Olmedo Beluche
De la enorme pila de material bibliográfico que consulté para la elaboración de mi tesis doctoral, que intenta una historia agraria de Panamá, el libro que más me impresionó por la descripción de las formas de vida campesinas y su evolución en el tiempo es “De selvas a potreros. La colonización santeña en Panamá: 1850 – 1980”, del Dr. Stanley Heckadon-Moreno. Es un libro hermosamente redactado, que prueba que la ciencia no tiene que estar reñida con lo ameno, y que acierta en explicar las causas económicas capitalistas que le han impuesto al campesino azuerense la cultura de potrero, la cual no hace parte de su propia naturaleza campesina.
Alguien de extracción puramente urbana solo puede aprender acerca de la cultura campesina, o através de libros maravillosos como el de Heckadon, o viviéndola personalmente. Esta lectura me ha servido para racionalizar experiencias personales que adquirí gracias a la guía de Herasto Reyes, gran periodista y revolucionario originario de Vallerriquito, quien me presentó a los líderes del Movimiento Campesino de Veraguas, después Moviiento Campesino de Panamá, muchos de los cuales se habían organizado junto a Héctor Gallegos, en interminables giras desde Santa Fe a Montijo, pasando por Las Palmas, Cañazas y Viguí. Así conocí a algunos que ya no viven como Evaristo Ortega, y otros que siguen luchando, como “mi presidente”, Ricardo Barría.
Heckadon estudia la vida campesina a partir de una preocupación: la destrucción incesante de nuestros bosques. En 1950, tres cuartas partes de Centroamérica estaban cubiertas de bosques, pero en 2009 no llegaba al 30%. Es un proceso inclemente que liquida anualmente 376 mil hectáreas de bosque centroamericano y 50 mil hectáreas en Panamá. Aunque habitualmente se culpa al campesino santeño y su cultura agrícola de la deforestación, lo novedoso del libro de Heckadon es que demuestra que: la pequeña propiedad, combinada con la agricultura de roza para la subsistencia, mantiene un equilibrio con la naturaleza, hasta que el mercado capitalista y la necesidad creciente de dinero la transforman en una máquina de matar bosques.
Heckadon demuestra cómo durante el periodo colonial y la postindependencia, la agricultura de roza y la cría de ganado, aunque implicaba tala y quema, al garantizar la subsistencia de nuestros campesinos, estos también equilibraban su producción con pequeñas variaciones de parcelas y dejando tierras en descanso.
Otro descubrimiento inesperado del libro de Heckadon es la inexistencia de propiedad privada en el campo en Azuero, antes de 1850. La mayor parte de la tierra era de propiedad comunal o municipal, principalmente los bosques aledaños a los pueblos, que compartían más o menos equilibradamente los ejidatarios, quienes poseían sus parcelas bajo un régimen de usufructo de hecho.
La destrucción de los bosques, la migración incesante a nuevas zonas, la degradación rápida de la tierra y su conversión en potreros cercados, a una hectárea por vaca, no son intrínsecos al campesinado, sino al desarrollo del sistema capitalista panameño a partir de la construcción del ferrocarril a mitad del siglo XIX, y con más fuerza a partir de 1903. Heckadon demuestra cómo la política liberal hizo de la propiedad comunal de la tierra el enemigo y cómo promovió e impuso en la cultura campesina la propiedad privada y la potrerización de la tierra mediante una cantidad de leyes que iniciaron con la república. Robo y privatización de la tierra de la que se aprovecharon algunos políticos encumbrados.
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