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En nuestra urgencia por conquistar la naturaleza y la muerte, hemos hecho de la ciencia una nueva religión

Por:  Jonathan Cook

Traducido Para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Allá por la década de 1880 el matemático y teólogo Edwin Abbott se propuso ayudarnos a entender mejor nuestro mundo describiendo uno muy diferente, al que llamó Flatland (Planilandia).

Imaginemos un mundo que no es una esfera que se mueve por el espacio como nuestro planeta, sino algo más parecido a una enorme hoja de papel habitada por formas geométricas planas y conscientes. Estas personas-formas pueden moverse hacia delante o hacia atrás y pueden girar a la derecha y a la izquierda, pero carecen del sentido de arriba o abajo. La mera idea de un árbol, un pozo o una montaña no tiene sentido para ellos porque carecen de los conceptos y la experiencia de altura o profundidad. Son incapaces de imaginar, y mucho menos de describir, objetos conocidos por nosotros.

En este mundo bidimensional lo más que pueden aproximarse los científicos a comprender una tercera dimensión son los desconcertantes espacios que registran sus máquinas más sofisticadas, que captan las sombras proyectadas por un universo mayor exterior a Flatland. Los mejores cerebros deducen que el universo debe ser algo más que lo que pueden observar pero no tienen forma de saber qué es lo que desconocen.

Esta sensación de lo incognoscible, de lo indescriptible, ha acompañado a los seres humanos desde que nuestros primeros ancestros fueron conscientes. Ellos habitaban un mundo de sucesos inmediatos y de cataclismos (tormentas, sequías, volcanes y terremotos) causados por fuerzas que no podían explicar. Pero también vivían maravillados por los grandes misterios permanentes de la naturaleza: el paso del día a la noche y el ciclo de las estaciones; los puntos de luz en el firmamento nocturno y su movimiento continuo; la subida y bajada de los mares; y la inevitabilidad de la vida y de la muerte.

Por eso no es raro que nuestros ancestros tendieran a atribuir una causa común a estos acontecimientos misteriosos, tanto a los catastróficos como a los cíclicos, a los caóticos como a los ordenados. Los atribuyeron a otro mundo o dimensión, al ámbito de lo espiritual, de lo divino.

Paradoja y misterio

La ciencia ha intentado reducir el ámbito de lo inexplicable. Ahora entendemos (aunque sea aproximadamente) las leyes de la naturaleza que gobiernan el tiempo atmosférico y sucesos catastróficos como los terremotos. Los telescopios y las naves espaciales nos han permitido, asimismo, explorar más a fondo los cielos para comprender algo mejor el universo que se extiende más allá de nuestro pequeño rincón del mismo.

Pero cuanto más investigamos el universo, más rígidos parecen ser los límites de nuestro conocimiento. Al igual que las personas-formas de Flatland, nuestra capacidad para comprender se ve limitada por las dimensiones que observamos y experimentamos: en nuestro caso, las tres dimensiones del espacio y la adicional del tiempo. La influyente “teoría de cuerdas” plantea otras seis dimensiones, aunque es poco probable que lleguemos a intuirlas con más detalle que las sombras que casi detectaban los científicos de Flatland.

Cuanto más escudriñamos el inmenso universo del cielo nocturno y nuestro pasado cósmico y cuanto más escudriñamos el pequeño universo del interior del átomo y nuestro pasado personal, mayor es nuestra sensación de misterio y asombro.

En el nivel subatómico las leyes normales de la física se desbaratan. La mecánica cuántica es la mejor hipótesis que hemos desarrollado para explicar los misterios de las partículas más diminutas que podemos observar, las cuales parecen actuar, al menos en parte, en una dimensión que no podemos observar directamente.

Y la mayoría de los cosmólogos, que observan el exterior en lugar del interior, hace tiempo que saben que hay preguntas que probablemente nunca seremos capaces de responder, entre otras, qué hay fuera de nuestro universo; o, dicho de otra manera, qué había antes del Big Bang. Durante algún tiempo la materia oscura y los agujeros negros han desconcertado a las mentes más brillantes. Este mes los científicos admitieron al New York Times que existen formas de materia y de energía desconocidas para la ciencia, pero que pueden deducirse porque alteran las leyes conocidas de la física.

Dentro y fuera del átomo, nuestro mundo está repleto de paradojas y misterios.

Arrogancia y humildad

A pesar de la veneración por la ciencia que tiene nuestra cultura, hemos llegado a un momento similar al de nuestros antepasados, que miraban llenos de asombro el cielo nocturno. Hemos sido forzados a reconocer los límites de nuestro conocimiento.

No obstante, existe una diferencia. Nuestros ancestros temían lo desconocido y, por tanto, preferían mostrar precaución y humildad frente a lo que no podían entender. Trataban con respeto y reverencia lo inefable. Nuestra cultura estimula precisamente el enfoque opuesto. Solo mostramos soberbia y arrogancia. Intentamos derrotar, ignorar o trivializar aquello que no podemos explicar o entender.

Los mejores científicos no cometen ese error. Como espectador entusiasta de programas científicos como la serie documental de la BBC, Horizon, me impresiona la cantidad de cosmólogos que hablan abiertamente de sus creencias religiosas. Carl Sagan, el más famoso de ellos, nunca perdió la capacidad de asombro que le producía estudiar el universo. Fuera del laboratorio, su lenguaje no era el lenguaje duro, frío y calculador de la ciencia. Él describía el universo con el lenguaje de la poesía. Comprendía los necesarios límites de la ciencia. En lugar de sentirse amenazado por los misterios y paradojas del universo, los celebraba.

Cuando, por ejemplo, en 1990 la sonda espacial Voyager 1 nos mostró por primera vez la imagen de nuestro planeta desde 6.000 millones de kilómetros de distancia, Sagan no pensó que él mismo o sus colegas de la NASA fueran dioses. Él observó extasiado un “punto azul pálido” y se maravilló de ver el planeta reducido a “una mota de polvo suspendida en un rayo de sol”. La humildad fue su reacción ante la vasta escala del universo, nuestro fugaz lugar dentro del mismo y nuestro esfuerzo por luchar contra “la inmensa oscuridad cósmica que nos envuelve”.

Mente y materia

Desgraciadamente la forma de entender la ciencia de Sagan no es la que predomina en la tradición occidental. Demasiado a menudo nos comportamos como si fuéramos dioses. Estúpidamente hemos hecho de la ciencia una religión. Hemos olvidado que, en un mundo de misterios, la aplicación de la ciencia es necesariamente provisional e ideológica. Es una herramienta, una de las muchas que podemos usar para entender nuestro lugar en el universo, de la que pueden apropiarse fácilmente los corruptos, los vanidosos, quienes buscan el poder sobre los demás y quienes adoran el dinero.

Hasta hace relativamente poco, la filosofía, la ciencia y la teología intentaban investigar los mismos misterios y responder las mismas preguntas existenciales. A lo largo de la mayor parte de la historia se les consideró disciplinas complementarias, no competidoras. Recordemos que Abbott era matemático y teólogo y que Flatland fue su intento de explicar la naturaleza de la fe. De modo similar, el hombre que probablemente ha configurado más el paradigma con el que todavía funciona gran parte de la ciencia occidental fue un filósofo francés que utilizó los métodos científicos de la época para demostrar la existencia de Dios.

Actualmente se recuerda a Rene Descartes sobre todo por su famosa –aunque pocas veces comprendida– máxima: “Pienso, luego existo”. Hace 400 años Descartes creía que podía demostrar la existencia de Dios gracias a su argumento de que mente y cuerpo son entidades separadas. Al igual que el cuerpo humano era diferente del alma, Dios era algo separado y distinto de los seres humanos. Descartes creía que el conocimiento era innato y, por tanto, nuestra idea de un ser prefecto, de Dios, solo podía proceder de algo perfecto y con una existencia objetiva fuera de nosotros.

Aunque muchos de sus argumentos resulten débiles e interesados hoy en día, la perdurable influencia ideológica de Descartes en la ciencia occidental fue penetrante. En particular el llamado dualismo cartesiano –la consideración de que mente y cuerpo son entidades separadas– ha estimulado y perpetuado una visión mecanicista del mundo que nos rodea.

Podemos hacernos una idea de la continuada influencia de su pensamiento cuando nos vemos confrontados con culturas más antiguas que han opuesto resistencia al discurso extremadamente racionalista de Occidente –en parte, es preciso señalar, porque se les ha tratado de imponer de maneras hostiles y opresivas que solo han servido para distanciarles del canon occidental.

Cuando escuchamos a un nativo norteamericano o a un aborigen australiano hablar del significado sagrado de un río o de una roca (o sobre sus ancestros) somos inmediatamente conscientes de lo lejano que suena su pensamiento para nuestros oídos “modernos”. En ese momento probablemente reaccionaremos de una de dos maneras: bien sonriendo por dentro ante su ignorancia pueril, o bien engullendo una sabiduría que parece llenar un vacío profundo en nuestras vidas.

Ciencia y poder

El legado de Descartes –un dualismo que asume la separación entre cuerpo y alma, mente y materia– ha resultado ser un legado envenenado para las sociedades occidentales. Una cosmovisión empobrecida y mecanicista que trata al planeta y a nuestro cuerpo como si fueran básicamente objetos materiales: el primero, un juguete para colmar nuestra codicia; el segundo, una coraza para nuestras inseguridades.

El científico británico James Lovelock, que contribuyó a modelar las condiciones en Marte para que la NASA pudiera tener una idea de cómo construir las primeras sondas que habrían de aterrizar allí, sigue siendo objeto de burla por su hipótesis Gaia, que desarrolló en la década de los 70. Lovelock comprendió que no era buena idea considerar nuestro planeta como una enorme masa de roca con formas vivas habitando su superficie, aunque distintas de ella. Él pensaba que la Tierra era una entidad viva completa, de enorme complejidad y que mantenía un delicado equilibrio. Durante miles de millones de años la vida fue haciéndose más sofisticada, pero cada una de las especies que la habitan, desde la más primitiva a la más avanzada, era vital para el conjunto y mantenía una armonía que sustentaba la diversidad.

Pocas personas le hicieron caso y se impuso nuestro complejo de dioses. Ahora, cuando las abejas y otros insectos están desapareciendo, todo aquello de lo que él advirtió hace décadas parece mucho más urgente. Con nuestra arrogancia estamos destruyendo las condiciones para la vida avanzada. Si no paramos pronto, el planeta se deshará de nosotros y retornará a una etapa anterior de su evolución. Empezará de nuevo, sin nosotros, mientras la flora y los microbios vuelven a recrear gradualmente –a lo largo de eones– las condiciones favorables para formas de vida superiores.

Pero la relación mecánica y abusiva que tenemos con nuestro planeta reproduce la que tenemos con nuestros cuerpos y nuestra salud. El dualismo nos ha animado a pensar que el cuerpo es un vehículo carnoso que, al igual que los de metal, necesita intervenciones regulares desde el exterior, un servicio de mantenimiento, un repintado o una renovación. La pandemia solo ha servido para subrayar estas tendencias malsanas.

Por una parte la institución médica, como todas las instituciones, está corrompida por el deseo de poder y enriquecimiento. La ciencia no es una disciplina inmaculada, libre de las presiones del mundo real. Los científicos necesitan financiar sus investigaciones, pagar sus hipotecas y anhelan mejorar su estatus y sus carreras, como todos los demás.

Kamran Abbasi, director ejecutivo de la [revista de la asociación médica británica] British Medical Journal, escribió un editorial el pasado noviembre advirtiendo de la corrupción del Estado británico, desencadenada a gran escala por la pandemia del covid-19. Pero los políticos no eran los únicos responsables. Los científicos y expertos de salud también estaban implicados: “La pandemia ha puesto de manifiesto cómo se puede manipular al complejo médico-político durante una emergencia”.

Añadía: “La respuesta ante la pandemia en Reino Unido se ha basado en exceso en las opiniones de científicos y otras personas nombradas por el gobierno que pueden actuar movidos por intereses preocupantes, como puede ser su participación accionarial en empresas que fabrican test diagnósticos, tratamientos y vacunas para el covid-19”.

Doctores y clérigos

Pero en cierto modo Abbasi es demasiado generoso. Los científicos no solo han corrompido la ciencia al priorizar sus intereses personales, políticos y comerciales. La propia ciencia está moldeada e influida por las suposiciones de los científicos y de las sociedades a las que pertenecen. A lo largo de los siglos el dualismo cartesiano ha proporcionado la lente a través de la cual los científicos han desarrollado y justificado muchas veces los tratamientos y procedimientos médicos. La medicina también tiene sus modas, aunque están sean, por lo general, más duraderas –y más peligrosas– que las de la industria textil.

En realidad, había razones egoístas que explican por qué la comunidad científica recibió con los brazos abiertos el dualismo cartesiano hace cuatro siglos. Su división entre mente y materia creaba un espacio para la ciencia fuera de la interferencia del clero. Ahora los médicos podían reclamar una autoridad sobre nuestros cuerpos diferente de la que afirmaba tener la Iglesia sobre nuestras almas.

Pero ha sido difícil quitarse de encima la visión mecanicista de la salud, aunque los avances científicos  –y su conocimiento de tradiciones médicas no occidentales– deberían haberla hecho cada vez menos creíble. El dualismo cartesiano sigue reinando en nuestros días, en la supuestamente estricta separación entre salud física y salud mental. Tratar a la mente y al cuerpo como inseparables, como las dos caras de la misma moneda, supone arriesgarse a ser acusado de charlatanismo.  La medicina “holística” todavía lucha para ser tomada en serio.

Enfrentados a una pandemia que suscita miedo, la institución médica ha recuperado la costumbre con más fuerza. Ha mirado al virus a través de una única lente y lo ha visto como un invasor que pretende superar nuestras defensas, y a nosotros como pacientes vulnerables que necesitan desesperadamente un batallón extra de soldados que puedan ayudarnos a combatirlo. Dentro de este marco dominante, han sido las grandes farmacéuticas (las corporaciones médicas con mayor potencia de fuego) las encargadas de venir a rescatarnos.

Es evidente que las vacunas son parte de una solución de emergencia y que ayudarán a salvar las vidas de los más vulnerables. Pero la dependencia de las vacunas, y la exclusión de todo lo demás, es un signo de que hemos vuelto a considerar nuestros cuerpos como máquinas. La institución médica nos ha explicado que podemos aguantar esta guerra con el blindaje que nos proporcionan Pfizer, AstraZeneca y Moderna. Todos podemos ser Robocop en la batalla contra el covid-19.

Pero la salud no tiene por qué considerarse como una batalla tecnológica cara y consumidora de recursos contra los virus-guerreros. ¿Por qué no le damos importancia a la mejora de una alimentación cada vez con menos nutrientes y más procesada, cargada de pesticidas, llena de químicos y de azúcar, como la que la mayor parte de nosotros consumimos? ¿Cómo encaramos la plaga de estrés y ansiedad que todos soportamos en un mundo competitivo y conectado digitalmente, en el que no hay lugar para el descanso, y despojado de todo significado espiritual? ¿Qué hacemos con los estilos de vida mimados que elegimos, en los que el esfuerzo es un complemento opcional al que denominamos ejercicio en lugar de estar integrado en la jornada de trabajo, y en donde la exposición a la luz solar, fuera de las vacaciones en la playa, es casi imposible de encajar en nuestros horarios de oficina?

Miedo y soluciones temporales

Durante gran parte de la historia humana nuestra principal preocupación fue la lucha por la supervivencia, contra los animales y otros seres humanos, contra los elementos y contra los desastres naturales. Los desarrollos tecnológicos han sido de gran ayuda para facilitarnos la vida y hacerla más segura, ya fueran las hachas de sílex y los animales domésticos, las ruedas y los motores de combustión, las medicinas o las comunicaciones de masas. Ahora nuestro cerebro parece programado para echar mano de la innovación tecnológica a la hora de abordar incluso las menores inconveniencias, de calmar nuestros miedos más salvajes.

Por tanto, como es natural, hemos puesto nuestra esperanza, y sacrificado nuestra economía, en encontrar una solución tecnológica para la pandemia. Pero ¿acaso esta fijación exclusiva en la tecnología para solucionar la actual crisis sanitaria no tiene un paralelismo con otros remedios tecnológicos temporales que seguimos buscando para solucionar las múltiples crisis ecológicas que hemos creado?

¿Calentamiento global? Podemos crear una pintura aún más blanca que refleje la luz solar. ¿El plástico inunda cada rincón de los océanos? Podemos construir aspiradoras gigantes que lo absorban por completo. ¿Las poblaciones de abejas desaparecen? Podemos inventar drones polinizadores que las sustituyan. ¿El planeta agoniza? Jeff Bezos y Elon Musk transportarán a millones de personas a colonias espaciales.

Si no estuviéramos tan obsesionados con la tecnología, si no fuéramos tan codiciosos, si no nos aterrorizaran tanto la inseguridad y la muerte, si no viéramos a nuestro cuerpo y a nuestra alma como entidades separadas y a los humanos como algo aparte de todo lo demás, podríamos pararnos a reflexionar si nuestro enfoque no está ligeramente equivocado.

La ciencia y la tecnología pueden ser cosas maravillosas. Pueden permitirnos mejorar el conocimiento de nosotros mismos y del mundo que habitamos. Pero necesitan ser dirigidas con un sentido de humildad que cada vez parecemos más incapaces de tener. No somos conquistadores de nuestro cuerpo, o del planeta, o del universo; y si imaginamos serlo, pronto averiguaremos que no podemos ganar la batalla que estamos librando.

Jonathan Cook es un escritor y periodista free-lance británico residente en Nazaret. Fue merecedor del premio Martha Gellhorn de periodismo por su trabajo en Oriente Próximo. Se le puede seguir en su web: http://www.jonathan-cook.net

Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/04/22/in-our-hurry-to-conquer-nature-and-death-we-have-made-a-new-religion-of-science/

Traducción: Paco Muñoz de Bustillo / Rebelión.org

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Las víctimas olvidadas de la covid-19: Cien millones más de pobres

Por:  Mónica Goded

Es habitual leer que, si exceptuamos el impacto de las dos guerras mundiales y la Gran Depresión, la covid-19 ha provocado una recesión sin precedentes en el último siglo y medio. Lo que no resulta tan frecuente es que se escuchen voces que denuncien que la crisis actual perjudica en mayor medida a la población más vulnerable de los países en desarrollo.

Y, sin embargo, es descorazonador comprobar que, por primera vez en décadas, la pobreza extrema aumentará en 100 millones de personas.

Número de personas que viven con menos de 1,90 dólares al día, en situación de pobreza extrema. Banco Mundial, Author provided

Además, se ha producido una caída de la renta per cápita en más del 90 % de los países en desarrollo. La mitad de estas economías revertirá los avances de los últimos cinco años o más y una cuarta parte perderá todo el progreso realizado desde 2010.

Retroceso en 2020 en la ganancia en ingreso por habitante en los países emergentes y en desarrollo (en número de años). Banco Mundial

La covid-19 está provocando un descenso en las remesas recibidas por las familias más pobres. Por primera vez en la historia moderna, se ha reducido la cantidad de migrantes internacionales.

También ha aumentado la desigualdad. Frente al 10 % de los hogares ricos que se contagian, más de la mitad de los hogares pobres lo hacen y la probabilidad de que fallezcan sus habitantes es cuatro veces más elevada. La mayor exposición a la enfermedad se debe a diferentes factores:

– Ocupación en actividades esenciales que no se interrumpen durante los confinamientos.

– Residencia en barrios densamente poblados.

– Imposibilidad de reducir las horas de trabajo al no contar con ahorros.

¿Qué deparará el futuro?

Las perspectivas en términos de crecimiento son sombrías por los recortes de la inversión debidos al deterioro en las expectativas de los agentes económicos.

PIB: estimaciones para 2022 en comparación a los niveles previos a la pandemia (diferencia porcentual). FMI

El crecimiento futuro también se resentirá del impacto de la pandemia en el capital humano, al poner en peligro los avances en el ámbito educativo y sanitario.

El aprendizaje se ha visto interrumpido con el cierre de las escuelas, que ha perjudicado especialmente a la población que no dispone de medios para continuar la formación a distancia. Además, la caída del ingreso de las familias obligará a interrumpir la formación de muchos niños y jóvenes. En particular, serán las niñas las que se vean forzadas en mayor medida a abandonar las aulas.

Al mismo tiempo, la pandemia ha aumentado el gasto sanitario de unas familias que ya afrontaban serias limitaciones financieras para cubrir su atención médica. Se estima asimismo que ha elevado en 130 millones el número de personas afectadas por el hambre crónica.

Por qué debemos afrontar la situación

Ignorar este aciago panorama no es justo… pero es que tampoco interesa hacerlo. La pandemia no terminará hasta que no termine en todo el mundo.

Sin embargo, la respuesta a la covid-19 está siendo extremadamente irregular: en las economías avanzadas, los paquetes de estímulo frente a la crisis representan entre el 15 % y el 20 % del PIB, en las economías emergentes solo suponen en torno al 6 % del PIB y en los países más pobres no llegan ni al 2 %.

Pensar en términos nacionales es lo más fácil, sin duda, pero salvaguardar la cooperación internacional también debería ser una prioridad. No atender a tiempo las acuciantes necesidades de los más desfavorecidos a la larga obliga a mayores desembolsos para afrontar unas tragedias que se podrían haber evitado.

Shutterstock / Manoej Paateel

¿Hay espacio para la esperanza?

El FMI subraya que lo que suceda a partir de ahora dependerá del ritmo de las campañas de vacunación y de la capacidad de ofrecer una respuesta eficaz entretanto. Será pues preciso reforzar la cooperación internacional prioritariamente en dos ámbitos.

Se debe asegurar el acceso en todo el mundo a las pruebas diagnósticas, los tratamientos y las vacunas contra la covid-19. Alienta comprobar que se ha puesto en marcha una iniciativa con esta finalidad, el Acelerador del acceso a las herramientas contra la covid-19, en la que participan organizaciones internacionales, gobiernos, empresas e instituciones de la sociedad civil. Urge reforzar esa cooperación pues, en estos momentos, las economías avanzadas han adquirido la mayor parte del suministro disponible.

Por lo demás, resulta imperativo proporcionar a los países de ingresos bajos, que ya estaban sobrendeudados antes de la propagación de la covid-19, una inyección adecuada de liquidez internacional que amplíe su margen de maniobra para hacer frente a la crisis.

El Banco Mundial y el FMI, en colaboración con el G20, han acordado una iniciativa para suspender temporalmente los pagos del servicio de la deuda de estos países. 5 000 millones de dólares han podido así ser desviados a la lucha contra la pandemia y sus consecuencias económicas. No obstante, se trata tan solo de un primer paso, pues los acreedores privados no están participando en esa iniciativa.

En definitiva, la pandemia pone de relieve la imperativa necesidad de mayores dosis de cooperación internacional. Existe un riesgo evidente de que los países más ricos se centren en cubrir sus propias necesidades. El problema es que esta actitud podría dejar atrás a las poblaciones más vulnerables de los países en desarrollo.

Esa alternativa no es viable, ni desde un punto de vista ético, ni desde una perspectiva eminentemente práctica. El mundo solo será un lugar seguro cuando todos sus habitantes estemos protegidos.

Mónica Goded. Profesora de Economía, Universidad Pontificia Comillas y profesora en la Universidad de Nebrija.

Fuente: https://rebelion.org/las-victimas-olvidadas-de-la-covid-19-cien-millones-mas-de-pobres/

Fuente Original: https://theconversation.com/las-victimas-olvidadas-de-la-covid-19-cien-millones-mas-de-pobres-159148

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El experimento de una profesora de Harvard con sus alumnos que revela hasta qué punto llegan los sesgos de género

El experimento de una profesora de Harvard con sus alumnos que revela hasta qué punto llegan los sesgos de género

Fuentes: https://www.publico.es/

Un experimento de Mahzarin Banaji, profesora de Sociología de la Universidad de Harvard, muestra hasta que punto los sesgos de género condicionan nuestro pensamiento.

La profesora e investigadora pidió a sus alumnos que identificaran palabras sobre la carrera científica y sobre los cuidados. Así, Banaji plasma en una pantalla dos columnas. En la izquierda Masculino-Carrera, en la derecha Femenino-Hogar. Durante unos segundos, se proyectan palabras y los alumnos deben decidir a viva voz a que columna deben de ir vinculadas. En esta fase del experimento todos los alumnos realizan las asociaciones al unísono y con gran velocidad.

Después, la investigadora invierte las reglas y coloca en una columna el ítem Femenino-Carrera y en la otra Masculino-Hogar. El resultado es sorprendente y los alumnos tardan más del doble del tiempo en asociar palabras a cada una de las columnas, una muestra de hasta que punto pueden llegar los sesgos de género.

Lorena Fernández

Fuente: https://www.publico.es/tremending/2021/04/18/el-experimento-de-una-profesora-de-harvard-con-sus-alumnos-que-revela-hasta-que-punto-llegan-los-sesgos-de-genero/

Fuente de la Información: https://rebelion.org/el-experimento-de-una-profesora-de-harvard-con-sus-alumnos-que-revela-hasta-que-punto-llegan-los-sesgos-de-genero/

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Indígenas samis impiden un experimento de geoingeniería financiado por Bill Gates

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Las primeras pruebas de tecnología de intervención climática (o geoingeniería) en la estratosfera, financiadas por Bill Gates, han tenido que ser suspendidas debido a la presión del pueblo indígena sobre cuyas cabezas habrían tenido lugar, los sami (o lapones) del norte de Escandinavia. Es posible que estos test regresen a Estados Unidos.

 

El Comité Asesor del proyecto ha recomendado la cancelación del calendario de pruebas que debería implementarse en junio. La decisión se hizo pública el 31 de marzo.

Cuando, en 2010, se dio a conocer que Bill Gates invertiría 4,5 millones de dólares en investigaciones relacionadas con la geoingeniería*, Ken Caldeira, uno de los científicos encargados del proyecto, declaró que ese dinero no sería destinado a experimentos de campo. Pero esa línea roja se atravesó cuando el proyecto creció y se trasladó a [la Universidad de] Harvard. El Experimento de Perturbación Estratosférica Controlada, o SCoPEx, tiene planeado liberar alrededor de un kilogramo de carbonato cálcico, básicamente polvo calizo, desde una plataforma góndola transportada en un globo a unos 20 kilómetros de altitud. Las partículas cubrirían el equivalente a 11 campos de fútbol y se experimentaría el potencial de este material para bloquear una parte de la radiación solar y contrarrestar el efecto invernadero de las emisiones de dióxido de carbono. La prueba que iba a realizarse en junio no liberaría ninguna partícula y serviría para probar las tecnologías de la góndola.

El pasado mes de diciembre, SCoPEx anunció que, a causa de la pandemia, iba a trasladar a Suecia las pruebas del globo-góndola previstas para realizarse en Arizona y Nuevo México. El nuevo escenario sería el centro de lanzamiento de la Corporación Espacial Sueca (SSC) situado en Kiruna, cerca del Círculo Polar Ártico, tierra del pueblo sami. El problema era que nadie había hablado con los samis, ni con prácticamente nadie en Suecia.

Gráfico del globo científico de SCoPEx (Harvard)

El Consejo Sami, que defiende los derechos de este pueblo desde Noruega hasta Rusia, envió una carta el 24 de febrero al Comité Asesor de SCoPEx en la que no solo se oponían al experimento, sino también a cualquier investigación de geoingeniería fuera del consenso internacional. También firmaban la carta los líderes de la Sociedad Sueca para la Conservación de la Naturaleza, Amigos de la Tierra-Suecia y Greenpeace-Suecia. Los grupos ecologistas ya habían criticado el proyecto con anterioridad.

Los samis tienen motivos para preocuparse por lo que vuela sobre sus cabezas. Los vientos procedentes del desastre nuclear de Chernóbil  llevaron la radiación hasta sus aldeas y los terrenos de pastoreo de los renos. Miles de animales tuvieron que ser sacrificados y, decenios después, la carne de reno debe seguir sometiéndose a pruebas de contaminación radioactiva. Los samis también han adoptado una clara postura en relación con el clima y han convencido al segundo mayor fondo de pensiones noruego para que retiren sus inversiones en combustibles fósiles. En 2017 acudieron a Standing Rock a apoyar a las tribus amerindias que luchaban contra el gasoducto Dakota que debía atravesar el río Misisipi.

Riesgo moral y de otros tipos

La carta de los samis y de sus aliados resume perfectamente la contradicción fundamental que encierra la investigación de la Universidad de Harvard y los experimentos de geoingeniería en general: instituciones privadas que asumen poderes y toman decisiones con unas consecuencias potenciales tan inmensas que se les debe exigir responsabilidad democrática.

La inyección de aerosoles en la estratosfera (SAI, por sus siglas en inglés), escriben los samis y los ecologistas, “conlleva riesgos de consecuencias catastróficas […] entre los que están su conclusión incontrolada […]” (si se interrumpiera, el efecto invernadero del dióxido de carbono se reanudaría y provocaría un súbito calentamiento, como un yonqui con síndrome de abstinencia“) “y efectos sociopolíticos irreversibles que podrían poner en peligro los esfuerzos globales necesarios para lograr sociedades de carbono cero”. Es decir, la geoingeniería proporcionaría una excusa para aquellos que se enriquecen con la quema de combustibles fósiles que incrementa el dióxido de carbono de la atmósfera. Al ofrecer protección contra los riesgos, se reduce el incentivo para eliminarlos. Es lo que se conoce como riesgo moral. “Por tanto no existen razones aceptables para permitir que el proyecto SCoPEx siga adelante en Suecia o en cualquier otro lugar”.

Alex Lenferma, un climatólogo sudafricano que escribe para el Carnegie Council, muestra el riesgo moral que entraña esta investigación: “David Keith (una de las cabezas del proyecto de Harvard a quien Gates llamó para que le ayudara a distribuir sus fondos de 2010) cuenta que la geoingeniería sería muy barata. Según él, costaría tan solo 10.000 millones de dólares (al año), el equivalente a una diezmilésima parte del PIB global, mientras que sus beneficios podrían superar el 1 por ciento del PIB global: un retorno mil veces superior a su coste. Aunque Keith advierte que esta tecnología no evita la necesidad de reducir emisiones, otros miembros de su equipo no parecen tan convencidos”.

“Su colega de Harvard Richard Zeckhauser declara que la `geoingeniería solar es la tecnología más prometedora que tenemos hoy día´. Es tan prometedora que según él sería positivo redirigir algunos de los esfuerzos para reducir la emisión de gases de efecto invernadero a la geoingeniería, una afirmación que casi equivale a promover el riesgo moral […]”.

La investigación ilustra sobre los peligros de continuar, con el espíritu del Lejano Oeste, las iniciativas independientes que tienen lugar fuera de una estructura de gobernanza global. La liberación en el hemisferio norte de partículas que protejen del sol podría incrementar las sequías en la India y en el Sahel africano, aun en el caso de que beneficiara al clima del norte. Jacob Pasztor, director ejecutivo de la Iniciativa para la Gobernanza de la Geoingeniería Climática Carnegie declaró a

Carbon Brief: “Si un país decidiera poner sus intereses en primer plano –es decir, si su presidente pensara que el país necesita bajar su temperatura y decidiera llevar a cabo ingeniería solar a escala regional–, las consecuencias podrían ser catastróficas en otras partes del mundo”.

Keith participó en 2020 en un estudio en el que se subestimaba el peligro. Estudios previos habían mostrado que los escudos solares empeoraban el impacto del clima en más de un 9 por ciento de la superficie de la Tierra. Pero si los escudos buscaban reducir solo la mitad del calentamiento “apenas aumentarían el clima en un 1,3 por ciento de la superficie terrestre”, según otro de los autores, Peter Irvine. “Nuestros resultados sugieren que cuando se utiliza la dosis correcta y a la vez se reducen las emisiones de gases efecto invernadero, la geoingeniería de aerosoles en la estratosfera podría ser útil para gestionar los impactos del cambio climático”.

“Existe un potencial real, tal vez un potencial significativo, de reducir los riesgos del cambio climático este siglo… y mucho”, afirmó Keith.

Las investigaciones que muestran que la geoingeniería puede ser barata, reducir el daño climático y tener un impacto mínimo cuando se utiliza “en la dosis adecuada” parecen argumentar a su favor. Aunque los científicos reconocen tener dudas, esa investigación conlleva cuando menos riesgo moral. Y esto es así especialmente cuando no existe un marco de gobernanza global o de responsabilidad democrática.

Los samis desafían a la Universidad de Harvard

Los samis se dirigieron directamente al Comité Asesor nombrado por Harvard para plantear el tema de la responsabilidad. Vale la pena citarles literalmente: “Existen graves problemas en términos de gobernanza y toma de decisiones en relación con SCoPEx. Consideramos extraordinario que el proyecto haya ido tan lejos como para establecer un acuerdo con la Corporación Espacial Sueca (SSC) sobre las pruebas de vuelos sin haber solicitado permiso o entablado ningún diálogo con el gobierno sueco, sus autoridades, la comunidad investigadora sueca, la sociedad civil sueca o el pueblo sami, a pesar de la naturaleza controvertida de SCoPEx […]”

“Es digno de atención que la Universidad de Harvard considere razonable que el comité cuyo papel es decidir si este polémico proyecto debe seguir adelante no cuente con ninguna representación del país donde se pretende realizar, Suecia, pues está compuesto exclusivamente por ciudadanos o residentes en Estados Unidos. Observamos asimismo que el Comité Asesor ‘independiente´ parece ser extremadamente homogéneo, no es representativo y ha sido nombrado por la propia universidad, sin incluir en él a los grupos afectados ni a ninguna voz crítica y no estadounidense” (Esta es la lista de sus miembros).

“El comentario del proyecto SCoPEx sobre el borrador del `Proceso de Participación´ elaborado por su Comité Asesor  pone de manifiesto los aspectos esenciales y muestra su enfoque problemático respecto a la ética, la responsabilidad y la toma de decisiones. SCoPEx afirma que ningún proyecto de investigación debería tener que responder a preguntas como: “¿La investigación o el despliegue de geoingeniería solar supone un riesgo moral? ¿Es ético utilizar geoingeniería solar? ¿Quién debería decidir al respecto? ¿Puede gobernarse la geoingeniería solar y podemos confiar en esa gobernanza? ¿Es la investigación una pendiente resbaladiza hacia el despliegue de la tecnología?”. SCoPEx sostiene que si se aplicaran tales requerimientos la investigación tendría que detenerse y se lamenta de que no se haya actuado del mismo modo en otros campos de investigación, por lo que “no debería ser una carga para la investigación en geoingeniería solar”.

“Consideramos que, debido a los riesgos extraordinarios y específicos asociados a la inyección de aerosoles en la estratosfera, no puede tratarse a dicha tecnología y al proyecto SCoPEx como a cualquier otra investigación. Es preciso analizar en primer lugar las consideraciones descritas anteriormente en foros mucho más representativos e inclusivos que el Comité Asesor de SCoPEx. Por tanto, es preciso interrumpir la experimentación y el desarrollo de tecnología que llevan a cabo este tipo de proyectos”.

“Apelamos al Comité Asesor de SCoPEx y a la Corporación Espacial Sueca (SSC) para que reconozcan estos defectos y cancelen las pruebas de vuelo programadas en Kiruna. Los planes de SCoPEx para Kiruna suponen un auténtico riesgo moral […] La investigación y el desarrollo de tecnología relacionados con la inyección de aerosoles en la estratosfera tienen consecuencias en todo el planeta y no deben avanzar en ausencia de un consenso absoluto y global sobre su aceptación”.

Harvard se retira

La oposición indígena y ecologista ha hecho retroceder a la SSC y al Comité Asesor. El 31 de marzo, la revista MIT Technology publicó que la SSC se había retirado del proyecto y que el comité recomendaba “en una decisión inesperada” suspender las pruebas de junio. El grupo afirmó haber iniciado un proceso de participación pública con el fin de “ayudar al comité a comprender los puntos de vista de Suecia y de los indígenas y a realizar una recomendación receptiva y bien informada sobre las pruebas de vuelo del equipo en Suecia”.  El principal investigador del SCoPEx, Frank Keutsch, declaró que los vuelos quedan suspendidos hasta que el comité pueda hacer alguna recomendación “basada en una fuerte participación pública en Suecia que incluya ampliamente a las poblaciones indígenas […]”.

Parece probable que las pruebas no vayan a efectuarse antes de 2022 y que no se hagan en Suecia. Cuando la pandemia se calme, posiblemente se realicen en Estados Unidos.

Ha sido preciso que los samis y sus aliados ecologistas hicieran retroceder al proyecto de Harvard para que se inicie un proceso de consultas. El hecho de que esto haya ocurrido con posterioridad subraya el punto fundamental. En geoingeniería (como en tantos otros temas cruciales) las instituciones privadas y los individuos actúan como gobiernos de facto y toman decisiones que afectan potencialmente a miles de millones de personas sin asumir ninguna responsabilidad democrática. Harvard, la primera universidad de EE.UU. y del mundo, es un buen ejemplo de ello. A pesar de las campañas que promueven la desinversión en combustibles fósiles, la universidad está investigando tecnologías que podrían frenar el movimiento para acabar con la quema de esos combustibles. Todo un símbolo sobre el riesgo moral. Planear un experimento en la atmósfera para probar una tecnología muy polémica en un país extranjero sin pensar en consultar a la sociedad civil de dicho país, y mucho menos al pueblo indígena sobre cuyas tierras iba a realizarse el experimento, evidencia una arrogancia típica del “nosotros sabemos más que tú”. Esa es lo que caracteriza al gobierno privado que no precisa rendir cuentas a la ciudadanía.

¿Deberíamos dejarnos guiar por los científicos?

El anuncio de la suspensión del experimento llegó unos días después de la publicación de un informe de la Academia Nacional de Ciencias (NAS)[de EE.UU.] en el que demandaba la puesta en marcha de un programa de investigaciones sobre geoingeniería.

“Esta propuesta es peligrosa”, escribía Frank Bierrman, profesor de gobernanza global de la Universidad de Utrecht y fundador del Proyecto de Gobernanza del Sistema Terrestre. “Las tecnologías de geoingeniería siguen siendo especulativas y asumen un nivel de comprensión del sistema planetario que no existe. Numerosos estudios han puesto de manifiesto los riesgos, especialmente para los países en vías de desarrollo y las poblaciones vulnerables, de que algo salga mal  si se intenta “manipular” el clima. Y, lo que es más importante, la geoingeniería solar plantea unos desafíos a la gobernanza que son insuperables con el actual sistema político global”.

“Es evidente el punto de vista sobre gobernanza global que plantea la Academia de Ciencias en este informe: Estados Unidos es quien debería liderar las investigaciones, al menos por ahora. Otros países están invitados a unirse, pero nada indica que los autores de la academia conciban colocar a la geoingeniería  bajo control global con poder de veto para los países más vulnerables del Sur global […] En su lugar, el informe de la NAS sugiere que son los científicos quienes deberían llevar la delantera, especialmente los estadounidenses. A partir de ahí, una red global de expertos podría dirigir de forma autónoma las investigaciones. No obstante, es de sobras conocido –y el propio informe lo reconoce– que esta comunidad científica global está enormemente sesgada a favor de unos pocos países industrializados. La gobernanza global de los expertos es el gobierno del Norte global, con algunas “consultas” a colegas de otros países. Es, como argumenté anteriormente, la típica “solución del hombre rico”.

El climatólogo Michael Mann, miembro de la NAS, mostró sus propias dudas: “El mensaje que trasmite un informe como este es de una naturaleza tan política como científica, pues será inmediatamente utilizado por los defensores de dicha propuesta. Y yo me siento sinceramente preocupado por la carnaza que ofrece a quienes minimizan los riesgos […] El propio informe, en mi opinión, está claramente sesgado. Cae víctima del riesgo moral del que advertía en mi libro The New Climate War […]”.

Mann lo explica con una cita de su ampliamente aclamado nuevo libro: “Un problema fundamental de la geoingeniería es que presenta lo que se conoce como riesgo moral, a saber, una situación hipotética en la cual una de las partes (la industria de los combustibles fósiles) promueve acciones que conllevan riesgos para la otra parte (el resto de nosotros), pero que son aparentemente ventajosas para ella misma. La geoingeniería proporciona un apoyo potencial a quienes salen beneficiados de nuestra continua dependencia de los combustibles fósiles. ¿Por qué amenazar nuestra economía con regulaciones draconianas sobre al carbono cuando tenemos una alternativa barata? Los dos principales problemas de ese argumento son (1) que el cambio climático supone una amenaza mucho mayor para nuestra economía que la descarbonización y (2) que la geoingeniería no es tan barata, pues trae aparejada enormes daños potenciales”.

Gates: la ingeniería por encima de la política

Gates ha coqueteado con la geoingeniería en otros proyectos. Junto con el exdirector de tecnología de Microsoft, Nathan Myhrvold, y su compañía Intellectual Ventures (de la que Gates es inversor), registró en 2008 una patente para aplicar la geoingeniería empleando agua fría del mar para reducir la intensidad de los huracanes. En 2010  anunció una inversión en Sea Spray, una compañía que investiga una tecnología que pulverizaría agua marina en la atmósfera para desarrollar nubes blancas que reflejen la luz del sol. Gates también financió a David Keith en la creación de una compañía para capturar CO2 directamente de la atmósfera. Carbon Engineering ha construido una planta en Columbia Británica (Canadá) y planea otra en asociación con Occidental Petroleum en la cuenca pérmica de Texas, uno de los centros de fractura hidráulica del continente. El mercado de carbono existente pretende seguir explotando el petróleo bombeando el CO2 que emite al interior de pozos. Chevron y BHP son otras compañías petroleras que han invertido en Carbon Engineering, al igual que el financiero de las arenas bituminosas N. Murray Edwards.

Las críticas a las inversiones de Bill Gates van mucho más allá de sus experimentos con geoingeniería y llegan hasta la desproporcionada influencia que ejerce su fundación sobre la salud global y el desarrollo y sobre la política educativa. El apoyo que otorga su fundación al modelo de agricultura industrializada para África y el plan educativo orientado a los exámenes (teach to test) llamado “Common Core” en Estados Unidos han sido sometidos a escrutinio. Su libro más reciente, Cómo evitar un desastre climático, ha recibido fuertes críticas por centrarse en la tecnología en lugar de buscar soluciones políticas.

El activista del clima Bill McKibben ha escrito en una reseña del libro publicada en el New York Times: “… es en la política… donde Gates lleva realmente anteojeras. `Mi pensamiento es más el de un ingeniero que el de un politólogo´, ha dicho con orgullo –aunque eso signifique que puede escribir todo un libro sobre el `desastre climático´ sin analizar el papel que ha desempeñado, y continua desempeñando, la industria de los combustibles fósiles en prevenir las acciones para impedirlo […] Esa es la razón por la que hemos desperdiciado casi 30 años de advertencias de la ciencia. `Yo no tengo una solución para la política del cambio climático´, dice Gates en su libro, aunque en realidad sí la tiene: creó una compañía, de la que su fundación es accionista, que ha donado dinero precisamente a los políticos a sueldo de las grandes petroleras. Un análisis de Bloomberg del último otoño descubrió que Microsoft solo ha asignado un tercio de sus contribuciones económicas a políticos respetuosos con el clima”.

Nadie es tan inteligente por sí mismo

En el mundo actual, el dinero y el poder están superconcentrados, reunidos en las grandes corporaciones, los individuos más ricos como Gates y las instituciones influyentes como la Universidad de Harvard. Existe la tendencia, especialmente entre aquellos que tienen éxito, de creer que su éxito se traduce en una mejor perspectiva sobre el modo de gestionar el mundo. Contando con su dinero, sus recursos y su prestigio, su discurso suena más alto, sofocando a menudo las voces de otras personas.

Pero no importa los brillantes o incluso lo bien intencionados que seamos, cada uno de nosotros, seres humanos, estamos limitados por nuestro propio punto de vista. Todos tenemos puntos ciegos. Todos cometemos errores. Cuanto mayor sea nuestro alcance, más perjudicial es el impacto potencial. Esa es la perdición de las estructuras de gobierno privadas cada vez más poderosas en el mundo. Es preciso contar con un marco inclusivo de responsabilidad democrática para alcanzar el mayor rango de conocimiento y perspectiva, reflejar los intereses más generales y evitar los escollos.

Los samis, hablando con la creciente autoridad moral de los indígenas y apoyados por sus aliados ecologistas, han aportado una voz fundamental al debate sobre la geoingeniería. El hecho de que no fueran invitados a opinar, sino que tuvieran que alzar su voz, lo dice todo respecto a las erróneas presunciones del gobierno privado. Lo mismo puede aplicarse a toda una serie de desafíos a los que se enfrenta nuestro mundo. Y en ningún otro lugar es eso más cierto que en un terreno con impactos tan globales y potencialmente catastróficos como la geoingeniería.

*La geoingeniería, también conocida como ingeniería climática o intervención climática, es la modificación deliberada y a gran escala del clima terrestre para combatir el calentamiento global. No debe confundirse con la ingeniería geotécnica (N. del T.).

Patrick Mazza es un activista y periodista. Tiene un blog: theraven.substack.com

Fuente: https://theraven.substack.com/p/saami-indigenous-back-down-gates

Fuente: https://rebelion.org/indigenas-samis-impiden-un-experimento-de-geoingenieria-financiado-por-bill-gates/

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COVID-19: Indígenas no son prioridad en países de América Latina

COVID-19: Indígenas no son prioridad en países de América Latina

Aunque son unos de los grupos más vulnerables ante la COVID-19, los pueblos originarios no aparecen como una prioridad en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe.

Los países prácticamente no tienen una estrategia de vacunación para esta población y tampoco han asignado un financiamiento considerable para implementarla, revela el portal «Salud con lupa».

Esta lentitud podría ser fatal si se consideran las desventajas en las que viven las comunidades indígenas desde hace muchos años, añade el portal en un reportaje publicado recientemente.

Falsa inclusión

El reportaje analiza la inclusión de los pueblos indígenas en los procesos de vacunación de algunos países de la región, como Brasil, Paraguay, México, Perú, Venezuela y Bolivia.

La conclusión es que prácticamente ninguno ha consolidado estrategias puntuales o asignado un financiamiento extra para mejorar las condiciones de vida de esta población.

Esto, pese a que esa fue una de las recomendaciones emitidas por las Naciones Unidas.

Por otro lado, el informe también ofrece algunos datos interesantes sobre el nivel de vulnerabilidad de la población indígena frente a la COVID-19.

Es el caso de un reporte sanitario en Canadá que reveló que la tasa de contagio entre los pueblos indígenas que habitan en reservas era 187% más alto que el de la población canadiense general.

Hasta el 29 de marzo, sumaban más de 220,000 casos de infección y 55,593 decesos en los grupos indígenas de los 9 países que conforman la cuenca amazónica. Fuente: Red Eclesial Panamazónica

Necesidad de políticas interculturales

Frente a ello, el reportaje resalta la importancia de contar con políticas sanitarias interculturales que tomen en cuentan las características, necesidades y fortalezas de esta población.

Sobre todo, por tratarse de una población que ha vivido en desventaja desde hace muchos años, en términos de desigualdad económica y social, según datos recogidos por el portal.

Dichas políticas, no obstante, deben elaborarse tomando en cuenta a la ciencia: estudios inmunogenéticos, ensayos clínicos y análisis de comorbilidades.

Ello, con el fin de que pueden ayudar a comprender el grado de vulnerabilidad de esta población y establecer estrategias de vacunación más eficaces.

Para leer el reportaje completo de Salud con lupa, solo debe hacer clic aquí.

Fuente: Servindi

 

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Francia: ¿Son las mujeres las grandes perdedoras de la pandemia?

Sabine Germain

No es necesario prolongar el suspenso. Las mujeres se ven más afectadas que los hombres por los efectos de la pandemia. De forma inequívoca y en todos los frentes: empleo, carga de trabajo y mental, ingresos… En junio de 2020, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dio la voz de alarma al constatar que «la crisis de Covid-19 afecta de forma desproporcionada a las trabajadoras». Y en más de un sentido.

Las mujeres están «sobrerrepresentadas» en todos los frentes de la crisis sanitaria. En primera línea, ya que las profesiones sanitarias están feminizadas en más de un 70%, llegando hasta el 90% entre las enfermeras y auxiliares de enfermería. Pero también en la segunda línea: en el momento álgido del encierro, las profesiones de la distribución (el 82% de los empleados son mujeres), la ayuda a domicilio (el 98% de las mujeres) o la limpieza (el 67%) proporcionaban «continuidad económica y territorial» asumiendo todos los riesgos, mientras que los equipos de protección seguían siendo difíciles de encontrar.

Las mujeres también cayeron masivamente en el paro parcial, que les permitió mantener su empleo cuando las actividades estaban paralizadas, pero que les hizo perder el 16% de su remuneración neta, excepto a las que reciben un salario mínimo. Los sectores de actividad más afectados por la crisis, es decir, los que se han beneficiado de una mayor asignación parcial de actividad desde el 1 de junio de 2020, son el turismo, la hostelería, el deporte, la cultura, el transporte de pasajeros y los eventos.

También en este caso se trata de actividades muy feminizadas: en el turismo o la hostelería, por ejemplo, más del 80% de los empleados son mujeres. Para el conjunto del año, aún no se conoce la distribución de mujeres-hombres entre los beneficiarios de la actividad parcial. Pero la OIT está convencida de lo siguiente: «Los empleos de las mujeres corren mucho más peligro que los de los hombres, sobre todo a causa de la crisis del sector de los servicios». A diferencia de la crisis de 2008, que afectó más a la industria.

Las mujeres que pueden teletrabajar no se libran. Según un estudio realizado por Ipsos y el Boston Consulting Group, el 34% de las mujeres encuestadas dijo estar «al borde del colapso» (frente al 28% de los hombres). Porque la frontera entre el trabajo y la vida personal se está erosionando, porque las mujeres tienen 1,3 veces menos probabilidades que los hombres de tener un espacio de trabajo aislado, porque son 1,5 veces más interrumpidas por los hijos o las tareas domésticas..

Por ello, no es de extrañar que la carga mental de las mujeres aumentara durante el aislamiento físico de la pandemia. Según la encuesta EpiCov realizada por el Inserm (Institut National de la Santé et de la Recherche Médicale) y la DREES (Direction de la Recherche, des Études, de l’Évaluation et des Statistiques) entre el 2 de mayo y el 2 de junio de 2020, las mujeres de entre 20 y 60 años que declaran dedicar al menos cuatro horas al día a las tareas domésticas habituales son el doble que los hombres (19% frente al 9%). Además, el 58% de las madres de niños pequeños pasan más de cuatro horas al día cuidando de ellos, frente al 43% de los padres. Por último, los hombres son 2,3 veces más propensos que las mujeres a dedicar menos de una hora al día a las actividades domésticas (40% frente al 17%).

Índice distorsionado

En este contexto, el Ministerio de Trabajo (Francia) publicó el 8 de marzo su índice 2021 de igualdad profesional entre mujeres y hombres. Hay que tener en cuenta que las empresas de más de 50 trabajadores están obligadas a medir cada año cinco indicadores: la brecha salarial entre hombres y mujeres (40% de la puntuación), la diferencia de aumentos anuales (20%), la diferencia de ascensos (15%), los aumentos al regreso de la baja por maternidad (15%) y la presencia de mujeres entre los salarios más altos de la empresa (10%).

Este año, el ministerio se ha alegrado de que el índice de respuesta haya aumentado considerablemente (ha pasado del 59% en 2020 al 70% en 2021) y de que la puntuación media haya progresado ligeramente hasta alcanzar los 85 puntos sobre 100 (+ 1 punto en comparación con 2020). Sin embargo, los interlocutores sociales consideran que estos resultados están sesgados por la crisis. El rango de empleados que se tiene en cuenta en estos cálculos excluye a los que trabajan a tiempo parcial, es decir, alrededor del 10 % de la plantilla de las empresas con más de 50 empleados.

Por lo tanto, este índice de igualdad ocupacional debe analizarse con cautela, incluso si se espera que la crisis de Covid se traduzca en un descenso histórico de la igualdad ocupacional. Rachel Silvera, investigadora asociada de la Universidad París-Nanterre, lamenta que se sacrifiquen «los peores trabajos». Con la modesta subida del salario mínimo (+ 0,9% el 1 de enero de 2021), en particular, «el 13% de las mujeres cobra el salario mínimo, frente al 5,5% de los hombres», señala este economista especializado en igualdad profesional. Además, «el 43% de los trabajadores que perciben un salario mínimo trabajan a tiempo parcial, mientras que esta forma de contratación alcanza al 17,5% de todos los asalariados».

Por lo tanto, podemos concluir con la OIT que «existe el riesgo de perder algunos logros de las últimas décadas y de empeorar las desigualdades entre hombres y mujeres en el mercado laboral». Esta es una de las especificidades de esta crisis: «A lo largo del siglo XX, a pesar de sus efectos devastadores, las guerras y las recesiones han hecho avanzar la igualdad de género en los países de renta alta», señala la economista Cecilia Garcià-Peñalosa en una columna publicada por Le Monde el 8 de marzo. Por ello, cree que «la reinserción de las mujeres en el mercado laboral debe ser un aspecto fundamental del plan de recuperación».

Fuente: https://rebelion.org/son-las-mujeres-las-grandes-perdedoras-de-la-pandemia/

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La positividad tóxica

Por: Javier Cortines

La positividad tóxica exige ser feliz a toda costa y vivir en un estado de optimismo total, con lo cual se niegan, se minimizan, se invalidan las auténticas experiencias emocionales del ser humano

El otro día un sobrino pintor que vive en Nueva York me habló de “la positividad tóxica” que impera en nuestra sociedad de las prisas, marcada por el individualismo, el consumismo y la victoria sobre el prójimo. Yo desconocía esa expresión, que explica muy bien “el malestar de nuestra cultura”, y le agradecí el haberme abierto una nueva puerta para ver el mundo desde otro ángulo.

Eduardo Anievas, así se llama ese bohemio que aboga por encumbrar “la empatía”, mostró su hartazgo por esas personas que te machacan continuamente con “un rollo positivo”, haciendo alarde de sus atributos, y que son incapaces de sentarse a tu lado para escuchar tus problemas, compartirlos y transmitir el calor humano que tanto se necesita en esta época en “la hay que estar bien a la fuerza” porque si no eres “un maldito pringao”.

En el curso de nuestra conversación, mediante el wasapeo, enfatizó lo importante que es pasar de la mismidad a la otredad, es decir: ponerse en la piel del vecino, para entender lo que le pasa y compartir sus pesares, lo que en muchas ocasiones “es la única medicina que ayuda a soportar las cargas y, por ende, a despejar la mente.”

¿Quién no conoce a esos tipos que te apabullan cuando lo estás pasando mal y te dan la tabarra para que sigas sus consejos y su ejemplo? “Yo antes lo pasaba peor que tú y ahora mira como estoy”, le dice un fulano a otro mostrando un rostro radiante y sano mientras su amigo “vive en un infierno” y está pensando en el suicidio. Cuando «el fracasado» baja la mirada, el otro, tras bombardearle con su «positivismo tóxico», mira el reloj y sale corriendo «porque tiene que hacer cosas muy importantes».

Le agradecí, repito, que me regalara el mojón conceptual de “la positividad tóxica”, que ha sido para mí una nueva serendipia filosófica. En uno de los enlaces que me envió hallé la ruta para encontrar varios textos que abordan el tema, entre ellos la obra “Toxic Positivity: The Dark Side of Positive Vibes” (La positividad tóxica: el lado oscuro de las vibraciones positivas) de los psicólogos/especialistas Samara Quintero y Jamie Long.

¿Qué es la positividad tóxica? Los autores consultados responden así a esta cuestión:

«Se trata de insistir (ignorando los problemas y necesidades del otro) en que hay que ser feliz a toda costa y vivir en un estado de optimismo total, con lo cual se niegan, se minimizan, se invalidan las auténticas experiencias emocionales del ser humano».

En otras palabras, “cuando reiteramos demasiado que hay que ser positivo” estamos negando el sufrimiento del otro por narcisismo, egoísmo, individualismo o simplemente “porque el sistema nos ha helado el corazón”, nos ha abotargado o nos ha encadenado al adagio, que tanto gustaba a Anna Harendt, del “burro, la noria, el palo y la zanahoria”. ¿Para qué? Para que vayamos como pollos sin cabeza en busca de la fuente de la eterna juventud, de quimeras que terminarán en la trituradora social.

Los especialistas coinciden en que “la positividad tóxica” es mala para la salud porque «Nos hace llevar una máscara que oculta nuestros verdaderos sentimientos, porque nos hace sentirnos culpables (aunque sea inconscientemente), porque se desprecia el sufrimiento de los demás engañándonos con el mantra de que estamos bien, porque nos negamos a reconocer cosas que no funcionan en nuestra vida, porque nos sentimos falsamente mejor viendo que los otros están mal, etc.»

En esta época de tanto ruido, en la que las palabras son como piedras y la fe está bajo tierra, se echa en falta “esa humanidad” que demanda “tener tiempo para el otro”. Los mercaderes están haciendo bien su trabajo y gozan metiéndonos en nichos donde los mudos gritan y los sordos predican para nos dejemos llevar a un paraíso virtual en el que acabaremos, si no despertamos, abrazados a un robot o atrapados «in perpetuum» en las redes sociales, allí donde saltan peces con anzuelos en la boca y se bebe sangre.

Nota: el cuadro que encabeza este artículo es de Eduardo Anievas.

Fuente: https://rebelion.org/la-positividad-toxica/

Fuente original:  Nilo Homérico

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