Por: Daniel Calvo.
El poder transformador de la educación es extraordinario y, en este sentido, la adquisición y uso del conocimiento son determinantes para el desarrollo individual y social. La importancia de las actividades musicales en la educación general ha sido considerada frecuentemente de manera dispar, pero en los últimos tiempos su valor en el proceso educativo comenzó a ser reconocido más cabalmente y resignificado.
Diversas investigaciones en el área de las neurociencias demostraron que el aprendizaje musical tiene consecuencias beneficiosas determinantes sobre las funciones mentales y puede ser utilizado como una herramienta extraordinariamente efectiva para el desarrollo integral de las capacidades intelectuales, creativas y sociales, especialmente durante la etapa formativa.
El ámbito educativo no fue ajeno al auge de las neurociencias, como tampoco lo ha sido el mundo de la música. Muestra de ello es el surgimiento de sociedades científicas internacionales y publicaciones especializadas en las ramas de las Neurociencias Educacionales y las Neurociencias Cognitivas de la Música.
En este contexto, se ha estudiado el impacto del entrenamiento musical sobre las funciones del cerebro humano utilizando registros de imágenes cerebrales (resonancia magnética funcional) y tests psicométricos.
El análisis de imágenes cerebrales mostró que una práctica musical sistemática y sostenida de al menos tres meses de aprendizaje de canto, tocar un instrumento o bailar, desencadena cambios anatómicos y funcionales en el cerebro. Este fenómeno de neuroplasticidad involucra aumentos en el volumen de la materia gris en diferentes regiones del cerebro, modificaciones en los circuitos neuronales y desarrollo de conexiones más fuertes, resultando en un aumento de la eficiencia de transmisión de información entre las distintas áreas cerebrales.
Las evaluaciones psicométricas revelaron además que el entrenamiento musical produce una ganancia en diversos dominios de la función cerebral, tales como memoria, atención, destreza lingüística, habilidades perceptuales y ejecutivas, coordinación motora, procesamiento de información, cociente intelectual y desempeño en pruebas de reconocimiento social. Estos cambios no se registran en sujetos sin entrenamiento o entrenados en tareas no asociadas a la música.
En algunos casos las mejoras corresponden a incrementos de la eficiencia de procesos mentales asociados directamente con la naturaleza del estímulo, por ejemplo, sensopercepción (discriminación auditiva de tonos), coordinación corporal (sincronización al ritmo) o motricidad (grado de refinamiento en la ejecución de movimientos complejos de los dedos). Pero el entrenamiento musical también produce beneficios que guardan una relación menos estrecha con aquellos procesos, entre otras cosas incrementa la destreza y acelera el proceso de adquisición de habilidades lingüísticas (ej: habla, lectura y escritura), contribuye a mantener el foco de atención durante períodos prolongados, mejora el desempeño en operaciones matemáticas y en pruebas de reconocimiento social y favorece la expresión gestual y corporal.
El entrenamiento musical por lo tanto puede operar como un elemento estimulador de varias funciones cerebrales superiores produciendo beneficios a nivel global, o como se acostumbra decir hoy, actuar como potenciador cognitivo no farmacológico. Teniendo en cuenta las evidencias científicas acumuladas, y con el objetivo de apuntalar la experiencia formativa en el aula, instituciones educativas en Australia, Canadá, Estados Unidos, Inglaterra y otros países, promovieron la incorporación de un mayor número y variedad de actividades musicales a sus programas obteniendo mejoras en el rendimiento académico de los estudiantes.
La intervención musical reúne particularidades que le confieren algunas ventajas respecto de otras actividades que, con fines equivalentes, forman parte habitualmente del contenido curricular (software de estimulación cognitiva, ajedrez, prácticas aeróbicas, etc). Por un lado ofrece un entorno integrador, de aprendizaje, creación, experimentación y juego, que propicia un alto grado de cohesión social. La música además es un fuerte regulador emocional, capaz de promover bienestar y relajación (euforia, sentimientos de placer, disminuir la ansiedad y prevenir el stress) a nivel individual y colectivo. Como ocurre también con el ejercicio regular de otras actividades, la instrucción y práctica musical sistematizada contribuye a forjar y sostener el compromiso de aprender, incrementar la motivación, valorar el esfuerzo de la práctica sostenida, manejar la frustración y ganar confianza.
A todo esto se suman los efectos beneficiosos sobre las funciones mentales aquí comentados. Un ejemplo paradigmático utilizado en el ámbito científico tecnológico es el triángulo del conocimiento, que simboliza la sinergia positiva de la interacción coordinada entre investigación, innovación y educación.
Las iniciativas educativas citadas procuran recrear de manera análoga un modelo virtuoso alternativo basado en evidencia, conjugando en este caso educación, música y neurociencias.
Fuente: https://www.clarin.com/opinion/triangulo-virtuoso-aprendizaje_0_ByOt38k-z.html
Imagen: http://blog.tiching.com/wp-content/uploads/2016/03/ensen%CC%83arapensar.png