¿Quién engañó a quién?, La agenda del fraude.

Por: Alejandro Fierro

El pasado domingo, cuando aún faltaban horas para el cierre de los colegios electorales, la derecha ya estaba llamando a sus seguidores a las calles para denunciar fraude. En los días anteriores, la sospecha del fraude electoral había desplazado a la economía y el empleo como los principales temas de la campaña. Los candidatos derechistas centraron su discurso en la supuesta manipulación de los votos. Lo mismo hizo su todopoderosa maquinaria mediática. El fraude fue tendencia en Twitter en varias ocasiones…

La operación estaba en marcha. Por supuesto, no hacia falta aportar ninguna prueba para construir la profecía autocumplida. Era idéntico esquema que en abril en 2013 en Venezuela, cuando Henrique Carpriles desconoció los resultados la misma noche electoral. O más recientemente en Estados Unidos, con Donald Trump alertando sobre una posible alteración de los sufragios. Finalmente no tuvo que utilizar este recurso, pero es más que probable que hubiera echado mano de él en caso de haberlo necesitado.

Es obvio que la derecha ha incorporado el fraude a su arsenal estratégico cuando los resultados son ajustados. Las encuestas señalaban que Lenin Moreno, el candidato de Alianza País, estaría muy cercano al 40% requerido para ganar en primera vuelta. Había que aplicar sin dilación la agenda del fraude.

La propia dinámica de los hechos hizo el resto. Con un escrutinio tan al límite, la verificación de cada voto era crucial. Lógicamente, el Consejo Nacional Electoral (CNE) demoró más de lo habitual en anunciar los resultados definitivos.

Nada de esto le importó a la derecha. Agitó la situación hasta extremos profundamente antidemocráticos, poniendo en duda la credibilidad del CNE y, con ella la institucionalidad del país. Utilizó palabras de trazo grueso como dictadura, autoritarismo, trampa, engaño masivo… Todo ello a pesar de evidencias como que de haber existido realmente un retorcimiento de la voluntad popular el engaño se habría materizado en la misma noche electoral o que incluso en las últimas horas el porcentaje de voto de Lenin Moreno fue menguando. Extraño fraude, sin duda…

El guión continuó el miércoles cuando se anunció definitivamente la segunda vuelta. La derecha atribuyó la decisión a la “valentía” del pueblo que defendió la democracia en la calle. En realidad, en los momentos más álgidos apenas hubo más de 3.000 o 4.000 personas frente a las sedes del CNE de Quito o Guayaquil. Tampoco importaba. Su hegemonía mediática posicionó la matriz de la presión popular victoriosa frente al autoritarismo del Gobierno.

Ahora, la derecha está llevando la campaña hacia la disputa entre la democracia de las mayorías frente a la dictadura de unos pocos, ocultando que Alianza País sigue siendo la fuerza más votada, con doce puntos porcentuales de diferencia frente al segundo. Más allá del veredicto final de las urnas, lo vivido en Ecuador en estos días arroja luz sobre lo que puede acontencer en los procesos electorales que están por venir.

Las disputas electorales deben ser objetivos prioritarios para los procesos de emancipación. En los comicios de asalto al poder la victoria se cimentó sobre el desmoronamiento de la propuesta neoliberal. Posteriormente, las eficientes políticas económicas, sociales y de profundización democrática, la bonanza económica y los liderazgos carismáticos convirtieron a las elecciones en paseos triunfales, con victorias por hasta 20 y 30 puntos de diferencia.

El escenario actual es completamente distinto. La previsión es que los comicios se diriman por muy pocos votos. Esto obliga a afrontar las elecciones con el máximo rigor y con una preparación continua y permanente más allá del tiempo de campaña. Esta preparación debería abarcar cinco estrategias:

1.- Abordar las elecciones con criterios científicos y profesionales, desde la utilización de estudios cuantitativos y cualitativos confiables hasta recursos de comunicación eficientes. Habría que plantearse también la familiarización de los candidatos con técnicas de oratoria, debate e imagen pública, algo que hasta el momento no se había contemplado dado el enorme carisma de los líderes iniciáticos.

2.- La batalla mediática sigue siendo una asignatura pendiente. No basta con los medios públicos. El neoliberalismo ha logrado que nazcan manchados con el pecado original de su supuesta parcialidad, mientras que consigue que los suyos sean considerados independientes por el mero hecho de ser de propiedad privada. A esto hay que añadir que la comunicación realizada desde lo público carece, en muchas ocasiones, de atractivo y capacidad de seducción. Tampoco es suficiente con la red de medios comunitarios y populares fraguada en estos años. Ademas de su limitado alcance, sus mensajes están dirigidos a una audiencia con un alineamiento político ya muy definido. Es necesario construir medios de gran envergadura y con vocación hegemónica que no sólo informen y formen, sino que también entretengan, con una programación variada que cubra desde las noticias hasta los deportes, desde películas hasta concursos. Medios que se anclen en la cotidianidad de la gente, que sean esa cadena de televisión de referencia que está siempre sintonizada en el salón del hogar o esa emisora de radio que suena de fondo mientras se realizan las labores domésticas, se conduce o se trabaja.

3.- Las redes sociales son un espacio de disputa. Twitter o Facebook todavía no ganan elecciones, pero está próximo el día en que sean los medios definitorios. Y si aun no son la clave de la victoria, sí que hay ya ejemplos de candidatos que han perdido por un uso deficiente de los mismo. Los procesos de emancipación deben entrar a esta batalla desde dos flancos. Por una parte, extendiendo su utilización entre las mayorías populares. La composición socioeconómica del electorado de derecha le hace mayoritario en las redes. Es necesario superar esta brecha tecnológica con programas de educación digital y facilitando el acceso a los soportes. Por otro lado, los modos comunicacionales de las redes -individualizados, horizontales, heterogéneos, circulares, anárquicos- obligan a una reformulación del lenguaje utilizado hasta ahora por los procesos de cambio, que si bien fue exitoso en los inicios y la posterior consolidación no parece el más eficaz para estos nuevos tiempos.

4.- La función de los movimientos populares anclados en el territorio. Los procesos de emancipación tienen una ventaja objetiva sobre la derecha: cuentan con una sólida implantación popular activa y comprometida. Centenares de miles de personas, principalmente de las zonas populares, han creado un rico tejido organizativo a lo largo de estos años y constituyen un poderoso músculo para la batalla electoral. Pero su papel no debe ser el de seguidores de la “campaña oficial” ni meros comparsas para llenar mítines, pegar carteles o repartir propaganda. Su verdadero potencial radica en su capacidad para desarrollar una campaña propia, muy pegada al territorio, barrio por barrio y casa por casa, explicando de forma pedagógica a sus convecinos lo hecho y lo que está por hacer o que significa votar por una u otra opción, etc.

5.- Continuar fortaleciendo la institucionalidad. La derecha subcontinentel ya ha demostrado que no le importa poner en peligro la estabilidad de los pilares que sustentan el andamiaje del Estado. En el reciente caso de Ecuador ha sido el poder electoral, pero hay múltiples ejemplos de ataques a los parlamentos, al poder judicial , ejecutivo, ejércitos y fuerzas de seguridad… Frente a esta acometida antidemocrática, los gobiernos progresistas deben seguir reforzando las instituciones alumbradas por las nuevas constituciones del siglo XXI. La solidez institucional es el mejor baluarte contra las andanadas desestabilizadoras de la derecha.

* Nota de Rebelión: En la manifestación convocada por CREO, el partido de Lasso, un hombre aprovecha para hacerse lustrar los zapatos mientras mira su teléfono móvil. Imágenes como esta fueron difundidas en las redes sociales con rótulos como «pelucones con smartphones». En Ecuador, se llama coloquialmente pelucón/pelucona a una persona de ideas conservadoras, adinerada o con pretensiones de serlo, y que asume aires de superioridad frente a la población más humilde. El término pelucón suele tener una connotación despectiva.

Fuente: http://www.celag.org/ecuador-quien-engano-a-quien-la-agenda-del-fraude/

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Alejandro Fierro

Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Pontificia de Salamanca. Investigador de la Fundación GIS XXI en Comunicación Política y Comunicación Electoral. Asesor en procesos electorales en España, Paraguay, Chile y Venezuela. Articulista de opinión en diversos medios de comunicación de Europa y Latinoamérica. Analista habitual de TeleSur