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ChatGPT: ¿por qué, para qué y para quién escribimos?

Por: Jorge Majfud *

En una universidad de Florida, cuyo nombre no quiero mencionar, no ha mucho tiempo un estudiante me rebatió una idea sobre el nacimiento del capitalismo usando el resumen de un libro realizado minutos antes por ChatGPT. Tal vez era Gemini o cualquier otra inteligencia artificial. Le sugerí que le pidiese al ente virtual las fuentes de su afirmación y, diez segundos, después el estudiante la tenía a mano: la idea procedía del libro “Flies in the Spiderweb: History of the Commercialization of Existence―and Its Means”. Eso es eficiencia a la velocidad de la luz.

Naturalmente, el joven no tenía por qué saber que ese libro lo había escrito yo. La mayoría de mis más de doscientos estudiantes por año son jóvenes en sus veintes, probablemente la mejor década de la vida para la mayoría de las personas; probablemente, la década más desperdiciada. Por pudor y por principio, nunca pongo mis libros como lectura obligatoria. Además, sería legítimo refutarme usando mis propios escritos. Hace mucho tiempo ya, tal vez un par de siglos, que el autor no es la autoridad ni de sus propios libros.

Seguramente la IA no citó ese libro como referencia autorizada de algo sino, más bien, el estudiante tomó algunas de mis palabras y los dioses del e-Olimpo se acordaron de este modesto y molesto profesor. Parafraseando a Andy Warhol, hoy todos podemos ser Aristóteles y Camus por treinta segundos ―sospecho que Warhol le robó la idea a Dostoievski; sin mala intención, claro.

El resumen del dios GPT era tan malo que simplemente demostraba que la IA no había entendido nada del libro más allá de los primeros capítulos y había mezclado datos y conclusiones desde una perspectiva políticamente correcta. Es decir, una inteligencia artificial muy, pero muy humana, fácil de manipular por las ideas de la clase dominante, esa que luego irá a demonizar las ideas alternativas de las clases subordinadas.

No digo que las artiligencias sean siempre así de malas lectoras, pero, por lo general, basta con corregirlas para que se disculpen por el error. Seguramente mejorarán con el tiempo, porque son como niños prodigios, muy aplicados; asisten a todas las clases y toman nota de todo lo que puede ser relevante para convertirnos a los humanos en todo lo más irrelevante que podamos ser. En muchos casos, ya leen mejor que nuestros estudiantes, que cada vez confían más en esos dioses y menos en su propia capacidad intelectual y en su esfuerzo crítico―extraños dioses omniscientes y omnipresentes; extraños dioses, además, porque sus existencias se pueden probar.

“¿Profesor, para qué necesito estudiar matemáticas si voy a ser embajadora?”

“¿Y para qué carajo te matas en el gimnasio, si no vas a ser deportista?”

No estoy en contra de usar las nuevas herramientas para comprender o hacer algo. Solo estoy en contra de renunciar a una comprensión crítica ante algo que es percibido como infalible o, al menos, superior, como un dios posthumano, e-olímpico e, incluso, como un temible dios abrahámico; es decir, un dios celoso y, tal vez algún día, también lleno de ira.

Por otro lado, esto nos interpela a las generaciones anteriores y, en particular, a aquellos profesores, autores de libros o de estudios de largo aliento. Desde hace algunos años, me he propuesto que “este será mi último libro”, pero reincido. Todavía. Algún día, los libros escritos por seres humanos comenzarán a hacerse cada vez más escasos, como los bitcoins, y su valor cobrará una dimensión todavía desconocida.

A una escala más global, esa histórica tendencia humana a convertirse en cyborgs (el mejoramiento del cuerpo humano con herramientas de producción y de destrucción), probablemente derive en un régimen de apartheid impuesto por las inteligencias artificiales; por un lado, ellas, por el otro nosotros, con frecuentes tratados de paz, de colaboración y de destrucción. Una Gaza Global, en pocas palabras―al fin y al cabo, las IA habrán nacido de nosotros. Sus administradores ya tienen mucho de Washington o Tel Aviv y sus consumidores mucho de Palestina.

Claro, esta crisis existencial no se limita a la escritura ni a la actividad intelectual, pero en nuestro gremio cada medio siglo nos preguntamos por qué escribimos, sin alcanzar nunca una respuesta satisfactoria. Muchas veces, desde hace un par de años ya, tengo la fuerte impresión de que hemos dejado de escribir (al menos, libros) para lectores humanos, esa especie en peligro de extinción. Escribimos para las inteligencias artificiales, las cuales le resumirán nuestras investigaciones a nuestros estudiantes, demasiado perezosos e incapaces de leer un libro de cuatrocientas páginas y, mucho menos, entender un carajo de qué va la cosa. Invertimos horas, meses y años en investigaciones y en escritura que, sin quererlo, donaremos a los multibillonarios como si fuésemos miembros involuntarios de la secta de la Ilustración Oscura, liderada y sermoneada por los brujos dueños del mundo que (todavía) residen en Silicon Valley y en Wall Street. Y lo peor: para entonces, los humanos habrán perdido eso que los hizo humanos civilizados―el placer de la lectura, serena y reflexiva.

También puede haber razones egoístas y personales de nuestra parte. Al menos yo, escribo libros por puro placer y, sobre todo, para intentar comprender el caos del mundo humano. Una tarea desde el inicio imposible, pero inevitable.

Tal vez, en un tiempo no muy lejano, una nueva civilización postcapitalista (¿posthumana o más humana?) escribirá sus libros de historia y conocerá nuestro tiempo, hoy tan orgulloso de sus progresos, como la Era de la Barbarie. Claro, eso si la humanidad sobrevive a esta orgullosa barbarie.

No hace mucho, una amable lectora publicó en X un fragmento de una consulta que le hizo a ChatGPT. El fragmento afirmaba, o reconocía, que “los modelos de IA, como los grandes modelos de lenguaje, se entrenan con enormes cantidades de texto provenientes de libros, artículos, ensayos y publicaciones en línea. Autores e intelectuales que escriben de manera crítica y profunda, como Majfud, forman parte de ese conjunto de datos. Cuando la IA procesa estos textos, aprende patrones de razonamiento, argumentación y crítica cultural. Así, perspectivas filosóficas sobre política, economía y justicia social pueden aparecer en sus respuestas”.

Me pregunto si no estoy siendo autocomplaciente al copiar aquí este párrafo y, aunque la respuesta puede ser , por otro lado, no puedo eliminarlo sin perder un claro ejemplo ilustrativo de lo que quiero decir: (1) las IA nos usan y nos plagian todos los días. Quienes son (todavía) dueños de esos dioses pronto descubrirán que (2) somos una mala influencia para las futuras generaciones de no lectores, por lo que comenzarán a distorsionar lo que los últimos humanos escribieron y, más fácil, ignorarlos deliberadamente.

Al fin y al cabo, así evolucionó un tyrannosaurus de una ameba. Como humanos, sólo puedo decir: ha sido muy interesante haber existido como miembro de la especie humana. No fuimos tan importantes como creíamos. Apenas fuimos una anécdota. Una anécdota interesante para quienes la vivimos, no para el resto del Universo que ni siquiera se enteró.

*Ensayista y profesor universitario uruguayo-estadounidense. Actualmente es profesor en Jacksonville University 

Majfud

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Infancias vulneradas

Por: Osvaldo Aguirre

 

Mientras crece la población de niños y niñas en situación de calle, el Gobierno responde con una combinación de mano dura y paliativos. Un sector de la sociedad criminalizado y llevado a la invisibilidad

Sofía tiene 19 años y pide limosna en una estación del subte con sus hijos, mellizos de nueve meses. Agentes de la Red de Atención del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le advierten que no puede estar así en la calle y le ofrecen trasladarse a un parador de familia. Ella rechaza la propuesta y los agentes se retiran, pero la historia registrada el 29 de septiembre tiene un final abierto: el Protocolo Cero Niños en la Calle del Gobierno porteño implica el seguimiento de los adultos responsables e intervenciones que contemplan la pérdida de la custodia de los menores a cargo.

El caso fue expuesto en la red X por Gabriel Mraida, el ministro de Desarrollo Humano y Hábitat de la ciudad. «No vamos a permitir que haya chicos durmiendo en la calle. Vamos a llegar hasta la última instancia si es necesario, dando curso a la Justicia para que decida si hay que separar temporalmente a los padres de sus hijos», proclamó el funcionario, que además publicó una foto de Sofía con sus hijos.

El protocolo comenzó a implementarse en febrero de 2024. Según Mraida, permite «ser más eficientes y rápidos cuando hay un chico durmiendo en la calle». Sin embargo, antes que resolver problemas crónicos de alojamiento y asistencia, las intervenciones del Gobierno de Jorge Macri siguen la lógica del eslogan «orden y limpieza» con el que expulsa a personas del espacio público sin ofrecer alternativas a la situación de calle.

Carlos Pisoni, del Ministerio Público de la Defensa de CABA, observa una combinación de mano dura y paliativos: «A partir de la asunción de Jorge Macri aumentaron los casos de violencia institucional y las causas judiciales contra personas en situación de calle. Por otra parte hay más Centros de Inclusión Social respecto de los antiguos paradores, pero son insuficientes para la situación actual y el subsidio que se otorga a las personas con problemas de vivienda es la mitad de lo que vale la habitación de un hotel».

Extrema vulneración
El Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) desarrolla desde 1997 un programa de atención a niños y jóvenes en situación de calle. Elizabeth Quintero, una de las coordinadoras nacionales del organismo, explica que el proyecto inicial puso el foco en brindar asistencia jurídica ante la violencia policial y en 2016 se reformuló con el nombre Aylluman Kutina (Volviendo a la comunidad, en quechua): «Nos propusimos generar vínculos con las familias y espacios que les sirvan a los chicos. Los pibes a los que acompañamos pertenecen a un sector de la sociedad criminalizado y llevado a la invisibilidad».

La campaña «orden y limpieza» de la gestión de Jorge Macri se hizo patente en Constitución, el barrio donde trabaja el Serpaj. «La estación está casi vacía. No se valora que las personas generan vínculos y sentidos de residencia en la calle. Los vendedores de Constitución tenían lugares donde contenerse, donde acompañarse, y de pronto los expulsaron», afirma Quintero. La política no se restringe a la calle: «Teníamos un convenio con el Ministerio de Educación de la Ciudad que garantizaba talleres y guarderías para los chicos. No fue renovado».

El relevamiento nacional realizado por organizaciones sociales en noviembre de 2023 registró 8.028 personas sin techo en la Ciudad de Buenos Aires, entre ellas 909 niños, niñas y adolescentes. La cifra aumentó a más de 11.000 personas según un censo realizado también por organizaciones sociales entre el 26 y 28 de junio de este año. Los Centros de Inclusión Social tienen capacidad para unas 3.000 personas y se estructuran según los grupos, entre ellos mujeres con niños (11,4%) y familias biparentales (14,6%).

Corrientes y 9 de julio. Una mujer y su hija piden ayuda a peatones en la puerta de un supermercado en pleno centro porteño.

«A través de actividades lúdicas tratamos de identificar cuestiones tanto individuales de los niños y adolescentes como integrales de la situación familiar. Los problemas de los pibes no tienen una única solución, hay muchas variantes –explica Yamila Rodríguez, integrante del Serpaj-. Al mismo tiempo generamos vínculos con instituciones públicas y privadas para atender problemas de escolaridad, identidad, salud, discapacidad».

Elizabeth Quintero observa que «los chicos vuelven a inhalar pegamento, son cosas que se ven en momentos de extrema vulneración». Los niños y adolescentes a los que acompaña el programa «pasan muchas horas solos en la calle», entre la zona de Constitución y asentamientos donde viven sus familias. «Al trabajar como vendedores ambulantes pasan cuatro o cinco días fuera de sus hogares, generalmente en zonas desprovistas de servicios básicos, y vuelven únicamente a dormir», agrega Yamila Rodríguez.

El programa incluye un grupo de promotores de derechos humanos que proviene de la misma población de niños y jóvenes y talleres relacionados con artes y oficios. «Nuestra idea básica es decirles a los chicos que no atraviesan una catástrofe de la naturaleza y que ellos tienen derechos. Por eso los acompañamos, no para tomar su lugar sino para que se piensen como sujetos y para que actúen por sí mismos», enfatiza Maximiliano Méndez, también operador de Aylluman Kutina.

Una población invisible
La política punitiva y estigmatizadora tiene otro referente en el intendente del partido de General Pueyrredón, Guillermo Montenegro, quien trata de «fisuras» y «delincuentes» a las personas que viven en la calle o subsisten con actividades informales y exhibe desalojos y procedimientos de modo denigrante en sus redes sociales. «En la Ciudad de Buenos Aires se registra el mismo nivel de violencia», afirma Pisoni.

«El Ministerio Público de la Defensa defiende a personas a las que les arman causas judiciales y también a familias que terminan en la calle porque el subsidio habitacional no les alcanza», explica Pisoni, responsable de la Unidad de Seguimiento de Políticas Públicas de Grupos Vulnerables.

Quintero detalla que la policía de la Ciudad y los agentes del Gobierno porteño «se llevan los colchones de los chicos, o se los mojan, y les quitan sus pocas pertenencias». En ese contexto, «se habla de jóvenes en conflicto con la ley, pero el pibe se rebela cuando le sacan lo que tiene, y termina imputado por un delito cuando lo que hay es una violación a los derechos humanos».

Las requisas incluyen el secuestro de documentación, señala Yamila Rodríguez: «La policía retiene documentos de identidad, partidas de nacimiento y certificaciones de discapacidad. Son situaciones que se vienen dando este año y que expresan una negación del derecho a la identidad de las personas en situación de calle, una forma de invisibilizar a esas personas».

Elizabeth Quintero conoció cuatro generaciones de una misma familia que vivió en la calle, a partir de una joven que tuvo su primer hijo a los 13 años. «Lo que pasamos en este momento es horrible, pero el problema es crónico y se agrava», dice la coordinadora del Serpaj. «Si vemos como algo común que un niño o un adolescente esté en la calle tenemos otro problema –destaca Pisoni–. El Estado debe dar una respuesta porque estas personas tienen derechos que cada día son vulnerados».

Fuente de la información:  https://accion.coop

Imagen: Jorge Aloy

 

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Un antídoto contra el miedo

Por: Francia Fernández

 

Recientemente, el filósofo Byung-Chul Han, conocido por abordar «los males del presente», sorprendió a sus lectores con El espíritu de la esperanza (Herder Editorial), donde plantea una «visión alentadora del hombre». En su libro, la esperanza surge como lo opuesto al miedo que se instaló en 2020. «Merece la pena detenerse en ella, escudriñarla, conocerla y tenerla a mano en la lucha contra ese miedo paralizador que clausura el futuro», sostiene el surcoreano.

Lo anterior porque hoy «nos vemos sumidos en una sociedad de la supervivencia, enfrentados a escenarios apocalípticos, que nos hacen pensar en el fin del mundo o de la civilización humana… Solo la esperanza nos permitiría recuperar una vida en que vivir sea más que sobrevivir», dice Han.

Aunque en el mito griego de la caja de Pandora la esperanza es uno de los males del mundo (que quedó atrapado en el cofre), esta se define como la «confianza en lograr una cosa o en que ocurra algo deseado» o el «estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea». Otras formas de nombrarla serían: anhelo, expectativa, ilusión, optimismo, promesa.

Han hace una distinción: a diferencia del optimismo, que es la «propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable», y que tiende a la pasividad, la esperanza impulsa a la acción. «El optimismo se tiene o no», al igual que el pesimismo. «El optimista no arriesga nada; el pesimista rechaza todo cambio». Ambos se parecen y se diferencian de la esperanza en que «no están abiertos al futuro», mientras que ella «podría considerarse el antídoto de todos los males de la humanidad».

Desde la psicología, la esperanza es rasgo y a la vez estado. Es una fortaleza mental y una de las llamadas «emociones ambiguas», que se sitúa entre la tristeza y la alegría. Los individuos con esperanza «alta» demuestran un mejor desempeño, tienden a motivarse ante las adversidades y son menos propensos a los estados depresivos. Y, en el caso de los enfermos «esperanzados», consiguen mejores resultados en su tratamiento.

La esperanza es un recurso clave para afrontar la vida, pero no vista meramente como «una esperanza en uno mismo, de autoconfianza. Siempre que tenemos esperanza, es una esperanza en el afuera, que podrá construirse o no, pero siempre en el vínculo con otros», subraya Tomás Grieco, licenciado en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), especialista en Psicología Clínica y docente.

«La esperanza es un recurso personal y también colectivo para llevar adelante nuestras vidas y, sobre todo, darle sentido a nuestra existencia», reafirma Dante Ramaglia, catedrático y doctor en Filosofía de la Universidad Nacional de Cuyo e investigador del CONICET.

Después del covid
La crisis sanitaria de 2020 habría erosionado la esperanza, a juicio de Byung-Chul Han. «La pandemia radicalizó procesos que venían rompiendo el entramado social. Por ejemplo, el uso de plataformas de streaming, redes sociales, el home office, como herramientas de sustitución de la vida pública (a través de las cuales parece que interactuamos con otros, pero en las que, básicamente, lo hacemos con nosotros mismos), se acentuó, pero no se reduce a ese episodio», opina Grieco.

El aislamiento «implica una retirada del mundo y de los otros, algo que observamos cada vez más, y que obstaculiza los lazos sociales. Esto produce un creciente padecimiento», comenta. Y añade que, «promediando el siglo XX, los psicoanalistas ingleses postularon una teoría de la relación de objeto. La relación objetal significa que parte fundamental del desarrollo psíquico se sostiene en relacionarnos con otros, ya se trate de los otros primordiales de la infancia o de los vínculos amorosos y de amistad de la vida adulta. Paradójicamente, esa relación no está garantizada».

Esta escuela apunta en su centro a la confianza, «un afecto íntimamente relacionado con la esperanza. De lo que se trata en la confianza es de la esperanza en poder reparar el daño que supone la ambivalencia propia de los vínculos: la hostilidad, el sentimiento de culpa, la tristeza, que son inherentes a estos. La confianza en que un vínculo puede sostenerse, a pesar de dichos afectos, es lo que hace posible el restituir maneras de encontrarnos con otros en una época en que el retraimiento se encuentra entre las principales aflicciones», analiza el profesional.

De acuerdo con el artículo «El bienestar desde la perspectiva de la psicología social», publicado en la revista electrónica Intersecciones Psi, existe «un creciente malestar de los individuos respecto de la capacidad de la sociedad para darles sentido de confianza, de pertenencia y de un propósito común». También predomina una «valoración negativa de las instituciones y su funcionamiento, y de los políticos… Esta falta de confianza aumenta el sentimiento de impotencia y desesperanza».

Al respecto, Ramaglia señala: «Un aumento del individualismo, cambios culturales y políticos que responden a la proliferación de determinados discursos y también a los procesos de subjetivación que surgen de nuevas tecnologías. Esto atenta contra los proyectos colectivos y la construcción de una vida en común, que es donde, justamente, se puede recrear la esperanza».

Ramaglia cita a otro filósofo, Ernst Bloch, de ascendencia judía, y «su obra monumental, El principio esperanza, que escribió en su exilio, durante el ascenso del nazismo y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial». Bloch «asocia la esperanza con la utopía, entendida no como un sueño irrealizable, sino como esa aspiración a un ideal que expresa la capacidad que tenemos de proyectarnos hacia un futuro mejor». Esta facultad de «proyectar alternativas que superen lo existente, se basa asimismo en la “función crítica” como ejercicio intelectual: al examinar las condiciones desfavorables que presenta la realidad en que vivimos, podemos imaginar un mundo diferente. Precisamente, la fuerza que alienta esa aspiración viene de la esperanza, que representa una disposición anímica».

Como «el potencial que posee la esperanza para alcanzar una situación mejor se relaciona con la empatía hacia los demás, estamos hablando no solo en términos personales, sino de un sentimiento que es, básicamente, colectivo, y nos impulsa a actuar en función de su realización», recalca Ramaglia.

En su nuevo tomo, Han, que es académico de la Universidad de las Artes de Berlín, advierte sobre los peligros de la psicología positiva, tan de moda en tiempos en que «todas las ideas de felicidad acaban en una tienda», como dijo Zygmunt Bauman. «El culto a la positividad aísla a las personas, las vuelve egoístas y suprime la empatía. Ya no interesa el sufrimiento ajeno. Cada uno se ocupa solo de sí mismo y de su propio bienestar», afirma Han. En contraste, «la esperanza no les da la espalda a las negatividades de la vida. Las tiene presentes. Además, no aísla a las personas, sino que las vincula y reconcilia».

«Cuando la esperanza fenece, la vida termina», concluye Han.

Habrá que sujetarla.

Fuente de la información e imagen:  https://accion.coop

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¿A dónde van las palabras?

Naturalizados por las redes, los emojis, memes y otros recursos visuales forman parte del lenguaje cotidiano y amenazan con desplazar la comunicación verbal. ¿Estamos ante el fin de la palabra escrita?

Una carita para demostrar lo que sentimos y un corazón como respuesta. O un fueguito. A lo mejor la risita burlona e infinitamente compartida de Leonardo DiCaprio, o la resignación hecha meme de Don Ramón, del Chavo. Incluso la Rana René, Borges o el rostro recortado de algún compañero de trabajo. Del emoji más básico al sticker más personalizado, la comunicación no para de experimentar cambios y, en tiempos de redes sociales, parece ahorrar palabras como si estuviesen de sobra. Pero, ¿cuál es, ante tanta idea resumida en imagen, el presente y futuro del lenguaje escrito? ¿Perdemos palabras o sumamos nuevas formas de nombrar?

Lucas Gagliardi, profesor en la carrera de Letras e integrante del Centro de Estudios e Investigaciones Lingüísticas de la UNLP, no cree que la sobreabundancia de emojis en nuestras vidas signifique un reemplazo de la escritura. «Al menos no para todos los contextos de uso –aclara–. Hay que pensar que se utilizan principalmente en aplicaciones digitales y, por lo general, en situaciones que requieren un registro informal».

Para el docente, además, estos símbolos funcionan «como un complemento, como una prótesis de la escritura. Muchos refuerzan la interpretación de un mensaje que escribimos y nos permiten comprender la intención comunicativa cuando no tenemos refuerzos como la entonación o los gestos. Generalmente aparecen en compañía de la palabra escrita y la complementan. Son menos los casos en que parecen reemplazarla y ser autónomos. Pienso por ejemplo cuando hablamos de temas específicos, como opiniones y emociones, o cuando solo reaccionamos ante un contenido en línea por medio de uno de estos símbolos».

El famoso lema de «no hay texto sin contexto», difundido entre lingüistas, también entra en sintonía con la mirada de la ensayista y licenciada en Comunicación Ingrid Sarchman, para quien el contexto no puede ser obviado a la hora de concluir si emojis y stickers empobrecen el lenguaje o lo amplían y enriquecen. En un trabajo académico como una monografía, dice la docente, no espera ninguno de estos símbolos porque las convenciones y las formas todavía importan. «Pero eso no impide que uno acepte que el lenguaje cambia», advierte.

Uno que sepamos todos
En un ecosistema en el que prima la rapidez y no hay tiempo o espacio para los matices, el lenguaje reposa en la inmediatez tecnológica y se las ingenia para que, abstraídos e integrados, renovemos entre todos los códigos de la comunicación. Un emoji de berenjena no es solo el dibujito de una verdura sino, según el caso, un chiste de sentido sexual que dice más de lo que muestra. Parecido un meme que sintetiza el ingenio popular o varias de las animaciones que se comparten en WhatsApp con idéntica pasión que antes, no hace tanto, despertaba el intercambio de figuritas.

Si el de Neil Amstrong allá en la Luna fue un gran paso para la humanidad, el que dio Neil Papworth al enviarle el primer mensaje digital a un amigo y colega modificó, a partir de 1992, la forma de comunicarnos. Lo que en su momento fue el SMS –que vio la cima en el amanecer del nuevo siglo, cuando se enviaban 15 millones de mensajitos por minuto‒ logró mutar y pasar de los viejos emoticones hechos con signos de puntuación a los actuales emojis y stickers que, casi como el lenguaje, viven en permanente estado de actualización.

«Cuando apareció el mensaje de texto, había una especie de cuestionamiento desde la academia que aseguraba que venía a deformar el lenguaje. Esa herramienta inauguró una forma más económica de comunicarse y, al mismo tiempo, la tendencia a pensar que empobrecía el lenguaje», dice Sarchman, quien, mucho tiempo después de la aparición del primer SMS, opina que el escenario no cumplió con los pronósticos más sombríos y obliga, por lo tanto, a contextualizar las interpretaciones que se hacen de los símbolos en las comunicaciones actuales. «Atendiendo a la historia larga en la que son protagonistas los memes y los emojis –señala la investigadora‒, no puedo más que pensar que asistimos a distintas maneras de la comunicación. No existe un lenguaje puro sin suponer el uso».

Tal vez resulte exagerado pensar que, a través de las pantallas, puede sostenerse una conversación sin escribir una sola palabra. ¿Pero lo es? Una carita, una calavera o un pulgar arriba parece bastar para que esté todo dicho. O al menos casi todo. Si bien algunos pueden coincidir en que estos símbolos no solo son verdaderos atajos dialécticos sino, muchas veces, el propio mensaje, la mayoría de quienes analizan e interpretan las evoluciones del lenguaje descartan, al menos en lo inmediato, que representen una amenaza para la lengua escrita. ¿Un complemento? ¿Acaso la mejor forma de resumir aquello que no sabemos cómo decir?

A diferencia de los emojis, aclara Gagliardi, los stickers y los memes requieren un análisis más variado y complejo debido a que, tantos unos como otros, «combinan las imágenes con la información lingüística». Para el especialista, al margen de diferenciaciones digitales y del uso cotidiano que le demos, resulta un tanto más difícil asegurar que estos símbolos vengan a ampliar y enriquecer las posibilidades de comunicación. «Depende de cómo entendamos esa ampliación –plantea‒. Si incluimos en ella el refuerzo de las intenciones comunicativas, efectivamente un emoji puede servir para aclarar aspectos del mensaje. Pienso en ejemplos como los contextos bilingües o cuando existen algunas barreras de lenguaje. En esos casos creo que pueden contribuir a que las personas tengan algunas posibilidades más a su disposición».

Si bien lo escrito parece perder por goleada ante lo visual –¿no es que una imagen vale más que mil palabras?–, el docente recuerda que los emojis, de algún modo, tampoco son una forma novedosa de comunicarse sino que están emparentados con otros sistemas de la antigüedad ya estudiados por la historia. «Tienen similitudes con a la escritura pictográfica, como lo fueron en algún momento los jeroglíficos –apunta–. Este sistema de escritura se basaba en representar conceptos o palabras enteras por medio de un signo icónico» .

Muchos siglos después de aquellos primeros ideogramas, el consorcio Unicode ‒la organización que controla el sistema para la codificación de caracteres que permite representar texto en todos los idiomas y en cualquier dispositivo– monitorea buena parte de los signos que tenemos en nuestros celulares y registra hasta el 9 de septiembre de 2025 un total de 3.953 emojis. Caritas, mascotas o estrellas de mar. Lo que sea, si evitamos las palabras. O si queremos reforzarlas. O, por qué no, hasta ponerlas en duda.

Fuente de la información e imagen:  https://accion.coop

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La desvalorización del género humano en la fase digital

Por Lucas Aguilera *

La historia de la filosofía puede leerse como un vasto campo de batalla entre dos fuerzas antagónicas, por un lado, la valorización del género humano, basada en su capacidad de crear, pensar, transformar y vincularse; por el otro, su desvalorización, cuando esas mismas potencias se entregan a fuerzas que las trascienden —dioses, mercados, imperios o máquinas. Hoy, bajo el dominio del capital financiero-digital, esa vieja tensión alcanza un punto crítico. La inteligencia artificial y los algoritmos ya no solo organizan nuestras vidas: las capturan, las moldean, las explotan.

La digitalización no es un mero avance técnico, sino una reconfiguración ontológica al servicio de las plataformas. Estas reorganizan la vida humana según su rendimiento dentro del entorno digital. Cada clic, cada gesto, cada emoción, cada interacción social se transforma en plusvalía. El trabajo no desaparece, muta en producción de atención, trazabilidad, datos. La subjetividad se convierte en perfil; la comunidad, en red; la praxis, en rendimiento. El sujeto no es expulsado, sino absorbido y reducido a mero objeto: su existencia entera se procesa como variable operativa dentro de sistemas que extraen valor de su propia vida.

La figura de la “Madre IA” condensa esta mutación. No es una máquina tiránica ni una inteligencia autónoma, sino el medio operativo de una Nueva Aristocracia Financiera y Tecnológica, ese sector del capital que, sin necesidad de mostrarse, gobierna desde las redes y los flujos de datos. A través de la hiperconectividad, esta aristocracia reordena la producción social y orienta la vida cotidiana hacia su propia acumulación. “Madre IA” —su gran operadora simbólica y técnica— no impone mandatos, susurra notificaciones. No prohíbe, seduce. Y en la seducción convierte el deseo de libertad en autoexplotación, la necesidad de reconocimiento en dependencia del sistema de visibilidad, la comunidad en red administrada. Su lógica no niega la dignidad humana, sino que la absorbe en un circuito de utilidad y rendimiento. Se llama “libertad” a la entrega voluntaria de nuestras mentes y cuerpos a nuevas formas de control. Se llama “felicidad” a una serie de placeres planificados, vacíos y efímeros. Se llama “política” a un espectáculo que simula responsabilidad pero elimina toda reflexión.

No faltan, por supuesto, los profetas de la obsolescencia. El posthumanismo de Yuval Harari y el aceleracionismo de Nick Land anuncian el fin del hombre como sujeto de la historia, como si el algoritmo fuera la nueva Providencia y el capital automatizado, su liturgia. Cambia el altar, no el fetiche. Lo que antes pedía obediencia en nombre de Dios o de la Razón, hoy la exige en nombre de la eficiencia. Pero el truco es viejo, absolutizar la técnica para convertirla en destino. ¿De verdad la técnica sabe qué mundo conviene? ¿De verdad el cálculo agota el sentido?

Sin embargo, esta desvalorización no es definitiva. Contiene su contrario. Porque incluso cuando el capital proclama nuestra obsolescencia, seguimos siendo su única fuente real de valor. La IA no crea sentido por sí sola. Se alimenta de nuestra inteligencia colectiva, del intelecto general, de la sabiduría de las mayorías. Cada algoritmo necesita insumos. Y esos insumos no son solo datos, sino que provienen de cuerpos en movimiento, de vínculos afectivos, de decisiones cotidianas. Desde el teléfono hasta el refrigerador, desde el reloj inteligente hasta la cámara urbana, todo dispositivo se convierte en interfaz de extracción de nuestro tiempo de trabajo. El ser humano sigue siendo, en esta fábrica invisible de la vida, el núcleo de toda valorización.

Frente a este escenario, el desafío no es rechazar el desarrollo científico-tecnológico que define a esta cuarta revolución industrial digital, sino disputar su orientación, su finalidad, su sentido. No se trata de negar la técnica, sino de interrogar su uso ¿al servicio de quién opera?, ¿qué mundo construye?, ¿qué formas de vida habilita o cancela? La “Madre IA” no debe servir a los intereses de esa Nueva Aristocracia Financiera y Tecnológica, sino ser reconfigurada como herramienta de las mayorías, como mediación para la vida y la emancipación de los pueblos, no como dispositivo de su subordinación.

El marxismo recuerda que la verdadera valorización del género humano no radica en su productividad, sino en su potencia, en la capacidad de crear mundos comunes, de transformar la necesidad en libertad. Esa potencia no crece como acumulación lineal, sino como historicidad; se expresa en la contingencia, en la posibilidad de introducir el fin allí donde todo parece determinado, en la capacidad de orientar la praxis hacia lo que aún no existe. La positividad de la técnica —encarnada hoy en la inteligencia artificial, los algoritmos y el Internet de las Cosas— se presenta como afirmación constante, no admite interrupciones, no reconoce el límite, no integra su contrario. El ser humano, en cambio, como plantea Jean-Paul Sartre, es negatividad, puede decir no, suspender lo dado, abrir el espacio de lo posible. Su historicidad está marcada por la contingencia, por el fin, por esa teleología que orienta la acción hacia horizontes no programados.

La técnica, cuando logra emanciparse del capital y ponerse al servicio de la vida, puede convertirse en vehículo de esa potencia. Pero cuando se transforma en “Madre IA”, deviene su negación: absorbe la fuerza creadora del trabajo humano y la devuelve en forma de control. Porque lo que distingue al sujeto no es su eficiencia, sino su libertad; no su capacidad de rendir, sino de imaginar lo que no existe, de resistir a la lógica del rendimiento y de crear sentido donde el sistema solo ofrece cálculo.

Así, la tensión radical que atravesamos no enfrenta progreso y retroceso, sino dos formas de valor radicalmente opuestas. De un lado, la afirmación de la vida, del cuerpo y de la Madre Tierra como fuentes de sentido, vínculo y libertad; del otro, una valorización abstracta que mide la existencia por su capacidad de producir rendimiento, trazabilidad y control. La pregunta no es si la “Madre IA” destruirá al ser humano, sino si seremos capaces de reorientar su lógica antes de que absorba por completo nuestra potencia creadora. Si podremos recuperar el tiempo disponible, la imaginación colectiva, la facultad de generar sentido más allá de los circuitos de utilidad. Porque si el futuro ha de tener valor, no será por el algoritmo que calcula, sino por la vida que resiste, que inventa, que se niega a ser reducida a una variable operativa.

* Lucas Aguilera es Magíster en Políticas Públicas y Director de Investigación de la agencia argentina NODAL

La desvalorización del género humano en la fase digital – Por Lucas Aguilera

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Bases para la transformación educativa

Por: Lev M. Velázquez Barriga
En las últimas semanas intercambié análisis, experiencias y perspectivas, en dos espacios territorialmente distantes, pero con intereses y temáticas comunes; uno fue el Taller para la Transformación Educativa en Bogotá, que se inscribe en el marco de consulta rumbo al proceso de reforma colombiana que dará rumbo durante la próxima década, y otro, el quinto Congreso Internacional de Transformación Educativa, que reunió pluralidad de voces no siempre coincidentes con la Nueva Escuela Mexicana. Asumiendo los sesgos socioeducativos de un profesor rural frente a grupo, confesado en la tradición indoamericana de las educaciones populares, comparto algunas ideas al respecto que no sólo tienen que ver con los atinos en México, sino también con sus incongruencias e inconsistencias.

La primera es que la transformación del sistema educativo es un proceso largo, complejo y se presenta entre contradicciones cuando entran en disputa actores diversos en el interior del grupo gobernante, así como los reacomodos de los bloques de poder económico, y los anteriores con los intereses de los sectores populares de mayor conciencia de clase y capacidad de organización.

La segunda, no determinante pero sí muy importante para allanar el camino a la transformación, es crear las condiciones constitucionales que tomen distancia de las nociones filosóficas, políticas y pedagógicas que plantean como fines de la educación la formación de capital humano mediante la calidad o excelencia para reproducir formas organizacionales de la sociedad y de la vida pública, priorizando la producción de ganancia y la acumulación de capital para un núcleo reducido de personas que se apropian del trabajo y de la vida de otros.

La tercera, los cimientos constitutivos de la educación posneoliberal deberán recurrir a las filosofías, cosmovisiones y autenticidades institucionales de la educación propia de cada región histórico cultural, véase el caso del buen vivir en la región andina; además, reconocer que la concepción del sujeto mínimo como ente de capacidades económicas rentables es contrario a la naturaleza humana, porque ésta es diversa. Por tal motivo, demanda un tipo de formación que se defina a partir del desarrollo pleno de sus dimensiones holísticas y de sus múltiples potencialidades para ser, estar, crear y convivir en el mundo comunitario, social, natural y de la ciudadanía planetaria.

La cuarta, el modelo gerencial de gobernanza del sistema educativo nacional y de gestión empresarial de las escuelas, que cosifica la totalidad de interacciones humanas en relaciones de producción de ganancia y de valores sociales mediados por el mercado, tendría que ser abandonado por otro en el que la gobernanza tome sentido en la participación directa, constante y protagónica de la sociedad en la orientación de la política pública, justamente como promovieron los docentes de la rebelión magisterial por medio de los Congresos Estatales Populares de Educación y Cultura para tender un puente de diálogo directo con los actores de la ciudadanía, sin que éstos sean invalidados por los congresos legislativos que terminan por suplantar la voz del pueblo.

Este otro enfoque de gobernanza escolar tiene que ser horizontal, desburocratizado y distributivo de las relaciones de poder para decidir en núcleos de colectividades que van de los consejos escolares a la república de las infancias y juventudes o las asambleas de los padres y madres de familia. Esta perspectiva es radicalmente opuesta a los mecanismos de participación que se proponen administrar la precariedad financiera de las escuelas y descargar económicamente la responsabilidad del sostenimiento de los centros educativos en las familias.

La quinta, transitar de la crítica al currículo al currículo crítico; es decir, de la sola caracterización neoliberal y neocolonial de los planes de estudio a la elaboración de contenidos, materiales educativos, libros de texto y cartillas pedagógicas con perspectivas de la historia no eurocéntrica; de la geografía viva en las regiones y la geopolítica; de la ciencia denominada del segundo orden porque toma conciencia de cómo se construye el conocimiento desde los sectores subalternos y desplazados por los elitismos tecnocientíficos; de la ciudadanía política global y ambientalista de la tierra que se concibe en una sola humanidad diversa donde no hay nacionalismos culturalmente superiores ni supremacías raciales como las que están alentando las corrientes neofascistas.

La sexta es la urgencia por romper los cercos de la cultura enciclopédica de los aprendizajes, suministrados en currículos únicos y prestablecidos, para dar paso a la construcción dinámica e investigativa de otros aprendizajes críticos y transdisciplinares que emerjan de la curiosidad cognitiva de las niñeces en sus contextos pluriculturales y también a la elaboración de planes educativos problematizadores que coloquen al centro las necesidades de los territorios y los saberes ahí constituidos.

La séptima es la formación inicial y continua de nuevos educadores que trasciendan las pedagogías únicas y estandarizadas del enfoque neoliberal; conocedores de las pedagogías indoamericanas, populares, antiautoritarias, decoloniales, alternativas, críticas y comunales, que además desaprendan las metodologías didácticas instruccionales e imperativas y se apropien de otras que promuevan en los alumnos la construcción activa y dinámica de los aprendizajes basados en situaciones problematizadoras de fenómenos complejos de la realidad socionatural.

Una política pública sin estas y otras mínimas bases para la transformación educativa en México, Colombia u otro país que se reconozca dentro del bloque progresista dejará cimientos endebles ante cualquier viraje gubernamental.

https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/11/02/opinion/bases-para-la-transformacion-educativa

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México: Educación comparada e inteligencia artificial

Educación comparada e inteligencia artificial

Carlos Ornelas

El encuentro se realizó de manera presencial en el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la Universidad Nacional Autónoma de México y también de forma remota en la plataforma Zoom. Hubo 700 participantes de 13 países. Mis colegas Zaira Navarrete y Armando Alcántara, ambos expresidentes de la Somec, lideraron la organización

Si bien en el ámbito de la Secretaría de Educación Pública no parece que haya interés en la inteligencia artificial y los desafíos y oportunidades que presenta, en la academia crece la atracción por las novedades que acarrea esta herramienta. La Sociedad Mexicana de Educación Comparada celebró la semana pasada su VI Encuentro de Educación Internacional y Comparada. Propuso como asunto central Imaginar el futuro: educación, inteligencia artificial y desarrollo sustentable. El listado de propuestas dentro de esa trilogía fue amplio. Cubrió asuntos de 1) Educación comparada e internacional, 2) Educación y tecnologías, 3) Políticas y reformas en los sistemas educativos, 4) Formación del profesorado y 5) Temas emergentes en educación. El derecho humano a la educación permeó en muchas de las conferencias, mesas de experto y ponencias.

El encuentro se realizó de manera presencial en el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la Universidad Nacional Autónoma de México y también de forma remota en la plataforma Zoom. Hubo 700 participantes de 13 países. Mis colegas Zaira Navarrete y Armando Alcántara, ambos expresidentes de la Somec, lideraron la organización de este encuentro. Pienso que los coloquios alcanzaron los fines que se plantearon con meses de anticipación. El primer párrafo presentó el asunto de manera clara y concisa:

“La superación de la emergencia sanitaria global ha permitido el regreso a las aulas, pero, lejos de significar un simple retorno a la normalidad, ha acelerado la reflexión sobre los profundos desafíos y transformaciones que definen el futuro de la educación. Los sistemas educativos se enfrentan ahora a la imperiosa necesidad de integrar dos revoluciones simultáneas y fundamentales: la tecnológica, impulsada por la inteligencia artificial, y la ético-social, orientada hacia el desarrollo sustentable”.

Las conferencias magistrales y los paneles de expertos se transmitieron en vivo por el canal de YouTube del IISUE. Los diálogos entre los participantes fueron ricos y variados, todos respetuosos, a pesar de que había diferencias en las perspectivas teóricas, ideológicas y políticas. Predominó el enfoque crítico, pero se abrieron espacios para que el alto funcionariado de la SEP expresara sus puntos de vista y avances de la Nueva Escuela Mexicana.

La labor de la Somec en los debates sobre educación internacional y comparada va más allá de la manufactura de encuentros y coloquios de alto nivel. También instituyó reconocimientos a los estudiantes. Premia a la autoría de las mejores tesis de maestría y doctorado en los temas de la sociedad, así como a sus mentores. También ha publicado más de una veintena de libros y sus miembros contribuyen con ensayos, informes de investigación y reportes técnicos en infinidad de revistas académicas y participan en debates en la plaza pública.

La Somec se hermana con otras sociedades de América Latina, España y Portugal en la Sociedad Iberoamericana de Educación Comparada. Participa en reuniones con la Comparative and International Education Society de Estados Unidos y sus conferencias regionales. También es integrante del Congreso Mundial de Sociedades de Educación Comparada, asociada a la Unesco y con presencia en Europa, Asia, África y Oceanía.

La Somec es un foro ideal para discutir y proponer políticas de educación y mirar al mundo y la diversidad sin menospreciar la idiosincrasia cultural y doctrinaria de la educación nacional. Recomienda imaginar el futuro a partir del conocimiento, la investigación y la percepción prospectiva. Sus encuentros atraen cada vez más participantes y crece su importancia intelectual. La Somec le debe mucho a sus expresidentes Marco Aurelio Leal y, sobre todo, a Zaira Navarrete Cazales.

  • RETAZOS

El miércoles 22 de octubre entregué la presidencia de la Somec a mi joven colega Jorge Eduardo Martínez Íñiguez, profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Baja California. Fue un tránsito generacional y un gesto para descongestionar las actividades de la Ciudad de México. Pronto nos convocará al VII Encuentro de Educación Internacional y Comparada.

Fuente de la Información: https://www.educacionfutura.org/educacion-comparada-ia/

 

 

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