Los motores del Aprendizaje

Por: Mª Antonia Casanova. Educación, calidad y diversidad Blog. 20/10/2017

Los resortes biológicos del ser vivo se activan para la búsqueda de placer, como el comer, beber, descansar, jugar, aprender…, y para la huida ante el temor al peligro, el castigo o, genéricamente, todo lo que considera perjudicial.  Es la manera de garantizar la supervivencia. ¿En qué medida la educación actual tiene en cuenta estas coordenadas cerebrales de interés o rechazo? Tanto por placer como por miedo, el ser vivo se moviliza, actúa. Pero tratándose del ser humano, además, se constata que nunca lo hace ante situaciones de indiferencia y, mucho menos, de aburrimiento. Igualmente, la curiosidad y la ruptura de las rutinas son factores típicamente humanos que mueven con fuerza las acciones de las personas, en uno u otro sentido, siempre en función de las motivaciones o estímulos que reciba, relacionados con los motores o resortes arriba citados.

Estas lecciones elementales que nos facilita la Biología, serían las primeras que se deberían considerar para conseguir proyectos educativos eficaces y satisfactorios para todos: para el que enseña y para el que aprende. Como lógica consecuencia, para la sociedad en general, pues en ellos se arriesga su futuro.

No es novedad la máxima de “aprender jugando”, como fundamental, pero pareciera que solo se aplica en las primeras edades del niño, sin ser conscientes de que ese “juego” apetece, gusta, satisface, deleita a la persona en cualquiera de las edades por las que transcurra su vida. El placer mueve igualmente hacia la acción a un niño de cinco años que a los adultos de 40, 60 o más edad.  En todas las ocasiones ese gusto por las cosas o las ideas (vestido de reto, juego, viaje, descanso, aprendizaje…) favorece el interés por alcanzarlo, a pesar de las dificultades que se interpongan en el camino. El tener clara la meta y saber que su consecución constituirá  un estado de satisfacción deseado, empuja a la persona a trabajar y superar obstáculos para conseguirla.

Del mismo modo, pero en sentido opuesto, el miedo o el castigo hacen huir del escenario que se presenta. Y, como antes decía, en el caso de la educación, la indiferencia, la falta de interés por lo que se pretende, la desmotivación por despego o apatía… son enemigos del aprendizaje. Efectivamente, lo que no gusta, lo que no interesa… se rechaza, no se aprende ni se quiere aprender, lo cual empeora la situación.

Cuando ahora se plantea el aprender a aprender como competencia fundamental para la persona, dado que garantiza su vitalidad permanente, sus proyectos abiertos, habrá que pensar en los modos de motivación o estímulo continuos para que esa actividad imprescindible para mantenerse vivo sea un hecho cierto.

Se habla de las emociones como necesarias para involucrar al alumnado y comprometerlo en su propio aprendizaje, y esto viene a reforzar las ideas generadoras de esta reflexión: la emoción positiva, el apasionamiento, significa placer, compromiso con lo que se hace y fomento de las relaciones gratificantes dentro del grupo. El sentirse aceptado, querido, valorado… supone un seguro acicate para seguir aprendiendo (de verdad, no memorizando por obligación) e impulsando el propio desarrollo personal.

Si todos los nuevos hallazgos en neurociencia, psicología, pedagogía…, nos hablan de que es el alumno el que construye su propio conocimiento y levanta sus estructuras mentales con investigación, esfuerzo, compromiso, gusto, cooperación, relación…, se hace difícil entender los motivos para que estos principios básicos no se incorporen ya a cualquier planteamiento educativo, sea cual fuere su procedencia ideológica. Si esto funciona claramente con todos los seres vivos (incluso con los más elementales) y, en particular, con los humanos, parece que es urgente tomar medidas decididas para lograr que nuestras jóvenes generaciones se formen y aprendan con agrado… o no aprenderán.

El desinterés, el aburrimiento en el aula son malos consejeros para la permanencia eficaz en los procesos de escolarización obligatoria. Los niños no van a la escuela por decisión propia: van obligados. Y eso no es un buen comienzo. Habrá que conseguir que vayan contentos y voluntariamente. Y que protesten el día que no puedan ir. En determinados casos, esto parecerá una utopía. Pero no lo es en países en los que asistir a la escuela es un privilegio y los niños recorren distancias enormes diariamente, salvan obstáculos inconcebibles para nosotros…, porque están interesados en progresar, en aprender…, saben que su futuro depende de esa escuelita sin medios, pero con maestros entregados a su labor y alumnos que dan prioridad al aprender. Les gusta, les interesa y se juegan la vida por conseguirlo. Son admirables y tenemos mucho que imitar de ellos.

Se trata, simplemente, de saber interesar, de despertar la curiosidad del alumnado, tarea que parece inaudita e imposible en muchos casos, aunque solo requiera ponerse a ello. Olvidemos los programas oficiales cuando estos no resulten significativos para la población que tenemos delante y presentemos ante el futuro inmediato acciones, actividades que se relacionen con su vida, con sus habilidades e intereses, con su entorno, con sus amigos, sus familias…, con su mundo.

Actividades repetitivas sin sentido, deberes inacabables y aburridos, memorizaciones estúpidas que no dicen nada y que se olvidan en cuanto se sueltan en un examen…, responden a un modelo de educación totalmente desfasado en nuestro mundo y la escuela no debe perder su potencialidad y su importancia, su creatividad pedagógica. Crear placer y evitar el peligro de la indiferencia: esos son los retos actuales para regenerar los sistemas e incorporar gustosa a toda la población.

*Fuente: educacioncalidadydiversidad.blogspot.mx/2017/04/los-motores-del-aprendizaje.html

Fotografía: Tiching Blog

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