Por: Carina Bazzoni.
Cuando cursaba cuarto año de la secundaria en Colegio Nacional de la ciudad de San Salvador de Jujuy, Diego de Mendoza pasaba gran parte de su tiempo en el gabinete de Química, bautizado profesor Oscar Orias. Leyó ese nombre muchas veces sin saber que ese científico jujeño fue discípulo de Bernardo Houssay, el primer argentino premio Nobel de Medicina. Cincuenta años después, en una calurosa mañana de jueves, De Mendoza despertó el aplauso de todos sus colegas cuando recibió el premio Houssay Trayectoria y la distinción de Investigador de la Nación, máximos honores a los que puede aspirar un científico en el país. En el homenaje, recordó esas clases de química y su paso por la escuela y la universidad pública que transformaron definitivamente su vida. Y, después de recibir su diploma de manos del presidente Mauricio Macri, reclamó más presupuesto para ciencia y tecnología con el fin de evitar que los jóvenes con vocación «se sientan desalentados por la falta de presupuesto y de posibilidades en la Argentina».»Sin educación pública yo no podría haber estudiado», repite varias veces De Mendoza en una entrevista con La Capital, un día antes de recibir el premio. Está sentado en una pulcra oficina del tercer piso del Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR), el organismo que comenzó a gestar durante la primavera democrática cuando llegó a la ciudad invitado a trabajar en la cátedra de microbiologia.
Era un área «en la que estaba todo por hacerse», recuerda mientras recorre mentalmente el largo camino entre estos días, cuando ocupaban un laboratorio construido en el sótano de la facultad que se inundaba con cada lluvia, y el moderno edificio de 4 mil metros cuadrados con vista al río, que alberga a 260 personas, 60 investigadores, 140 becarios y personal de apoyo.
«Las cosas salieron bien —reflexiona—. Por supuesto yo lideré algunas cosas, fui el director del proyecto en esos años. Pero los resultados se deben a muchísima gente que estaba convencida que había que crear un núcleo de investigación importante en Rosario, donde había excelentes investigadores que estaban estudiando en el exterior. Pero fue un trabajo de todos. Me siento orgulloso de estar en este instituto, tenemos un lugar de excelencia para trabajar. Pero más que los edificios es importante la gente, los investigadores que trabajan acá son excelentes y producen ciencia de excelente calidad».
La distinción de Investigador de la Nación se otorga a científicos y científicas que contribuyeron a la producción de nuevos conocimientos, a desarrollar innovaciones tecnológicas de impacto social y productivo y a promover la transferencia de conocimiento y la formación de recursos humanos.
Un jurado de destacados científicos evaluó la trayectoria del investigador radicado en Rosario hace 33 años. De Mendoza recibió varios premios en el mundo por sus contribuciones al estudio de la biosíntesis y función de lípidos en bacterias, exploraciones que abren camino tanto al desarrollo de antibióticos como a la producción microbiana de biodiesel o de plásticos biodegradables.
Pero además, desarrolló una importante labor en la formación de equipos científicos y centros de investigación, como el IBR del que fue su primer director.
La trayectoria
Muchos años antes de eso, De Mendoza fue el primer universitario de una familia de clase media jujeña, formada por el empleado de una imprenta y una maestra de la escuela primaria que todas las tardes ponía a sus niños a practicar lectura y escritura.
«Mi familia vivía muy con lo justo, pero por suerte nos pudo hacer estudiar a mí y a mis dos hermanas. Nos pudo enviar a San Miguel de Tucumán para estudiar porque la universidad era gratuita. En esos días vivía con seis amigos en un departamento que no tenía ni heladera. Pero había un comedor universitario muy económico. Definitivamente, sin educación pública no podría haber estudiado».
—Una vez recibido, hizo casi toda su carrera científica acá en el país. ¿Fue una elección?
—Me recibí de bioquímico en Tucumán en 1973 y completé mi doctorado allí cinco años después. Fue la peor época del país, cuando comenzó el Operativo Independencia y la represión de la dictadura militar. Era muy difícil hacer ciencia en un ambiente tan hostil. Por aquel entonces mi jefe era Ricardo Farías, el me enseñó sobre todo la resistencia que era necesaria para poder hacer investigación en condiciones tan adversas, de matanzas, fusilamientos, estudiantes desaparecidos. En esa época trabajaba en endocrinología, estudiábamos ratas y cuando la policía allanaba la facultad se divertía con las ratas. El ejemplo de Farías, quien se quedó a trabajar en el país porque sentía que tenía que trabajar acá, me decidió a trabajar en Argentina.
—¿Que diagnóstico hace de la situación actual de la ciencia y la tecnología en el país?
—Estamos sumamente preocupados por la falta de financiación. El presupuesto para ciencia y técnica es menor al que había 8 años atrás. El IBR recibió este año apenas el 40 por ciento de los fondos que tenía presupuestados, que eran iguales a los del año pasado. A esto hay que sumarle que los insumos con los que trabajamos son importados. Hay muchos institutos en Argentina que se están parando. Nosotros, por suerte, seguimos trabajando pero la situación es muy complicada.
—¿Cómo siguen adelante en el IBR?
—Por suerte, la mayoría de los investigadores son exitosos y tuvieron financiamiento para sus investigaciones, entonces con todos esos subsidios se coopera para que nadie quede sin trabajo. Los investigadores ponen sus subsidios individuales, nacionales e internacionales, para un fondo común que se usa para que nadie se quede sin financiación. Eso se debe a que tenemos una jefa de administración y un consejo directivo que son excelentes para esta situación. Pero si no se toman medidas drásticas de aumento del presupuesto nacional y, sobre todo, de una financiación de ciencia en forma sostenida para los próximos 30 años, difícilmente podremos ser competitivos e independientes como país.
—¿Con estas condiciones empiezan a notar que los jóvenes graduados piensen en irse del país?
—Definitivamente. No hablo de un éxodo de la gente que ya está trabajando, pero lo sí de los chicos que recién terminan la facultad. Este año le había conseguido una beca a un alumno y cuando vio los sueldos, decidió dedicarse a otra cosa. Muchos chicos están eligiendo hacer su doctorado fuera del país y así se desperdicia a la gente que tiene más motivación. Porque después de 30 años de hacer ciencia, puedo decir que se necesita tener un convencimiento extremo para hacer investigación competitiva desde un país como este. Porque si bien en el trabajo del investigador hay logros, la mayoría son frustraciones. Y si estos chicos que tienen esa motivación se están yendo, estamos en problemas.
>> El mejor reconocimiento
De Mendoza fue profesor de la facultad de Bioquímica durante 33 años y desde la casa de estudio surgió su postulación para el premio Houssay. Algunos de sus alumnos lo recuerdan como un profesor «exigente, pero muy generoso» que supo despertar sus vocaciones científicas.
Para el investigador, ese reconocimiento «puede ser la retribución más grande que haya tenido», dice emocionado. «Eso es lo que más me conmueve. Durante muchos años di clases y algunos se habrán entusiasmado con lo que les daba. Como estudiante nunca me gustó que me dieran todo digerido, entonces yo les enseñaba con los experimentos originales. Queria dar unas clase mas bien formativas que informativas. A la cátedra de la facultad, le estoy tremendamente agradecido porque ahi hice la parte más imporante de mi carrera científica. Rosario me abrió las puertas, acá es donde hice la parte más importante de mi carrera»
Fuente de la entrevista: https://www.lacapital.com.ar/mas/sin-la-educacion-publica-no-podria-haber-estudiado-n1719861.html