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Un proyecto pedagógico para los adolescentes de hoy en día

Por: Educación 3.0

Los alumnos de hoy en día son más digitales y están más conectados que los de hace unos años. Pensando en ellos, SM ha desarrollado su nuevo proyecto pedagógico ‘Savia nueva generación’ que potencia la motivación y fomenta el aprendizaje autónomo enfocado para la vida. Además, SM estrena perfil en Spotify con música inspirada para cada asignatura.

Los estudiantes que en la actualidad cursan la etapa de Secundaria no son como los de antes. Demandan nuevas competencias, quieren desarrollar nuevas habilidades y les mueven diferentes intereses. También son más digitales, activos, conectados y visuales. Para llegar a ellos, SM ha creado el proyecto pedagógico ‘Savia nueva generación’ con el siguiente objetivo: potenciar su motivación a través de un material diferente para lograr un aprendizaje más autónomo enfocado para su día a día.

Asimismo, SM desea fomentar entre ellos la motivación con la ayuda de herramientas digitales. El entorno digital de este nuevo proyecto se ha cuidado de manera especial, de ahí que muestre un diseño actual con un lenguaje claro y cercano. Asimismo, cuenta con herramientas de innovación educativa para trabajar el aprendizaje cooperativo y aprender a pensar.

El planteamiento de las asignaturas

Como cada materia es distinta y necesita de unos determinados recursos, no se pueden impartir de igual forma. SM las plantea de la siguiente manera:

-Matemáticas: con un enfoque aplicado y directo para conectar con los alumnos, el proyecto se centra en el aprendizaje a través de la práctica. Apuesta por las TICS con el programa MATTIC y con Geogebra.

-Lengua Castellana: se aplica un lenguaje claro y un enfoque comunicativo y práctico, así como una gran variedad de tipologías textuales y un método de comprensión lectora.

-Geografía e Historia: los estudiantes tienen acceso a materiales rigurosos a la vez que prácticos y sencillos. Se integran talleres en cada unidad y proyectos al final de cada bloque.

-Biología y Geología: con contenidos concisos y estructurados, se emplean imágenes e infografías para facilitar la comprensión. También se proponen actividades competenciales y propuestas de experimentación.

-Física y Química: exposición clara de los contenidos y explotación didáctica de la imagen. Se aplican los conocimientos adquiridos, proporcionando una cultura científica básica.

-Plástica: exposición teórica rigurosa acompañada de una gran propuesta de actividades prácticas adaptadas a las nuevas metodologías.

Para los docentes ‘Savia nueva generación’ incluye una diversidad de actividades para el aula ajustadas al currículo y al número de horas lectivas en un entorno digital intuitivo. Hace hincapié en el trabajo de la comprensión lectora, y apuesta por la innovación metodológica, el aprendizaje competencial y una educación en valores, ejes del proyecto educativo de SM.

Una banda sonora para cada asignatura

La otra novedad para destacar de SM es que estrena canal de música en Spotify, y lo hace con una decena de listas de canciones para cada asignatura de Secundaria que ha contado con la colaboración de un centenar de profesores de esta etapa.

Con la música aprendemos geografía, palabras nuevas; la música nos habla de números y ciencia. Nos enseña idiomas, nos descubre el arte. Además de enseñar contenidos, la música aporta otros beneficios destacados: por ejemplo, aumenta la capacidad de memoria, la atención y la concentración.

Desde ‘Born in the USA’ de Bruce Springsteen a ‘Space Oddity’ de David Bowie, pasando por ‘Palabras más, palabras menos’ de Los Rodríguez, ‘Lady Blue’ de Bunbury o ‘Todo se transforma’ de Jorge Drexler son algunos de los temas incluidos en las listas que motivarán a los estudiantes a aprender Tecnología, Matemáticas, Plástica, Lengua, Geografía e Historia, Física y Química, Francés, Biología y Geología.

SM invita a los profesores y alumnos a que propongan más canciones inspiradoras e irá completando esta lista de reproducción con podcasts educativos de interés para todas las materias. Por otro lado, ha lanzado un concurso para docentes en el que sortea 100 suscripciones a Spotify Premium.

Fuente e Imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/noticias/savia-nueva-generacion-proyecto-pedagogico-sm-secundaria/

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Opinión: Frente al Coronavirus, educarnos

Por: Andrés García Barrios

Educarnos tanto personalmente como socialmente, y de manera rápida, es el reto que nos toca ahora.

Como toda crisis de salud, la pandemia del coronavirus (COVID-19) nos pone de frente a los temas cruciales de la vida, entre ellos el de la educación. En este caso, se trata de una educación o re-educación personal y colectiva que nos permita enfrentar juntos un evento de la naturaleza para el que estamos escasamente formados e informados. Educarnos tanto personalmente como socialmente, y de manera rápida, es el reto que nos toca ahora.

Para hablar de ello elegiré a dos autores cuyos puntos de vista confluyen en el tema. Primero me permitiré retomar la perspectiva del psicoanalista Erick Fromm de la que hablé hace unas semanas en este mismo espacio. Trata en torno a cuatro elementos que él considera los fundamentos del amor, y que yo me permito adaptar al tema ―sin duda amoroso― de educar. Quiero añadir también la perspectiva del filósofo español Fernando Savater, que también ha reflexionado acerca de la relación entre el amor y la educación, y cuyo pensamiento adquiere su máxima dimensión justamente en momentos de crisis sociales como la actual.

Savater funda su teoría de los valores éticos en lo que él llama amor propio, dejando claro que el cuidado de los demás es la forma más eficaz de quererse a uno mismo. Nos recuerda que todos dependemos de todos, y estamos entreverados en una red de relaciones tan estrecha, que cuidar el bien del prójimo recae en última instancia en nuestro propio beneficio. La educación, ocupada en guiar al otro en la búsqueda de su bienestar, se vuelve siempre en nuestro propio bien. En un momento como el actual, en que esa red de relaciones se estrecha tanto ―al grado de que lavarnos las manos puede evitar que alguien enferme gravemente―, el círculo virtuoso que el español plantea se vuelve evidente.

Hoy más que nunca, debemos ser educados con los demás; para explicar lo que quiero decir, voy a retomar los cuatro componentes del amor que Fromm describe: cuidado, conocimiento, responsabilidad y respeto.

Que el cuidado es necesario, salta a la vista: finalmente, de lo que se trata es de cuidarnos a nosotros y a los demás (lo cual, savaterianamente, resulta lo mismo); es decir, ejecutar los actos necesarios para evitar la enfermedad, y si la adquirimos, o alguien a nuestro alrededor la adquiere, hacer lo necesario para curar y para no contagiar a otros.

Lo anterior se complica cuando pensamos en el segundo componente de la educación: el conocimiento. ¿Cuáles son las mejores prácticas para lograr esos objetivos? Conocerlas no es fácil; lo que llamamos “conocimiento” da una sensación de certidumbre pero en realidad es algo sumamente inexacto. Podemos entrar en filosofías sobre los límites últimos del conocer, pero por el momento no es necesario: basta con echar un ojo a nuestras prácticas e instrumentos cotidianos de adquisición y transmisión de información para darnos cuenta de lo limitados que estamos. Ahora más que nunca surgen “grandes expertos” en todos los campos del “conocimiento”, que recomiendan esto o lo otro, y que nos convencen según sea la tendencia de nuestro pensamiento: confiar en la ciencia nos hará seguir sus recomendaciones; otra postura nos llevará a creer en la voluntad de un poder superior; adherirnos a la teoría del complot nos hará permanecer indiferentes a las medidas de salud, etc. Estos criterios personales se toparán, además, con una inmensa variedad de medios de información llenos de contradicciones entre sí, y con muchas imprecisiones, casi todos pregonando que dicen la verdad. ¿Cuál es la página de internet más confiable, el periodista más objetivo o nuestro amigo o familiar mejor informado?

En la crisis actual, la elección del conocimiento que seguiremos para cuidarnos, implica una gran responsabilidad, no sólo ―como hemos visto― sobre nuestra propia salud sino también sobre la de los demás. Esa responsabilidad se duplica cuando, colocándonos en la posición de quien enseña, exponemos nuestra forma de pensar como conocimiento confiable. En este caso, la responsabilidad se convierte en ―como dice el psicoanalista alemán― “responder por el otro”, lo cual, hablando de coronavirus, es serio, porque puede tratarse de responder por la vida del otro.

Es aquí, creo ―en este dar a conocer nuestra forma de pensar sobre las mejores prácticas de cuidado―, donde cabe el cuarto elemento del que Fromm habla: el respeto. Éste, según él, es el reconocimiento de que la otra persona es distinta a mí y que debo asumir siempre su libertad de ejercer el propio criterio. En momentos en que la acción colectiva es imprescindible, el respeto es la base para que la comunicación fluya entre la gente. Para enseñar algo a alguien ―sean nuestros hijos, alumnos o conciudadanos― no hay mejor punto de partida que el respeto, cuya dimensión esencial es no intentar imponerse sobre el otro.

Aquí, quisiera destacar cierto matiz que se esconde debajo del intento de dominar lo que otro piensa. Quizás a algún lector le parezca frívolo dar importancia al siguiente asunto, y sin embargo me atrevo a sugerir que estemos atentos a él, por si alguna razón me asiste. Me refiero a la gratificación que muchos sentimos cuando conseguimos impresionar a alguien con lo que sabemos. Gratificación trivial, quizás, pero para algunos tan importante que puede llevarnos a propagar la más infundada e incluso escandalosa información sin haberla analizado y confirmado de manera seria. Después de todo, es más fácil impactar a alguien con nuestras ideas por lo que le ofrecen a la imaginación que por lo que aportan al razonamiento lógico. Las redes sociales, transporte ideal para cualquier material en crudo, son el mejor aliado en esto.

Todo lo contrario ocurrirá si atendemos al cuidado, el conocimiento, la responsabilidad y el respeto, entendidos como amarnos y educarnos unos a otros frente a la crisis. Esta actitud hará que nuestras decisiones no se conformen con un primer vistazo al propio criterio o al criterio ajeno, ni con propagar información que no hemos revisado con seriedad.

Yo mismo, ahora, asumiendo mi papel de educador (que en la crisis actual, como digo, todos desempeñaremos inevitablemente), daré mi punto de vista. Primero: ya que hablé de quienes creen en un poder superior, puedo decir ―siguiendo a Fromm, para quien razón y espiritualidad son un continuo― que toda adquisición de conocimiento sobre los cuidados frente al COVID-19, hecha de manera responsable y transmitida respetuosamente, conllevará necesariamente una trascendental esperanza.

Segundo: convengo que en materia de salud me adhiero al conocimiento científico; si no fuera suficiente con la confianza que le tengo a su método por sobre otras formas de conocimiento en este tipo de temas, bastaría con un argumento lógico: dado que es gracias a la ciencia que todos nos hemos enterado del coronavirus, que hablamos de él y estamos atentos a su evolución, y que es sólo por la confianza que le tenemos al conocimiento científico que aceptamos cuidarnos de no adquirir la enfermedad ni propagarla, sólo por eso sugiero que sigamos guiándonos por lo que la ciencia descubra y recomiende, y actuemos de principio a fin sobre sus bases, difundiéndolas entre todos aquellos que quieran escucharnos.

Acorde con esto, y para despejar el punto de cuál sea la información “científica” más confiable que hay en este momento, comento que en entrevista con el Dr. Julio Frenk ―ex Secretario de salud de México y actual Rector de la Universidad de Miami―, me ha explicado que “la fuente más autorizada es la página de Internet de la OMS, donde la información está disponible en español. Otro recurso fundamental es la página de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, que también ofrece información en español.”

Me uno a la recomendación del Dr. Frenk porque conozco sus frommianas y savaterianas cualidades como científico y maestro.

Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/coronavirus-educacion-opinion
Imagen: Pete Linforth en Pixabay
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Educar para la solidaridad, la cooperación y la justicia social: ética post-coronavirus

“Solo juntos lo conseguiremos”. “Este virus lo paramos unidos”. “Es el momento de ayudarnos unos a otros”… Todos y todas hemos oído este tipo de mensajes, que se han repetido, desde el inicio de la crisis del coronavirus. ¿Aprenderemos la lección una vez que pase la crisis?

En la escuela, “educar para cooperar” es un principio básico, que se ha venido planteando y proponiendo desde infantil hasta la Universidad (hasta que llegó la LOMCE, con su “competencia estrella” del emprendimiento neoliberal).

Pero ¿y el resto de la sociedad? ¿Educa para cooperar? Puesto que “para educar se necesita a toda la tribu”, como ahora todo el mundo recuerda.

Lo cierto es que el mensaje que han recibido constantemente nuestros niños, niñas y jóvenes, ha sido, hasta ahora, el de la competencia individualista del modelo neoliberal. Un mantra ideológico, eje esencial del capitalismo. Un mantra constante y persistente que se repite en los medios de comunicación, se ensalza en el deporte, se induce en el trabajo, se insiste en la economía…

Sorprende este dogma tan extendido y difundido por la agenda mediática, política y económica, cuando los seres humanos preferimos cooperar a competir en nuestra vida diaria, especialmente cuando buscamos el bien común. Esto es lo que ha demostrado el estudio antropológico de la universidad de Oxford que ha encabezado titulares en todo el mundo por la universalidad de sus hallazgos (i).

Sorprende cuando incluso desde la biología, la prestigiosa académica Lynn Margullis, una de las principales figuras en el campo de la evolución biológica, muestra que todos los organismos mayores que las bacterias son, de manera intrínseca, comunidades. Cómo la tendencia es hacia el mutualismo y cómo “la vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación” (ii). Cómo nuestra evolución no ha sido una competición continuada y sanguinaria entre individuos y especies. Sino que la vida conquistó el planeta no mediante combates, sino gracias a la cooperación. De hecho, los nuevos datos están descubriendo una naturaleza que cuestiona radicalmente la vieja biología: “de cooperación frente a competencia, de comunidades frente a individuos”, como concluye Sandin (iii). La tendencia fundamental en la dinámica de la vida, de toda clase de vida, por lo tanto, es la simbiosis mutualista, la cooperación universal (iv).

Estas investigaciones confirman lo que ha planteado uno de los grandes pensadores de la economía colaborativa: Kropotkin. Frente al darwinismo social, el anarquista ruso Kropotkin, demostraba que el apoyo mutuo, la cooperación, los mecanismos de solidaridad, el cuidado del otro y el compartir recursos son el fundamento de la evolución como especie del ser humano.

Esta realidad, que se nos vuelve obvia en momentos de crisis como ésta, contrasta con los principios y propuestas que rigen el núcleo y finalidad esencial del capitalismo neoliberal: el individualismo competitivo.

Apoyar al grupo, apoyarnos en la comunidad, contrasta con ese dogma de “libertad individual” al margen del bien común. La solidaridad, el no dejar a nadie atrás, choca con la competitividad que predica el neoliberalismo económico. El relato del “hombre” hecho a sí mismo, competitivo e individualista, que no le debe nada a nadie y que busca conseguir su “idea de éxito” para enriquecerse y olvidarse de las dificultades, suyas y de los demás. Mito difundido por el populismo empresarial norteamericano y que la ideología neoliberal y neoconservadora ha traducido en la escuela a través del mantra del emprendedor. Ideología que mantiene como dogma de fe esencial que la competencia por la riqueza y el poder es el único motor que mueve al ser humano.

Estamos comprendiendo, porque lo estamos comprobando y constatando con esta crisis, que esta ideología neoliberal, que reivindica regularnos mediante “la mano invisible del mercado” es una postverdad (v), una fábula, una invención que no tiene fundamento real. Que cuando vienen mal dadas, cuando nos jugamos lo vital y esencial de las sociedades, necesitamos el amparo del grupo, de la comunidad, de la solidaridad colectiva para superar las crisis.

Es entonces cuando nos lamentamos, tardíamente, de los recortes de miles de millones que se han hecho en la sanidad pública o en la educación pública. Nos arrepentimos de no haber invertido en suficientes residencias públicas de mayores (las privadas tienen como finalidad obtener beneficios). Nos damos cuenta del error que es no tener ya una banca pública que sostenga la economía y la inversión pública para generar nuevos empleos que sustituyan a los que los “temerosos mercados” van a destruir.

La ideología neoliberal siempre ha sido muy clara: aplicarse a sí mismos el capitalismo de “libre mercado” (subvencionado siempre) cuando obtienen beneficios, para repartírselos entre los accionistas. Pero reclamar el socialismo y la intervención del Estado para que se les rescate cuando tienen pérdidas (hemos rescatado a la banca con más de 60.000 millones de euros, a Florentino Pérez con el Castor, a las autopistas…). Es lo que hacen también ahora, con esta crisis. Aunque a algunos les sigue sorprendiendo todavía que estos “creyentes” exijan más medidas de rescate y de intervención del Estado, renegando de su fanático credo en el “libre mercado” y su “mano invisible”.

A ver si aprendemos por fin. Y superamos el dogma neoliberal y el sistema económico capitalista y avanzamos hacia un sistema económico e ideológico basado en el bien común, la cooperación, la justicia social, la equidad y la solidaridad.

Esperemos que la salida de esta crisis sea “una oportunidad” para ello. Que el “solo juntos lo conseguiremos” no se olvide tras ella. Y que, después del coronavirus, haya un auténtico Pacto de Estado, consensuado por todos, que blinde y destine cantidades escandalosas de nuestros presupuestos a la Sanidad Pública, a la Educación Pública, a los Servicios Sociales Públicos, a las Pensiones Públicas… Que aprendamos de una vez por todas que el capitalismo y la ideología neoliberal que lo sostiene es tóxico para la especie y el planeta. Y que, sin ayuda mutua, sin cooperación, sin solidaridad y justicia social estamos abocados a la extinción como especie y como planeta.

REFERENCIAS

i Scott Curry, O., Mullins, D. A., & Whitehouse, H. (2019). Is it good to cooperate? Current Anthropology, 60(1), 47-69.

ii Margulis, L. et al. (2002). Una revolución en la evolución. Valencia: Universitat de Valéncia.

iii Sandin, M. (2010). Pensando la evolución, pensando la vida. La biología más allá del darwinismo. Cauac: Nativa.

iv Puche, P. (2019). Hacia una nueva antropología, en un contexto de simbiosis generalizado en el mundo de la vida. Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, 147, 15-34.

v Vivero Pol, J.L. (2019). La España vacía está llena de bienes comunes. Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, 147, 85-97.

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/03/20/educar-para-la-solidaridad-la-cooperacion-y-la-justicia-social-etica-post-coronavirus/

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CNT: «Los derechos laborales no se suspenden con el COVID-19»

Por: Tercera Información

Un pequeño resumen de lo que sí sabemos: es una situación de excepcionalidad pero no cambia nuestros derechos. Ante cualquier cambio en contratos, ‘no conforme’ y consultar por mail al sindicato. Hay margen de tiempo para tomar la acción correcta.

Ante cualquier duda relacionada con tu situación laboral durante la crisis del COVIDー19, no te cortes, consulta al sindicato.

Comunicado CNT

¿Qué derechos tengo en caso de confinamiento o contagio?

Este pasado miércoles 11 de marzo, el estado emitió un comunicado en el BOE donde modifica la legislación referente a la Ley Orgánica 3/1986, que hace referencia a Medidas Especiales en Materia de Salud Pública.

En esta modificación, en su artículo 5.1, establece que en caso de de confinamiento o enfermedad derivada del Covid-19, se considerará como incapacidad temporal derivada por accidente de trabajo a efectos de retribuciones. Lo que significa que a partir del primer día se cobrará el 75% de la base reguladora de la Seguridad Social. Cantidad económica que percibirán las trabajadoras y que correrá a cargo de la Administración Pública.

¿Y los autónomos?

De momento, la cuarentena o el confinamiento de un autónomo será considerada baja por enfermedad común cuando haya sido obligado a quedarse en casa, antes de confirmar si hay enfermedad o no. Así queda designado en un criterio publicado por la Dirección General de la Seguridad Social, dentro del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. El trabajador autónomo no va a cobrar prestación hasta el cuarto día de reclusión (considerado como baja) y solo un 60% de la base reguladora. Si cotiza por la mínima, unos 19€ por cada día de baja.

¿Tengo derecho al teletrabajo? ¿me pueden obligar a ello?

La empresa lo puede fomentar en los casos que las tareas a realizar así lo permitan. En todo caso la empresa no puede retirar pluses como el de transporte o similares, según la opinión de nuestros servicios jurídicos. Debido a la excepcionalidad de la situación habrá que estar atentos a los próximos días en el que pueda legislar el gobierno y hacer un estudio técnico en caso de que se produzca. En ningún caso la empresa puede descontar nada de sueldo por falta de recursos técnicos, ya que es responsabilidad de la empresa la resolución de este tipo de incidencias y poner a disposición las herramientas necesarias para realizar el trabajo.

¿Pueden cambiar mis turnos?

Pueden producirse modificaciones sustanciales en los horarios por motivos de fuerza mayor derivados de las decisiones de la Administración y de la situación de emergencia que afecten al funcionamiento de la empresa de forma directa. En todo caso, nunca deberán ser permanentes y no supondrán una pérdida de derechos o modificación del contrato original.

¿Me pueden obligar a viajar a mi puesto de trabajo?

La empresa puede continuar obligando a viajar a las trabajadoras que así lo vinieran haciendo anteriormente por contrato. Lo que no puede, es hacerte viajar a zonas que han sido declaradas como zonas de alto riesgo o en las que se ha decretado una prohibición de entrada.

¿Estoy obligado a coger vacaciones por el cierre por el virus?

En ningún caso la empresa nos puede obligar a utilizar nuestros días de vacaciones por cierre del centro de trabajo. Estas ya están pactadas con anterioridad y no son modificables por este tipo de circunstancias. En el caso de que tu empresa te presione con ello, acude a tu sección sindical o sindicato.

¿Pueden hacer un ERE o un ERTE por esta circunstancia?

Es posible que muchas empresas apliquen expediente de regulación de empleo suspensión de actividad. Es algo que permite la ley si se dan las causas objetivas. En caso de ERTE ha de ser comunicado por la empresa a la Dirección General del Trabajo alegando causas de fuerza mayor y disponiendo de un plazo de cinco días para recibir respuesta. Una vez recibida, la empresa ha de informar a los comités y al resto de trabajadoras. En este caso, la trabajadora afecta tendría derecho a paro.

¿Quién garantiza la seguridad en mi trabajo?

Como en todo momento, la empresa es la responsable de garantizar la seguridad en el trabjo y la salud laboral de las plantillas. Esto supone que los servicios de prevención deben establecer pautas a seguir y acatar en todo momento. Ante cualquier duda sobre cómo actuar en el trabajo para garantizar la seguridad, la empresa debe poner la información y los medios necesarios para que así suceda.

La situación es excepcional y las medidas van cambiando, por lo que lo más útil es consultar cada caso concreto con tu sindicato y/o la sección sindical de CNT en tu empresa.

Fuente e Imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/actualidad/2020/03/16/cnt-los-derechos-laborales-no-se-suspenden-con-el-covid-19
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Apología del contagio

Por: Santiago Alba Rico

Desde que existe el Covid-19 ya no ocurre nada. Ya no hay infartos ni dengue ni cáncer ni otras gripes ni bombardeos ni refugiados ni terrorismo ni nada. Ya no hay, desde luego, cambio climático

A principios del verano de 1834 la epidemia de cólera que desde hacía dos años se extendía por España causó en Madrid más de 3.000 muertos. El 17 de julio los muy católicos plebeyos del barrio de Lavapiés (o del Avapiés) asaltaron y quemaron los conventos de Madrid, dando muerte a 75 frailes y monjas de las más variadas órdenes instaladas en la capital: jesuitas, franciscanos, mercedarios. Durante los días anteriores –se decía– se había visto a “mujerzuelas” y “mendigos” manipulando de manera sospechosa las fuentes y la víspera del motín popular (“una orgía de caníbales”, según Menéndez y Pelayo) un joven peinero de la calle Carretas que había sido sorprendido mientras vertía unos polvos amarillos en un caño de la Puerta del Sol confesó a golpes que lo hacía por orden de los jesuitas. El delirio inflamó la ciudad. En su novela Un faccioso más y algunos frailes menos, Galdós recoge el episodio describiendo a través de algunos personajes populares el terror paranoico de los madrileños y su tendencia a buscar un culpable. Maricadalso, que acababa de perder a su hija, se enfada mucho cuando el clérigo Gracián habla de una enfermedad oriental que se llama “cólera”: “Eso no es epidemia que venga de las Asias sino malos quereres”, dice; “son los malos, los pillos que quieren que acabe medio mundo para quedarse ellos solos”. Y algunas páginas más adelante, Tablas, amante de Nazaria la carnicera, tras difundirse el rumor del envenenamiento de las aguas, expresa en un corrillo de taberna la obsesión colectiva: “¿Por qué envenenan a la gente? Para acabar con los liberales. Ellos dicen: «No podemos aniquilar a nuestros enemigos uno a uno, pues acabemos con todo el género humano»”. El terror vengativo y ansiolítico se volcó, como un tsunami, sobre los representantes de la Iglesia.

En los tiempos del coronavirus el mundo se vuelve familiar y antiguo. Cada vez que un pueblo ha tenido que afrontar una amenaza colectiva ha buscado un cuerpo concreto al que atribuir la responsabilidad y en el que localizar el remedio. Es el chivo expiatorio, al que los griegos llamaban pharmakos (de donde nuestra “farmacia”), una víctima escogida al azar en la que se depositaba toda la complejidad de la crisis y cuyo sacrificio o expulsión de la ciudad liberaba a los hombres de todos los peligros. “Muerto el perro, se acabó la rabia”, dice nuestro refranero. Los madrileños en 1834 escogieron a los curas porque apoyaban el carlismo, predicaban virtudes que no cumplían y acusaban a los pobres de provocar la ira de Dios con sus pecados. Cada época y cada pueblo tiene su propio pharmakos. En las últimas semanas, a medida que el coronavirus se ha ido difundiendo por todo el mundo, la fiebre conspiranoica ha adoptado vestiduras contemporáneas; es decir, racistas y/o geopolíticas. Las hay claramente psiquiátricas y las hay pseudocientíficas. Entre las primeras cito la de un chiflado italiano que echa la culpa a las vacunas. Según él, la aparición del coronavirus habría sucedido a la campaña de vacunación obligatoria en China, donde se habrían utilizado sustancias que contienen un “polvo inteligente”, ya inoculado en la sangre de toda la humanidad, que permite “digitalizar” los cuerpos, de manera que “los malos” y los “pillos” –las élites mundiales– pueden activar desde lejos el virus tantas veces como quieran, así como las funciones de los órganos. Entre las pseudocientíficas, que combinan datos reales con elucubraciones fantasiosas, se pueden citar las declaraciones, tan virales en las redes como los virus en los bronquios, de Francis Boyle, un jurista estadounidense especialista en “guerra biológica” que, a partir de la existencia real de un laboratorio P4 en la región de Wuhan, se entrega a calenturientas elucubraciones sobre la antesala vírica de la “tercera guerra mundial”.

Admitamos que hay algo inquietante en la gestión de la crisis. Me refiero, en este caso, al exceso de transparencia. Al contrario de lo que ha ocurrido en crisis precedentes –pensemos, desde luego, en Chernobyl, pero también en la oscurantista gestión de las secuelas del 11-S en EEUU–, donde el pánico de la gente se basaba en la sensación fundamentada de que las autoridades inhibían datos y decisiones para proteger intereses espurios ajenos al bienestar colectivo, aquí la inquietud se deriva de la contundencia desconcertante de las medidas públicas, desproporcionadas (¿o no?) en relación con la gravedad oficial de la amenaza y cuya arbitrariedad, según los países, resulta más bien chocante. En Italia, por ejemplo, se impone un radio de un metro de distancia entre los cuerpos mientras que en Francia se prohíben las aglomeraciones de más de 5.000 personas, dos medidas que revelan el albedrío nacional de los gobiernos, así como la voluntad bastante histriónica de exhibir responsabilidad estatal, lo que algunos interpretan, en precipicio ya un poco complotista, como el ensayo general de un futuro “estado de excepción”. ¿Se nos ha ido de las manos el virus o las medidas tomadas contra él?

Lo cierto, en todo caso, es que esta “transparencia administrativa”, hija de la improvisación emulativa, ha inducido un pánico global muy propicio a las teorías de la conspiración en un mundo en el que todos los poderes –tecnológicos, económicos y políticos– concurren a hacerlas verosímiles. El complotismo se activa siempre, a modo de defensa, frente a lo que no podemos controlar; y digamos que no hay combinación más favorable que la que reúne a un bicho microscópico imprevisible con un contexto civilizacional que nos supera por completo; que integra, verbigracia, lo subhumano inasible con lo suprahumano irrepresentable.

Así que necesitamos más que nunca un chivo expiatorio o pharmakos, ya sea racista, antiimperialista o anticapitalista. ¿Por qué? Porque el complotismo, como la navaja de Ockam, reduce todas las complejidades y abstracciones a una concreción aprehensible y casi táctil y es, por eso mismo, tranquilizador. Tiene algo de amuleto primitivo o ceremonia apotropaica. Nos gustaría creer que sólo existen los hombres, aunque sean malos, y que incluso la máxima destrucción es un negocio humano que nos mantiene en el universo que nosotros mismos hemos creado y que aún podemos dominar. La conspiración, después de todo, es un orden, un sistema, una voluntad; su sujeto es inteligible y, si no siempre neutralizable, es siempre reconocible y, aún más, reconociente: reconoce nuestra existencia individual, aunque sólo sea para acabar con ella. En cuanto a la naturaleza y al poder tecnológico, por el contrario, nos sacan de pronto al exterior, a la intemperie desnuda del origen, donde nuestros cuerpos, hace 100.000 años, estaban expuestos a las mandíbulas ciegas de los depredadores.

El complotismo, en definitiva, niega las dos amenazas que más aterran al ser humano: la contingencia y la naturaleza, que el capitalismo, al menos en el imaginario occidental, parecía haber conjurado para siempre. Y hete aquí que llega un maldito virus coronado, sin cara y sin ojos, y comparece ante nuestros cuerpos armado de dos ideas espantosas.

El coronavirus (una) es aleatorio. Es decir, no ha sido creado por el hombre ni su destino depende en último término de la humanidad. Por un lado, escoge a  sus víctimas sin ningún criterio, del modo más democrático concebible. Como la peste de Atenas, la ‘negra’ medieval, la de Londres o la llamada ‘española’ de hace un siglo, amenaza por igual la vida de pobres y ricos, de plebeyos y nobles, con una ligera indulgencia –menos mal– hacia los subsaharianos, cuyos sistemas sanitarios no resistirían el embate. Un virus es tan subhumano que ni siquiera reconoce nuestras jerarquías sociales y nuestras taxonomías históricas, lo que nos aturde y nos humaniza a la baja. ¡Incluso a los pobres tranquiliza una guadaña con conciencia de clase! Por otro lado, su propia contingencia impide atribuirle la más mínima intención culpable; nos mata sin ningún sentido, ni para él ni para nosotros; no gana nada en un mundo en el que el beneficio es siempre un atenuante y hasta un mérito; lo perdemos todo en un mundo en el que queremos ser al menos castigados por un delito o criminalizados por una resistencia. Preferimos siempre, sí, la mala voluntad al azar ciego.

El coronavirus (dos) es además impersonal y, si se quiere, abstracto. No podemos dirigirnos a él ni implorarle ni negociar. Es lo completamente otro que convierte a cualquier otro, como potencial portador de algo que no es él mismo, en un enemigo de esa humanidad que sólo se conserva en nosotros. Exactamente igual que el poder de las máquinas y el de las finanzas.

Observemos que contingencia e impersonalidad son los dos rasgos que hemos atribuido convencionalmente a la Naturaleza antagonista, entendida como esa cantidad excedentaria, que creíamos cada vez más pequeña, al orden humano. Lo que está fuera, lo que queda fuera, lo que aún no hemos conseguido interiorizar o ensimismar: qué miedo da todo eso a una civilización solipsista que ha olvidado que de ahí procede también toda verdadera alegría. El virus subhumano que mata es inseparable de la flor parahumana que nos resucita, de la mirada sobrenatural que nos descarrila en el metro.

Así que, enfrentados a la contingencia más abstracta, preferimos, como hace mil años, como hace 50.000 años, la conspiración que nos permite odiar a alguien concreto, aunque sea imaginario, y ser odiados por alguien concreto, aunque no podamos defendernos. Los “pillos” y los “malos” tienen nombre, cara, ojos, voluntad.  Los “pillos” y los “malos” se ocupan de nosotros, ¡menos mal! El complotismo que hace humano al virus contingente e impersonal satisface el mínimo de narcisismo y autoestima sin el cual ni los más humillados y ofendidos pueden sobrevivir.
Ahora bien, lo cierto es que este complotismo milenario es incapaz de ordenar ya la experiencia de desamparo –frente a la contingencia y la abstracción– que nos atenaza a todos en un mundo en el que la Naturaleza se subleva y en el que la biopolítica tecnologizada nos desarbola las brújulas. Esta desazonante sensación de irrealidad, raíz repentina de la realidad sumergida en nuestras tablets y nuestros supermercados, señala un viraje o recodo civilizacional que veníamos acunando o incubando en todas las crisis anteriores. Con independencia del curso que siga la pandemia, podemos señalar tres “efectos antropológicos” que el virus mismo, o su gestión administrativa y mediática, ha introducido ya en nuestras vidas.

El coronavirus (primero) ha revelado en un instante –en un relámpago– nuestra vulnerabilidad o, si se prefiere, nuestra antigüedad. De pronto vivimos en un mundo muy antiguo, formamos parte de un mundo muy antiguo y reaccionamos de un modo muy antiguo. Nuestro miedo arranca el fino velo de nuestras ilusiones de inmortalidad y nos devuelve al primer día del cromagnon, cuando estábamos a merced de las bestias salvajes. No somos ni postmodernos ni cosmopolitas ni cyborgs. No somos ciudadanos del siglo XXI. Transportamos en nuestros cuerpos una historia larguísima que regresa a nosotros cuando menos preparados estamos para asumirla. Volvemos a confundir enfermedad, delito y pecado; volvemos a confundir extranjería y animalidad; volvemos a necesitar un pharmakos de nuestro tamaño o un poco más pequeño/grande, lo bastante próximo para que podamos odiarlo y lo bastante lejano como para que no resulte “contagioso”. La “transparencia administrativa” y sus medidas espectaculares, que quizás cambien nuestras costumbres para mucho tiempo, dan rienda suelta a este redivivo primitivismo que, al mismo tiempo, se ajusta muy bien a la “soltería social” del capitalismo: soltería nacionalista, soltería consumista, soltería racista. El homo con mascarilla, símbolo de la nueva era, es el retorno capitalista a las cavernas.

Inseparable del primer punto, el coronavirus (segundo) ha revelado –se dice– la fragilidad de la economía. No es verdad. Y no sólo porque, como bien explica Eric Toussaint, la economía estaba ya en crisis antes de su irrupción. No. El coronavirus no ha revelado la fragilidad de la economía global; lo que ha revelado es su dependencia de los cuerpos –de los cuerpos a los que explota y niega y con cuya “superación” fantasea sin parar material y simbólicamente–. Esta fragilidad podría ser también una oportunidad para decidir qué mundo queremos y habrá que procurar que lo sea, pero mucho me temo que, si “corporalmente” hemos cambiado poco o nada en 40.000 años, las modificaciones culturales sufridas en los últimos decenios, que nos han hecho quizás más conscientes, nos han hecho también más perezosos y menos atentos o, lo que es lo mismo, más idiotas. Nadie –digamos– quiere contagiarse y es lógico; pero se trataría más bien de reivindicar el contagio, de usar el contagio a nuestro favor, de asumir el contagio, al igual que los médicos y sanitarios, como alternativa a un orden abstracto, muy vulnerable a la contingencia, que se pretende libre de límites: de muerte, de dolor, de sacrificio y hasta de aventuras. Y que, igual que confunde la felicidad y el consumo o las guerras y las bodas, lleva mucho tiempo confundiendo la “comunicación” y la vida. Italia, vanguardia siempre de lo mejor y de lo peor, con sus discutidas medidas radicales y sus pánicos nihilistas, nos anticipará el derrotero.

Por último (tercero) y en absoluto anecdótico, no deja de ser inquietante –pábulo de esta sensación de irrealidad radical– el hecho muy paradójico de que el coronavirus, con su escandalosa fragilidad aparejada, ha abolido la muerte. Fruto de la “transparencia administrativa” y del manejo informativo, y del pánico que ambos han inducido, ocurre que desde que existe el Covid-19 ya no se muere nadie. De hecho ocurre que no ocurre nada. Ya no hay infartos ni dengue ni cáncer ni otras gripes ni bombardeos ni refugiados ni terrorismo ni nada. Ya no hay, desde luego, cambio climático, pese a que sería muy fácil y muy útil asociar pedagógicamente la multiplicación de los virus al acoso capitalista de la Naturaleza; e incluso aprovechar este parón para cuestionar el modelo. El mundo se ha detenido; vivimos un estado de excepción o de cuarentena planetario en el que nos mantenemos a la espera, casi aliviados y casi dichosos de este paréntesis tembloroso que nos invita a dar el mundo por perdido –y a aprovechar para bebernos una última caña en una última terraza siempre veraniega–.

Mientras los “pillos” y los “malos” siguen trabajando.

Fuente: https://rebelion.org/apologia-del-contagio/

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ANTE EL CORONAVIRUS: ¿QUÉ HACER?

Por: Franklin González

A finales del año 2019  se difundió la noticia de un brote de un virus desconocido en la provincia de Hubei, en particular en su capital Wuhan (China) y que fueron reportados a la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En un principio todo parecía un problema circunscripto a un grupo de personas que comían animales salvajes. Luego, vinieron las alarmantes cuentas de enfermos y muertos, que estaban ocurriendo en Wuhan.

Las autoridades china de inmediato reaccionaron y establecieron algunas medidas para contener el virus y se acordó poner en ejecución la cuarentena, con resultados muy positivos.

Pero el virus se expandió más allá de las fronteras de China y terminó siendo calificada por la OMS de pandemia.

El coronavirus y su origen

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2019): “Los coronavirus (CoV) son una amplia familia de virus que pueden causar diversas afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como ocurre con el coronavirus causante del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el que ocasiona el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV). Un nuevo coronavirus es una nueva cepa de coronavirus que no se había encontrado antes en el ser humano.

Los coronavirus se pueden contagiar de los animales a las personas (transmisión zoonótica). De acuerdo con estudios exhaustivos al respecto, sabemos que el SRAS-CoV se transmitió de la civeta al ser humano y que se ha producido transmisión del MERS-CoV del dromedario al ser humano. Además, se sabe que hay otros coronavirus circulando entre animales, que todavía no han infectado al ser humano.

Esas infecciones suelen cursar con fiebre y síntomas respiratorios (tos y disnea o dificultad para respirar). En los casos más graves, pueden causar neumonía, síndrome respiratorio agudo severo, insuficiencia renal e, incluso, la muerte.

Las recomendaciones habituales para no propagar la infección son la buena higiene de manos y respiratoria (cubrirse la boca y la nariz al toser y estornudar) y la cocción completa de la carne y los huevos. Asimismo, se debe evitar el contacto estrecho con cualquier persona que presente signos de afección respiratoria, como tos o estornudos”.

Sobre el origen del Coronavirus, aparte de lo ya dicho por la OMS, hacen presencia las “teorías de la conspiración”, las especulaciones y también interviene la religión.

Hay una tesis que sostiene que el Covid-19 fue incubado en los más oscuros laboratorios de guerra biológica, provocando, por tanto, experimentación y muertes por doquier, especialmente en países que erigen, como desiderátum de la historia, el modelo consumista capitalista, aunque al final, eso salga de su control, como Frankenstein, y termine afectándolo a ellos mismos.

Desde el punto de vista religioso también hay una explicación. Según publicación de la redaccionp21@peru21.pe, el 05/03/2020,  Brian Tamaki, pastor de Destiny Church (Iglesia del Destino), Nueva Zelanda, durante un discurso dijo que al coronavirus: “No debemos temerle. Hay mucha histeria que ha sido engendrada por ciertos elementos sobre esta pandemia. Creo que el ministerio de Cristo trae esperanza, y que hay una manera de combatir estas pestes, pandemias y plagas”.

Y agregó que “el príncipe del poder del aire, Satanás, tiene el control de las atmósferas, a menos que seas un creyente amante de Jesús, creyente en la Biblia, lleno del Espíritu Santo y que paga diezmo”.

Pero más allá de todas esas consideraciones, lo que está pasando en el mundo con el Covid-19, es una prueba de fuego para el humanismo y la razón enfrentándose al narcisismo y egoísmo.

De la “alegría” a la pandemia

En el libro Sobre la muerte y los moribundos, su autora, la suizo-estadounidense, Elisabeth Klubel-Roos, analiza cinco (5) etapas o fases -mental y/o emocional-, por el que pasa una persona desde que es diagnosticada con una enfermedad terminal hasta el momento en que admite su situación personal. Estas cinco fases son: negación, ira pacto, depresión y aceptación.

En el caso del Covid-19 se pueden encontrar dos reacciones, mentales y emocionales.

Una, macabra, propia del capitalismo y de la deshumanización, que ante la información de la existencia de este virus en Wuhan, China, la reacción de muchos comentaristas occidentales de The Guardian, la revista Newsweek, el ABC de España fue de un sentimiento de alegría por la desgracia de los chinos (sinofobia). Se habló de un “Chernobil chino”. La revista Foreign Policy  llegó a acusar a China de haber “puesto en riesgo al mundo” con su “incompetencia”.

Al respecto, Boaventura de Sousa Santos, en su artículo: “Coronavirus: todo lo sólido se desvanece en el aire”, publicado en El País el 17/03/2020, afirma: “la forma en la que se construyó inicialmente la narrativa de la pandemia en los medios de comunicación occidentales hizo evidente el deseo de demonizar a China” y “la verdad es que, según la Organización Mundial de la Salud, el origen del virus aún no se ha determinado. Por lo tanto, es irresponsable que los medios oficiales en Estados Unidos hablen del «virus extranjero» o incluso del «coronavirus chino», sobre todo porque solo en países con buenos sistemas de salud pública (Estados Unidos no es uno de ellos) es posible hacer pruebas gratuitas y determinar con precisión los tipos de gripe que se han dado en los últimos meses”

La otra, es cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que estábamos en presencia de una pandemia.

En efecto, el miércoles 11/03/2020, la OMS a través de su Director General, el eritreo Tedros Ghebreyesus, le anunció al mundo que el coronavirus ya era oficialmente una pandemia, era global y que todos los países iban a tener que poner mucho de su parte para combatir el virus.

Dijo: “Estamos muy preocupados por los alarmantes niveles de propagación y gravedad, y por los alarmantes niveles de inacción”.

Y fue muy claro con lo que iba a suceder a partir de ese momento: “En los próximos días y semanas esperamos que el número de casos, de muertes y de países afectados aumente aún más”.

Llamó la atención en el uso del término pandemia y al respecto aclaró: “Es una palabra que, mal usada, puede causar un miedo irracional, o la aceptación injustificada de que la lucha se ha acabado, lo que llevaría a un sufrimiento innecesario y a muertes”.

Además de dar un toque de atención a algunos Estados, Ghebreyesus quiso mencionar a los que han hecho un gran esfuerzo para contener el virus. Recordó que más del 90% de todos los contagios se habían producido únicamente en cuatro países, y que dos de ellos (China y Corea del Sur) ya habían conseguido rebajar el número de casos. También señaló que 81 naciones no habían comunicado ningún caso de coronavirus y que 57 habían registrado 10 casos o menos: “No podemos decirlo más alto, más claro o con más frecuencia: todos los países están a tiempo de cambiar el curso de esta pandemia”.

Y añadió: “Si los países detectan, hacen el test, aíslan, buscan los contactos y movilizan a su ciudadanía en la respuesta, los que solo tienen un puñado de casos de Covid-19 pueden prevenir que se conviertan en grupos de transmisión y que estos se conviertan en transmisión comunitaria”.

Los países, aseguró el director general, “tienen que encontrar el equilibrio entre proteger la salud, minimizar el trastorno económico y social y respetar los derechos humanos”. Y recordó qué se espera de los miembros de la organización: “Preparad vuestros hospitales, proteged y entrenad a vuestros sanitarios. Cuidémonos unos a otros”.

Ghebreyesus reconoció que algunos países estaban teniendo dificultades para lidiar con esta pandemia. Unos, por “falta de capacidad”, otros por “falta de recursos” y el resto por “falta de decisión”, subrayando una vez más la idea de que no todos los mandatarios mundiales se han tomado suficientemente en serio la amenaza.

Ante esa pandemia. ¿Qué hacer?

Ante una realidad, una pandemia, el Covid-19, las respuestas humanas no se ha hecho esperar. Estamos en presencia del humanismo y su cara contraría: la deshumanización a su máxima expresión.

En ese sentido, bueno es recordar que varias novelas y cuentos nos narran esas reacciones humanas ante situaciones parecidas al Covid-19.

En el Decamerón (1351 y 1353), su autor, Giovanni Boccaccio, cuenta que un grupo de diez jóvenes (siete mujeres y tres hombres) se reúnen en una villa en las afueras de Florencia, para tertuliar sobre el significado de la peste bubónica, epidemia de peste negra que golpeó a Florencia en 1348. Ante esa situación acordarán respetar unas reglas convenientes no sólo a su salud física sino a la salud del espíritu, porque la peste genera tristeza y depresión, como bien lo dice el profesor y filósofo Nuccio Ordine, en entrevista para La Vanguardia.

Agrega este filósofo que “Boccaccio es inteligente y nos dice que lo peor es el miedo al miedo, esa extrema confianza que te hace hacer cosas contra ti mismo y tu comunidad, él describe la irracionalidad de esa gente que cree estar haciendo cosas para mejorar su salud pero que en realidad son muy dañinas”. Por tanto: “Humana cosa es tener compasión de los afligidos”.

En La peste (1947), novela de Albert Camus, se narran los estragos de una epidemia que causa centenares de muertes a diario, en una ciudad, Orán, con una vida frenética, absolutamente materialista, donde casi nadie repara en las existencias ajenas. Sus habitantes carecen de sentido de la comunidad. No son ciudadanos, sino individuos que escatiman horas al sueño para acumular bienes. La propagación imparable de la enfermedad empujará a las autoridades a imponer un severo aislamiento.

De esta novela se puede deducir que ante el avance de una catástrofe colectiva (una peste de salud pública), también puede estar presente otra (una peste política), como por ejemplo, la ocupación nazi de Francia durante la segunda guerra mundial y ante ambas peste el único valor que debe prevalecer es el de la solidaridad.

Edgar Allan Poe, en el cuento “La màscara de la muerte roja” (1948), se puede leer que los que màs tienen y màs pueden (aristócratas medievales), se consideran inmunes y por momentos piensan que la muerte es de otro, cuando resulta que esta trasciende las clases sociales, las ideologías y el poder. Las pandemias son masivas y “democráticas”.

En Ensayo sobre la ceguera (1995) José Saramago, en los dos primeros capítulos, nos narra que un hombre de 38 años, manejando su automóvil y estacionado frente al semáforo, esperando la luz verde para avanzar, no lo puedo hacer al quedar ciego. Ante esto se ofrecen dos transeúntes para acompañarlo a su casa y uno de ellos, ladrón de oficio, se queda con las llaves de su automóvil y se lo roba. No pasaría entonces mucho tiempo, para que esta persona de “bajas pasiones” y comportamiento deshumanizado, fuera trágicamente recompensado también con la ceguera.

Deshumanismo versus humanismo

Ante el Covid-19, analicemos entonces dos comportamientos humanos.

Uno, la concepción de “salvase quien pueda” para enfrentar el Covid-19, que representa muy bien el gobierno del Reino Unido en contraste con los que están haciendo otros países.

El gobierno de Boris Johnson se ha resistido al “distanciamiento social” y a tomar otras medidas de contención que recomienda la OMS y se utilizan en la mayoría de los países- Ha considerado mejor permitir que la enfermedad se propague para que no haya un colapso de los servicios de salud pública del Reino Unido.

Ha levantado la tesis de la “inmunidad colectiva” que significa permitir que este virus se propague a las personas más jóvenes que corren menos riesgo de morir.

También, en un principio, se ha resistido a cerrar las escuelas en el Reino Unido, públicas y privadas.

Lo ha dejado al libre arbitrio de cada habitante y ha dicho: “Somos una democracia madura, adulta y liberal, en la que la gente entiende muy claramente las recomendaciones que le damos”.

Como corolario y sin mayor desparpajo sería: que se mueran los que tenga que morirse, en particular los de la tercera edad para arriba, eso inmuniza a la sociedad.

Dos, una visión humanista de las relaciones entre los seres humanos.

Es así como el gobierno cubano (siempre Cuba) autorizó por “razones humanitarias” el atraque, el 16/03/2020, del crucero MS Braemar, de la compañía británica Fred Olsen, con cinco casos confirmados del Covid-19 y más de mil personas a bordo, desde donde sus pasajeros serán repatriados hacia el Reino Unido.

Debe enfatizarse que este crucero estuvo buscando desesperadamente donde desembarcar luego que se le negara acceso a múltiples puertos en el Caribe.

El jefe de prensa de la cancillería cubana, Juan Antonio Fernández, declaró. “Se han adoptado todas las medidas para el traslado seguro, hospitalario y expedito de los pasajeros y tripulantes de la embarcación”

Mientras tanto el secretario de Estado para Asuntos Exteriores del Reino Unido, Dominic Raab, agradeció al gobierno cubano por permitir el atraque del barco y al respecto declaró:

“Estamos muy agradecidos con el gobierno cubano por permitir rápidamente esta operación y por su estrecha cooperación para garantizar que pueda tener éxito”.

“Qué cosa más grande, diría un cubano”, porque definitivamente, la grandeza del ser humano está en su capacidad de amar, no en su ambición personal.

Conclusiones

-Una verdad verdadera es que el Covid-19 es una amenaza para todos los continentes, todos los países y todas las clases sociales. Es asunto de todos y trasciende ideología y fanatismos.

-Nuestro narcisismo y yoismo está en crisis, El Covid-19 no le concierne sólo al otro. Nuestra campana de cristal se ha agrietado y por tanto, debemos estar conteste que no somos invulnerables.

-El Covid-19 nos pone a pensar sobre el tiempo y el abanico de posibilidades que contiene cada minuto. No dejarse abrumar por el miedo y el terror, son malos consejeros porque sólo traen parálisis y estancamiento.

-En esta batalla contra el Covid-19 el fanatismo ideológico estorba y mucho. Es bueno mirar un poco más allá, pensando sobre todo en lo humano. Lo ha practicado Cuba en el caso del crucero del Reino Unido.

-Finalmente: ¿Qué será de nosotros cuando el Covid-19 pase? ¿Seguiremos con nuestra arrogancia o lo recordaremos como el momento que nos desnudó lo frágil que es la vida?

Fuente: El autor escribe para el Portal Otras Voces en Educación

 

 

 

 

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La vivencia de lo que nos pasa para reeducarnos en la experiencia de sí y de los otros en mí/nosotros

Por: Iliana Lo Priore Infante.

Siempre se ha dicho que la experiencia vivida hecha conciencia (experiencia de sí mismo)  es más significativa para aprender;  mucho  más que “la voz de la experiencia” de otros cercanos  y los ejemplos comunicados verbalmente  que nos puedan dar para aprender, sin obviar que la asimilación de la experiencia requiere la mayoría de las veces de la co-interpretación re-constructiva, de la interacción significadora con los(as) demás.

Si bien la experiencia es también una vivencia, “lo que se vive”, no toda vivencia es transformada en experiencia. La experiencia es trascendente  ya que conmociona e implica integralmente al cuerpo transfigurando la vivencia en aprendizaje significativo o sentidizador, esto es, que la significación  producida se incorpora como acervo personal y colectivo en la orientación y práctica cotidiana permanente o para  evocarla  cuando se requiera hacerla presente.   De aquí  la relevancia de promover y adquirir experiencias de sí.  Sin embargo, para transformar la vivencia en auténtica experiencia de sí deben vencerse resistencias y obstáculos de experiencias pasadas por alienadas, esto es, que no  pasaron el tamiz de la reflexión crítica.  Principalmente deben superarse las interpretaciones y valoraciones que se han atribuido con anterioridad que  la contravienen.

La interpretación  de las vivencias y experiencias se enmarcan en un contexto sociocultural atravesado o cruzado por un conjunto de valoraciones simbólicas o semióticas contrapuestas según los intereses de clase, género, étnicos, etcétera,  que constituyen el imaginario de toda sociedad actual.  Sobremanera influyen los mensajes ideológicos que difunden hegemónica y seductoramente los medios masivos de “información/comunicación/re-creación” apoyándose para ello en la incidencia y reconfiguración subliminal del  deseo de quienes consumen  una  hiperrealidad (un imaginario mediático virtual en el que la realidad parece más real que la realidad misma), creando así ficticiamente el simulacro implicador de vivencias y experiencias.

Simulacros vivenciados y experimentados configuradores de subjetividades que actúan en la vida real apreciando las contingencias y acontecimientos sociales del entorno de lo real por medio de esos imaginarios significadores y sentidizadores.  Y siendo que esos medios promueven los imaginarios hiperreales de conformidad con los intereses económicos que los controlan, ellos propiciaran valoraciones de la realidad que reproducen su ideología promotora primordialmente de la privatización de todo, el consumismo alienante y la individualismo competitivo o rivalizador en la sociedad.  Esto se refuerza por la interpretativa y valorizadora retroacción cotidiana de los vivenciados y experimentados comportamientos y conductas alienados de los demás que se  asumen de conformidad con los imaginarios inducidos mediáticamente.   De este modo, se forma un círculo vicioso reproductor que se refuerza o  retroalimenta él mismo y del que parece imposible escapar.

Sin embargo, no es posible una interpretación, por hegemónica que sea, definitiva que signifique y sentidice finalmente algo.  Tampoco existe un poder absoluto que imponga su decisión al respecto, porque los hombres y mujeres son ontológicamente seres reflexivos (de doble acción de flexión), que  asumen y refractan, por tanto, resisten o rechazan lo que no les parece adecuado, racional o justo.  Además la percepción de las oposiciones y contradicciones que  evidencian la ambivalencia de las cosas en el mundo, alimentan las comprensiones críticas alternativas a las que se pretendan imponer por la fuerza o la manipulación ideológica mediática.  Ello da posibilidad de que otras opciones interpretativas puedan surgir y releven a las representaciones de poder prevalecientes o dominantes.

Por otra parte, hay que destacar que las experiencias alienantes, o sus simulacros hiperrealistas, pueden ser contrarrestadas por las experiencias pedagógico-educativas de significación y sentidización de signo contrario o críticas, siempre y cuando posean la intensidad impugnadora suficiente y propicien a través de una contingencia espontánea o creada didácticamente (un cuento que envuelva una dramatización, una re-creación histórico-narrativa  colectiva, la discusión de un video, juegos de intercambio de roles, etc.; estrategias estas que conlleven a ponerse en el lugar de los otros, desarrolladoras de la moral autónoma para vencer a la moral heterónoma consistente en no tomar en cuenta el punto de vista y sentir de los demás), el acontecimiento de poner en duda o cuestión las representaciones reproductoras  establecidas.

Por esta razón es determinante profundizar en el carácter y naturaleza de las experiencias alternativas correspondientes a una pedagogía liberadora; para el caso de nuestro interés,  de educar en experiencias alternativas de convivencia afectual activando en lxs niñxs y jóvenes  la experiencia de sí mismos  y la experiencia del/la otro en mí/nosotros objetivándolas para revisar y concientizar la necesidad de la empatía con la finalidad de contrarrestar el egocentrismo y el individualismo anticonvivencial o asocial.

Con base en ese criterio valdría la pena preguntarse: ¿cuáles políticas educativas y didáctico-pedagógicas se han formulado para orientar la acción docente a partir del desarrollo y experiencia del sí mismo y de lxs otrxs en mí/nosotrxs de lxs niñxs y jóvenes con la finalidad de afirmar su convivencialidad empática o afectual?

Todo lo anteriormente expuesto viene a cuento por la experiencia de cuarentena que estamos viviendo y que demanda un mejor acompañamiento y asesoría de lxs niñxs y jóvenes para que la separación del contacto con los demás en los espacios públicos de interacción social, y su reducción interaccional tan solo a las personas con quienes convive familiarmente, no los afecte en la necesidad convivencial de reconocerse en los otros iguales-diferentes, ya que tal experiencia de aislamiento o confinamiento puede conducir a efectos imaginarios negativos como los ficcionados por las plataformas y pantallas mediáticas de virtualización hiperreal de lo real que está  aconteciendo.  Efectos de hiperrealidad que presentan los hechos de modo transfigurado según los intereses que no dejan de influenciar la representación y valorización de las vivencias y  experiencias de lo que está pasando y afecta las experiencias de sí  y de lxs otrxs en mí/nosotrxs.

Podemos señalar que la realidad distorsionada que promueven los medios de “información-comunicación” o de re-creación inciden transfigurando los acontecimientos que produce la pandemia del coronavirus/COVID-19 disociando los efectos de sus reales o más probables causas, entre las cuales destacamos dos:

1) la depredación de la naturaleza y la consecuente alteración de los ciclos y cadenas de reproducción biótica de gérmenes, virus, bacterias, etcétera, encubriéndola con la sugerida presencia de seres de ciencia-ficción alienígenas o engendros accidentales creados en los laboratorios biológicos, y no propiciados por experimentos depredadores para las  guerras bacteriológicas entre las potencias económicas, y,

2) separándolos de su concomitancia con condiciones socioeconómicas y sanitarias injustas propiciadas por un modo de producir y reproducir  la existencia que condena a sufrir la indefensión por las mayorías explotadas y segregadas en el mundo, –y que mueren por millones debido a ello; la ONU calcula en más de 3 mil millones (¡!)  la población mundial que no tiene agua ni jabón para la profilaxis preventiva del contagio–, responsabilizando xenofóbicamente a esas poblaciones como culpables de la pandemia por su condición de inducida pobreza y exclusión social.

Por otra parte, nos importa resaltar el efecto disociador en lxs niñxs y jóvenes la falta de  interacción social pública que pudiera provocar la cuarentena al restringir la interacción al ámbito privado o familiar, a la vivencia y experiencia del temor o miedo al encuentro o contacto  con los otros no-familiares.  A pesar de que la cuarentena es el dispositivo sanitario más inmediato ante la inexistencia de una vacuna antiviral específica para cortar la correa de transmisión del coronavirus/COVID-19, hay que prevenir sus posibles efectos negativos en la experiencia de sí y de lxs otrxs en mí/nosotrxs que probablemente incidirían en las relaciones sociales indispensables para la convivencia sociocultural y del bienestar de todos.

Habría que ayudar a comprender a niños, niñas y jóvenes que el aislamiento familiar obedece a un momento transitorio necesario pero no a una situación permanente luego de que pase la pandemia. Hay que animar, por consiguiente, el deseo de estar libre del aislamiento para reencontrarse con los otros, sus iguales-diferentes: experiencias de sí y de los otros en mí/nosotros, para caminar sintonizados, en cercanía, construyendo su corporeidad consigo y con los demás, en encuentros lúdicos,  relaciones transcorporales…   Asimismo, se ha de incitar la empatía en ellos con quienes están distantes y lejanos sufriendo o corriendo el riesgo del contagio: su afectualidad consistente en sentir y sentirse juntxs,  para disfrutar de un mejor u otro mundo, más sensible, más humano después de la pandemia.

Correo: ilianalopriore11@gmail.com

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