América del Sur/ 23.06.2020/Por: Hergit Llenas/ Fuente: eltiempolatino.com.
El progreso de las naciones depende de la educación, y esta a su vez, de las instituciones que la gobiernan. Dichas instituciones no sólo deben preocuparse de lo relativo al conocimiento, sino que —también— deberían atender la parte espiritual, que incluye normas y valores humanitarios tales como la solidaridad y la diversidad, entre otros elementos que son esenciales para la enseñanza.
La solidaridad y la diversidad deberían ser una parte fundamental de la educación que los niños reciben, a fin de que alcancemos una mayor integración social en nuestras comunidades. Eso implicaría «cultivar la tolerancia, el amor, la fraternidad, la igualdad, la compasión, la comprensión, el sacrificio, la humildad y el compromiso activo con la justicia», como mencionara hace 26 años la Comunidad Baha’i durante el Comité Preparatorio para la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social.
Desde entonces, no ha sido mucho lo que hemos avanzado en términos de lograr una sociedad donde se fomente y aprecie la vital importancia de las distintas culturas y religiones que cohabitan dentro de las numerosas naciones del planeta; y en particular, en el seno de Estados Unidos.
Sin embargo, y a la luz de los atroces acontecimientos recientes, donde ha quedado en evidencia la brutalidad y la fuerza excesiva impuesta por unos pocos sobre muchos, es menester lograr que la unidad y la diversidad se conviertan en un proyecto global que contribuya a la integración social, la justicia y la unidad entre los seres humanos. Eso debería ser un renglón obligatorio en la educación escolar.
Para promulgar e implementar una campaña que se enfoque en la diversidad, se debe asimismo hacer uso de las artes y de los medios de comunicación, ya sea a través de la televisión, murales, películas, redes sociales, carteles, boletines, podcast y música. De manera que el mensaje llegue a los hogares, a las escuelas, a los espacios de trabajo y a las calles.
Ya sabemos que los medios de comunicación ejercen una influencia poderosa sobre cómo percibimos la realidad. Por eso, los medios, en colaboración con las escuelas, tienen que actuar como agentes de cambio social. «En la actualidad, gran parte de la atención informativa (y la historia) se centran en las diferencias, aparentemente insuperables, que dividen a los pueblos y naciones, y es muy poca la atención que se fija en los testimonios que prueban que tales diferencias pueden ser superadas», añade el comunicado.
Así, urge replantearse el discurso actual y empezar a diseminar otro, que explore fundamentos como la esperanza, el amor y la solidaridad para desarticular los mitos, las programaciones y los códigos que inflaman los estereotipos basados en la religión, la cultura, el género, la raza, la clase social, la nacionalidad y la etnicidad. Convendría, pues, que se implementen nuevas políticas educativas que empujen este cambio de percepción.
Pero antes, y para alcanzar esta meta, primero hay que enfocarse en el clima institucional y en la naturaleza misma de la formación de los docentes.
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