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Michael Apple: «Chile ha sido un laboratorio de malas políticas educacionales

Es uno de los principales exponentes de la pedagogía crítica y respalda la experiencia de Porto Alegre, donde desde 1988 en varias escuelas públicas la comunidad escolar decide cómo invertir su dinero y qué enseñar en el currículo. «Sin duda mejora la educación», asegura. Respecto de las políticas que persiguen el lucro, «muchas de estas políticas son copias de políticas fracasadas del norte. En Estados Unidos, la búsqueda del lucro nos ha llevado a Donald Trump», lamenta.

Una visita a Chile realizó este mes el académico estadounidense Michael Apple (Paterson, 1942), en el marco de la presentación de su último libro, ¿Puede la educación cambiar la sociedad? (Ediciones LOM).

«Venir acá es venir a aprender y a mostrar solidaridad», cuenta, junto con manifestar su alegría por la aceptación de sus obras en nuestro país, que visitó por primera vez en 1996.

Apple fue un gran amigo de Paulo Freire, el gran pedagogo brasileño obsesionado por iluminar con la educación a los sectores populares de nuestra sociedad, una preocupación que el estadounidense comparte.

«Chile me enseña lo resiliente que puede ser la gente y cómo luchan. Si puedo ayudar, lo haré», expresa.

Un sistema segregacionista

Apple, académico de la Universidad de Wisconsin y uno de los principales representantes de la pedagogía crítica, está convencido de que la educación puede transformar la sociedad y de eso habla en su último libro. El tema es qué tipo de educación para qué tipo de sociedad.

«La evidencia muestra que las instituciones de lucro llevan a más desigualdad, destruyen el futuro de estudiantes de la clase trabajadora, donde las universidades se chupan el dinero de los alumnos más pobres. Muchas de estas políticas son copias de políticas fracasadas del norte. En Estados Unidos, la búsqueda del lucro nos ha llevado a Donald Trump», lamenta.

«Chile ha sido un laboratorio de, en mi opinión, malas políticas educacionales», afirma en alusión a las políticas neoliberales como losvouchers y la «libertad de enseñanza» de inspiración estadounidense, que critica por su sesgo segregacionista y por estar centradas en el mercado y los beneficios económicos.

«La evidencia muestra que las instituciones de lucro llevan a más desigualdad, destruyen el futuro de estudiantes de la clase trabajadora, donde las universidades se chupan el dinero de los alumnos más pobres. Muchas de estas políticas son copias de políticas fracasadas del norte. En Estados Unidos, la búsqueda del lucro nos ha llevado a Donald Trump», lamenta.

«Es una tragedia y el actual gobierno comete algunos graves errores al respecto», señala, con miras a la reciente decisión del Tribunal Constitucional de avalar a las entidades con fines de lucro.

¿Funcionan estas políticas?

¿Funcionan estas políticas neoliberales? ¿Qué tipo de persona crean? Es una de las razones por las cuales se ha dedicado a estudiar el caso chileno.

«La educación es fundamental para la transformación social», algo que incluso la derecha ha comprendido, comenta. Y en Chile, por cierto, han tenido resultados: el académico la vincula directamente a una democracia de «baja intensidad»

«Es la democracia de los mercados, donde eres conocido como un consumidor». Allí, la libertad de elegir «beneficia a las personas con dinero», porque el mercado privilegia a aquellos con capital económico o cultural, este último entendido como aquel necesario para «navegar» en el sistema.

En su país, de hecho, este sistema ha llevado a más injusticia social, y pone un ejemplo: el pago mayor que reciben aquellos maestros cuyos alumnos tienen mejores resultados en las pruebas estandarizadas. El resultado es que los chicos más pobres y de menor rendimiento reciben menos atención, y tienen más posibilidad de quedar fuera del sistema.

Un sistema donde todo se transforma en «commodities», incluidas las escuelas, y donde los adultos creen que las mejores son aquellas de mejores resultados en las pruebas estandarizadas.

«Allí los alumnos aprenden a odiar la escuela, porque todo se basa en la memorización de pruebas», apunta.

Todos se transforman: padres y estudiantes. Allí el aprendizaje es que «la justicia social es menos importante y sí lo es la ‘libertad de elegir'».

«En Estados Unidos, tenemos como consecuencia una sociedad más polarizada, racial y socialmente», advierte.

Las consecuencias

Es en este contexto que, a su juicio, en Chile ocurren eventos como la eliminación de la filosofía del currículo.

«Luego será el turno de arte, literatura, teatro, música, cosas que no pueden medirse fácilmente ni rentabilizarse económicamente», comenta.

Otra consecuencia es una mayor inversión en lo que son las «ciencias duras» o lo que en Estados Unidos se conoce como STEM (acrónimo de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Esto ya ocurre en Chile, donde por cada peso que se invierte en el Fondart, tres van al Fondecyt.

«¿Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Qué conocimiento es importante, cuál no? ¿Qué es calidad y qué no?», todas estas preguntas se ven alteradas, según Apple, en la educación mercantilizada.

«El tema es qué podemos hacer nosotros. Y para mí, ‘nosotros’ incluye a los migrantes, las mujeres, los negros, los jóvenes, gays y transgéneros», afirma.

El modelo participativo

El académico señala que tiene «gran fe en el pueblo chileno», a pesar de esta corriente predominante. «Veo cómo buscan retomar el control de sus vidas y la democracia tras una dictadura asesina que fue apoyada por Estados Unidos, mi país», dice con pesar.

El académico insiste en que, aunque la educación neoliberal es mayoritaria, también hay una gran tradición de resistencia. «El neoliberalismo no duerme; nosotros tampoco debemos hacerlo», sostiene.

«No todas las políticas son neoliberales, aunque sean dominantes. Lo concreto es que el neoliberalismo es un proyecto fracasado a nivel educacional, incluso el Banco Mundial reconoce eso», puntualiza.

El estadounidense contrapone al modelo norteamericano la experiencia de la «escuela participativa» de Brasil, específicamente de Porto Alegre. Allí, en las escuelas más pobres de las favelas, desde 1988 rige un modelo llamado «orçamento participativo».

La comunidad en su conjunto decide en qué invertir su dinero y otros temas, como la elección del currículo. «Los pobres sienten que tienen respeto y poder, y que por primera vez pueden elegir, que pueden participar plenamente y realizarse», cuenta.

«Allí el Estado es un alumno, no solo un docente», grafica.

Los resultados están a la vista: una caída de la deserción escolar y la asistencia de muchos de sus estudiantes a la universidad, por primera vez en sus familias, y un acceso a mejores trabajos. Específicamente, en la escuela primaria la deserción ha pasado de entre 50% y 90% a 20%.

«Antes los alumnos odiaban la escuela, porque era represiva y expulsadora. El currículo era aburrido y los niños no veían futuro. Ahora sí lo ven. Respetan y confían en la escuela. Se dan cuenta de que pueden ser intelectuales, aunque no sea la palabra que usan, que pueden ser creativos. Y ven a los profesores como alguien que puede enseñarles, no como un enemigo. Todavía hay niños que se enganchan con la violencia, pero mucho menos que antes. También ha mejorado la satisfacción de los profesores con sus trabajos», relata.

Tal es el éxito, que ni siquiera el cambio de gobierno en ese Estado brasileño, tras largos años de mandato del Partido de los Trabajadores (PT), que introdujo este sistema, ha llevado a que sea removido. No solo eso: el modelo ha sido exportado a algunas escuelas de Estados Unidos, países escandinavos como Finlandia y Noruega, Reino Unido, Francia, Corea del Sur, Sudáfrica e India.

«Porto Alegre nos ha dado valiosas lecciones», concluye Apple. «¿Puede ser aplicado en otros países? No estoy seguro. En Brasil funcionó porque no tocó a las escuelas de los niños más ricos. Creo que es un modelo que debe adaptarse según cada nación. Chile aprendió del desastre de importar desde la Escuela de Chicago, así que confío en que no importarán algo sin más desde Brasil. Pero en general es un modelo que apoyo. Sin duda mejora la educación, tenemos mucha evidencia al respecto. Ahora hay que defender este modelo. También transforma la sociedad», recalca

Fuente: http://www.elmostrador.cl/cultura/2018/04/17/eminencia-estadounidense-en-educacion-chile-ha-sido-un-laboratorio-de-malas-politicas-educacionales/

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Libro: La política educativa de la globalización (PDF)

México / 13 de mayo de 2018 / Autor: Prudenciano Moreno Moreno / Fuente: Publicaciones UPN

Este libro es un análisis sobre los impactos de la globalización económica en las políticas educativas de México y sus repercusiones en la formación de un modelo educativo con un currículo de educación basado en normas de competencia; aplicación de tecnologías de la información y la comunicación; evaluación estandarizada que no considera la diversidad cultural, socioeconómica y personal de los educandos; vinculación entre educación, producción, comercialización y financiamiento público; planeación estratégica neoliberal combinada con una gestión administrada de manera externa; programas educativos técnico-instrumentales-funcionales sin conexión con el humanismo como el Programa del Mejoramiento del Profesorado (Promep), el Programa Integral de Fortalecimiento Institucional (pifi) y el Programa Institucional de Fomento y Operación del Posgrado (pifop), entre otros.

El modelo educativo estandarizado representa a la política educativa de la globalización y la hipermodernidad, ésta, al ser una visión unidimensional, necesita una revisión académica que permita superarla y arribar a otra de corte transmoderno que sin eliminar los elementos instrumentales de esa visión mecanicista de la educación los integre en una formulación educativa de base amplia.

México: upn, 2010, 234 pp. isbn 978-607-413-078-2

Link para la descarga:

http://editorial.upnvirtual.edu.mx/index.php/publicaciones/descargas/category/1-pdf?download=66:politica-educativa-globalizacion

Fuente de la Reseña:

http://editorial.upnvirtual.edu.mx/index.php/publicaciones/9-publicaciones-upn/132-la-politica-educativa-de-la-globalizacion

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Michael Apple, experto en pedagogía crítica, y Cristián Warnken despedazan «preuniversitario» para niños de 3 años

Actualmente, educadoras y psicopedagogas preparan a los menores por un periodo que va de un par de meses hasta un año, en materias como lenguaje, motricidad y pensamiento lógico. Según un reportaje de revista Paula, un padre gastó un millón de pesos en un año para preparar a su retoño. «Esto no es sino una alienación que parte por los adultos y que quiere devastar la infancia, asesinar la infancia», lamentó el profesor, poeta y presentador Cristian Warnken. Para Apple, estos test no hacen más que profundizar las brechas sociales. Y Jaime Retamal, de Chile, cuestionó que tras estas medidas se esconde el fomento del lucro en los colegios.Varios expertos en educación criticaron duramente el «preuniversitario» para niños de 3 años, que los prepara para entrar a algunos de los colegios de élite de Santiago de Chile.

El tema salió a la luz mediante un artículo de revista Paula, titulado «Coaching para el examen de admisión», donde cuenta, entre otros casos, la experiencia de un padre que gastó más de un millón de pesos por este ítem.

«Programas como este están creciendo en todo el mundo. Esto es muy desafortunado socialmente», señaló el académico estadounidense Michael Apple, de la Universidad de Wisconsin, conocido como uno de los principales exponentes de la pedagogía crítica.

«Primero, priva a los niños de su infancia, al hacer que el valor de la educación infantil temprana –y luego, el de toda la educación– sea determinado por una medida, los puntajes de las pruebas estandarizadas o los test de admisión. Las pruebas reemplazan un currículo variado e interesante, y la importancia crucial del juego, que es tan importante para el desarrollo social e intelectual general de los niños», señala.

El neoliberalismo y los niños

Actualmente, educadoras y psicopedagogas preparan a los menores por un periodo que va de un par de meses hasta un año, en materias como lenguaje, motricidad y pensamiento lógico.

“Si tengo cupo para 50 niños y tengo 300 postulantes, lo que hace el colegio es subir el nivel de exigencia y quedarse con los mejores niños. ¿Por qué un colegio tomaría a un niño que está bajo la media de la prueba si tiene 100 que están sobre ella?”, señala una de las «emprendedoras» para explicar su actividad.

«La existencia de ese tipo de instituciones no me llama la atención», señaló por su parte Jaime Retamal, académico de la Universidad de Santiago. «Existen en todos los países cuyo sistema educacional está configurado por las lógicas neoliberales del mercado y de la competencia», apuntó.

«Es un mito pensar que el sistema educacional chileno se ha desneoliberalizado a causa de las movilizaciones estudiantiles», agregó. «Por cierto, los que más sufren la escuela neoliberal son los niños: son entrenados antes de entrar a la educación preescolar, ya en las escuelas son sometidos en sus casas a procesos de reforzamiento con profesores particulares, consumen medicamentos para rendir más concentrados ante las exigencias escolares, se les disciplina con una retórica de la excelencia y el exitismo, pierden valiosísimas horas de juego, entretención, descubrimiento del mundo por sí y ante sí, horas de imaginación, de creación artística, de ocio filosófico, etc.».

«Así, en sociedades ya desiguales, hace la desigualdad aún peor, lo que dificulta todavía más afrontarla. Esto empeora aún más cuando es usado como una excusa por las familias más ricas para no pagar suficientes impuestos para apoyar la educación pública de los niños pobres. Por consiguiente, crece la ‘ética’ de ‘mientras mi hijo esté bien, es todo lo que necesito’. Lo que es conocido como individualismo posesivo –una forma de egoísmo– se vuelve más y más dominante. Esto es exactamente lo que está pasando en muchos países donde se han construido muchas escuelas similares», puntualiza Michael Apple.

«Asesinar la infancia»

«Quería un colegio que todos conocieran, que saliera en los rankings«, justifica una madre en el reportaje. “El colegio es esencial, te marca. Yo siento que tengo el sello de donde estudié», afirma otro padre.

El artículo además consigna que la mayoría de los padres demandantes de estos servicios vienen de las comunas de Las Condes, Vitacura, Lo Barnechea y La Reina. Aspiran a que sus hijos ingresen a colegios como el San Ignacio El Bosque, Verbo Divino, Villa María, Santiago College, Nido de Águilas, Craighouse, Wenlock, San Francisco de Asís y San Nicolás de Myra.

«La ciencia ficción se acerca cada vez más a la realidad y la supera», afirma el poeta y académico Cristian Warnken. «Si esta noticia desopilante es verdad, estaríamos ante la expresión más extrema de lo que Heidegger llamó ‘el pensar calculante’, que domina en este mundo sobre el ‘pensar meditativo'», plantea.

Sin embargo, «también quiero tener las esperanza de que, cuando llegamos a esos extremos, comenzamos a ir en sentido contrario, como una reacción, como un instinto de la vida frente a la alienación, porque esto no es sino una alienación que parte por los adultos y que quiere devastar la infancia, asesinar la infancia».

Los niños como fuente de ganancias

Para Apple, este tipo de iniciativa además profundiza la brecha entre los niños de las familias de los pobres y la clase trabajadora y los infantes de las familias más adineradas.

«Así, en sociedades ya desiguales, hace la desigualdad aún peor, lo que dificulta todavía más afrontarla. Esto empeora aún más cuando es usado como una excusa por las familias más ricas para no pagar suficientes impuestos para apoyar la educación pública de los niños pobres. Por consiguiente, crece la ‘ética’ de ‘mientras mi hijo esté bien, es todo lo que necesito’. Lo que es conocido como individualismo posesivo –una forma de egoísmo– se vuelve más y más dominante. Esto es exactamente lo que está pasando en muchos países donde se han construido muchas escuelas similares», puntualizó.

«Finalmente, estas escuelas aumentan el espacio de educación para la aparición de aún más escuelas creadas para lucrar. Unos lemas que suenan bien sobre el cuidado de nuestros niños frecuentemente tapan el hecho de ver a los niños como una simple fuente de ganancias. Esto exigirá aún más vigilancia de parte de cualquier padre que aún elija enviar a sus hijos a algunas de estas escuelas», añadió.

Para Retamal, los niños están «a mansalva del neoliberalismo educativo, pero también lo están de padres completamente inescrupulosos, impúdicos, nuevos bárbaros que proyectan sus trancas existenciales y de estatus social en sus propios hijos».

«Cuando uno verdaderamente se hace la pregunta por la educación, se hace al mismo tiempo la pregunta por la infancia: eso no lo hemos hecho en Chile. La política de la infancia y la política de la educación de la infancia se parece muchísimo a una política por y para el crecimiento económico; es algo que nos debiera espantar –los niños ya instrumentalizados desde su más tierna infancia–, pero no nos espanta, lo encontramos natural, y cuando conocemos noticias como esta, de que niños son entrenados por estos ‘neopreuniversitarios’, tomamos una actitud hipócrita», comentó.

«Mejor veamos qué está pasando ya con nuestros niños en la escuela más tierna, miremos la naturalización de nuestra barbarie posmoderna, no vaya a ser que nos encontremos que hasta el Simce , en verdad, es NO una carrera académica, sino una carrera farmacéutica», concluyó.

Fuente: http://www.elmostrador.cl/cultura/2018/05/09/michael-apple-experto-en-pedagogia-critica-y-cristian-warnken-despedazan-preuniversitario-para-ninos-de-3-anos/

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Entrevista a Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo, autores de Escuela o barbarie: “Hemos pasado de considerar la educación como un derecho a considerarla como una inversión para un negocio vital que va a durar toda la vida”

España / 1 de abril de 2018 / Autor: Salvador López Arnal / Fuente: Rebelión

Carlos Fernández Liria es profesor de filosofía en la UCM. Entre sus numerosos libros cabe citar En defensa del populismo (2015), Para qué servimos los filósofos (2012) y El orden de El Capital (2010, con Luis Alegre Zahonero. Olga García Fernández es profesora de enseñanza secundaria. Milita en las Marea por la Educación Pública de Toledo. Enrique Galindo Fernández es también profesor de enseñanza secundaria. Activista de la Marea Verde.

Nos centramos, en esta conversación, en algunas de las temáticas desarrolladas en su libro Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, publicado por Akal, Madrid, 2017.

***

 Antes de entrar en el contenido de vuestro libro permitidme situarme en los alrededores. Escuela o barbarie es el título de vuestro libro. ¿Un homenaje, un recuerdo a la disyuntiva excluyente de Rosa Luxemburgo sobre socialismo o barbarie?

Carlos.- Sí, por supuesto. No hemos tenido socialismo y cada vez tenemos más barbarie, eso nadie lo puede poner en duda. En doscientos años de capitalismo, nos hemos cargado el planeta. No sé si nos hacemos una idea de esto. Doscientos años es apenas un pestañeo en el curso de 50.000 años que lleva el homo sapiens sobre el planeta. El capitalismo, un sistema de producción que no puede descansar, que necesita crecer a un ritmo creciente en un planeta que no crece a su vez, que es redondo y muy limitado, es un sistema suicida, que avanza vertiginosamente hacia el abismo. Con respecto a la escuela pública la nueva ola neoliberal está siendo demoledora. Y es algo muy doloroso, porque la escuela pública es probablemente la más bella de las creaciones humanas de todos los tiempos.

Sois tres autores, ¿cómo os ponéis de acuerdo para el libro?

Carlos.- Ya son quince años de lucha en común. Conocí a Olga y Enrique en la lucha contra el Informe Bricall, lo que fue la antesala de la lucha contra Bolonia. Entonces eran alumnos míos. Lo que ellos hicieron, lo que hicieron los estudiantes de esa generación por salvar la Universidad pública de los planes neoliberales fue impresionante. Estas generaciones de estudiantes han plantado cara a todos los libros blancos, a todos los informes ministeriales, con una competencia que dejaba boquiabiertas a las autoridades académicas. Precisamente por eso jamás se les dejó discutir públicamente en los medios de comunicación. Porque la documentación que manejaban los luchadores antiBricall y los antibolonia (al menos en la Facultad de Filosofía) era abrumadora. En las pocas ocasiones en las que alguna autoridad académica se atrevió a discutir con ellos, en los encierros que tuvieron lugar en la Facultad, por ejemplo (hay que decir a su favor que sí lo hicieron el rector Carlos Berzosa y el que luego fue ministro de educación, Ángel Gabilondo), creo que quedó muy claro que sus argumentos eran incontestables y que sólo se les discutía con lugares comunes, tópicos manidos y apelaciones a la esperanza europea. De la lucha contra el Informe Bricall surgieron muchos de los que hoy son profesores de enseñanza secundaria de Filosofía. La lucha contra Bolonia, por otra parte, fue toda una escuela de pensamiento, en la que se formó toda una generación. De ahí surgió luego Juventud sin Futuro, el 15M y, sin duda, gran parte de Podemos.

¿De qué escuela habláis en vuestro libro? ¿Cómo debemos entender barbarie en el título?

Olga.- Hablamos de la escuela republicana, heredera de los planteamientos de autores como el francés Condorcet y de los españoles Marcelino Domingo y Lorenzo Luzuriaga. Una escuela que, por republicana, está al servicio de la construcción de lo común, de lo público y que, por este motivo, tiene como base la formación de ciudadanos críticos a través del conocimiento; críticos, fundamentalmente, con la sociedad y las instituciones que la alberga. Debemos entender la barbarie como la pretensión de hacer de la escuela el lugar en el que, más que instruir para la emancipación, se eduque para la formación de la conducta a través de dinámicas como el coaching, el «pensamiento positivo», la «iniciativa emprendedora» y toda esta suerte de técnicas para la creación de según qué tipo de sujeto acorde a los intereses corporativos que demande el sistema productivo.

Enrique.- Hablamos, en efecto, de la escuela pública, que es una conquista de las clases populares después de muchas luchas y mucho sufrimiento. No hay que olvidar que escolarizar a los niños y niñas de las clases trabajadoras fue la manera de poder sacarlos del trabajo en las fábricas y en el campo y costó mucho conseguirlo. Que se consiga arrancar una institución como la escuela pública al curso de la historia, a los intereses de los patronos y terratenientes, debe ser considerado una victoria, todo lo precaria que se quiera, de los principios ilustrados y que merece la pena defender a toda costa. Desde luego la lucha no acaba ahí, después hay que defenderla de los intentos de pervertir esa institución y convertirla en otra cosa. Como dice Olga, es precisamente a esos intentos a lo que llamamos barbarie, a la pretensión de convertir la escuela en una mera fábrica de mano de obra, en un gimnasio laboral, olvidando que pertenece a su propia constitución esencial ser, en parte al menos, lo otro del trabajo, el lugar donde cabe siquiera asomarse a eso que Marx llamó «el reino de la libertad», y que la propia palabra «escuela», que deriva de skholéocio, recuerda.

Carlos.- Sin darnos cuenta, hemos pasado de considerar la educación como un derecho a considerarla como una inversión para un negocio vital que va a durar toda la vida. Esta jugada se viste siempre con palabras bonitas (prestadas, por cierto, de discursos izquierdistas), pero es una barbaridad. Y nuestro libro intenta diagnosticar hasta qué punto.

¿Por qué es tan salvaje ese neoliberalismo al que apellidáis como salvaje?

Enrique.- Para mí el salvajismo neoliberal consiste fundamentalmente en el ataque sistemático a todas las instituciones que podrían proteger mínimamente a la población de los excesos del mercado desregulado y, complementariamente, en la pretensión insensata de crear un «hombre nuevo» adaptado única y exclusivamente a los parámetros mercantiles: el emprendedor. Si te fijas en el tipo humano que se pretende implantar con esa figura te encuentras con individuos atomizados compitiendo todos contra todos en la jungla del mercado, en una especie de estado natural hobbesiano, artificialmente creado, donde impera el darwinismo social. Eso es de un salvajismo sin precedentes.

Olga.- Porque no deja lugar libre de explotación, literalmente. No existe espacio público no colonizado por sus intereses corporativos. La sanidad, primero, y la escuela pública, después: el lugar de producción de los futuros trabajadores bajo el paradigma de la flexibilidad, del reciclaje permanente (aprendizaje a lo largo de toda la vida) y de la automotivación, de la mentalidad proactiva que se retroalimenta a sí misma para aguantar en una agónica carrera hasta el infinito en la búsqueda de realización personal. Todo ello bajo la condición principal de que, fundamentalmente, este trabajador debe ser consumidor, para mantener infinitamente el margen de beneficios de las diferentes corporaciones internacionales y de los organismos que las defienden (FMI, OMC, OCDE).

Carlos.- Es algo peor que salvaje, es suicida y criminal al mismo tiempo. Es ridículo y estúpido pensar que el capitalismo va a respetar las instituciones republicanas, el estado de derecho, la democracia o la escuela pública cuando ni siquiera es compatible con el equilibrio ecológico más elemental de este planeta. Yo siempre recuerdo las palabras de Dennis Meadows, del que fue, como se sabe, el coordinador del informe del Club de Roma sobre «Los límites del crecimiento», el estudio que en 1972 daría el pistoletazo de salida al movimiento del ecologismo político. Mucho tiempo después, en una entrevista de 1989, al ser preguntado si aceptaría realizar hoy un estudio semejante, respondía: «Durante bastante tiempo he tratado ya de ser un evangelista global, y he tenido que aprender que no puedo cambiar el mundo. Además, la humanidad se comporta como un suicida, y ya no tiene sentido argumentar con un suicida una vez que ha saltado por la ventana». No es muy esperanzador, desde luego. Un suicida que ya ha saltado por la ventana no tiene ni tiempo ni ganas para reflexionar sobre cosas tales como el sentido de la escuela pública.

¿Al delirio de qué izquierda hacéis referencia? ¿Qué tipo de delirio por cierto?

Carlos.- Comenzamos el libro criticando el concepto althusseriano de Aparato Ideológico de Estado (AIE). Sobre el tema de la escuela, la izquierda de los años sesenta-setenta comenzó implantando un delirio que luego, además, iba a resultar de lo más funcional al salvajismo neoliberal que se iba a encargar de triturar la escuela pública. Es la idea de que la escuela pública -la más grandiosa de las conquistas que la clase obrera aportó a la humanidad- sería un aparato ideológico al servicio de la clase dominante, una institución disciplinaria del género de las cárceles y los reformatorios, que debería ser superada y sustituida por algo mejor, más imaginativo, más lúdico, más creativo, más libre y participativo, etc. Pero eso es lo malo, que esas utopías heredadas de mayor del 68 finalmente se han hecho realidad. Y el espectáculo es desolador. La izquierda, sí, ha colaborado mucho en la tarea de difamación orquestada contra la escuela pública. Su discurso antiautoritario y siempre pretendidamente innovador ha encajado a la perfección con los planes neoliberales que veían en la escuela pública un lujo social que hacía a la población «vivir por encima de sus posibilidades». Al final, tanta innovación ha «hecho migas» la escuela (la expresión es de Michel Eliard, el autor que mejor ha diagnosticado el problema en Francia). Nuestro diagnóstico se podría resumir así: la izquierda, pretendiendo combatir el autoritarismo estatal al servicio del capitalismo, lo que hizo, invariablemente, fue combatir lo poco de Ilustración y de República que habíamos logrado incrustar en la sociedad capitalista. Y así, la izquierda colaboró en la instauración de una Nueva Edad Media, que es lo que tenemos actualmente, un nuevo reino de lo privado, en el que los señores feudales son ahora grandes corporaciones económicas que operan y negocian en paraísos legales (y fiscales), al margen de cualquier control político parlamentario. El delirio izquierdista ha sido siempre una obsesión por la innovación. No se quería advertir que en este mundo hay muchas cosas sobre las que no conviene innovar (es un tontería intentar reformar imaginativamente el teorema de Pitágoras, por ejemplo) y muchas cosas que conviene incluso conservar a cualquier precio: para empezar, la más importante de ellas, la dignidad, que es lo más importante que hay en la vida, porque sin dignidad ni siquiera merece la pena vivir. Con toda esa obsesión por la perpetua innovación, la izquierda ha cuidado muy poco de la dignidad de las instituciones escolares. No se advertía que en eso de innovar era imposible competir con el turbocapitalismo neoliberal. Al final, el capitalismo ha innovado mucho más y mucho más rápido. Y no ha dejado títere con cabeza.

Olga.- Nos referimos al delirio de una izquierda que ha dejado de lado a su clase, que no se siente clase obrera o no entiende cuáles son los intereses de la misma cuando, en lugar de defender la instrucción, la impartición de contenidos, pone por encima de la misma la inclusión contemplativa y afectiva de las diferencias sociales, adjudicando a la escuela la labor de resolverlas en lugar de armar al alumnado con los conocimientos, con la preparación que, al convertirse en ciudadanos, le permitirían combatir esas diferencias sociales que no van a dejar de existir por mucho que nos creamos el discurso del emprendimiento individual, de que todos podemos llegar a ser clase media, a base de ser «empresarios de sí mismos». Como en su momento afirmó Salustiano Martín en La comprensividad como estratagema (la lucha de clases en la educación) , justo cuando la clase obrera (allá por los 80) tuvo la posibilidad de acceder al conocimiento, a la formación que les daría acceso a la igualdad real (isonomía), vio como la progresía, las cúpulas de izquierda, ya, de facto, clase media, decidieron que era mejor que se contentaran con algo más lúdico, no tan pesado como el conocimiento que aportan los contenidos. Un delirio traidor a la clase, alineado con los intereses neoliberales, en el caso de la progresía del PSOE y creyente acríticamente en el poder de la pedagogía, del acompañamiento afectivo, por encima del conocimiento, en el caso de IU y Podemos.

Enrique.- Es lo que podríamos llamar el delirio del pedagogismo. Una izquierda que asume los parámetros capitalistas y que, ante su impotencia para introducir cambios políticos reales, reconduce sus pretensiones de transformación social al ámbito educativo, pretendiendo que la educación resolverá los problemas sociales, por lo que cualquier problema social que se presente tiene que ser tratado en la escuela. Así, esta se va vaciando de contenidos sustantivos, va abandonando su misión de transmisión cultural crítica y sustituyéndola por una suerte de tratamiento psicológico que termina siendo puramente adaptativo. Una parte nada despreciable de la izquierda (incluso la que se autoconcibe como rupturista) ha abrazado este «buenismo» educativo que termina por producir resultados extraordinariamente reaccionarios; al encomendar al sistema educativo una misión imposible se termina por ponerlo permanentemente en cuestión y los más perjudicados son precisamente los más desfavorecidos socialmente, pues se les hurta el acceso a los contenidos culturales a partir de los cuales podrían comprender y poner en cuestión las causas políticas y económicas que los abocan a esa situación desfavorecida.

Dedicáis el libro a vuestros alumnos y a los compañeros y compañeras de Mareas por la Educación Pública. ¿Qué papel han jugado estas mareas en los últimos años de ataque directo y sin contemplaciones a la escuela pública?

Olga.- Un papel esencial, el de la denuncia, el de la exigencia de reflexión acerca de la importancia de defender y conservar lo público, lo común, lo de todos. Las Mareas son, ante todo, un esfuerzo inagotable por resistir, por unir a alumnos, padres, profesores y la sociedad en general en la defensa de la escuela pública. Las Mareas son, asimismo, un espacio heterogéneo, lo que significa debate, crítica, encuentros y desencuentros y, ante todo, con Nietzsche, el rugir del león, la posibilidad de decir «no», de abrir el espacio de libertad necesario para, sabiendo que hay mucho destruido, que la nada avanza, poder construir poco a poco y duramente un cerco alrededor de la escuela pública para conservarla como institución frente a los diferentes intereses corporativistas que la amenazan.

Enrique.- En concreto, Mareas por la Educación Pública es un espacio para que las distintas asambleas de los territorios del Estado puedan coordinarse e intercambiar puntos de vista e iniciativas. Ese espacio costó mucho esfuerzo construirlo y darle estabilidad, y muchos compañeros y compañeras de Madrid, de Baleares, de Galicia, de Andalucía, etc., se han dejado la piel para ello. La dedicatoria es un pequeño reconocimiento a su inmenso trabajo. No ha sido nada fácil mantener la independencia frente a los intentos de instrumentalización por parte de partidos y sindicatos. Hay que estar todo el rato recordando que esto es un movimiento social básicamente asambleario que no se vincula con ningún partido ni sindicato, aunque algunos militemos además en partidos políticos y estemos afiliados a sindicatos y haya, evidentemente, mayor afinidad con unos que con otros. También es cierto que la Marea Verde, como movimiento social, ha bajado de intensidad en los últimos tiempos, pero es importante mantener viva la llama y tener una estructura que permita coordinarnos y estar preparados cuando, por decirlo así, «suba la marea» de nuevo. Además van surgiendo causas concretas en diferentes lugares, los compañeros de Andalucía están dando la batalla ahora mismo contra los intentos de Susana Díaz de favorecer a la concertada, y han conseguido algunas cosas; en Madrid, ahora mismo, la lucha contra el cierre del Pérez Galdós en concreto y, en general, contra la privatización acelerada del sistema de enseñanza madrileño que los sucesivos gobiernos del PP están llevando a cabo. A partir de esas luchas se van creando y fortaleciendo redes de resistencia al salvajismo del que hablábamos antes. Es una labor necesaria e importantísima.

Habláis también de Daniel Noya, un ejemplo para la escuela pública afirmáis. ¿Quién es Daniel Noya? Os pregunto ahora sobre él

De acuerdo cuando quieras.

 

Fuente de la Entrevista:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226138

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Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda

España / 1 de abril de 2018  / Autor: Soledad García Fernández / Fuente: Pueblos. Revista de Información y Debate

La escuela pública agoniza. Está sucumbiendo a los ataques sufridos desde hace décadas por parte de un neoliberalismo salvaje respaldado por la Unión Europea, la OCDE, el Banco Mundial, el FMI y la propia UNESCO, organismos que han usurpado la función de las instituciones políticas, que han secuestrado el poder ciudadano.

Esta es la premisa de la que parte el libro recientemente publicado por Akal Escuela o Barbarie: Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, cuyos autores, Carlos Fernández Liria, Enrique Galindo Ferrández y Olga García Fernández (todos ellos licenciados en Filosofía y profesores) pretenden, ante todo, abrir un debate serio sobre la situación actual de la educación en España y, sobre todo, que los protagonistas de este debate sean, por una vez, aquellos hombres y mujeres que entran en las aulas cada día para enseñar a las alumnas y alumnos españoles: profesores y maestros.

Para ello, los autores diseccionan el momento social en el que vivimos, en ocasiones de una manera inmisericorde, pero nunca gratuita. De esta disección podemos destacar las siguientes conclusiones.

En la actualidad se está librando una batalla por la escuela pública, una batalla en la que es imprescindible posicionarse en defensa del conocimiento y de la instrucción, entendiendo esta última como los principios, valores e instituciones necesarios para formar a las y los alumnos y que estos se conviertan en ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho y con capacidad para entender, criticar y cambiar la sociedad.

Al mismo tiempo, la escuela pública no puede sino posicionarse en contra de todos aquellos intereses espurios que ha generado el capitalismo y que han infiltrado los sistemas educativos a través de una serie de normativas y directrices emanadas desde la Unión Europea y otros organismos internacionales (como la OCDE o el FMI). También se han infiltrado a través de las llamadas Ciencias de la Educación o nuevas pedagogías, cuyos métodos y terminología han sido asumidas muy rápidamente por toda la comunidad educativa sin que esta se haya parado a pensar en sus verdaderos intereses y objetivos. De acuerdo con estas modas educativas innovadoras, como el celebérrimo Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP), se ha asumido que la educación mejorará si enseñamos “mejor” y que la función primordial de las y los profesores y maestros es la de “enseñar a enseñar” para que el alumnado pueda “aprender a aprender”, signifique eso lo que signifique.

Sobre estas nuevas pedagogías o “metodologías salvíficas”, tal y como los autores las denominan, resulta muy esclarecedor (y por qué no decirlo, aterrador) comprobar cómo toda la izquierda en general y, sobre todo, la progresía socialdemócrata, ha asumido plenamente, de forma consciente o no, la defensa de determinadas ideas como el emprendimiento, el aprendizaje a lo largo de toda la vida, la automotivación, el coaching educativo y un largo etcétera discursivo cuyo objetivo no es otro que la creación de trabajadores auto-motivados, adaptables, proactivos, acríticos, maleables y adaptables.

Difícilmente podrá la izquierda española apoyar una escuela pública en la que se ensalce la instrucción, el valor de la razón y el pensamiento crítico y el republicanismo sin abandonar esta terminología biensonante del discurso pedagógico imperante y defender la escuela desde lo que debe ser un discurso de clase, esto es, la concepción de laescuela pública como una de las conquistas más trascendentales e irrenunciables de la lucha obrera.

En definitiva, Escuela y barbarie es un libro necesario, escrito desde el rigor, el compromiso y la urgente necesidad de establecer las bases de un debate serio sobre educación, cuyos protagonistas sean los que más saben de esto: las y los profesores y maestros.

Fuente de la Reseña:

Escuela o Barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda

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El sentido actual de la Teoría de la Educación: crítica de la “Pedagogía de las competencias”

España / 1 de abril de 2018 / Autor: Marcos Santos Gómez / Fuente: Paideia. Educación y Filosofía

El sentido y la enorme importancia de la Teoría de la Educación en la Pedagogía y en las Ciencias de la Educación estriba en que la teoría educativa representa el modo de pensar lo educativo que nos posibilita ejercer la crítica y el análisis distanciado respecto a los sesgos ideológicos latentes en las didácticas y pedagogías “prácticas” o descriptivas al uso. Se trata de un modo de aproximación a lo educativo que puede (aunque no siempre lo sea) ser crítico, ya que crea la distancia teórica o teorización, el movimiento en la “mirada” al “objeto” que englobamos en el término “educación”, con una pretensión de universalidad e intemporalidad que, con todo lo que tenga también ello de problemático, salva del excesivo apego a lo que se nos presenta en la educación como algo “natural”, “bueno”, “progresista”, “transformador”. Es decir, la buena crítica ha de fabricar esta suerte de espacio impermeable a la ideología garantizado por el ecuánime dar razones y argumentos discutiendo sobre la propia tradición, con una mínima pretensión de verdad, que desborde el objetivo de lo meramente útil o pragmático (aquí nos desviamos del gran Dewey, aunque no se le deba despachar en cuatro líneas ni mucho menos). El mismo espacio independiente que, por muy fantasmal que sea e inexacto que parezca, hemos defendido reiteradamente en este blog para la institución universitaria.

Así se explica que la Teoría de la Educación no sea a veces muy querida. Se aluden dos razones para este desamor. Una sería que su armazón de cristal significa una rancia y conservadora celda para el alegre y vivo discurrir de la práctica educativa, en el “aula feliz” y lúdica que hoy todos pretender realizar. Se vincula con posiciones ideológicas tradicionalistas, incluso de derechas, próximas a modelos teológicos cristianos y con una fuerte impronta academicista y escolástica, en el peor sentido de estos adjetivos. Y su corsé además de ideológico y por tanto cómplice de una cierta manera de ser y estructurarse la sociedad, frenaría el dinamismo de la realidad educativa a la que por querer mirar de tan lejos y fríamente, no llegaría a observar apropiadamente, echando mano de prejuicios miopes a la hora de seguir el concreto, espontáneo y feliz acontecer del aula. Se dice esto como una de las razones que sus detractores esgrimen para ir marginándola en eventos educativos, planes de estudio, publicaciones, etc.

Digamos que si esta objeción manifiesta parte de razón, sospechamos que en no pocas ocasiones en que la teoría “amenaza” con desbordar este peligro de albergar ella misma, como conjunto de “contenidos” y “verdades” previos y universales sobre la educación un prejuicio de tipo ideológico e interesado, sucede todo lo contrario y por tanto es temida de manera más o menos inconsciente precisamente por suponer un modo de abordaje crítico, desafiante y socrático de lo educativo. Si engrasamos la estructura un tanto fósil de ciertos modos de entender la Teoría de la Educación, nos topamos con un saber que aunando reflexión con observación, sea capaz de lanzar todo por los aires.

Es esta presencia potencial de lo socrático en ella, la que más se teme y contra la que el actual gremio pedagógico (curiosamente más por parte de pedagogos “progresistas” a pesar del sesgo neoliberal que estas novedades encierran, como veremos), se está armando con conceptos como el de “competencias”. Por comodidad, intereses personales y partidistas, ignorancia, miedo, o por todo ello a la vez, el latente riesgo de la pregunta y la impugnación se erige como lo que realmente exilia a este modo teórico de abordar lo educativo del reino de las ciencias de la educación. Se asume con excesiva ligereza que la función de estas ciencias y de todo saber en torno a lo educativo es de un modo u otro una asunción del contexto educativo en el que nos desenvolvemos, una asunción miope y clausurada en sí misma, que empieza y acaba en lo que la realidad práctica de la escuela nos presenta. Incluso esto se justifica como un modo de acercar la reflexión pedagógica al campo donde se desarrollan las lides educativas. Y todo el mundo asiente con complacencia. Lo que no se ajuste a estos márgenes de lo existente, de lo dado, de lo que de hecho pasa en la escuela y los datos que lo acompañan, es tachado de retrógrado e inservible, porque se presupone que es la utilidad lo que ha de dinamizar a la escuela y a todo lo relacionado con la educación. Una utilidad que estriba en acoplarse adaptativamente al medio social, lo que se expresa en los términos de “acercamiento de la escuela a la sociedad”.

Y con lo teórico, en el ámbito de las ciencias de la educación, cae también el currículo “tradicional” basado en contenidos. Igual que la teoría es suplantada (que no complementada o puesta a discutir) con saberes no ya científicos, muchas veces, sino técnicos, en el currículo ya no se estila el viejo abanico de asignaturas y materias, que ahora se sustituye por un aprender a aprender vacío, como destreza, como clave de lo que se van a llamar “competencias”. Todo esto se justifica como una forma de eludir, decíamos, el sesgo ideológico de lo teórico y de la tradición, del conocimiento básico acumulado. Las competencias que es lo que ahora hay que enseñar en lugar de los antiguos contenidos (temas, autores, etc.) vienen a constituir un saber técnico y formal, una especie de destreza que se aprende para aplicar, flexiblemente, a distintos contextos. Así, al niño se le enseña a “leer” su realidad, aunque jamás en el modo de Paulo Freire, que implica una lectura crítica y transformadora, sino como una captación de los problemas prácticos que emanan de nuestra interacción e integración en un contexto (social, cultural, laboral) determinado. Hay que enmarcar bien el problema, definirlo, y resolverlo, para lo cual se echa mano del ingente paquete de contenidos que se encuentra depositado en internet (para esto se enseña hasta la saciedad un buen uso de las TIC). Pero nótese bien que sólo se acude a buscar lo que precisa, de manera directa y exacta, la resolución de nuestro problema concreto, que es además la fuente de los muy cacareados “intereses” del niño. Se enseña al niño a buscar y utilizar solo lo que le sirve y le seduce por su presencia preponderante y llamativa, como problema, en su realidad inmediata. A esto se le llamó “aprendizaje significativo”.

Diré solo una objeción a todo ello: Si se problematiza solo lo que el medio nos presenta como problema práctico, encajándonos bien en sus márgenes, leyes y formas, asumiendo sus reglas para interactuar exitosamente en el mismo y que este nos premie, no hay lugar en un saber competencial para problematizar al propio medio en sí. Es decir, se elude no ya la posibilidad de ceder a las ideologías presentes en el medio, sino la posibilidad de impugnar críticamente el medio, el momento, la inmediatez de lo dado. O sea, no solo no nos evadimos de lo ideológico, sino que nos incapacitamos para captar lo ideológico en cualquiera de los contextos (cultural, laboral, social) en que nos hallemos inmersos. Porque, paradójicamente, los contenidos hacen falta para aprender a aprender y sobre todo para aprender a crear ese espacio impermeable y distanciado de la teoría, que por mucho que tenga de ficticio (asunto complejo que aquí no podemos abordar y que nos llevaría a la discusión sobre la verdad y las teorías de la verdad en filosofía o epistemología) resulta imprescindible para crear la necesaria y salvadora distancia con el “objeto”. Sólo en el océano de la tradición es posible aprender a nadar. En seco, en mitad de un desierto, es imposible ni siquiera comprender en qué consiste pensar. Y el agua que nos sacia y deslumbra no es solo la del pequeño arroyo más cercano, sino la de ríos inmensos que aun estando cerca no sabemos ni siquiera mirar o la del mar inconmensurable e inabarcable que se adivina.

O sea que no nos remitimos tanto como lo hace Fernández Liria, en el libro que nos inspira estas reflexiones, a un cierto platonismo de la verdad inmarcesible, sino, dentro de planteamientos críticos con la Modernidad, seguimos empeñados (como casi todos los autores denominados erróneamente bajo la etiqueta de posmodernos) en que es posible pensar, ser críticos y propugnar una mejora de la vida e historia humana. Incluso sospecho que el tan cuestionado pragmatismo de Dewey al que Liria vincula con estas teorías pedagógicas anti-teóricas, también nos llevaría a ello, porque no es la seriedad de pensadores como Dewey o Rousseau lo que está a la base de la auténtica destrucción del conocimiento que estamos viviendo. Tampoco se sabe nadar en esos mares.

Sería necesario, es verdad, mucho más trabajo y espacio para justificar esto que estoy diciendo. Bástenos por ahora con haber infundido una micra de sospecha en la férrea trama de la actual pedagogía de las competencias que solo una Teoría de la Educación consistente puede desafiar. 

Libro citado:

Fernández Liria, C., et al. (2017). Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda. Madrid: Akal.

Fuente del Artículo:

https://educayfilosofa.blogspot.mx/2018/03/el-sentido-actual-de-la-teoria-de-la.html

Fuente de la Imagen:

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