El ser feminista es una cualidad de los verdaderos revolucionarios. En las letras orladas de la Historia, el expósito Simón no figura con su apellido paterno, Carreño, sino con el materno, Rodríguez, el de Rosalía, la mujer que lo acogió y el honró.
En el periódico Porvenir de Cartagena del 10 de agosto de 1849 hay una nota a manera de editorial en la que se afirma no sólo que «la mujer es inferior al hombre», sino que «no ha sido criada la mujer para gobernar a los hombres, para regir la sociedad, para dominar los mares, para establecer y mantener la unión de los mundos, sino para una vida quieta y modesta entre ocupaciones domésticas bajo el mando amoroso del hombre».
En el mismo año, pero entre abril y mayo en el periódico Neogranadino de Bogotá, capital de la República de la Nueva Granada, Simón Rodríguez en su»Extracto sucinto de mi obra sobre la Educación Republicana» escribe: «después de las aves, las plantas son las que más se parecen a las mujeres, en su previsión para después del parto». El hombre más extraordinario del mundo da dos ejemplos: el primero, «la mujer más pobre corta sus enaguas viejas para mantillas, y de las pretinas hace fajas»; y el segundo, «las plantas más desnudas sacuden sus hojitas para que sus semillas se abriguen mientras germinan».
Simón Rodríguez en su «Nota sobre el Proyecto de Educación Popular» (Arequipa, 1830) dice: «se daba instrucción y oficio a las mujeres para que no se prostituyesen por necesidad, ni hiciesen del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia».
En 1847 Rodríguez escribe desde Túquerres, pueblo al sur de la Nueva Granada, al señor Pineda, noble amigo que se encuentra en Pasto: «La casualidad ha traído aquí un médico naturista suizo, que anda explorando, y me ha hecho el favor de dar algunos remedios a Manuelita».
En la partida de defunción de Róbinson (1854) que reposa en el Archivo parroquial de Amotape dice: «fue casado dos veces y que era hijo de Caracas, y la última mujer finada se llamó Manuela Gómez, hija de Bolivia, y que sólo dejaba un hijo que se llama José Rodríguez».
El historiador ecuatoriano Alfonso Rumazo González, nacido en Latacunga en 1903 y fallecido en Caracas en 2002, presume que «la señora falleció en Túquerres, o en el camino de retorno del educador, poco después, al Ecuador» ya que «cuando llega a Latacunga, en 1850, ya no le acompaña sino su hijo José».
Este profesor de la Universidad Central de Venezuela escribe en 1976 una hermosa semblanza de esta mujer aymara: «Esa boliviana Manuela Gómez fue extraordinariamente valerosa: sufrió con intrepidez junto a su esposo la adversidad, la miseria, la desesperada angustia. Batalló con él en acto de sombra que se desdobla y protege; que busca todas las posibles salidas; que compite con él en austeridad y desinterés, situándose así a la altura del hombre noble que la había escogido. No decae, sino que triunfa sobre todo acoso y sobre todas las innumerables presiones negativas». La Revolución tiene nombre de mujer. ¡Manuela vive!
Fuente: http://www.aporrea.org/ideologia/a226774.html