Por María de los Ángeles Camacho Rivas
De acuerdo con datos ofrecidos por el Departamento de Educación en el School Report Card 2017-2018, la matrícula de estudiantes reportada para ese periodo fue de 365,057 estudiantes, distribuidos en 1,272 escuelas. De este total, solamente 77 son de excelencia; es decir, el 6%. Aumentar esta preocupante cifra representa un gran reto para un sistema educativo en etapa de restructuración.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Tendrán éxito los nuevos planes de política pública si los objetivos trazados administración tras administración no lo reflejaron según las gráficas de progreso? ¿Por qué ninguna estrategia ha logrado la anhelada reforma educativa?
Década tras décadas, hemos apostado y hasta hemos soñado con una reforma educativa exitosa. Tal vez el fracaso en cada intento se deba a que la prisa, para implementar los nuevos planes y estrategias, no nos ha permitido tener un proceso necesario de autoevaluación y reflexión que identifique el talón de Aquiles de nuestro sistema. Si bien es cierto que muchos estudiantes no alcanzan las expectativas deseadas, hay otros que superan los niveles de aprovechamiento. ¿Por qué no enfocarnos en lo sí logró victorias en lugar de seguir detenidos para enmendar las fallas?
Todo miembro de la sociedad debe asumir su compromiso con la educación. Si cada comunidad escolar identifica los recursos y servicios que se ofrecen a su alrededor, los currículos y proyectos se diseñarían con las posibilidades que brinda ese entorno.
Por ejemplo, si alrededor del plantel existen varios asilos, hospitales o instituciones sin fines de lucro, el enfoque en sus aulas se dirigiría al aprendizaje basado en servicio. Si, por otra parte, el plantel está ubicado en un campo, se debe usar el contacto con la naturaleza para integrar la educación agrícola a través de huertos que sustenten el comedor escolar; es decir, desarrollar proyectos autosostenibles que generen ingresos a través de la creación de cooperativas escolares. Los miembros de esa comunidad fungirían como asesores y aliados. De esta manera, se generaría un sentido de pertenencia general que disminuiría, entre otras cosas, el vandalismo, el desapego y la deserción escolar.
Las escuelas especializadas han evidenciado ser un modelo académico exitoso. La precisión y rigurosidad con la que se diseña la organización de cada una, garantiza que la matrícula reciba tanto las clases regulares como las de especialidad. La mayoría de sus egresados aprueba cursos de nivel avanzado que son convalidados por las universidades. Otro gran número desarrolla habilidades musicales, deportivas, matemáticas, científicas, lingüísticas o artísticas, por las que son becados o admitidos en universidades especializadas en las áreas mencionadas. Esto incluye a los subgrupos de educación diferenciada: limitaciones lingüísticas y educación especial, entre otros.
El éxito de las escuelas especializadas sugiere que los alumnos que estudian materias o áreas que les interesan son más proficientes. Este dato nos obliga a replantearnos el enfoque tradicional al que hemos apostado. El horario de ocho a tres, las clases de una hora, los currículos herméticos y reciclados no son la receta perfecta para cada plantel. Hasta el presente, los modelos educativos homogéneos no han detonado el gran potencial y los innumerables talentos del alumnado.
Sin menospreciar los modelos educativos globales, a pesar de las estadísticas alarmantes sobre el aprovechamiento académico de la matrícula del Departamento de Educación, se han desarrollado proyectos y modelos educativos internos que han demostrado logros significativos. Esto invita a replicar nuestros propios patrones de éxito o a “criollizar’ los modelos importados que han demostrado buena acogida y desarrollo, como ha sido el caso del modelo Montessori. Nos urge entender que si la educación es un problema de todos, las soluciones lo son también.
Fuente del Artículo:
https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/eltalondeaquilesdelaeducacion-columna-2391375/