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Feminicidios y posesión

Por: Tahira Vargas García

 

Recientemente sucedió un hecho que mantiene consternada a la sociedad dominicana, el asesinato de la joven comunicadora Chantal Jiménez por su ex pareja que luego se suicidó.

La presencia continua de feminicidios en nuestro país muestra los altos niveles de violencia existente en una gran parte de nuestra población masculina quienes responden a separaciones, celos y conflictos de pareja desde el uso de la violencia psicológica, verbal y física, en algunos casos llegando a eliminar físicamente a parejas o exparejas femeninas.

Los celos se aprenden culturalmente, las teorías socio-culturales identifican en los celos un comportamiento aprendido en los procesos de socialización en la niñez. Este aprendizaje tiene una fuerte connotación sexista, hombres y mujeres aprenden a celar de forma distinta sobre todo en lo relativo a sus relaciones de pareja en sociedades patriarcales.

Las diferencias entre hombres y mujeres con respecto a los celos no se atribuyen desde la perspectiva antropológica y sociocultural a influencias de carácter evolutivo sino a los procesos y estructuras sociales que crean y mantienen estas diferencias. (Eagly 1987).

La masculinidad en nuestra sociedad se aprende desde la niñez con una agresividad permitida y fomentada “para ser todo un macho”.

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“Se puede constatar la existencia de normas duales que históricamente han sido utilizadas para permitir y alentar la actividad sexual masculina mientras se restringe la actividad sexual femenina (Muehlehard y McCoy,1991).

Nuestra sociedad, como toda sociedad patriarcal, coloca las relaciones de pareja en un estándar de relaciones posesivas y dependientes en las que la mujer se convierte en “la mujer de” – posesión – de un hombre con el que tiene una relación afectivo-sexual. La carga de posesividad que tiene el hombre sobre la mujer no soporta las separaciones. Muchos feminicidios se producen cuando la mujer se separa de su pareja. Esta separación entra en crisis con su sentido del honor masculino y su virilidad.

La mujer aprende desde su niñez que el “hombre que la cela, la quiere”. Este círculo de posesividad- celos-amor es uno de los detonantes principales de la violencia de género, junto a otros patrones culturales que configuran la masculinidad como son el honor, la virilidad y la violencia.

La masculinidad en nuestra sociedad se aprende desde la niñez con una agresividad permitida y fomentada “para ser todo un macho”. La violencia es la única herramienta que conoce para resolver conflictos que inician con sus pares y se extiende hacia sus relaciones afectivo-sexuales.

Detener la violencia de género supone desarrollar estrategias culturales y educativas que cambien esta masculinidad sostenida en círculos de celos-posesividad-amor-violencia en los que nuestros niños, adolescentes y jóvenes están insertos. Un aprendizaje que se encuentra en la calle, grupos de pares, familia y escuela.

Fuente de la información e imagen: https://acento.com.do

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Elena Simón: Desconexiones sin conexión

Hay varios fenómenos sociales -que no particularmente individuales o casuales-, que han emergido y están extendiéndose en los últimos tiempos y que, seguramente, tienen que ver con nuestras conexiones afectivas, comunitarias, familiares, amistosas. Los seres humanos somos seres conectados a unas formas de vida, a unos grupos familiares, a un territorio, a un grupo laboral o profesional, etc…

Durante la infancia y la adolescencia ensayamos estas funciones vitales y nos vamos conectando a destinos previstos o a proyectos personales por desarrollar. Casi siempre tienen que ver con modelos cercanos aderezados de otros que nos vienen vía productos culturales, fiestas, celebraciones, tradiciones.

Pero una característica nueva de la forma de vivir, sentir, pensar e incluso actuar en la actualidad, es que está desconectada de lo que nos precede, nos sustenta y nos sirve de guía y de base de sustentación. Creo que, en gran parte, esto ocurre por el enorme auge que ha tomado la anomia como marco referencial sin referencias. Anomia es (según el DLE) “trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre” y “conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación”.

Bajo este paraguas anómico discurre gran parte de nuestras vidas, donde se han desdibujado y degradado muchos de los principios, fórmulas y objetivos de una óptima y positiva convivencia.

Las calles no deben ser el reino del más fuerte, los centros escolares territorios de competitividad y hegemonía, los hogares lugares de cohabitación sin convivencia efectiva, los lugares de trabajo puestos aislados sin verdadera comunicación, etc…

No siendo esto, estaríamos en conexión social y humana. Pero vemos que predominan ahora los mensajes mediáticos y en las redes, de personas singulares, especiales, que se diferencian de lo común y general, para elevarse por encima con un sentido enorme de exclusividad, que es lo que les concede el estatuto de triunfo o victoria. Actitudes antisociales, hechas de cachitos de particularidades salidas no se sabe de dónde. Lo contrario al sentido de ciudadanía, que contiene la idea incluyente de bien común, que me incluye a mí también, la idea de derecho y deber que viene a remplazar las de privilegio y discriminación, propias de sociedades autoritarias y excluyentes.

La cultura de las pantallas alimenta todas estas cuestiones que están regidas por la anomia: yo, en solitario, me fabrico un mundo sin normas que me molesten a mí, degrado las propuestas de bien común, invento lenguajes, situaciones, aventuras o sucesos deseados inventados. Cambio hasta mi rostro y mis gestos, hago una performance de cualquier necedad o tontuna. Sin necesidad de preparación. Si estoy al otro lado, me trago todo esto como promesa de éxito, porque sólo se traga el producto final, no el proceso.

La anomia y la carencia de conocimiento y experiencia de los procesos, está criando y educando seres humanos muy exigentes y demandantes, sin raíces, sin paciencia, sin voluntad, con caprichos y deseos irrefrenables, con la convicción de que son derechos de su persona, aunque colisionen con derechos de otras personas.

El problema más grave, a mi entender, es que todo esto es incompatible con los aprendizajes de todo tipo, que requieren de tiempo, método, repetición, voluntad, atención. Para llegar a conocer algo y manejarlo con destreza, hay que cumplir el paso por estos peldaños. Los niños, niñas y jóvenes pegados a las pantallas no pueden tener estas experiencias de aprendizaje. Les parece que todo es automático, les abona el narcisismo espontáneo, les presenta un mundo exógeno lleno de facilidades y resultados mágicos e inmediatos.

Difícil que estas generaciones encajen con la educación reglada o la educación familiar, que contienen necesariamente normas de funcionamiento, para que se sustenten con solvencia y dignidad. Si la mayor parte de niños, niñas y jóvenes exigen horarios a su medida para dormir, comer, salir, entrar, estar, colaborar,.., asignaturas atractivas y evaluaciones excepcionales (eso no me gusta), comidas y alimentos a la carta , estímulos continuos en sus aprendizajes para la vida, amistades virtuales, conexiones continuas que desconectan del entorno material, imágenes que lo explican todo en un instante, audiovisuales vertiginosos llenos de ruidos y efectos especiales donde no logras saber lo que ocurre, y modelos de influencers youtubers de los que no saben más que lo que presentan frente a la pantalla. Si la verdad vale menos que la mentira y un corte de pelo o un maquillaje cotiza en el mercado del éxito virtual y económico…. ¿cómo seguimos esperando que las niñas, niños y adolescentes puedan progresar en aprendizajes escolares o familiares?

Decimos que la escuela está obsoleta y en gran parte es verdad. Que en ella faltan recursos materiales y personal con buena formación para una profesión tan difícil. Que los métodos están anticuados. Que las administraciones educativas no tienen un interés especial en mejorar los planes de estudios, que las pedagogías quedan en los departamentos universitarios .

Todo eso es cierto y verdad. Pero quién educará a quienes educan?

Unas generaciones analógicas que tienen que educar a varias generaciones digitales lo tienen difícil, aunque siempre siempre creeremos que cuando se quiere se puede.

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La cuarta traición

Por: Muuch’ Xíimbal

 

En julio de 2018 las boletas señalaban a AMLO –¡por fin!– como presidente electo de México. Sus pactos –públicos, privados y secretos; buenos, malos y regulares– habían funcionado. La Silla estaba a su alcance; cuestión de semanas.

Ahora la suma histórica de México resultaba en él, en AMLO, como antes fue en Moctezuma, Cortés, Santa Anna, Juárez, Díaz, Carranza, Cárdenas, Alemán, Díaz Ordaz, Echeverría, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña y demás contrapartes suyas en el espejo del tiempo. México se ataba ahora –a fuerza de un sistema electorero rapaz– a sus designios, a los de Él frente a la Historia, con la legalidad oficial en la diestra y las Fuerzas Armadas en la siniestra.

Pronto se vio, sin embargo, por dónde iría el asunto. AMLO le llamó “Cuarta Transformación” a lo que desde el nombre tuvo un fuerte tufo a traición. Vista desde el mundo indígena, la 4T era otro invento blanco del montón, falso como los anteriores, con poco –o nada– de significado en lenguas vernáculas; era otra sarta de anuncios pomposos en el idioma de la imposición, como esos que siempre derivan en más saqueos y baños de sangre, más hambrunas y tiempos peores. Porque los modos de ejercer el racismo, la discriminación, el sometimiento y la denigración de los pueblos originarios sólo se ha refinando con los siglos, especialmente en los últimos años con el ejercicio pleno de la “invisibilidad de los vencidos”, tal como hace AMLO o como se aplica tan destacadamente en Yucatán, donde el orgullo político-oficial por “lo Maya” no pasa de las ruinas arqueológicas y la cocina que tanto gustan al turismo, en cruel contraste con el abandono y la discriminación del pueblo actual, piel viva de esa cultura levantada y sostenida en el maíz y la milpa, el agua y la selva desde hace miles de años en el territorio que desde siempre se ha llamado Maya en lengua propia…

Herederos del saldo trágico de siglos de latrocinios, codicia, sevicia y crímenes de lesa humanidad, los pueblos originarios de México ocupan hoy –como desde la Conquista– la posición más baja en la escala social. Allí han estado desde la invasión europea y desde que México es México, sobreviviendo a epidemias, hambrunas, masacres y saqueos, enmedio del uso y el abuso de “todo el peso de la ley” en su contra, habiendo sido condenados desde hace décadas al pago –por generaciones– de una deuda pública atroz, refinación de la esclavitud que sigue creciendo como espuma dadivosa en el caldo apestoso de la impunidad de siempre.

¿Dónde están los vestigios de las transformaciones anteriores a las que se refiere AMLO? ¿Dónde las promesas y los hechos? ¿Dónde las cuentas claras y sinceras, las que sí valen para las culturas y los pueblos originarios? ¿Dónde la aceptación oficial y el reconocimiento pleno al enorme daño causado a generaciones y generaciones de indígenas por siglos de racismo y etnocidio? Y aun así se atreve AMLO a hablar con pompa, vanidad y amnesia selectiva de una “cuarta transformación”. ¿Una cuarta qué? El saldo de la historia es evidente, denigrante, vergonzante. No existen tales “transformaciones” en la historia de los pueblos indígenas mexicanos, como no hayan sido para peor. O en todo caso, por conceder, las primeras tres (1T, 2T y 3T) sólo existieron para pronto diluirse en francas traiciones. Una y otra vez. Habrán empezado –quizá– con buenas intenciones, pero es evidente que se torcieron y todo acabó peor que antes. No así la 4T, la Cuarta Traición (por usar la numerología de AMLO), que desde el inicio mostró sus malas artes en palabras, obras y omisiones. Diga usted si no con este caso:

*       *      *

En julio de 2018, con el panorama abierto a todo, AMLO tenía sin embargo grandes retos por sortear. Aparte del narcotráfico ubicuo y los baños de sangre diarios, el año siguiente –primero de su ansiado sexenio– había sido decretado anteriormente –desde 2016– como “2019, Año Internacional de las Lenguas Indígenas” por la ONU. Tremendo asunto.

México, país rico y pródigo en culturas y lenguas originarias (cerca de 70 aún vivas), tendría la oportunidad histórica de reivindicarse en el escenario mundial y dejar atrás cinco siglos de racismo, discriminación y etnocidios.

AMLO no era nuevo en el tema indígena; tenía más experiencia que cualquier otro presidente anterior. Décadas atrás había sido su interés en el pueblo chontal lo que le abrió las puertas del PRI (vía Carlos Pellicer) en tiempos de Luis Echeverría, dirigiendo después (durante cinco años, del 77 al 82 del siglo XX) el Instituto Nacional Indigenista (INI) en su natal Tabasco.

Así pues, las condiciones nacionales e internacionales estaban dadas para que México fuera un ejemplo mundial de reivindicación y justicia históricas. La legitimidad y popularidad de AMLO como nuevo e indiscutible presidente le daban la fuerza necesaria para iniciar de verdad un cambio sincero, un compromiso generacional de transformación genuina que diera prioridad a las raíces más profundas de nuestra identidad nacional (discriminadas y denigradas de modo atroz desde la invasión europea).

Pero las esperanzas de que el estadista AMLO tuviera la talla para asumir el gran reto, con una visión nacional de alcance y compromiso para una trasformación verdadera, pronto se perdieron. Desde el inicio el plan de AMLO fue la traición, y poco hizo por ocultarlo al dar continuidad a la imposición de proyectos etnocidas de sexenios anteriores (como el Proyecto Integral Morelos), provocando asesinatos de decenas de activistas comunitarios (en un ritmo macabro que no ha variado en el sexenio) y lanzando campañas político-publicitarias de sus propias ocurrencias grandiosas, de proyectos enormes, neoliberales en todo y más etnocidas, más ecocidas y peor planeados que nunca… Todo ello en su primer año de gobierno, 2019, Año Internacional de las Lenguas Indígenas.

El cúmulo de evidencias y cifras terribles de sus primeros meses de gobierno (que lo señalaban como infractor y violador contumaz de los derechos de los pueblos originarios) ponía a dura prueba la experiencia de AMLO en el manejo político del tema indígena. Pero él tenía, eso sí, la ventaja de contar con toda la fuerza y los recursos del gobierno mexicano. En última instancia –y pesara a quien le pesara– su sexenio apenas comenzaba, así que tendría manos libres para consumar y encubrir –según él– los hechos que fueran necesarios.

Así, afrontando el reto del ilusionista que además es dueño del circo, AMLO pasó sin mucho trámite –ni cuidado– de sus “consultas populares” a sus “consultas indígenas” de marca propia, alcanzando la sima de la simulación con su “consulta indígena sobre el Tren Maya” cuyas fechas de votación hizo coincidir con la reunión de la Asamblea General de la ONU en que se aprobarían los resolutivos del “2019, Año Internacional de las Lenguas Indígenas” (el principal resolutivo fue el decreto del 2022-2032 como “Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas”, de lo cual tomó buena nota AMLO).

La consulta hechiza del FONATUR en la Península de Yucatán en  diciembre de 2019 quiso presentarse al mundo como “una magna consulta indígena” donde el pueblo Maya habría decidido –y aprobado, según AMLO y sus secuaces– sobre un megaproyecto que atravesaría todo su territorio y significaría (esto no se informó a los “consultados”) una drástica alteración demográfica y social, con un gran “reordenamiento territorial” y magnas urbanizaciones a lo largo del recorrido del tren (“Es más que un tren”, promocionaba alegremente el ONU-Hábitat, más vendido que nunca); es decir, un suicidio cultural.

Pero el montaje fue tan burdo y el engaño tan evidente que nada bastó para maquillar lo obvio, aun contando AMLO con la participación destacada y descarada de organismos cómplices como el ONU-Habitat y la UNESCO. Porque fue, para colmo de sus males, la misma ONU la que atajó la maniobra y evidenció el fraude perpetrado por AMLO al pueblo Maya, al publicarse un boletín oficial de la Oficina de Derechos Humanos (responsable en la ONU de velar por los derechos indígenas) pocas horas después de finalizada la “consulta indígena del tren” en ese diciembre de 2019. El boletín estableció clara, rotunda y oportunamente lo que atestiguaron los observadores de dicha Oficina: que hubo violaciones de todo tipo a la norma estipulada por la comunidad internacional (lo cual fue reiterado meses después, con expedientes y análisis de especialistas de la ONU, en carta directa al gobierno mexicano).

Descubierto y exhibido como el mentiroso y simulador que es, y sin la excusa de la ignorancia supina (¿Acaso no es un político veterano? ¿Acaso no dirigió el INI en su estado durante cinco años?), AMLO decidió redoblar la apuesta con la terquedad tiránica y el criminal cinismo de un Luis Echeverría asesino. Así, abusando del prestigio diplomático de México y de la buena voluntad de algunos, AMLO orquestó –junto con sus cómplices de la UNESCO– un “evento de alto nivel” en la Ciudad de México para robar cámara y ponerse al frente –declarativamente hablando– del “Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas 2022-2032”, mismo que –como se recordará– fue decretado en la Asamblea General de la ONU en diciembre anterior mientras AMLO simulaba su magna “consulta indígena sobre el tren”.

Así pues, a pocas semanas de perpetrada su traición más cínica y sonora en la Península de Yucatán, AMLO pudo mostrarle al mundo su astucia en el manejo diplomático del tema: el 27 y 28 de febrero siguiente, con la bien pagada complicidad de la UNESCO, el gobierno de AMLO organizó en la Ciudad de México el evento de “alto nivel” antes mencionado, al que tituló “Construyendo un Decenio de Acciones para las Lenguas Indígenas”, en referencia a la declaratoria de la ONU de diciembre anterior. Poco más de 500 invitados de 50 países aprobaron una “hoja de ruta” para el Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas, llamada “Declaración de Los Pinos [Chapoltepek]” (nótese el Náhuatl) misma que “sitúa [sic] a los pueblos indígenas en el centro de sus recomendaciones”, según información de la Secretaría de Relaciones Exteriores de Marcelo Ebrard en complicidad con la UNESCO. Todo un logro cínico-diplomático para la causa etnocida de la 4T. Una joya enorme del oportunismo político de AMLO.

Así pues, la traición estaba funcionando –tanto en términos oficiales como en el plano declarativo internacional– a pesar de los molestos señalamientos y las evidencias mostradas por la Oficina de Derechos Humanos de la ONU (pues éstos bien podían mitigarse con el lavado de imagen a cargo del ONU-Hábitat, la UNESCO y otros organismos venales).

(Es de señalar, a la luz de los hechos, que AMLO tal vez albergue el mismo delirio que tuvo Luis Echeverría mientras vivió: el que la historia se encargará de resaltar sus logros decorativos por sobre sus crímenes múltiples.)

Así, AMLO ha seguido en su sexenio la senda del traidor, pisoteando los derechos de los pueblos originarios y remachando con embestidas legales y extralegales la imposición de sus planes, provocando el asesinato y la criminalización de decenas y decenas de activistas indígenas, azuzando y echando al Ejército por delante con armas y maquinaria pesada, a toda marcha y con toda impunidad, perpetrando sus proyectos destructivos y atropellando y denigrando a cientos de comunidades indígenas en toda la geografía nacional.

En el caso destacado de Yucatán, AMLO encontró tierra fértil para la traición. Yucatán, donde la zona henequenera –de larga y profunda corrupción moral– abarca todo el escudo del Estado; donde es nula la representación del pueblo Maya en el sistema político (estatal y federal); donde el gobernador Mauricio Vila y su familia y sus huestes de la Universidad Marista promueven y protegen negocios sucios a manos llenas –tráfico de cerdos, bienes raíces, alcohol, moches, usted diga– mientras reprimen “con todo el peso de la ley” a las comunidades mayas que se resisten al saqueo impune…

A como ya va, el Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas (2022-2032) será la década más etnocida para México en toda su historia. Lleva como marca una “T”. Le llamaban “la Cuarta”. (jcfm, abril de 2023)

Publicado originalmente en Muuch’ Xíimbal

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Reconocer la pobreza

Por: Cemees

A nadie le gusta sentirse pobre. Y no me refiero solo a ser pobre, sino a reconocerse como tal. Pareciera un insulto o motivo de vergüenza. La pobreza tiene un estigma, el de sentirse culpable de sufrir carencias.

Porque si no llego al final de la quincena, ha de ser porque se me ocurrió comer tres veces al día o enfermar o porque cometí el gran pecado financiero de querer divertirme un fin de semana. A fin de cuentas, “el pobre es pobre porque quiere”, ¿no?

Muchos incluso creen que la pobreza es un estado de conciencia o algo que se decreta. Así que, si no quieres ser pobre, mejor no pienses en que no te alcanza para los útiles escolares de tus hijos a pesar de trabajar 10 horas de lunes a sábado, más 3 horas de trayectos. “No atraigas lo que no quieres en tu vida.”

Desafortunadamente, la pobreza no es una idea, sino una realidad. Cuando no te alcanza para la renta o para un medicamento, para comprar ropa, para comer o para tomar terapia. Cuando no tienes donde vivir, no llega el agua a tu casa o no pudiste seguir estudiando. Cuando no tienes tiempo ni siquiera para dormir bien o para ver a tus hijos. Cuando vives rodeada de violencia y temes salir a la calle. Esas son las caras de la pobreza: la carencia de los satisfactores necesarios para vivir humanamente o, al menos, para no morir.

Pero la pobreza tampoco es merecida. No es tu culpa que los trabajos den salarios de hambre, que no ofrezcan contrato ni prestaciones, que las jornadas sean tan largas y no haya vacaciones pagadas. No es tu culpa que el 60% de la economía sea informal o que la mayoría de los emprendimientos estén destinados a fracasar o a estancarse. No es tu culpa haber tenido que pagar el yeso para el brazo roto de tu hijo y “perder” ahí tus ahorros. Si tan solo tuvieras el suficiente capital para invertir. Pero tampoco elegiste nacer desheredado.

Y la riqueza tampoco es merecida. El millonario no se esfuerza millones de veces más que sus trabajadores ni es millones de veces más inteligente. Y, sin embargo, mientras unos nos empobrecemos, otros pocos se enriquecen más y más. El rico es rico porque paga bajos salarios y no da seguridad social, porque explota sus trabajadores, porque les retribuye menos de lo que ellos le dan con su trabajo.

Nuestra pobreza es hija de la desigualdad. Producimos riqueza, pero no la recibimos. Esta riqueza se va, de los trabajadores pobres a los ricos, de los changarros a las grandes empresas, de los países dependientes a las grandes potencias.

La pobreza se ha generalizado tanto que en muchos países del sur global toda una generación sabe que, a pesar de trabajar toda su vida, nunca podrá jubilarse y la mayoría nunca tendrá una casa. Pero creen que pobre solo es el que se muere de hambre y se ofenden si alguien los llama pobres. Aunque en sus adentros muchos han decidido no tener hijos, precisamente, para no traerlos a esta pobreza.

Pobre no es solo el pobre absoluto, el que casi no puede subsistir. Pobre es también el pobre relativo, el que viviendo en un mundo que le podría ofrecer más, apenas tiene lo necesario.

La pobreza debería ser más motivo de indignación que de vergüenza. Porque es fruto de la injusticia. A mayor desigualdad mayor pobreza relativa y si la desigualdad es extrema, entonces, también traerá más pobreza absoluta.

A nadie le gusta sentirse pobre y nadie merece serlo. Pero ignorando la pobreza no la haremos desaparecer. Necesitamos reconocer nuestras carencias y trabajar juntos, no solo para producir más riqueza, sino también y sobre todo para redistribuirla. Vivir mejor es posible.


Pablo Hernández Jaime es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Fuente de la información:  https://cemees.org

Fotografía: Buzos de la noticia

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El profesor, investigador y activista

Por: Mauricio Argüelles

Los personajes emblemáticos de nuestra sociedad son importantes no sólo por su trayectoria de vida misma, sino por lo que han significado para otras personas. Eleocadio Martínez Silva, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) y aspirante a competir como candidato en las próximas elecciones para director de esta escuela, ha significado para mucha gente que le conocemos un referente como profesor, investigador, activista comprometido, pero sobre todo como ser humano.

Originario de San Luis Potosí pero con fuerte arraigo en Monterrey desde que era niño, Eleocadio Martínez desmitifica la idea de que para ser un profesor investigador exitoso hay que plegarse acríticamente a la institución de la cual se forma parte. Con una trayectoria impecable como investigador, graduado de posgrados de excelencia en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de su maestría y del Colegio de México (COLMEX) del doctorado, integrante del prestigioso Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en el nivel I, lo mismo escribe artículos de investigación en revistas reconocidas de México y otras partes del mundo en español o francés, y al mismo tiempo alza su voz sin regateo cuando es necesario defender las causas de los más desfavorecidos, de sus propios colegas de la Universidad, incluso. Desde sus inicios como universitario, siendo estudiante de Agronomía, confrontó al poder despótico ejercido por las más altas autoridades de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), cuando a mediados de los años 80 fue parte de un movimiento estudiantil que se oponía al establecimiento de las cuotas universitarias. En ese tiempo él y sus compañeros jamás se doblegaron ante las amenazas del poder, y el precio por su “desobediencia” fue ser expulsados de la Universidad. Años más tarde Eleo volvería a estudiar, ahora Sociología, la que se consolidó en él como su más ferviente vocación.

Portada del libro “Convertirse en ex obreros”, de Eleocadio Martínez, basado en su tesis de Doctorado en Sociología en el Colegio de México (COLMEX)

Eleocadio es profesor en el aula pero también fuera de ella. Dentro de su alma máter, la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UANL, y pensando a partir de su formación como sociólogo, argumenta que no se puede enseñar unas Ciencias Sociales reducidas al análisis y construcción de conceptos sobre causas abstractas o meramente nacionales, sino que el sentido crítico de lo social debe aplicarse sobre todo en el ambiente más inmediato de vida de un profesor, esto es, su propia institución. El cambio social debe comenzar afuera del salón, desde el pasillo mismo. Un pie en la academia pero otro en la acción política, en buscar la transformación de la institución, en incidir en la discusión sobre qué tipo de Universidad queremos, merecemos como sociedad (más o menos así van sus palabras cuando conversamos).

Para Eleocadio entonces la divulgación del conocimiento implica generar soluciones prácticas que atiendan problemas reales de las comunidades, como la desigualdad, la violencia, la contaminación. De ahí su crítica a la idea de tener en la Universidad una “isla bonita” (haciendo referencia a uno de sus propios maestros, Sergio Zermeño, de la UNAM). La Universidad no puede estar apartada de los problemas que aquejan a las comunidades más desprotegidas. Para Eleocadio las Ciencias Sociales están muertas si sólo quedan en el concepto y la teoría. Debe haber una vinculación del conocimiento con las necesidades más apremiantes de nuestra sociedad.

Desde siempre y no sólo en su estrategia para convertirse en candidato para ser director de Filosofía y Letras, en su ideario permanece la idea de escuchar a los demás. Por eso es común verlo saludar y departir con gente de todos los niveles ocupacionales de la Universidad, sobre todo con guardias y personal de intendencia, con quienes frecuentemente comparte la hora de los alimentos entre sus clases y su trabajo como investigador. Por ejemplo, para cimentar su plan de trabajo como candidato escuchó la voz de los estudiantes por medio de encuestas -vía Google Forms, con una respuesta masiva- tal como la han tenido sus videos de Tik Tok con los que ha buscado concientizar sobre la necesidad de trabajar por un proyecto común de Facultad y de Universidad. En esos videos le escuchamos hablar con su propia voz, directo y haciendo uso de la razón pero también de la pasión (una combinación de logos, pathos ethos, como él diría).

Póster de campaña realizado por Raúl Márquez, artista visual regiomontano y egresado de Sociología de la FFyL, UANL

Cuando platico con Eleo en los pasillos, en el patio central de la Facultad, cuando coincido con él para tomar el transporte público al salir de la Facultad, pienso en esa idea que tiene de reconstruir los espacios de socialización y de debate de ideas que tuvo alguna vez la Facultad y que ahora están normados por controles a la entrada, por rejas que dividen nuestra escuela de las  facultades aledañas (Leyes, Trabajo Social, FACPyA), por un ambiente de fiscalización casi permanente. Sé que él sueña con una Facultad de Filosofía y Letras y una Universidad que representen un ágora continua, donde sea posible discutir los asuntos públicos de la institución en el aula, en el pasillo, frente a la dirección, en juntas con los demás colegas, con el Rector y demás autoridades administrativas, en escritos con firma propia, mediante mantas colgadas en la Facultad, en redes sociales, donde sea y con quien sea. No cabrían aquí las estrategias estilo Maquiavelo tan denostadas por Eleo: pronunciarse o callarse con base en un cálculo de ganancias de prebendas o de evasión de posibles castigos, que todavía hasta esta dirección actual se otorgan de manera discrecional, con base en pruebas de lealtad o deslealtad (bonos económicos y estímulos, promociones laborales, viáticos para congresos, etc.).

El ideario de Eleocadio es incesante. Es acción de vida. Lucha por que se reestablezca la democracia en la Universidad, que quizás en los años 70 todavía la hubo, época en que fue perdiéndose esa autonomía que ahora sólo forma parte del nombre Universidad “Autónoma” de Nuevo León, pero que en los hechos no se cumple. A diferencia del imaginario común regiomontano, que estigmatiza a la gente que discute los asuntos públicos de su institución abiertamente como “grillera” o problemática, para Eleocadio es motivo de orgullo decir que en los años 80 fue partícipe de ese movimiento estudiantil en defensa de la imposición de las cuotas, narrativa épica que incluso forma parte de su currículum vitae. Y sí, Eleo practica la autonomía en su propia voz. Sabe que los coordinadores y coordinadoras y las autoridades máximas de la Facultad y de la Universidad conocen lo que piensa, dice y siente porque esto está abierto siempre a los demás. No es asunto que haya que esconder. Porque emitir nuestro sentir, nuestro pensar, no es asunto que nadie debíamos esconder; al menos así debía ser en una institución que se presume de pública, de acoger todas las corrientes de pensamiento, de promover la divergencia de opiniones. Qué paradoja sería que en nuestros propios planes de estudio trabajemos por valores como la democracia plena, el diálogo y el respeto a los derechos humanos y en la práctica quede todo esto en simples bellos conceptos vacíos de realidad.

Manta en el patio de la Facultad con la que Eleocadio y yo buscamos ser portavoces de la exigencia de llamar a elecciones para renovar la dirección de la Facultad, elecciones pospuestas por más de dos años. El lema de esa manta meses después se retomó como lema de la campaña de Eleocadio.

E igual que James Baldwin, escritor y activista afroamericano que en los años 60 se enfrentó al poder hegemónico de su propio país, Estados Unidos, representado por la tiranía del hombre blanco, heterosexual y educado que perpetuaba la discriminación racial, algunos como tú, Eleocadio, buscan enfrentarse con lo que parece imposible pero no lo es: esos molinos de viento que parecen gigantes y que se disfrazan de flama de la verdad y están apostados en las oficinas centrales del poder de la Universidad, donde parece decidirse todo y la suerte de todos. En el contexto de la plena lucha del movimiento por los derechos civiles en ese Estados Unidos segregacionista y desesperanzador, alguna vez uno de sus seguidores comentó a James Baldwin que en sus libros y acciones él no reflejaba la esperanza, sino que él mismo era esperanza. Y así también podemos decir de ti, Eleocadio. Has motivado la esperanza de mucha gente. Y ya has ganado no importa cuál fuese el resultado en las elecciones para renovar la dirección de la Facultad. Más bien, hemos ganado, pues tu causa la hemos hecho nuestra mucha gente, tanto colegas como estudiantes. Eres heredero de otros y otras que antes que tú también pelearon por democratizar la UANL y revolucionar la educación universitaria. Ahora, como tú siempre lo dices, quienes son nuestro referente son nuestros y nuestras estudiantes, que siempre nos inspiran para seguir adelante, para ser no sólo maestros del aula, sino sobre todo del pasillo hacia afuera. A esos y esas estudiantes nos debemos.

21 de marzo de 2023

arguellesperez@yahoo.com

**Ilustración de portada: En un acto promovido por el mismo Eleocadio dentro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, conmemorando uno de los primeros años sin los 43 estudiantes desaparecidos de la Escuela Normal Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero. Cortesía de Eleocadio Martínez.

Fuente de la información e Imagen:  https://academicxsmty43.blog/

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Venezuela – Esequibo: la verdad nos asiste

Esequibo: la verdad nos asiste

Alexander Torres Iriarte

El Esequibo, desde la formación misma de nuestro territorio con sus asedios coloniales e imperiales, es un territorio histórico y jurídicamente venezolano, verdad que quieren negar y han negado nuestros vecinos de la República Cooperativa de Guyana, hoy subordinada a oscuros intereses trasnacionales de centros de poderes mundiales.

Venezuela desde su fundación ha sido víctima de intereses coloniales e imperiales? ¿Después de nuestra Independencia y a lo largo del siglo XIX saltamos del salten para caer en la candela: salimos del coloniaje español para caer en el imperialismo británico y en las ansias expansionistas estadounidenses? ¿Un chanchullo de los países poderosos en 1899 nos despojó de casi 160.000 kilómetros cuadrados? ¿La confesión de un hombre antes de morir desenmascaró una componenda contra Venezuela? ¿Cuál es nuestro instrumento jurídico por excelencia para tratar la disputa territorial con la vecina República Cooperativa de Guyana?

Más allá de lo que tradicionalmente se cree, la problemática limítrofe de Venezuela con Guyana es tan antigua como nuestra conformación propiamente dicha. Con la invasión española arrancaba un interesantísimo expediente de ocupaciones y reclamos de un lugar que históricamente ha sido venezolano. Desde 1499 la corona española hacía valer su dominio desde Cabo de la Vela en el occidente, hasta el río Esequibo al oriente. Con muy pocas variaciones, prevaleció este acuerdo limítrofe. Sería mucho más tarde, en 1626, que llegarían por primera vez los holandeses dispuestos a hacerse de los recursos del llamado Nuevo Mundo, situándose en la margen derecha del río Esequibo. Pero producto de la dinámica hegemónica de los imperios emergentes en búsqueda de materias primas, Gran Bretaña entraba en el forcejeo contra España y Holanda por estos apetecibles territorios. Tanto así que, en su arrollador desarrollo económico y bélico Gran Bretaña para 1797 se había apoderado de la Isla Trinidad y Tobago, antes posesión española; y para 1814, menos de dos décadas, ya había saqueado a los holandeses de Berbice, Demerara y Esequibo. Si bien este “traspaso” de Holanda a Gran Bretaña estuvo sujeto a un Tratado, en ningún momento se establecieron los límites de la región.

Si en 1814 los británicos se apoderaban de parte del Esequibo con mayor determinación, tres años antes ya Venezuela había declarado su Independencia, el 5 de julio de 1811. Desde el principio de nuestro acto fundacional se estipuló que el territorio de la República de Venezuela era el mismo que el de la Capitanía General de Venezuela de 1777, división político-administrativa que comprendía la provincia de Guayana. Es aquí que se aplica por primera vez el llamado “Utis possidetis juris” (Como has poseído, así poseerás). Por cierto, ha sido este principio “Utis possidetis juris” que ha determinado la fijación de nuestras fronteras nacionales a largo de nuestra historia republicana.

No obstante, la embestida británica no se dejó esperar. Un discurso cortés contrastaba con irrupciones al margen de la ley e inclusive en la época de la República de Colombia, pese al reconocimiento británico de nuestra emancipación. Era el comienzo de una carreta expansionista de un imperio hambriento del río Orinoco debido a su importancia estratégica, afán de dominio que aumentaría una vez que se descubriera, al poco tiempo, los ricos yacimientos auríferos del Yaruari venezolano.

Todo nuestro siglo XIX -paréntesis de luchas sociales, caudillos, oligarquías y personalismos-, pese al esfuerzo respetable de algunos políticos, académicos y diplomáticos, lo podríamos resumir como una centuria del criminal arrebato de nuestro Esequibo.

Desde 1834, la frontera oriental venezolana empezó a experimentar alteraciones cuando el naturalista prusiano Robert Hermann Schomburgk, tarifado de la Real Sociedad Geográfica de Londres, ejecutó una improcedente demarcación, llamada línea Schomburgk, que iba desde el río Moruca hasta el río Esequibo, esto era, 4.290 km² menos de territorio venezolano. Cinco años más tarde, el mismo Schomburgk bosquejó una segunda línea llamada Norte-Sur, avanzando 141.930 km² hacia territorio venezolano, al fijar un nuevo límite desde la desembocadura del río Amacuro hasta el monte Roraima y desde aquí hasta el nacimiento del río Esequibo.

Con gran cinismo, el explorador Schomburgk calibró a las bocas del Orinoco y sobre todo Punta Barima como “las llaves de Colombia”. El Gobierno venezolano refutó vigorosamente ante las autoridades inglesas la presencia de este naturista, exigiendo al Gobierno británico ordenar al explorador desbaratar una cantidad de postes que había levantado arbitrariamente en nuestro territorio. En 1850 se firmaba un acuerdo en el cual ambos Gobiernos se comprometían a no ocupar el territorio en disputa que comprendía desde la línea trazada por Schomburgk hasta el río Esequibo. Este acuerdo se mantuvo vigente con sus altibajos hasta que 1897 cuando se materializó el Tratado Arbitral de Washington DC, preámbulo del Tratado Arbitral de París de 1899. No obstante, los británicos no cejaban en su intento de apoderarse de los recursos auríferos de la Cuenca del Yuruari, asimismo, no escondían su avaricia sobre el Orinoco y los recursos ganaderos apureños.

Para 1887 Gran Bretaña publicó un mapa con fronteras que abarcaban 168.000 km² al oeste del Esequibo. Sus apetencias se extendían a Villa de Upata, con el objetivo de englobar las minas del Callao, Nueva Providencia y otras ciudades. La mira seguía siendo el Orinoco.

El Gobierno de Antonio Guzmán Blanco rompió relaciones diplomáticas con Gran Bretaña en un ambiente de posible invasión. No olvidemos que hablamos de una potencia militar e industrial que amedrentaba a una nación aquejada por guerras intestinas e incesantes crisis económicas. Fue en este contexto que, ante el estancamiento de los acuerdos y las acciones violentas de los británicos, el Gobierno venezolano de turno decidió unilateralmente recurrir a su par estadounidense a fin de que tratara de intimar a Gran Bretaña en la búsqueda de una solución a la controversia.

1895 es el año de desempolvar la Doctrina Monroe, aquella instituida por el presidente de Estados Unidos James Monroe en 1823, que reza “América para los americanos”. De esta manera, el secretario de Estado Richard Olney -siguiendo las directrices duras del Presidente Grover Cleveland- obligaba a Gran Bretaña a un arbitraje por el caso de la Guayana Esequiba. Los norteños decían no tolerar la usurpación de territorio venezolano. Era el modo como el “Águila Americana” le latía en la cueva al “León Británico”. Toda una lucha interimperialista.

Sin embargo, no todo para nuestro país fue a pedir de boca. La protección estadounidense tenía su agenda oculta. Para 1897, en el Tratado Arbitral de Washington D.C, las dos potencias más importantes de la hora, EE.UU. y Gran Bretaña, convinieron aplicar a Venezuela un Tratado de Arbitraje por el caso de Guayana Británica “bastante singular”. Participaron dos jueces británicos representando a Gran Bretaña -Richard Henn Collin y Charles Russel-, dos estadounidenses representando a Venezuela -Melville Weston Fuller y David Brewer- y como presidente del Tribunal Arbitral estaba el canciller ruso Federico Martens. Como uno de los abogados de la defensa de la parte por Venezuela se hallaba el abogado estadounidense Severo Mallet Prevost.

La ausencia de venezolanos en este tribunal tenía un trasfondo racista, era el explícito cumplimiento de un compromiso anglonorteamericano: tras la obstinación de Gran Bretaña de que ningún funcionario suyo se sentaría al lado de “indios bananeros con olor a trópico y hombres de color semibárbaros”, insólitamente no participaron venezolanos en las discusiones, siendo nuestro país parte principal de la disputa.

Ocurrió lo predecible. El escenario definitivo sería Francia, allí se trasladaba el jurado para dar la sentencia final. El 3 de octubre de 1899 el tribunal, por decisión unánime, falló a favor del Reino Unido luego de sesionar durante escasos seis días continuos de los tres meses que disponían según lo contemplaba el Tratado de Washington D.C. El dictamen fue favorable a Reino Unido al conceder el territorio denominado por Venezuela como Guayana Esequiba de 159.500 km², al oeste del río Esequibo, a despecho todavía de los ingleses que ambicionaban las bocas del río Orinoco.

Desde el principio el rechazo de una Venezuela encendida por las querellas civiles fue total. El arbitraje desnaturalizaba el derecho internacional. Al ser una decisión que desconocía una de las partes fundamentales, entonces el “veredicto” quedaba viciado de nulidad. Igualmente, los jueces Brewer (estadounidense) y Martens (ruso) revelaron ante un testigo presencial, el funcionario británico Charles A. Harris, que la decisión había obedecido a “compromisos”.

Varias décadas del siglo XX le costó a Venezuela para hacer valer la verdad histórica. Distintos momentos y lugares sirvieron de escenarios para la denuncia y el justo reclamo. En este largo camino de hacer justicia son emblemáticos dos acontecimiento: el Memorando de Severo Mallet Prevost de 1949 y la denuncia de Venezuela ante la ONU en 1962, respectivamente.

En 1949, medio siglo después, salió a la luz pública el escrito que objetaba la validez del Laudo Arbitral de París de 1899. Con carácter post mortem, Severo Mallet Prevost hizo publicar un documento escrito por su puño y letra cinco años atrás, en el cual desnudaba toda una componenda política. Mallet Prevost dio testimonios valiosísimos con detalles -para el momento inéditos- de personajes, diálogos y situaciones que invalidaban un medida sesgada desde su origen. Este documento valdría a Venezuela como una de las diferentes fuentes para elevar una acusación formal contra el Laudo Arbitral de París de 1899 ante el mundo.

En este marco es que Venezuela denunciaba la decisión del Tribunal Arbitral de París de 1899 ante la ONU, en 1962. En esa contundente imputación Venezuela ponía los puntos sobre las íes -acusaba el exceso de poder por decretar libertad de navegación sobre los ríos Amacuro y Barima; la presentación de mapas adulterados por parte de Gran Bretaña; la ausencia de Motivación en la decisión arbitral; la línea fronteriza impuesta a los jueces por el Gobierno británico; la coerción a los jueces para aceptar la demarcación británica, etc.- demostrando lo amañado del proceso.

Los argumentos a favor de Venezuela fueron tan irrefutables que la ONU declaró que los Gobiernos de Venezuela, Reino Unido y el de su colonia de Guayana Británica -que se independizaría cuatro años después, en mayo de 1966, llamando ulteriormente República Cooperativa de Guyana- debían iniciar prontamente un examen de la documentación de cada una de las partes concernientes al asunto.

Encuentros con delegaciones e intercambios de expertos demostró lo obvio: la nulidad del Laudo Arbitral de París de 1899 y la necesidad de replantear el entuerto. El careo de especialistas trajo como consecuencia el Acuerdo de Ginebra del 17 de febrero de 1966, instrumento aún vigente en el que ambas partes deben hallar un camino práctico para una solución satisfactoria del litigio.

Sin lugar a dudas, el Acuerdo de Ginebra de 1966 es el documento único e inestimable para la negociación del Territorio Esequibo. El Esequibo, desde la formación misma de nuestro territorio con sus asedios coloniales e imperiales, es un territorio histórico y jurídicamente venezolano, verdad que quieren negar y han negado nuestros vecinos de la República Cooperativa de Guyana, hoy subordinada a oscuros intereses transnacionales de centros de poderes mundiales.

Fuente de la Información: https://www.telesurtv.net/opinion/Esequibo-la-verdad-nos-asiste-20230406-0011.html

 

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UNICEF: La decisión de los talibanes de prohibir a las mujeres afganas trabajar con las Naciones Unidas costará la vida de los niños

La decisión de los talibanes de prohibir a las mujeres afganas trabajar con las Naciones Unidas costará la vida de los niños

NUEVA YORK, 5 de abril de 2023 –  “Afganistán es el hogar de una de las peores crisis humanitarias del mundo. Más de 28 millones de personas, incluidos más de 15 millones de niños, necesitan asistencia humanitaria y de protección este año, un aumento asombroso de 4 millones de personas con respecto a 2022. El hambre y las enfermedades acechan. Y la economía está hecha jirones.

“Sin embargo, a pesar de esta situación devastadora, las autoridades de facto han tomado la decisión inconcebible y confusa de prohibir que las mujeres afganas trabajen con las Naciones Unidas en Afganistán, incluido UNICEF. Inmediatamente después del decreto que prohíbe a las mujeres afganas trabajar con ONG, esta decisión es otra afrenta a los derechos fundamentales de las mujeres y socava aún más la entrega de asistencia humanitaria en todo el país.

“Las mujeres afganas son el alma de nuestra respuesta humanitaria. Están altamente capacitados y en una posición única para llegar a los afganos más vulnerables, incluidos niños y mujeres, enfermos y ancianos, así como personas con discapacidades. Tienen acceso a poblaciones a las que sus colegas masculinos no pueden llegar. Son expertos en nutrición, trabajadores sociales y de salud comunitarios, maestros, vacunadores, enfermeras, médicos y mucho más.

“Con una de las operaciones más grandes sobre el terreno, UNICEF tiene como objetivo llegar a 19 millones de afganos con servicios esenciales solo este año. Brindamos tratamiento a niños con desnutrición severa. Nos estamos asegurando de que las familias tengan ropa abrigada y que las comunidades tengan agua segura para beber. Y estamos llevando vacunas que salvan vidas y otros suministros a los centros médicos. 

“Las trabajadoras son vitales para el éxito de nuestro trabajo. Sin ellos, el desastre humanitario que se desarrolla dentro de Afganistán se intensificará y morirán más niños.

“UNICEF se hace eco del Secretario General de la ONU al condenar enérgicamente la decisión de las autoridades de facto de prohibir que las mujeres afganas trabajen con las Naciones Unidas en Afganistán.

“Instamos encarecidamente a las autoridades de facto a que revoquen la decisión y revoquen todas las medidas que restringen los derechos de las mujeres y las niñas al trabajo, la educación y la libertad de movimiento”

Fuente de la Información: https://www.unicef.org/press-releases/talibans-decision-ban-afghan-women-working-united-nations-will-cost-childrens-lives

 

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