La fiesta es un tópico muy rico, porque concentra expectativas. Desde la dramaturgia y la dirección, Bruno Acevedo Quevedo (1997) utiliza un caso real y le da un formato de falso registro. ¿Todos los nombres fueron cambiados? ¿Qué hay de arquetípico, cuánto de específico en esta celebración malograda?
“La pregunta me remite a un pasado (no tan reciente), donde tomar casos reales y reconstruirlos a través del arte podría devenir en problemas no sólo legales, sino también éticos y morales”, responde el responsable de Castillo inflado, que estrena el miércoles. “Parte de mi escritura está atravesada por tristes cumpleaños o eventos condenados a terminar en un acto solemne (Otro cumpleaños, Ruido, ¿Cuál es tu veneno?). Para desarrollar esta narrativa tomo un disparador que no es mío y un dolor que no me pertenece. Un caso que fue mediatizado al extremo sensacionalista, que le da un cimbronazo a una familia que quería justicia, que quería ‘que se sepa la verdad’. Mi texto no trae ninguna verdad, brinda un abanico de matices a problematizar en torno a una sociedad globalizada y consumista, que reproduce actos de barbarie a través de sus celebraciones”.
A la vez, el artista desnuda su pasado como animador de fiestas (“trabajé sin seguridad social y comencé a hacerlo siendo menor”, reconoce). Allí no hay corrimiento. “Eso hay de específico. El esperpento de un ‘yo’ de 20 años queriendo revelar ‒cual rollo fotográfico‒ un negativo de prácticas y costumbres que ve pasar ante sus ojos todos los fines de semana (durante tres años). Un ‘yo’ con el que tal vez hoy en día no me sienta tan identificado, pero que sigue resonando como ese caso que no me sorprendió, porque me podría haber pasado a mí. De arquetípico está el padre borracho, la madre perfeccionista, las jefas avariciosas, la niña hiperactiva y el niño desplazado. Hay más personajes que sostienen la narrativa y los nombres son sólo una excusa tipográfica”.
Con base en la sinopsis se podría pensar en un vodevil, en un misterio al estilo Agatha Christie, hasta en grotesco criollo… pero lo definen como drama contemporáneo, como un sostén de varios géneros y signos. “Mientras que el código actoral escénico oscila entre el expresionismo y lo grotesco, el código audiovisual aborda un extremo naturalista. Este diálogo se pauta ya en el texto dramático, en cuya trama conviven tintes de comedia satírica y comedia lacrimosa con mojones de suspenso policial. Las didascalias [indicaciones escénicas] conciben un universo narrativo y se resuelven en la voz de un narrador omnipresente que pareciera estar contando un cuento para adultos antes de irse a dormir. El mismo narrador puede llegar a servir de perito judicial, de locutor publicitario o de ingeniero de alimentos. Este recurso es explotado por Rogelio Gracia, quien confió su trabajo en nuestro equipo creativo y en un punto de partida que tenía múltiples posibilidades de lectura. Uno de mis objetivos primarios al desarrollar este tipo de acotaciones fue crear un objeto literario que funcionara por fuera de una partitura escénica”, indicó el autor.
Ganador de una mención en los Premios Onetti 2019 por este texto, que además cierra una muestra de obras nacionales organizada por el Instituto Nacional de Artes Escénicas, es válido consultarle a Acevedo Quevedo cómo inscribiría este espectáculo dentro de la nueva dramaturgia uruguaya. “Los cimientos de este texto que hoy es espectáculo se desarrollaron en el marco del último semestre de la primera generación de la Tecnicatura Universitaria en Dramaturgia. Precisamente en un curso práctico a cargo de Gabriel Calderón. Si bien fue mutando a través de los años (comencé a escribirlo en 2018, justo después de estrenar Ruido) hay mucho de ese primer boceto. Para mí fue un espacio formativo fundamental dentro de mi desarrollo como escritor. Allí no sólo conocí voces autorales extranjeras y nacionales, textos clásicos y contemporáneos, mecanismos de producción y de resistencia, sino que también tuve la posibilidad de crear y compartir la escritura con compañeras y compañeros de generación a quienes admiraba y hoy puedo considerar colegas (Leonor Courtoisie, Sebastián Calderón, Lucía Trentini, Federico Puig, Vanesa Cánepa, entre otras y otros). Si bien manejamos estéticas bastante distintas, considero que, de una u otra manera, trabajamos aspectos performativos en torno a nuestra biografía y el diálogo que genera con la ficción. Intuyo que muchas veces escribimos desde una pulsión distinta a la que moviliza a otras generaciones (a pesar de que entre nosotras y nosotros compartamos una brecha generacional)”, aclara, citando también a Agustín Luque y Camila Diamant, “que transitan improntas fuertes y casi inexploradas”.
Como compañía móvil, Implosivo tiende al cruce de disciplinas y en este caso se utilizó un doble casting, dos directores, con desafíos que van más allá de lo técnico. “A través de Ximena Echevarría y de mi formación en Implosivo Artes Escénicas, aprendí a usar el teatro como un lienzo más entre otros tantos lenguajes que puedan llegar a convivir en simultáneo. A su vez, cuento con estudios en comunicación, lo que genera en mí una pulsión innata hacia el desarrollo audiovisual. Sin embargo, le quise confiar este trabajo a Manso Films (el material es dirigido por Claudio Quijano), ya que desde hace años se dedican tanto al teatro como al cine. Entonces, en este cruce, sostienen una visión idónea entre el diálogo de la escena con la plataforma cinematográfica”, adelanta sobre este híbrido que buscan construir. “Los personajes que aparecen son desdoblados audiovisualmente. Es así que, como un reflejo deformado de la realidad, nos abocamos hacia un trabajo de investigación actoral que conecta a dos personas distintas en la búsqueda de una misma voz. Este lenguaje [cinematográfico] convive con un dispositivo de mapping, generado por María Victoria Parada, mediante el cual no sólo importa el producto audiovisual sino también los múltiples lienzos en donde se proyecta”.
Fuente: https://ladiaria.com.uy/cultura/articulo/2022/2/un-escenario-infantil-y-un-cuento-para-adultos/