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Kasai, un tsunami de pobreza, privaciones y conflicto

Por: Tiziana Trotta

La violencia amaina en esta región de la República Democrática del Congo, pero el hambre, la falta de acceso a sanidad, escuelas poco seguras y el reclutamiento en el conflicto amenazan a la infancia

La región de Kasai, en el centro de la República Democrática del Congo (RDC), no consigue levantar la cabeza, a pesar de que se ha producido una tregua de los combates y que algunos desplazados están empezando a regresar a sus comunidades. La zona está sumida en la violencia desde finales de 2016 y la situación humanitaria, denuncian las organizaciones internacionales, se mantiene muy grave, sobre todo para la infancia. Malnutrición, ataques a escuelas, reclutamiento de niños por parte de grupos armados y falta de acceso a cuidados médicos son algunos de los problemas a los que tienen que enfrentarse los más pequeños.

Pese al descenso de la violencia desde la segunda mitad de 2017, sigue existiendo el riesgo de que se reanuden los combates y en la zona rige la inseguridad, con lo cual los movimientos de población no se han detenido. Aunque el acceso a los servicios básicos está mejorando, las consecuencias para la infancia son devastadoras.

El hambre amenaza la vida de al menos 400.000 menores de cinco años que sufren desnutrición severa

Al menos 770.000 niños, la mitad de todos los menores de cinco años de la región, sufren desnutrición aguda, denuncia el informe Kasai: una crisis para los niños, publicado este viernes por Unicef, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia. El hambre amenaza a la vida de 400.000, una cifra que podría dispararse si no se toman medidas de manera rápida, alerta el estudio. La malnutrición crónica es la causa de que la mitad de los menores de cinco años de la región sufra un retraso en el crecimiento.

Esta situación no representa una excepción en un país con uno de los índices de desnutrición más elevados del mundo, donde seis millones de niños padecen desnutrición crónica y otros dos millones, aguda, según los últimos datos de Unicef. “La desnutrición crónica siempre se ha mantenido muy elevada”, explica Inés Lezama, jefa de nutrición de la organización en RDC. “La aguda, en cambio, se había reducido entre 2007 y 2013”.

Un hombre junto a su mujer, enferma de malaria, en el centro de salud de Kananga (RDC), el pasado 20 de enero.
Un hombre junto a su mujer, enferma de malaria, en el centro de salud de Kananga (RDC), el pasado 20 de enero. VICENT TREMEAU / UNICEF

Las tierras, abandonadas tras la fuga de la población, se han dejado de cultivar y, en algunas zonas de Kasai, se han perdido ya tres cosechas agrícolas. “Si bien el conflicto está retrocediendo y empieza a haber más productos en los mercados, la inseguridad alimentaria sigue en niveles de emergencia y muchas familias no disponen de los recursos económicos para acceder a los alimentos”, asegura la experta desde una de las regiones más pobres del país. “Hay que actuar de manera rápida”.

Más de un niño de cada diez muere antes de celebrar su quinto cumpleaños. “A menudo, las necesidades de los más pequeños están desatendidas, ya que las mujeres cuentan con una sobrecarga importantes de trabajo, al tener que ocuparse del hogar y de la agricultura”, añade Lezama. “Si necesitan ir al campo, dejarán a los hijos solos en casa”.

Otro desafío para la región reside en subsanar el colapso del sistema de salud. A pesar de que mejora el acceso a los centros, alrededor de 200 de estas estructuras han sido saqueadas, quemadas o destruidas durante el conflicto. “Si las instalaciones sanitarias no disponen de suficiente material o de personal, las familias dejarán de acudir”, destaca Lezama. Por el momento, no se han registrado brotes de cólera y sarampión, pero la experta de Unicef advierte que no se puede bajar la guardia; después de la fase de emergencia más aguda, es crucial asegurar una asistencia continua.

Unos niños descansan con sus padres durante una evaluación médica en el centro de salud de Kananga, en la región de Kasai (RDC), el 20 de enero de 2018.
Unos niños descansan con sus padres durante una evaluación médica en el centro de salud de Kananga, en la región de Kasai (RDC), el 20 de enero de 2018. VICENT TREMEAU / UNICEF

Más de 400 escuelas de Kasai han sido atacadas o utilizadas con fines militares desde el comienzo del conflicto y 100 han sido destruidas. El año pasado, casi medio millón de niños no pudieron acabar el curso escolar. Unicef prevé que esta situación se mantendrá inalterada a lo largo de este 2018.

Miles de niños han sido, además, reclutados por grupos armados activos en la región. Durante el auge de la crisis (entre otoño de 2016 y el verano de 2017), más de la mitad (60%) de los milicianos tenía menos de 18 años, según estimaciones del Grupo Mundial de Protección y el Grupo Mundial de Educación. La mayoría de ellos, incluso no llegaba ni a los 15 años. Kate Shaw, asesora de World Vision para la respuesta de emergencia a la crisis de Kasai, sostiene haber hablado con exniños soldados que le han informado de la presencia entre las milicias de menores de cinco años.

Mientras que los más jóvenes se emplean en las cocinas o en otras tareas domésticas, los mayores se pueden ver obligados a matar o se utilizan como escudos humanos. Sea cual sea su edad, señala el informe de Unicef, tienen que someterse a ritos de iniciación que incluyen beber brebajes que pueden contener alcohol o huesos humanos molidos, o comer carne humana para adquirir supuestos poderes que les protegerán en los combates.

UN PAÍS AL BORDE DEL ABISMO

A Kasai, se suman otros focos de violencia e inseguridad del país, como las zonas de Kivu, Tanganica e Ituri. En la última conferencia de donantes, organizada por Naciones Unidas y celebrada el pasado mes de abril, se recalcó que las necesidades de la RDC están aumentando y que para hacer frente a la crisis se necesitarían casi 1.700 millones de dólares este año (1,4 millones de euros), el doble de la suma pedida para el año anterior.

Sin embargo, las autoridades de la RDC no acudieron a Ginebra al considerar que el encuentro ofrecía una mala imagen del país y que el Estado puede hacerse cargo de las necesidades humanitarias internas.

“La mayoría de estos niños fueron obligados a unirse a los combatientes por parte de sus familiares u otros coétaneos”, explica Shaw. “Se les amenazaba, de lo contrario, con matar a sus padres o a ellos mismos”. Aunque las milicias están poniendo en libertad a los soldados más jóvenes desde el pasado verano, muchos de ellos necesitan apoyo para la reinserción y superar los traumas que han vivido. “A menudo, se sienten culpables por lo que han sido obligados a hacer o siguen con el miedo a ser perseguidos, pero tienen que lidiar solos con ello”.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/05/10/planeta_futuro/1525962484_477827.html

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AMLO y el poder real

Por: Carlos Fazio

EL primero de julio,   millones de mexicanos salieron a votar, y si no hubo un fraude de Estado monumental, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) será el próximo presidente de la República. De no ocurrir nada extraordinario en el periodo de transición, el primero de diciembre próximo AMLO deberá asumir el gobierno. Pero en ese lapso, y aún más allá del mediano plazo, el poder seguirá estando en manos de la clase capitalista ­trasnacional.

Es previsible, también, que a partir de este 2 de julio, el bloque de poder (la plutonomía, Citigroup dixit), incluidos sus medios hegemónicos (Televisa y Tv Azteca, de Azcárraga y Salinas Pliego, ambos megamillonarios de la lista Forbes), y sus operadores en las estructuras gubernamentales (el Congreso, el aparato judicial, etcétera), escalarán la insurgencia plutocrática buscando ampliar sus privilegios y garantizar sus intereses de clase, y para seguir potenciando la correlación de fuerzas en su favor.

Más allá del ruido de las campañas, el proceso electoral transcurrió bajo el signo de la militarización y la paramilitarización de vastos espacios de la geografía nacional, y de una guerra social de exterminio (necropolítica) que elevó los grados de violencia homicida a límites nunca vistos en el México moderno, similares a los de un país en guerra (naturalizándose en vísperas de los comicios el asesinato de candidatos a cargos de elección ­popular).

Como recordó Gilberto López y Rivas en La Jornada, ese conflicto armado no reconocido es la dimensión represiva de lo que William I. Robinson denomina acumulación militarizada, cuya finalidad es la ocupación y recolonización integral de vastos territorios rurales y urbanos para el saqueo y despojo de los recursos geoestratégicos, mediante una violencia exponencial y de espectro completo que es característica de la actual configuración del capitalismo; el conflicto y la represión como medio de acumulación de la ­plutonomía.

Para ello la clase dominante hizo aprobar la Ley de Seguridad Interior. Y está latente, para su ratificación en el Senado, la iniciativa de Diputados de quitar el fuero al presidente de la República; la denominada estrategia de lawfare aplicada a Dilma Rousseff y Lula da Silva en Brasil, que implica el uso de la ley como arma para perseguir y destruir a un adversario político por la vía parlamentaria y/o judicial; una variable de los golpes suaves de manufactura estadunidense que podría revertirse contra AMLO.

Al respecto, y más allá de su giro hacia el centro y el rediseño de su programa de transición reformista −capitalista, democrático y nacional, con grandes concesiones al bloque de poder dominante−, la llegada de López Obrador al gobierno pudiera implicar, en principio, una ralentización o respiro (Galeano dixit) a la tendencia del mentado fin de ciclo progresista y restauración de la derecha neoliberal en América Latina.

El impulso de una nueva forma de Estado social, sin ruptura frontal con el Consenso de Washington, significará, no obstante, un cambio en la correlación de fuerzas regionales y tendrá tremendo impacto en los pueblos latinoamericanos. Por ello no es para nada inocente –o simplemente centrada en la profundización de las políticas de cambio de régimen en Venezuela y Nicaragua− la reciente gira neomonroísta del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, por Brasil, Ecuador y Guatemala.

Cabe recordar el inusualmente crítico editorial del Washington Post del 18 de junio, que asumió como suficientemente creíbles los nexos de colaboradores cercanos de López Obrador con los gobiernos de Cuba y Venezuela, y las declaraciones del senador republicano John McCain, tildando a AMLO como un posible presidente izquierdista antiestadunidense y las del actual jefe de gabinete de la administración Trump, general (retirado) John Kelly, quien afirmó que López Obrador no sería bueno para Estados Unidos ni para México.

Según asesores de política exterior de AMLO, ante Washington, su gobierno antepondrá la defensa a ultranza de la soberanía nacional; revisará el marco de la cooperación policial, militar y de seguridad (DEA, CIA, ICI, Pentágono, etcétera), y bajo la premisa de que la migración no es un crimen, incrementará la protección de los connacionales irregulares, como si fuera una procuraduría ante los tribunales de Estados Unidos. También revisará los contratos petroleros y de obra pública. Lo que sin duda traerá fuertes confrontaciones con la Casa Blanca y la plutocracia internacional.

Como dice Ilán Semo, en México la Presidencia de la República encierra potencialidades simbólicas insospechadas; una suerte de carisma institucional. No importa quién la ocupe, incluso a un inepto (pensemos en Vicente Fox), el cargo le trasmite un aura: es el Presidente. Tras la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana, AMLO quiere trascender a la historia como el hombre de la cuarta transformación. Pero para ello se necesita un cambio de régimen e impulsar grandes saltos en la conciencia política de los sectores populares; sin un pueblo organizado y movilizado tras un proyecto de cambio radical y profundo, no hay carisma que alcance.

*Fuente: http://www.jornada.com.mx/2018/07/02/opinion/027a1pol

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Libertad de pensamiento, último resquicio de libertad.

Por: Manuel Carmona Curtido. 

“Si lo que usted expresa es un pensamiento que no es propio, que ha adquirido sin convicción y sin pensarlo, entonces no es usted libre por mucho que le dejen expresarse”.

Se habla mucho de la libertad de expresión, pero, a mi entender lo verdaderamente importante es la libertad de pensamiento. Para desarrollar esta idea me centraré en dos citas, la primera de Anna Frank, célebre por su famoso diario escrito durante el tiempo que permaneció escondida de los nazis, hasta que fue capturada y posteriormente muerta en el campo de concentración de Auschwitz. En este diario Anna Frank cita “podrán callarnos, pero no pueden impedir que tengamos nuestras propias opiniones”. La segunda es de José Luis Sampedro, famoso filósofo humanista, autor de obras como “La sonrisa etrusca” o “El amante lesbiano”, en una entrevista realizada por eldiario.es el 10 de abril de 2013 dijo: “si lo que usted expresa es un pensamiento que no es propio, que ha adquirido sin convicción y sin pensarlo, entonces no es usted libre por mucho que le dejen expresarse”.

Ambas citas, con las que coincido plenamente, hacen hincapié en que la libertad de pensamiento se sitúa por encima de la libertad de expresión, en lo que a libertad se refiere, pero sobre todo Sampedro, va mucho más allá, Sampedro habla de cómo se adquieren esos pensamientos para poder ser libres.

Vemos una y otra vez, como los medios de comunicación, ha dejado en un segundo o tercer plano para pasar a ser medios de creación de opinión, las ideas se repiten de un informativo a otro, prensa, televisión o radio, todas en manos de las mismos dueños y al servicio de los mismos intereses.

Las ideas que se difunden a través de los medios, más tardes son oídas en tertulias de bares, charlas con amigos, etc., ejerciendo el efecto de bola de nieve hasta que esa opinión se hace hegemónica en la mayor parte de la población, pero no siempre la verdad es lo que  opina la mayoría.

Para poder ejercer nuestra libertad expresión, debemos realizar un ejercicio de análisis a la información que se nos facilita a través de los medios de comunicación, contrastarla, ver a quién beneficia dicha información, en definitiva ser críticos para poder sacar nuestras propias conclusiones.

“En el discurso es donde reside el poder,

 porque es el discurso lo que determina lo que es o no verdad.”

Michel Foucault.

fuente: http://kaosenlared.net/libertad-de-pensamiento-ultimo-resquicio-de-libertad/

Fotografía: Kaos en la Red

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Racistas reprimidos

Por: Rosa Ribas

Preferiría que los xenófobos reconocieran abiertamente que lo son para verlos venir de cara

Aunque suene paradójico, tenemos que reconocer que si hay algo que no hace distinciones entre los seres humanos, algo que es universal, es el racismo. Lo compartennompartimos- todas las personas. En cualquier momento se puede manifestar nuestra primitiva necesidad de clan asociada a nuestra incapacidad para desarrollar una identidad que no sea excluyente. Ese es el drama de la identidad, que requiere siempre al otro para definirse y parece que solamente sabemos encontrarla buscando y menospreciando rasgos diferentes entre nuestros propios congéneres. La xenofobia, su existencia, su presencia, omnipresencia en los últimos tiempos, es una demostración de nuestro fracaso como seres civilizados.

El racismo es una tara del género humano. Está en nuestro interior, inculcado de manera más o menos sutil por el entorno, la educación, los medios, las personas que tomamos como modelos… Pero hay otras fuerzas que lo contrarrestan: el entorno, la educación, los medios, las personas que tomamos como modelos… La parte inteligente, la parte empática, la parte evolucionada de los seres humanos nos refuerza en el rechazo del racismo, es una lucha constante que se libra dentro de nosotros, entre civilización y primitivismo. A veces patinamos, soltamos un comentario estúpido, reímos un chiste denigrante y nos sentimos nosotros mismos denigrados, porque ese ser moral que somos a pesar de todo reconoce que, simplemente, no está bien. Y tratamos de corregirnos, porque mantenemos un deseo inquebrantable de llegar a ser seres plenamente humanos, un afán de desembrutecernos, aunque por lo general nuestros esfuerzos se parezcan más a un parcheado que a una construcción.

Por eso rechazamos las manifestaciones de racismo, las castigamos, las combatimos, nos asquean, las rechazamos, las desaprobamos. Y creemos estar obrando bien. Pero, ¿estamos seguros? ¿Se nos ha ocurrido pensar que con nuestra repulsa tal vez estemos hiriendo sentimientos? Sí, sentimientos. Algunos de ustedes leen esto algo perplejos. ¿Los sentimientos de quién, se preguntan? Pues los de todas aquellas personas -vamos a querer creer que son una minoría para no deprimirnos demasiado- para quienes la xenofobia no solo es aceptable y correcta, sino deseable y lógica, pues es parte de un orden natural del mundo: me estoy refiriendo a los racistas convencidos.

Están entre nosotros, y, por lo que leo últimamente en la prensa, tengo la impresión de que esta gente lo está pasando mal, que se sienten cohibidos y coartados en sus libertades, que cuando hablan o escriben manifestando sus prejuicios acerca de quienes ellos consideran inferiores o indignos, que cuando expresan sus opiniones acerca de su indudable superioridad racial y cultural, los señalamos con el dedo y los obligamos a retractarse de palabras que han expresado con toda sinceridad, con el corazón en la mano, como se suele decir. Porque los xenófobos son así, gente con una conexión directa entre sus vísceras, todas, y la boca.

Y algunos, no todos, pero muchos, están sufriendo porque los tenemos reprimidos. No los dejamos salir del armario, ese armario pequeño y exclusivo en el que habitan. Por nuestros juicios de valor peyorativos no pueden mostrarse como lo que son sin tapujos, tienen que traicionar sus auténticos valores. Pero si son racistas por convicción, si de verdad se consideran superiores a otros, lo mejor es que no renieguen de ello cuando se les pregunta directamente. Sea cual sea la causa primigenia de su racismo: falta de oxígeno al nacer, un mal golpe en la cabeza, una abuela que exageró bastante al decirles lo fantásticos que son, ausencia de espejos en la casa, malas experiencias en la escuela, complejos de cualquier índole que necesitan compensar, miedos y traumas diversos, intereses de toda estofa… Un racista que se precie no debe dejar que lo repriman las opiniones que susciten sus manifestaciones orales o escritas. Un buen racista, un racista de pro va por el mundo con la cabeza muy alta, que para eso es un ser superior. Faltaría más.

Personalmente, también me gustaría que lo reconocieran de manera abierta porque, estén donde estén y ostenten los cargos que ostenten, tengo que reconocer que saberlos ocultos en cualquier lugar me dan más miedo. Como con los monstruos de los terrores infantiles, lo peor no era que los hubiera, sino que pudieran estar escondidos debajo de la cama o dentro del armario y aparecieran cuando menos te los esperabas. Por eso, preferiría verlos venir de cara.

Fuente: http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/racistas-reprimidos_1286273.html

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The case for restricting hate speech

For: Laura Beth Nielse

As a sociologist and legal scholar, I struggle to explain the boundaries of free speech to undergraduates. Despite the 1st Amendment—I tell my students—local, state, and federal laws limit all kinds of speech. We regulate advertising, obscenity, slander, libel, and inciting lawless action to name just a few. My students nod along until we get to racist and sexist speech. Some can’t grasp why, if we restrict so many forms of speech, we don’t also restrict hate speech. Why, for example, did the Supreme Court on Monday rule that the trademark office cannot reject “disparaging” applications—like a request from an Oregon band to trademark “the Slants” as in Asian “slant eyes.”

The typical answer is that judges must balance benefits and harms. If judges are asked to compare the harm of restricting speech – a cherished core constitutional value – to the harm of hurt feelings, judges will rightly choose to protect free expression. But perhaps it’s nonsense to characterize the nature of the harm as nothing more than an emotional scratch; that’s a reflection of the deep inequalities in our society, and one that demonstrates a profound misunderstanding of how hate speech affects its targets.

Legally, we tell members of traditionally disadvantaged groups that they must live with hate speech except under very limited circumstances. The KKK can parade down Main Street. People can’t falsely yell fire in a theater but can yell the N-word at a person of color. College women are told that a crowd of frat boys chanting “no means yes and yes means anal” is something they must tolerate in the name of (someone else’s) freedom.

Consider also the protections afforded to soldiers’ families in the case of Westboro Baptist anti-gay demonstrations. When the Supreme Court in 2011 upheld that church’s right to stage offensive protetsts at veterans’ funerals, Congress passed the Honoring America’s Veterans’ Act, which prohibits any protests 300 to 500 feet around such funerals. (The statute made no mention of protecting LGBTQ funeral attendees from hate speech, just soldiers’ families).

So soldiers’ families, shoppers and workers are protected from troubling speech. People of color, women walking down public streets or just living in their dorm on a college campus are not. The only way to justify this disparity is to argue that commuters asked for money on the way to work experience a tangible harm, while women catcalled and worse on the way to work do not — as if being the target of a request for change is worse than being racially disparaged by a stranger.

In fact, empirical data suggest that frequent verbal harassment can lead to various negative consequences. Racist hate speech has been linked to cigarette smoking, high blood pressure, anxiety, depression and post-traumatic stress disorder, and requires complex coping strategies. Exposure to racial slurs also diminishes academic performance. Women subjected to sexualized speech may develop a phenomenon of “self-objectification,” which is associated with eating disorders.

These negative physical and mental health outcomes — which embody the historical roots of race and gender oppression — mean that hate speech is not “just speech.” Hate speech is doing something. It results in tangible harms that are serious in and of themselves and that collectively amount to the harm of subordination. The harm of perpetuating discrimination. The harm of creating inequality.

Many readers will find this line of thinking repellent. They will insist that protecting hate speech is consistent with and even central to our founding principles. They will argue that regulating hate speech would amount to a serious break from our tradition. They will trivialize the harms that social science research undeniably associates with being the target of hate speech, and call people seeking recognition of these affronts “snowflakes.”

But these free-speech absolutists must at least acknowledge two facts. First, the right to speak already is far from absolute. Second, they are asking disadvantaged members of our society to shoulder a heavy burden with serious consequences. Because we are “free” to be hateful, members of traditionally marginalized groups suffer.

Fuente: http://www.hoylosangeles.com/g00/latimesespanol/hoyla-el-argumento-para-restringir-el-discurso-de-odio-20170621-story.html?i10c.referrer=https%3A%2F%2Fwww.google.co.ve%2F

 

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Acuerdo o plan: el magisterio de nuevo

Por Carlos Ornelas

Sólo algún error catastrófico, dicen quienes comentan las encuestas, puede impedir que Andrés Manuel López Obrador pierda las elecciones del 1 de julio. Ése tendría que ser de él, sus contrincantes no le encuentran el flanco débil. Las coaliciones adversarias apuestan a que el gran porcentaje de voto indeciso sea antiAMLO y voten por su candidato. Wishful thinking, apuntan los que saben inglés

Los vaticinios, pienso, son correctos, aunque tal vez la ventaja de AMLO no sea tan amplia. Hoy, es casi seguro que él será el próximo presidente de México. Por lo tanto, hay que tomarse en serio sus declaraciones, así como las de las personas que designó para ejercer en su gabinete. Aunque, supongo, los planteamientos más serenos —los que no buscan el voto— vendrán después de las elecciones. Por lo pronto, tanto AMLO como Esteban Moctezuma Barragán —futuro secretario de Educación Pública, si se cumplen los pronósticos— persiguen el sufragio de los maestros. AMLO, con una defensa cerrada de la CNTE y del magisterio en general con un grito de guerra; EMB, con mensajes edificantes, pero sin obviar la crítica a la Reforma Educativa.

En su cierre de campaña en Oaxaca, territorio de la CNTE, en su discurso, AMLO reiteró que cancelará la “mal llamada Reforma Educativa”. También, como en sus tres decálogos sobre educación, se comprometió a poner en marcha un verdadero plan —ya no una auténtica reforma— para mejorar la calidad de la enseñanza sin afectar los derechos de los trabajadores de la educación. Pero ya abajo del templete, según el reportaje de Ernesto Núñez, el candidato de Morena señaló: “Lo voy a decir, con todo respeto, con toda mi buena fe, y sin ofenderlos, pero el periódico Reforma, desde que empezó la imposición de la llamada Reforma Educativa, se convirtió en un medio hostil a los maestros y, en más de una ocasión, han calumniado a los maestros” (17/05/2018).

Cierto, algunos encabezados de Reforma pintan mal a los maestros que hacen paros, toman carreteras y casetas de peaje, incendian edificios públicos, bloquean y saquean comercios y camiones de carga, pero en sus reportajes los deslindan del resto del magisterio. Aunque AMLO lo haya dicho con todo respeto, el tono levanta temores entre editores, reporteros y articulistas. Espero —y de veras hago votos por ello— que sean palabras de campaña y no presagio de una línea de censura a la libertad de expresión.

En su artículo del 15 de junio en El Universal, EMB usó una inflexión distinta, una epístola de aliento a los maestros, aunque pone a todos en el mismo saco, no hace diferencias entre los maestros cumplidos y los que escogen la violencia para expresar sus demandas. La oferta que hace Esteban Moctezuma es pareja.

En su parte medular, EMB asienta: […] lo primero que se tiene que hacer en el próximo gobierno es revalorar a las maestras y a los maestros de México… Empoderarlos como lo que son: la columna vertebral del sistema educativo”. Luego lamenta la caída en la matrícula de las escuelas normales y que se haya acelerado la jubilación. Al final, reitera, “la primera tarea del próximo gobierno en materia educativa es entusiasmar al magisterio, es empoderarlo como una profesión respetable y respetada”.

La tesis de EMB es que el nuevo plan educativo debe hacerse en consulta y con un “acuerdo” entre gobierno y maestros. EMB era subsecretario de Planeación y Coordinación de la SEP en 1992, fue el encargado de las negociaciones con la dirigencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación para llegar al Acuerdo para la Modernización de la Educación Básica. Tiene experiencia y sabe que el SNTE —cualquiera de sus facciones— no cede en nada sin obtener ganancias concretas, legítimas o no.

Sospecho —aunque de corazón espero equivocarme— que cuando AMLO y EMB hablan de acuerdo, pactos o consultas con los maestros, piensan en los jefes de las facciones de un sindicato corporativo; incluso, AMLO habla de unificación de los liderazgos y se comprometió con el grupo de la señora Gordillo a restablecer la carrera sindical. En otras palabras, regresarles privilegios que este gobierno clausuró.

No sé cuál vaya a ser al final la política educativa del eventual gobierno de AMLO. Muchas de sus propuestas programáticas son ambiguas —hasta habla de voucherso bonos educativos—, pero estoy convencido de que, si regresa prerrogativas a las camarillas que controlan la vida del sindicato, él no gobernará en la educación.

Fuente del artículo: https://www.excelsior.com.mx/opinion/carlos-ornelas/acuerdo-o-plan-el-magisterio-de-nuevo/1246700

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La libertad, el respeto y la educación

Por Daniel Mcevoy 

Los que tienen la amabilidad, y la paciencia, de leer esta sección de los viernes en el diario INFORMACIÓN sabrán que se sostiene en dos hilos conductores: la literatura y la crítica política y social. Siempre, por descontado, desde una perspectiva constructiva, e intentando ejercerla dentro de unos parámetros del máximo respeto personal hacia los personajes públicos a los que, en ocasiones, aludo en mis artículos. Por eso quiero comenzar advirtiendo que esta semana les voy a ofrecer menos literatura y menos crítica que en otras ocasiones pero, quizás, más reflexión.

En cualquier caso, para no perder la costumbre de realizar una referencia literaria, sí me gustaría citar a cinco escritores: Federico García Lorca, Oscar Wilde, Walt Whitman, Virginia Woolf y James Baldwin. Como ven, cinco autores que no tienen, aparentemente, nada en común, salvo su innegable talento: diferentes nacionalidades, épocas diversas, géneros contrapuestos. Una sola circunstancia personal les es común: su homosexualidad.

Muchos de ustedes argumentarán, y no estarán en absoluto exentos de razón, que el hecho de que fueran homosexuales es totalmente irrelevante a la hora de juzgar su producción literaria, y que ese hecho se circunscribe a sus respectivas vidas privadas y no debería ser siquiera mencionado. Yo no puedo sino compartir ese argumento. Pero debemos tener en cuenta que los cinco autores mencionados, a lo largo de sus vidas, sufrieron no sólo la incomprensión de su sociedad, sino también, como en el caso de Oscar Wilde, la persecución y la cárcel sólo por sus inclinaciones sexuales.

Se podría pensar que las actitudes que tuvo que padecer Oscar Wilde eran fruto de la sociedad victoriana, en la que le tocó vivir, y que hoy están felizmente superadas. La cuestión, sin embargo, es que no lo están. Si miramos un mapamundi, aún podemos comprobar que la lista de países en los que la homosexualidad está perseguida, e incluso penada con la cárcel, y hasta con la pena de muerte, es mayor que la de aquellos que cuentan con una legislación que, al menos de iure, promueve la igualdad entre las personas, con independencia de su orientación sexual.

Por fortuna, en España contamos con una de las legislaciones más avanzadas en materia de igualdad en ese campo. De hecho, el tres de julio de 2005, nos convertimos en el tercer país del mundo que promulgó una ley que permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo. En aquel momento, la medida no estuvo exenta de polémica. Hubo incluso quien, para oponerse a esta norma, arguyó que el Diccionario de la Real Academia definía el matrimonio como la «Unión de hombre y mujer, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses».

En la actualidad, ya nadie en su sano juicio es capaz de oponerse al derecho a contraer matrimonio a personas del mismo sexo. De hecho, ahora ni el argumento del Diccionario de la RAE es válido, puesto que, en el año 2012, se añadió una segunda acepción al término matrimonio, aceptando también la de «En determinadas legislaciones, unión de dos personas del mismo sexo, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses».

En este contexto, muchos argumentan que si tenemos un corpus legislativo de los más avanzados del mundo en materia de igualdad y de derechos de la comunidad LGTBI, por qué se hace necesario que existan determinadas fechas, como la de ayer mismo, Día Internacional LGTBI, en las que se llame la atención sobre la necesidad de salvaguardar los derechos de este colectivo.

La respuesta es bien sencilla. Aunque la legislación haya equiparado los derechos de todas las personas, esa igualdad de facto aún no se ha logrado. Ni en el caso de este colectivo ni, por desgracia, en muchos otros aspectos de nuestra sociedad, como en el de la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, en el de muchos colectivos de personas con diversidad funcional, o en el de determinadas minorías étnicas.

En muchas ocasiones, tendemos a hablar del progreso de un país en términos meramente de su producto interior bruto o de sus variables macroeconómicas. No digo que esas cuestiones no sean importantes, pero creo que la grandeza de un país se debería medir también por la igualdad en el trato a todos sus ciudadanos y por el cuidado que preste a sus colectivos más desfavorecidos o a los que cuenten con un rechazo social fruto de actitudes anacrónicas.

En el caso de la igualdad de todas las personas, sea cual sea su orientación sexual, yo me siento feliz de los avances conseguidos en nuestro país y en nuestra ciudad. Los actos organizados ayer por el Ayuntamiento para la conmemoración del Día Internacional LGTBI en Elche, son una muestra de los pasos que se están tomando en esa dirección.

Llegará un día en el que no hará falta la celebración del día internacional de ningún colectivo. Ese día significará que habremos conseguido una sociedad realmente justa y ecuánime para todos. Para que llegue ese día hay tres valores que todos debemos cultivar con especial ahínco: la libertad, el respeto y la educación.

Fuente del artículo: https://www.diarioinformacion.com/opinion/2018/06/29/libertad-respeto-educacion/2037813.html
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