Las mujeres menstruamos una vez por mes y durante al menos tres décadas de nuestras vidas: es un hecho natural e inevitable. Desde que tenemos la primera menstruación hasta la menopausia, se estima que producimos aproximadamente 20 litros de sangre, repartidos en un promedio de 1.872 días. Es un proceso fisiológico que puede afectar físicamente –con dolores pélvicos, sensibilidad en los senos, hinchazón, dolor de cabeza– y también puede provocar cambios en el estado de ánimo. Ninguna mujer puede escaparle al período menstrual, no importa su origen, religión, cultura o nivel socioeconómico.
Según ONU Mujeres, 26% de la población mundial está en edad reproductiva. Eso significa que, mientras estás leyendo esto, cerca de 1,8 millones de mujeres están menstruando, acaban de terminar el período o están a días de empezarlo.
Por todas los alteraciones que provoca en los cuerpos de las mujeres, menstruar puede ser una molestia en cualquier parte del mundo. Sin embargo, según el país, puede convertirse en una incomodidad, un obstáculo o, directamente, en un infierno.
En Nepal, por ejemplo, esos días de sangrado son motivo de destierro. En este país del sur asiático, obligan a las mujeres que están menstruando a vivir en una choza apartada de la casa, para evitar que mantengan contacto físico con familiares, animales e incluso plantas, ya que existe la creencia de que contagian su “impureza”. Bajo ese argumento, los nepalíes responsabilizan a las mujeres de posibles desastres naturales, desgracias o enfermedades que sucedan en sus comunidades.
Por eso, mientras están en la etapa de sangrado del período menstrual, son obligadas a dormir en refugios que no tienen las condiciones mínimas para vivir de manera digna. Esto suele generar problemas de salud derivados del frío del Himalaya y de la mala alimentación. También es un riesgo para la seguridad, ya que las mujeres allí suelen ser atacadas por animales salvajes o por hombres. Esta tradición se conoce como chhaupadi, una palabra que en hindi significa “intocable”.
En enero de este año, en un pueblo de Nepal, una mujer que dormía en una choza mientras estaba menstruando falleció tras inhalar el humo de una fogata que había encendido para soportar el frío. Tenía 23 años. Se llamaba Gauri Bayak. Es la cuarta muerte en estas condiciones que ha salido a la luz en el último año: otras dos mujeres murieron por hipotermia y una por la mordedura de una serpiente.
El chhaupadi se sigue realizando en varias regiones del país, especialmente en pueblos del oeste, a pesar de que la Corte Suprema de Justicia nepalí prohibió la práctica en 2005. Consciente de que esa prohibición no cambió la realidad, el Parlamento aprobó en agosto de 2017 una ley que castiga a quienes lleven adelante esta práctica.
La nueva ley, que entra en vigor a partir de hoy, establece que las mujeres que estén menstruando no deben ser “confinadas en chhaupadi o tratadas con ningún tipo de discriminación similar o comportamiento inhumano”. Quienes lo hagan, se enfrentan a tres meses de cárcel y a una multa de 29 dólares. Habrá que esperar para ver cómo se regula.
Para Clara García Ortés, fundadora de Be Artsy –una organización que imparte educación e higiene menstrual en aldeas de Nepal a través de proyectos creativos–, la realidad es complicada. “El gobierno nepalí y las activistas intentan luchar contra el chhaupadi, pero no se llega a nada por la corrupción y por la falta de recursos. Los profesores no saben cómo abordar este tema y nadie quiere hacer nada contra algo que está tan arraigado a las creencias”, afirmó al diario digital español El Mundo.
Los programas de Be Artsy involucran a niñas, madres, padres y docentes. La activista, que centra su actividad en la promoción del uso de copas menstruales, asegura que las niñas que participan en sus proyectos “cada vez se involucran más, no se sienten sucias y no ven motivos para hacer el chhaupadi”. Es un comienzo.
La menstruación, ese gran tabú
Si bien no existe la tradición de enviar a las mujeres a dormir afuera de sus casas, la situación en India no es muy diferente a la de su vecino Nepal. En este país, mujeres y niñas también son a menudo consideradas “impuras” y son objeto de discriminación mientras tienen su período menstrual. Por ejemplo, no se les permite ir al templo a rezar y no pueden cocinar ni tocar alimentos. Esto último es porque se cree que “una mujer con la regla puede agriar la comida”, según explicó Ina Jurga, integrante de la organización especializada en higiene Wash United, al diario madrileño El País.
A estas restricciones se le suman las burlas, comentarios peyorativos y señalamientos, que afectan especialmente a las niñas y a las adolescentes. La situación les avergüenza y genera que durante esos días eviten ir al colegio, salir de compras o, en general, relacionarse con gente.
En agosto de 2017, una niña de 12 años se suicidó en el estado de Tamil Nadu, al sur de India, como consecuencia de esa discriminación. La niña dejó una nota en la que explicaba que estaba triste porque una profesora la había “maltratado”. Unos días después, sus padres se enteraron de que la docente la había humillado en frente de toda la clase porque tenía el uniforme manchado con sangre.
La cultura del silencio en torno a la menstruación también se traduce en una falta de conocimiento sobre el tema, que no siempre es fácil de combatir, especialmente en las zonas rurales. Las cifras son impactantes: 50% de las niñas y adolescentes indias desconocía qué era la menstruación cuando les llegó por primera vez, de acuerdo con un informe elaborado en 2016 por la publicación británica especializada en salud BMJ Open. En tanto, 10% de la población femenina de la India rural cree que es una enfermedad.
Encuestas recientes muestran que, además, 20% de las niñas abandonan la escuela cuando empiezan a menstruar, lo que las condena a la dependencia económica o a los matrimonios forzados.
La mejor herramienta para revertir el tabú es la educación, y no sólo para las niñas y adolescentes. La educación sexual y reproductiva, que incluye el tema de la menstruación, debe incluir también a los varones, que son generalmente quienes discriminan, y a los padres, quienes transmiten las ideas y creencias a sus hijos. De hecho, según datos de la organización Water Aid en India, 70% de los padres considera que la menstruación es “sucia” y “contaminante”.
La joven Nikita Azad se hartó de que las indias tengan que arrastrar ese estigma social y en 2016 decidió convertir un proceso tan natural como la menstruación en un arma de reivindicación. Por eso, lanzó en internet la campaña #HappyToBleed” (“feliz de sangrar”). Su lema se convirtió rápidamente en símbolo de orgullo para cientos de jóvenes indias que en las redes compartieron sus fotos y sus experiencias. Las imágenes de las mujeres sosteniendo las toallitas con la frase “Happy to bleed” escrita en rojo recorrieron el mundo.
La lucha contra el “impuesto de sangre”
En India, como en otros países, las mujeres no sólo luchan contra el estigma en torno a la menstruación. Otro de los principales obstáculos que enfrentan es el acceso a los productos de gestión menstrual que, lejos de ser considerados artículos de primera necesidad, parecen ser más bien artículos de lujo.
A un año de que aumentaran 12% los impuestos a los productos de gestión menstrual, la semana pasada, las indias ganaron la primera batalla en este sentido cuando el gobierno decidió eliminar este impuesto a las toallitas y a los tampones. La medida había despertado una ola de protestas en un país en el que estos artículos son tan caros que las mujeres se ven obligadas a usar trapos o retazos de tela –lo que acarrea infecciones o enfermedades– o bien faltar al trabajo y a la escuela, lugares donde tampoco disponen de las instalaciones sanitarias básicas.
En relación a este último punto, el aumento del impuesto había sido interpretado por muchas mujeres como una barrera más para acceder a la educación. En India, los problemas de salud son la principal fuente de ausentismo escolar femenino.
“Este era el paso más esperado y necesario para ayudar a que niñas y mujeres permanezcan en las escuelas y en sus trabajos”, celebró Surbhi Singh, fundadora de Sachhi Saheli, organización nacional dedicada a generar conciencia sobre la higiene menstrual. “Esto las ayudará a crecer para mostrar su verdadero potencial”, agregó Singh, en declaraciones a la agencia de noticias Reuters.
Según la abogada y diputada india Sushmita Dev, el precio de las toallitas es tan alto que 70% de las mujeres del país no podía comprarlas. Incluso antes de que los precios aumentaran. Ni hablar de los tampones, que se convirtieron en productos a los que solamente tienen acceso las mujeres de clases más acaudaladas, y sólo cuando están disponibles en el mercado. Por eso, muchas mujeres acuden a soluciones caseras insalubres.
Aunque la decisión del gobierno fue aplaudida por la mayoría de los sectores que exigían eliminar el impuesto, muchas activistas y empresarias piensan que el problema no se ha erradicado. Es que el gobierno eliminó el impuesto sobre la comercialización de toallitas y tampones, pero su producción sigue sujeta a un fuerte gravamen de hasta 28%. “No sólo defendemos la exención de impuestos sobre el producto final, sino sobre las materias primas y la maquinaria usada en su manufactura. Estos suponen una carga insuperable para empresas como la nuestra, que trabajan para mujeres desfavorecidas y sin formación”, explicó a medios locales Jaydeep Mandal, directora de Aakar Social Ventures, una empresa india premiada por sus estudios pioneros en la producción de toallitas ecológicas y económicamente accesibles.
No es fácil tirar abajo una creencia que está profundamente arraigada a la cultura. Pero, a pasos lentos, la cosa empieza a cambiar. El rechazo masivo que provocó el “impuesto a la sangre” sacudió a la sociedad y plantó dudas y cuestionamientos. En la capital es donde más se ven los esfuerzos. La sociedad civil impulsa distintas iniciativas, como la campaña “Romper el tabú ensangrentado”, con la que la organización Sacchi Saheli visitó 70 colegios de Nueva Delhi para hablar con las estudiantes, compartir sus experiencias, resolver sus dudas y generar en las niñas la conciencia de que la menstruación no es una enfermedad ni nada por lo que deban avergonzarse. La organización también impulsa intercambios con las madres y los padres para que no inculquen en sus hijas las supersticiones, el estigma y la vergüenza que rodean a la menstruación.
Por su parte, el gobierno de la capital reparte toallitas gratuitas a más de 700.000 estudiantes de escuelas públicas. El desafío es llegar a las áreas rurales, que tienen los índices más altos de desinformación, infecciones y ausentismo escolar femenino. Estas zonas son abordadas especialmente por la sociedad civil.
Una creencia extendida
India y Nepal no son los únicos países de la región donde la menstruación viene acompañada por un kit de supersticiones. En Japón, por ejemplo, muchos creen todavía que la menstruación –también tabú en este país asiático– influye en la preparación de alimentos. Por eso, casi la totalidad de los itamae (cocineros de sushi) son hombres.
El reconocido chef japonés Yoshikazu Ono lo explicó en una entrevista concedida en 2011 a The Wall Street Journal: “Ser profesional significa tener un sabor constante en la comida, pero debido al ciclo menstrual, las mujeres tienen un desequilibrio en su gusto, y es por eso que no pueden ser chefs de sushi”. A pesar de este mito, cada vez son más las mujeres que desafían estas creencias y se dedican a la cocina.
Más al oeste del continente, en Afganistán, se cree que higienizar la vagina durante la menstruación puede causar infertilidad. Un informe de UNICEF y el Ministerio de Educación afgano reveló que ese mito lleva a que más de 70% de las adolescentes afganas no se bañen cuando está menstruando. El documento señala, además, que el tabú es tan fuerte que las adolescentes ni siquiera se animan a pedir medicamentos para paliar los dolores menstruales.
Al lado, en Irán, todavía hay tanta desinformación ligada a la menstruación que 48% de las chicas del país piensa que se trata de una enfermedad, según un estudio realizado en 2015 por UNICEF.
En este país también existe el mito de que lavarse puede provocar infertilidad. Sin embargo, las intervenciones educativas han demostrado ser eficaces. Un estudio publicado por el Centro Nacional de Información sobre Biotecnología de Estados Unidos reveló que cuando las iraníes recibían educación sobre la menstruación asimilaban activamente la información; 61% de ellas comenzó a ducharse durante los días de sangrado menstrual.
Fuente: https://feminismos.ladiaria.com.uy/articulo/2018/8/el-infierno-de-menstruar/