México / 19 de noviembre de 2017 / Autor: Luis Javier Plata / Fuente: Revista ¿Cómo ves?
Los padres de Francisco estaban muy contentos: acababan de inscribir a su hijo en una escuela que maximizaría la capacidad de aprender de su retoño. » Su hijo no está usando ni el 50% de sus capacidades naturales», había dicho la directora del plantel, un centro educativo que antes que imponerle una sola forma de enseñanza a todos sus alumnos, mediante un simple cuestionario determinaba a través de qué sentido (vista, oído o tacto) Paco aprovecharía al 1»% el nuevo ciclo escolar. «¿Son tus hijos visuales, auditivos o cinestésicos? a) ¿Aprende más cuando lo ve? Enséñale con videos y palabras escritas en un pizarrón. Le conviene tomar notas; b) ¿Aprende mejor escuchando? Entenderá mejor si lee en voz alta o si mueve los labios al leer; c) ¿Su aprendizaje es óptimo cuando toca las cosas? Viajes y juegos de roles le ayudarán a recordar. Necesita descansos frecuentes». «¡Las aplicaciones de la ciencia del cerebro en la educación son impresionantes!», concluyó el papá de Panchito.
Uno de los mitos del cerebro (los también llamados neuromitos) más extendido en el ámbito de la educación es el de los estilos de aprendizaje, según el cual preferimos usar diferentes sentidos para procesar la información que recibimos, por lo que aprendemos de manera más eficiente cuando la lección es diseñada para cada tipo de persona tomando en cuenta la vía sensorial que prefiere. Algunos promotores de los estilos de aprendizaje (y uno que otro despistado en revistas de divulgación como Publicaciones Didácticas de octubre de 2016) llegan incluso a asegurar sin mayor cuestionamiento y sin explicación ni evidencia alguna de por medio, cosas tan absurdas como que «el primogénito de una familia elige ser visual o auditivo», o que «la persona táctil es muy emocional», pues «lleva el corazón a flor de piel».
Escuelas de todos los niveles (de kinder a universidad) gastan cada año cantidades masivas de dinero en cursos y talleres de «actualización» para enseñar con los imaginarios estilos de aprendizaje, por no hablar de los incontables padres que están convencidos de que si su hijo no recita al derecho y al revés la tabla del siete, es culpa de sus profesores, quienes aún no se enteran de que el estilo de aprendizaje de Paquito o Lupita es táctil y necesitan «sentir las cifras» con sus manos en vez de escuchar 100 veces durante cada recreo el disco: ¡Multipliquemos con Pepa Puerquita!
Y a pesar de que no hay ninguna evidencia sólida que respalde la teoría de los estilos de aprendizaje, y sin importar que haya sido refutada desde hace más de cuatro décadas por numerosos estudios (varios de ellos enlistados, entre otras partes, en Theory and Research in Education, 2015), tan errónea idea sigue siendo ampliamente conocida y aceptada hasta hoy. Investigaciones recientes en diferentes partes del mundo muestran que para un alto porcentaje de maestros, está más que comprobado (no es verdad) por la ciencia moderna del cerebro que sus alumnos visuales se verán (perdonando la redundancia) beneficiados con lecciones preparadas para ese estilo de aprendizaje, y que lo mismo ocurrirá si se enseña a cada uno de los tipos de alumnos con el estilo que le corresponda.
Maestros de míticos estilos
Dos estudios son ilustrativos de la adopción de los estilos de aprendizaje por los maestros: en el primero, en el que participaron 283 maestros de la parte francesa de Suiza, prácticamente todos (o para ser rigurosos 95% de ellos) estuvieron de acuerdo con la afirmación de que algunas personas eran visuales, mientras que otras eran auditivas, y casi todos los maestros (85%) creían que las investigaciones del cerebro apoyaban esto y que un enfoque pedagógico que tomase en cuenta las pregonadas diferencias favorecería el aprendizaje de sus alumnos (Mind, Brain and Education, 2015). En el segundo estudio, para casi el total (95%) de los 573 futuros maestros inscritos en el Departamento de Educación de la Universidad de Atenas, los estilos de aprendizaje fueron, entre varios neuromitos, el más conocido y aceptado. Por ello sería bastante deseable -tanto para los profesores como para sus alumnos- que quienes impartan clases algún día, griegos o de la nacionalidad que sean, incluyan en su currículo universitario un curso de neurociencias con el fin, no ya de convertirse en investigadores en esta área ni en neurocirujanos, sino tan solo de desechar mitos sobre el cerebro tan o más perniciosos que el que aquí nos compete.
La idea de clasificar a las personas por su supuesto estilo de aprender data de los años 40, cuando surgieron propuestas bastante discutidas y discutibles en psicología, como el test de personalidad de Myers-Briggs, aunque este llamado «modelo visual-auditivo-cinestésico» es fruto setentero de la pesudocientífica programación neurolingüística (la misma que cuenta, entre sus descubrimientos «científicos», que si los ojos de nuestra madre miran hacia la izquierda mientras nos dice que somos su hijo consentido, nos está diciendo una mentira piadosa).
Habilidades o hábitos
Como acertadamente señalan los psicólogos Doug Rohrer y Harold Pashler, aun suponiendo que en verdad existieran diferentes estilos de aprendizaje, una asignatura pendiente sería probar que los beneficios serían suficientes para considerar el gasto de dinero y tiempo en preparar múltiples versiones de cada curso dirigidas a estudiantes visuales/auditivos/táctiles (Medical Education, 2012). Y con «suficientes» se refieren a que estos beneficios por lo menos sean iguales o mayores que los de otras alternativas pedagógicas, como reducir el tamaño de los grupos de estudiantes o introducir y promover las tutorías personalizadas.
Si tuviesen razón los defensores de los estilos de aprendizaje (que no la tienen), sería interesante ver su propuesta de, digamos, una clase de música para estudiantes visuales, que supuestamente sacarían más jugo de ella viendo un piano en lugar de escucharlo o tocarlo. Rohrer y Pashler sugieren también que la popularidad de este neuromito puede deberse a una confusión entre estilos y habilidades de aprendizaje, ya que es verdad que, por ejemplo, las habilidades visual y verbal varían de una persona a otra, sin que esto signifique que alguien con gran habilidad verbal aprenda mejor oyendo un audiolibro que leyéndolo.
En definitiva, lo que Paco, sus padres y el resto de nosotros requerimos para aprovechar al máximo las lecciones de nuestros maestros no son estilos, sino hábitos de aprendizaje.
Fuente:
Tomado de la Edición Impresa de la Revista ¿cómo ves?, Revista de Divulgación de la Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México, Año 19, No. 228, Páginas 28 y 29.
Más información en:
http://www.comoves.unam.mx/
Hola he leído el artículo y es interesante la forma en la que se contrasta la manea de reflexión sobre los estilos de aprendizaje, aún me queda la inquietud de los mecanismos, estrategias o técnicas serán las mas adecuadas dentro de las aulas en el sistema educativo de México, saludos cordiales.