Blanca Heredia
Durante este 2018 habrán de aplicarse muchas evaluaciones del aprendizaje de los alumnos mexicanos. Se aplicarán, en concreto, siete pruebas distintas para conocer qué tanto saben y pueden hacer con ello nuestros estudiantes de educación básica, en especial en lenguaje y matemáticas.
De esas siete evaluaciones, cinco son diferentes versiones de la prueba Planea (la que sustituyó a la prueba ENLACE) aplicadas a diversos subconjuntos de alumnos de educación básica. Otra será una evaluación piloto (Estudio Regional Comparativo y Explicativo, ERCE) del Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación de la UNESCO para alumnos de primaria (48 planteles, en tres entidades federativas). Y finalmente, este año también se aplicará la prueba PISA a una muestra de estudiantes de 15 años, como cada tres años.
Cabe señalar que, de todas estas pruebas, sólo una (la Evaluación Diagnóstica Censal) se aplicará a todos los estudiantes de un determinado ciclo/grado (en este caso alumnos de cuarto de primaria). Conviene apuntar, con todo, que la aplicación de este examen estará a cargo de los propios docentes y no de evaluadores externos, y que sus resultados no serán públicos (son para uso exclusivo de las propias comunidades escolares). Las seis pruebas restantes serán administradas a distintas muestras de estudiantes y/o de escuelas de preescolar, primaria y secundaria.
Adicionalmente a estas siete evaluaciones de logro en la escuela, el INEE y la SEP llevarán a cabo otros siete ejercicios de evaluación durante 2018. Estos incluyen el estudio TALIS de la OECD (encuesta a maestros y directores de secundarias), así como un conjunto de trabajos indagatorios sobre la cultura de la evaluación en escuelas primaria, así como sobre la oferta educativa en planteles tanto de primaria como de secundaria.
Por evaluaciones educativas, claramente, no paramos. Hacemos muchas, de muchos tipos y las hacemos con alegre frecuencia. El problema es que, a pesar de invertir una considerable cantidad de tiempo, y de recursos humanos y financieros en ello, cada vez resulta más difícil saber (especial y específicamente en el caso de las pruebas nacionales de logro) qué nos dicen, por no hablar de para qué sirven.
La prueba ENLACE tenía deficiencias, mismas que se fueron agudizando con el tiempo. Durante los años en los que se aplicó (2006 a 2013 en el caso de educación primaria y secundaria), al menos teníamos resultados más o menos comparables año con año para todos los alumnos. Con la suspensión de ENLACE y su sustitución por Planea dejamos de tener resultados para el universo completo de estudiantes y, sobre todo, perdimos comparabilidad temporal hacia atrás (se pueden comparar los resultados de ENLACE y Planea, pero hay que ser superexperto en evaluación educativa para hacerlo). Por otra parte, y dado que Planea tiene distintas modalidades (muestreo por escuela o por alumnos), se aplica a diferentes grados escolares en diferentes años y, además, su esquema y calendario de aplicación ha cambiado (el original anunciado en 2015 y luego modificado en 2017), con lo que perdimos también datos anuales y, en especial, información clara, asequible y usable sobre la evolución del nivel de logro de los estudiantes matriculados al final de los distintos ciclos escolares hacia adelante.
De todo esto, dos resultados claros. Primero, un panorama crecientemente confuso en términos de medición nacional de aprendizajes para aquellos que carecen de expertise técnico en evaluación educativa, en parte como resultado de decisiones técnicas cuidadosas, pero también de decisiones políticas orientadas a tranquilizar a distintos grupos (en especial al magisterio organizado). Segundo, y de acuerdo con los datos rigurosos y comparables a lo largo del tiempo disponibles (fundamentalmente, los de PISA), hay pocas o nulas ganancias en aprendizajes efectivos a pesar de toda la febril actividad evaluatoria de carácter público de las instancias nacionales responsables (INEE y SEP) a lo largo de casi 20 años.
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