Reseñas/05 Septiembre 2019/El País
El documental ‘Woman’ reúne en el festival de Venecia testimonios recogidos por todo orbe para promover la igualdad
Corría de un continente a otro, pero le perseguía una constante. Anastasia Mikova cruzaba el planeta, visitaba escenarios y gentes de lo más distintos y volvía a asistir a la misma escena, como aquella vez en un rincón remoto de Bangladés. “Las mujeres nos miraban con suspicacia, nos preguntaban qué hacíamos allí. Los hombres, en cambio, estaban deseando ponerse delante de la cámara”, relata. Aquello, en realidad, le confirmaba que el proyecto iba por el camino correcto. Porque la periodista y cineasta ucrania buscaba precisamente lo contrario.
Junto con el codirector, Yann Arthus-Bertrand, y su equipo visitaron 50 países y colocaron su micrófono ante unas 2.000 mujeres. Les preguntaron por sus sueños, sus miedos, su pasado y su futuro. Por la guerra y el acoso sexual, por su gran amor y su mayor herida, por la menstruación y la maternidad. Les pidieron que, por una vez, salieran de las sombras y se situaran bajo los focos, normalmente reservados a sus padres, maridos, hermanos y amigos. “Muchas nunca habían visto una cámara. Cuando se sentaban y se les daba la oportunidad, veíamos que su necesidad de hablar y ser escuchadas era enorme”, agrega Mikova. El resultado es el documental Woman, que debuta en el festival de Venecia, ante de poner rumbo a las salas. La fecha prevista para su estreno es otro mensaje: el 8-M.
Hace cuatro años, Arthus Bertrand y Mikova ya habían lanzado una iniciativa parecida. “Human es el padre de Woman”, se ríe ahora la directora. Aquel filme daba voz a cientos de personas para mostrar que los seres humanos pueden vivir en una chabola o una mansión, en Australia o en Guatemala, pero su sonrisa y sus lágrimas se parecen y se contagian. “Dudé de que pudiéramos hacer algo más poderoso y personal”, reconoce Mikova. A posteriori considera, sin embargo, que lo han logrado.
La fórmula es la misma: un fondo negro, un rostro y lo que quiera contar. Pero las protagonistas solo son ellas. “Y el efecto espejo es aún mayor”, defiende la directora. Se refiere al impacto que Woman suscita en el espectador: una entrevistada recuerda eufórica cuando aprendió a escribir su nombre; una anciana reivindica que ya no está “para mordiscos” en la cama; y dos mujeres rememoran la mutilación más íntima y dolorosa de su vida. El público escucha, reflexiona y compara con sus propias experiencias. Woman quiere conmover y entristecer, helar la sangre y provocar carcajadas. “No es un filme solo para mujeres. Es importante que los hombres lo vean. Nuestras películas van de vivir todos juntos y de cómo nos entendemos mejor”, lo resume Mikova.
Para ello, pasaron horas y horas en compañía de sus entrevistadas. Tenían un cuestionario de partida, con ciertas cuestiones que repetían. Pero no había “ninguna fórmula milagrosa”, asegura la cineasta. A veces, nada salía de una charla eterna. Otras, se desataba lo que Mikova define como “tormenta”: “Si encontraba la puerta apropiada, salía todo. Mucho más de lo que se pueda imaginar. Seguía haciendo preguntas, pero a partir de ahí esa mujer ya estaba hablando consigo misma”. Hasta el punto de compartir con un grupo de desconocidos confesiones jamás pronunciadas en voz alta: en Woman hay víctimas del ISIS vendidas por “cinco dólares o un paquete de cigarros”, una india atacada con ácido por su pareja y una rusa que pidió ayuda a su madre tras los desencuentros con su marido. “¿Tan difícil es abrir las piernas?”, le espetó su progenitora. Todo ello lo cuentan las voces y los ojos de sus protagonistas, las que lo vivieron en su piel.
Aunque los codirectores se esmeraron en que la película mantuviera un equilibrio. Que hubiera mozambiqueñas, venezolanas, francesas o vietnamitas; mujeres que se coronaron en Wall Street y otras que batallan por comer cada día; adolescentes y ancianas, felices y melancólicas, ordinarias y excéntricas. Básicamente, el mundo. Mikova se empeñó también en que las temáticas oscilaran entre lo más impactante y lo cotidiano. Woman debía hablar de la ablación o del cáncer de pecho, pero también del deseo de ser guapa. La cineasta, por ejemplo, convenció al director de que la regla debía tener su espacio en el corte final. Al fin y al cabo, sus protagonistas la sufren cada mes. Mikova detectó otro denominador común a todas: “La resiliencia”.
Ella misma, con Arthus, debió adaptarse a las exigencias comerciales. De las cuatro horas originales, lograron reducir el metraje a los 105 minutos y 100 testimonios que llegarán a los cines. De entre todos, Mikova recuerda especialmente el que abre Woman: “Norma llegó a la grabación tan bella, tan segura de sí misma. Entendí que tenía algo único, pero no lo que yo creía”. Contó que, de niña, sufrió los abusos de su abuelo, hasta que encontró una vía de escape hacia Japón. Resultó, sin embargo, el atajo hacia otro infierno: acabó esclavizada en la prostitución. Pero siguió adelante, se compró su libertad y huyó a Canadá. Allí, encontró una pareja y tuvo un hijo. Aunque la vida apenas le concedió descanso: descubrió que, por una enfermedad, su niño estaba destinado a quedarse ciego. Norma se derrumbó, y se refugió en el alcohol. Hasta que un día agarró la botella, volvió a soltarla sin probar ni un trago y salió a correr.
Hoy tiene el récord Guinness por el triatlón más largo. Y ofrece conferencias en las que repasa la historia que relata en Woman: “Me aterrorizaba compartirlo, pero quería romper el silencio porque es lo que hace posible la violencia. Dicen que las víctimas no tienen voz: si la tenemos, pero no queréis escucharnos”. El mensaje resonará ahora en las salas de medio mundo. Al fin, hablan ellas.