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Transparencia en recursos, el gran reto de las universidades: Rectores

Pluma Invitada

Alberto Castañeda

En el marco del  del XIV Congreso Nacional de Investigación Educativa (COMIE) se realizó la conferencia “La Universidad frente a los desafíos en México”, donde diversos directivos de diversas universidades del país, coincidieron en que la transparencia en el manejo de los recursos es el principal desafío que las universidades enfrentan en México.

En su participación, Luis Ernesto Derbez, rector de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP), expuso que la transparencia es el mejor instrumento para la gobernabilidad y particularmente un principio esencial en la educación.

Declaró que en la UDLAP se hace participes a los alumnos en la toma de decisiones de los recursos, así como en el incremento de las cuotas. En este contexto, hizo énfasis en la transparencia de la finanzas de la institución, las cuales pueden ser consultadas por toda la comunidad universitaria.

Por su parte, Marcela Santillán, ex rectora de la Universidad Pedagógica Nacional, dijo que democráticamente la transparencia se institucionalizó. Declaró que en el consejo académico de la UPN existe representación estudiantil y del profesorado y que ahora con la redes sociales se tiene que hacer todo transparente o estas se encargaran de develar cualquier mal manejo.

Mientras tanto, Manuel Fermín Villar Rubio, rector de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí enfatizó, dijo que hablar de autonomía no es hablar de extraterritorialidad. Comentó que al rededor del 85% de los recursos que percibe la universidad son públicos, “somos concientes de larendición de cuentas y tenemos que ser un ejemplo de transparencia para los alumnos”.

Finalmente, el rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Hugo Aboites abordó la situación actual de algunas universidades publicas en el país , ya que muchas de ellas se encuentran al borde de la quiebra. Declaró que esta situación tiene que ver directamente con el estado que ejerció un control político de las instituciones por medio del presupuesto, generando condiciones que dieron como consecuencia la situación en la que se encuentran.

Entre las conclusiones los participantes coincidieron que tanto las universidades públicas y privadas están obligadas a educar y contribuir con soluciones para las problemáticas del país, así como generar egresados que tengan como propósito resolver la desigualdad existente en México.

Fuente del articulo: http://www.educacionfutura.org/transparencia-en-recursos-el-gran-reto-de-las-universidades-rectores/

Fuente de la imagen: http://www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2017/11/MG_0430-2-768×51

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Una perspectiva de la Educación

Por: Arnaldo Esté.

Me llegan informes bien fundados (Encovi, CIE UCV, Memoria Educativa Venezolana y recaudos etnográficos propios) de la situación de la educación formal, tanto en términos estadísticos como de la calidad y características de lo que sucede en las aulas.

La exclusión de estudiantes del sistema educativo (también llamada malévolamente deserción en los informes oficiales para culpar al excluido de su propia tragedia) ha sido un mal tradicional, que por décadas se mantuvo en una media de 12% de un grado a otro. A esa exclusión, que se ha incrementado drásticamente, se ha agregado la exclusión de docentes en todos los niveles y especialidades. Aulas flacas de estudiantes y maestros que tienen que buscar otros destinos.

El discurso político electoral habitualmente aborda la educación en una perspectiva así, cuantitativa, que como vemos es muy grave, pero la reduce a lo que dan encuestas e indicadores. Pero desafortunadamente la educación, que es tal vez la más importante actividad organizada humana, es mucho más que cifras. Pero la tentación es grande y tomarse fotos besando niños con libros o en salones de clase da dividendos electorales.

El hambre y la mengua actual, como males graves e inmediatos, se pueden atender a corto plazo con alimentos y medicinas. Pero una educación de calidad, para la producción y la construcción de una nación, es difícil de lograr pero imprescindible.

La calidad de la educación tiene que ver con la pedagogía. Tiene que ver con lo que ocurre en las aulas, con la interacción que en ellas se logre. La clase tradicional, además de incrementada con esas exclusiones, sigue reducida a lecciones. A una reiterada actuación de los docentes que le otorgan al discurso la magia de producir, de por sí, aprendizajes, lo que bien sabemos es falso. Se aprende interactuando, participando a propósito de problemas que intrigan y propician esa interacción. Esto es cosa muy repetida y con abolengo y se dice en las aulas universitarias, pero no por ello deja de existir. Los docentes siguen dando esas lecciones, de las que queda muy poco.

Hay que profundizar en la democracia educativa, no solo como recurso pedagógico sino también político. El autoritarismo del docente que monopoliza todos los turnos prepara el terreno para los dictadores.

Profundizar en la democracia educativa requiere que ella, la democracia, sea ejercida constantemente propiciando con hechos la formación más que la memorización de informaciones.

La formación atiende al logro de valores y competencias. Valores (dignidad, participación, solidaridad, diversidad, naturaleza…) como grandes referentes necesarios para la toma de decisiones, los proyectos de vida de cada quien y el ejercicio adecuado y ético de las competencias.

Y competencias como el conjunto de saberes, disciplinas, habilidades, destrezas necesarias para el desempeño productivo y creativamente, en contextos sociales y laborales ciertos, ya existentes o necesarios de ser creados.

En este sentido fundamental hay mucho que hacer, y mucho que incorporar a las discusiones y propuestas necesarias para superar esta crisis general.

Fuente artículo: http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/educacion-desastre_212849.

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Queríamos evaluar y terminamos contando: alternativas para la evaluación del trabajo académico (Resumen)

Angélica Buendía∗, Susana García Salord∗, Rocío Grediaga∗, Monique Landesman∗, Roberto Rodríguez-Gómez∗, Norma Rondero∗, Mario Rueda∗, Héctor Vera∗

Introducción

Una de las políticas públicas de mayor impacto y continuidad para orientar, regular e incentivar el desempeño del personal académico de tiempo completo en las universidades públicas del país está sustentada en los programas de estímulo a la productividad, los cuales surgieron con el propósito de mejorar la calidad de la educación superior universitaria. El supuesto básico de estas políticas asoció los incentivos económicos con el impulso al personal académico para obtener posgrados, atender las tareas involucradas en la formación docente y participar en los programas institucionales de investigación y difusión.

En los programas de estímulo subyace un efecto de agregación: si la mayor parte de la planta académica de tiempo completo cumple con los requisitos establecidos, el resultado debería ser el logro de la calidad esperada. En esencia, están orientados a premiar, mediante cuotas de sobresueldo, la productividad académica expresada básicamente en el número y la calidad de los productos de investigación, así como la actividad docente, medida por el número de asignaturas, tutorías y tesis dirigidas. Estos programas de estímulos representan, así, una fórmula de pago por méritos.

Aunque los múltiples programas de estímulos coinciden en ciertos rasgos, difieren en aspectos como el monto del sobresueldo asignado, los requisitos a cumplir y los procedimientos de evaluación correspondientes. En su origen, cumplían principalmente una función compensatoria del deterioro salarial ocurrido en la década de los ochenta, y su intención era retener en las universidades al personal de mayor calificación. En la actualidad operan como un segundo régimen y tabulador que gobierna el trabajo académico en las instituciones. Aunque conservan su carácter voluntario para los profesores e investigadores, es un hecho que por su implicación en el ingreso económico, la mayor parte del personal académico de tiempo completo, a gusto o disgusto, acude a su convocatoria.

Como la asignación de las categorías, previa evaluación es por periodos determinados, los aspirantes pueden ascender, conservar la categoría o descender. Esta condición se traduce en una presión continua para enfocar la actividad individual a la acumulación de tareas y productos contemplados en los protocolos y reglas operativas. De esta manera, los estímulos se han consolidado e institucionalizado como rutas de la trayectoria académica y profesional del personal académico generando un orden donde son prioridad el trabajo individual, el enfoque de competitividad de tareas y resultados, la producción documentable, y el uso del tiempo de trabajo en las actividades que acreditan la satisfacción de requisitos.

Se trata de una racionalidad meritocrática, que tiende a desplazar a otras lógicas académicas, principalmente aquellas relacionadas con la simple satisfacción de contribuir, desde la vocación, la responsabilidad y el compromiso compartido, a los ejes centrales de la misión universitaria: formar estudiantes, generar bienes de conocimiento y cultura, y participar en su difusión social. La tensión entre ambas racionalidades —académica e instrumental— explica la aparente paradoja entre el éxito de la política asociada con los programas de estímulo (su permanencia, su progresiva extensión en el ámbito de la educación superior pública y su amplia capacidad de convocatoria) y las críticas que diversos actores, como especialistas, responsables de la instrumentación e incluso los propios académicos, han repetido prácticamente desde sus inicios.

Antecedentes de los programas de evaluación del trabajo académico

A mediados de la década de 1980, se implementaron una serie de políticas públicas relacionadas con la educación superior cuyo propósito era orientar su conducción a través de diferentes programas e instrumentos de evaluación del trabajo académico, que se incorporaron paulatinamente en las instituciones. Su origen se fundamentó en el pago por mérito asociado a la evaluación, visto como la única vía para mejorar las deterioradas condiciones de los académicos de carrera —es decir, se dirigen únicamente a un sector de la profesión académica: aproximadamente el 30 por ciento del total.

El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) ha sido el programa más visible de estas políticas; fue el primero que buscaba paliar los efectos de las crisis económicas, así como contribuir a retener a los investigadores de las instituciones públicas y a fortalecer la investigación. En su diseño participaron académicos de la UNAM y del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, además de miembros de la Academia de la Investigación Científica (actualmente Academia Mexicana de Ciencias), que estaban ubicados en puestos clave y que para crear el SNI actuaron ante la coyuntura de la crisis de las finanzas públicas de 1982. El sistema que consiguió articularse estaba limitado a los investigadores, era externo a las instituciones y planteó criterios propios de selección. El SNI representó el primer mecanismo de alcance nacional de reconocimiento y retribución a los académicos, basado en el desempeño.

En paralelo al SNI, la Secretaría de Educación Pública, en colaboración con ANUIES, puso en marcha programas basados en fondos extraordinarios concursables para las universidades públicas, que implicaban también procesos de evaluación individual. Este fue el caso del Programa Nacional de Superación del Personal Académico (Supera), el Programa de Mejoramiento del Profesorado (Promep, hoy Prodep), y el Programa de Estímulos al Personal Docente.

Esto ha conducido a que no sólo en el ámbito de los estímulos al personal académico, la educación superior en México se caracterice por ser un sistema dual, en el que operan políticas diferenciadas que no han alcanzado su adecuada articulación. Por una parte, se encuentra el sector de la educación superior universitaria y tecnológica, que responde a las políticas delineadas por la Subsecretaría de Educación Superior, de la SEP. Por la otra, está el sector del posgrado y la investigación científico-tecnológica, cuyas políticas son delineadas y operadas por el Conacyt.

Efectos del actual sistema de evaluación

Aunque las políticas buscaban instaurar una cultura de la evaluación, lo que los distintos programas de evaluación generaron fue un aparato burocrático dedicado al recuento curricular. Aunque no exento de algunas virtudes, ese resultado no instituyó prácticas que les permitieran a los evaluados contar con guías y retroalimentación para mejorar su quehacer profesional; lejos de ello, los académicos se toparon con pesados aparatos administrativos que los empujaban a producir más, sin que hubiera modelos que especificaran el sentido y los estándares de calidad de sus actividades docentes y de investigación. En resumen, se implementó, un sistema de recompensas para quienes entregaran cierto tipo de productos y no una evaluación que los orientara para ser mejores académicos.

Los programas en curso, más que hacer una evaluación académica, han institucionalizado el recuento curricular, pues no cumplen con la función de valorar integralmente el aporte de los resultados a la acumulación de conocimientos, la calidad en la formación de recursos humanos ni la retroalimentan a los evaluados para que los resultados les permitan mejorar su desempeño. Los programas miden lo que se puede medir, no lo que se requiere sistematizar para promover la calidad de las actividades académicas. Es más fácil contar las publicaciones que evaluar los resultados de las labores docentes, por lo que éstas se han menospreciado entre los indicadores, minimizando el esfuerzo que los académicos destinan a ellas. La evaluación actual ha llegado a confundir el indicador con el trabajo que “cuenta”, pero no valora, reconoce o retroalimenta, más bien segmenta y etiqueta desempeños individuales, disociándolos de los objetivos de desarrollo institucional. Esta condición genera, a su vez, que los programas sobrevaloren ciertas actividades sobre otras —por ejemplo, investigación por encima de la docencia, la difusión de la cultura y la vinculación social— sin analizar los aportes y su calidad en el marco de los campos de conocimiento o institucionales, el tipo de resultados, las tradiciones disciplinarias y la etapa de la trayectoria de los sujetos evaluados.

Por otro lado, los programas actuales, más que instancias que busquen mejorar los resultados de académicos e instituciones, parecen mecanismos de supervisión y control, basados en la desconfianza mutua entre gobierno e instituciones, y entre las instituciones y sus académicos.

Dada la multiplicación de programas, la frecuencia de las evaluaciones, la diversidad de formatos, el tipo de requisitos y el incesante incremento del número de instituciones, programas y académicos a evaluar, los académicos —especialmente los más reconocidos— cuando fungen como evaluadores destinan una parte importante de su tiempo, concentración y energía a procesos rutinarios. De igual forma, los evaluados consumen también una gran cantidad tiempo para cubrir los requisitos y proporcionar las evidencias solicitadas.

La periodicidad y cantidad de los programas de evaluación desalienta los trabajos de investigación de largo plazo, que frecuentemente son desplazados por proyectos de corto alcance. Esto ha conducido a la institucionalización de vicios y simulaciones, promoviendo un productivismo sin impacto organizacional ni disciplinario que se asocia directamente con la búsqueda de recursos económicos adicionales.

La evaluación del trabajo académico afecta más directamente a una minoría selecta de instituciones y académicos. Los graves problemas de los profesores de tiempo parcial se han atendido poco, porque en general se hace énfasis en la investigación y en la diversidad de actividades y funciones que sólo realizan los académicos de tiempo completo. En la mayoría de las instituciones de educación superior la desatención a la evaluación del trabajo académico de un extenso grupo de profesores de tiempo parcial que sostienen la docencia en un alto porcentaje —sobre todo a nivel de licenciatura— ha ampliado la brecha en las condiciones laborales y los ingresos entre los profesores de tiempo completo y los de tiempo parcial. Además, las repercusiones de los premios, “estrellas” y “medallitas” de los distintos programas son inequitativos y estratifican a los académicos, quienes compiten en desigualdad de condiciones para alcanzar los indicadores, debido a las diferencias en términos contractuales, en condiciones formativas y en apoyo institucional.

Resulta igualmente pertinente mencionar dos situaciones económicas vinculadas con las evaluaciones: los salarios y la jubilación. En el primer caso, se ha desatendido la discusión del tema central de los salarios dignos, pretendiendo que con la incorporación de remuneraciones no salariales se resuelve el problema de recuperar los ingresos y se logra estabilidad para garantizar la autonomía necesaria para producir conocimiento y formar los recursos que se requieren para el desarrollo social. Al no encarar la discusión en los salarios base, se desvía la atención hacia medidas parciales en vez de concentrarse en la búsqueda de mejores condiciones de trabajo para los miembros de la profesión académica. Por otra parte, los programas de recompensas han contribuido a obstaculizar el retiro de los académicos. Esto en la medida en que los estímulos representan un alto porcentaje del ingreso, pero no repercuten en el monto de la jubilación ni en otras prestaciones. La planta académica se ha envejecido, lo cual, sumado a las restricciones presupuestales para la creación de nuevas plazas, dificulta la renovación de la planta académica y propicia el desempleo de los egresados de los programas de posgrado, que por su expansión son un número cada vez mayor. Por consiguiente, los procedimientos de evaluación en curso han afectado el relevo generacional.

Una propuesta para transformar la evaluación del trabajo académico

Podemos afirmar que las evaluaciones que hoy se realizan en el marco de los diferentes programas de incentivos no cumplen con varios de los requisitos esenciales en cualquier proceso de evaluación académica:

  • que la evaluación tenga la finalidad de promover el desarrollo de los evaluados y no la de premiar o castigar;
  • que los evaluadores emitan recomendaciones que aporten a mejorar los resultados y a propiciar la confluencia entre los objetivos de las trayectorias personales y las metas de las instituciones en que se participa;
  • que los criterios de evaluación respondan a las particularidades de lo que se evalúa y que consideren las múltiples dimensiones del trabajo académico;
  • que las reglas y los procedimientos sean explícitos y claros para todos los participantes (por ejemplo, las reglas para subir o bajar de nivel en un programa de estímulos o escalafón);
  • que los resultados sean transparentes;
  • que existan recursos de revisión.

Nuestra propuesta para mejorar las evaluaciones del trabajo académico es establecer a la evaluación como una estrategia institucional de valoración sistemática del trabajo global que realiza cada académico en pro del cumplimiento de los objetivos institucionales y del desarrollo del conocimiento en su campo de especialización. Se trata de abrirle paso a la función diagnóstica y formativa, propia de la evaluación académica, cuyo propósito central es la mejora sistemática de los procesos de trabajo, la superación continua de las personas, los grupos y las instituciones encargadas de llevarlos a cabo.

Para esto proponemos reemplazar el recuento curricular por una evaluación académica concebida como una evaluación diagnóstica, no centrada exclusivamente en los productos sino en el análisis integral de los procesos de trabajo, con la intención de identificar: los objetos de trabajo y los propósitos que cada académico se planteó; los retos y las dificultades que encontró y las formas de resolverlos; los recursos de que dispuso y el tiempo que invirtió; los avances y aportes que logró en distintos ámbitos; los puntos vulnerables y los pendientes que restan por encarar; los intereses y preocupaciones que surgieron y pretende trabajar, y sus necesidades de superación académica.

La evaluación diagnóstica será una evaluación formativa en la medida en que se lleve a cabo como un ejercicio de reflexión colegiada, de retroalimentación y de intercambio informado entre colegas que asumen el papel de interlocutores y no de jueces. Y, ciertamente, dicho potencial será una realidad en la medida en que el proceso de evaluación cuente con la participación activa y comprometida de evaluados y evaluadores.

Proponemos, pues, propiciar el tránsito hacia la evaluación diagnóstica y formativa. Se pueden introducir cambios significativos en la medida en que el recuento curricular periódico de los productos se inscriba en la evaluación y autoevaluación de los procesos, entendidas como apreciaciones integrales del trabajo en las que se toma en cuenta el proyecto institucional, las condiciones objetivas en las que se realiza el trabajo, el tipo de nombramiento de cada académico, la disciplina de referencia, el momento de la trayectoria individual, la edad y el género.

Este tipo de evaluación tendría lugar en los grupos, equipos o unidades de adscripción más próximos, donde el académico realiza su trabajo cotidiano. Sus instrumentos serían el plan de trabajo y el informe de actividades anuales, y todo el proceso de evaluación estaría a cargo de los mismos involucrados. Los resultados de la evaluación se presentarían en el cuerpo colegiado de la institución encargado de dictaminar los planes e informes anuales de todos los académicos.

Para realizar una valoración integral de los expedientes proponemos que —al margen de que se trate de un programa de incentivos, de becas o de una evaluación colegiada del trabajo individual, en el interior de un grupo o de un equipo— el resultado de la evaluación sea una apreciación global del trabajo de cada académico, en la que consten en breve dos cuestiones: 1) un balance general que valore la calidad del trabajo realizado en función de la trayectoria del académico, las condiciones institucionales y personales de trabajo, apoyado en los productos reportados; 2) sugerencias que, a modo de retroalimentación, le permitan al académico hacer los ajustes necesarios para reorientar su plan de trabajo hacia el logro de un mejor desempeño.

De la misma manera, independientemente de la modalidad de evaluación de que se trate, siempre deberá garantizarse el derecho al recurso de revisión y a solicitar, según el caso, una nueva evaluación a cargo de evaluadores distintos de los que emitieron el primer resultado.

Cabe mencionar aquí otra ausencia notoria en las modalidades de evaluación vigentes: la evaluación de la evaluación, que incluya tanto el trabajo de los evaluadores como el funcionamiento y resultados de la aplicación de los programas mismos. Para ello, es conveniente establecer criterios y procedimientos claros. Se podrían tomar en cuenta, entre otras cosas, las horas que requiere, la cantidad de expedientes a cargo de cada evaluador, la dinámica de trabajo de las comisiones dictaminadoras, el tipo de dificultades más frecuentes, los índices de aprobación y rechazo, el contenido y el número de las solicitudes de revisión, las valoraciones de los académicos sobre el proceso y el grado de avance en los objetivos planteados. A partir de esto se harían los ajustes que se consideren necesarios para las siguientes evaluaciones.

Dada la gran cantidad de expedientes que típicamente hay que atender, haría falta estimar con mayor seriedad el número necesario de evaluadores en función del tiempo real que exige la evaluación rigurosa de cada expediente. No es recomendable recargar a los evaluadores con un número excesivo de expedientes, como sucede en la actualidad. Es deseable que los evaluadores sean elegidos por los profesores de las unidades académicas de una lista de sus pares, y que éstos no sean las autoridades de la institución. Finalmente, cabe recordar que el nivel alcanzado en los programas de estímulos —sean del SNI o de algún otro—, no representa un criterio que garantice ser un buen evaluador.

Conclusión

Cualquier intento por mejorar sustancialmente los procesos de evaluación del trabajo académico tendrá que afrontar el problema medular de que hoy la evaluación está unida a la administración de los ingresos económicos de los académicos en forma de estímulos y sobresueldos. Esto hace que sea urgente poner sobre la mesa de discusión la necesidad de un salario base digno y suficiente para todos los académicos.

La presente propuesta representa un acercamiento para atender las limitaciones y los efectos de los actuales programas de estímulos y pretende ofrecer a las instituciones de educación superior un nuevo horizonte de referencia para la transformación de la evaluación de sus académicos. Se trata de transitar del recuento curricular a la evaluación diagnóstica y formativa, introduciendo nuevos fundamentos y criterios en los programas vigentes. Las virtudes de nuestra propuesta son la construcción de un sistema real de evaluación que sea equitativo y transparente, que fomente la participación de los académicos en el proceso, que esté articulado a un proyecto institucional, que permita mejorar la calidad de las prácticas académicas y que respete la heterogeneidad de las instituciones, sus posibilidades reales de cambio, la diversidad de disciplinas y trayectorias. También pretende simplificar la maquinaria burocrática que participa en las evaluaciones, evitar las contradicciones entre los distintos mecanismos vigentes, contribuir a la autonomía de las instituciones y reducir el costo en trabajo y dinero de los procesos. Nuestro objetivo, en última instancia, es presentar sugerencias, criterios y cuestiones de carácter operativo para avanzar en la implementación de la propuesta general, que cada institución adaptaría a sus características específicas.

Fuente del Artículo:

Queríamos evaluar y terminamos contando: alternativas para la evaluación del trabajo académico (Resumen)

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Trans and Open: Education Is Key to Making This a Sign of the Times

By Sarah Bartolome, Truthout

The recent elections were historic for the transgender community as Virginia’s Danica Roem is the first openly transgender person elected to a US state legislature. Andrea Jenkins, who won a seat on the Minneapolis City County, is the first openly trans person of color to ever hold public office in the United States.

Last year, Utah’s Misty Snow made history as one of the first openly transgender individuals to win a major-party nomination as the Democratic Senate candidate. Although her bid was unsuccessful, she is running for Congress, aiming for the 2018 primary.

The election of transgender citizens to public office is a huge win for the transgender community and marks another rise in visibility for trans-identified individuals in this country.

In addition to having trans voices represented in the political arena, openly trans individuals are also competing in the athletic arena. Nike spokesperson and duathlete in running and cycling, Chris Mosier, was the first openly transgender athlete to compete on a US national team in 2016. Harvard University swim team’s Schuyler Bailar, was the first openly transgender athlete to compete on a National Collegiate Athletic Association Division 1 men’s team.

In popular culture, television shows such as «Transparent» (renewed at the end of the summer for a fifth season), «Orange is the New Black,» «Nashville» and «Modern Family» have brought transgender actors and characters onto the small screens.

At a recent meeting of the American Society for Reproductive Medicine in San Antonio, Richard Paulson, Society president explained that advances in science would allow a trans woman to receive a donated, transplanted uterus and carry a child to term.

While transgender visibility is increasing, research by the National Center for Transgender Equality showcases the pervasive anti-transgender bias, verbal and physical assault and economic hardship experienced by many trans people in this country.

As a university educator, I understand that those of us in education stand at the front line, meeting our young people who may be navigating issues of gender identity. We are in a position to demonstrate to our trans-identified students that they are valued, accepted and protected members of our school communities. The challenges facing trans youth are significant and life threatening.

Trans-identified individuals have significantly higher rates of suicide attempts. While an estimated 4.6 percent of the general US population has reported a lifetime suicide attempt, a staggering 41 percent of trans or gender nonconforming individuals report attempting suicide, according to a recent report.

Anti-transgender violence is another significant threat and the Human Rights Campaign reported that in 2017 alone, at least 25 transgender people were murdered in the United States, the majority of whom were trans women of color.

Recently, two trans women of color were found dead, both victims of gunshot wounds. Stephanie Montez, murdered in Texas, and Candace Towns, murdered in Georgia, are the 24th and 25th known victims of fatal anti-trans violence this year. Both suffered the additional indignity of being misidentified by gender by police personnel and the media.

The estimated 150,000 transgender youth in the United States are also facing considerable challenges in US schools. Perhaps most troubling is the Gay, Lesbian and Straight Education Network’s report that schools are some of the most hostile environments for LGBT students. The report states that transgender and gender nonconforming students experience the highest rates of bullying, verbal and physical assault, as well as discriminatory practices.

Ash Whitaker, a male-identified transgender student in Kenosha, Wisconsin, suffered daily indignities as he was denied access to male restrooms at his high school and reportedly even presented with a green wristband to help staff ensure that he exclusively used a gender-neutral restroom in the school’s office.

Whitaker took the district to court, arguing that his rights were being violated under both the Fourteenth Amendment of the Constitution and under Title IX. Whitaker won his lawsuit and the subsequent appeal, a historic win, as it was the first time that an appeals court interpreted these laws to protect transgender individuals. This ruling was despite the current administration’s roll-back of President Barack Obama-era guidance advising all schools that Title IX regulations protect transgender students.

The Williams Institute also noted that suicide attempts were reported by more than 50 percent of trans-identified students who were harassed or bullied in school contexts and by 78 percent of those sexually assaulted in school. For the estimated 150,000 trans-identified youth in this country, the hostile environment is a significant challenge contributing to the elevated suicide risk among trans people.

Education and training can contribute to the creation of a more inclusive society that does not condone such injustice based on gender identities. Unfortunately, that is not always the case.

The transgender college students with whom I have interacted have described negative interactions with some professors, ranging from persistent misgendering and misnaming to denying them the ability to present their gender identity in course-related off-campus activities like student teaching.

In one especially disturbing case, a professor suggested a student «fade into the background, because some people are going to find this disgusting.»

These kinds of interactions may represent ignorance or lack of experience in working with trans youth, but also contribute to the hostile school climate plaguing the trans community.

School administrators and teachers must work to combat these disturbing trends. The moral imperative of supporting trans students is clear. This is a matter of life or death for the youth who deserve to be educated in a safe environment.

To be sure, some may not fully understand the issue of gender diversity and may struggle to find ways to support trans youth. The US public is split on the issue of public bathroom usage for transgender people. A 2016 Reuter’s poll found that 43 percent of respondents believed that transgender individuals should use the bathroom associated with their biological sex at birth.

Although transgender students make up a small percentage of school age children in this country, public schools are mandated by law to protect and serve all students. Some teachers may adopt the attitude that until they have a trans student, this issue does not concern them.

Yet, as trans youth find openly trans role models across a range of professional identities, the number of openly trans students enrolled in US public schools is likely to increase.

Rather than passively watch this public health crisis grow, teachers and administrators can be proactive in educating themselves about the issues facing trans youth and adopting inclusive school and classroom policies that provide opportunities for gender-diverse students to learn and thrive.

Recently organizations and coalitions for LGBT rights have issued guidance for school districts and teachers wishing to learn how to better support trans and gender nonconforming youth. «Schools in Transition: A Guide for Supporting Transgender Students in K-12 Schools» and the Gay, Lesbian and Straight Education Network’s «Model District Policy on Transgender and Gender Nonconforming Students» are two examples of best practices documents that provide educators and administrators with concrete guidance on how to best serve trans and gender nonconforming youth.

The Consortium of Higher Education LGBT Resource Professionals has issued a similar best practices document to help colleges and universities better support trans students on their campuses.

Gender Spectrum offers trainings on the topic of gender identity to schools and other organizations and Campus Pride offers its Safe Space Program trainings both in-person and online to help educators cultivate more inclusive classroom environments for all LGBT youth. The Trans Youth Equality Foundation also offers workshops on the needs of trans and gender nonconforming youth for student groups, educational institutions and other professional organizations.

Trans rights are human rights. As educators, we can model and inform all students the importance of understanding and valuing gender diversity. Even as we protect and honor trans students enrolled in education, we must also protect all trans people through education.

 

SARAH BARTOLOME

Sarah Bartolome is an assistant professor of Music Education at Northwestern University. She researches best practices in music education and the experiences of transgender musicians and is a Public Voices fellow through The OpEd Project.

Source:

http://www.truth-out.org/opinion/item/42631-trans-and-open-education-is-key-to-making-this-a-sign-of-the-times

 

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El falso argumento en contra de la financiación de la educación superior

POR STEVE GUNDERSON

Lo más probable es que haya escuchado esta acusación: las escuelas con fines de lucro viven exclusivamente con fondos federales. Aquí está la verdad.

La comunidad de educación superior está ahora inmersa en un acalorado debate sobre si los beneficios fiscales actuales para los estudiantes universitarios deberían eliminarse como parte de la reforma tributaria. El plan republicano de la Cámara dice que deberían. Muchos en la educación superior están en desacuerdo.

Pero una cosa se vuelve muy clara en este debate. Los estudiantes de ingreso medio y alto inscriptos (y graduados) de colegios y universidades tradicionales se han beneficiado durante mucho tiempo de un apoyo financiero significativo a través de leyes tributarias, aparte de la ayuda financiera federal para estudiantes. Muchos de los beneficios impositivos ayudan a los estudiantes que de otra forma no calificarían para la asistencia federal debido a los ingresos de su familia.

El actual debate sobre impuestos promueve una mirada más profunda a todo el apoyo federal anual para la educación superior. Y los resultados son sorprendentes. En 2015-16, la ayuda federal total en subsidios, préstamos y beneficios de veteranos / militares ascendió a $ 139,500 millones. Los colegios y universidades propietarios reciben aproximadamente el 16 por ciento de estos fondos, o $ 23 mil millones. Si uno fuera a restar el muy popular GI Bill y otros beneficios militares tan populares entre nuestros veteranos que buscan educación profesional después del servicio activo, las asignaciones totales que se destinarían a facultades y universidades exclusivas serían de $ 18.9 mil millones.

En 2016, el Pew Research Center informó que el gobierno federal también otorgó $ 21 mil millones en créditos impositivos federales para la educación superior. La mayor parte de este dinero se destina a estudiantes y familias de ingresos medios y altos que detallan sus deducciones (las familias de bajos ingresos no se beneficiarían de tales declaraciones de impuestos detalladas). Pero para ser creíbles y cautelosos, debemos suponer que el 10 por ciento ($ 2.1 mil millones) de este beneficio impositivo es utilizado por los estudiantes inscriptos en las escuelas exclusivas de nuestra nación.

En total, entonces, el apoyo directo e indirecto total para la educación superior es de $ 160 mil millones anuales. De esta cantidad, los estudiantes de escuelas privadas reciben $ 26.1 mil millones (aproximadamente el 16 por ciento). Los estudios demuestran que un número significativamente mayor de estudiantes en las escuelas privadas utilizan la ayuda financiera federal que aquellos que asisten a las escuelas públicas: 25 por ciento más en programas de menos de 2 años; 31 por ciento más en programas de 2 años; y 23 por ciento más en programas de 4 años.

Suponiendo un promedio de dependencia un 25 por ciento mayor de la ayuda financiera, queda claro que el apoyo federal total para la educación superior al sector propietario es casi correcto.

Actualmente tenemos un 10 por ciento de todos los estudiantes matriculados en instituciones postsecundarias. Teniendo en cuenta la demografía económica de nuestros estudiantes, deberíamos usar alrededor del 12.5 por ciento de todo el apoyo federal.

Los datos más recientes muestran que, sin subsidios operativos de ningún tipo, nuestros estudiantes usan el 16 por ciento de todos los fondos federales. Eso parece estar bien. En todo caso, es bajo cuando se considera que asisten a escuelas donde la matrícula refleja el costo total de la educación porque no hay subsidios operativos del sector público.

Al comenzar la consideración para volver a autorizar la Ley de Educación Superior, es hora de poner fin a este falso argumento de que el sector propietario recibe demasiada ayuda del sector público. Los números sugieren lo contrario.

Steve Gunderson es un ex representante republicano de ocho mandatos de los Estados Unidos de Wisconsin y actualmente se desempeña como presidente y director ejecutivo de Career Education Colleges and Universities.

Fuente: https://www.insidehighered.com/quicktakes/2017/11/16/education-debt-held-older-americans

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Registro del Rendimiento Físico: tarea pendiente para el seguimiento de salud en la Educación Física

Por: Pluma Invitada

En cada uno de los niveles educativos,  se espera encontrar estudiantes sanos o por lo menos, que conozcan y estén conscientes de su estado de salud; asimismo, que cuenten con la formación inicial en su cultura física. No obstante, resulta asombroso que la gran mayoría de los estudiantes desconoce su estado de salud y no cuenta con un estilo de vida sana que incluya rutinas de ejercicio para su óptima condición física.

La Educación Física es y ha sido la asignatura que se asocia a la idea de que se realiza fuera del salón de clase, con la finalidad de efectuar actividades recreativas para romper con la cotidianidad. A pesar de ello, se pretende encontrar a aquellos estudiantes con un rendimiento sobresaliente para practicar actividades reglamentadas para la participación en deportes individuales o de conjunto, sin el verdadero interés de encontrar talentos. Esto no es precisamente un caso generalizado para instituciones públicas y particulares, pero sí en la mayor parte de ellas se enfocan en cubrir con los programas de estudio.

El asunto es, que al concluir estudios educativos en cada uno de los niveles, el estudiante lo único que sabe es que jugaba o participaba en determinada actividad deportiva, sin conocer siquiera su más mínima reglamentación y carente de la disciplina y el nulo interés por el cuidado de su cuerpo con rutinas de ejercicio físico.

El estudiante, durante su trayectoria académica pasa un proceso de Desarrollo integral y este es logrado progresivamente hasta alcanzar su mayoría de edad o por lo menos durante su educación obligatoria.

La inquietud es responder las interrogantes ¿cuál es la ventaja de los alumnos al mejorar su desarrollo físico?  y ¿qué habilidades físicas puede desarrollar? Esta es la cuestión, nadie lo sabe realmente, al carecer de registros de pruebas de actitud física que les permitan enfocarse en metas personales  y seguimiento para su desarrollo personal y colectivo.

La causa de ello, es que los contenidos de los programas de estudio están diseñados con la mera intención de  cubrir un conocimiento cognitivo y el de las propias habilidades físicas para maximizar su rendimiento corporal en su salud hasta la educación primaria.

Pero esto no lo es todo, hace falta llevar un seguimiento para conocer las capacidades de los estudiantes, que les faciliten la continuidad o las propuestas de trabajo físico para mejorar su desempeño de manera personalizada y consiente a lo largo de su vida.

Se cuenta con una diversidad de pruebas “test” o pruebas para valorar las cualidades físicas básicas  con sus  indicadores fisiológicos (flexibilidad, fuerza, velocidad y resistencia) que permitan conocer las capacidades y características del individuo, con el cual se puede predecir el futuro rendimiento o determinar el progreso  para  mantenerse en forma con la práctica de activación física o deporte.

El registro del rendimiento físico, no como medida de acreditación, pero si de concientización e indicador de logro individual, significaría un instrumento de desarrollo integral al tener un control sobre el registro de las cualidades físicas personalizado.

Al igual que el historial de salud familiar, cartillas de vacunación y tarjeta de salud o de citas el Registro de Rendimiento Físico, permitirá ser un valor agregado en el cuidado de la salud del individuo.

Es claro que al tener estudiante preocupados en mejorar su rendimiento físico y tener marcas que superar, genera el distanciamiento a las adiciones y por ende, alumnos más sanos en todos los sentidos.

REFERENCIA

Antonio Moreno Campos (26/08/2014). Control fisiológico del Deportista. Registro de Frecuencia cardiaca. Recuperado de http://g-se.com/es/fisiologia-del-ejercicio/blog/control-fisiologico-del-deportista-registro-de-frecuencia-cardiaca

Genetic Alliance (2006). Una guía para el historial de salud familiar. Recuperado de https://www.ncbi.nlm.nih.gov/books/NBK115602/

Alvaro Parco Arrondo (Noviembre/2013). Pruebas para valorar las cualidades físicas básicas de los alumnos en Educación Física. Recuperado de http://www.efdeportes.com/efd186/pruebas-para-valorar-las-cualidades-fisicas.htm

AUTOR: HERIBERTO PRIETO ZAMUDIO

Twitter: @heribertopz21

Correo: heribertopz21@gmail.com

Blog: https://heribertoprietozamudio.wordpress.com/

Fuente noticia:http://www.educacionfutura.org/registro-del-rendimiento-fisico-tarea-pendiente-para-el-seguimiento-de-salud-en-la-educacion-fisica/

 

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El modelo educativo y la gobernanza como sistema de control

Por: Lilia Partida

Para gobernar y lograr los propósitos del modelo educativo es relevante “el principio de autoridad que rige la gobernanza del sistema educativo que se encuentra alimentado por valores éticos, jurídicos y políticos (…) los principales valores que lo nutren son el respeto, la confianza, la honestidad y la responsabilidad”.[1]

El mencionado principio de autoridad causa perplejidad por lo anacrónico y disonante, lo primero remite a la falacia magister dixit o el maestro dice, que basa la certeza en lo dicho por una autoridad o en lo divino y la segunda porque asevera que la autoridad es un principio, liga lo ético con lo concerniente a la administración y además le adiciona valores morales.

La autoridad “consiste en el derecho de mandar y en el poder de hacerse obedecer”[2] y la ética es la ciencia de la moral y ésta designa “el conjunto de principios, normas, imperativos o ideas morales de una época o sociedad dada”[3], ambas pertenecen a diferentes esferas de comprensión del mundo.

Derivado del concepto de principio de autoridad que se maneja en el documento de marras, se menciona que “director, familia y supervisor deben dividir y compartir atribuciones, así como dar cuenta del cumplimiento de las obligaciones que a cada uno corresponden”.[4]Implica -apuntan- la transformación cultural dispuesta en la Escuela al Centro que “subordina todo el ejercicio de la autoridad al servicio del quehacer educativo”, donde la “horizontalidad” forma parte de la moderna gobernanza.

El INEE y el Sistema Nacional de Evaluación coordinado por este organismo constitucional autónomo es central para la gobernanza, ya que tiene responsabilidad “de evaluar la calidad, el desempeño y los resultados del Sistema Educativo Nacional en la Educación Básica y Media Superior, tanto pública como privada, en todas sus modalidades y servicios”,[5]resultados que se convertirán en políticas públicas, por lo que el  acoplamiento debe ser sincrónico.

Para operar el modelo es imprescindible la colaboración y responsabilidades compartidas entre el gobierno federal y los estatales,  para esto se erigieron las coordinaciones regionales centro, noreste, sur, sureste, occidente y noroeste, liderados por los respectivos gobernadores. En la educación media conformada por los titulares de los 33 subsistemas diferentes se creó el Sistema Nacional de Educación Media Superior (SNEMS) para en avance en la elaboración del marco curricular común, que atenderá la multiplicidad institucional que conlleva “heterogeneidad curricular, problemas de pertinencia y relevancia, y la falta de equivalencias curriculares”[6] y destaca al empresariado que contribuye a la “pertinencia”  -modelo dual-  con el “aprender a hacer” en la educación  a nivel medio superior.

En los documentos sobre el modelo educativo se ubica la relación entre las autoridades educativas y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) como vital, lo clasifican como ente responsable, contemporáneo y defensor de los derechos laborales. O sea reconoce a su fiel aliado, arquetipo del charrismo sindical pero no se menciona a la disidencia oponente crítica a la reforma educativa.

Donde sí mencionan a la CNTE y su contraposición con la gobernanza, es en el Seminario la Reforma Educativa: Avances y Desafíos, organizado por el INEE[7].  Ahí se informó sobre la disminución de las protestas magisteriales en el periodo  mayo 2016- septiembre 2017  en los conflictivos estados de Chiapas, Oaxaca, Michoacán y Guerrero, en 82, 86, 80 y 93%, respectivamente.

Dicho avance en la gobernanza  tiene como “meta superior la educación de la niñez” (…) “la reforma educativa marca un cambio estructural en las relaciones de poder en sus distintos niveles y el magisterio disidente”.[8]  De esta manera el  21 de julio de 2015 el gobierno de Oaxaca decreta un nuevo Instituto Estatal de Educación Pública (IEEPO) y  desconoce  la personalidad jurídica de la sección XXII, el  objetivo es disminuir el poder de la CNTE. Simultáneamente “congelar cuentas; crear una nueva imagen institucional; contratación e intercambio de capital humano o establecer nueva estructura administrativa” son puntales estratégicos para controlar al magisterio insumiso.

A su vez es necesario fortalecer  estos logros –señalan- regulando  grupos de interés, como son directivos, supervisores, liderazgos locales, presidentes municipales, representantes religiosos, padres de familia, organizaciones de la sociedad civil y grupos empresariales, para “contrarrestar mitos como la privatización e incentivar el apoyo social”.

El Dr. Gil Antón da cuenta de lo tratado  en esta sesión del seminario organizado por el INEE y  precisa: ¿gobernanza o parte de guerra?, con el “recuento de la victoria de una gobernanza que se solaza en el triunfo de la imposición”.[9]

Tanto en los documentos como en el citado seminario se incluye los padres de familia integrados a los Consejos Escolares de Participación Social. Estarán en coordinación con los Consejos Técnicos y propiciaran -entre otras actividades- se cubran actividades extracurriculares, estos consejos escolares se agrupan en  el Consejo Nacional para la Participación Social en la Educación (CONAPASE) integrado también por autoridades educativas y representantes de la sociedad civil.  Se redunda en los beneficios de la Escuela al Centro, en la autonomía de gestión vs. el modelo tradicional y en la provechosa reforma al artículo 10° de la Ley General de Educación que reconoce a las familias como parte del sistema educativo nacional y genera su corresponsabilidad, por ejemplo para la transparencia en el programa de Certificados de Infraestructura Educativa Nacional (CIEN).

Así mismo se acentúa el papel de la sociedad civil organizada como actor clave para implementar “la Reforma Educativa  y la construcción del Modelo educativo”[10], aquí al parecer se le hace un reconocimiento implícito a Mexicanos Primero[11] por su decidida contribución para esta reforma. También se alude al poder legislativo aliado imprescindible en los pactos  para la reforma educativa.

Por medio del Sistema de Información y Gestión Educativa (SIGED), se mantendrá actualizada la información del control escolar, movimientos de personal, registros de infraestructura, inventarios, plantillas de maestros, sustituciones o gestión de trámites. Esta información estará al alcance de supervisores, mandos medios y autoridades y es también un instrumento de vigilancia y seguimiento para los profesores.

Declaran tener “la confianza en el poder de la educación para propiciar los cambios de actitudes, de hábitos y de cultura que México está requiriendo. Para lograrlo, es necesario que el sistema educativo asuma el reto de transformarse a sí mismo”.[12] Lo que significa desde la perspectiva institucional utilizar el poder de la educación para redireccionarla hacia la pedagogía neoliberal.

Para finalizar los multicitados documentos se concluye que una educación de calidad definida como la “qué forma integralmente a las personas y las prepara para la época que es corresponda vivir” [13] es la mejor “inversión” para situar a “México en la ruta que nos permita vencer los desafíos que plantea el siglo XXI”.[14]

 

[1] Nuevo modelo educativo 2017, p. 170.

[2] Fayol Henry, Teoría clásica de la administración, fcaenlinea.unam.mx/2006 /1130/ docs/ unidad 4.pdf

[3] Sánchez Vázquez, Ética, pp.  22 y 57, Ed. Grijalbo, S.A.21° edición. 1979.

[4]  Modelo Educativo 2016, p. 73-74.

[5] Ibídem, p. 82

[6] Nuevo Modelo Educativo, 2017. P. 184

[7] INEE 25 de octubre de 2017, Seminario de la reforma Educativa: Avances y Desafíos,  dilemas en la gobernanza del sistema educativo, Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=71TnnjPgVds&index=4&list=PLEfeh51CWK7b_83pZpG7DqEUTRJdlWbro

[8] Dávila Morlotte, Mauricio, Jefe de la Oficina del Secretario de Educación Pública. Dilemas en la gobernanza del sistema educativo

[9] Gil Antón, Manuel, Dilemas en la Gobernanza del sistema educativo ¿gobernanza o parte de guerra?, Educación Futura, 26 de octubre de 2017.

[10] Nuevo Modelo Educativo 2017. p. 182

[11] En el Seminario Dilemas para la gobernanza, se alude a esta organización sin nombrarla  como  promotora y responsable única de la descalificación al magisterio, se expuso que las autoridades educativas nunca  han tenido discurso anti magisterial. Sin embargo en la misma sesión se hicieron comentarios negativos, por ejemplo del Dr.  Ornelas sobre “las garras del maestro”. Se consideró que la  oposición de los docentes a esta reforma se da por no poder vender plazas, afectar intereses creados, etc. No se respetan las argumentaciones de a la comunidad magisterial disidente,   ni a los académicos que no respaldan esta reforma.

[12] Modelo Educativo 2016, p. 74

[13] Ibídem  p. 87

[14] Ibíd. p. 88-89

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