Por: Ángel Pérez Martínez
La profesión docente es un trabajo asociado a la vida humana, al conocimiento científico en permanente construcción y expansión, donde se requiere un inmenso compromiso político, ético y moral para su ejercicio.
La profesión docente cada vez es más compleja por la evolución de los sistemas de información, la velocidad de reproducción del conocimiento y por los efectos negativos que producen a la escuela el entorno, los medios de comunicación y la sociedad; al desarrollo de una vida humana con sentido ético, ciudadano y crítico.
Algo no está bien en una sociedad cuando la profesión docente no es valorada, no sólo desde la perspectiva salarial, sino por su aporte a la construcción de paradigmas humanos (modelos de vida vinculado al conocimiento, a la ciencia y otro tipo de creencias) que hacen posible la subsistencia humana y su deseo permanente de mejora, a partir de: el respeto y lucha por mejores derechos humanos, la convivencia pacífica, el desarrollo de la cultura, el progreso económico y el cuidado del cuerpo humano y de la tierra.
Paradigmas humanos a los que, en el caso de Colombia, las familias, que atiende la educación oficial, aportan muy poco por la condición de pobreza que crea la enorme inequidad de este país ( Gini de más de 54%), los bajos niveles educativos de la mayoría de la población (tasa de graduación en educación media, para jóvenes entre 16 y 24 años, de: 63% urbana y 31% rural), cultura de violencia (en su mayoría asociada a jóvenes) y, según el Dane, más del 38% de hogares con jefatura femenina que no tienen conyugue y tienen hijos menores de 18 años; agrego la mayoría de ellas ganan salario mínimo o menos. Esta condición especial de Colombia (pobreza, inequidad, violencia) demanda, más que en cualquier otro país de América latina buenos maestros y mejores escuelas. Luego la única manera es lograr un gran pacto por la educación si queremos romper este ciclo que conduce de generación en generación a la pobreza y al subdesarrollo, donde hoy la educación, todo un contrasentido social, ayuda a consolidar la exclusión de los más pobres, porque el sistema educativo es un sistema pobre para pobres.
Por lo anterior, la sociedad, el gobierno y los padres de familia deberían acompañar el clamor de los docentes por mejorar el sistema educativo, la educación y las condiciones de los niños de las escuelas donde ellos estudian. De hecho, este es un primer paso para plantearse en serio la calidad de la educación. Quien escribe valora la importancia de encontrar caminos entre gobierno, educadores y expertos para evaluar y medir la calidad de la educación y sus avances, por ello siempre invito a los docentes y a los colegios oficiales a no evadir la responsabilidad que existe en la necesidad de lograr que los niños pobres asistan a una educación y a una escuela donde se discute y se valora su calidad. A la vez las autoridades gubernamentales y los grupos de poder de la sociedad deben reconocer que la calidad de la educación pasa por tener docentes motivados y valorados por su profesión, así lo demuestran las experiencias internacionales.
Parece sencillo, pero pensemos las enormes dificultades que supone estar al frente de una aula con 30 o 40 niños, o adolescentes, mediados por innumerables circunstancias familiares y de vida, además de las características de las escuelas. Y, sin embargo, la sociedad le pide al docente que enseñe, que sea un líder del grupo escolar y promueva la participación de los padres de familia (¡qué reto!). Además, desde la perspectiva más educativa, el docente debe suscitar y alcanzar un adecuado clima escolar para facilitar el proceso de enseñanza y aprendizaje, tener un proyecto pedagógico, leer como pocos, preparar y planear el desarrollo de su curso y atender hasta el estado emocional de los alumnos. Estas acciones las debe realizar junto con el equipo de docentes y directivos de la institución escolar en el propósito de lograr que los estudiantes desarrollen capacidades para conocer, pensar (hacer las preguntas que son pertinentes a su vida, entorno y sueños) comunicar y convivir en paz.
Sin embargo, en nuestro contexto la profesión docente no parece estar muy ligada al desarrollo de la ciencia y del conocimiento, sino más bien a la práctica en el aula (trabajo del docente en el salón de clase) y al cuidado de los niños, donde la pedagogía no es más que una instrumentalización de ese proceso. Por ello algunos ven la docencia más como un trabajo artesanal, o para técnicos que aprenden y aplican una secuencia (transmisión verbal del conocimiento) y ante todo un ejercicio repetitivo, que año tras año no cambia. No hay duda que existen este tipo de docentes en las escuelas públicas y privadas, pero por fortuna la inmensa mayoría no lo son. Con seguridad los nuevos docentes, los llamados del estatuto 1278, vienen pisando fuerte: investigan, innovan y les preocupa la calidad.
La profesión docente es un trabajo asociado a la vida humana, al conocimiento científico en permanente construcción y expansión, donde se requiere un inmenso compromiso político, ético y moral para su ejercicio. Nada más difícil que ayudar desde la perspectiva educativa al desarrollo de personas con amor, con colaboración entre ellas y el profesor, en convivencia y aprendiendo a similares ritmos, entre desiguales. ¿Cuándo vamos a valorar la profesión docente y a comprender las inmensas responsabilidades de su ejercicio?
Fuente: http://www.dinero.com/opinion/columnistas/articulo/profesion-docente-conocimiento-y-sociedad-angel-perez/246463