La jornada continua, sin evaluación después de 35 años de implantación

Por: Saray Marqués

En el curso 1987-1988, el catedrático de Pedagogía Social de la Universidade de Santiago de Compostela José Antonio Caride y su equipo se convertían en pioneros al analizar qué ocurría cuando un centro pasaba de jornada partida a continua, cuando, en infantil y primaria, las clases abarcaban de 9.00 a 14.00 y no de 9.00, 9.30 o 10.00 a 12.00 o 12.30 o 13.30 más una hora y media o dos de clases por la tarde: ¿Mejoraba el rendimiento de los alumnos? ¿Se resentía? ¿Acusaban más o menos el cansancio?

Tres décadas después, y con la jornada continua generalizada en todas las regiones –las últimas en sumarse han sido la Comunidad Valenciana y Aragón– y sobre todo en la pública, dos cuestiones llaman la atención: que aquel estudio no se haya reeditado en forma de gran investigación (Caride se fijaba en un programa experimental, en los 89 centros que entonces se habían reconvertido en colegios de jornada única) y que la continua siga generando encendidos debates –entre profesores y familias, entre familias que crean plataformas pro continua y pro partida…– y que, en cierto modo, sea tabú.

Tema tabú

El informe de Caride, encargado por la Xunta, y que rondaba las 1.000 páginas, nunca se publicó. Tan solo apareció una síntesis en 1993 de la que se editaron 5.000 ejemplares bajo el título A xornada escolar de sesión única en Galicia y que pronto se agotó (hoy está disponible en academia.edu).

La investigación no se posicionaba SÍ/NO, ni establecía una relación de causalidad entre jornada única y rendimiento escolar, pero tampoco daba por bueno que esta fuera a ser el paraíso prometido, ni una tendencia mundial. “Explicábamos que no se podía cambiar la uniformidad de una jornada de mañana y tarde por otra uniformidad sin cambios trascendentes en los proyectos de centro, la formación del profesorado, la participación de la comunidad escolar, la apertura al territorio…”, relata Caride, “y desmontábamos algunos mitos, como que mejoraría de un modo significativo el rendimiento, o que se incrementarían los vínculos entre padres, madres e hijos”.

Reconoce Caride que “es un tema que cuando se desvela en todo su significado resulta incómodo y a veces tabú”. En ocasiones se prefiere el análisis simple y esto ha llevado a que se les haya citado (y tergiversado) tanto para avalar como para deslegitimar la continua, según conviniera.

Para él, debería abrirse el foco: “La cuestión de los tiempos escolares genera gran preocupación, pero va más allá. En Francia ha habido un gran debate en torno a la semana escolar; en otros países, sobre si deben extenderse a los sábados las jornadas lectivas, o si se debe dedicar una hora a todas las materias, una hora y media.. En Japón se ligan los tiempos a la ubicación, pues allí es muy importante que los niños vayan al colegio andando…”.

Relojes biológicos

Daniel Gabaldón, profesor de Sociología de la Universidad de Valencia, acaba de publicar, junto con Sandra Obiol, su Guía sobre tiempos escolares. Se queja de la falta de estudios exhaustivos en las distintas comunidades y de que PISA –pese a que la OCDE consideraba en un informe de 2016 clave la dimensión temporal– no aporte datos por tipo de horario de centro.

Sostiene que el rendimiento baja y la fatiga sube en las horas en que se extiende la jornada continua –a partir de las 12.00 o 12.30– y que esta no se ajusta a la biología de los niños (como los horarios en secundaria no se adaptan a los adolescentes, que retrasan su ritmo circadiano y, por tanto, tendría más sentido que entraran a las 10.00 y no a las 8.00). “Existe la idea de que a todo se acostumbra uno, pero no da igual ir contra el reloj biológico: puede generar problemas de sobrepeso, estrés, o hacer que aprendan menos”.

“El profesorado ha dicho que la continua es mejor, o que es aséptica y facilita la conciliación, pero posiblemente es peor”, prosigue Gabaldón, que aboga por una jornada que se incremente a medida que los alumnos van pasando de ciclo, como en Finlandia, Estonia o Suecia: “En España, Italia, Portugal, Bélgica o Francia tenemos horarios muy planos, con muchas horas desde los tres años. Los más pequeños a las 12.00 o 12.30 deberían estar comiendo y hasta los cinco años, a partir de las 13.00 o 13.30, durmiendo. Aquí el segundo ciclo de Infantil implica muchas horas seguidas, las mismas que en primaria, y en secundaria también hay más horas en comparación… La repetición, el abandono, los peores resultados están muy relacionados con la gestión del tiempo”.

Posibles salidas

El catedrático de Sociología de la Complutense Rafael Feito es un viejo conocido en los debates acerca de la jornada. Lo cita Gabaldón por sus análisis de las pruebas CDI en función de los horarios de los centros. Lo cita Caride junto a los profesores Mariano Fernández Enguita, Miguel Pérez Pereira, Ángel Pérez Gómez o Jaume Trilla como aquellos que han abordado la cuestión de los tiempos desde hace 35 años –a los que se han sumado después autores como Elena Sintés, con ¿A les tres a casa?, de la Fundació Jaume Bofill (2012)–.

Feito, durante mucho tiempo vinculado a las asociaciones de familias, decidió abandonar las visitas a colegios en los debates sobre la jornada: “Aquello no era un debate, sino una acumulación de recriminaciones, con el comedor abarrotado de padres, profesores… que al oír pegas a la continua saltaban: ‘¿Qué haces aquí?’ ‘¿Cuánto te han pagado?’. Ya está bien de oír hablar a los mismos”.

Feito reconoce que lo que se sabe es bien poco, más allá de que la última hora de la mañana es infinitamente peor que la última de la tarde, que no es tan mala, y entiende que en casos excepcionales (padres funcionarios en una capital donde sus hijos también estudian y residentes en un pueblo vecino) la continua merece la pena, “pero decir que es mejor me parece una estafa”. Una prueba, para él, es la revisión que emprendió Alemania en 2000, tras sus malos resultados en PISA, que implicó abrir los centros por la tarde, con actividades conectadas con las de la mañana.

“Otra opción es la que propone Enguita, que un centro con línea 2 o 3 ofrezca grupos con continua y con partida, a elección de los padres. Esto acabaría con los enfrentamientos pero habría que compensar a los profesores de la tarde con reducción de horario, por ejemplo”, analiza.

Afirmacionistas

Para Enguita, que en 2000 analizó para la Comunidad de Madrid la jornada escolar, Alemania no es un caso aislado: “En cualquier país avanzado con niveles de éxito o rendimiento bajos o mediocres se discute cómo ampliar el tiempo escolar, aunque luego no se haga”.

Si Feito compara la jornada continua con las preferentes, Enguita lo hace con la burbuja inmobiliaria, “en avance imparable hasta que estalle”. También para él es un tema tabú: “Me consta que muchos colegas prefieren no hablar del asunto, así como que algunas investigaciones se han denegado y otras han pasado a dormir el sueño de los justos”.

Aunque escasa, la literatura académica que cuestiona sus beneficios siempre será, para él, mayor a la que las defiende; “En lo que llamo el afirmacionismo de las bondades académicas de la jornada compactada no hay ni un puñado de científicos, ni uno, cero”.

Enguita ve además “de un cinismo increíble” que “una y otra vez se asegure que la jornada intensiva tiene un carácter experimental, será evaluada y revisable”.

Unos años después…

Este es también un problema a juicio del presidente de Ceapa, José Luis Pazos, que invita a estudiar “qué pasa con la escuela pública que asume la continua y no aporta una respuesta a las necesidades de la familia, o de la mujer”: “Muchas veces uno de los dos se ha de quedar en casa, o trabajar unas poquitas horas”, se responde.

Pazos apunta que la teoría de que los comedores, la actividades complementarias… no se resentirán, no siempre ha funcionado en la práctica, o lo ha hecho solo los primeros años: “Los comedores pierden comensales –la exconsejera Lucía Figar cifró en un 72% de comensales con jornada partida y un 37% con continua– y en algunos centros de línea 1 esto puede hacer que el servicio no sea rentable, y las extraescolares se reducen, o se eliminan; los profesores, si al principio se turnaban un par de tardes, luego ya ni siquiera lo hacen y es muy raro el que se queda en el centro pasadas las 15.00 si no es del equipo directivo”.

Lo corrobora Leticia Cardenal, presidenta de la FAPA de Cantabria, donde quedan unos 30 colegios con jornada partida: “Se nos engañó al votar, pues se nos hizo una propuesta de actividades y de comedor gratis a través del programa PIPO [Proyectos de Innovación Pedagógica Organizativa], pero esto solo funcionó los primeros años, mientras la Consejería invirtió y vigiló a los centros. A día de hoy, mi hijo se queda a comedor y a las actividades de 16.00 a 17.00 por necesidades de conciliación y me cuesta 120 euros el cambio de jornada”.

Asun Bañón es presidenta de la Plataforma A Favor de la Jornada Continua por la Libre Elección, surgida hace un año y con gran implantación en Alicante. Considera que la jornada continua “no es diferente pedagógicamente hablando porque es una reestructuración del horario, pero no de las metodologías del aula” y valora, de la normativa que se elaboró el año pasado en la Comunidad Valenciana, que “no habla de que el cambio sea definitivo: cada tres años se debe volver a demostrar que se están ofertando los mismos servicios para mantenerla”.

Bañón, que trabajaba en una librería antes de ser madre y ahora está en un paréntesis laboral, asegura que en el curso que llevan sus hijos –en 1º y 3º de Primaria– con jornada continua –ahora hay tres posibles horarios de recogida en el centro: a las 14.00, a las 15.30 y a las 17.00– la están disfrutando: “Ha mejorado nuestra calidad de vida y han bajado los niveles de estrés. No es ya ir a merendar corriendo y a fútbol, a hacer la ficha, a ducharse y acostarse. La vida se ha invertido: A las 16.00 hacen los deberes, si tienen, y después tenemos toda la tarde para ir tranquilamente al parque, por ejemplo”.

Explica Bañón: “No decimos que la jornada no influya, pero sí que hay factores que influyen mucho más en el rendimiento, como la ratio o la motivación con que aprenden”.

El curso pasado, unos 300 centros se acogieron al cambio de jornada en la Comunidad Valenciana. Este se votó en 326 y en 181 ha prosperado el SÍ (en recuento aun provisional). En Aragón, 79 colegios cambiaron el curso pasado y este serán 91.

Prisioneros del tiempo

Para Maribel Loranca, secretaria del sector de Enseñanza de FeSP-UGT, el de la jornada continua “es un tema recurrente, pero en las comunidades donde ya lleva implantada bastante tiempo –Andalucía y Canarias fueron las primeras– no hemos recibido quejas ni problemas. Sí es posible que tenga un cierto interés realizar un balance, pero no es una prioridad nuestra ahora”.

Según Mario Gutiérrez, presidente de CSI-F Educación: “Se trata de una jornada valorada positivamente por profesores, alumnos y padres, pues todas las órdenes de las comunidades incluyen procesos para recuperar la partida y ninguna ha vuelto atrás. Sí han pasado a continua comunidades vecinas, lo que demuestra que no genera malos resultados. Por las tardes es muy difícil trabajar, se suelen programar asignaturas que no tienen mucho poder”.

En otros países, los debates en torno a los tiempos escolares son de solución múltiple, no de respuesta única, y más amplios. Ocurrió en Estados Unidos, cuando el Senado encargó a una comisión un estudio que se tituló Prisioneros del tiempo. En España, en cambio, cuestiones como un posible retraso de la hora de entrada en secundaria resultan implanteables porque otros, como el de la continua SI/NO permanecen enquistados.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/04/06/la-jornada-continua-sin-evaluacion-despues-de-35-anos-de-implantacion/

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Saray Marqués

Elabora la sección de Nacional de Escuela, decana de la prensa educativa.