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¿Motor de cambio o cambio de motor?

Pluma Invitada

Javier García Zapata

El ascenso del ex gobernador Otto Granados a la Secretaría de Educación Pública; la incorporación del ex secretario Aurelio Nuño como coordinador de la campaña priista del no priista José Antonio Meade; la revelación del nombre del prospecto para la SEP por la planilla del candidato a candidato AMLO; la presentación del proyecto del propio López Obrador; la “liberación” de Elba Esther Gordillo, quien ya duerme en Polanco;  la “nueva alianza” del ídem con el PRI; la difusión de un estudio del IEE sobre la situación escolar en el que, para variar, “los alumnos salen reprobados”… Todos estos son hechos que, como es fácil deducir, tienen al sector de la educación como denominador común.

Así, entonces, el tema educativo cobra un renovado protagonismo en la vida del país, en el contexto de los hechos por venir, que estamos viviendo ya, y en los cuales la Reforma y el Nuevo Modelo se mantienen como fuente de conflicto, antes que ser motivo de encuentro, de discusión y diálogo, entre los diferentes actores.

Maestros y trabajadores escolares han comenzado a buscar un papel protagónico, y levantan la mano y la voz, aunque apenas unos cuantos y no de la mejor manera.

En foros, sitios web y páginas de Facebook lo que podemos encontrar son comentarios atropellados, más animados por un afán de revancha que con ánimo de propuesta, y ya ni siquiera de protesta; más como chacoteo que como auténtica toma de posición debidamente fundamentada.

No haremos referencia a las evidentes fallas de ortografía, sintaxis, respeto y sentido común que campean en las redes, pues más conveniente es ir al fondo, porque sin duda es peor quedarse callado que mal escribir –que ya es grave, tratándose de un profesional de la educación–, y  el silencio y el derrotismo están muy presentes.

Jordi Martí, profesor español, afirma que “el peor agente de cambio es el docente”. Y si bien se refiere en específico al cambio educativo, tal afirmación puede ampliarse a todos los ámbitos de la vida en general, habida cuenta de la importancia y el impacto que la educación tiene.

Es evidente una actitud de conformismo, incomprensible entre quienes se supone debieran ser motores de cambio, y que, sin embargo, se resignan a la situación que viven, e incluso renuncian a sus derechos, paralizados por el terror que les causa arriesgar algunas prestaciones, salarios y privilegios, aunque sean pocos, incompletos, regateados y en creciente mengua.

Quejas sí, y muchas, pero incluso insuficientes y deficientes; erráticas, aisladas. En voz baja. En lo oscuro. En corto. Entre cuates. Con tibieza. Con temor. Sin compromiso, ni aun consigo mismos, son incontables los maestros que permanecen adormilados, apáticos, indolentes; viviendo en función del pago quincenal, esclavizados al presente, anclados en la medianía. De los cientos de miles de maestros, son los mismos los que siempre dan la cara, y muchas veces con más estridencia que argumentos.

Lo más deplorable es que esas conductas con frecuencia las refleja su trabajo en el aula, y por lo pronto cabe la duda: ¿Puede un maestro indolente incentivar a sus alumnos; despertar en ellos el espíritu crítico, estimular la capacidad de análisis, alentar la creatividad, promover la actitud propositiva, fomentar la solidaridad?

Si consideramos que la acción docente es fundamental para que el país cambie en ruta de mejora hacia un más brillante futuro, la realidad nos muestra qué tan optimistas podemos estar, y cuántas esperanzas podemos tener.

Según Dennis Stevenson, “el resultado del trabajo de un agente de cambio es la capacidad en las personas para hacer más o encontrar una nueva y mejor perspectiva en la vida”. Es decir, ese trabajo está orientado a que la gente mejore.

En un artículo, plantea cuatro características que definen a un agente de cambio:

– Vive hacia el futuro no al presente; no está satisfecho con lo que ve a su alrededor. Sin esta visión de futuro, de lo que podría o debería ser, se está perdido;

– En su quehacer es impulsado por la pasión, misma que inspira en los demás;

– Tiene una gran capacidad de automotivación;

– Debe entender a la gente e influir en ella. El cambio es sobre las personas; todo se trata de las personas.

Parafraseando al clásico, aquí les pregunto a los maestros que se hayan incomodado con la reflexión planteada en estas líneas: ¿Qué estás haciendo tú? ¿Con cuál definición te identificas? ¿Cuál saco te pones? ¿Qué imagen te devuelve el espejo cuando te asomas a él? ¿Estás satisfecho con el actual estado de cosas? ¿Eres agente de cambio conforme a la naturaleza de tu profesión, o, contrario a ella, eres lastre para tus alumnos y para el país?

Quizá “tenemos que movernos en un esquema en el que las preguntas no sean válidas”, diría el otro.

Stevenson, D.  (2007) What is a “Change Agent? Disponible en: https://it.toolbox.com/blogs/dennisstevenson/what-is-a-change-agent-041508

Martí, J. (2013) El docente, un mal agente de cambio. http://www.xarxatic.com/el-docente-un-mal-agente-de-cambio/?subscribe=success#blog_subscription-10

Fuente del articulo: http://www.educacionfutura.org/motor-de-cambio-o-cambio-de-motor/

Fuente de la imagen: http://www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2017/12/teacher-2454399_960_720-768

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Una oportunidad para pensar el acceso abierto desde América Latina

Patricio Velasco – Derechos Digitales.

Una discusión sobre el acceso al conocimiento en la región, la importancia de desarrollar redes locales y la necesidad de generar incentivos estatales que promuevan la circulación del conocimiento científico.

Pixabay

La pregunta por el acceso abierto supone el acceso a recursos para la investigación y la educación de acceso libre y gratuito, a fines de aumentar la generación, difusión e impacto del conocimiento científico. Estos recursos consideran tanto artículos de investigación revisados por pares, como los datos requeridos para desarrollar tales estudios. (Lea «Cómo vamos en derechos digitales?»)

El acceso abierto supone, en términos prácticos, sacar provecho a las tecnologías para eliminar las barreras de acceso al conocimiento científico, no sólo a los resultados de las investigaciones sino también a los datos que dieron pie a tales conclusiones, favoreciendo así la reflexividad del conocimiento científico y el subsecuente avance del mismo. Las consecuencias sociales de un mayor y mejor desarrollo científico son innumerables, pero pueden verse reflejados en el desarrollo de proyectos innovadores capaces de ofrecer nuevas soluciones a los problemas cotidianos. Todo ello, sabemos, influye de manera positiva en la capacidad de alcanzar y mantener un desarrollo sostenible, que vaya más allá de los vaivenes del mercado de los commodities –variaciones que, muchas veces, han condenado a América Latina.

Sin embargo, el acceso al conocimiento científico sigue hallando obstáculos. El primero de ellos, por cierto, se encuentra en los gigantes de la industria científica editorial: conglomerados que cobran millones de dólares por suscripciones que permiten el acceso a sus bases de datos por parte de las universidades; montos generalmente destinados a acceder a investigaciones que han sido realizadas con fondos públicos. No está de más señalar que la principal fortaleza de las revistas disponibles en tales bases de datos se encuentra en el hecho de estar indexadas según criterios como ISI (Índice de Citación Científica), que constituyen el mayor incentivo (económico y de prestigio) en la comunidad académica.

Este tipo de esquema de acceso al conocimiento, mediado por grandes sumas de dinero a efectos de cumplir una función que hoy tecnológicamente resulta de costo marginal, ha llevado a la existencia de conflictos de suma importancia, que han agitado la discusión pública y académica.

Es en este escenario que instituciones de gran peso internacional, como la Comunidad Europea, han desarrollado políticas integrales a favor del acceso abierto, lo que supone garantizar el acceso libre a los productos y datos de las investigaciones científicas desarrolladas con fondos públicos. Así se comprende el surgimiento de la Iniciativa de Budapest (2002) y la Declaración de Berlín (2003), documentos que han sido articuladas en políticas que determinan el acceso a financiamiento científico, tal como muestra el programa Horizon 2020.

Por otra parte, América Latina ha tenido una historia particular en relación con el conocimiento científico. Tal como señala la UNESCO, las histórica carencia de editores académicos comerciales en la región habría llevado a altas tasas de circulación informal del conocimiento y, consecuentemente, baja difusión. De forma tal que “el acceso abierto ha sido una oportunidad para aumentar la visibilidad y el acceso; los fondos estatales, con apoyo de la cooperación internacional, han sido los grandes habilitadores del acceso abierto”.

Entre las experiencias exitosas de Acceso Abierto en la región se cuentan los portales SciELO y RedALyC que, desde 1997 y 2002 respectivamente, han facilitado el acceso a más de 1.000 revistas que cuentan con comités de revisión de pares. Alperin ha señalado a este respecto que “el uso, aproximación, y modelos del Acceso Abierto en las regiones en desarrollo y, en América Latina en particular, ha resultado extremadamente positivo y debe ser fortalecido y expandido”.

Cabe entonces preguntarse si las revistas de acceso abierto constituyen espacios relevantes de visibilidad y fortalecimiento de la comunidad científica, ¿por qué no existen mayores incentivos a la publicación académica en tales espacios? En América Latina, la discusión pública en torno a la ciencia se queda, las más de las veces y como sucede con muchos problemas sociales, en la necesidad de aumentar recursos. Es necesario comprender que la pregunta por cómo y a qué fines se requieren tales recursos, puede ser más relevante que la mera urgencia material.

Necesitamos, entonces, orientarnos hacia el “acceso abierto para el fortalecimiento de la institucionalidad científica latinoamericana”, que permita no solo el aumento de la visibilidad de la producción científica en la región, sino también la configuración y desarrollo de redes de investigadoras e investigadores a nivel regional, capaces de articular una reflexión que responda a las necesidades del territorio.

Para ello es requerido establecer incentivos a la publicación en revistas de acceso abierto, impulsar cambios institucionales que favorezcan la difusión de los productos de la investigación realizada con fondos públicos y, por cierto, implementar iniciativas que pongan en valor el trabajo científico y la importancia de la curiosidad, y su sistemático despliegue, para el desarrollo de la región.

La versión original de exte texto fue publicada por el portal Derechos Digitales bajo una licencia Creative Commons.

 

Fuente: https://www.elespectador.com/tecnologia/una-oportunidad-para-pensar-el-acceso-abierto-desde-america-latina-articulo-726364

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Educación, la hija perdida de Cartagena

Los líos políticos que ha tenido Cartagena en los últimos años se han llevado consigo la calidad de un pilar tan importante, como lo es la educación. Las entidades de control denunciaron irregularidades en la operación del Programa de Alimentación Escolar (PAE). Cabe destacar que el presupuesto que se aprobó para el 2017 fue de $392 mil millones de los $540 mil millones que se habían presupuestado, lo que evidencia un déficit de $150 mil millones. Pero estos no son todos los problemas que tiene la educación en la ciudad, se le suma el mal estado en que se encuentra la infraestructura de los colegios, que representa una amenaza para la integridad de los estudiantes.

En noviembre pasado, la Contraloría General de la Nación indicó que en las 66 instituciones educativas intervenidas en la administración de Dionisio Vélez, con un presupuesto de $69 mil millones del préstamo de $250 mil millones hecho a la banca privada, encontró deterioro prematuro de las obras y cambios de los usos proyectados para determinados espacios. Lo anterior a causa de, entre otras cosas, falta de mantenimiento preventivo y correctivo, y de no incluir en la contratación las necesidades apremiantes de los planteles, lo que dificulta la eficiencia y durabilidad de los espacios reparados.

La mala administración de los dineros que debieron ser invertidos en infraestructuras de las instituciones públicas, se evidencia en las obras inconclusas y los accidentes que se presentaron en los planteles educativos, al punto que padres de familia y estudiantes protestaron para exigir mejoras en los colegios. Hablemos de casos puntuales.

En enero de este año fueron entregadas las remodelaciones del colegio Mercedes Ábrego, sede Sectores Unidos, luego de dos años de espera, y en noviembre se presentaron filtraciones de agua en los techos y ventanas, inundando los salones y el colegio en general.

Los padres de los estudiantes del colegio Las Gaviotas, sede Niño Jesús, viven angustiados ante la posibilidad de que el cerramiento de este plantel se desplome en cualquier momento. Allí reciben clases niños de transición y primer grado. Inicialmente este colegio era de madera, fue demolido y su nueva construcción comenzó en el 2014. La primera falla fue la postergación de la entrega que estaba programada para el 2016, pero se alargó hasta este año, aún así, los compromisos de la Secretaría de Educación de reconstruir el cerramiento no se han cumplido hasta la fecha.

“Viene otro año escolar en el 2018, siguen las mismas paredes y se puede ver su mal estado, no queremos que vaya a suceder una tragedia, cuando llueve el colegio se moja completamente, ya nosotros nos cansamos y estamos estudiando que el otro año no traeremos a nuestros hijos a este colegio hasta que no nos solucionen”, manifestó Germán Romero García, miembro de la asociación de padres de familia de esta institución.

La construcción del nuevo cerramiento estaba prevista para agosto pasado pero han transcurrido cuatro meses y los padres de familia no ven soluciones sino mayores problemas. “Se tapan los ojos y se olvidan de que esto existe, la infraestructura del colegio es pésima, está rajado, se están cayendo las paredes, se han burlado de nosotros, nos vamos a ir a las vías de hecho, estamos dispuestos a llegar a las últimas consecuencias, tenemos el apoyo de los padres de familia, el Distrito debe evitar un caos”, expresó Fulvio Urzola, padre de familia del sector.

Con el mismo problema

El problema de los cerramientos no solo lo padece la sede Niño Jesús, se le suman los colegios Soledad Acosta de Samper, en Blas de Lezo, y Nuestra Señora del Carmen, en Chiquinquirá, que comenzaron a ser construidos como parte de un contrato de obras de reparación por $5  mil millones que desarrolla Edurbe, pero para la comunidad educativa los trabajos no resuelven la situación.

Luis Ramírez, rector de la institución educativa Soledad Acosta de Samper, habló sobre los problemas de infraestructura que se presentan en las diferentes sedes, aludiendo al estado de los techos, los laboratorios y oficinas administrativas. Recalcó el problema de la sede San Fernando por ser el más preocupante, debido a que la zona se inunda cada vez que llueve y las intervenciones que se han hecho solo mitigan. La comunidad en general solicita que la sede sea trasladada para evitar poner en riesgo la vida de los estudiantes.

“Después de tanto tocar puertas, de un mes para acá el gobierno al fin decidió hacer algunas intervenciones en tres de las cuatro sedes que tenemos. Los trabajos de alguna manera se iniciaron pero no han avanzado en el tiempo y en la dinámica que han debido avanzar. Nos preocupa que se inicien las labores escolares de 2018 y los trabajos puedan constituirse en un obstáculo para la iniciación de las labores en firme”, afirmó Ramírez.

Fallamos en el mantenimiento

El secretario de Educación, Jaime Hernández Amín, se manifestó sobre las continuas quejas de los accidentes en los colegios y las inversiones.

“Somos expertos invirtiendo en grandes obras pero fallamos en el mantenimiento. Si seguimos en esta dinámica siempre vamos a estar invirtiendo plata y después se deterioran las obras y quedan cómo estaban. El Plan Maestro de Educación (PME) establece que haya una inversión en un tiempo determinado a través de un proceso que, a futuro, genera una infraestructura de primer mundo que incluye presupuesto de mantenimiento porque sale más caro reconstruir que mantener”.

¿Qué pasará?

Debido a las fallas en infraestructuras, entre otras deficiencias de la educación local, para el 2018 el Distrito destinó el mayor presupuesto para esta dependencia, con un monto de $486.923 millones. Además, se espera la ejecución del Plan Maestro de Educación, que sería la carta de navegación del Distrito en cobertura, infraestructura, calidad, entre otros aspectos del sector educativo hasta el 2033, y que pretende ser aprobada en el Concejo el próximo año.

“Se necesita un plan de 15 años, como mínimo, para entablar acciones consecutivas favorables en la educación local y que no dependan de la voluntad de un alcalde o de un secretario de Educación”, manifestó Hernández Amín.

Fuente: http://www.eluniversal.com.co/cartagena/educacion-la-hija-perdida-de-cartagena-268698

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Desde Berlín hasta los EE. UU. las paredes excluyen y aíslan

 

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Un análisis sobre educación, tiempo y lenguaje

Por Carlos Skliar.

La educación como una forma de conversación que pone en discusión la cuestión del poder en el lenguaje y el saber transformado en conocimiento actualizado. Estas narrativas incómodas abren la pregunta en la actualidad por la otredad y por el escape a cualquier proceso de normalización.

La formación frente a la aceleración del tiempo

Un sigiloso pero repetido resquemor recorre las aulas, los gabinetes, los pasillos y los extra-radios de las universidades, y quien desee detenerse en ese secreto a voces puede escuchar con claridad cierto agotamiento de un sistema que por asumirse como naturalizado o simplemente crear conductas de extrema adaptación no deja de llamar la atención y sorprender en su propio artificio: la sensación de que las “altas casas de estudio” solo son capaces de conservar su pretensión de altura (de jerarquía de personas, grupos y autorías, de separación con la polis), pero parecen haber perdido tanto su carácter de casas (hogares, atmósferas, micro-climas de acogida y hospitalidad) como también, y más aún, de ser sitios de estudio, es decir, de poner en juego aquel ejercicio solitario y silencioso del gesto de percibir, pensar, leer y escribir que luego se convertiría en comunitario a propósito de publicar –hacer público– y de conversar sobre tales políticas de lo percibido, lo pensado, leído y escrito.

Las razones de este desapego son tan variadas que el intento por desentrañar sus causas puede ser una tarea ciclópea, y aún así inmensamente virtuoso para poder comprender un estado actual reñido mucho más con la híper-productividad, el hartazgo intelectual, el apego a la novedad, al saber tecnológico, y la tiranía de las lógicas evaluativas, que transformaron en un no muy extenso lapso del tiempo una institución destinada en apariencia a sostener el legado histórico del conocimiento y la cultura y transformarlo, inventivamente, en otra cosa (otro mundo, otra vida, otro saber), en una estructura de impiadosa adecuación al provecho y el utilitarismo del mercado actual del conocimiento y del trabajo.

La tiranía del método, el lenguaje academicista, la razón evaluativa, la dependencia a la financiación según ranking creados ad hoc, la sumisión de los más jóvenes a prácticas arteras de publicación, las clasificaciones de investigadores e investigaciones, de revistas, editoriales, el curioso y solitario género literario de las tesis, etcétera, configuran un panorama oscuro y espeso que nos retrotrae a aquel conglomerado de cuestiones lanzado por Derrida hace ya algunos años: “¿Y quién somos en la Universidad donde aparentemente estamos? ¿Qué representamos? ¿A quién representamos? ¿Somos responsables? ¿De qué delante de quién? Si existe una responsabilidad universitaria, ella comienza por lo menos en el instante en que se impone la necesidad de escuchar estas cuestiones, de asumirlas y de responderlas” (Derrida, 1999).

Sin embargo, hay algo previo: ¿es que acaso hubo una anterioridad universitaria satisfecha de sí misma, de la cual hoy debemos prestar homenaje o pleitesía? ¿Existió de verdad una Universidad centrada en la experiencia y la riqueza de sus lenguajes y saberes? ¿Fue quizá la Academia de Platón el punto de partida del ejercicio del pensar, pero también de la idea del eterno aprendiz y del sedentarismo? ¿O es que siempre la Universidad y sus antecesoras han sido escenarios de inconformidad consigo mismas, quizá de ciega filiación con el mundo coyuntural y de sorda separación respecto de las vidas singulares?

El planteo inicial puede esbozarse del siguiente modo: si educar consiste en contribuir a que los más jóvenes aprendan a vivir y habiten el mundo para hacer algo distinto de lo que han hecho sus antecesores, una de las causas que nos impulsan a criticar y repensar la Universidad estriba justamente en la separación abismal entre la vida y el mundo o, dicho de otro modo, en que hoy se abona como natural la preparación para el mundo y no para la vida, entendiendo además que “mundo” significa “mundo del trabajo”. Así lo expresa Bárcena: Pero lo que las reformas educativas de la universidad están poniendo en evidencia es otra cosa: que el interés por la educación (de los jóvenes) no es ahora enseñar cómo es el mundo y que se encaminen hacia él -para que allí encuentren el modo de elaborar su propio arte de vivir-, sino que salgan a una diminuta parte del mundo que es el mercado (como si mercado y mundo coincidiesen), que se encaminen, bien pertrechados de competencias, a la fábrica o al puesto de trabajo, aunque no sepan nada del mundo. Que se ganen la vida, que aprendan a mantenerla, en vez de aprender a vivirla (Bárcena, 2014).

Algunas de estas cuestiones estarán presentes de modo indirecto en este texto, pero su propósito es más bien el de concentrarse en dos ejes imbricados que merodean una respuesta responsable a la pregunta por la Universidad: 1) la infección del poder del lenguaje, y 2) el saber transformado en conocimiento actualizado.

El lenguaje infectado de poder

Se percibe en las instituciones universitarias la falta de una lengua común, de una lengua para la conversación: Una lengua sin sujeto sólo puede ser la lengua de unos sujetos sin lengua. Por eso tengo la sensación de que esa lengua no tiene nada que ver con nadie, no sólo contigo o conmigo sino con nadie, que es una lengua que nadie habla y que nadie escucha, una lengua sin nadie dentro. Por eso no puede ser nuestra, no sólo porque no puede ser ni la tuya ni la mía, sino también, y sobre todo, porque no puede estar entre tú y yo, porque no puede estar entre nosotros (Larrosa, 2007).

El párrafo anterior expresa una aseveración de tono fuerte, casi desesperado: la de una lengua sin sujeto, la de una lengua desposeída, la de una lengua sin habitantes, la de una lengua sin nadie dentro. Y no sería ocioso que nos preguntáramos acerca de la lengua que suponemos habita en el interior de la educación: ¿cuál es esa lengua? ¿Cómo fue construida? ¿Se trata de una lengua que nos es propia? ¿De una lengua que es la lengua del otro? ¿Una lengua específica de la educación, que sólo hablamos en las instituciones, en tanto codificación y sistematización de una disciplina y un saber formal y racional?

En el libro Defensa de la escuela. Una cuestión pública (2014), Masschelein y Simons realizan un alegato a favor de las instituciones públicas de enseñanza, subrayan el hecho el rechazo a una jerga legalista y afirman que: “(…) No asumimos la voz de abogados especializados sino más bien la de hablantes que se sienten concernidos por el asunto sobre el que argumentan públicamente” (Masschelein & Simons, 2014).

Los autores se proponen hablar de la educación utilizando un lenguaje habitual, y lo expresan en estos términos: que responda a aquello que concier­ne a las personas a quienes ese asunto les importa realmente, y que no es necesario utilizar la lengua jurídica.

Es a partir de esta reflexión que podemos pensar en la nece­sidad de tomar algunas decisiones con respecto al lenguaje: quizás desde el punto de vista educativo valdría la pena detenerse a pensar en una primera cuestión que podríamos plantear del siguiente modo: ¿En qué lenguaje hablar, conversar, de lo educativo?

Vivimos una época que claramente transforma todo en mercancía, y es difícil sustraer las palabras educativas de esa lógica imperante. Pero: ¿cuál sería el lenguaje de la educación, si es que lo hay, si hay un lenguaje propio de lo educativo y si es posible hablarlo; “propio” no como universal sino como lo común; una lengua propia con la cual sentarnos y hablar, o en realidad se trataría de una lengua traducida, pres­tada, donada, mezclada, híbrida, travestida, o como se prefiera llamarla?

El mayor de los abandonos del lenguaje reside en la pena por advertir la fi­liación del lenguaje con el poder, o mejor dicho con los poderosos, es decir, con los altaneros, los soberbios, los mentirosos, los crueles, los publicis­tas, los politiqueros, los virulentos, el secuestro de las palabras más vitales de la lengua como si se tratara de propiedad privada para un provecho personal y consumista; en fin, cuando el lenguaje se pone del lado de aquellos que han hecho de este mundo un mundo insoportable, irrespirable, tan­to ellos como sus palabras.

Esta es la enfermedad del lenguaje o su inhabitabilidad, o para decirlo más claro, su podredumbre, un lenguaje infecta­do, pestilente, corrompido, que no podemos pen­sar ni sentir como nuestro, porque ha sido arrasado, allanado, alisado, mutilado, deshumanizado, porque ha sido con­vertido en un lenguaje de los deslenguados, en un lenguaje de nadie, sin nadie y para nadie.

El saber desprovisto de sabor

¿Es la Universidad, acaso, un sitio donde pensar o donde saber; un lugar para pensar el pensamiento o bien para disolverlo; se trata del pensamiento, del saber y/o de los lenguajes que representan y presentan ese pensamiento y ese saber?

Hay un saber generalmente muy valorado en los medios académicos, que es el resultado de un lenguaje en extremo especializado. Ese saber insiste, básicamente, en saberse experimental, universal, objetivo e, inclusive, a salvo de toda duda, de toda perplejidad. Su procedimiento, más allá de las sofisticaciones peculiares, consiste en hundir sus raíces en el concepto -en cualquier concepto-, en hincar sus fauces sobre un tema -cualquier tema-, en producir una escritura que anuncie y enuncie su descubrimiento -cualquier descubrimiento- y en sentirse muy capaz de abordar lo inabordable, muy capaz de revelar el misterio -cualquier misterio-.

Se trata, en síntesis, de un saber que no se relaciona con la existencia de los demás, sino apenas con su presencia fantasmagórica o, en términos más corrientes, su duplicación hasta el infinito. Su método es el de la separación, la distancia seca, el etiquetamiento. Su origen es la exterioridad aunque no renuncia al ensimismamiento. Su destino es un nuevo refugio para la soledad de quien conoce. Sin embargo, su prestigio está fuera de duda, al menos en los contextos donde sabe y puede propagarse.

Dos objeciones a ese saber: por un lado, se trata de un saber que sabe fuera del mundo, es decir, que necesita salirse del tiempo y del espacio donde las cosas sonestán, existen, pasan, para afirmarlas o negarlas en un tiempo y un espacio que aparenta y/o representa ser lo que es; por otro lado, es un saber que sabe por una decisión de la moral y no por un lenguaje de la experiencia. Es un saber que requiere, imperiosamente, de un dispositivo racional para darse a saber, para darse a conocer, para darse a hacer. Y ese dispositivo racional, en apariencia derivado de la observación, la distancia y el lenguaje especializado, renace en las nuevas generaciones como un discurso apriorístico y tautológico con su propia historia, es decir, como un discurso que debe emerger antes de estar en el mundo que describe, antes inclusive de que las cosas ocurran, un saber sin sabor: “Lo que se da a aprender, en la modernidad, es un saber atrapado con autoridad y transmitido con neutralidad, un saber por el que el aprendiz transita ordenadamente sin ser atravesado por la aguda flecha de la palabra del libro que se lee, es un saber que ya no sabe, porque a nada sabe en realidad. Un saber sin sabor” (Lévinas, 1995: 19).

Habría, por cierto, otro tipo de saber que puede plantear una oposición crucial entre lenguajes de la ciencia y lenguajes de la experiencia, en tanto pone en el centro de la mirada no ya lo otro desconocido, no ya lo otro inexplorado, no ya lo otro por descubrir sino, justamente, su propia mirada. Se trataría, claro está, de un saber incómodo, inestable, fragmentario, contingente, provisorio pues tiene que ver, ante todo, con un cierto no-saber inicial, una cierta condición de perplejidad, una cierta ignorancia que no es, desde ya, nihilista, ni cobarde, ni ingenua, ni escéptica. Un saber cuya distancia está marcada no por la menor o mayor objetividad del ojo que intenta ver, sino por la existencia misma de aquello que es mirado; un saber que, siempre, se inicia en el otro, en la otra cosa.

Habrá que decir, aún, que el saber al que aquí se hace referencia no tiene demasiado buena prensa en la mayoría de los ambientes académicos. No sólo porque elude la objetividad clásica, no sólo porque pone bajo sospecha esa mitificación secular de la normalidad, sino sobre todo porque utiliza los lenguajes de la experiencia, es decir, narrativas que nos involucran en primera persona, narrativas que ubican el cuerpo en el centro del conocimiento porque es el cuerpo el que lo produce y lo padece; narrativas que, al fin y al cabo, no pueden sino estar regidas por las únicas reglas a las que vale la pena someterse: las reglas de la vivencia y la convivencia.

Conclusiones

Desde hace tiempo sostengo que la educación es una forma de conversación  del todo particular, más allá de cualquier otra interpretación conceptual o disciplinar. Pero no cualquier conversación: se trata de una conversación a propósito de qué hacer con el mundo, con éste mundo, no apenas con el de aquí y ahora, el que está a nuestra frente, el de cada uno, la pequeña porción de mundo que nos toca vivir y pensar, sino del mundo contemporáneo, de ese mundo que se hace presente –proviniendo desde cualquier punto y dimensión del tiempo y nos desgarra, nos preocupa y ocupa, nos conmueve, nos desconcierta.

La educación es una filiación con el tiempo del mundo, sí, y se expresa y afecta en cuerpos diferentes, voces diferentes, modos de pensar, percibir y hablar diferentes. ¿Puede haber educación sin una conversación de esa naturaleza? ¿Qué quedaría o que queda de lo educativo, si conversáramos solo sobre lo nuevo, o solo sobre el futuro pre-construido, o únicamente sobre nosotros mismos, de un modo mezquino y con nuestras poquísimas palabras? ¿Y qué sería del mundo si lo relatásemos exclusivamente con un lenguaje infectado de poder?

Por eso el lenguaje del educar es narrativo, o debería serlo. Porque conversa sobre la relación intensa y extrema entre el mundo –como travesía hacia la exterioridad y la propia vida, haciéndola múltiple, intentando que no permanezcamos solo entre unos pocos, hablando siempre de lo mismo, repitiendo y repartiendo desigualdades, anunciando emancipación pero provocando más y más humillaciones.

En el educar hay algo de contrariedad, de no aceptar sin más ese supuesto orden habitual e, inclusive, de oponerse al orden natural de las cosas. En un mundo gobernado por el exceso de racionalidad jurídica, la búsqueda del conocimiento lucrativo y el progreso como novedad tecnológica, la peor injusticia que hoy la Universidad nos presenta es la de pensar que nada puede hacerse para impedir que las vidas continúen acotadas, desprovistas de experiencia, sujetas únicamente al conocimiento lucrativo, arrojando alumnos al mundo del trabajo pero no al mundo de las vidas, insistiendo nosotros mismos en sentirnos satisfechos de nosotros mismos, escribiendo solamente para pares e ignorando que, quizá, no haya nadie del otro lado.

*Es Doctor en Fonología, con Especialidad en Problemas de la Comunicación Humana con estudios de Pos-doctorado en Educación por la Universidad Federal de Río Grande do Sul, Brasil y por la Universidad de Barcelona, España. Es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Argentina (CONICET, FLACSO), y del Área de Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Es también autor de varios libros de pedagogía, literatura y filosofía, entre ellos “Lo dicho, lo escrito, lo ignorado” (Tercer premio nacional de Ensayo, Secretaría de Cultura de Nación, 2013).

Referencias

Bárcena, Fernando (2014). ¿Una puerta cerrada? Sobre la educación y la corrupción pedagógica de la juventud. Revista Brasilera de Educación, vol. 19, núm. 57

Derrida, Jacques (1999). O olho da Universidade. Sao Paulo: Editora Estaçao Liberdade.

Larrosa, Jorge (2007). Una lengua para la conversación, en Jorge Larrosa & Carlos Skliar, Entre pedagogía y literatura, Miño y Dávila, Buenos Aires.

Lévinas, Emmanuel (1995). De otro modo que ser, o más allá de la esencia.  Salamanca: Ediciones Sígueme.

Masschelein, Jan & Simons, Marteen. (2014) Defensa de la escuela. Una cuestión públi­ca, Buenos Aires: Miño & Dávila.

 

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Educar para trabajos que no existirán

Tim Holt

Entre los muchos artefactos que la Revolución Industrial trajo al mundo moderno (no obstante el smog y el trabajo infantil) fue la línea de montaje, que sin parar, la marcha de los widgets que no son aditivos pensando que comienza como nada en la entrada y en el momento uno llega a la salida, aparece algún producto completo, ya sea un automóvil, un refrigerador o un Dorito.

De hecho, la mayoría de los productos de consumo hoy en día se crean en alguna forma de línea de montaje.Entre a cualquier metro y su sándwich se crea en forma de línea de montaje: comience con un panecillo, agregue un poco de carne, agregue un poco de queso, algunas verduras, un condimento y ¡listo!

Estás sosteniendo una pechuga de pavo de seis pulgadas cuya existencia misma es un subproducto de Henry Ford y la segunda revolución industrial.

La educación pública fue uno de los muchos «productos» que se crearon durante la época de la revolución industrial. Si se piensa en ello, las escuelas hasta el día de hoy tienen una “cadena de montaje” como la sensación: un niño está en el kindergarten o primer grado, y es esencialmente puso en una cinta transportadora de grados y cursos hasta que él o ella se dejó caer fuera de la fábrica en la graduación. En cada grado, se agregan más «widgets» hasta que creemos que el «producto terminado» está listo para el mundo.

Durante décadas, ese modelo fue perfecto para la sociedad que habíamos creado. A los estudiantes en general, se les enseñó a hacer cosas que los convertirían en buenos trabajadores de la cadena de montaje porque ese era el principal tipo de trabajador que necesitábamos. Necesitábamos trabajadores que estuvieran perfectamente contentos agregando widgets a la cosa día tras día hasta que se jubilaran.

No haga preguntas, simplemente mantenga la cinta transportadora de la línea de ensamblaje en movimiento. Lo más probable es que tengas una gran cosa o algo que funcionó en una fábrica hasta que se jubilaron y estaban bastante felices.

Pero, como el gran filósofo Bob Dylan dijo una vez, “los tiempos están cambiando.” Como hemos visto una y otra vez, los cambios fuera del aula con más frecuencia que no impulsa cambios en el interior del aula. Estados Unidos ya no es el monstruo industrial que enfrenta a los humanos que fue a fines del siglo XIX y la mayor parte del siglo XX. Para bien o para mal, muchos de los trabajos que antes requerían un trabajador humano han sido reemplazados por robots o quioscos automáticos.

 

  • Los cajeros automáticos reemplazaron a los cajeros.
  • Los pagos automáticos han reemplazado al cajero en la tienda de comestibles.
  • Los monitores de computadora han reemplazado a los trabajadores de mostrador en McDonald’s.
  • Las máquinas expendedoras de Redbox reemplazaron a Blockbuster, que luego fueron reemplazadas por Netflix y la transmisión de video.

Casi cualquier trabajo que requiera movimiento repetitivo o entrada de datos es un juego justo para la automatización. La tecnología, junto con la adición de Inteligencia Artificial (IA), han disminuido en gran medida la necesidad de trabajadores de fábrica, que fue la fuerza motriz de la educación durante el siglo pasado.

Sin embargo, ese modelo original de educación, nacido durante la Revolución Industrial para hacer que los trabajadores de las fábricas, poco a poco, se haya mantenido prácticamente igual. Las filas de los estudiantes, escuchar a un maestro, que realizan un trabajo de memoria de memoria, y en movimiento del ratón-como a través de un laberinto de pasillos cuando suena un timbre es el modelo del pasado, de una época la educación que ya no se ajusta a las necesidades de la sociedad ni nuestros estudiantes .

El modelo debe cambiar porque los trabajos para los que el modelo prepara a los estudiantes ya no existen. Ni, a pesar de los deseos de algunos, vuelven.

¿Qué puede hacer la educación para satisfacer las necesidades de empleo del próximo medio siglo más o menos? Hay varias cosas, algunas obvias, otras no tan obvias. Aquí hay algunos:

El más obvio, por supuesto, es dejar de crear un entorno que entrene a los niños para que sean trabajadores por trabajos que no existirán.

Cualquiera que en este momento esté buscando una carrera en el transporte por carretera debería aprender a programar un camión autónomo y no aprender a conducir uno.

Cualquiera que esté pensando en una carrera en la comida rápida, mejor empiece a pensar en la reparación robótica y no en la mejor forma de manipular la máquina de freír.

Rediseñar el espacio físico de donde enseñamos. Mueva a los alumnos fuera de la fila de sillas similar a la fábrica mirando hacia adelante y cree entornos que brinden a los alumnos las herramientas que necesitan para aprender.

Imagine un aula que se asemeja más a un Starbucks, o una tienda de Apple, donde los estudiantes se mueven al área que necesitan en ese momento, puede trabajar en grupos o en solitario, mientras que el profesor no actúa como una fuente racional de todo el conocimiento, sino más bien un entrenador, ayudando donde sea necesario.Luego, diseñe un plan de estudios que funcione con ese tipo de entorno, en lugar de uno en el que interminables hojas de trabajo perforen y eliminen cualquier tipo de amor por aprender de nuestros alumnos.

Haga que la creatividad sea un tema tan importante como Ciencia, Historia, Matemáticas o Lectura. Enseñar a los estudiantes a pensar sobre cómo resolver problemas debería ser tan importante para los educadores como aprender las tablas de multiplicar o las diferencias entre sustantivos y verbos.

Crea un plan de estudios que imita el mundo real. El mundo es desordenado, más gris que blanco y negro, y tiene muchas más oportunidades para resolver problemas de las que actualmente les enseñamos a los niños. Casi todo lo que hacemos en la vida es un problema que hay que resolver, desde qué carro comprar, a qué persona casarse, a qué hamburguesa pedir en el almuerzo.

Algunos problemas que hemos resuelto hace mucho tiempo y estamos en piloto automático cuando los volvemos a visitar, pero cada día nos ofrece nuevas oportunidades para resolver nuevos problemas. Sin embargo, todavía enseñamos como si cada problema tuviera una respuesta A, B o C. El aprendizaje basado en proyectos y problemas proporciona a los estudiantes un camino para convertirse en solucionadores de problemas de por vida.

Lo bien que los resolvamos y cuán bien les enseñemos a nuestros hijos a resolverlos determinará si tienen éxito en el futuro o no.

Inculcar el valor del aprendizaje permanente. Los estudiantes que simplemente asumen que aprenderán cosas nuevas durante sus vidas tendrán una gran ventaja sobre aquellos que deciden que el «aprendizaje real» se detiene en algún punto final artificial, como una ceremonia de graduación de la escuela secundaria o la universidad.

Desafortunadamente, hay muchos educadores que mantienen esa creencia, que una vez que han recibido un grado u otro, su aprendizaje ha terminado.

Cree oportunidades de aprendizaje que se adapten a los estudiantes, en lugar de tratar de que el alumno se adapte al aprendizaje.

Uno pensaría que un médico que solo prescribe un tipo de medicamento sin importar la enfermedad del paciente sería un médico bastante pobre. ¿Brazo roto? Aquí, toma un poco de Penicilina. Sin embargo, todavía tratamos a los estudiantes en los EE. UU. De manera similar.

Un tamaño se adapta a todas las necesidades de aprendizaje para dar paso a un enfoque más personalizado, basado en las necesidades, intereses y áreas de fortaleza y debilidad de los estudiantes. No todos los estudiantes necesitan Física. No todos los estudiantes necesitan trigonometría. Sin embargo, todavía enseñamos como todos lo hacen porque es parte de los widgets de la línea de montaje.

Por supuesto, hay muchas otras cosas que podemos hacer para crear resultados de aprendizaje que ayudarán a los estudiantes a navegar en el barco del futuro. Incluso estos cinco ejemplos simples son caros y requerirían un esfuerzo sustancial por parte de las agencias educativas locales y estatales para lograrlo. Sin embargo, si podemos hacer exactamente eso, haremos mucho para ayudar a los estudiantes a navegar en las aguas traicioneras y no navegadas del futuro ambiente de trabajo.

Y finalmente podemos salir de la cinta transportadora de los sistemas educativos de Industrial Revolution.

Autor: Tim Holt es un educador y escritor, con su propia serie de piezas publicadas en su propio sitio web: HoltThink

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Es hora de personalizar la educación

Por Martín Mathus Gómez Sandoval*

Si entras a un salón de clases en cualquier parte del país —o del mundo— te encontrarás una configuración muy similar: un maestro con plumón en mano y pizarrón a su espalda frente a un grupo de estudiantes de prácticamente la misma edad sentados en pupitres alineados. Será obvio intuir que esta configuración está basada en que todos los estudiantes aprendan el mismo contenido, al mismo tiempo, al mismo ritmo y de la misma manera.

La razón por la cual se instaló tal configuración en las escuelas es lógica y simple: cuando se sistematizó la educación pública en Prusia en el Siglo XVIII, al mismo tiempo cuando se acercaba la Revolución Industrial en Europa, se requería de un modelo eficiente que pudiera enseñarle por primera vez a toda la población los conocimientos básicos para la industria de esa época. El sistema más eficiente que se pensó fue agrupar a los estudiantes por año de nacimiento y tratar de maximizar el tamaño del grupo que un maestro podía enseñar. En un mundo donde todavía no existían los sistemas educativos públicos, dar este salto por primera vez debió haber sido aterrador para la hacienda pública.

En los últimos 200 años, los modelos educativos han evolucionado, pero no han dejado atrás este modelo base de ‘fábrica’. En este modelo algunos estudiantes en cada clase logran sobresalir, pero la mayoría simplemente aprueba los cursos sin dominar los conceptos y aprehender los conocimientos. Pongamos un ejemplo: supongamos que un estudiante obtiene una calificación de 8 en un examen final de matemáticas. Basado en la típica curva de distribución de calificaciones, este estudiante quizá estará por encima del promedio del grupo y por lo tanto su rendimiento escolar se determinará como ‘alto’. Sin embargo, el obtener un 8 de 10 implica que hay un 20% del contenido de ese examen que el estudiante no conoce. Esto quiere decir que un estudiante catalogado como ‘exitoso’ bajo este esquema desconoce por completo el 20% de los conocimientos impartidos en dicha etapa, los cuales podrían ser los cimientos de temas más avanzados y por lo tanto el estudiante está destinado a lidiar con la materia en el futuro. Esta realidad simplemente ha sido aceptada durante siglos.

Aprobar vs. Dominar

Por otro lado, la alternativa es basar la enseñanza en el dominio de los temas y en la aprehensión de éstos. Esto implica los siguientes ajustes: 1) basar la aprobación de un curso a otro en la competencia en vez de un simple cumplimiento de horas; 2) adaptar los métodos de enseñanza a cada estudiante; 3) destinar el tiempo que sea necesario en cada tema para que cada estudiante lo domine; 4) el estudiante no se puede rendir (esto último supone una educación emocional personalizada y adaptable).

Como se puede leer, todos los ajustes pertinentes están relacionados con la personalización y adaptabilidad de la enseñanza. Es fácil intuir que la mejor forma de implementar esta alternativa sería por medio de tutorías uno a uno, con cada tutor entendiendo las fortalezas, debilidades y entorno del estudiante. No es coincidencia, por lo tanto, que el nivel educativo de los padres, o el tiempo que éstos invierten asistiendo a sus hijos con labores escolares sean dos de los principales determinantes del rendimiento escolar de los estudiantes. Tampoco es coincidencia que familias pudientes contraten tutores privados para proveer una instrucción a la medida para sus hijos, se viene haciendo desde antes que Filipo II contratara al mismo Aristóteles para educar a su hijo Alejandro Magno. Los tutores personales, por lo tanto, son naturalmente considerados la opción ideal. Sin embargo, la inversión en educación tiene restricciones presupuestarias naturales que limitan que cada estudiante tenga un tutor personal. He aquí una gran disparidad en el acceso a la educación.

 

Entra la tecnología

Lo emocionante de nuestro tiempo es que a través de la tecnología estas experiencias de aprendizaje a la medida están al alcance de ser escalables y sistematizables. Existen ya múltiples plataformas para el aprendizaje adaptativo que pueden ofrecer los beneficios de una tutoría uno a uno, proveyendo a cada estudiante con su propia ruta personalizada, que se ajusta en tiempo real y reacciona a la actividad y el interés del estudiante.

El uso intensivo de estas tecnologías va en ascenso y sería una pesadumbre atestiguar una vez más cómo el uso de la tecnología abre y profundiza brechas en nuestra sociedad en vez de cerrarlas. Es por eso que el diseño e implementación de un modelo con aprendizaje adaptativo al centro es imperativo en el sistema educativo público mexicano.

Es importante mencionar que hablar sobre tecnología en educación de ninguna manera implica subestimar la labor de los maestros. La tecnología no está volviendo a los maestros obsoletos, los está volviendo más importantes. Diversos estudios demuestran que los mejores resultados de uso de estas tecnologías provienen de una implementación ‘blended’, en los cuales las plataformas digitales fungen como poderosas herramientas para los maestros. Por lo tanto, el éxito del diseño e implementación de un modelo para México se logrará únicamente si los maestros se involucran completamente en éste.

Éste no es un artículo de cómo está la educación en México; eso ya lo sabemos. Tampoco es un artículo argumentando que la educación en México debe mejorar; en eso estamos todos de acuerdo. Vamos a poner en el debate público la sistematización de tecnologías e innovaciones educativas para cerrar brechas y vencer desigualdades estructurales en nuestro país.

*Cofundador de Nextia y de Inviértete.

 

Contacto:

Twitter: @mmths

Instagram: mathus.oax

Mail: mmathusgs@gmail.com

Fuente del Artículo:

https://www.forbes.com.mx/es-hora-de-personalizar-la-educacion/

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