Costa Rica/30 de Enero de 2017/Periodista Digital
Ante el mar de perplejidades de la existencia humana, la solución de las clases de religión en el actual programa de estudios del Ministerio de Educación Pública en Costa Rica ha sido cristianizar a todas/os, es decir, resuelve adoctrinando a los estudiantes. Unas clases de religión redirigidas curricularmente hacia la historia de las religiones podrían aportar, desde una «sana duda», apertura hacia todos los credos, tolerancia y, sobre todo, análisis crítico de las creencias de todos.
Sin embargo, tanto la profesora de religión doña Ruth Vega como el Arzobispo de San José se niegan retóricamente -desviando la discusión hacia lo jurídico- a aceptar que el Programa actual de las clases de religión es aún confesional desde primer grado de escuela hasta quinto año de colegio porque el contenido 7 (Jesús de Nazaret) y el 8 (La Iglesia) lo son y, no obstante la negación de ambos, no por ello desaparece mágicamente la evidencia ni la urgencia de que los profesores/as de religión reciban ya formación en historia de las religiones y en las destrezas de pensamiento que ello exige para hacerle justicia al espíritu de una sociedad de conocimiento (multicultural). En virtud de lo anterior, resulta importante entender las razones del cambio, es decir, la impertinencia de seguir enseñando catolicismo (sus dogmas sin más) tal como se hace actualmente en las clases de religión y la pertinencia de enseñar en ese espacio educativo historia crítica de las religiones.
El catolicismo -y, en general, el cristianismo- mantiene una concepción de mundo, de Dios, de pecado, de hombre, de redención personal, etc., cuya base probatoria es vacía y una existencia huera como para que sea enseñado oficialmente (por y con los recursos económicos del Estado). Las opiniones de esta religión pontifican de manera gratuita enseñando una revelación divina. Siguiendo al teólogo dominico M. D. Chenu, la teología se elabora sobre «un dato que se revela» (encarnación y resurrección, por ejemplo), aceptado ‘a priori’, lo cual determina la fe. En teología, la verdad es ya algo hecho, de carácter divino, infalible sin demostración, porque es ‘a priori’. Esto es apologética, pero no ciencia.
La actitud de las autoridades de la Iglesia católica costarricense es preconciliar (Vaticano II), es poco misericordiosa como lo pide el Obispo de Roma, Jorge Bergoglio (Papa Francisco I), y también poco obediente a él.
Puede afirmarse que no fue la revelación la que originó la religión, sino que los orígenes de la religión son el terror y la admiración ante los fenómenos telúricos y celestes (lluvia, eclipses, etc., etc.) y, además, que la propia subjetividad del ser humano asumiera que se compone de dos elementos asociados pero separables (alma y cuerpo).
Este animismo (G. Puente Ojea) originó la religión y no hay ninguna relación directa o indirecta con ningún dios que pida adoración y respeto. (Dios está en el cerebro, dirían algunos.) No hay manera de mostrar fácticamente la trascendencia (más allá o vida eterna), pero sí la inmanencia: el Universo o la naturaleza es todo lo que existe, y lo que puede conocerse y explicarse se debe aclarar por lo que hay en el Universo. No hay que multiplicar los entes sin necesidad porque después complican -y no resuelven- la vida innecesariamente con toda clase de pedidos, culpabilidades y angustias incluidas.
Así pues, en la educación pública estamos en la obligación de estudiar críticamente todos los libros sagrados de las religiones, dado su común origen y, por supuesto, para fijar el grado de historicidad y de credibilidad. La historia bíblica comienza a recogerse en tiempos de Josías (siglos VIII-VII a.C.) y tiene como guía idealizada plantear cómo esos hombres deseaban que hubieran sido los orígenes de Israel y no lo que ocurrió en realidad.
Incardinado en el judaísmo que nunca abandonó, aparece Jesús de Nazaret despolitizado, desjudaizado y universalizado: el Cristo celeste de Pablo de Tarso, cuya cruz fue sacada de su contexto histórico y terminó reducida a una lucha cósmica del Señor de la gloria (Jesús) que vence en la cruz a los arcontes (gnosis) o poderes demoníacos que gobiernan el mundo sublunar y también la Muerte por medio de la resurrección.
Pero, si bien el Reino de Dios es una obra divina en la naciente sinagoga cristiana, «requiere de la colaboración decidida, incluso armada, de sus adoradores» (A. Piñero): Jesús y sus seguidores fueron prendidos, juzgados inmediatamente por los romanos por la evidencia que los implica (posesión de armas de combate, enfrentamientos cuerpo a cuerpo de los discípulos con soldados romanos, prédicas que cuestionaban el poder del emperador, insultos a las autoridades políticas de Jerusalén, etc., etc.), condenados a muerte agravada (mors aggravata) como reos de un delito de lesa majestad contra el Emperador y el Imperio, ejecutados y arrojados a una fosa común.
Toda persona puede, si quiere, vivir y enseñar los relatos de su religión como lo desee, y esto se respeta, pero en su templo, no deben ser enseñados con exclusividad en el sistema de educación pública porque el cristianismo, tal y como está planteado en las clases de religión, es adoctrinador puesto que enseña sus mitos como «verdades únicas», sin confrontarlo con la pluralidad de creencias y sin una «sana duda» (terapéutica y crítica) y, además, valiéndose del andamiaje estatal educativo para hacerlo oficial.
Por eso la urgencia y pertinencia de enseñar clases sobre historia de las religiones (chamánica bribri, judaísmo, budismo, islamismo, cristianismo, etc.). La educación pública debe hacer que los niños y jóvenes piensen por sí mismos, no que piensen lo que piensan sus maestros/profesores. No hay niños musulmanes ni cristianos ni judíos, sino padres/maestros musulmanes, cristianos y judíos.
Fuente: http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2017/01/29/por-que-deben-cambiar-las-clases-de-religion-en-costa-rica-religion-iglesia-dios-jesus-papa-francisco-fe-razon-vaticano-ii-costa-rica-autoridad-eclesiastica.shtml