Redacción: BBC Mundo
Inadvertidas, ocultas, perseguidas. Así fueron las relaciones homosexuales durante siglos en Occidente. También en el arte.
Pero, aunque prohibida e invisible para muchos, la homosexualidad fue representada de forma constante en la pintura y en la escultura.
Para verla solo había que saber -o poder- mirar. Ese es el ejercicio que propone el Museo del Prado de Madrid con motivo de la celebración del Día Mundial del Orgullo Gay que tendrá lugar en la capital española entre el 23 de junio y 2 de julio.
La principal pinacoteca de España vuelve la vista sobre su propia colección para sacar a la luz obras que muestran relaciones entre personas del mismo sexo, identidades sexuales que no se ajustaban a las normas sociales y cuerpos que no respondían a la división entre hombres y mujeres.
También ponen de relieve la persecución de aquellos artistas, modelos y coleccionistas castigados por no encajar en la norma.
La muestra «La Mirada del otro», que se exhibe hasta el 10 de septiembre consiste en un recorrido por 30 obras cuidadosamente seleccionadas. BBC Mundo escogió 8 de ellas y le preguntó a Carlos G. Navarro, curador de la exposición, cómo ayudan a entender la historia -muchas veces silenciosa- de la homosexualidad en el arte.
1.- El rapto de Ganímedes, de Pedro Pablo Rubens, 1636 – 1638.
En este lienzo, el pintor belga Pedro Pablo Rubens, reproduce el mito del rapto por parte del dios Júpiter, convertido en águila, del joven Ganímedes, a quien quiere convertir en su amante.
Durante siglos, explica Carlos G. Navarro, para representar la homosexualidad había que recurrir a temas de la mitología en los que hombres y mujeres mantenían relaciones amorosas con personas del mismo sexo.
Pero la posibilidad de contemplar estas historias estaba reservada a la intimidad de los poderosos.
«Solo en espacios de privilegio y poder supremo como los palacios reales o cardenalicios se permite este tipo de escenas amatorias, siempre protagonizadas por los dioses no sometidos al imperio de lo cristiano», dice Navarro en diálogo con BBC Mundo.
«Sobre todo los amores de Apolo y de Jacinto, que los hemos representado en la exposición con uno de los bocetos de Rubens para la Torre de la Parada. O de Júpiter y Ganímedes, que también llevamos uno de los grandes lienzos que realiza Rubens», añade.
La Torre de la Parada, mandada construir por el rey Felipe IV de España, era un palacete de descanso que el monarca utilizaba tras sus jornadas de caza.
De sus paredes, apunta Navarro, colgaron «todos los caprichos de los dioses».
2.- David con la cabeza de Goliat, de Michelangelo Merisi Caravaggio.
Pese a la permisividad de su representación en esos espacios reducidos, reservados a unos pocos, la homosexualidad estaba duramente castigada socialmente.
La exposición del Prado también llama la atención sobre los artistas que fueronperseguidos por su condición sexual.
«Es el caso por ejemplo de los artistas que fueron apresados por sodomía. No sabemos cuál era su identidad sexual, pero tuvieron que encarar la experiencia de responderle a un tribunal que les acusa», afirma Navarro.
Así le sucedió al pintor Michelangelo Merisi da Caravaggio, cuya obra David con la cabeza de Goliat forma parte de la muestra.
Caravaggio fue absuelto de los cargos de los que le había acusado sin pruebas un pintor rival, pero se vio obligado a abandonar Roma después de haber pasado por prisión preventiva.
«Así se encendió la llama de la leyenda negra sobre Caravaggio: se modifica la imagen biográfica pero también artística y la forma en que se han interpretado muchas de sus obras», explica Navarro.
3.- «El Maricón de la tía Gila, de Francisco de Goya.
La obra de Goya, desarrollada sobre todo en el siglo XIX, ofrece una mirada más contemporánea sobre las identidades que no encajan en la «norma social».
Y la forma de enfrentarse a la representación de la homosexual es diferente en el pintor aragonés a la del barroco de Rubens.
«‘El Maricón de la Gila’ nos está representando un personaje queer, un tipo ‘raro’ que no responde a la expresión de género normativa», señala Navarro.
Goya dibuja este retrato, y los de otros personajes ‘marginales’ -como locos y dementes- en uno de sus cuadernos a finales de la primera década y principios de la segunda del siglo XIX.
«Son personajes que se quedan en los márgenes y que nos suelen salir en los cuadros de costumbres que él mismo hace», indica el curador.
«Es una mirada de conmiseración. No es una mirada acusatoria Hay una dosis de realismo profundamente contemplativa. Remite a una imagen de rareza que no responde a los cánones», sugiere.
4.- Brígida del Río, la barbuda de Peñaranda, de Juan Sánchez Cotán, 1590.
Las mujeres barbudas muestran cuerpos diferentes a los convencionales que, de acuerdo con Navarro, sirven para escenificar la noción de ‘lo tercero’, que es como se refiere la literatura del Siglo de Oro a las realidades que no responden ni a hombre ni a mujer.
Durante años se creyó que el retrato de este tipo de personajes respondía a la curiosidad y a un interés meramente paramédico por parte de los pintores y de quienes les encargaban las obras.
Sin embargo, estas imágenes no están exentas de un juicio moral.
«El caso de Brígida del Río fue utilizado para mostrar esa imagen de ‘lo tercero’ como algo reprobable. Es una advertencia contra los hombres afeminados. Es algo que tiene una militancia profunda detrás al advertir contra ese tipo de posiciones», asegura el curador de la muestra.
5.- Hermafrodito, de Matteo Bonuccelli, 1652.
Este «hermafrodito» del escultor italiano Matteo Bonuccelli, representa un ser mitológico mitad hombre mitad mujer.
Como las mujeres barbudas, esta obra muestra un cuerpo sexualmente ambiguoy fuera de lo común.
«En realidad nos escenifica un cuerpo de transexualidad, un cuerpo que es aparentemente femenino pero que contiene el pene mejor detallado de todas las colecciones del Museo del Prado para dejar claro que es una condición físicamente ambivalente», apunta Navarro.
6.- Aquiles descubierto por Ulises y Diómedes, Pedro Pablo Rubens, 1617 – 1618.
Si el hermafrodito puede ser visto como una representación de la «transexualidad», este cuadro de Rubens nos muestra a un Aquiles «travestido», a mitad de camino entre un hombre y una mujer.
El héroe griego, disfrazado de mujer, trata de engañar a sus compañeros con el fin de evitar el ir a la Guerra de Troya. Y su posición central en el cuadro no es casual.
«Aquiles ocupa el espacio central y divide el mundo de los hombres y el mundo de las mujeres», explica Navarro.
7.- El Cid, Rosa Bonheur, 1879.
¿Qué tiene que ver la cabeza de un león con la representación de «la mirada del otro»?
La respuesta hay que buscarla en la autora de esta obra de finales del siglo XIX: Rosa Bonheur.
«Es una pintora del siglo XIX que, en lugar de plegarse a las ideas predeterminadas que como mujer le correspondía en el universo del arte a mediados del siglo XIX, decide crear y hacerse su propio sitio, su propia identidad», destaca Navarro.
Una muestra de ese carácter independiente y a contracorriente es que Bonheur tenía permiso para llevar pantalones en una época en que las mujeres no podían hacerlo en público.
«Es una mujer que responde a un modelo bastante antinormativo. Si solamente nos fijamos en que hay una cabeza de león bien pintada nos perdemos esos otros detalles biográficos que explican y dotan de un significado mucho más profundo la obra que conserva el Prado», asegura el curador.
8.- San Sebastián, Guido Reni, 1617 – 1619.
Semidesnudo y con el cuerpo atravesado por saetas como parte de su martirio, San Sebastián, soldado romano castigado por ser cristiano, es visto en la actualidad como un icono del erotismo gay.
Ya en su momento, la versión de Guido Reni que expone el Prado no fue considerada lo suficientemente recatada por su primera propietaria, Isabel de Farnesio, quien ordenó que se le cubriera una mayor parte del cuerpo.
Pero la versión que se conserva en el Prado no es el único San Sebastián de Reni cuyo erotismo suscitó reacciones acaloradas.
«Al del Palazzo Rosso de Génova, Oscar Wilde le dedica su primera poesía homoerótica, al que hay en Londres, el escritor Yukio Mishima le dedica amplias reflexiones eróticas. Y a otro que se conserva en EEUU, Tenessee Williams también le concede un protagonismo importante», enumera Navarro.
«No hemos querido hacer homoerotismo sino narrar la historia de la contemplación de lo homosexual a través de las pinturas», añade.