Asia/India/13 Junio 2019/Fuente: El país
Es importante que ningún turista se quede de brazos cruzados si detecta un menor trabajando o sometido a algún tipo de esclavitud en India o cualquier otro país. Se puede y se debe denunciar
Recuerdo, como si fuera ayer, una tranquila tarde de monzón de hace 15 años. Había llegado recientemente a la ciudad en la que vivo, Bombay, capital financiera de la India, y las horas pasaban lentas, entre juegos y risas, en el pequeño orfanato con el que empezó Sonrisas de Bombay, la organización que dirijo desde entonces.
Durante una distendida charla con Amina, una de las pequeñas residentes del centro, ella me pidió que agradeciera algún día a los donantes españoles haberle regalado la posibilidad de jugar con patines. Aquella afirmación me sorprendió. No daba las gracias por haber recuperado derechos básicos o haber escapado de la atroz condena que es la pobreza, no. Simplemente agradecía poder volver a jugar, disfrutar de su niñez y hacer, en definitiva, lo que a su edad correspondía.
Amina, nacida en un pequeño pueblo del estado de Uttar Pradesh, al norte del país, forma parte de los 10 millones de niñas y niños indios que trabajan entre 5 y 14 años. Con seis, fue vendida por sus padres como sirvienta doméstica a un industrial de Bombay, que la sometió a un trato abusivo hasta que, casi por azar, una trabajadora social de nuestra organización supo de su existencia y pudo intervenir.
La pequeña Amina es una de las muchas niñas que están expuestas al trabajo forzado en el subcontinente indio. Y es que India, junto con China e Indonesia, es uno de los países del mundo donde trabajar es algo habitual para menores de 15 años. Concretamente, el 40% de los trabajadores domésticos en Bombay tienen menos de esa edad y, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), es una cifra que sigue en aumento.
Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 2016, existen 152 millones de niños trabajadores entre los 5 y 17 años en el mundo, de los cuales 23,8 millones están en la India. Eso supone el 15,6% de todos los que trabajan en el planeta. Las calles de Bombay son el único hogar para miles de críos (37.000, según las estadísticas más fiables) obligados a mendigar en el destino perdido de una existencia mísera.
Muchos realizan jornadas laborales inhumanas en fábricas escondidas, expuestos a pesticidas y usando equipos pesados; otros lo hacen bordando telas o haciendo cerillas, en habitaciones minúsculas sin ventilación ni iluminación. Los niños también trabajan en restaurantes y hoteles (cada vez más escondidos a los ojos del cliente), cortando verduras o fregando suelos. Además, estos menores no son solamente víctimas de explotación infantil, sino que están en riesgo de ser víctimas de abusos sexuales y matrimonios infantiles.
Durante los últimos años, hemos sido testigos de varios rescates de menores, en su mayoría niñas, retenidas en burdeles de la ciudad, siendo forzadas a la prostitución a muy pronta edad. El gobierno indio ha tomado cartas en el asunto durante las últimas décadas y existen varias leyes que protegen al menor, prohibiendo explícitamente que se vea expuesto a trabajos forzados. Una cara vista, impoluta sobre papel, que contrasta claramente con una cara oculta en la que miles de niños continúan siendo explotados.
En 2019 se cumplen 100 años desde que la OIT inscribiera en su Constitución la protección de los niños, estableciendo, por ejemplo, la edad mínima en la industria. Está claro que en este tiempo se han logrado muchos avances, pero todavía queda mucho que hacer. Y todos podemos contribuir de alguna manera en la erradicación de esta alarmante realidad.
Los gobiernos democráticos, como es el caso de la India, los eligen y los componen las personas. Y son ellas las que también deben velar para que los marcos legales se respeten y ningún menor se vea sometido a una infancia robada de forma injusta. Esta responsabilidad no es exclusiva de los propios ciudadanos del país. Se acerca ahora una época en la que muchos europeos y turistas de otros lugares del mundo vendrán a pasar sus vacaciones y visitar este maravilloso país que, a pesar de sus contradicciones, ha dado pasos agigantados en los últimos años para proteger a su infancia.
Es muy importante que ningún visitante se quede de brazos cruzados si detecta un menor trabajando en un restaurante o sometido a algún tipo de esclavitud. Se puede y se debe denunciar, aunque ello suponga perder unas horas de las tan ansiadas vacaciones. El porvenir de un menor está en juego. Un gesto tan simple como una llamada o una visita a la comisaría más cercana puede transformar futuros como el de Amina, a quién nadie le arrebatará ya el simple pero hermoso recuerdo de jugar con unos patines.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/06/11/planeta_futuro/1560258795_596823.html