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Educación pública: por una universidad distrital

Por Jose Amar Amar

El principal peligro para la humanidad es que se siga abriendo el abismo entre una minoría que tiene todas las oportunidades para moverse con éxito en este nuevo mundo global, y una mayoría sin acceso a los bienes de la cultura que cada día se siente más impotente al negársele su acceso al conocimiento.

La Universidad del Atlántico es una de las instituciones más importantes de la Región Caribe; sin embargo, sus aulas no pueden albergar a todos los jóvenes que, habiendo terminado su bachillerato, aspiran al legítimo derecho de ingresar a la educación superior.

Según EL HERALDO, se inscribieron 28.900 aspirantes para 3.100 cupos que ofrece esta prestigiosa universidad. Una pregunta impertinente surge: ¿qué pasa con los 25.000 jóvenes que no serán admitidos?

Es probable que unos pocos consigan una beca o un crédito para matricularse en una universidad privada; otros pocos tendrán acceso a los escasos cupos del SENA. ¿Y qué pasará con los otros 20.000?

La respuesta es muy clara: pasarán a engrosar el ejército de 600.000 jóvenes que hay en el país que ni estudian ni trabajan.

El Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario elaboró un “Perfil juvenil urbano de la inactividad y el desempleo en el país”, que muestra la dramática realidad de varios cientos de miles de jóvenes completamente inactivos, de los cuales 370.000 son mujeres. Es en esta población donde más frecuente es el embarazo juvenil.

Infortunadamente, el malestar engendrado en estos jóvenes, por la incapacidad de vislumbrar un futuro, va a la par con la conciencia de las disparidades visibles en el país, generando profundas tensiones que van haciendo cada día más agobiante y amenazante la vida de las ciudades.

Hoy, los países que prosperan son los que distribuyen de la mejor manera los recursos cognoscitivos. Las oportunidades de educación de calidad a todos los jóvenes en edad de merecerlo es el verdadero motor del desarrollo y lo que permite reequilibrar, a largo plazo, las relaciones económicas en la sociedad.

No podemos conformarnos viendo, en unos días más, cómo estos 20.000 jóvenes del Atlántico verán frustrados sus sueños por la falta de cupos en la educación pública, que es la única a la que pueden acceder.

Nos consta que el Distrito ha hecho cosas importantes en cobertura y calidad de la educación básica y media. Pero mucho de este esfuerzo se pierde al no tener ellos acceso a la educación superior.

Señor Alcalde, usted que ha demostrado una gran capacidad de emprendimiento, ¿por qué no estudia la posibilidad de crear una universidad distrital para ampliar las posibilidades de acceso a nuestros jóvenes? Una universidad moderna, ágil, parcialmente autofinanciada, que no solo ofrezca más cupos a nuestros jóvenes, sino también que pueda ser un centro de estudios para el desarrollo de Barranquilla.

joseamaramar@yahoo.com

Fuente: https://www.elheraldo.co/columnas-de-opinion/educacion-publica-por-una-universidad-distrital-431376

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La educación como herramienta para una mejor ciudad

Por: ARMANDO AHUED

De forma contundente me he pronunciado por la inclusión de la materia de salud en el sistema educativo del país. Lo considero un eje estratégico del nuevo modelo de salud CDMX, se trata de proveer de herramientas a los que participan para transformar una realidad social, es un llamado a la corresponsabilidad en la que los ciudadanos, las instituciones educativas y los sistemas de salud existentes nos tenemos que sumar. Hay que cruzar estrategias y trabajar en conjunto para revertir las tendencias en los problemas de salud que hoy nos ocupan.

El tema de la educación es pilar en el desarrollo de cualquier capital y de cualquier país, es necesario transformar los objetivos a las nuevas necesidades. Las poblaciones crecen, los presupuestos nunca son suficientes, las necesidades son mayúsculas. El desarrollo social es la base del cambio, la educación es el motor transformador. La salud es la herramienta para poder lograr cualquier acción.

Apostarle a la educación es un camino transitado por distintas capitales en el globo  terráqueo. Los resultados son a mediano plazo y ya se cosechan resultados. En la Ciudad de México desde hace más de diez años nos dimos a la tarea de generar libros para distribuir de forma masiva. Los temas impresos, son los que en salud visualizábamos serían un problema a futuro. Nuestra apuesta fue acertada y hoy continuamos poniendo el dedo en el renglón. La educación en materia de salud la vamos a intensificar, la seguiremos llevando a las escuelas, a los centros de trabajo, a las plazas, a una nueva plataforma digital para que toda la población de la Ciudad de México y del país, si así lo desean, pueda consultar y descargar materiales para cambiar hábitos y estilos de vida más saludables, poner al alcance investigaciones certificadas y poder compartir conocimiento con sus hijos, sus alumnos, sus vecinos, con todos y todas.

La educación debe ser eje en todas las acciones y políticas públicas de nuestra CDMX. En igualdad, en equidad, en transparencia y, por supuesto, en salud. En nuestra área de promoción de la salud seguiremos haciendo un llamado a la activación física, es un factor para la recuperación del espacio público y una forma de aportar como peatones al modelo de movilidad, es también una acción responsable para nuestro medio ambiente.

La educación vial aporta de igual manera a reducir las muertes por hechos de tránsito, un tema directamente vinculado a la salud. En seguridad, la educación es fundamental, desde fomentar la denuncia hasta apostarle a la educación como elemento del modelo de reinserción.

La educación como instrumento de prevención en materia de drogas es trascendente; apostarle a generar herramientas educativas para todas las generaciones nos dará un resultado positivo con el tiempo. En materia ambiental, la educación es fundamental. El correcto manejo de residuos, la conciencia en el uso de recursos naturales y todas las prácticas que ayuden a mejorar la calidad del aire, de las aguas y el cuidado de la tierra van a impactar de forma directa en nuestra salud. Si hay salud, hay bienestar; si hay bienestar, hay desarrollo y crecimiento.

La educación es el eje. En salud lo tenemos claro y lo estamos implementando. Hoy podemos hacer mucho por los nuestros. Vamos a compartir conocimiento y buenas practicas. Cuidar nuestra salud es el camino. Con la filosofía del nuevo modelo de salud, sigamos el llamado a seguir creando e implementando políticas públicas donde la educación sea eje para generar conciencia y lograr una mejor CDMX, una ciudadanía participativa y una sociedad generadora del cambio que ya hemos iniciado.

Fuente del Artículo:

http://www.excelsior.com.mx/opinion/armando-ahued/2017/11/26/1203622

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Investigación educativa, ¿para qué?

Por: Pluma Invitada

El XIV Congreso Nacional de Investigación Educativa (CNIE) se lleva a cabo en la Ciudad de San Luis Potosí, del 20 al 24 de noviembre. El congreso es organizado por el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), que es la asociación más importante de investigadores en educación del país, y se realiza de forma bienal desde el 1993. Se trata de un espacio de encuentro y diálogo en torno a la investigación educativa, donde concurren investigadores, profesores, estudiantes, servidores públicos y todo aquel interesado en la producción de conocimiento en materia de educación. Este año contamos con la asistencia de casi 2,700 congresistas.

Si bien la investigación educativa no parece tener influencia lineal e inmediata sobre decisiones, prácticas y fines, sí que contribuye a la creación de una “atmósfera” que penetra, quizá parsimoniosamente, en el universo educativo. Los conceptos afinados, los análisis minuciosos, vigorosos y articulados, los debates informados, los hallazgos relevantes resignifican la educación, si bien, a veces, sólo poco a poco. De ahí que los investigadores estén impelidos del disfrute del uso de la duda; de ahí que transformen la incertidumbre en materia de indagación, de ahí que la recreen en crítica, siempre como expresión de inteligencia reflexiva.

En los lustros avanzados por éste, nuestro siglo XXI, se han exhibido nuevos conflictos, se han desplegado nuevos problemas, que requieren de producción de nuevo conocimiento. La construcción de la sociedad de derechos, entre ellos los educativos, ha hecho más visibles las condiciones de vulnerabilidad de ciertos grupos: de indígenas, de mujeres, de migrantes, de jóvenes. Se ha acentuado la evidencia palmaria de la discriminación que genera la desigualdad. En este siglo, como nunca antes, se han elevado los niveles de concentración de riqueza, de poder y de prestigio y se han incrementado sus contrastes con los más escandalosos índices de desposesión.  Se ha profundizado la segmentación de la estructura social y se han fortalecido las divisiones de clase y estatus, con su consecuente escalada de diferenciación en la estructura de oportunidades.

El eje del debate en este congreso es “Aportes y desafíos de la investigación educativa para la transformación y la justicia social”, el cual reafirma los valores democráticos y repudia la injusticia. Así, este congreso no sólo posiciona la relevancia de la transformación y la búsqueda de justicia social para la producción de conocimiento; sino que, a la par, da cuenta de la importancia de la producción de conocimiento para incitar las transformaciones y cooperar en favor de la justicia. Lo hace en el entendido de que el conocimiento es fuente de poder (que, si bien, puede ser usado para el bien o para el mal) conviene hacerse de él como herramienta de comprensión, como instrumento para el análisis crítico de la complejidad social.

Sabemos que no somos espectadores de los acontecimientos de nuestro tiempo; en tanto que investigadores, somos interpelados por la sociedad para pensar el tipo de paradigmas que orientan nuestro trabajo y para comprender las bases científicas y morales que sostienen nuestra acción. La toma de conciencia de los investigadores parece atravesada por ser parte de y por la necesidad de desplegar pensamiento en la región más desigual del mundo, América Latina. Todo apunta a que la producción de conocimiento deberá preocuparse por las consecuencias de la desigualdad, porque ésta actúa en el orden de la vida, la existencia y los recursos de los ciudadanos.

En la actualidad, hablar de educación es un imperativo, se necesita un alto compromiso y responsabilidad para consolidar los derechos básicos, para no olvidar que el problema medular de la desigualdad está en sus efectos de desolación social, dilapidación económica y tergiversación del ejercicio político.

Los investigadores estamos forzados a reflexionar sobre las opciones y estrategias en pro o en contra de la justicia social. Es por ello que, en las formas de participación en el congreso, queda patente que, en educación, la preeminencia de la transformación y la justicia son valores centrales, y por tanto comprometen a tener una particular vigilancia de los procesos mediante los cuales se producen determinados resultados en una sociedad diversa, donde coexisten escenarios del pasado y retos del futuro que será preciso elucidar correctamente. Se espera que el debate en el congreso ayude a generar adhesión a la justicia como patrón cultural de la sociedad, porque es ahí donde los investigadores tenemos nuestro más grande desafío.

En un país con desigualdad y creciente parsimonia para disminuirla; con una percepción negativa y confianza erosionada en las instituciones; con feminicidios y desapariciones forzadas; con adoloridos damnificados que demandan respuestas y atención, quienes hacemos investigación tenemos, no sólo el derecho, sino la obligación, de preguntarnos ¿cuáles son, en el campo educativo, las batallas que serían decisivas para mejorar las condiciones de justicia social?

Recordar y hacer patente nuestros infortunios no es pesimismo o regodeo en la desgracia, es deliberación inteligente de las situaciones que requieren de acción inmediata. Así lo señaló Pablo Latapí cuando preguntó: “¿es posible recuperar la esperanza, en el México de aquí y ahora? [Dijo] Ésta es la pregunta en la que desemboca el examen de nuestras desventuras. Por esto respondo con un rotundo “sí” a la pregunta de si es posible hoy recuperar la esperanza. Cumplamos nuestra misión de investigadores comprometidos, con sentido de urgencia. La eternidad se vuelve finita, se consume; se extingue en cada niño que se queda sin escuela, en cada generación perdida, en el desperdicio irreversible del tiempo, recurso no renovable; el tiempo, que es el principal activo de las personas y las sociedades. El tiempo de México, y también el de cada uno de nosotros, se agotan.

Para el presente congreso se presentaron 2,885 propuestas. La  organización del congreso sería imposible sin el apoyo del comité local de San Luis Potosí que participó desde la emisión de la convocatoria para la postulación de la sede en el año 2016. Dicho comité obtuvo la sede por mostrar en su propuesta participación interinstitucional, amplio conocimiento de los fines académicos del COMIE, condiciones para gestionar un evento de amplia magnitud y la posibilidad de contar con un comité local que está dando garantía para el desarrollo de nuestro congreso.

Los tipos de contribuciones que se presentaron son seis: ponencias, simposios, carteles, material videográfico, presentaciones de libro, incluyendo las que se presentaron a la cuarta edición del Encuentro Nacional de Estudiantes de Posgrado en Educación (ENEPE) (tabla 1).

Tabla 1. Contribuciones en el XIV CNIE

Tipo de contribución Contribuciones registradas Dictaminadas Descartadas
Ponencias 2,337 2,181 156
Simposios 75 72 3
Carteles 101 89 12
Material videográfico 14 12 2
Presentaciones de libros 165 142 23
Ponencia ENEPE 193 184 9
Total 2,885 2,680 205

El promedio de aceptación de las contribuciones es de casi un 50%. La creciente participación en el congreso del COMIE refleja un campo que continúa desarrollándose y una comunidad participativa. El congreso significa un espacio de encuentro entre investigadores de diferentes generaciones y actores que participan en el sistema educativo. Así mismo, el congreso ofrece un momento para reflexionar en el papel de la investigación educativa y su relevancia en México.

Finalmente, la producción de saberes tendría que orientar nuestras elecciones, decisiones y acciones; a partir de un papel crítico del conocimiento que perturbe las bases sobre las cuales se abordan los problemas educativos. Y de la misma manera, sostener la reflexión sobre las formas de hacer y pensar de la comunidad  de investigadores. El congreso que terminó este 24 de noviembre representa una apuesta por la inteligencia social para el logro de la democracia, por una inteligencia responsable de base científica, pero también moral.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/42684-2/

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El difícil ejercicio de la autonomía

Por:  Pedro Flores

Il progresso gioca contro la tua ingenuità,

Ma c’è la tua coscienza e prima o poi la spunterà!

Canción: Manichini, Renato Zero (1977)

Permítanme iniciar con una anécdota. Un colega de una universidad, que ocupaba un puesto directivo en un campus alejado de la Ciudad de México, fue cesado pues según le dijeron, él no estaba para pensar, sino para ejecutar. Lo remataron diciéndole que debía obedecer, o sea, no podía contradecir las órdenes del superior. Seguramente, a este colega le irá mejor al desligarse de una administración que impide la libertad de pensar por sí mismo y actuar.

Que una “universidad” busque suprimir la capacidad humana para pensar y actuar racionalmente refleja, por un lado, la profunda contradicción de esa institución de educación superior que, en su publicidad, dice estar orientada por el humanismo y por otro, muestra la difícil que es ejercer la autonomía dentro de nuestra democracia.

Lamentablemente, los ejemplos que ilustran la supresión de la autonomía no solamente se circunscriben al plano individual. Hay grupos como el de los indígenas, el de los jóvenes o el de los maestros que no han podido persuadir al gobierno, a los académicos e “intelectuales” que ellos mismos pueden imaginar y plantearse metas de desarrollo propio y que sólo requieren los espacios para realizar su visión razonada. A fuerza, ciertos grupos hegemónicos han querido imponerles una forma de vida que ellos mismos no comparten del todo. A los indígenas los han tachado de excéntricos o “manipulados”, a los jóvenes de carentes de “valores” y a los maestros de desconfiables cuando cuestionan y hacen valer su voz.

Pero aparte de los individuos y grupos, algunas instituciones que se dicen autónomas no han podido desplegar más ampliamente su potencial reflexivo y autogobierno. Ante las restricciones del presupuesto público, el gobierno central ha sabido cómo restringir la libertad de las instituciones de educación superior (IES) por medio de los marcos de evaluación imperantes. “Si no pasas el checklist de los CIEES (Comités Interinstitucionales de Evaluación de la Educación Superior) o cometes la osadía de cuestionar y no adherirte a los criterios del PNPC (Programa Nacional de Posgrado de Calidad), nomás no habrá recursos y el imaginario social te sancionará por ofrecer, supuestamente, una educación chafa”. Los PNPCzombies son contrarios a un sujeto educado.

El adiestramiento institucional no parece tener relación alguna con la educación de calidad. Es decir, aquella que se sustenta en un reconocimiento pleno de las facultades del individuo y que intenta, por medio del conocimiento y del aprendizaje, que los seres humanos desarrollemos la capacidad de ser independientes para pensar, decidir y actuar de manera razonada y en función de los otros.

La autonomía, hay que enfatizarlo, es radicalmente distinta a la idea de autosuficiencia (“yo las puedo de todas, todas”) y no sugiere que debemos girar ciegamente en torno a nosotros mismos sin considerar la responsabilidad que tenemos con los otros. Es así que una universidad puede ser muy autónoma pero debe rendirle cuentas a la sociedad, un grupo de indígenas puede saber plantearse un estilo de vida diverso pero sin que eso signifique fragmentar a un país o un joven puede abrazar con razón e inquietud la “contracultura”, pero no por eso obtiene el pasaporte para ser violento.

Pero, ¿si esta idea suena tan bien porque pocos la practican? Porque los costos de ser independiente en sociedades con reglas precarias (y anti meritocráticas) son muy altos y muy pocos están dispuestos a pagarlos. Si una escuela ofrece fundamentos para no adscribirse a los programas del Gobierno Federal, es probable que no fluyan los recursos; si un profesor o académico cuestiona sistemáticamente el proceder institucional, será marginado de la toma de decisiones en mayor grado que la voz lisonjera y cortesana; si un intelectual cuestiona con argumentos al caudillo, no habrá becas, premios ni ascensos o si un órgano constitucionalmente autónomo osa enfrentarse abierta y públicamente al oficialismo, puede perder la simpatía del poderoso; como si esto le asegurara su sobrevivencia y eficiencia organizacional.

En México, sigue habiendo profundas dificultades para ejercer la autonomía a nivel individual, escolar, grupal e institucional, pese a los avances democráticos y al admirable esfuerzo de personas que han demostrado que se puede sobresalir aún viviendo “fuera del presupuesto” y que aunque se “muevan, sí salen en la foto”; en la selfie de la decencia, honestidad y rectitud.

Fuente de Artículo:

El difícil ejercicio de la autonomía

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Transparencia en recursos, el gran reto de las universidades: Rectores

Pluma Invitada

Alberto Castañeda

En el marco del  del XIV Congreso Nacional de Investigación Educativa (COMIE) se realizó la conferencia “La Universidad frente a los desafíos en México”, donde diversos directivos de diversas universidades del país, coincidieron en que la transparencia en el manejo de los recursos es el principal desafío que las universidades enfrentan en México.

En su participación, Luis Ernesto Derbez, rector de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP), expuso que la transparencia es el mejor instrumento para la gobernabilidad y particularmente un principio esencial en la educación.

Declaró que en la UDLAP se hace participes a los alumnos en la toma de decisiones de los recursos, así como en el incremento de las cuotas. En este contexto, hizo énfasis en la transparencia de la finanzas de la institución, las cuales pueden ser consultadas por toda la comunidad universitaria.

Por su parte, Marcela Santillán, ex rectora de la Universidad Pedagógica Nacional, dijo que democráticamente la transparencia se institucionalizó. Declaró que en el consejo académico de la UPN existe representación estudiantil y del profesorado y que ahora con la redes sociales se tiene que hacer todo transparente o estas se encargaran de develar cualquier mal manejo.

Mientras tanto, Manuel Fermín Villar Rubio, rector de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí enfatizó, dijo que hablar de autonomía no es hablar de extraterritorialidad. Comentó que al rededor del 85% de los recursos que percibe la universidad son públicos, “somos concientes de larendición de cuentas y tenemos que ser un ejemplo de transparencia para los alumnos”.

Finalmente, el rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Hugo Aboites abordó la situación actual de algunas universidades publicas en el país , ya que muchas de ellas se encuentran al borde de la quiebra. Declaró que esta situación tiene que ver directamente con el estado que ejerció un control político de las instituciones por medio del presupuesto, generando condiciones que dieron como consecuencia la situación en la que se encuentran.

Entre las conclusiones los participantes coincidieron que tanto las universidades públicas y privadas están obligadas a educar y contribuir con soluciones para las problemáticas del país, así como generar egresados que tengan como propósito resolver la desigualdad existente en México.

Fuente del articulo: http://www.educacionfutura.org/transparencia-en-recursos-el-gran-reto-de-las-universidades-rectores/

Fuente de la imagen: http://www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2017/11/MG_0430-2-768×51

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Una perspectiva de la Educación

Por: Arnaldo Esté.

Me llegan informes bien fundados (Encovi, CIE UCV, Memoria Educativa Venezolana y recaudos etnográficos propios) de la situación de la educación formal, tanto en términos estadísticos como de la calidad y características de lo que sucede en las aulas.

La exclusión de estudiantes del sistema educativo (también llamada malévolamente deserción en los informes oficiales para culpar al excluido de su propia tragedia) ha sido un mal tradicional, que por décadas se mantuvo en una media de 12% de un grado a otro. A esa exclusión, que se ha incrementado drásticamente, se ha agregado la exclusión de docentes en todos los niveles y especialidades. Aulas flacas de estudiantes y maestros que tienen que buscar otros destinos.

El discurso político electoral habitualmente aborda la educación en una perspectiva así, cuantitativa, que como vemos es muy grave, pero la reduce a lo que dan encuestas e indicadores. Pero desafortunadamente la educación, que es tal vez la más importante actividad organizada humana, es mucho más que cifras. Pero la tentación es grande y tomarse fotos besando niños con libros o en salones de clase da dividendos electorales.

El hambre y la mengua actual, como males graves e inmediatos, se pueden atender a corto plazo con alimentos y medicinas. Pero una educación de calidad, para la producción y la construcción de una nación, es difícil de lograr pero imprescindible.

La calidad de la educación tiene que ver con la pedagogía. Tiene que ver con lo que ocurre en las aulas, con la interacción que en ellas se logre. La clase tradicional, además de incrementada con esas exclusiones, sigue reducida a lecciones. A una reiterada actuación de los docentes que le otorgan al discurso la magia de producir, de por sí, aprendizajes, lo que bien sabemos es falso. Se aprende interactuando, participando a propósito de problemas que intrigan y propician esa interacción. Esto es cosa muy repetida y con abolengo y se dice en las aulas universitarias, pero no por ello deja de existir. Los docentes siguen dando esas lecciones, de las que queda muy poco.

Hay que profundizar en la democracia educativa, no solo como recurso pedagógico sino también político. El autoritarismo del docente que monopoliza todos los turnos prepara el terreno para los dictadores.

Profundizar en la democracia educativa requiere que ella, la democracia, sea ejercida constantemente propiciando con hechos la formación más que la memorización de informaciones.

La formación atiende al logro de valores y competencias. Valores (dignidad, participación, solidaridad, diversidad, naturaleza…) como grandes referentes necesarios para la toma de decisiones, los proyectos de vida de cada quien y el ejercicio adecuado y ético de las competencias.

Y competencias como el conjunto de saberes, disciplinas, habilidades, destrezas necesarias para el desempeño productivo y creativamente, en contextos sociales y laborales ciertos, ya existentes o necesarios de ser creados.

En este sentido fundamental hay mucho que hacer, y mucho que incorporar a las discusiones y propuestas necesarias para superar esta crisis general.

Fuente artículo: http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/educacion-desastre_212849.

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Queríamos evaluar y terminamos contando: alternativas para la evaluación del trabajo académico (Resumen)

Angélica Buendía∗, Susana García Salord∗, Rocío Grediaga∗, Monique Landesman∗, Roberto Rodríguez-Gómez∗, Norma Rondero∗, Mario Rueda∗, Héctor Vera∗

Introducción

Una de las políticas públicas de mayor impacto y continuidad para orientar, regular e incentivar el desempeño del personal académico de tiempo completo en las universidades públicas del país está sustentada en los programas de estímulo a la productividad, los cuales surgieron con el propósito de mejorar la calidad de la educación superior universitaria. El supuesto básico de estas políticas asoció los incentivos económicos con el impulso al personal académico para obtener posgrados, atender las tareas involucradas en la formación docente y participar en los programas institucionales de investigación y difusión.

En los programas de estímulo subyace un efecto de agregación: si la mayor parte de la planta académica de tiempo completo cumple con los requisitos establecidos, el resultado debería ser el logro de la calidad esperada. En esencia, están orientados a premiar, mediante cuotas de sobresueldo, la productividad académica expresada básicamente en el número y la calidad de los productos de investigación, así como la actividad docente, medida por el número de asignaturas, tutorías y tesis dirigidas. Estos programas de estímulos representan, así, una fórmula de pago por méritos.

Aunque los múltiples programas de estímulos coinciden en ciertos rasgos, difieren en aspectos como el monto del sobresueldo asignado, los requisitos a cumplir y los procedimientos de evaluación correspondientes. En su origen, cumplían principalmente una función compensatoria del deterioro salarial ocurrido en la década de los ochenta, y su intención era retener en las universidades al personal de mayor calificación. En la actualidad operan como un segundo régimen y tabulador que gobierna el trabajo académico en las instituciones. Aunque conservan su carácter voluntario para los profesores e investigadores, es un hecho que por su implicación en el ingreso económico, la mayor parte del personal académico de tiempo completo, a gusto o disgusto, acude a su convocatoria.

Como la asignación de las categorías, previa evaluación es por periodos determinados, los aspirantes pueden ascender, conservar la categoría o descender. Esta condición se traduce en una presión continua para enfocar la actividad individual a la acumulación de tareas y productos contemplados en los protocolos y reglas operativas. De esta manera, los estímulos se han consolidado e institucionalizado como rutas de la trayectoria académica y profesional del personal académico generando un orden donde son prioridad el trabajo individual, el enfoque de competitividad de tareas y resultados, la producción documentable, y el uso del tiempo de trabajo en las actividades que acreditan la satisfacción de requisitos.

Se trata de una racionalidad meritocrática, que tiende a desplazar a otras lógicas académicas, principalmente aquellas relacionadas con la simple satisfacción de contribuir, desde la vocación, la responsabilidad y el compromiso compartido, a los ejes centrales de la misión universitaria: formar estudiantes, generar bienes de conocimiento y cultura, y participar en su difusión social. La tensión entre ambas racionalidades —académica e instrumental— explica la aparente paradoja entre el éxito de la política asociada con los programas de estímulo (su permanencia, su progresiva extensión en el ámbito de la educación superior pública y su amplia capacidad de convocatoria) y las críticas que diversos actores, como especialistas, responsables de la instrumentación e incluso los propios académicos, han repetido prácticamente desde sus inicios.

Antecedentes de los programas de evaluación del trabajo académico

A mediados de la década de 1980, se implementaron una serie de políticas públicas relacionadas con la educación superior cuyo propósito era orientar su conducción a través de diferentes programas e instrumentos de evaluación del trabajo académico, que se incorporaron paulatinamente en las instituciones. Su origen se fundamentó en el pago por mérito asociado a la evaluación, visto como la única vía para mejorar las deterioradas condiciones de los académicos de carrera —es decir, se dirigen únicamente a un sector de la profesión académica: aproximadamente el 30 por ciento del total.

El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) ha sido el programa más visible de estas políticas; fue el primero que buscaba paliar los efectos de las crisis económicas, así como contribuir a retener a los investigadores de las instituciones públicas y a fortalecer la investigación. En su diseño participaron académicos de la UNAM y del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, además de miembros de la Academia de la Investigación Científica (actualmente Academia Mexicana de Ciencias), que estaban ubicados en puestos clave y que para crear el SNI actuaron ante la coyuntura de la crisis de las finanzas públicas de 1982. El sistema que consiguió articularse estaba limitado a los investigadores, era externo a las instituciones y planteó criterios propios de selección. El SNI representó el primer mecanismo de alcance nacional de reconocimiento y retribución a los académicos, basado en el desempeño.

En paralelo al SNI, la Secretaría de Educación Pública, en colaboración con ANUIES, puso en marcha programas basados en fondos extraordinarios concursables para las universidades públicas, que implicaban también procesos de evaluación individual. Este fue el caso del Programa Nacional de Superación del Personal Académico (Supera), el Programa de Mejoramiento del Profesorado (Promep, hoy Prodep), y el Programa de Estímulos al Personal Docente.

Esto ha conducido a que no sólo en el ámbito de los estímulos al personal académico, la educación superior en México se caracterice por ser un sistema dual, en el que operan políticas diferenciadas que no han alcanzado su adecuada articulación. Por una parte, se encuentra el sector de la educación superior universitaria y tecnológica, que responde a las políticas delineadas por la Subsecretaría de Educación Superior, de la SEP. Por la otra, está el sector del posgrado y la investigación científico-tecnológica, cuyas políticas son delineadas y operadas por el Conacyt.

Efectos del actual sistema de evaluación

Aunque las políticas buscaban instaurar una cultura de la evaluación, lo que los distintos programas de evaluación generaron fue un aparato burocrático dedicado al recuento curricular. Aunque no exento de algunas virtudes, ese resultado no instituyó prácticas que les permitieran a los evaluados contar con guías y retroalimentación para mejorar su quehacer profesional; lejos de ello, los académicos se toparon con pesados aparatos administrativos que los empujaban a producir más, sin que hubiera modelos que especificaran el sentido y los estándares de calidad de sus actividades docentes y de investigación. En resumen, se implementó, un sistema de recompensas para quienes entregaran cierto tipo de productos y no una evaluación que los orientara para ser mejores académicos.

Los programas en curso, más que hacer una evaluación académica, han institucionalizado el recuento curricular, pues no cumplen con la función de valorar integralmente el aporte de los resultados a la acumulación de conocimientos, la calidad en la formación de recursos humanos ni la retroalimentan a los evaluados para que los resultados les permitan mejorar su desempeño. Los programas miden lo que se puede medir, no lo que se requiere sistematizar para promover la calidad de las actividades académicas. Es más fácil contar las publicaciones que evaluar los resultados de las labores docentes, por lo que éstas se han menospreciado entre los indicadores, minimizando el esfuerzo que los académicos destinan a ellas. La evaluación actual ha llegado a confundir el indicador con el trabajo que “cuenta”, pero no valora, reconoce o retroalimenta, más bien segmenta y etiqueta desempeños individuales, disociándolos de los objetivos de desarrollo institucional. Esta condición genera, a su vez, que los programas sobrevaloren ciertas actividades sobre otras —por ejemplo, investigación por encima de la docencia, la difusión de la cultura y la vinculación social— sin analizar los aportes y su calidad en el marco de los campos de conocimiento o institucionales, el tipo de resultados, las tradiciones disciplinarias y la etapa de la trayectoria de los sujetos evaluados.

Por otro lado, los programas actuales, más que instancias que busquen mejorar los resultados de académicos e instituciones, parecen mecanismos de supervisión y control, basados en la desconfianza mutua entre gobierno e instituciones, y entre las instituciones y sus académicos.

Dada la multiplicación de programas, la frecuencia de las evaluaciones, la diversidad de formatos, el tipo de requisitos y el incesante incremento del número de instituciones, programas y académicos a evaluar, los académicos —especialmente los más reconocidos— cuando fungen como evaluadores destinan una parte importante de su tiempo, concentración y energía a procesos rutinarios. De igual forma, los evaluados consumen también una gran cantidad tiempo para cubrir los requisitos y proporcionar las evidencias solicitadas.

La periodicidad y cantidad de los programas de evaluación desalienta los trabajos de investigación de largo plazo, que frecuentemente son desplazados por proyectos de corto alcance. Esto ha conducido a la institucionalización de vicios y simulaciones, promoviendo un productivismo sin impacto organizacional ni disciplinario que se asocia directamente con la búsqueda de recursos económicos adicionales.

La evaluación del trabajo académico afecta más directamente a una minoría selecta de instituciones y académicos. Los graves problemas de los profesores de tiempo parcial se han atendido poco, porque en general se hace énfasis en la investigación y en la diversidad de actividades y funciones que sólo realizan los académicos de tiempo completo. En la mayoría de las instituciones de educación superior la desatención a la evaluación del trabajo académico de un extenso grupo de profesores de tiempo parcial que sostienen la docencia en un alto porcentaje —sobre todo a nivel de licenciatura— ha ampliado la brecha en las condiciones laborales y los ingresos entre los profesores de tiempo completo y los de tiempo parcial. Además, las repercusiones de los premios, “estrellas” y “medallitas” de los distintos programas son inequitativos y estratifican a los académicos, quienes compiten en desigualdad de condiciones para alcanzar los indicadores, debido a las diferencias en términos contractuales, en condiciones formativas y en apoyo institucional.

Resulta igualmente pertinente mencionar dos situaciones económicas vinculadas con las evaluaciones: los salarios y la jubilación. En el primer caso, se ha desatendido la discusión del tema central de los salarios dignos, pretendiendo que con la incorporación de remuneraciones no salariales se resuelve el problema de recuperar los ingresos y se logra estabilidad para garantizar la autonomía necesaria para producir conocimiento y formar los recursos que se requieren para el desarrollo social. Al no encarar la discusión en los salarios base, se desvía la atención hacia medidas parciales en vez de concentrarse en la búsqueda de mejores condiciones de trabajo para los miembros de la profesión académica. Por otra parte, los programas de recompensas han contribuido a obstaculizar el retiro de los académicos. Esto en la medida en que los estímulos representan un alto porcentaje del ingreso, pero no repercuten en el monto de la jubilación ni en otras prestaciones. La planta académica se ha envejecido, lo cual, sumado a las restricciones presupuestales para la creación de nuevas plazas, dificulta la renovación de la planta académica y propicia el desempleo de los egresados de los programas de posgrado, que por su expansión son un número cada vez mayor. Por consiguiente, los procedimientos de evaluación en curso han afectado el relevo generacional.

Una propuesta para transformar la evaluación del trabajo académico

Podemos afirmar que las evaluaciones que hoy se realizan en el marco de los diferentes programas de incentivos no cumplen con varios de los requisitos esenciales en cualquier proceso de evaluación académica:

  • que la evaluación tenga la finalidad de promover el desarrollo de los evaluados y no la de premiar o castigar;
  • que los evaluadores emitan recomendaciones que aporten a mejorar los resultados y a propiciar la confluencia entre los objetivos de las trayectorias personales y las metas de las instituciones en que se participa;
  • que los criterios de evaluación respondan a las particularidades de lo que se evalúa y que consideren las múltiples dimensiones del trabajo académico;
  • que las reglas y los procedimientos sean explícitos y claros para todos los participantes (por ejemplo, las reglas para subir o bajar de nivel en un programa de estímulos o escalafón);
  • que los resultados sean transparentes;
  • que existan recursos de revisión.

Nuestra propuesta para mejorar las evaluaciones del trabajo académico es establecer a la evaluación como una estrategia institucional de valoración sistemática del trabajo global que realiza cada académico en pro del cumplimiento de los objetivos institucionales y del desarrollo del conocimiento en su campo de especialización. Se trata de abrirle paso a la función diagnóstica y formativa, propia de la evaluación académica, cuyo propósito central es la mejora sistemática de los procesos de trabajo, la superación continua de las personas, los grupos y las instituciones encargadas de llevarlos a cabo.

Para esto proponemos reemplazar el recuento curricular por una evaluación académica concebida como una evaluación diagnóstica, no centrada exclusivamente en los productos sino en el análisis integral de los procesos de trabajo, con la intención de identificar: los objetos de trabajo y los propósitos que cada académico se planteó; los retos y las dificultades que encontró y las formas de resolverlos; los recursos de que dispuso y el tiempo que invirtió; los avances y aportes que logró en distintos ámbitos; los puntos vulnerables y los pendientes que restan por encarar; los intereses y preocupaciones que surgieron y pretende trabajar, y sus necesidades de superación académica.

La evaluación diagnóstica será una evaluación formativa en la medida en que se lleve a cabo como un ejercicio de reflexión colegiada, de retroalimentación y de intercambio informado entre colegas que asumen el papel de interlocutores y no de jueces. Y, ciertamente, dicho potencial será una realidad en la medida en que el proceso de evaluación cuente con la participación activa y comprometida de evaluados y evaluadores.

Proponemos, pues, propiciar el tránsito hacia la evaluación diagnóstica y formativa. Se pueden introducir cambios significativos en la medida en que el recuento curricular periódico de los productos se inscriba en la evaluación y autoevaluación de los procesos, entendidas como apreciaciones integrales del trabajo en las que se toma en cuenta el proyecto institucional, las condiciones objetivas en las que se realiza el trabajo, el tipo de nombramiento de cada académico, la disciplina de referencia, el momento de la trayectoria individual, la edad y el género.

Este tipo de evaluación tendría lugar en los grupos, equipos o unidades de adscripción más próximos, donde el académico realiza su trabajo cotidiano. Sus instrumentos serían el plan de trabajo y el informe de actividades anuales, y todo el proceso de evaluación estaría a cargo de los mismos involucrados. Los resultados de la evaluación se presentarían en el cuerpo colegiado de la institución encargado de dictaminar los planes e informes anuales de todos los académicos.

Para realizar una valoración integral de los expedientes proponemos que —al margen de que se trate de un programa de incentivos, de becas o de una evaluación colegiada del trabajo individual, en el interior de un grupo o de un equipo— el resultado de la evaluación sea una apreciación global del trabajo de cada académico, en la que consten en breve dos cuestiones: 1) un balance general que valore la calidad del trabajo realizado en función de la trayectoria del académico, las condiciones institucionales y personales de trabajo, apoyado en los productos reportados; 2) sugerencias que, a modo de retroalimentación, le permitan al académico hacer los ajustes necesarios para reorientar su plan de trabajo hacia el logro de un mejor desempeño.

De la misma manera, independientemente de la modalidad de evaluación de que se trate, siempre deberá garantizarse el derecho al recurso de revisión y a solicitar, según el caso, una nueva evaluación a cargo de evaluadores distintos de los que emitieron el primer resultado.

Cabe mencionar aquí otra ausencia notoria en las modalidades de evaluación vigentes: la evaluación de la evaluación, que incluya tanto el trabajo de los evaluadores como el funcionamiento y resultados de la aplicación de los programas mismos. Para ello, es conveniente establecer criterios y procedimientos claros. Se podrían tomar en cuenta, entre otras cosas, las horas que requiere, la cantidad de expedientes a cargo de cada evaluador, la dinámica de trabajo de las comisiones dictaminadoras, el tipo de dificultades más frecuentes, los índices de aprobación y rechazo, el contenido y el número de las solicitudes de revisión, las valoraciones de los académicos sobre el proceso y el grado de avance en los objetivos planteados. A partir de esto se harían los ajustes que se consideren necesarios para las siguientes evaluaciones.

Dada la gran cantidad de expedientes que típicamente hay que atender, haría falta estimar con mayor seriedad el número necesario de evaluadores en función del tiempo real que exige la evaluación rigurosa de cada expediente. No es recomendable recargar a los evaluadores con un número excesivo de expedientes, como sucede en la actualidad. Es deseable que los evaluadores sean elegidos por los profesores de las unidades académicas de una lista de sus pares, y que éstos no sean las autoridades de la institución. Finalmente, cabe recordar que el nivel alcanzado en los programas de estímulos —sean del SNI o de algún otro—, no representa un criterio que garantice ser un buen evaluador.

Conclusión

Cualquier intento por mejorar sustancialmente los procesos de evaluación del trabajo académico tendrá que afrontar el problema medular de que hoy la evaluación está unida a la administración de los ingresos económicos de los académicos en forma de estímulos y sobresueldos. Esto hace que sea urgente poner sobre la mesa de discusión la necesidad de un salario base digno y suficiente para todos los académicos.

La presente propuesta representa un acercamiento para atender las limitaciones y los efectos de los actuales programas de estímulos y pretende ofrecer a las instituciones de educación superior un nuevo horizonte de referencia para la transformación de la evaluación de sus académicos. Se trata de transitar del recuento curricular a la evaluación diagnóstica y formativa, introduciendo nuevos fundamentos y criterios en los programas vigentes. Las virtudes de nuestra propuesta son la construcción de un sistema real de evaluación que sea equitativo y transparente, que fomente la participación de los académicos en el proceso, que esté articulado a un proyecto institucional, que permita mejorar la calidad de las prácticas académicas y que respete la heterogeneidad de las instituciones, sus posibilidades reales de cambio, la diversidad de disciplinas y trayectorias. También pretende simplificar la maquinaria burocrática que participa en las evaluaciones, evitar las contradicciones entre los distintos mecanismos vigentes, contribuir a la autonomía de las instituciones y reducir el costo en trabajo y dinero de los procesos. Nuestro objetivo, en última instancia, es presentar sugerencias, criterios y cuestiones de carácter operativo para avanzar en la implementación de la propuesta general, que cada institución adaptaría a sus características específicas.

Fuente del Artículo:

Queríamos evaluar y terminamos contando: alternativas para la evaluación del trabajo académico (Resumen)

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