Por: Eduardo Hernández de la Rosa/Colaborador permanente de CII-OVE
La política de confinamiento parece no ser sostenible por muchas razones, la principal como sabemos, es la económica. Las profundas crisis que vivimos a partir de la extensión crónica del confinamiento ha sido una de las situaciones que amplificaron las desigualdades sociales.
Las recomendaciones de los organismos internacionales para impulsar políticas de regreso a clases aún frente a la continuidad de la pandemia, se ha auxiliado en una visión estática de la realidad, olvidando que dentro del contexto del confinamiento existen realidades, espacios y movimientos que son construidos por los agentes, así como por adaptaciones del virus, dejando de manifiesto que no es posible aplicar de manera sostenida una política homogénea en contextos tan diversos.
El regreso a clases ha iniciado por diferentes países, justo para tratar de atender la «catástrofe generacional», sin embargo, la tarea además de ambiciosa muestra pretensiones poco plausibles frente a una partida presupuestaria incipiente para la educación y un conjunto de procesos burocráticos que hacen que las desigualdades sean más profundas.
Aún se tiene un rezago no solo por parte de la deserción, los aprendizajes y la falta de continuidad de poblaciones que tuvieron más dificultades en tener acceso a la educación a distancia. Sino también hay un rezago por la incomprensión de las implicaciones de la educación en sus diferentes modalidades, puesto que ello implica múltiples factores, no solo técnicos y pedagógicos sino sociales y culturales.
¿Puede existir un regreso seguro? Tal como lo hemos compartido en otros momentos, hablar de un regreso seguro implica comprender que en diferentes espacios el confinamiento y las medidas de sanidad son simuladas frente a la naturalización de los contagios o inclusive de la convivencia con la muerte. Las implicaciones que trae esto, son igualmente impredecibles, puesto que pueden extenderse la terrible enfermedad hacia la población infantil, lo cual, en términos empíricos, parece cobrar fuerza. Es aquí donde los padres de familia debemos pensar entre la importancia de la educación y lo invaluable que es la salud.
Pensar en un regreso a clases, implica polarizar la educación, entre la opción de regresar o de continuar los procesos educativos a distancia, por supuesto, el ejercicio además de las implicaciones sociales, también tiene la necesidad de asegurar espacios totalmente seguros.
Si bien los procesos educativos del siglo XXI deben estar orientados a la comprensión del riesgo y la incertidumbre, -no solo por parte de la pandemia, sino por las condiciones sociales en las que vivimos, marcadas por el conflicto social y las desigualdades que impulsa la globalización- también debe considerarse que este fenómeno sin precedentes puede superar la construcción de tecnicismos como el coronateaching, poniendo en escena las dificultades que trae consigo operar la educación en un contexto polarizado.
Los titulares de la educación en los diferentes países tendrán no solo el reto que implica la cobertura educativa, -la cual de por sí ha sido compleja de continuar atendiendo aún con los programas compensatorios-, sino que tendrá el reto medular de asegurar que la educación sea de calidad aún con la segmentación que se está impulsando, esto se resume en una necesaria coordinación quirúrgica con todas las autoridades para mantener los espacios equipados y asegurados en pro de la sanidad, siendo que los padres de familia deberán de seguir velando por la salud de sus hijos tomando un protagonismo más que necesario en la posibilidad del regreso a clases presenciales.
De esta manera, detrás de una política de regreso a clases en pro del “derecho a la educación” están intereses inmediatistas, para satisfacer necesidades, deslindando responsabilidades a las autoridades, dejando en claro, que será más que evidente que la calidad educativa estará en boga en los próximos años, que estará latente la posibilidad de brotes de contagios en los infantes derivado de las mutaciones del covid-19 y sus diferentes cepas, que las condiciones sociales para asegurar la sanitización de los espacios seguirán manteniendo por ejemplo el uso de cubrebocas cuya calidad para hacer frente al virus es insuficiente, que los programas compensatorios, seguirán tratando de acercar la educación a los espacios olvidados y que aquellos contextos educacionales en donde se tenga la posibilidad de garantizar condiciones educativas mínimas para la docencia virtual y la estimulación de aprendizajes virtuales seguirán siendo claves.
La docencia presencial y la bifurcación de sus expresiones, docencia desde los espacios formativos presenciales hacia los virtuales, docencia dosificada, docencia extendida o ubicua, así como docencia presencial serán solo algunos de los esfuerzos que se podrán visualizar y cuyas experiencias contribuirán al almanaque de las estrategias frente a una educación de la emergencia sin que se conviertan en modelos únicos, sino a lo más en estrategias adaptativas a necesidades inmediatas, las cuales tendrán variantes pujadas por el movimiento de la cotidianidad, poniendo a prueba una vez más las competencias del docente.
Mientras tanto desde nuestras trincheras, seguiremos combinando la docencia con los factores sociales y culturales que nos toca vivir, desde nuestros espacios vitales, podremos combinar el streaming con la pizarra, a su vez que la docencia con el desayuno y la necesidad de desvelos que ayuden a preparar materiales que permitan para los que tienen la posibilidad de tener sesiones interactivas a través de las plataformas, así como preparar el material para lo presencial y lo virtual, para quienes deberán atender estas modalidades.