarse su hueco en un mercado tan competitivo?

R. Lo principal es decidir dónde ponen el foco de su estrategia. Definir en qué son realmente buenas y qué las hace especiales. Hay que alejarse del concepto de “soy bueno en todo” y centrar sus esfuerzos de comunicación en destacar esas tres o cuatro áreas de especialización en las de verdad son excelentes. Es complejo porque en estos entornos la tendencia es intentar complacer a todo el mundo. Pero así no lograrás diferenciarte. La Universidad de Manchester ha conseguido crear una marca alrededor de sus investigaciones sobre el grafeno, y ahora hasta sus profesores de historia o inglés están orgullosos de que su universidad sea conocida en todo el mundo gracias a este material y piensan que también sus cursos se benefician de ello.

P. Muchas universidades apelan a sus valores. ¿Pueden ser otro elemento diferenciador?

R. No creo que los valores funcionen porque todas las universidades comparten más o menos los mismos: responsabilidad social corporativa, políticas medio ambientales, colaboración… La diferenciación tiene que llegar a través de la excelencia académica, del sistema de enseñanza, de un programa concreto que es único en su campo, de un profesor brillante que es el mejor en su especialidad… Sobre todo si se quiere atraer a alumnos internacionales. Un estudiante chino puede escoger ir a España o al Reino Unido a estudiar la carrera. Es un largo camino y para que quiera hacerlo tiene que sentir que está yendo al mejor lugar posible.

P. ¿Cómo afectar una crisis a la imagen de una universitaria?

R. Toda crisis es, al mismo tiempo, una oportunidad para que la institución demuestre fortaleza, capacidad de reacción y buen gobierno. Las universidades son como pequeñas ciudades, comunidades en las que inevitablemente surgen problemas ante los que es preciso reaccionar. La diferencia ahora está en la velocidad. Ante una crisis como un caso de corrupción en el equipo de gobierno, una mala praxis en la enseñanza o un incendió en una de las facultades, hay que reaccionar deprisa y de una forma apropiada para restaurar la confianza. Porque los alumnos se van a enterar en seguida y van a empezar hablar de ello en las redes sociales.

P. ¿Son las redes sociales el nuevo campo de batalla reputacional?

R. Las universidades han entendido que las redes sociales son el canal por el que circulan ahora las noticias y que necesitan contar con especialistas cualificados en la materia dentro de sus departamentos de comunicación. En las oficinas de prensa de las facultades ahora se vuelcan más esfuerzos en la actividad en Facebook o Twitter que en las tradicionales notas de prensa o en actualizar las noticias de la web.

P. ¿Qué mejoras necesitan las universidades españolas?

R. España es un país atractivo para venir a estudiar. Tiene buen clima, las ciudades son bonitas, es un lugar seguro y tiene algunas de las mejores escuelas de negocios del mundo. Algunos de los expertos españoles con los que he hablado piensan que las universidades aquí son demasiado burocráticas y que necesitan modernizarse en aspectos organizativos. Creo que uno de los mayores frenos para las universidades españolas es la falta de profesionalización de determinados departamentos clave como Comunicación o Internacional.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2017/04/11/actualidad/1491908771_181493.html

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