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El colegio público Manuel Núñez de Arenas, en El Pozo del Tío Raimundo, organiza las clases por proyectos, suprime los libros de texto y no manda deberes. Esta innovación pedagógica está evitando el absentismo
Huele a palomitas y no es la oscuridad de un cine. Al contrario: estamos en una galería diáfana del colegio Manuel Núñez de Arenas y la semana ha amanecido con un cielo inmaculado. ¿Cómo se explica ese olor, entonces? La respuesta se vislumbra en la recua de chavales que va a ver Wonder en una sala cercana. Tienen pendiente la proyección de la película después de haber leído el libro y de analizar esta historia contra los prejuicios. Es una de las múltiples actividades trimestrales organizadas en este centro, que aboga por una educación acorde a las inquietudes del alumno. Situado en El Pozo del Tío Raimundo, en Vallecas, su trabajo por proyectos, la supresión de libros de texto y la ausencia de deberes es una revolución en la zona.
Tal método pedagógico supone una rareza en estos lares. Recuerda más a lo que escuchamos que ocurre en países como Finlandia. Aquí, la mayoría de escuelas mantiene las clases magistrales (con el maestro de protagonista, frente a los alumnos), los libros con un índice definido, un horario perforado como las tablas de Moisés y las inevitables tareas para hacer en casa. Nada que ver con lo que se plantea en el Manuel Núñez de Arenas. Sus docentes creen en clases participativas donde los temas a tratar surjan por elección democrática y donde padres o madres puedan entrar sin cortapisas. Además, confían en la investigación y en las bibliotecas de aula para resolver dudas, así como en los interrogantes del día a día para obtener una formación extra.
“No es que no queramos deberes. Lo que queremos es que se integre el aprendizaje en la vida”, defiende Margarita Fábregas caminando por este pasillo con olor a palomitas. La tutora de segundo -que solo lleva este curso y pidió a propósito el Núñez de Arenas- lo ejemplifica con una conversación reciente: “Una madre me dijo que su hija le había ayudado a medir la cocina para poner una nevera. Y precisamente ahora estamos viendo las unidades de medida, las fracciones, etcétera. Eso es lo que queremos, que la escuela sirva para entender la vida y no al revés”, señala convencida, aunque reconoce que hay quien se queja por “miedo e incertidumbre” hacia lo desconocido.
Sin embargo, en este colegio ya no es una incógnita. Es una realidad que está cambiando la percepción del barrio. Comenzó en 2010, cuando era uno de los colegios con menor puntuación en las listas que elabora la Comunidad de Madridy con un alto índice de abandono escolar. “Fue algo progresivo. Lo iniciamos un grupo de profesores, pero tuvimos una formación previa”, explica en su despacho la directora, Marta González. Lleva seis años en este cargo, y 18 en el centro. Las coordenadas en que se movían eran el absentismo, la escasez de material, la despreocupación por parte de los progenitores y una mezcla de niveles en el alumnado. Factores que obstaculizaban el aprendizaje y espantaban a futuros estudiantes.
“Está catalogado como ‘de difícil desempeño’ y es acorde a la realidad del barrio: mucha diversidad de nacionalidades”, resume la directora. En Vallecas hay otros 13 colegios con esta categoría. Y en el área (que comprende Entrevías) se calcula que un 50% de la población no tiene estudios, un 15% está desempleado y la renta per cápita es de 15.803 euros anuales, según cifras del consistorio. Creyeron que la solución era atajar por lo sano. Si hasta ahora no había funcionado lo habitual, ¿qué podían perder? “No había ningún objetivo: sólo queríamos mejorar”, expresa González.
«¿Qué queremos saber?»
Así, eliminaron el material escolar, decidieron no mandar tareas después de las horas lectivas y que estas se diluyeran en proyectos donde trabajaran todas las asignaturas. “Cada mañana se dedica media hora a la lectura. Eso ya son dos horas y media del currículo de lengua. Y el resto de contenidos está en cada investigación que llevan a cabo ellos, partiendo de sus propios intereses. Es una forma de que tengan voz”, justifica la directora, detallando que cada proyecto conlleva tres interrogantes: ¿Qué sabemos? ¿Qué queremos saber? ¿Qué tenemos que hacer para saberlo?
En lo que va de curso ya se han desarrollado temas como los dinosaurios, el mundo de Harry Potter o la civilización egipcia, según la etapa educativa. Ahora esos mismos alumnos tratan el lejano oeste o la prehistoria. “Los contenidos se asumen de otra manera”, argumenta Isabel Vizcaíno, tutora de tercero de primaria y una de las protagonistas del cambio hace una década. Mientras enumera las bondades del método, ayuda en una mesa a un niño y una niña de ocho años. De las paredes cuelgan dibujos y un acta de la última reunión de delegados. En la puerta del aula, una pintada a boli reza “todas las mugeres que miren parriba, que dios les bendigas”.
Dentro se organizan por rincones. Unos realizan operaciones numéricas, otros escriben y alguno busca datos relacionados con ciencias naturales. Tienen a su disposición enciclopedias, el ordenador y la atención de sus docentes. Ninguno usa papel pautado. “Siempre escriben en folios en blanco y en ‘modo imprenta’, sin entrelazar”, esgrime Vizcaíno, mostrando la evolución de una letra ininteligible y torcida a algo más comprensible según trascurren los meses. Sostiene que, de esta forma, el aprendizaje es interdisciplinar. “Aunque roten a los 45 minutos, las materias no se dividen en parcelas como si no tuvieran nada que ver”, matiza.
Cada grupo va acorde a su edad, menos en Educación Infantil. “De 3 a 6 años les mezclamos. Es más natural, porque al final aprenden con sus hermanos, sus amigos…”, expone González. La lectura y la escritura se abordan desde el enfoque comunicativo. Los pactos entre toda la comunidad educativa son esenciales, hasta a la hora de sancionar una falta. “Discutimos con esa persona qué hacer. Queremos que asuman ellos la responsabilidad y que sepan las consecuencias de sus actos”, concede la directora, aunque son “implacables” con las agresiones: “Es lo único por lo que expulsamos”.
Varios archivadores recogen fichas con los avances de los niños. Es lo más cercano a lo que podría catalogarse de “examen”. Con estos ejercicios comprueban el progreso. En uno de ellos, que consiste en describir el fin de semana, se ve cómo van abriéndose las frases a lo largo del año, se corrigen las faltas, se amplía el vocabulario. “No son necesarias las notas cada trimestre”, advierte la directora. Aunque se pongan, matiza,a las familias se le entrega un informe cualitativo.
Apoyo vecinal
Una de las suertes que tienen, indican, es que a los tres años se escolarizan casi todos los alumnos. Y eso reduce las diferencias. Otra ventaja: que las asociaciones del barrio se han volcado y que se han incentivado los talleres. El más conocido es el que gestiona Ecoembes: una orquesta con instrumentos reciclados. Han llegado a actuar en el Teatro Real ante al rey y la reina. En estos momentos, una parte de la banda (hay miembros de otros dos centros) ensaya en una estancia vacía. Al lado se amasan hojaldres: toca cocina. Vanesa Sánchez, tutora de quinto, da recomendaciones para prepararlos. Es su segundo año en el Manuel Núñez de Arenas después de pasar por varios colegios. “Este exige compromiso y esfuerzo. Al principio se viene con un poco de inseguridad”, reflexiona.
Lo mismo opinan Álex Carbajo y Mamen Sequi, encargados del periódico trimestral. En una sala con varios ordenadores -simulando una redacción- producen las páginas de la última publicación del año. Hay entrevistas, poesía, crónicas de fútbol, agenda cultural o una sección de moda. En el número anterior, la portada está compuesta por un collage de retratos fotográficos y un cómic narra las peripecias de Beni, el caco. Jesús Gabarres, el dibujante, de 10 años, confiesa que le inspiran los tebeos “en los que se roban coches, como los de Mortadelo y Filemón”.
“Ha disminuido mucho el absentismo y las clases están abiertas a las familias, aunque hay pocas visitas porque la mayoría tiene trabajos ambulantes”, reflexiona la directora. Actualmente, el Manuel Núñez de Arena suma 209 alumnos y 16 profesores, con una ratio por clase de 27 niños, cuando antes era de alrededor de 15. “Se ha nivelado a otros centros. Parece que se queda más gente”, comenta. Por las tardes, además, dan talleres de teatro o de percusión y acaban de incorporar uno de música en el que participan padres e hijos, “nunca como pareja”. “Un adulto paga la cuota de un ‘ahijado”, aclara, “porque es la forma de que vengan los que no pueden permitirse algo así”. Ya suman 42 solicitudes para el curso que viene.
¿Y qué pasa al salir de esta ‘burbuja’ pedagógica? “Nos suelen decir que en el instituto se aburren más. Son más críticos, más participativos”, responde la directora, “y casi todos terminan 2º de Secundaria, que eso antes era impensable”. Coincide Margarita Fábregas: “Se suele decir que hablan más. Y algunos tienen hasta ganas de exámenes o de las clases con libros, por la novedad”. Un logro que antes no ocurría, cuando nadie identificaba este colegio con una enseñanza a la escandinava. “La fórmula es una conciencia pedagógica colectiva”, sintetiza Fábregas. “No se puede decir que es imposible, porque aquí se ha demostrado”, remata, “y los medios que tenemos son menores o los mismos que en otros”. Los versos de Nerea, de sexto de primaria, avalan su opinión: “El Núñez de Arenas somos geniales /somos diferentes a otras escuelas /porque aprendemos jugando /somos muy felices en esta escuela / aquí tenéis una vida entera”.
Fuente: https://elpais.com/ccaa/2019/05/24/madrid/1558691197_055636.html?id_externo_rsoc=TW_CC