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El coronacapitalismo

Por: Carlos Fernández Liria. 

Hace ya varios siglos que la humanidad contrajo un virus fatal, una especie de pandemia económica a la que, hoy en día, podríamos llamar coronacapitalismo

El sentido común ha sido tan derrotado en las últimas décadas que vivimos acostumbrados al delirio como lo más normal. Aceptamos como inevitables cosas bien raras. Por ejemplo, que el mayor peligro con el que nos amenaza el coronavirus no es que infecte a las personas, sino que infecta a la economía. Resulta que nuestra frágil existencia humana no resulta tan vulnerable como nuestro vulnerable sistema económico, que se resfría a la menor ocasión. Naomi Klein dijo una vez que los mercados tienen el carácter de un niño de dos años y que en cualquier momento pueden cogerse una rabieta o volverse medio locos. Ahora pueden contraer el coronavirus y desatar quién sabe si una guerra comercial global. Los economistas no cesan de buscar una vacuna que pueda inyectar fondos a la economía para inmunizar su precaria etiología neurótica. Se encontrará una vacuna para la gente, pero lo de la vacuna contra la histeria financiera resulta más difícil.

Para nosotros es ya una evidencia cotidiana: la economía tiene muchos más problemas que los seres humanos, su salud es más endeble que la de los niños y, por eso, el mundo entero se ha convertido en un Hospital encargado de vigilar para que no se constipe. Somos los enfermeros y asistentes de nuestro sistema económico. El caso es que hace cincuenta años aún se recordaba que este sistema no era el único posible, pero hoy en día ya nadie quiere pensar en eso. Por otra parte, los que intentaron cambiarlo en el pasado fueron tan derrotados y escarmentados que todo hace pensar que en efecto la cosa ya no tiene marcha atrás y que cualquier día que los mercados decidan acabar con el planeta por algún infantil capricho o alguna infección agresiva llegará el fin del mundo y santas pascuas. “El mundo comenzó sin el hombre y terminará sin el hombre”, decía Claude Lévi-Strauss. Estaremos aquí mientras así sea la voluntad de la Economía. Lo mismo se pensaba antes de la voluntad de los dioses. La diferencia es que éstos, normalmente, no tenían el carácter de un niño de tres años, ni se contagiaban del virus de la gripe.

Sorprende leer algunos textos de hace un siglo, cuando todavía no habíamos ingresado en este manicomio global. Por ejemplo, es muy impactante releer una conferencia que John Maynard Keynes impartió en Madrid en 1930 y que llevaba el significativo título “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”. Hace de ello casi cien años. Y eso era lo que se planteaba Keynes, qué sería del mundo económico cien años después. La cosa tiene incluso gracia. El gran genio de la economía del siglo XX pronostica, nada más y nada menos, que en cosa de cien años (allá por el año 2020, vaya) “la humanidad habrá resuelto ya su problema económico”, es decir, que nos habremos librado de la “economía”, del problema de cómo “administrar recursos escasos”, sencillamente porque ya no serán escasos. La cosa le parece evidente a la luz de lo que él considera una “enfermedad” que ha contraído la economía de su tiempo: el paro y la sobreproducción. Esta “enfermedad”, al contrario que el “coronavirus”, anunciaba un futuro muy prometedor y, en realidad, demostraba (¡increíble afirmación!) “que el problema económico no es el problema permanente del género humano” (el subrayado es de Keynes). O sea, acuerdo total con Aristóteles y desacuerdo con la filosofía subyacente a la ciencia económica: no somos un homo economicus, sino un ser social que tiene un problemilla económico que se puede remediar (en Aristóteles, teniendo esclavos; en la actualidad, con el progreso técnico y la organización de la producción). Hasta el momento, la economía ha sido una enfermedad congénita para la humanidad (o quizás, más bien, un virus que contrajo con la separación de las clases sociales, porque en las sociedades neolíticas, según atestigua la antropología, siempre se trabajó mucho menos que ahora). En todo caso, con la revolución industrial se habría descubierto la vacuna. En resumen, a Keynes le parece obvio que, allá por el año 2020, los seres humanos podrían trabajar “quince horas a la semana, en turnos de tres horas al día” y, aún así, seguiría sobrando riqueza: “tres horas al día es suficiente para satisfacer al viejo Adán que hay dentro de nosotros”.

Así es que el bueno de Keynes se plantea un grave problema existencial: ¿qué hará la humanidad con tanto tiempo libre?, ¿no le provocará ansiedad?, ¿nos pasará a todos como “a las esposas de las clases adineradas, mujeres desafortunadas que ya no saben qué hacer con su vida desocupada y aburrida”? El ocio puede ser un arma de dos filos, pues el aburrimiento puede ser letal desde un punto de vista psíquico. Otro peligro es que no seamos capaces de reprimir nuestros instintos agresivos, impidiendo las guerras, que todo lo destruyen. Es una cuestión de educación, habrá que acostumbrar a la población a divertirse y a ser buena gente. Por lo demás, si dejamos que los especialistas en economía resuelvan los cada vez menores problemas económicos, del mismo modo “que hacen los odontólogos, como personas honestas y competentes”, todo irá bien.

En fin, sorprende que un genio económico como Keynes ni por un momento repare en que bajo condiciones capitalistas es imposible repartir el trabajo y reducir la jornada laboral, algo que Marx ya demostró en 1867. Y que, por tanto, el problema no será el aburrimiento o la agresividad, sino el capitalismo. El capitalismo no genera ocio, sino paro, que no es lo mismo. Paro y trabajo excesivo; pero de repartir nada, porque económicamente es imposible, porque la economía se pondría enferma con ese reparto, un auténtico virus letal desde el punto de vista de los negocios. En cuanto a las guerras, bajo el capitalismo tienen poco que ver con la agresividad humana. Como muy bien dijo en los años ochenta el filósofo Günther Anders, “el capitalismo no produce armas para las guerras, sino guerras para las armas”. Las guerras son, ante todo, mercados solventes para la producción armamentística. Así son los caprichos de eso que llamamos “la economía”.

Keynes no menciona eso del “capitalismo”, lo mismo que tampoco suele mencionarse hoy. El capitalismo es sencillamente la vida económica de la humanidad, como se piensa en Intereconomía y, en general, en nuestro actual modelo ideológico. Pero Keynes no era un vulgar tertuliano y pensaba, como todo bien nacido, que ese “problema económico” se podía dejar atrás. Hasta el momento, como dijo Raoul Vaneigem en 1967, “supervivir nos ha impedido vivir”; pero ha llegado el momento de librarnos de la asfixiante lucha por la supervivencia y comenzar a vivir un poco según lo que Marx llamaba “el reino de la libertad” (en palabras de Aristóteles, no hay que conformarse con vivir, sino con una vida buena). Así es que, como Keynes era una buena persona, sólo le queda el recurso a la ingenuidad: la humanidad no será tan estúpida de seguir sin repartir el trabajo y aprovecharse de la sobreproducción (que la sociedad de consumo demuestra a diario de manera tan extravagante). Él no podía sospechar que los “especialistas odontólogos” que iban a acabar  por gestionar la “economía” iban a ser Milton Friedman y sus Chicago boys, y que, en el año 2020, lejos de “habernos librado del problema económico”, íbamos a vivir en una cárcel económica asfixiante, temerosos de la que la economía contraiga algún virus o estalle en alguna imprevisible rabieta. Actualmente, lo primordial ya no es construir un Estado del Bienestar para la población, sino estar pendientes del Bienestar de la Economía, que tiene sus propios problemas y sus propias soluciones, que poco tienen que ver con las de los seres humanos.

Sorprende tanta ingenuidad en un hombre de la talla de Keynes. Qué diferencia con el diagnóstico que hacían las izquierdas. Yo ya no creo mucho en eso de la célebre “superioridad moral de la izquierda”, pero sí creo que su superioridad intelectual fue indiscutible. Aún recuerdo una entrevista en la televisión que hicieron durante la Transición a Federica Montseny, cuando regresó a España tan anciana. “Sigo pensando lo mismo de siempre. Hay que superar el capitalismo, porque el capitalismo es incapaz de repartir el trabajo”. Lo mismo que había diagnosticado Paul Lafargue, el yerno de Marx, en su magistral ensayo El derecho a la pereza (1880), en el que definía el comunismo como el medio para lograr que los avances de la técnica se tradujeran en ocio y en descanso, en lugar de en paro y en sobreproducción. Si las lanzaderas tejieran solas, había dicho Aristóteles, no harían falta esclavos. Pues, bien, afirma Lafargue, las lanzaderas ya tejen solas. Cada descubrimiento técnico que doble la productividad, debería ir seguido de una decisión parlamentaria: ¿preferimos tener el doble y seguir trabajando lo mismo o trabajar la mitad y tener lo mismo que antes? Puro sentido común. Lo mismo que dice Keynes. Lo que pasa es que Lafargue sabe que bajo el capitalismo eso es imposible. Por eso era comunista, sólo que en un sentido enteramente opuesto al estajanovismo  y a la cultura proletaria que se instauró en la URSS y la China maoísta (algo que seguramente tuvo poco que ver con el comunismo y bastante con el hecho de estar continuamente en guerra o amenazados por ella).

Pero pensemos en otro eminente genio del siglo XX: Bertrand Russell. En 1932 escribió Elogio de la ociosidad, un texto en todo semejante al de Paul Lafargue, donde podemos leer: “El tiempo libre es esencial para la civilización, y, en épocas pasadas, sólo el trabajo de los más hacía posible el tiempo libre de los menos. Pero el trabajo era valioso, no porque el trabajo en sí mismo fuera bueno, sino porque el ocio es bueno. Y con la técnica moderna sería posible distribuir justamente el ocio, sin menoscabo para la civilización”. Con la técnica moderna, sin duda que sí. Con el capitalismo no, como bien se ha demostrado cien años después. Otro ingenuo. Aunque no tanto: Russell tiene muy claro que, durante la guerra, la “organización científica de la producción” (lo que en el lado comunista se llamaba “planificación económica”) había permitido fabricar armas y municiones suficientes para la victoria. “Si la organización científica”, nos dice, “se hubiera mantenido al finalizar la guerra, la jornada laboral habría podido reducirse a cuatro horas y todo habría ido bien”. Pero, por el contrario, “se restauró el antiguo caos: aquellos cuyo trabajo se necesitaba  se vieron obligados a trabajar excesivamente y al resto se le dejó morir de hambre por falta de empleo”. En los años 30, Bertrand Russell protesta indignado con impaciencia: “¡Los hombres aún trabajan ocho horas!”. Ello lleva a la sobreproducción en todos los sectores, las empresas quiebran, los trabajadores son despedidos y arrojados al paro. “El inevitable tiempo libre produce miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?”. Russell no ve otra solución que reducir la jornada laboral cuatro horas diarias. Eso acabaría con el paro y con la sobreproducción que hace quebrar a las empresas. Vemos que coincide punto por punto con el diagnóstico de Keynes. En cambio, si hoy en día se te ocurre decir la cuarta parte de esto, te consideran un demagogo populista. Keynes y Russell están superados, debe de ser que ya tenemos gente más lista por ahí, en las tertulias de la radio (o quizás en las Facultades de Economía).

“Cuando propongo que las horas de trabajo sean reducidas a cuatro, no intento decir que todo el tiempo restante deba necesariamente malgastarse en puras frivolidades”, continúa diciendo Bertrand Russell. No, porque él tiene confianza en las virtudes civilizatorias del ocio, del tiempo libre. De hecho, está convencido de que “sin la clase ociosa, la humanidad nunca hubiese salido de la barbarie”. Lo que ocurre es que, como bien sabía Aristóteles y bien recordaba Paul Lafargue, para que haya existido una clase ociosa siempre han hecho falta esclavos o proletarios. Pero ya no es así, los progresos técnicos de la humanidad nos auguran “un mundo en el que nadie esté obligado a trabajar más de cuatro horas al día”, de modo que ahora es posible “democratizar el tiempo libre” y que “toda persona con curiosidad científica pueda satisfacerla, y todo pintor pueda pintar sin morirse de hambre, no importa lo maravillosos que puedan ser sus cuadros”. El tiempo libre se invertirá en las artes y las ciencias, en la política y el progreso moral de la humanidad. “Puesto que los hombres no estarán cansados en su tiempo libre, no querrán sólo distracciones pasivas e insípidas” y muchos dedicarán sus esfuerzos a “tareas de interés público”. La conclusión de Bertrand Russell es impactante por ser muy de sentido común: “Los métodos de producción modernos nos han dado la posibilidad de la paz y la seguridad para todos; en vez de esto, hemos elegido el exceso de trabajo para unos y la inanición para otros. Hasta aquí, hemos sido tan activos como lo éramos antes de que hubiese máquinas; en esto, hemos sido unos necios, pero no hay razón para seguir necios para siempre”.

¿No? Que se lo pregunten a nuestros actuales tertulianos y a nuestras autoridades económicas también. Sí hay una razón y se llama capitalismo. Porque Russell, como Keynes, piensan que es una cuestión de necedad o de humana insensatez. Russell piensa que es porque nos han comido el tarro con una ética del trabajo delirante. Estamos empeñados en que “el trabajo es un deber”. Empeñados en que “el pobre no sabría cómo emplear tanto tiempo libre”. De ahí su angustiosa pregunta: “¿Qué sucederá cuando se alcance el punto en que todo el mundo pueda vivir cómodamente sin trabajar muchas horas?”. Pero Russell (como Keynes) se preocupaba inútilmente. Los tiempos iban a demostrar que, mientras siguiera existiendo el capitalismo, eso no sucedería jamás, sino todo lo contrario. Gozamos ahora de desarrollos técnicos inimaginables para él (y para Keynes). Y no ha aumentado el tiempo libre, sino el paro y la precariedad. Y el trabajo excesivo. Y sería demasiado sarcástico eso de intentar convencer a los precarios y los parados de que si se empeñan en trabajar es porque hay una “ética del trabajo” que les tiene comido el coco. No es una cuestión ética. Es una cuestión económica, que tiene que ver con un sistema que Lafargue, Montseny y Marx hacían muy bien en llamar “capitalista”.

De hecho, ha ocurrido todo lo contrario de lo que pensaban Keynes o Russell. En realidad, actualmente no es que trabajemos “todavía” ocho horas. La gente trabaja mucho más. En un cierto sentido, incluso (como ha contado Santiago Alba Rico en sus últimos libros), actualmente trabajamos 24 horas diarias, pues el capitalismo ya no sólo explota el trabajo, sino también el ocio. La tecnología, bajo el capitalismo, no ha liberado ocio alguno: ha borrado las fronteras entre el ocio y el trabajo. Así que hasta los parados generan activamente beneficio y no sólo, como antes, en la medida en que el paro era una función de la producción misma, sino porque están conectados a la red y consumiendo no sólo mercancías baratas sino imágenes asociadas a grandes empresas de la comunicación. El situacionista y anticapitalista Vaneigem, en 1967, sí que era bien consciente de que esto empezaba ya a ocurrir: “Ahora, los tecnócratas, en un hermoso aliento humanitario, incitan a desarrollar mucho más los medios técnicos que permitirían combatir eficazmente la muerte, el sufrimiento, la fatiga de  vivir. Pero el milagro sería mucho mayor si en lugar de suprimir la muerte se suprimiera el suicidio y el deseo de morir. Existen formas de abolir la pena de muerte que hacen que se la eche de menos”.

En todo caso, la ingenuidad de Keynes, la sensatez de Russell, la genialidad de Lafargue, nos retrotraen a épocas en las que aún no se había perdido el sentido común, cuando aún se tenía el derecho a no estar loco. No porque el mundo no estuviera igual de loco, como atestiguan dos guerras mundiales y no pocas crisis económicas devastadoras, sino porque el sentido común no había sido todavía tan pisoteado. Aún no habíamos perdido tantas batallas, como demuestra el espíritu del 45 que Ken Loach inmortalizó en su magnífica película: “si el socialismo nos ha permitido gestionar la guerra, tiene que  servirnos para gestionar la paz”, se decía por aquél entonces. La segunda guerra mundial la habían ganado los comunistas. Pero es que también las grandes potencias aliadas, durante la guerra, habían sido socialistas a la hora de organizar su producción. ¿No podía hacerse lo mismo para organizar la paz? Sin duda, así lo demostró la Europa del Bienestar durante dos décadas. Pero había otra guerra en curso, la de la lucha de clases. Y un duro camino que recorrer hasta que el magnate Warren Buffett dijera su célebre frase: “naturalmente que hay lucha de clases, pero es la mía la que va ganando”.

La derrota estaba servida. El “socialismo del bienestar”, que existió en Alemania y los países nórdicos durante los años sesenta y setenta, como una especie de lujo que los ricos se podían permitir, ha sido derrotado. Y los intentos de hacer lo mismo que tuvieron los países más pobres, ensayando un socialismo compatible con el orden constitucional y la democracia, fueron machacados uno tras otro mediante un rosario de golpes de Estado, invasiones y bloqueos económicos. Ahora bien, por lo menos, no perdamos del todo la memoria y el sentido común. Recordemos qué es lo que ha pasado y no nos creamos más juiciosos que Keynes o Russell. Lejos de habernos librado del “problema económico” vivimos sometidos a una economía cada vez más chiflada, cada vez más vulnerable y cada vez más tiránica. Pero el que la economía se haya vuelta loca no implica que nosotros nos volvamos locos también,  olvidando  dónde está el problema. En esa época, ni las izquierdas ni las derechas habían perdido el juicio como ocurre actualmente (como empezó a ocurrir a partir de los años ochenta, cuando se inició la hegemonía neoliberal). Fue un autor católico bien de derechas, como era G.K. Chesterton, quien mejor describió el problema psiquiátrico al que nos veíamos abocados y lo hizo en 1935, poco más o menos en los años en la que han hablado Keynes y Russell. Conviene releer ahora su magnífico artículo Reflexiones sobre una manzana podrida. Dependiendo de nuestras convicciones religiosas -nos dice- podemos o no creer en los milagros. Y en los cuentos de hadas. Podemos creer que una planta de alubias puede subir hasta el cielo, pues al fin y al cabo que existan las alubias ya es un misterio bastante increíble. Pero lo que no puede ser es que cincuenta y siete alubias sean lo mismo que cinco. O que multiplicar panes y paces dé como resultado menos panes y menos peces. Una cosa es la fe o la credulidad y otra muy distinta la locura y el absurdo. “La historia de los panes y los peces no convence al escéptico, pero tiene sentido. Pero ningún Papa o sacerdote pidió jamás que se creyera que miles de personas murieron de hambre en el desierto porque fueron abundantemente alimentados con panes y con peces. Ningún credo o dogma declaró jamás que había muy poca comida porque había demasiados peces”.

Y sin embargo, nos dice Chesterton, “esa es la precisa, práctica y prosaica definición de la situación presente en la moderna ciencia económica. El hombre de la Edad del Sinsentido debe agachar la cabeza y repetir su credo, el lema de su tiempo: Credo qua impossibile”. La situación es tan absurda que “nos enteramos de que hay hambre porque no hay escasez, y de que hay tan buena cosecha de patatas que no hay patatas. Esta es la moderna paradoja económica llamada superproducción o exceso de mercado”.

El problema fundamental estaba ya previsto desde hace mucho tiempo por Aristóteles, que descubrió la “economía” al tiempo que nos advirtió de sus peligros. El mayor enemigo de la ciudad, de la polis, nos dijo, es la hybris, la desmesura, el infinito, la falta de límites. Y la economía corre demasiado el riesgo de devenir infinita. Un médico, por ejemplo, en tanto que médico persigue la salud del paciente. Su actividad tiene un fin que se completa y concluye con la sanación del enfermo. Por eso es muy importante que el médico no cobre dinero (o como ocurre hoy día en la sanidad pública, que cobre un sueldo fijo del Estado). Porque si el médico comienza a cobrar por sus curaciones, se habrá iniciado un proceso que no tiene por qué tener fin, pues el fin ya no es la salud, sino la ganancia y el ansia de ganancia no tiene por qué detenerse nunca, de modo que la salud o la enfermedad se convierten más bien en medios para seguir haciendo girar la rueda de los negocios. A este tipo de economía, Aristóteles le llamó “crematística” y la consideró con razón el mayor enemigo de la ciudad. Y su temor tenía mucho de profético, porque apuntaba ya a una situación en la que la sociedad entera estuviera sustentada por el infinito y la desmesura. Un monstruo tiránico para lo que todo serían medios de enriquecimiento. Ni en la peor de sus pesadillas, Aristóteles habría podido concebir el mundo actual, en el que la economía ha cobrado vida propia y tiene ya su propio metabolismo que en absoluto coincide con el de la sociedad y los seres humanos que la habitan.

Chesterton pone el mismo ejemplo: un hombre que vendía navajas de afeitar y luego explicaba a los clientes indignados que él nunca había afirmado que sus navajas afeitaran, pues no habían sido hechas para afeitar, sino para ser vendidas. Lo mismo que ahora los tomates, que ya no tienen porque saber a tomate con tal de que se vendan. Y así con todo lo demás. Durante los años 80, las vacas gallegas se alimentaron de mantequilla. Puede parecer absurdo desde un punto de vista humano, pues la elaboración de mantequilla lleva mucho trabajo y la mantequilla sale de las vacas. Pero desde un punto de vista económico resultaba de lo más sensato. Todas las empresas que fabrican mantequilla intentan agotar el mercado, de modo que acaba sobrando mucha mantequilla. La única salida a la crisis del sector es intentar imponerse a la competencia, procurando ser el último en quebrar, lo cual requiere fabricar masivamente más mantequilla al mejor precio. Y entonces se descubrió que las vacas alimentadas con mantequilla producían mucha más mantequilla. Al fin y al cabo, la mantequilla no se producía para engordar, sino para la venta. Ya lo había previsto Chesterton en 1935, porque en esos tiempos aún quedaba algo de sentido común: “Si un hombre en lugar de fabricar tantas manzanas como quiere, produce tantas manzanas como se imagina que el mundo entero necesita, con la esperanza de copar el comercio mundial de manzanas, entonces puede tener éxito o fracasar en el intento de competir con su vecino, que también desea todo el mercado mundial para sí”. La sed de ganancia introduce el infinito en la ciudad, la hybris hace reventar a todas las instituciones destinadas a administrar la modesta vida finita de los seres humanos. De hecho, en la actualidad, el infinito económico ya no cabe en este mundo, ha rebasado los límites de un planeta finito y redondo, y amenaza con hacerlo reventar. No podemos seguir creciendo un tres por ciento anual en un planeta como este, que más bien decrece por agotamiento de sus recursos.

Pero el diagnóstico de Chesterton, siendo genial como es, también tiene algo de ingenuo, aunque menos que el de Keynes o Russell. “El comercio”, nos dice, “es muy bueno en cierto sentido, pero hemos colocado al comercio en el lugar de la Verdad. El comercio, que en su naturaleza es una actividad secundaria, ha sido tratado como una cuestión prioritaria, como un valor absoluto”. Es como si el Dios del Génesis, en lugar de contemplar su creación y ver que las cosas eran “buenas”, hubiera exclamado que eran “bienes” destinados a ser comprados y vendidos de forma generalizada. En esto tiene toda la razón, por supuesto. Pero Chesterton se olvida de explicar por qué el mercado se ha convertido en un amo, en lugar de seguir siendo, como le correspondía, un buen esclavo. Marx, en cambio, sí se empeñó en intentar explicarlo  y concluyó que se debía a una estructura de la producción, impuesta a sangre y fuego en los anales de la historia, a la que había que llamar “capitalismo”. Si llamamos “comunistas”, ante todo, a los que se empeñaron en luchar contra  esa estructura capitalista, no cabe duda de que, en ese sentido, los comunistas tenían (teníamos) toda la razón. Pero no vivimos en un mundo de fantasías, sino enfrentados a la cruda realidad. Hace ya tiempo que perdimos la batalla de los hechos. Pero, por lo menos, que no nos hagan también perder el juicio. El capitalismo existe. No es la economía natural del ser humano. Es un sistema particular, que tiene su propio metabolismo, cada vez más neurótico, cada vez más vulnerable a todo tipo de virus y bacterias, pero que sigue siendo infinitamente poderoso, por lo que, probablemente no acabará más que llevándose todo por delante.  No parece probable que  el capitalismo, en su demente evolución, nos vaya a traer el comunismo, como creyeron las filosofías de la historia marxistas del siglo XX. Es más probable que nos traiga el Apocalipsis, si no es que ya vivimos en él.

Hace ya varios siglos que la humanidad contrajo un virus fatal, una especie de pandemia económica a la que, hoy en día, podríamos llamar “coronacapitalismo”. Ese virus respira con más fuerza que todos nosotros juntos. Como una metástasis cancerosa tiene sus propios objetivos y no se preocupa demasiado del cuerpo de la humanidad, al que acabará por exterminar.

Fuente del artículo: https://rebelion.org/el-coronacapitalismo/

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“Se perrateó la acreditación de alta calidad de universidades”

Por: Daniel Mera Villamizar.

Acreditar por misiones o áreas, con categorías, permitiría diferenciar e incluir en la política pública.

Cada vez que una institución de educación superior de modesta calidad percibida recibe la acreditación institucional de alta calidad se oye: “Se perrateó la acreditación”. Hoy son 73 IES con este sello (92 contando las seccionales), según el SNIES, y la única distinción o jerarquía es el número de años de vigencia de la acreditación (de cuatro a diez), que resulta inoperante y desconocido.

Las desventajas de esta situación son sensibles: i) los resultados de la acreditación no permiten tomar decisiones de política pública (por ejemplo, para priorizar en el sistema de ciencia, tecnología e innovación); ii) la sociedad no recibe señales claras de las diferencias de calidad en la oferta de educación superior, y iii) las universidades de alta calidad ven desvalorizado su sello y las de mediana calidad, deslegitimado su esfuerzo.

Hay al menos dos alternativas de solución: i) acreditar por misiones funcionales: investigación, docencia y extensión (actualizando la definición de las dos últimas, un reto), de modo que una IES pueda ser reconocida como de alta calidad en docencia, si es su fortaleza por un proyecto institucional orientado a la formación profesional, por ejemplo. David Forero, de Fedesarrollo, tiene un antecedente de conversación con el CNA en este sentido.

Pretender que la mayoría de las IES sean buenas o excelentes en investigación y docencia al tiempo obedece al mito del investigador-docente, que ha terminado por perjudicar la función docente y el aprendizaje de los estudiantes, como ha mostrado Víctor Manuel Gómez, de la U. Nacional. No consulta, además, la realidad financiera de las IES.

O ii), el modelo de Chile, que acredita por áreas: gestión institucional, docencia de pregrado, investigación, vinculación con el medio y docencia de posgrado, de las cuales las dos primeras son obligatorias. “Un intento relativamente bueno de adaptar el proceso de acreditación a la diversidad de funciones y tipos de instituciones”, en palabras de Juan Felipe Duque. En Chile, solamente 16 IES tienen la acreditación en todas las áreas.

En rigor, deberíamos ir más allá de Chile y además de acreditar diferenciadamente (alto y medio) por misiones o áreas tradicionales, incluir otras que necesitamos, como “transferencia y apropiación tecnológica”. Y reconocer que las facultades como unidades de acreditación serían muy útiles en la política pública, pues para algunas políticas nacionales la universidad es una unidad demasiado grande y el programa académico, una muy pequeña.

En cambio, por ejemplo, si el país tiene cinco facultades acreditadas en investigación en un área determinada del conocimiento, ya sabemos a quiénes confiarles una gran apuesta nacional que jalone al resto.

En una agenda de reformas para sintonizar más la educación con la productividad y la equidad, la acreditación es una pieza clave para mejorar la racionalidad y la sofisticación del sistema de educación terciaria (asumiendo que tenemos uno). Lo primero tal vez sea reconocer que 25 años después del Decreto 2904/1994 es hora de repensar la acreditación.

Los decretos recientes (1280/2018 y 1330/2019 sobre registro calificado de programas) no han sido estructurales.

Fuente del artículo: https://www.elespectador.com/opinion/se-perrateo-la-acreditacion-de-alta-calidad-de-universidades-columna-907216

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La batalla contra la violencia se gana con educación

Por: Edgardo Néstor De Vincenzi.

La sociedad argentina de hoy asiste al triste espectáculo, casi cotidiano de ver como la violencia y especialmente entre los jóvenes, toma ribetes cada día más deshumanizados. Los ataques tienen un peligrosa y preocupante convergencia de características que la hacen cada vez más grave.

Se efectúan en grupo o patota, son cada vez más enardecidos y muestran un nivel de crueldad y falta de empatía con el prójimo realmente impresionante. Este problema para ser resuelto requiere un diagnóstico adecuado, pero más aún necesita que debatamos el origen, la raíz, el origen de semejante violencia en nuestros jóvenes.

Una cuestión muy compleja, multidimensional, social y flagelante, pero sin dudas un mal que puede ser derrotado por el hombre en sus roles sociales. La batalla contra la violencia se gana con educación. Pero no solo la educación formal y escolar, sino fundamentalmente con la educación desde el hogar, desde la familia, en el rol de saber ser padres.

En primer término, desde el punto de vista de la formación en las escuelas, hace falta de manera urgente un cambio, dejando de lado la educación enciclopedista que confunde educación con instrucción. En la era de la revolución tecnológica, con solo apretar un botón en una computadora o en un celular, hay más información que la que puede tener el más estudioso, a lo largo de su vida.

Para darnos cuenta con claridad que el modelo de educación enciclopedista está caduco, vale preguntarse: ¿Sirve un sistema educativo en el que un docente de hace 80 años pueda ser el mismo, que dicta clases hoy? La respuesta es una sola y revela que hace falta de manera urgente, avanzar hacia una educación reflexiva, crítica, creativa y resiliente, donde los niños y jóvenes aprendan a aprender y emprender, en forma y a tiempo.

Las conductas sociales y la violencia en nuestros jóvenes revelan en cierto aspecto un cruel resultado: la educación formal tal como está llevándose adelante hoy, mucho aporta a la deshumanización, al disvalor, y como es lógico y nada es casual el resultado, es la triste realidad de jóvenes convertidos en menos que bestias, atacando al indefenso y matando a plena conciencia y a sangre fría.

Este problema no es patrimonio ni de la educación de gestión pública o privada, en ese aspecto no hay diferencia de quién la lleva adelante. Se trata de una cuestión conceptual, de fines, métodos y modos. La educación, es el fin que califica a una sociedad democrática, porque forma nada más y nada menos que a las personas que la integran: los ciudadanos.

Pero sin dudas, la solución al planteo aquí expresado, debe darse en primer término, en el seno de las familias. Allí, es donde se forjan los valores éticos y morales, los límites y libertades, con amor, respeto, convencimiento, consenso y profesionalidad.

Deben formar a sus hijos con una ética y una moral de amor y humanismo, que sólo es posible con una sólida formación de padres; siendo el fin último de esta etapa formativa, brindar autonomía y libertad, necesarias para que los hijos realicen su camino de manera independiente y responsable.

Ser padres, también, es estar preparados para dar un paso al costado, para dejar a los hijos en la libertad que necesitan para buscar sus propios rumbos, que serán de acuerdo a los valores que, desde la familia, hayan recibido e internalizado.

Para ello, la Escuela para Padres es un recurso imprescindible, para calificar el comportamiento de nuestros hijos, como personas y ciudadanos de una sociedad democrática desarrollada.

Es innegable el papel que cumple la educación en el desarrollo de ciudadanos, que puedan sostener y fortalecer la democracia y, a la vez, lograr los mayores niveles de competencia para el desarrollo.

El buen conductor formará pensadores libres y felices. Será un educador que provoque en sus “alumnos”, un estado de inestabilidad crítica, a fin de lograr, conciencia de su responsabilidad y rol protagónico, como garantes del bien común.

Generar tranquilidad y conseguir transformar las crisis y amenazas en oportunidades, son dos de las cualidades que distinguen a los auténticos líderes. Para ello, es necesario el ejercicio permanente de la autoevaluación, para que cada uno se analice en su proyecto de vida cotidiano, a corto, mediano y largo plazo.

Todos las mujeres y todos los hombres, deben lograr ser líderes de su propia vida y dirigentes en situaciones sociales, en un contexto signado por las posibilidades de obrar, convenciendo y consensuando.

Sin dudas, la familia es el principal y primer ámbito educativo y desde ella, debe promoverse la pertenencia al mundo, como marco globalizador del desarrollo humano. Familia, escuela y valores, quitarán de nuestra sociedad el flagelo de la violencia, que cada día parece avanzar un paso más.

Se trata de desarrollar la personalidad individual de la ética y la personalidad social de la moral, cual es ser buen padre, ser buen profesional y buen ciudadano.

No olvidemos que “para enseñar hay que saber y para educar hay que ser”. Para enseñar, NADIE puede superar al robot, ya que es perfecto (enciclopedismo); y para educar, hay que desarrollar la personalidad de la PASIÓN INTELIGENTE.

Fuente del artículo: https://www.clarin.com/opinion/batalla-violencia-gana-educacion_0_F7ZAiU4Q.html

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Civismo, ética y valores

Por: Carlos Ornelas. 

 

Las notas principales sobre educación en los diarios de la Ciudad de México del 28 de febrero relataron la conferencia del secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, en la Academia Mexicana de la Educación. Destacó que civismo, ética y valores serán nuevas asignaturas en el currículo de la educación básica porque “tecnócratas irresponsables, corruptos, quitaron el civismo”.

Expresó otras cosas: el interés del presidente Andrés Manuel López Obrador por la conmemoración de las fechas patrias. Agregó que esas materias —que serán obligatorias a partir del ciclo escolar que comenzará en agosto— surgen en el seno del Acuerdo Educativo Nacional y serán puntales de la Nueva Escuela Mexicana.

Excélsior (28/02/2020) citó al secretario Moctezuma: “… con el regreso del civismo y la ética a los planes y programas de estudio se incluirán temas como la cultura de paz, la vida sin adicciones y la cultura de la legalidad”. El mismo día, en un diálogo con la facción del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), que encabeza Alfonso Cepeda Salas, el secretario agregó: “El esfuerzo que tenemos que hacer es colosal porque los retos son enormes, pero tenemos proyecto, voluntad y la capacidad de llevarlos a cabo juntos”.

Encuentro dos problemas, el primero es con la palabra “regreso”, ¿cuándo partieron el civismo y la ética de la escuela? El segundo es con hacerlo juntos. ¿Renace el cogobierno pedagógico con los líderes del SNTE? ¿Tendrán de nuevo capacidad de veto sobre planes y programas que no les cuadren?

Abordo el primer punto con otra cita del secretario Moctezuma: “Uno de los rasgos sobresalientes del nuevo plan de estudios de la educación primaria estriba en que confirma la recuperación del estudio sistemático de la historia, la geografía y la educación cívica como asignaturas específicas”, es decir, no estaban ausentes, sino condensadas “en un área global de ciencias sociales”.

Saqué esa alusión de un libro del secretario, cuando era subsecretario de Planeación Educativa, en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (cf. Esteban Moctezuma BarragánLa educación pública frente a las nuevas realidades. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1993: 147-148).

Ese texto es un testimonio sobre el proyecto de modernización educativa y del acuerdo para la modernización de la educación básica, del 18 de mayo de 1992. Él fue el negociador principal de la SEP con el liderazgo del SNTE, que encabezaba Elba Esther Gordillo. En 1993, esa camarilla vetó los nuevos libros de historia. Cierto, contenían temas controvertidos y desataron un debate importante en la plaza pública. Pero lo fundamental fue la postura del SNTE, pues era parte del acuerdo que trabajarían juntos.

Pienso que la asignatura Formación cívica y ética, contiene lo que busca el secretario. Pero a él le gusta regresar a asuntos que jamás se fueron.

Fuente del artículo: https://www.excelsior.com.mx/opinion/carlos-ornelas/civismo-etica-y-valores/1367125

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La cultura informática y una nueva educación

Por: Luis A. Montero Cabrera.

 

Los seres humanos lo somos porque intercambiamos más información entre nosotros que ninguna otra especie viva. Hay bastante acuerdo entre los científicos para considerar que la selección natural hizo que aquéllos homínidos (homo habilis) que hace unos 2.4 millones de años habitaban la hoy Tanzania fueron unos grandes aportadores. Deben haber tenido la garganta, el cerebro y las necesidades suficientes para que comenzaran a intercambiar sonidos articulados.

Estos eran tan diferenciables que se asociaban con hechos y así se convertían en informaciones pasando a ser conocimientos compartidos entre el que emitía el sonido y el que lo recibía y entendía. Era un lenguaje elemental. A partir de ese momento, los que podían hacerlo tenían más posibilidades de supervivir que los que no. De ahí que las especies que los sucedieron fueron perfeccionando esa habilidad tan ventajosa.

Hoy homo sapiens puede no solo intercambiar cualquier información hablando y oyendo, sino escribiendo y leyendo, porque inventó esas formas de comunicación hace unos seis milenios. Más recientemente, hace décadas, la hemos registrado en unidades binarias que permiten a los sistemas de cómputo electrónico hacer con ella prácticamente cualquier cosa. La informática moderna es así probablemente la ciencia y tecnología actual más revolucionaria e intrínseca a la condición humana, como lo fueron en su momento la escritura, la imprenta y las telecomunicaciones.

Nuestra Patria llegó temprano a esta más reciente revolución informática. Los cubanos diseñamos, construimos, producimos en serie y aplicamos computadoras desde temprano en la década de los setenta, cuando muchísimos países ni las tenían. Estábamos inspirados por un líder emprendedor como Fidel y una causa tan humana como nuestra Revolución. Lamentablemente, una combinación bastante compleja de diferentes sumandos hizo que la penetración de esas tecnologías en la población cubana en general no siguiera el ritmo que requería. Toda la Universidad de La Habana podía intercambiar electrónicamente información con el exterior a razón de poco más de un millón de bits por segundo hasta hace unos seis años y hoy lo hace más de mil veces más rápido. ¿Por qué?

Las verdaderas revoluciones logran avanzar y consolidarse precisamente por mantener siempre procederes revolucionarios, por cambiar lo que debe ser cambiado. En febrero de 2015 la dirección del país, a través de nuestro actual Presidente de la República, emitió un pronunciamiento que rompió al menos las ataduras subjetivas y ha permitido ese avance notabilísimo en el último quinquenio. Hoy podemos exhibir y satisfacernos de haber ido adelante mucho más rápido que otros, aunque seguimos con desventaja en muchos aspectos con respecto al resto del mundo. Estamos pendientes de lo que tenemos que tener y lograremos, que es tener la sociedad más informatizada del mundo, como le corresponde a un socialismo próspero y sostenible.

Los componentes de este proceso que se ha dado en llamar como “informatización de la sociedad” son muy variados. Uno de ellos es el infraestructural. Muchos países llegaron a nuestros días con una conectividad “en sólido” bastante desarrollada gracias a haber implementado anteriores tecnologías, como la TV por cable y una modernizada y robusta telefonía fija. En esos casos la trasmisión de información digital era solo un cambio en la forma de usar esa infraestructura. Este es un déficit infraestructural que afrontamos hoy en Cuba.

Afortunadamente, este siglo ha visto una explosión en la eficiencia y posibilidades de la trasmisión de información inalámbrica, con ondas de radio, lo que en gran medida nos releva de muchos tendidos y nos permite alcanzar altos estándares solo desarrollando trasmisores y receptores. Por otra parte, las tecnologías que permiten usar esa infraestructura programándola para procesar y trasmitir información pueden ser dominadas con relativa facilidad por el ejército de científicos de computación e ingenieros en informática y comunicaciones que hemos formado en los últimos años.

¿Dónde puede estar la “sustancia limitante”, como decimos los químicos, el componente que frene determinantemente el progreso, aunque todo lo demás pueda avanzar? Pues para muchos es la cultura informática de toda la población y de sus directivos, los que ayudan todos a que la sociedad marche hacia adelante con una buena conducción. El ministro de comunicaciones se refería a ello como “el quinto pilar” del desarrollo en una reciente intervención.

Nadie duda que la primera misión del primer grado de la enseñanza primaria es enseñar a los niños a leer y escribir, así como a realizar las operaciones más elementales de trabajar con valores en la Aritmética. En ambos casos, la escuela refuerza así la condición humana de gestión de información. Se trata de adaptar a un niño a las condiciones de intercambio de conocimientos indispensables durante su vida para cualquier sociedad moderna hasta el siglo XX. Estas formas educativas tienen solo unos pocos siglos, y solo masivamente en las naciones más desarrolladas que lo fueron también gracias a que leían, escribían y sacaron buenas cuentas.

Sin embargo, cabe preguntarnos si un niño cubano que debe llevar su vida adulta en el siglo XXI y más adelante solo requiere esas formas de enseñanza tempranas. ¿Será necesario introducir también formas explícitas de lógicas elementales para los razonamientos y las búsquedas de datos, el concepto de información y de su representación en términos binarios, y algunos aspectos más de la informática moderna? Esta pregunta la podrían responder especialistas en enseñanza y en informática, informados, progresistas y videntes del futuro.

Algo parecido tenemos que pensar para toda la población cubana actual. Las masas en otros países han alcanzado aprendizaje intuitivo de informática gracias al acceso que han tenido a estos medios antes de nuestro despertar reciente. Un país que exalta su vocación de oportunidades para toda la sociedad como el nuestro debería implementar programas de educación y cultura informática masiva a toda la población y sus directivos, públicos y privados, a todos los niveles. Es así que podremos sacar el máximo provecho, y también riqueza, de estas maravillas tan humanas, y desde ahora mismo.

Fuente del artículo: http://www.cubadebate.cu/opinion/2020/02/29/la-cultura-informatica-y-una-nueva-educacion/#.Xl2TiKgzbIV

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Alerta que camina: La lucha de científicas en América Latina

Alerta que camina: La lucha de científicas en América Latina

Por Nadia Luna

Por Nadia Luna (*)

Suena el teléfono: “No voy a parar hasta sacarte del CONICET”, dice una voz. “Si yo fuera tu jefe, te haría venir en minifalda”, dice otra. Así comienza el spot realizado por la colectiva “Ciencia sin Machismo“, formada por trabajadoras del Centro Nacional Patagónico (CENPAT–CONICET), de Puerto Madryn, Chubut. Las frases provienen de una encuesta que realizaron en el año 2018 dentro del instituto, donde relevaron que al menos el 53% experimentó alguna vez violencia machista en su lugar de trabajo.

“La violencia machista es aquella ejercida sobre mujeres y disidencias sexuales por el mero hecho de serlo, en el marco de una relación desigual de poder. El sistema científico, parte de esta sociedad sexista y patriarcal, no está exento de estas situaciones”, explican las investigadoras del CENPAT en el spot, que fue lanzado este martes 11 de febrero, con motivo del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Esta fecha fue establecida por la ONU en el año 2015 para visibilizar el trabajo de las mujeres que hacen ciencia y tecnología, así como también las barreras que deben enfrentar en el ámbito laboral.

2015 también fue el año del primer “Ni Una Menos en la Argentina”, que marcó una nueva etapa en la cronología de los movimientos feministas y de mujeres en América Latina, transversales a todos los sectores y regiones del continente. En el ámbito científico, esto generó la proliferación de organizaciones de científicas, tecnólogas e ingenieras. En Agencia TSS, charlamos con integrantes de colectivos de Argentina, Chile, Perú, Ecuador y Colombia para conocer sus objetivos, acciones y logros. Tienen muchas similitudes y también varias diferencias pero a todas las une un hecho: la salida siempre es colectiva.

Ciencia sin Machismo se formó en en el CENPAT (Puerto Madryn) en el año 2018, a partir de la necesidad de varias investigadoras de visibilizar las violencias a las que eran sometidas de forma cotidiana.

Ciencia sin Machismo se formó en en el CENPAT (Puerto Madryn) en el año 2018, a partir de la necesidad de varias investigadoras de visibilizar las violencias a las que eran sometidas de forma cotidiana.

Argentina: Una usina de ciencia feminista

En el mundo, solo tres de cada diez personas que hacen ciencia son mujeres, mientras que, en América Latina, el porcentaje asciende al 45%. En la Argentina, las investigadoras del CONICET son el 53% pero esta mayoría proviene de la base de la pirámide jerárquica. Las becarias son el 60% y, a medida que se sube de categoría, el número de mujeres comienza a decrecer hasta llegar a la cima, donde las investigadoras superiores son solo una de cada cuatro en la categoría.

Este mecanismo de segregación se conoce como “Techo de cristal” y se traduce en menor reconocimiento y bajos salarios. También existen las “paredes de cristal”, con disciplinas más masculinizadas que otras, como es el caso de Física, Matemática, Informática e Ingeniería.

Ciencia sin Machismo se formó en en el CENPAT en el año 2018, a partir de la necesidad de varias investigadoras de visibilizar las violencias a las que eran sometidas de forma cotidiana. “Empezamos con la encuesta y de a poco fuimos evolucionando hacia una organización más proactiva, que busca generar herramientas para lograr no solo eliminar las violencias, sino también igualar las condiciones con nuestros compañeros varones”, le dijo a TSS la bióloga Soledad Leonardi, integrante de la colectiva. Hace poco, lograron la conformación de un Comité Institucional de Políticas de Género dentro del CENPAT y la aprobación de un dispositivo de atención en casos de violencia de género. Además, forman parte de la Comisión Interdisciplinaria del Observatorio de Violencia Laboral y de Género del CONICET.

“Hay varias políticas que se podrían implementar en el corto plazo para disminuir la desigualdad de género en ciencia, como considerar a las maternidades en los procesos de evaluación, ampliar licencias por maternidad y paternidad, implementar lactarios en los lugares de trabajo y garantizar los jardines maternales”, señaló Leonardi, y destacó el valor de la lucha colectiva para conquistar nuevos derechos.“Una de las pocas cosas que rescato de estos años de macrismo es la organización de trabajadores y trabajadoras de la ciencia. Empezamos a salir más del laboratorio y a luchar por nuestros derechos”, afirma.

El colectivo “Mujeres en CyT” está conformado por estudiantes, becarias, docentes, investigadoras, personal administrativo y de servicios del Departamento de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).

El colectivo “Mujeres en CyT” está conformado por estudiantes, becarias, docentes, investigadoras, personal administrativo y de servicios del Departamento de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).

Otro colectivo de científicas argentinas de reciente formación es “Mujeres en CyT”, conformado por estudiantes, becarias, docentes, investigadoras, personal administrativo y de servicios del Departamento de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), en Buenos Aires. Surgió en 2018 con el objetivo de promover el estudio de la situación de mujeres y disidencias en ciencia y tecnología, y proponer actividades que estimulen la participación de niñas, niños y adolescentes en esta área. Una actividad reciente fue “Mirá la Ciencia Que Hacemos”, que convocó a estudiantes secundarios del Barrio Itatí a participar de una jornada con diversas experiencias científicas.

“El vínculo entre la comunidad científica y la sociedad continúa siendo una cuestión de élites o grupos particulares. Por eso, consideramos que la divulgación científica ocupa un rol central para correr este eje y poder generar mayor cercanía con la población. Trabajar en el conurbano tiene la gran ventaja de poder conocer mejor las problemáticas del territorio y tomar acciones de intervención. En los próximos dos años, vamos a trabajar en estimular vocaciones científico-tecnológicas en jóvenes, con énfasis en mujeres y disidencias”, explicó la biotecnóloga Sandra Goñi, integrante de Mujeres en CyT.

En los últimos años, surgieron numerosos colectivos de científicas argentinas que buscan enfrentar la desigualdad de género y estimular vocaciones científicas. La lista es larga y crece. Algunas son Las De Sistemas, Las Curie, Mujeres Trabajadoras del Centro Atómico Bariloche y el Complejo Tecnológico Pilcaniyeu, Amautas Huarmis, Chicas en Tecnología, Women in Engineering Argentina, y las comisiones de género de diversas instituciones, entre muchas otras. Merece mención especial la pionera Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT), fundada en los noventa por las investigadoras Diana Maffía, Silvia Kochen y Ana Franchi, esta última hoy presidenta del CONICET.

Chile: Sacarle el parche al acoso sexual

A fines de noviembre, la bioquímica chilena Adriana Bastías fue reconocida con el Premio “100 Mujeres Líderes 2019”, otorgado por el diario El Mercurio y Mujeres Empresarias de Chile. Tras dudar si aceptar el premio de un medio de comunicación muy criticado por la cobertura de las protestas sociales que comenzaron con el estallido del 18 de octubre, decidió aprovechar la oportunidad y asistió con un parche en el ojo para homenajear a los cientos de chilenos que perdieron la vista al ser reprimidos por la policía (carabineros).

Adriana Bastías recibió el premio 100 Mujeres Líderes con un parche en el ojo para homenajear a los cientos de chilenos que perdieron la vista al ser reprimidos por la policía.

Adriana Bastías recibió el premio 100 Mujeres Líderes con un parche en el ojo para homenajear a los cientos de chilenos que perdieron la vista al ser reprimidos por la policía.

Bastías es docente en la Universidad Autónoma de Chile y presidenta de la Red de Investigadoras (RedI), una asociación que busca promover la equidad de género en el sistema científico y visibilizar las barreras que deben enfrentar las mujeres para hacer ciencia y tecnología. Nació en Puerto Natales, al sur del país, y estudió en la Universidad Austral, en la provincia de Valdivia. Fue allí cuando empezó a observar ciertos comportamientos sexistas por parte de compañeros y profesores. “Cuando empiezas a despertar y mirar las cosas a través de la lupa violeta, ya no hay vuelta atrás. El hecho de poder organizarnos y apoyarnos es muy importante porque, aunque no estemos de acuerdo en todo, siempre va a haber alguien ahí para acompañarte”, afirma Bastías.

En Chile, solo el 27% de los subsidios FONDECYT (principal fuente de financiamiento de proyectos individuales de investigación) y FONDEF corresponden a proyectos presentados por mujeres, según datos aportados por la investigadora. En tanto, las que dirigen centros de investigación son apenas el 17%. El año pasado, la ingeniera Natacha Pino, miembro de RedI y rectora de la Universidad de Aysén, se convirtió en la primera rectora electa en la historia de las universidades estatales de Chile.

La Red de Investigadoras se creó en el año 2016 y una de las iniciativas más importantes tiene que ver con un movimiento que surgió en 2018 por denuncias de acoso sexual en el ámbito universitario. Por eso, desde RedI, junto con senadoras y senadores de diversos partidos, presentaron un proyecto de ley para prevenir y sancionar el acoso sexual en educación superior. El proyecto ya obtuvo media sanción y este año se discutirá en la Cámara de Diputados. Además, la red publicó el libro “A mí también”, con testimonios anónimos de violencia de género en contextos académicos como: “Mi profesor dijo ‘no se preocupe, las mujeres solo vienen a la universidad a buscar marido’; y “Me ofreció sexo a cambio de posiciones laborales en diferentes instituciones” (puede descargarse acá).

La Red de Investigadoras de Chile se creó en el año 2016 y una de sus iniciativas fue presentar, junto con senadoras y senadores de diversos partidos, un proyecto de ley para prevenir y sancionar el acoso sexual en educación superior, que ya tiene media sanción.

La Red de Investigadoras de Chile se creó en el año 2016 y una de sus iniciativas fue presentar, junto con senadoras y senadores de diversos partidos, un proyecto de ley para prevenir y sancionar el acoso sexual en educación superior, que ya tiene media sanción.

Bastías señaló que, por ahora, no existe una política de género integral impulsada desde el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. “Si bien se lanzó una hoja de ruta de lo que sería en el futuro una política de género, por ahora solo son buenas intenciones. Creemos que es importante que haya una política transversal e intersectorial porque, si bien después del mayo feminista de 2018 se generaron protocolos en algunas instituciones, observamos que muchos no se cumplen”, dijo. Otra iniciativa que la RedI apoya fuertemente es que haya paridad de género en el proceso que atraviesa el país trasandino en la discusión por una nueva Constitución Nacional.

Perú: Herederas del silencio

Estefanía Pomajambo es socióloga especializada en género y se desempeña como tutora-coordinadora de Humanidades en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Sin embargo, la primera carrera que estudió pero no logró terminar fue Ingeniería Informática. Quizás haya tenido que ver con la primera barrera que, según ella, deben enfrentar las niñas y mujeres para hacer ciencia: la construcción cultural de roles de género. “Cuando somos niñas, nos crían con juguetes rosados y vinculados con tareas de cuidado, mientras que a los niños les dan juguetes constructivos y de ingenio. En Perú, además, tenemos otra dificultad: por nuestra fuerte historia de dominación y racismo estamos muy acostumbradas a quedarnos calladas y no opinar en clase”, cuenta.

A veces, los techos de cristal se convierten en techos de cemento: “En muchas zonas rurales, las niñas ni siquiera llegan a ir al colegio, ya que se considera que es una pérdida de tiempo darle educación a una niña si después va a quedar embarazada. En tanto, quienes sí logramos ir, enfrentamos la barrera de que ya en la pubertad se nos incentiva más a tener pololos (novios) que a estudiar ciencias”, explicó Pomajambo. Para combatir esas barreras, junto con la física María Luisa Cerón y la socióloga Alizon Rodríguez Navia decidieron crear la Red Peruana de Ciencia, Tecnología y Género, que se lanzará oficialmente el próximo 20 de febrero en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

La Red Peruana de Ciencia, Tecnología y Género se lanzará oficialmente el próximo 20 de febrero en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

La Red Peruana de Ciencia, Tecnología y Género se lanzará oficialmente el próximo 20 de febrero en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

La iniciativa surgió a partir de la interacción con otras organizaciones vinculadas a la temática de ciencia y género. Entre ellas, Mujeres Peruanas en Ciencias Matemáticas, +Mujeres en UX, Women in Physics, FemDevs (desarrolladoras de videojuegos) y la Red Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Género (RICTyG). Las investigadoras comenzaron a juntarse a mediados de 2019 y luego abrieron las reuniones a quienes quisieran participar. Los objetivos principales son reducir la desigualdad de género en el sistema científico, contribuir a eliminar los estereotipos de género en el ámbito educativo e impulsar iniciativas legislativas que contribuyan a la paridad en ciencia y tecnología.

Pomajambo destacó que el CONCYTEC, principal organismo peruano de ciencia y tecnología, tiene por segunda vez en su historia una presidenta mujer, la bióloga Fabiola León-Velarde, quien creó el Comité Pro Mujer en CTI para impulsar la participación de más mujeres en las ciencias. Sin embargo, todavía queda trabajo por hacer, no solo en cuestión de género sino en el ámbito científico en general. “Actualmente, solo hay 4000 investigadores registrados en CONCYTEC, que es muy poco para una población de 33 millones de habitantes. De esos, solo el 30,8% son mujeres. También es necesario que los y las científicas se involucren más en la atención de conflictos sociales, como explotación minera y de recursos naturales, precariedad laboral y daño a la Amazonía peruana. Involucrarse en este tipo de cuestiones es algo que le cuesta no solo a los científicos, sino a la población en general”, enfatiza.

Ecuador: El poder de las redes

Cuando empezó a estudiar biología, Claudia Segovia no sintió que tuviese que atravesar obstáculos por ser mujer. Su perspectiva cambió cuando se fue a Estados Unidos para hacer el doctorado,  junto con su marido y sus dos hijos. Habló con otras colegas y descubrieron que compartían ciertas frustraciones. Las tareas de cuidado recaían más en ellas y tenían que luchar contra el estereotipo a la hora de ir a una entrevista laboral. “Ahí empecé a ver los obstáculos que tuve en mi carrera y que había naturalizado. Con mis compañeras creamos el grupo ‘PhD moms’ para apoyarnos y tratar de combatir los micromachismos y la falta de autoestima que eso nos termina generando”, cuenta.

Las científicas Patricia Castillo Briceño y Melani Peláez Jara propusieron crear un colectivo de científicas ecuatorianas a través de un intercambio por Twitter en 2016. Enseguida se sumaron Segovia y Marcela Morales Hidalgo y fundaron la Red Ecuatoriana de Mujeres Científicas (REMCI). Uno de sus puntos fuertes es la interacción en redes sociales, donde difunden tanto el trabajo de las mujeres en ciencia como datos sobre la desigualdad de género en el área. “Llegamos a unas 100.000 personas al mes y eso nos llevó a darnos cuenta de la capacidad de empoderamiento que tiene formar estas redes”, dijo Segovia.

“En Ecuador todavía no se percibe como un problema la falta de mujeres en ciencia", dice Claudia Segovia, cofundadora de la Red Ecuatoriana de Mujeres Científicas (REMCI).

“En Ecuador todavía no se percibe como un problema la falta de mujeres en ciencia”, dice Claudia Segovia, cofundadora de la Red Ecuatoriana de Mujeres Científicas (REMCI).

A partir de alianzas fueron realizando diversas iniciativas. Por ejemplo, las dos ediciones del Seminario Internacional “Impacto de las Mujeres en la Ciencia”, impulsado junto a la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL). Este año, además, Quito será sede del XIII Congreso Iberoamericano de Ciencia, Tecnología y Género. Las integrantes de REMCI también elaboraron y presentaron una solicitud a la Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación (SENESCYT) para que se tome en cuenta la maternidad al momento de evaluar la producción científica de las investigadoras.

Más allá de los avances, Segovia advirtió: “En Ecuador todavía no se percibe como un problema la falta de mujeres en ciencia. De hecho, no se le da suficiente valor al desarrollo de ciencia y tecnología, y eso lleva a que no tengamos un número y nivel adecuado de producción científica en el país. Además, el sistema no tiene la capacidad de absorber a todos los investigadores y termina provocando una fuga de cerebros. Otro punto a trabajar es que la ciencia no siempre está asociada a los problemas de la sociedad. Se necesitan más canales de comunicación de la ciencia y eso es algo que hemos estado trabajando en la red por medio de la divulgación. Los científicos y científicas tenemos que salir de nuestros laboratorios y hablar más con la comunidad”.

Uno de los puntos fuertes de la Red Ecuatoriana de Mujeres Científicas (REMCI) es la interacción en redes sociales, donde difunden tanto el trabajo de las mujeres en ciencia como datos sobre la desigualdad de género en el área.

Uno de los puntos fuertes de la Red Ecuatoriana de Mujeres Científicas (REMCI) es la interacción en redes sociales, donde difunden tanto el trabajo de las mujeres en ciencia como datos sobre la desigualdad de género en el área.

Colombia: Ciencia para la Paz

El 11 de febrero, Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, amaneció con una buena noticia para Colombia: el Gobierno creó el “Fondo+Mujer+Ciencia” para apoyar económicamente la participación de las mujeres en este ámbito. Esta iniciativa comprende una serie de compromisos, entre ellos, garantizar equidad en el otorgamiento de becas y subsidios para investigación; desarrollar un programa de mentorías para niñas y jóvenes; incorporar el enfoque de género al sistema de evaluación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación; e implementar un protocolo nacional para la actuación frente a casos de acoso sexual en espacios educativos y laborales.

El documento fue presentado este martes por la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, la ministra de Ciencia, Mabel Torres, y las jefas de otras carteras nacionales de un país que ostenta el quinto lugar en el mundo en porcentaje de mujeres en cargos ministeriales (52.9%). Sin embargo, el ámbito científico y académico no está exento de la desigualdad de género: solo hay un 7,7% de rectoras universitarias y, de los 13.000 investigadores registrados, las mujeres representan el 37%.

La Red Colombiana de Mujeres Científicas surgió en 2016 con la misión de estimular y visibilizar la participación de las mujeres en ciencia y tecnología, y promover políticas para garantizar dicha participación.

Ángela Camacho (segunda desde la der.), presidenta de la Red Colombiana de Mujeres Científicas, formó parte de la elaboración y presentación del Fondo +Mujer +Ciencia, el pasado 11 de febrero, junto a otras científicas y funcionarias.

Una participación importante en la elaboración del documento lo tuvo la Red Colombiana de Mujeres Científicas. Se trata de un colectivo formado en 2016 con la misión de estimular y visibilizar la participación de las mujeres en ciencia y tecnología, y promover políticas para garantizar dicha participación. Actualmente tiene 59 integrantes organizados en seis nodos territoriales. “Nos planteamos la necesidad de apoyar el libre desarrollo de la mujer mediante la educación técnica y el apoyo al emprendimiento empresarial femenino, que permitan que la mujer logre independencia económica y de manera progresiva tome un papel más activo en la economía del país”, indica la física Ángela Guzmán, secretaria de la Red, que está presidida por su colega Ángela Camacho.

Guzmán explica que uno de los objetivos de la red era constituirse como órgano consultor del Gobierno en asuntos de género vinculados a la ciencia y la educación. “Parece que lo estamos logrando”, se alegró. La organización tiene miembros de todas las disciplinas y forma parte de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. “Queremos contribuir a la construcción de un país más equitativo en oportunidades y en remuneración para las científicas. También, aportar nuestra experiencia y perspectiva para un desarrollo social sostenible, que creemos es la base para la construcción de una paz duradera”, finalizó.

Fuente de la Información: https://www.nodal.am/2020/02/alerta-que-camina-la-lucha-de-cientificas-en-america-latina-por-nadia-luna/

Autora: Nadia Luna – Periodista

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El poder no está en el cañón del fusil

El poder no está en el cañón del fusil

Por Emir Sader

EEUU sufrió su más dura derrota militar en la guerra de Vietnam. Tras haber derrotado a varios enemigos, no habría de ser un pequeño país asiático, con un economía primaria, quien habría de derrotar a los EEUU. No por haber derrotado a los franceses, podría representar una amenaza para el poderío militar norteamericano.

Pero poco tiempo después de haber minado los puertos de Vietnam del Norte y de desplegar a más de 700 mil militares para ocupar militarmente el país, el último helicóptero salio de Saigon, con los últimos soldados disputando desesperamente un lugar que se había vuelto un infierno para ellos.

EEUU no sacó las debidas lecciones de esa derrota. La desaparición de la URSS renovaba el espíritu invencible de los norteamericanos, que ya no tendrían un gran enemigo a escala mundial. EEUU consagró su estrategia de militarizar todos los conflictos, transfiriendo el enfrentamiento al plano en el que su superioridad es indiscutible. El gasto militar de EEUU es más grande que el de los demás países.

Así EEUU retomó su estrategia en escala mundial. Víctima de los atentados de las Torres Gemelas, el imperio logro reunir apoyos generalizados para invadir Afganistán, considerado el responsable de los atentados, aun sin prueba alguna, que remitían más bien a su gran aliado en la región: Arabia Saudí. La invasión serviría no solamente para destruir el país, si no también para dar una lección a los talibán, identificados como el gran agente del terrorismo a escala mundial.

El mismo tipo de acción se repitió después en contra de Irak, acusado, igualmente sin pruebas, de poseer armas de destrucción masiva. Pero en esa ocasión EEUU ya no consiguió un apoyo tan generalizado, tuvo que contentarse con su aliado histórico: Gran Bretaña.

EEUU se enfrentaba al reto de ser capaz de enfrentar dos guerras a la vez. Los dos países fueron destruidos por la arrasadora superioridad militar norteamericana. Pero no ha logrado salir, hasta ahora, de ninguno de los dos países. La victoria militar no se traduce automáticamente en victoria política.

Solamente ahora, casi dos décadas después, los EEUU se retiran de Afganistán, pero no con la derrota de los talibán sino, al contrario, con un acuerdo y la retirada de sus tropas, política y militarmente derrotadas. Los EEUU se dan cuenta, dolorosamente, de que no es suficiente la superioridad militar. Tendría que tener una alternativa política para consolidar la victoria militar.

Los EEUU siempre se han comportado como si la abrumadora derrota que ha impuesto a Japón -con dos bombas atómicas de por medio-, pudiera repetirse. Un país tan lejano geográfica y culturalmente, derrotado militarmente, se ha trasformado en un gran aliado de EEUU.

Pero las condiciones y sobre todo los tiempos, son distintos. Irak y Afganistán no se han transformado en un nuevo Japón, sino más bien en nuevos Vietnam. EEUU ha puesto una fecha para la retirada de todas sus tropas de Afganistán. En Irak no consigue encontrar interlocutores para firmar un acuerdo similar, que es lo que más quiere el gobierno de Trump: abandonar ese país, que se ha convertido en un pantano para los norteamericanos.

El siglo XXI se confirma así como el siglo de la decadencia norteamericana. No es la superioridad militar lo que puede impedir esa tendencia. Con el agravante que ahora ya hay otros síntomas de que nace un mundo multipolar, en que el eje económico del mundo ya se ha transferido para Asia, con una decadencia no sólo de EEUU, sino de todo Occidente, incluyendo a Europa.

El siglo XXI se caracteriza también por una disputa y una transición hegemónica. En términos económicos ya es un siglo chino. Políticamente, las alianzas en torno al eje Rusia/China van aglutinando fuerzas que aceleran la decadencia norteamericana.

La salida de sus tropas de Afganistán representan, en este sentido, un símbolo evidente de la incapacidad de los EEUU para seguir definiendo los rumbos del mundo. Irak y Siria, entre otros países, son los epicentros de otros tantos conflictos que en el siglo XXI tienden a confirmar la más importante transición hegemónica desde hace más de dos siglos en el mundo.

Fuente de la Imagen: Rebelión

Fuente de la Información: https://rebelion.org/el-poder-no-esta-en-el-canon-del-fusil/

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