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La asignatura pendiente: un libro para debatir la memoria histórica en el sistema educativo

Por: Tercera Información

Enrique Javier Díez Gutiérrez publica obra con Plaza y Valdés Editores.

“Nuestras sociedades actuales, tal y como nosotros las vivimos y las percibimos, son el resultado de una gran cantidad de fenómenos que ocurrieron en el pasado. No todos estos fenómenos tienen la misma importancia, claro está, pero todos contribuyen a dar forma a las costumbres, normas, leyes y otras instituciones que configuran nuestra realidad cotidiana”. De esta manera inicia Alberto Garzón el prólogo de La asignatura pendiente (Plaza y Valdés Editores) de Enrique Javier Díez Gutiérrez. Se trata, sin dudas, de un libro que abre una nueva vía en la necesaria discusión del sistema educativo.

El pasado y sus consecuencias en el presente se abren paso en esta propuesta editorial. Hoy en día, el resurgimiento y auge del fascismo ha alentado a partidos conservadores y neoliberales a unirse a esos postulados negacionistas y a acusar de «adoctrinamiento» o de «reabrir viejas heridas» a quien pretende recuperar la memoria histórica. Quienes se consideran herederos de la dictadura franquista impulsan denuncias y sospechas contra la escuela pública y sus profesionales. Es el mundo al revés. La memoria histórica democrática sigue siendo una asignatura pendiente en la mayoría de los libros de texto escolares. Nuestro alumnado sabe más del nazismo que del fascismo patrio.

En este siglo XXI, cuando en distintas partes del mundo resurgen voces que extrañan lo peor del pasado, resulta determinante estudiar a fondo la memoria histórica. Pero, ¿se estudia la memoria histórica democrática en los libros de textos escolares? Enrique Javier Díez Gutiérrez logra en La asignatura pendiente compartir situaciones, narrar vivencias, bajo una forma amena y aguda. El lector, en buena medida, se sentirá parte del debate que el autor propone. Díez Gutiérrez comienza el primer capítulo, titulado “La memoria histórica y los libros de texto”, diciendo que “En la propia legislación educativa española se reconoce la importancia del estudio de Historia: es considerada un elemento fundamental de la actividad escolar por su valor formativo… En definitiva, proporciona conocimientos relevantes que ayudan a la comprensión de los fenómenos y procesos históricos del pasado que influyen en la visión colectiva del presente”.Tiene La asignatura pendiente un llamado a dar el cambio que necesitamos como sociedad, desde la educación basada en la discusión de los hechos. Estamos ante un libro honesto que no huye al debate. Abrir sus páginas es asumir un reto que nos convoca a todos. Todos sabemos que hay libros necesarios, este es uno de ellos.

Enrique Javier Díez Gutiérrez.

Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León. Doctor en Ciencias de la Educación, licenciado en Filosofía y diplomado en Trabajo Social y Educación Social. Ha trabajado también como educador social, maestro de primaria, profesor de secundaria, orientador en institutos y como responsable de atención a la diversidad en la administración. Especialista en organización educativa, desarrolla su labor docente e investigadora en el campo de la educación intercultural, el género y la política educativa. Es también coordinador del Área Federal de Educación de Izquierda Unida a nivel nacional y vicepresidente del Foro por la Memoria de León, que trabaja en la recuperación de la memoria histórica. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: La revuelta educativa neocon (Trea, 2019), Neoliberalismo educativo (Octaedro, 2018), La polis secuestrada. Propuestas para una ciudad educadora (Trea, 2018) y La educación que necesitamos, con Alberto Garzón (Akal, 2016).

Fuente e Imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/memoria-historica/11/01/2021/la-asignatura-pendiente-un-libro-para-debatir-la-memoria-historica-en-el-sistema-educativo/

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Islamofobia y creación del otro en Europa

Por: Sarah Babiker

La Francia de Macron se ha puesto a la vanguardia de un discurso que sitúa al Islam como amenaza a la identidad europea y que lleva años de apogeo gracias a la extrema derecha.

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Ecopedagogía. Asignaturas vitales para la Nueva Escuela Mexicana: Vida saludable y Formación cívica y ética

 Hilario Vélez Merino*

l contexto

Vivo en la ciudad de Mérida en el Fraccionamiento Francisco de Montejo colindante con el periférico. Donde terminan las casas y el periférico quedó una franja que poco a poco se convirtió en un basurero.

Los vecinos se organizaron y sembraron árboles y zonas para hacer ejercicio y yoga.

La propuesta del gobierno del estado de construir el Parque Paseo Henequenes se apoyó en pláticas con los vecinos y contiene el compromiso a respetar los árboles sembrados por los vecinos. Pero no fue así.

Cito el comunicado de prensa que dio a conocer los avances del proyecto estatal donde se manifiesta la falta de conciencia ecológica de la política estatal:

Vecinos denuncian ecocidio en lo que sería la tercera etapa del Parque Paseo Henequenes.

Los vecinos defensores del medio ambiente, pertenecientes al colectivo Amigos del Megaparque AC denunciaron el ecocidio que el gobierno del estado ha hecho desde que inició la construcción de la tercera etapa del Parque Paseo Henequenes en manos del gobierno del estado, quien también mandó a derrumbar cientos de árboles del sitio.

Situaciones de esta naturaleza no sólo ocurren de Yucatán. La deforestación despiadada de bosques y áreas verdes, la acumulación de basura, la producción de alimentos transgénicos es parte de la problemática que debe asumir la escuela y la sociedad en su conjunto.

Parece que hay consenso en atribuir la magnitud de la pandemia del COVID- 19 a la pérdida de biodiversidad y la destrucción de hábitats. Fernando Valladares1, biólogo investigador, explica cómo la desaparición de ecosistemas, la deforestación, el comercio de animales salvaje han provocado que los agentes infecciosos no encuentren los límites de propagación que ofrece la biodiversidad y, en consecuencia, se vuelvan más peligrosos y se transmitan con mayor facilidad a las personas.

Este maltrato a la naturaleza es parte integrante de un sistema económico y social extractivo e injusto que busca el crecimiento económico por encima de todo lo demás; prioriza el beneficio privado sobre el beneficio colectivo incluso a costa de despilfarrar los recursos y depredar el entorno. Y no es ninguna novedad: lo arrastramos desde hace varias décadas.

Se nos impusieron metas de desarrollo por medio de políticas económicas neocolonialistas de los países desarrollados; en muchos casos, con un gran aumento de la miseria, de la violencia y del desempleo. La escuela es parte de esta política neoliberal; por ello el docente, el alumno y la propia comunidad escolar es irreflexiva y poco crítica ante la destrucción continua de la naturaleza.  

La Nueva Escuela Mexicana que promueve la Cuarta Transformación creó la asignatura de Vida saludable para que la escuela potencie y asuma valores éticos que promuevan el respeto no solo entre nosotros, sino el cuidado de la naturaleza.

El objetivo de esta nueva materia es generar un cambio en el estilo de vida de los mexicanos, así como un cambio cultural que modifique los hábitos de consumo. Responde a lo siguiente: en México se ha experimentado una transición demográfica, epidemiológica y nutricional sumamente importante en los últimos cuarenta años.

Las propuestas

Por lo tanto, la Nueva Escuela Mexicana debe de promover una educación ambiental planificada como proceso continuo a través de todas las modalidades y niveles del sistema educativo para la formación de un ciudadano capaz de comprender la complejidad producida en el ambiente por la interacción de sus componentes naturales y socio culturales.

A la vez, permite al alumno emitir juicios de valor para que participe en la toma de decisiones y adopte normas de comportamiento de respeto y armonía entre la naturaleza, la tecnología y la sociedad que determina su propia evolución.

La declaración de la conferencia intergubernamental de Tbilisi2 sobre educación ambiental señala a las universidades como centros de investigación, de aprendizaje, de formación de personal calificado para responder a las necesidades de la nación.

Además concluye que deben dedicarse a realizar investigaciones sobre educación ambiental y formar especialistas en educación escolar y extra escolar.

La escuela y los docentes tenemos claridad en que es a través de los procesos educativos como se puede generar conciencia ambientalista y ecológica; en tal sentido, la formación docente es la piedra angular de toda transformación educativa: el maestro a partir de su propia experiencia pedagógica se plantea problemáticas de su contexto y desarrolla estrategias de aprendizaje dentro de una pedagogía emergente que promueve por ejemplo, es decir, el aprendizaje-servicio que funciona más que nunca como una brújula educativa porque ilumina la función social de la educación. No es otra cosa que cambiar el mundo. Coloca el compromiso con la sociedad de manera explícita en el corazón del proceso educativo de los nuevos aprendizajes: enfatiza y entrena los aprendizajes relacionales, el pensamiento crítico, la generosidad y la solidaridad.

La cruel pedagogía del virus, nos manifiesta Boaventura de Sousa Santos3 en el colofón de su libro, es un mensaje de esperanza. Afirma que es posible superar la cuarentena impuesta por el capitalismo colonial y patriarcal cuando seamos capaces de imaginar el planeta como nuestro hogar común y a la naturaleza como nuestra madre original a quien le debemos amor y respeto. No nos pertenece; le pertenecemos a ella.

Cuando superemos esta cuarentena, seremos más libres ante las cuarentenas del futuro provocadas por las pandemias.

En estos planteamientos que dan vida a las pedagogías del sur, cobra relevancia la Ecopedagogía que tiene como bases a la pedagogía, a la ecología y al desarrollo sustentable.

La primera es considerada como el trabajo efectuado con la finalidad de promover el aprendizaje a partir de la utilización de recursos para desarrollar los procesos educativos; la segunda es el estudio de las relaciones existentes entre todos los seres vivos con su medio ambiente; y la tercera es definida por Gadotti4 como “aquel desarrollo que presenta algunas características que se contemplan y que aportan nuevas formas de vida de ciudad ambiental”.

La Nueva Escuela Mexica debe orientar la perspectiva de la sociedad y estimularla para replantear sus valores y entender la importancia de la ética y del sentido de la ciudadanía planetaria.

Si se concibe la Tierra como una única comunidad, Gadotti nos señala un nuevo paradigma para la práctica pedagógica y, junto a los nuevos y definitivos conceptos sobre los caminos de la educación, apunta con Gustavo Cherubine y Natalia Bernal, innumerables ejemplos concretos de experiencias, sugerencias de lecturas, así como propuestas de reflexión y profundización sobre lo que denomina Pedagogía de la Tierra. Moacir Gadotti5 es profesor titular de la Universidad de São Paulo, director del Instituto Paulo Freire y autor de varias obras publicadas por Siglo XXI.

Las alertas se han dado durante varias décadas por científicos y filósofos desde los años sesenta. Necesitamos de un nuevo paradigma que tenga como fundamento la Tierra.

La sociedad en su conjunto, la escuela y los docentes debemos abrir un debate respecto a una Pedagogía de la Tierra, que comprenda la Ecopedagogía y la Educación Sustentable.

Este debate ya tuvo su inicio con el nacimiento del concepto de Desarrollo sustentable utilizado por primera vez por la ONU en 1979. Fundamenta que el desarrollo podría ser un proceso integral que debería incluir las dimensiones culturales, étnicas, políticas, sociales, y ambientales, y no solamente las dimensiones económicas.

Conclusión

El desarrollo sustentable, visto de una forma crítica, tiene un componente educativo formidable: la preservación del medio ambiente depende de una conciencia ecológica y la formación de la conciencia depende de la educación. Aquí entra en escena la Pedagogía de la Tierra y la Ecopedagogía (que constituye una pedagogía para la promoción del aprendizaje del “sentido de las cosas a partir de la vida cotidiana”, como dicen Francisco Gutiérrez y Cruz Prado6).

En una publicación del diario La Jornada7, especialistas de la Red Mexicana de Organizaciones Campesinas Forestales (Mocaf), de las Universidades Autónoma Chapingo (UACH) y Nacional Autónoma de México (UNAM), señalaron que el Programa Sembrando Vida no cumple con el objetivo de impulsar la reforestación en el país, como lo destaca el gobierno federal.

Indicaron que esta iniciativa se desarrolla en zonas que no se dedican a la actividad forestal, sino que mejora áreas que ya fueron abiertas al cultivo, aunque falta por garantizar que genere esquemas productivos sostenibles.

En suma, las pocas políticas ambientales del gobierno de la Cuarta Transformación no aterrizan en el aula. Es mucho el descuido, desatención o desconocimiento que por ejemplo la Secretaria de Educación en el Estado de Yucatán, no contrató docentes para cubrir la asignatura de Vida saludable al inicio del curso escolar 2020-2021.


1   http://www.valladares.info

2  Conferencia Intergubernamental sobre Educación AmbientalTbilisi, URSS (1977), 23 de enero de 2018, INFORME FINAL UNESCO.

3  Santos, B. (2020) La cruel pedagogía del virus. CLACSO. Buenos Aires.

4   Gadotti, M. (2017). Pedagogía de la tierra y cultura de la sustentabilidadPaulo Freire. Revista De Pedagogía Crítica, (2), 61-76. https://doi.org/10.25074/07195532.2.519.

5    Gadotti, M. (2002) Pedagogía de la tierra. SIGLO XXI Editores

6  Gutiérrez Francisco, et al. Ecopedagogía y ciudadanía planetaria. (2016).  Editorial Parmenia

7  https://www.jornada.com.mx/2021/01/11/politica/012n1pol

  • Doctor en Ciencias de Educación. Supervisor escolar de escuelas secundarias técnicas. Docente de Posgrado, comprometido en construir una mejor escuela, donde aprenda el alumno, el docente y la propia escuela, mi proyecto: la pedagogía de la esperanza y la emancipación.

Fuente: https://profelandia.com/ecopedagogia-asignaturas-vitales-para-la-nueva-escuela-mexicana-vida-saludable-y-formacion-civica-y-etica/

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Misael Núñez Acosta, impunidad infinita

Por: Luis Hernández Navarro

Misael Núñez Acosta siempre fue muy alegre. Tenía gran sentido del humor. De niño bailaba. Le llamaban el huapanguito porque tenía el don de hacer la trova al estilo huasteco. Como estudiante normalista le encantaban las fiestas. En los viajes a las reuniones de la CNTE le encantaba cantar y danzar.

El maestro usaba medias botas negras. A las reuniones de la coordinadora llegaba con su calzado reluciente, impecablemente boleado. Si, como tantos otros profes del estado de México, vivía en una colonia popular llena de polvaredas y lodo, y para tomar el camión rumbo al Metro (que usaba cuando no manejaba su Mustang negro) debía andar varias cuadras, ¿cómo le hacía para llegar a las asambleas de la Normal Superior de San Cosme con las botas relucientes?

Su amigo, el maestro Ezequiel Reyes Carrillo, desaparecido por la policía política el 30 de diciembre de 1981 y presentado con vida gracias las protestas magisteriales, resolvió en una ocasión el enigma: para caminar el tramo que había entre su casa y la parada del autobús, el hidalguense utilizaba un par de zapatos. Al llegar donde debía abordar el transporte, se los cambiaba por sus botas bien lustradas. Su hermano, que lo acompañaba en el trayecto, se regresaba con el calzado polvoriento de Misael.

Misael nació el 1º de agosto de 1949, en Tenango, Hidalgo. Hijo de una familia de campesinos pobres de religión pentecostal, terminó la primaria en Chalpulhuacán, la secundaria en Tamanzuchale y estuvo en la normal rural del Mexe durante dos años. De allí lo expulsaron por denunciar los malos manejos de las raciones alimentarias. Finalmente, se recibió como maestro en 1970 en Tenería, estado de México.

Enseñó primero en escuelas de Tetelia de Islas y Santiago Xolguilancan, Puebla. Allí se casó con la maestra Yolanda Rodríguez, con la que procreó tres hijos. El 30 de enero de 1981 fue asesinado por pistoleros a sueldo, contratados por la dirigencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), entre las que, según declaró el cacique Carlos Jonguitud Barrios (y luego se retractó), estaba Elba Esther Gordillo (https://bit.ly/35MjqRx). Él tenía entonces 32 años. Su hijo mayor, Edson Misael, 10; Héctor, siete, y Tania Angélica, cuatro.

En 1973, en El Cardenal, estado de México, promovió un movimiento en contra de la contaminación provocada por una fábrica procesadora de huesos. Un año después, llegó a Tulpetlac, Ecatepec, en medio de una imparable efervescencia de la lucha urbano-popular por servicios y regularización de predios y sindical, que Jorge Belarmino Fernández narró en un libro excepcional: San Ecatepec de los obreros (https://bit.ly/3bIViTH).

Formidable organizador y educador popular, gran orador, pueden seguirse las huellas de su trabajo político y social en la zona leyendo las denuncias de sus enemigos priístas del municipio y en reportes como el del general Félix Galván López, divulgados por Archivos de la Represión (https://bit.ly/3oNTDAc).

El 15 de octubre de 1977, el general advirtió al secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, que el maestro realizaba actividades subversivas dentro de la escuela secundaria popular para adultos en Tulpetlac y en empresas como Panam de México y Harper Wyman (que, curiosamente, quedaban en Naucalpan), distribuía la “revista clandestina Madera” y posiblemente tenía nexos con la Liga Comunista 23 de Septiembre.

El Consejo de Colaboración Municipal de Ecatepec describió, a finales de octubre de 1976, cómo Misael, dotado de fuerza, mando y poder, organizó asambleas con jefes de manzana y comisiones para gestionar las necesidades de las colonias; dirigió la secundaria gratuita para adultos de La Loma, que es una escuela de formación de líderes de tendencia socialista comunista; se apoderó del patronato de la telesecundaria y controló las sociedades de padres de familia y patronatos.

En noviembre de ese año, las fuerzas vivas del municipio, incluidas la Asociación de Charros y la Comisión Taurina, señalaron que su escuela fue el centro de actividades de la huelga de Kelvinator y de General Electric.

El 29 de enero de 1981 por la noche, un día antes de su asesinato, la dirección del magisterio democrático del valle de México, de la que él formaba parte, realizó un encuentro preparatorio del paro indefinido en la normal popular Emiliano Zapata, en la calle de Ramón López Velarde de la Ciudad de México. Se llevaban pesado. Misael llegó en su coche, acompañado por Daniel Campos. Iba vestido de negro.

La reunión se alargó hasta las seis de la mañana. Misael cabeceó en varias ocasiones. José González Figueroa, le reconvino. Medio adormilado, Núñez Acosta se disculpó: Es que comí unos tacos hace un rato y me sentaron mal. Al terminar se despidieron entre bromas y chascarrillos. Figueroa quiso limar asperezas. Le pidió a Noé Morales que alcanzara a Núñez Acosta y le dijera: “Oye, dice mi compa Figueroa, que a ver cuándo se dan un round de cabellera contra cabellera o de calva contra calva”. Misael sonrió haciendo la paces. Fue la última vez que sus compañeros del Consejo Central de Lucha del Valle de México lo vieron vivo.

Han pasado 40 años del asesinato de Misael. Los matones materiales confesos se escaparon de la cárcel. Los autores intelectuales nunca fueron juzgados. El cuchillero Clemente Villegas, intermediario entre éstos y los líderes del SNTE que encargaron el crimen, incluso fue candidato a alcalde por el municipio de Canali, Hidalgo, por el PRD. Su homicidio es un caso más de impunidad e injusticia infinitas.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2021/01/19/opinion/012a2pol

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Hablando de ética: avances y retrocesos

Por: Marcelo Colussi

Observada la historia en su faceta material, obvio que se ha registrado un progreso monumental. La duda se abre en ámbito propiamente humano: ¿ha habido progreso en este sentido? ¿Puede haberlo?

«A veces la guerra está justificada para conseguir la paz«.

Barack Obama, ¡Premio Nobel de la Paz! (SIC)

¿Hay progreso en la historia humana? La respuesta depende de qué entendamos por progreso. La tendencia casi inmediata en nuestra cotidianeidad, marcada por un fuerte sesgo economicista, es concebirlo como «mejoramiento», como «superación», de suyo ligado al ámbito material. En general, sin embargo, esta reflexión no nos la planteamos en términos subjetivos: ¿se progresa espiritualmente?, ¿hay progreso cultural? La ética, ¿progresa? ¿Se mejora la calidad de lo humano?

Observada la historia en su faceta material, desde el primer ser humano de las cavernas hace dos millones y medio de años atrás hasta nuestros días, es más que obvio que se ha registrado progreso, un progreso enorme, monumental. Al menos en lo técnico, en lo material, en la forma en que nos relacionamos con la naturaleza e inventamos una nueva naturaleza «social». La duda se abre en el otro ámbito, en lo más propiamente humano: ¿ha habido progreso en este sentido? ¿Puede haberlo?

En principio podríamos estar tentados de decir que, aunque muy lentamente, la humanidad va progresando en términos éticos. Hoy, distintamente a la antigüedad clásica de tantos pueblos, ya no se practican sacrificios humanos; hoy, un déspota gobernante no puede pedir un festín de sangre o bajar el pulgar para ver cómo un ser humano mata a otro para solaz de los observadores. Al día de hoy contamos con leyes que protegen, cada vez más, la vida y su calidad. Se legisla el aborto y la eutanasia. Hoy la tendencia es buscar repartir los beneficios del progreso material entre todos, y no reservarlos para la familia real, para el sacerdote supremo o el cacique de la tribu. El machismo, aunque aún se practica día a día en forma repulsiva –la ola de femicidio no se detiene–, comienza a ser puesto en la picota. Y otro tanto sucede con el racismo, aunque como práctica social concreta siga existiendo (ahí está George Floyd, entre tantos otros, como infame recordatorio). Todo lo cual, entonces, nos puede hacer llegar a la conclusión que, sin dudas, sí hay progreso social. Aunque justifique las guerras, tal como lo dice el epígrafe, un afrodescendiente, un nigger puede llegar al sillón presidencial de la Casa Blanca.

Arribados a este punto, es necesario puntualizar un par de consideraciones fuertes, que sin dudas no pueden agotarse en este pequeño trabajo, y que llaman a su profundización: por un lado, es siempre muy relativo (¿precario quizá?, siempre en condiciones de retroceder) el «avance» que se da en la condición humana, en su esfera ética. Los «progresos» espirituales son de una naturaleza radicalmente diversa a aquellos otros del orden material. Si no hay Tercera Guerra Mundial (con energía atómica), podemos estar –relativamente– seguros que no volveremos a las cavernas y a las hachas neolíticas; pero no podemos estar tan seguros de que se ha afianzado de una vez y para siempre la cultura de la no violencia, la tolerancia y la convivencia pacífica entre todos los seres humanos, más allá de las pomposas declaraciones que se escuchan a diario y de la «corrección política» que se va imponiendo por todos lados. Una rápida mirada a la coyuntura mundial nos lo recuerda de modo feroz.

¿Cómo explicar, si no, que en la Rusia post soviética los otrora cuadros comunistas se tornen tan rápida y fácilmente despiadados capitalistas explotadores, o que en ese experimento tan singular que es la China socialista con economía de mercado, abierta la posibilidad de la acumulación –»Ser rico es glorioso» dijo Deng Xiao Ping– aparezcan multimillonarios similares, o superiores, a los del capitalismo occidental? Toda la fascinante tecnología que hemos desarrollado en milenios y nos llevó, entre otras cosas, a la energía atómica, no impidió que se lanzaran bombas nucleares sobre población civil no combatiente con una crueldad que puede empalidecer ante cualquier «primitiva» civilización del pasado. Aunque la justificación oficial del gobierno de Washington pueda parecer «piadosa» (evitar más muertes con un desembarco), la verdad es otra cosa: una absoluta demostración de poder. Esto, sólo por poner algún ejemplo. O para abundar algo en esta línea: la tecnología que permite el espectacular mundo moderno, con vehículos que surcan la faz del planeta a velocidades siempre crecientes, lleva al mismo tiempo a una catástrofe medioambiental de proporciones dantescas, ocasionada en muy buena medida por los motores que impulsan a esos vehículos. Y si se reemplazan los combustibles fósiles por energías no contaminantes, tal como utilizan los vehículos impulsados por baterías eléctricas para las que se necesita el litio como elemento básico, ahí está el golpe de Estado en Bolivia en el 2018. Y un magnate productor de algunos de esos vehículos (Elon Musk: «Derrocamos a quien queramos«) puede justificar el latrocinio muy alegremente, sin recibir condena alguna. ¿Progreso entonces?

Hay una idea cuestionable de progreso. Se puede, por ejemplo, destruir la selva tropical y a los pueblos que allí habitan para extraer petróleo con los que alimentar vehículos con motores de combustión interna, o matar «cholos» en Bolivia para quedarse con los Salares de Uyuni, ¿en nombre del progreso? Progreso, valga decir, que nos va dejando paulatinamente sin agua dulce para continuar la vida. ¿Puede decirse seriamente que hay «progreso» social si un habitante término medio de un país ¿desarrollado? como Estados Unidos consume un promedio de 100 litros diarios de agua, o más, mientras que un habitante del África negra sólo tiene acceso a un litro? Dicho sea de paso: por la falta de agua potable mueren dos mil personas diarias. ¿Cuál es el «progreso» humano en que asienta ese monumental absurdo? Porque lo peor de todo es que a ese blanco término medio que riega su jardín 3 veces por semana y lava sin cesar sus varios vehículos, no le interesa la sed de un semejante africano; es más: ni siquiera está enterado de ello. La tecnología, definitivamente, no tiene la culpa de esta locura en juego. La lectura serena y objetiva del estado del mundo nos fuerza a reflexionar sobre todo esto: ¿avanzamos o retrocedemos en términos éticos?

El poder sigue siendo el eje que mueve las sociedades; poder que se articula con el afán de lucro, que no es sino la contracara de la idea de propiedad privada, todas ellas absolutas creaciones humanas.

Justamente como la sed de poder no se ha extinguido, el trágico disparate en curso en la actualidad, con los halcones fundamentalistas manejando la hiper-potencia mundial (no importa cuál sea el presidente de turno sentado en la Casa Blanca), nos puede llevar de nuevo a las cavernas y al período neolítico (la guerra nuclear generalizada, aunque ya no exista la Unión Soviética y una frontal Guerra Fría, no es una fantasía de ciencia ficción; sigue siendo una posibilidad y está a la vuelta de la esquina). En tal caso no sería la «evolución» técnica la que nos devolvería a ese estadio sino –una vez más– nuestra dificultad para progresar en lo ético. Salvando las formas económicas, ¿es muy distinta en términos éticos una empresa petrolera o fabricante de armas de los Estados Unidos actual comparada con un faraón egipcio, por ejemplo, aunque hoy se llenen la boca hablando de responsabilidad social empresarial, contratando muchas mujeres, negros y homosexuales? ¿Qué diferencia en esencia a estas empresas «legales» de un cartel del narcotráfico?

«Es delito robar un banco, pero más delito aún es fundarlo«, decía sarcásticamente Bertolt Brecht. Las guerras –cíclicas, obstinadamente repetitivas– nos recuerdan de manera dramática estos desgarrones de nuestra mortal y evanescente condición: progresa la técnica, pero lo ético sigue siendo la asignatura pendiente. Hablamos cada vez más de derechos humanos y de respeto a la vida, pero en las guerras se sigue premiando como héroe de la patria a quien más enemigos mate. ¿Cómo entender eso? Dicho sea de paso también: el negocio más grande todos los actualmente existentes y aquél que ocupa la mayor inteligencia humana -y también la artificial– para la creación y renovación constante, ¡es la guerra! La producción de armamentos –desde una simple pistola hasta los misiles nucleares más poderosos– son el renglón más desarrollado de todos los que implementa la especie humana. ¿Lo qué más ha progresado entonces?

Más allá de esta primera consideración –de un talante pesimista seguramente– cabe un segundo comentario, no menos importante que el anterior, y con el cual se relaciona: aunque lento, tortuoso, plagado de dificultades, casi con valor de conclusión podemos decir entonces que efectivamente ha habido progreso social. Repitámoslo: hoy no se quema vivo a nadie por hereje; se pueden quemar libros, pero eso no es lo mismo. Hoy, aunque estamos aún lejísimos de alcanzarla, el tema de la justicia –económica, social, de género, étnica– es ya un patrimonio de la agenda de discusión de toda la humanidad; hoy, aunque persiste el machismo, ya no existe el derecho de pernada ni se utilizan cinturones de castidad para las mujeres, en numerosos lugares no se penaliza la homosexualidad permitiéndose los matrimonios entre iguales, y las leyes –ya universalizadas– fijan prestaciones laborales (aunque el capitalismo salvaje de estos años recién pasados está intentando borrar esos avances sociales).

En esta línea de pensamiento se inscribe una cantidad, bastante grande por cierto, de temas referidos a lo socio-cultural, que son incuestionables avances, mejoras, progresos en lo humano. La lista podría ser extensa, pero a los fines de mencionar algunos de los puntos más relevantes, podríamos decir que ahí entran todos los pasos que conciernen a la dignificación humana. No con la misma intensidad en todos los rincones del planeta, pero en el transcurso de los últimos siglos, con la modernidad que trajo una visión científica de la realidad, los derechos humanos hicieron su entrada triunfal en la historia. Hoy por hoy son ya una conquista irrenunciable. Se podrá decir que son un engendro occidental que, si se quiere profundizar, surgen como un camino paralelo a la lucha revolucionaria por el cambio social (el materialismo histórico no necesita ese complemento quizá); pero existen y marcan un camino de avance ético. Ya nadie puede matar por capricho a un esclavo, porque hoy ya se ha superado ese «primitivismo» de la esclavitud. Aunque hay que aclarar, no obstante, que la Organización Internacional del Trabajo ha denunciado que pese a nuestro «progreso» en materia laboral persisten cerca de 30 millones de trabajadores esclavizados en este siglo «hiper tecnológico», en muchos casos produciendo las maravillas industriales que se consumen alegremente en lugares donde la vida es simpática y próspera y nadie piensa en esclavos.

El siglo XX, luego de mostrar hasta dónde es posible llevar el hambre de poder de los humanos con la Segunda Guerra Mundial (tendencia de los varones, valga precisar, que son quienes realmente lo ejercen –el 99% de las propiedades del mundo están en manos varoniles–), dio como resultado el establecimiento de gestos muy importantes para asegurar esa dignidad de la que hablábamos arriba: se constituyó el sistema de Naciones Unidas y se fijó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Pero la historia de estos últimos años mostró que, más allá de una buena intención, esas instancias no resolvieron –¡ni podrán resolver nunca!– problemas históricos de las sociedades (porque no pasan de decorosos remiendos); ahora que vemos naufragar esos tibios intentos luego de las «guerras preventivas» que impulsa Washington en un mundo que sigue marcado por el manejo vertical de los megacapitales globales, entonces, no podemos menos que afirmar que «estamos retrocediendo» en esos avances. Pomposas declaraciones y actitudes políticamente correctas: sí (hasta un presidente negro en Estados Unidos); cambios reales: no. Esta, entonces, podríamos decir que es la segunda aseveración fuerte: si ha habido algún progreso en lo cultural, ahora lo estamos perdiendo. O, dicho de otro modo, hay una tensión perpetua en la que se avanza y retrocede en un balance siempre inestable.

Lo que en el curso de los últimos dos siglos fueron avances en la esfera social, desde la caída de la Unión Soviética (primer y más sostenido experimento socialista de la historia), han venido retrocediendo sistemáticamente. Hasta incluso en el mismo seno de las Naciones Unidas, que habla pomposamente de derechos humanos, se perdieron conquistas laborales, aunque suene paradójico (en general el personal trabaja ahora por contratos puntuales, sin prestaciones laborales, precarizados). Si allí sucede eso, ya no digamos cuál es el grado de avasallamiento de los derechos de los trabajadores a escala global. Caído el emblemático Muro de Berlín, el capital se siente dueño absoluto del mundo; en estos pocos años se han perdido conquistas sindicales históricas, se retrocedió en organización político-sindical, se desmovilizaron actitudes contestatarias. Si volvían protestas callejeras espontáneas en el transcurso del 2019 alzando la voz contra las infames políticas neoliberales, la llegada de la pandemia de COVID-19 («curiosa» llegada, por cierto), las silenció, las postergó. Lo que se puede apreciar en estos últimos años, luego del proclamado «fin de la historia» con el derrumbe del campo socialista este-europeo, es que creció lo que podría llamarse «cultura light», la sobrevivencia no-crítica, el «amansamiento» colectivo. Es decir: se criminalizó la protesta como nunca antes. ¡Trabaje y no proteste, consuma y no piense!, pasó a ser la consigna universal. El actual confinamiento que trajo el coronavirus sirvió para aumentar esa tendencia. De hecho, se precarizaron más aún las condiciones laborales, y el trabajo hogareño, en buena medida, pasó a ser la norma. ¿Alguien diría que trabajar desde su caso es progreso?

Lo curioso, o complejo –¿trágico quizá?, ¿patético?– en todo este problemático y enmarañado ámbito del progreso humano es que mientras por un lado nos alejamos de los prejuicios más estereotipados y se comienzan a tolerar, por ejemplo, matrimonios homosexuales o que un afrodescendiente pueda haber llegado al sillón presidencial en el racista país que hoy hace las veces de potencia principal, al mismo tiempo ese mismo país (no el presidente, claro, sino los que tienen el poder decisorio final: blancos multimillonarios que manejan corporaciones multinacionales) diseña planes geoestratégicos que irrespetan las nociones elementales de derechos humanos modernos, permitiéndose invadir cuando quieren y en nombre de lo que quieren. Sin dudas que todo esto es contradictorio, complejo, difícil de entender. Y junto a eso, no olvidar, potencias capitalistas de Europa occidental, promotoras de los sacrosantos derechos humanos, en pleno siglo XXI… ¡aún mantienen enclaves coloniales! Sin dudas, avanzamos y retrocedemos al mismo tiempo.

Con las estrategias imperiales en curso mantenidas por Washington se han perdido importantes avances en relación al respeto y al entendimiento entre seres humanos, aunque se haya dado el importante paso de permitirse superar un racismo histórico que llevó a linchar negros hasta hace apenas unos años. ¿Avanzamos o retrocedemos entonces? Quizá, aunque pueda sonar a ciencia-ficción, haya grupos de poder que ya están concibiendo –¿quizá implementando?– estrategias para instalarse fuera de nuestro planeta, condenando a quienes se queden en esta maltrecha Tierra a sobrevivir como puedan… si es que pueden. Con lo que –una vez más– la edad de las cavernas y las hachas de piedra no se ven tan lejanas, metafórica y literalmente. ¿Quiénes detentan hoy el poder global? Los que tienen esas hachas y garrotes más grandes: los que tienen los misiles nucleares más poderosos. Nihil novum sub sole? ¿Nada nuevo bajo el sol?

En definitiva, decidir en términos académicos, en nombre de alguna pureza semántica, si avanzamos o retrocedemos moralmente, puede ser intrascendente. Si miramos la historia de la especie humana, hay avances; pero eso solo si hacemos una mirada de muy largo alcance, de siglos, o de milenios. Hay avances importantes (el movimiento feminista, las reivindicaciones étnicas, la aceptación de la diversidad sexual), pero hay retrocesos en la justicia social. Lo que está claro es que no puede haber cambio real y sostenible si no se avanza simultáneamente en todos los aspectos.

Marcelo Colussi

Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos

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Fuente e imagen: https://www.alainet.org/es/articulo/210578

 

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México, EU y el caso Cienfuegos

El jueves pasado la Fiscalía General de la República (FGR) determinó no ejercer acción penal contra el general Salvador Cienfuegos Zepeda, secretario de Defensa en el sexenio pasado y acusado por la justicia estadunidense de narcotráfico y lavado de dinero. El caso ha dado lugar a un amplio debate en el que se mezclan consideraciones sobre transparencia, soberanía, respeto al debido proceso, combate a la impunidad, violaciones a los derechos humanos en el pasado reciente y hasta el peso real de las fuerzas armadas en las decisiones de gobierno.

El militar fue detenido el 15 de octubre de 2020 con el fin de someterlo a juicio. Días más tarde, el gobierno mexicano envió una nota a Washington en la que señaló que tanto la investigación como la captura representaban una serie de violaciones a la soberanía nacional y al Tratado de Asistencia Jurídica Mutua (TAJM), y pidió que el reo fuera excarcelado y enviado a México, donde la FGR abriría una carpeta de investigación basada en las imputaciones formuladas por la oficina estadunidense de combate a las drogas (DEA, por sus siglas en inglés).

Tal petición fue concedida el 19 de noviembre. Cienfuegos volvió a México, se le notificó que existía una investigación en su contra y el Departamento de Justicia del país vecino envió a la FGR una voluminosa carpeta con los documentos de la acusación. Tras examinarlos, después de una indagación sobre la evolución patrimonial del imputado y luego de escuchar a la defensa, la instancia de procuración determinó que no había elementos para iniciar un proceso penal contra el militar. El presidente Andrés Manuel López Obrador respaldó la decisión de la FGR e instruyó al canciller Marcelo Ebrard dar a conocer a la sociedad la carpeta íntegra enviada por Washington para que los ciudadanos pudieran sacar sus propias conclusiones. La fiscalía, por su parte, divulgó el expediente de la averiguación previa, si bien censurado para proteger datos personales y aspectos confidenciales de la investigación.

Cierto es que en el marco legal de nuestro país el material recopilado por la DEA contra Cienfuegos evidencia una violación a la soberanía, pues fue recopilado sin informar al gobierno mexicano, y no sirve para iniciar un juicio, porque muchas de sus piezas fueron obtenidas de manera ilegal, es decir, mediante intercepciones telefónicas y de datos realizadas sin orden judicial que, a contrapelo de lo que se afirma en Washington, se llevaron a cabo en territorio mexicano. Así, a falta de pruebas válidas y consistentes que pudieran presentar en el futuro las autoridades de cualquiera de los dos países o de ambos, Cienfuegos debe ser considerado inocente respecto de los señalamientos por narcotráfico.

Asimismo, no puede ignorarse que el general exonerado fue el máximo responsable castrense en un sexenio caracterizado por gravísimas violaciones a los derechos humanos perpetradas por militares, entre las que destacan la masacre de 22 civiles en Tlatlaya, estado de México, el 30 de junio de 2014, y la atrocidad cometida en Iguala la noche del 26 de septiembre de ese mismo año, en la que las fuerzas policiales asesinaron a tres estudiantes de la normal de Ayotzinapa y a otras tres personas, hirieron a varias más y desaparecieron a 43 normalistas cuyo paradero sigue sin conocerse, hechos en los que el 27 Batallón de Infantería del Ejército tiene una responsabilidad cuando menos por omisión.

Con esos y otros agravios aún en carne viva en la sociedad, es inevitable que se exprese malestar por la exoneración de Cienfuegos. Sin duda, el episodio de la detención del ex secretario de Defensa hace ver la necesidad de culminar a la brevedad la investigación sobre la noche de Iguala y reactivar las de Tlatlaya y otros muchos casos de violaciones a los derechos humanos cometidos por militares durante el gobierno peñista.

Por último, no es sensato magnificar el roce bilateral generado por el caso: la cooperación México-Estados Unidos en el combate a la delincuencia necesita una reformulación general explícita y en la actual circunstancia este episodio es un problema muy menor para el gobierno y la clase política del país vecino. Por lo demás, todo el caso se originó por violaciones estadunidenses al TAJM, y si el gobierno mexicano lo infringió después al divulgar las imputaciones enviadas por Washington, mucho más relevante fue el servicio a la causa de la transparencia.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/01/18/opinion/mexico-eu-y-el-caso-cienfuegos/

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Trump no tomará cianuro

Por: Boaventura de Sousa Santos

Como sistema político y social, Estados Unidos está en un momento de bifurcación, un momento característico de los sistemas alejados de los puntos de equilibrio.

Trump no es Hitler, Estados Unidos no es la Alemania nazi, ningún ejército invasor está en camino a la Casa Blanca. A pesar de todo eso, no es posible evitar una comparación entre Trump en estos últimos días y los últimos días de Hitler. Hitler en su búnker, Trump en la Casa Blanca. Los dos, habiendo perdido el sentido de la realidad, dan órdenes que nadie cumple y, cuando son desobedecidos, declaran traiciones que alcanzan a los más próximos e incondicionales: Himmler, en el caso de Hitler; Mike Pence, en el caso de Trump. Así como Hitler se negó a creer que el Ejército Rojo soviético estaba a diez kilómetros del búnker, Trump se niega a reconocer que perdió las elecciones. Las comparaciones terminan aquí. A diferencia de Hitler, Trump no ve llegado su final político y, mucho menos, se retirará a su habitación para, junto con su esposa, Melania Trump, ingerir cianuro y, conforme el testamento, incinerar sus cuerpos fuera del búnker, es decir, en los jardines de la Casa Blanca. ¿Por qué no lo hace?

 

Al final de la guerra, Hitler se sintió aislado y profundamente desilusionado con los alemanes por no haber sabido estar a la altura del gran destino que les tenía reservado. Como diría Goebbels, también en el búnker: «El pueblo alemán eligió su destino y ahora sus pequeñas gargantas están siendo cortadas». Por el contrario, Trump tiene una base social de millones de estadounidenses y, entre los más fieles, se encuentran grupos de supremacistas blancos armados y dispuestos a seguir al líder, incluso si la orden es invadir y vandalizar la sede del Congreso. Y, lejos de ser pesimista respecto a ellos, Trump considera a sus seguidores los mejores estadounidenses y grandes patriotas, aquellos que harán America great again. Hitler sabía que había llegado su fin y que su final político también sería su final físico. Lejos de eso, Trump cree que su lucha verdaderamente comienza ahora, porque solo ahora será convincentemente una lucha contra el sistema.

Mientras que muchos millones de estadounidenses quieren pensar que el conflicto ha llegado a su fin, Trump y sus seguidores desean mostrar que ahora comenzará, y continuará hasta que Estados Unidos les sea devuelto. Joe Biden se equivoca cuando, al ver la vandalización del Congreso, afirma que eso no es Estados Unidos. Sí lo es, porque Estados Unidos es un país que no solo nació de un acto violento (la matanza de los indios), sino que fue a través de la violencia que se dio todo su progreso, traducido en victorias de las que el mundo tantas veces se sintió orgulloso, desde la propia unión de Estados «Unidos» (620,000 muertos en la guerra civil), hasta la luminosa conquista de los derechos civiles y políticos por parte de la población negra (numerosos linchamientos, asesinatos de líderes, siendo Martin Luther King. Jr. el más prominente), como sigue siendo el país donde fueron asesinados muchos de los mejores (según ellos) líderes políticos electos, desde Abraham Lincoln hasta John Kennedy. Y esta violencia ha dominado tanto la vida interna como toda su política imperial, sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial. Que lo digan los latinoamericanos, Vietnam, los Balcanes, Irak, Libia, los palestinos, etcétera.

Joe Biden también se equivoca cuando dice que la pesadilla ha llegado a su fin y que ahora se reanudará el camino de la normalidad democrática. Por el contrario, Trump tiene razón al pensar que todo está empezando ahora. El problema es que él, contrariamente a lo que piensa, no controla lo que va a empezar y, por este motivo, los próximos años tanto pueden serle favorables, llevándolo de vuelta a la Casa Blanca, como pueden dictar su fin, un triste final. Como sistema político y social, Estados Unidos está en un momento de bifurcación, un momento característico de los sistemas alejados de los puntos de equilibrio, en los que cualquier pequeño cambio puede producir consecuencias desproporcionadas. Resulta, por tanto, aún más difícil de lo habitual predecir lo que sucederá. A continuación, identifico algunos de los factores que pueden causar cambios en una u otra dirección: desigualdad y fragmentación, primacía del derecho y Stacey Abrams.

Desigualdad y fragmentación

Desde la década de 1980, la desigualdad social ha ido en aumento, tanto que Estados Unidos es hoy el país más desigual del mundo. La mitad más pobre de la población tiene actualmente solo el 12% del rendimiento nacional, mientras que el 1% más rico tiene el 20% de ese rendimiento. En los últimos cuarenta años el neoliberalismo ha dictado el empobrecimiento de los trabajadores estadounidenses y destruyó las clases medias. En un país sin servicio público de salud y sin otras políticas sociales dignas de ese nombre, uno de cada cinco niños pasa hambre. En 2017, uno de cada diez jóvenes de entre 18 y 24 años (3.5 millones de personas) había pasado en los últimos doce meses por un período sin un lugar donde vivir (homelessness). Adoctrinados por la ideología del «milagro americano» de las oportunidades y viviendo en un sistema político cerrado que no permite imaginar alternativas al statu quo, la política de resentimiento, que la extrema derecha es experta en explotar, ha hecho que los estadounidenses victimizados por el sistema consideren que el origen de sus males estaba en otros grupos aún más victimizados que ellos: negros, latinos o inmigrantes en general.

Con la desigualdad social, aumentó la discriminación étnico-racial. Los cuerpos racializados son considerados inferiores por naturaleza; si nos hacen daño, no hay que discutir con ellos. Tienes que neutralizarlos, depositándolos en cárceles o matándolos. Estados Unidos tiene la tasa de encarcelamiento más alta del mundo (698 presos por cada 100,000 habitantes). Con menos del 5% de la población mundial, EE. UU. tiene el 25% de la población carcelaria. Los jóvenes negros tienen cinco veces más probabilidades que los jóvenes blancos de ser condenados a prisión. En estas condiciones, ¿es sorprendente que la apelación antisistema sea atractiva? Nótese que hay más de 300 milicias armadas de extrema derecha repartidas por todo el país; un número que ha aumentado desde la elección de Obama. Si no se hace nada en los próximos cuatro años para cambiar esta situación, Trump seguirá alimentando, y con razón, su obsesión por regresar a la Casa Blanca.

Primacía del derecho

Estados Unidos se ha convertido en el campeón mundial de la rule of law y de la law and order. Durante mucho tiempo, en ningún país se conocía el nombre de los jueces de la Corte Suprema, excepto en Estados Unidos. Los tribunales estadounidenses ejercieron la función de garantizar el cumplimiento de la Constitución con una independencia razonable, hasta que ciertos sectores de las clases dominantes entendieron que los tribunales podían ponerse más activamente al servicio de sus intereses. Para ello, decidieron invertir mucho dinero en la formación de magistrados y en la elección o nombramiento de jueces para los tribunales superiores. Esta movilización política de la justicia tuvo una dimensión internacional cuando, especialmente después de la caída del Muro de Berlín, la CIA y el Departamento de Justicia comenzaron a invertir fuertemente en la formación de magistrados y en la modificación del derecho procesal (delación premiada) de los países bajo su influencia. Así surgió el Lawfare, una guerra jurídica, de la que la Operación Lava-Jato en Brasil es un ejemplo paradigmático. Trump cometió varios delitos federales y estatales, incluida la obstrucción de la justicia, el blanqueo de capitales, el financiamiento ilegal de campañas y delitos electorales (el más reciente de los cuales fue un intento de alterar de manera fraudulenta los resultados de las elecciones de Georgia en enero de 2021). ¿Funcionará el sistema penal como solía hacerlo en el pasado? Si es así, Trump será condenado y probablemente irá preso. Si eso ocurre, su fin político estará cerca. De lo contrario, Trump trabajará su base, dentro o fuera del partido republicano, para regresar con fuerza en 2025.

Stacey Abrams

Esta excongresista negra es la gran responsable de la reciente elección de los dos senadores demócratas en el estado de Georgia, una victoria decisiva para dar a los demócratas la mayoría en el Senado y así permitir que Biden no sea objeto de obstrucción política permanente. ¿Cuál es el secreto de esta mujer? En el transcurso de diez años, ha tratado de articular políticamente a todas las minorías pobres de Georgia (negras, latinas y asiáticas); un estado donde el 57.8% de la población es blanca, un estado considerado racista y supremacista, donde tradicionalmente ganan los conservadores. Durante años, Abrams creó organizaciones para promover el registro electoral de las minorías pobres alienadas por el fatalismo de ver ganar siempre a los mismos opresores. Orientó el trabajo de base para fomentar la unidad entre los diferentes grupos sociales empobrecidos, tan a menudo separados por los prejuicios étnico-raciales que alimentan el poder de las clases dominantes.

Después de diez años, y tras una carrera notable que podría haber alcanzado su auge con la nominación como vicepresidenta de Biden (en lo que fue relegada en favor de Kamala Harris, más conservadora y cercana a los intereses de las grandes empresas de información y de comunicación de Silicon Valley), Abrams logra una victoria que puede liquidar la ambición de Trump de regresar al poder. El mismo día en que los vándalos rompían cristales y saqueaban el Capitolio, se festejaba en Georgia esta notable hazaña; una poderosa demostración de que el trabajo político que puede garantizar la supervivencia de las democracias liberales en estos tiempos difíciles no puede limitarse a votar cada cuatro años, y ni siquiera al trabajo en las comisiones parlamentarias por parte de los electos. Exige trabajo de base en lugares inhóspitos y muchas veces peligrosos donde viven las poblaciones empobrecidas, ofendidas y humilladas que, casi siempre con buenas razones, perdieron el interés y la esperanza en la democracia.

La obra de Stacey Abrams, multiplicada por los movimientos Black Lives Matter, Black Voters Matter y tantos otros, muchos de ellos inspirados en Bernie Sanders y «nuestra revolución» animada por él, puede devolver a la democracia estadounidense la dignidad que Trump puso en riesgo. Si es así, la mejor lección que los estadounidenses pueden aprender es que el mito del «excepcionalismo estadounidense» es solo eso, un mito. Estados Unidos es un país tan vulnerable como cualquier otro a las aventuras autoritarias. Su democracia es tan frágil como frágiles son los mecanismos que pueden evitar que los autócratas, los antidemócratas sean elegidos democráticamente. La diferencia entre ellos y los dictadores es que, mientras estos últimos comienzan por destruir la democracia para llegar al poder, los primeros usan la democracia para ser elegidos, pero luego se niegan a gobernar democráticamente y a abandonar democráticamente el poder. Desde la perspectiva de la ciudadanía, la diferencia no es muy grande.

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

Fuente e imagen: https://www.alainet.org/es/articulo/210482

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