Blanca Heredia
En este texto abordo las siguientes tres preguntas. ¿Para qué sirve contar una propuesta orientadora en materia educativa? ¿Qué elementos valiosos contiene la que presentó la SEP la semana pasada y cuáles le hacen falta? ¿Qué tan viable es el aterrizaje y la sustentabilidad en el tiempo de ese ‘nuevo modelo educativo’, a menos de dos años de que termine el gobierno que lo impulsa?
Antes de hacerlo, resulta importante precisar los alcances y límites del trabajo del equipo PIPE/CIDE que me tocó encabezar en relación al nuevo modelo educativo. Dicho trabajo se centró en el proceso de consulta pública, fue de carácter técnico y tuvo dos vertientes principales. Primero, contribuir a maximizar la transparencia y la autenticidad de la consulta pública en torno a la propuesta original presentada por la SEP en julio de 2016. Segundo, ordenar y sistematizar, con base en una metodología rigurosa y replicable, la multitud y diversidad de opiniones vertidas sobre la propuesta original durante el proceso de consulta pública del año pasado, e integrar un informe público que le facilitase a la SEP conocer las opiniones expresadas en la consulta y le permitiese a la sociedad cotejar qué tanto sus opiniones habían sido tomadas en cuenta.
Procedo a abordar la primera pregunta planteada al comienzo: ¿Sirve de algo contar con un nuevo modelo educativo, es decir, con una propuesta que defina qué tipo de persona queremos formar en el sistema educativo mexicano y cuáles los elementos clave para lograrlo?
Mi respuesta: Sí. Para empezar, porque disponer de un planteamiento capaz de ponerle nombre a lo que queremos lograr y cómo hacerlo, pareciera no sólo útil, sino indispensable tanto en lo educativo como en cualquier otro ámbito. Para seguir, pues una reforma educativa sin norte y contenido propiamente educativo –como era el caso, hasta hace poco, con la iniciada en 2013– estaba condenado a ser un proceso trunco, sin alma ni derrotero.
En cuanto a las virtudes y faltantes del nuevo modelo, destaco, de las primeras, las siguientes. Primero, una propuesta explícita y, por tanto, escrutable, opinable y exigible, frente al planteamiento fundamentalmente implícito que busca reemplazar, así como un planteamiento que recoge muchos de los comentarios y críticas expresadas durante el proceso consulta pública. Segundo, fijar como propósito último de la educación obligatoria el formar ciudadanos, es decir, sujetos activos, libres, responsables y diversos. Ello, en contraposición al viejo modelo educativo que, desde Vasconcelos, tenía como objetivo central formar mexicanos, iguales todos, e igualmente sumisos frente a la autoridad. Tercero, proponer contenidos educativos centrados en lo fundamental y no en lo enciclopédico –crucial en un contexto de abundancia de información y producción vertiginosa de nuevo conocimiento– que incluyan, además, lo socioemocional, así como pedagogías que vayan más allá de la memorización y la repetición a fin de, en efecto, formar ciudadanos capaces de aprender y decidir por sí mismos. Cuarto, transitar de directivos escolares burocráticos a directivos capaces de fungir como guías educativos en sus comunidades escolares. Quinto, pasar del modelo maestro-canal de transmisión-de una misma currícula y una misma pedagogía para todos los alumnos/as del país, a maestros con la formación requerida para motivar y acompañar el aprendizaje de alumnos/as extraordinariamente diversos.
Sexto, escuelas con mayor autonomía tanto en lo administrativo
–resupuestos propios, por primera vez, para hacer frente a necesidades inmediatas– como en lo curricular. Séptimo, centros escolares abiertos a sus comunidades y no, como en el viejo modelo, cerradas a capa y espada frente al involucramiento de padres de familia y demás integrantes del entorno escolar cercano.
En cuanto a los faltantes, entre otros, los siguientes. Primero, la definición de la forma en la que habrán de desarrollarse las habilidades socioemocionales de los alumnos, en especial en educación básica, no es del todo clara. Segundo, insuficiente precisión en los criterios y forma concreta en la que habrán de reducirse contenidos a fin de concentrar la atención en lo fundamental. Para obtener respuestas al respecto, habrá que esperar a los nuevos planes y programas. Tercero, mayor atención a las necesidades de los alumnos migrantes que en el planteamiento original, pero aún insuficiente, en particular en lo pedagógico. Cuarto, pocas propuestas específicas sobre la forma en la que habrá de incentivarse y hacerse efectiva la participación de los padres de familia en las actividades escolares, más allá de la mención a las instancias formales contempladas para ello, mismas que, hasta el momento, no han sido muy efectivas. Quinto, falta de metas medibles en términos de avances en alcanzar aprendizajes fundamentales para todos los alumnos. Sexto, insuficiente atención a temas tales como forma en la que habrán de cubrirse plazas de subdirectores académicos y administrativos –¿por concurso?–, así como a metas en materia de información y transparencia en la operación de los centros escolares.
Séptimo, prácticamente nula atención a temas burocráticos y administrativos tales como la reforma (indispensables para hacer realidad el nuevo modelo en la práctica) de los aparatos burocráticos de las Secretarías de Educación tanto federal como estatales.
Por último: ¿Son sostenibles en el tiempo la reforma educativa y el nuevo modelo propuesto por la SEP? Dependerá, desde luego, de quién gane las elecciones de 2018. Pero dependerá mucho también de qué tanto la sociedad mexicana defienda lo alcanzado hasta ahora, exigiéndole a los(as candidatas, y luego a los gobiernos emanados de dichas elecciones, al menos posicionamientos claros al respecto.
Fuente de la noticia: http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/el-nuevo-modelo-educativo.html
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