Houssay no sólo fue un científico brillante. Fue también una mente preclara que supo sumergirse en la cultura y en el fascinante mundo multifacético que circunda a la ciencia y a la tecnología.
Por: Pedro José Depetris.
La Conferencia General de la Unesco proclamó al 10 de abril como el Día Mundial de la Ciencia y la Tecnología, en honor al natalicio de Bernardo Alberto Houssay, figura suprema de la ciencia vernácula, quien en 1947 recibió el Premio Nobel por sus valiosos aportes en Fisiología y Medicina.
En estos tiempos en que se polemiza sobre la situación y el futuro de la ciencia argentina, sumado a conflictos salariales y a cuestionamientos sobre la calidad educativa primaria y secundaria, resulta aconsejable enfocar nuestra mirada en la figura señera de Houssay, fuente indiscutible de racionalidad e inteligencia.
Houssay no sólo fue un científico brillante. Fue también una mente preclara que supo sumergirse en la cultura y en el fascinante mundo multifacético que circunda a la ciencia y a la tecnología (CyT).
El Conicet ha sido desde entonces una piedra angular que soporta buena parte del edificio científico y tecnológico argentino. Con los años, y pese a situaciones sociopolíticas no siempre favorables, creció y se impulsó de tal forma que ha arrastrado en su evolución positiva a otras instituciones de CyT nacionales. Inclusive, ha aportado al progreso académico del sistema universitario nacional.
Sin abandonar su visión favorable hacia las aplicaciones de la ciencia y el desarrollo tecnológico, Houssay enfatizaba el valor de la promoción de la ciencia básica o fundamental.
Su discípulo más conspicuo, Luis Leloir, Premio Nobel de Química 1970, lo describió en términos sencillos: “Resulta muy difícil convencer a los gobernantes de que la investigación científica básica merece apoyo. Ellos preferirían lograr el desarrollo de la investigación aplicada sin necesidad de invertir en la básica. Para un científico, esto sería como edificar los pisos altos de un edificio sin construir los de abajo”.
Al conmemorar el Día Mundial de la Ciencia y la Tecnología y recordar a la personalidad que dio origen a esta celebración, debemos tener presente que es factible trazar un derrotero futuro sólo si conocemos y asumimos el que lo precedió.
Siguiendo las directrices del pensamiento de Houssay, la Academia Nacional de Ciencias (ANC, con sede en nuestra ciudad) y su hermana porteña, la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (Ancefn) lanzaron un proyecto conjunto, financiado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva que culminó, en agosto de 2015, en el libro Estado y perspectivas de las ciencias exactas, físicas y naturales en la Argentina.
Una serie de conclusiones emergieron de este estudio, algunas favorables y otras quizá no tanto.
1) En el período examinado (1997-2012), la inversión argentina en CyT expresada como un porcentual del producto interno bruto (PIB) se mantuvo en torno del 0,5% al finalizar el siglo pasado, decreció en el período 2000-2004 hasta el 0,4% y desde entonces creció en forma sostenida hasta alcanzar el 0,65% hacia el fin del período examinado.
Está aún lejos del 1% del PIB, objetivo buscado desde hace años y ya superado por Brasil (1,21%, en 2012) y por las naciones desarrolladas.
2) La producción científica (publicaciones internacionales) en la que participan autores argentinos fluctuó entre 0,2% y 2%, según las disciplinas. El promedio general se mantuvo en 0,45% durante la última década, después de haber alcanzado casi un 0,6% en 2001.
3) En el ámbito latinoamericano, la producción científica de artículos de y con autores argentinos decreció en términos relativos, de un 20% (en 1996) a un 12,5% (en 2013). Esto es atribuible, en buena medida, al crecimiento numérico de las publicaciones de otros autores latinoamericanos.
4) La proporción de artículos científicos de autores argentinos en coautoría con investigadores extranjeros registra un significativo incremento a partir de la crisis de 2001, trepando desde un 30% hasta alcanzar un 45% en 2014. Esto puede deberse, entre otras causas, a un incremento en la cooperación internacional, aunque también puede ser un factor de importancia la necesidad de contar con apoyo internacional para continuar desarrollando la actividad científica.
Es claro que la investigación y el desarrollo (I+D) necesitan del amparo de una política de Estado que asegure su sustentabilidad en el tiempo, ajena a las fluctuaciones de índole política.
En nuestro país, la investigación científica (sobre todo la básica) es fuertemente dependiente del apoyo del Estado nacional y, en consecuencia, está muy sujeta a los vaivenes económicos que frecuentemente experimenta nuestro país.
En otras palabras, la inflación y la inestabilidad monetaria son enemigos declarados de la investigación en CyT en los países periféricos, como el nuestro.
Los investigadores debemos interpretar las condiciones del entorno que afectan negativamente nuestra tarea y aportar a su solución (para no ser parte del problema), con la buena disposición y el patriotismo que preconizaba don Bernardo, para que la ciencia argentina contemple un futuro promisorio, a partir de hoy y para siempre.
Fuente: http://www.lavoz.com.ar/opinion/ciencia-ayer-hoy-siempre
Imagen: http://staticf5a.lavozdelinterior.com.ar/sites/default/files/styles/landscape_1020_560/public/nota_periodistica/Houssay.jpg