20 de julio de 2016 / Por: Lic. María Zysman / Fuente: https://libresdebullying.wordpress.com
Muchas veces me preguntan sobre las “irreversibles consecuencias” de haber sufrido bullying o leo titulares catastróficos del tipo “9 de cada 10 víctimas de acoso escolar se dejan maltratar por sus parejas en la adultez”. Al responder insisto en que ningún hecho en sí mismo vaticina un futuro del cual no se puede escapar, pero este presagio determinista sigue apareciendo.
Como trabajo desde hace muchos años atendiendo situaciones de bullying, suelo recibir correos, mensajes y testimonios de jóvenes que me consultaron y a quienes ayudé en sus tiempos de escuela. Chicos y chicas que ahora tienen más de 20 años me cuentan de sus actuales estudios, noviazgos, viajes y preocupaciones, comunes a todos los jóvenes de nuestra región. Aunque aparece en sus relatos el recuerdo de momentos complicados y dolorosos que atravesaron, todos coinciden en un aspecto: “qué bueno que podía hablar con vos”, “menos mal que me bancaste, porque era un infierno”, “lo mejor fue cuando le dijiste a mis viejos que el problema no era yo, y decidieron cambiarme a otro colegio”. Es decir que chicos y chicas que fueron hostigados, lastimados, ninguneados, rescatan siempre la posibilidad que tuvieron de hablar, de ser escuchados y “bancados”.
Hace unos días, caminando por mi barrio me crucé con una mujer cuya cara me resultaba muy familiar, aunque no la reconocí instantáneamente. Ella me sonrió y eso me trajo claramente el recuerdo de su hija, una adolescente que me consultó hace años, alumna de un colegio muy exigente y que estaba sufriendo del ninguneo intencional de todo su curso. “Juana” (nombre ficticio) tenía por delante al momento de la consulta los últimos 2 años de secundaria y no paraba de llorar. No la incluían, no se incluía, no se quería ir (¡Había llegado casi hasta el final de un recorrido dificilísimo! ¿Por qué irse?) Su familia estaba muy angustiada, porque no veían salida; simplemente querían “aguantar” hasta el final de la escuela, pero eso implicaba mucho sufrimiento para todos.
Trabajamos unos meses, me acerqué al colegio, hice sugerencias, contuve a Juana y a sus padres. El colegio también sentía que no tenía herramientas.
Hacia fin de ese año escolar, Juana se tomó sus vacaciones y al disponer de tiempo comenzó a hacer actividades extraescolares que le gustaban, la entusiasmaban y la amigaban con partes de ella que tenía descuidadas. Surgió con fuerza su creatividad y disminuyó el estrés.
En marzo –al reiniciarse el año lectivo– Juana me mandó un mensaje. Estaba bien, no tenía mucho tiempo disponible por la alta exigencia académica de su último año y no seguiría viniendo a verme. Sabía que podía llamarme o venir, pero se sentía segura y me pareció sumamente oportuno e importante sostener esa seguridad. No supe mucho más de ella, en los meses siguientes cruzamos algún emoticón pero nada más.
Ahora su mamá, al encontrarme, me dijo: “Mi hija es un éxito en tu carrera profesional; está feliz, en la facultad. Nunca pensé que podía pasar esto”. Sin dudas fue una caricia al ego, y el reconocimiento siempre llena el alma, pero no lo traigo por eso, sino porque puede ser importante para muchos otros chicos que pasan por situaciones similares.
La escuela en ese momento sentía que no tenía herramientas… pero algo hizo, y probablemente hizo mucho.
Los padres sentían que no la estaban ayudando, pero sin duda lo hacían al escucharla.
Yo me preguntaba si lo que hacíamos era el mejor camino para Juana. Hoy parece que –dentro de lo que era posible– fue el mejor.
Juana pudo, confió en sí misma, salió adelante, se encontró con otros escenarios posibles y relativizó sus vínculos con las compañeras. Se sintió sostenida y respetada. Insistí mucho en ese momento para que se respetaran sus pedidos de “no intervención” con los compañeros de colegio. Me parecía el mejor abordaje, porque surgía de las propias posibilidades de Juana. Porque ella misma había encontrado esas respuestas y recursos. No se los estábamos imponiendo.
Más allá de la anécdota autorreferencial, pensemos en que HAY SALIDA para el bullying. Los vaticinios de catástrofe que algunos buscan imponer no son tales. El hostigamiento entre pares puede dejar huellas imborrables y sumir a un individuo en la más profunda depresión, cuando nadie lo escucha. Pero si escuchamos a los chicos y actuamos con responsabilidad profesional, podemos (y debemos) encontrar caminos que sanen.
Fuente artículo: https://libresdebullying.wordpress.com/2016/07/10/bullying-hay-salida/
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