Por: EducaBolivia
La marca del maestro
Era 1984, estábamos en plena crisis económica del Gobierno de Hernán Siles Suazo. Yo era el Ministro de Trabajo de Bolivia. Recuerdo largas horas de reunión con el Presidente, con el resto del gabinete pensando qué acciones y políticas articular para sacar el país adelante, para sobrellevar adelante la crisis.
Mi reto, como Ministro de Trabajo, era salvaguardar el nivel de desempleo lo más bajo posible. Me reuní con todos los actores sociales posibles: sindicatos, empresarios, etc. El trabajo fue extenuante, muy difícil, pero lo logre…
Esa es mi experiencia de “ser gobierno” cuando cursaba, en el antiguo sistema, el Tercero Medio, lo que vendría a ser el Quinto de secundaria de hoy en día.
El Ministro de Trabajo, o sea yo, tenía sólo 16 años y esta experiencia se la debo a Dulfredo, mi profesor, mi maestro de Historia. Él, Dulfredo, tuvo un efecto transformador en mí. Cuando él daba clases yo sentía que me hablaba a mí solo y no sólo me explicaba la historia, me la dibujaba. Y estoy seguro que todos los de mi curso, o la mayoría, sentíamos lo mismo.
Me acuerdo de Dulfredo y sus preguntas, cómo nos hacía pensar, pero sobre todo veo a aquel profesor que cuando hablaba, cuando enseñaba, le brillaban los ojos.
El reconocimiento por haber mantenido la estabilidad laboral del país, en calma, fue ir a comer un día a la tarde con mi admirado profesor de Historia. Para mí era algo increíble, pero tuve que pedir permiso a mi madre. ¡El “Ministro de Trabajo” le tuvo que pedir permiso a su madre para salir a comer hasta muy tarde!
Ese café con un rico sándwich de palta en el antiguo Mercado Lanza de La Paz, no lo voy a olvidar jamás. Hablamos del colegio, hablamos de las materias, pero también hablamos de los desafíos que teníamos por delante. Y cómo abrazarlos, cómo vencerlos.
Fue la primera vez que alguien me hablo del trabajo, de la Universidad, de mi futuro. Algo que, hasta ese momento no estaba en mí, de pronto apareció, y sentí muchas ganas de vivirlo.
Estoy seguro que todos tuvimos un profesor que nos dejó una marca. Les invito a cerrar los ojos un segundo. Acuérdense de ese maestro, de esa maestra de escuela o de colegio. ¿Cómo se llamaba? ¿Qué les decía? ¿Cómo les hizo apasionar por la materia que les enseñaba?…Abran los ojos.
Gracias a Dulfredo fue creciendo en mí la necesidad de hacerme cargo de la realidad que veía mientras crecía. Y me di cuenta de que uno no merece las oportunidades que tenemos en la vida, si no somos capaces de luchar para que otros también las tengan. Si eso no es educar, entonces qué es.
En Dulfredo vamos a identificar un compromiso educativo innegable. Pero el compromiso hoy en día ya no alcanza; el compromiso es el piso sobre el cual construir. A los maestros como Dulfredo los distingue su sentido de posibilidad. Es innegable que él vio como posible el que los chicos y chicas pueden aprender. También es incuestionable que a estos maestros los distingue su sentido de urgencia, donde cada minuto cuenta para enseñar y educar.
Enseñar y aprender a ciegas
Aida enseña en una escuela en Padilla, Chuquisaca. En el penúltimo año de colegio tiene a Alicia como alumna. Alicia es no vidente. A pesar de tener una maestra integradora y de pensamiento inclusivo, que la acompaña y la ayuda, no logra seguir el ritmo del resto de sus compañeros.
Con mucha voluntad y esfuerzo Aida planifica sus clases, pero se da cuenta que no sabe si Alicia aprende o no. Lo más preocupante para ella es no poder corregir sus trabajos y por ello un día piensa y dice: “El problema no es de Alicia, el problema está en mí, soy yo la que no puede leer lo que Alicia escribe y produce en Braille”.
Gracias a los extensos viajes de Aida, de ida y vuelta a la escuela entre Sucre y Padilla, todos los y gracias a una aplicación bajada a su teléfono celular, en tres semanas aprendió Braille razonablemente bien.
En esas tres semanas volvía todos los días a su casa y agarraba los trabajos que tenía de Alicia y los corregía e iba aprendiendo. Se daba cuenta de que le enseñaría mucho mejor a Alicia conociendo mucho más el sistema Braille.
El tiempo pasó rápido y llego el día donde Aida se sintió segura. Un día terminando la clase, y cuando todos tenían que devolver sus trabajos la miró a Alicia y le dijo: “Hoy, tu trabajo, te lo corrijo yo”. Se hizo un gran silencio en el aula.
En varios años es la primera vez que Alicia escuchaba esas palabras. La emoción que sintió Alicia en ese momento no se puede describir en palabras.
Ella, Aida, les conto al resto de sus colegas qué había pensado, cómo había aprendido y cómo eso seguro iba a hacer que Alicia y el resto del grupo aprendan sobre inclusión y solidaridad.
De paso, sucedió algo que ni Alicia, ni Aida, ni nadie esperaba: saber Braille se volvió algo “cool” (de moda) en el grupo y adivinen quién estaba allí enseñando, quién era la maestra. ¿Quién se volvió verdaderamente especial? Nada más, ni nada menos que Alicia. Esto tuvo un gran impacto en Aida, Alicia y toda la comunidad educativa de ese colegio.
Esta historia nos enseña que no hay imposibles en educación. Si se presentan retos o imposibles hay que animarse a enfrentarlos. Pero hay otro par de características que hacen a estas personas verdaderamente especiales: la capacidad de inducir y ser modelo de acción.
Inducir en el sentido de animar como profesores a dar el primer paso y a ser modelo de los estudiantes con todo lo que esto implica y al mismo tiempo tener gran capacidad de inspiración.
Osvy y Romer
Osvaldo, “Osvy”, enseña en una escuela nocturna en Montero. Su alumno es Romer de 16 años el cual no está muy comprometido con su educación. No va a clases, llega tarde, ya repitió un año.
Un día Osvy, preocupado por la actitud negativa y de mal ejemplo para los demás le dice: “Romer creo que es tiempo de que hagamos algo. Qué tal si venimos los dos una hora antes de las clases y te enseño solo a ti. Te aseguro que en un par de meses aprendes la materia. ¿Estás de acuerdo?”
Romer no entendió mucho de lo que estaba hablando, pero como confiaba en su profesor, le dijo que sí. Es así que durante los dos meses siguientes trabajaron y estudiaron muy duro. Romer había cumplido.
Llego el día del examen e inexplicablemente Romer no apareció. Y la clase siguiente tampoco. Solo a la tercera clase, un viernes, Romer entra al aula sin decir nada y acercándose a Osvy se produce esta conversación:
- ¡Profe!…profe tengo que contarle que me apresaron. Tú sabes profe, que yo a veces salgo de noche.
- ¿Salir de noche?
- Pues salir a voltear profe, pues a robar…Salimos con mi primo y mi amigo, teníamos chequeada una farmacia, y los polis nos agarraron profe y nos masacraron a palos. Estuve preso hasta ayer y por eso no pude venir.
- Está muy mal lo que estás haciendo. ¿Por qué?
- Sobrevivir profe, son unas lucas para llevar a casa.
- Estoy muy, pero muy desilusionado contigo. Todo lo que nos esforzamos estudiando. Pero estoy dispuesto a darte otra oportunidad, si tú estás dispuesto a darte otra oportunidad.
De hecho Osvy no estaba hablando del examen solamente…
Se prepararon las dos semanas posteriores para dar un examen. Nuevamente estudiaron muy fuerte, y el día del examen, Romer llegó más temprano que nadie. Entro al aula y Osvy se dio cuenta que había algo que no estaba bien porque el muchacho entró con el semblante pálido y temblando. Y sin poder decirle nada, lo abrazó y casi llorando le dijo:
- Gracias…gracias…gracias profe!!!
- Profe, el sábado fue mi cumpleaños, pero ya estoy acá…ese sábado mi primo y mi amigo me vinieron a buscar porque teníamos que “volver”.
En los códigos del barrio cuando sales a robar y no robaste, tienes que volver.
- Y como era mi cumpleaños, lo que sacaríamos, me lo quedaba todo yo. Yo me acordé de usted profe. Me acorde de lo que me enseño del costo beneficio. Me acorde que usted me dijo que había que agarrar una hoja, trazarla al medio, y poner de un lado lo que yo sacaba cada vez que salía de “noche”, que eran 500 Bolivianos y por otro lado, tenía que poner cuánto valía mi vieja. Tenía que poner cuánto valía 25 a 30 años trabajando…porque profe, yo tengo amigos míos que trabajan, que ya tienen 16, 17 años y ganan 3 mil, 5 mil Bolivianos y profe, me acorde que usted me dijo que me pregunte cuánto vale mi vida. Me acuerdo ese ejercicio que hicimos y yo anote todo eso entonces volví a donde usted y les dije que no, que me quedaba tranquilo nomas con mi vieja, festejando mí cumpleaños. Y los chicos salieron. Y a mi amigo lo mataron, profe. Mi primo se está muriendo y yo estoy acá profe, y lo único que quiero es dar ese examen, y que me vaya bien. Quiero pasar de curso y quiero tener la vida que Ud. me dijo que yo podía tener. Una vida feliz, una vida que yo me merezco…
La anterior historia es triste pero tiene fuerza educadora. Nos dice que no es una charla la que origina cambios de actitud de los chicos con problemas. Es la persona y su convicción, en este caso fue el maestro, el que te cambio la vida. Son estas personas las que te pueden dejar una marca.
Es de admirar la capacidad de Osvy por inspirarnos con la historia de Romer. Estamos seguros que muchos no podrán esperar a ver a Romer en los siguientes años y ver en la persona en la que se convirtió.
A modo de Epilogo…
Cuando las anteriores situaciones se dan, estos casos se multiplican. Enseñar con cariño y respeto a chicos como a Romer, a Alicia o como a mí traen esperanza a la vida. De seguro hay muchos testimonios sobre profesores que dejan y han dejado una marca educativa imborrable para ser mejores personas.
La escuela, el colegio o la unidad educativa son lugares de inspiración. Son los lugares donde profesores y profesoras con mucha experiencia, con mucho sentimiento de aula y con mucho conocimiento, dan a los chicos y chicas esa luz inspiradora para enfrentar y vencer las adversidades. Pero sobre todo, la escuela debería ser el lugar donde se creen liderazgos que trabajen en comunidad, y que a partir de estas experiencias se comprometan de por vida a luchar en contra de las injusticias que hoy afectan a los chicos que más lo necesitan.
Hace un tiempo, un amigo, un Director de una escuela me dijo: “Sabes lo que más me impresiona de mi mejor profesor? Yo pensé que me iba a decir cómo el preparaba las clases, que seguro lo hacía muy bien, cómo llevaba actividades innovadoras al aula, cómo conocía cada uno de los chicos con los que compartía todos los días. Pero no. Me dijo algo que yo no esperaba; o tal vez sí. Me dijo: “lo que más me impresiona de este profesor es que cuando él da clases, le brillan los ojos”. Inmediatamente me acorde de Dulfredo, mi profesor de Historia del colegio, y me di cuenta que no hay imposibles cuando uno quiere educar para bien.
*Fuente: http://www.educabolivia.bo/index.php/docente/10-docente/practica-docente/4666-no-hay-imposibles-si-de-educar-se-trata