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Los descubrimientos son siempre políticos

Por: David Kaiser

Para destacar el 150 aniversario de Nature, David Kaiser rastrea los orígenes del apoyo gubernamental a la ciencia en el primero de una serie de ensayos sobre cómo los últimos 150 años han moldeado el sistema de investigación.

A finales de agosto de 1609, el astrónomo italiano Galileo Galilei escribió entusiasmado a su cuñado relatándole los rápidos acontecimientos de ese verano. Unas semanas antes, Galileo había escuchado rumores de que se había inventado un catalejo en Flandes (ahora parte de Bélgica). Rápidamente construyó una versión mejorada, lo que desencadenó una nueva ola de rumores. Al poco tiempo, el Senado veneciano le llamó para probar su dispositivo. Galileo se jactó ante su familia de los “numerosos caballeros y senadores” que habían “subido las escaleras de los campanarios más altos de Venecia para observar en el mar velas y embarcaciones tan lejanas que… se necesitaron dos horas o más antes de poderlas ver sin mi catalejo”. El Senado votó de inmediato que se le otorgara a Galileo un puesto de por vida en la Universidad de Padua en Italia, con un salario anual de 1.000 florines, cuando 1.000 florines significaban realmente algo [1] .

Galileo no había hecho más que empezar. Girando su nuevo telescopio hacia los cielos, descubrió (entre otras cosas) cuatro lunas orbitando alrededor de Júpiter. Astutamente, las nombró las Estrellas Mediceas en honor a Cosimo II de Medici, el Gran Duque de la Toscana. La táctica funcionó: al año de ese premio por su éxito veneciano, Galileo había conseguido un salario aún mayor (y se había despojado de sus deberes de enseñanza) como filósofo natural oficial de la corte de los Medici en Florencia [2] .

Galileo tenía una habilidad especial a la hora de convencer a los funcionarios del gobierno y mecenas de la corte para que apoyaran sus investigaciones. Si rastreamos sus proezas, mientras pasaba de un benefactor al siguiente, podríamos reconocer los destellos de los científicos emprendedores de hoy. Sin embargo, unos 250 años después de la época de Galileo, ha empezado a afianzarse una relación bastante diferente entre el gobierno y la ciencia.

Justo cuando el astrónomo Norman Lockyer estaba fundando Nature en 1869, se estaban produciendo cambios importantes en el nexo entre el gobierno y la ciencia en muchas partes del mundo.

Construyendo imperio

Durante las décadas intermedias del siglo XIX, el Imperio británico creció hasta incluir aproximadamente una cuarta parte de la Tierra y mantener el dominio sobre casi un cuarto de su población. En ese momento, varios políticos británicos prominentes, incluidos antiguos y futuros primeros ministros, trataron de apoyar la situación de la ciencia y la tecnología. En la década de 1840, Robert Peel, Benjamin Disraeli, William Gladstone y otros donaron fondos de sus propias arcas para ayudar a fundar el Royal College of Chemistry, convencidos de que la investigación centrada en este campo beneficiaría a la nación y sus ambiciones imperiales. En la década de 1860, muchos investigadores trabajaron duro para formalizar tales planes, empezándose a crear la estructura en una serie de laboratorios de las universidades de todo el Reino Unido, basando cada elemento en la promesa de que las mediciones de precisión de las cantidades físicas podrían hacer avanzar la comprensión científica fundamental y estimular el desarrollo industrial.

La electrificación, la telegrafía, la expansión de los ferrocarriles y la producción de acero a gran escala fueron los desarrollos característicos de lo que a menudo se llamó la segunda revolución industrial, que comenzó alrededor de 1870. Cada una exigía unidades y medidas estándar. Surgieron nuevas sinergias cuando los principales investigadores, incluidos James Clerk Maxwell y William Thomson (más tarde Lord Kelvin), como miembros de las comisiones gubernamentales de alto nivel, utilizaron su comprensión del electromagnetismo y la termodinámica con el objetivo de abordar los desafíos de las comunicaciones transatlánticas, los estándares eléctricos, la navegación oceánica y las máquinas de vapor [3] .

De alguna manera, los británicos estaban tratando de ponerse al día. Desde mediados del siglo XIX, las universidades locales en todos los Estados de habla alemana habían estado reclutando talentos académicos en concursos en base al prestigio: instituciones financiadas por el gobierno se dedicaron a incorporar a los Galileos del momento. El modelo se intensificó rápidamente después de la derrota prusiana de Francia y el establecimiento de una Alemania unificada a principios de 1871. Bajo un Ministerio de Educación centralizado, y con ambiciones aún mayores para una rápida industrialización, el gobierno alemán invirtió fuertemente en la investigación académica de las ciencias naturales [4] .

Sin embargo, incluso con todos esos apoyos, industriales prominentes como Werner von Siemens temían que Alemania estuviera perdiendo su supremacía. El cabildeo concertado condujo al establecimiento de una nueva institución financiada por el gobierno en 1887: el Physikalisch-Technische Reichsanstalt en Berlín. Dirigido por el físico Hermann von Helmholtz, su mandato consistía en acelerar el trabajo en la intersección de la ciencia básica, la investigación aplicada y el desarrollo industrial. En pocos años, los esfuerzos pioneros que allí se hicieron para evaluar propuestas competitivas para el alumbrado público a gran escala -que requerían mediciones cuidadosas de la producción de radiación en varios de los dispositivos- arrojaron grabaciones tan precisas del espectro de radiación de los cuerpos negros que las teorías físicas dominantes ya no podían ajustar los datos. Inspirado, el físico Max Planck rompió a regañadientes con la teoría electromagnética de Maxwell y dio sus primeros pasos tentativos hacia la teoría cuántica [5] .

Mientras tanto, una guerra diferente con Prusia provocó cambios significativos en el gobierno y la ciencia en el este, cuando el imperio austrohúngaro se formó en 1867. Muy rápidamente, las autoridades imperiales lanzaron esfuerzos épicos en meteorología y climatología. El objetivo era crear redes institucionales amplias que pudieran fomentar un sentido común nuevo de propósitos a través del batiburrillo de las tradiciones legales, religiosas y lingüísticas locales. Las universidades, los museos y otras instituciones respaldadas por el gobierno comenzaron a recopilar y estandarizar registros meteorológicos con el objetivo de comprender cómo los patrones locales se relacionan con fenómenos a mayor escala. El imperativo de unificar el extenso imperio favoreció la investigación de vanguardia sobre conceptos modernos, como son las interacciones e interdependencias regionales a través de escalas que van desde los microclimas a los continentes [6] .

En esa época, el zar Alejandro II en Rusia estaba inmerso en la búsqueda de un proyecto de modernización propio. A partir de 1861, emitió una serie de proclamas que se conocieron como las Grandes Reformas. La emancipación de los siervos fue seguida rápidamente por la reforma de las universidades estatales, así como por cambios en los gobiernos regionales y el sistema judicial. La inmensa burocracia que se creó significó nuevas oportunidades para los intelectuales ambiciosos, incluido el químico Dmitrii Mendeleev. Después de dos años de estudio en Heidelberg, Alemania, Mendeleev regresó a su San Petersburgo natal en 1861 para enseñar química en la universidad local, publicando su versión ahora famosa de la tabla periódica de los elementos en 1869, el mismo año en que se lanzó Nature.

Los pasos siguientes en la notable carrera de Mendeleev son emblemáticos de los roles ampliados de la ciencia y la tecnología en esa era. En poco tiempo, el Ministerio de Finanzas y la Armada rusa estaban consultándole, y finalmente ocupó el puesto de director de la Oficina de Pesos y Medidas del país, lo que ayudó a introducir el sistema métrico en Rusia. Al igual que Otto von Bismarck y otros constructores de naciones en Alemania, el zar Alejandro II estaba ansioso por impulsar el desarrollo industrial en todo su país. Un aspecto fundamental de esos esfuerzos fue el de invertir considerablemente en la metrología de precisión; el zar supo encontrar naturalistas entusiastas y hábiles como Mendeleev para conseguir tal objetivo [7] .

En la misma década, Japón experimentó también cambios enormes. La Restauración Meiji de 1868 marcó un período de apertura para un país anteriormente aislado. El juramento de la Carta del Emperador proclamó que: “Se buscará el conocimiento en todo el mundo y, con ello, se fortalecerán los logros del gobierno imperial”. El gobierno comenzó a invertir en las manufacturas y otras reformas industriales. Instituyó nuevas escuelas públicas y financió becas para enviar estudiantes al extranjero a estudiar los avances científicos. El gobierno central llevó a Japón científicos de alto nivel de otros países, como Gran Bretaña y Estados Unidos, para desarrollar la capacitación en instalaciones financiadas por el Estado. Sus líderes comenzaron también allí a priorizar las instituciones de investigación patrocinadas por el gobierno como parte del esfuerzo moderno de construcción del Estado [8] .

Irrupción de Estados Unidos

Estados Unidos seguía siendo un obstinado caso aparte. El momento estaba lejos de resultar prometedor para nuevas inversiones. El conflicto más sangriento en la historia de Estados Unidos no terminó hasta 1865, marcado por el asesinato del presidente Abraham Lincoln. (Murieron más soldados estadounidenses durante la guerra civil de 1861-1865 que durante la Primera y Segunda Guerra Mundial y las guerras en Corea, Vietnam, Afganistán e Iraq juntas.) El apoyo a la investigación científica y a las instituciones a nivel federal fue escaso hasta finales del siglo XIX. De hecho, varios políticos importantes se escandalizaron por la carencia comparada de preparación científica y técnica de la nación durante la Primera Guerra Mundial.

Los esfuerzos de los reformadores en Estados Unidos para apuntalar el apoyo a la investigación por parte del gobierno se vieron obstaculizados por la larga tradición estadounidense de que la educación debía permanecer en manos de las autoridades estatales y locales en lugar del gobierno federal. Por todo Estados Unidos y a nivel individual, los colegios y universidades pusieron gradualmente mayor énfasis en la investigación original y en la construcción de infraestructura para los laboratorios. Pero, en el mejor de los casos, el impacto siguió siendo desigual. Ya en 1927, cuando el joven físico Isidor Rabi viajó a Alemania para estudiar la teoría cuántica, descubrió que las bibliotecas universitarias tendían a pedir la revista Physical Review de año en año. Parecía no haber razón para recibir copias con mayor frecuencia teniendo en cuenta su mediocre contenido [9] . La ciencia fue incluso ignorada en gran medida durante la Gran Depresión de la década de 1930, cuando el gobierno federal centralizó tantas otras cosas bajo el New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt.

 Estudiantes estadounidenses protestan en 1969 por los vínculos entre los científicos de la universidad y el ejército (Foto: Joyce Dopkeen/The Boston Globe/Getty)

Solo a principios de la década de 1940, en medio de una movilización de emergencia en tiempos de guerra, el gobierno federal estadounidense asumió el apoyo a la investigación y desarrollo a gran escala. El radar, las armas nucleares, el fusible de proximidad y docenas de otros proyectos militares requirieron miles de millones de dólares y una estrecha coordinación entre los estudios abstractos y el desarrollo práctico.

La efectividad de los planes en tiempos de guerra impresionó a políticos, planificadores militares y administradores universitarios por igual. Cuando llegó la paz, se apresuraron a construir una nueva infraestructura que pudiera mantener las relaciones forjadas por la guerra. Los presupuestos para las ciencias físicas y la ingeniería continuaron aumentando a partir de entonces, provenientes casi en su totalidad del gobierno federal. En 1949, el 96% de todos los fondos en Estados Unidos para la investigación básica en ciencias físicas provenían de agencias federales relacionadas con la defensa. En 1954 -cuatro años después de la creación de la Fundación Nacional civil de Ciencias de EE. UU.-, esa proporción había aumentado al 98% [10] .

A partir de entonces, los políticos estadounidenses encontraron nuevas razones para apoyar la investigación: ayudaba a cumplir los objetivos nacionales para el desarrollo industrial y la defensa militar, y era un elemento clave en las relaciones internacionales. La inversión federal en instituciones científicas en toda la Europa devastada por la guerra, podía evitar, según se pensaba, los flirteos de los científicos con el comunismo en países como Francia, Italia y Grecia. Las reformas importantes del sistema universitario japonés bajo la ocupación estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial también ayudaron a difundir el modelo estadounidense. Gastar en ciencia se convirtió en una inversión en los corazones y en las mentes [11] [12] .

En Estados Unidos, la constante inversión federal ha impulsado un crecimiento sin precedentes en la investigación e infraestructura científicas. Durante los 25 años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, se capacitó a más jóvenes en ciencias naturales que en toda la historia humana anterior. El gobierno estadounidense desarrolló un sistema de laboratorios nacionales y apoyó un amplio espectro de investigación en las universidades, la mayoría de ellas con poca conexión directa con proyectos militares. Los gastos se justificaban a menudo en términos de una “preparación” más amplia: crear un gran grupo de personal capacitado que estuviera disponible para trabajar en determinados proyectos militares en caso de que la guerra fría se volviera caliente [13] .

Mientras tanto, los científicos emprendedores aprovecharon las oportunidades que surgían de los estrechos lazos con patrocinadores militares. Las preocupaciones de la Marina de los EE. UU. sobre la guerra submarina impulsaron una intensa exploración del fondo del océano. Los geocientíficos, aprovechando los nuevos datos e instrumentos, encontraron evidencias convincentes de la tectónica de las placas [14] . Del mismo modo, las consultas a los físicos sobre proyectos clasificados de defensa antimisiles estimularon el desarrollo de nuevas áreas de estudio, como la óptica no lineal [15] .

Diversificación de carteras

Esa “nueva normalidad” se mantuvo aproximadamente a lo largo de un cuarto de siglo. Justo cuando Nature celebró su centésimo aniversario en 1969, los auditores militares estadounidenses publicaron un extenso análisis, denominado Project Hindsight. En él se sostenía que las agencias federales de defensa habían recibido escasos rendimientos de su inversión en ciencia abierta. Ese año, el senador demócrata Michael Mansfield (Montana) -quien pronto se convertiría en el líder de la mayoría del Senado con mayor antigüedad en la historia de Estados Unidos- introdujo una enmienda de último minuto a la Ley Federal de Autorización Militar de 1970. Estipulaba que no podría utilizarse ningún fondo del Departamento de Defensa “para llevar a cabo cualquier proyecto o estudio de investigación” que no tuviera “una relación directa y evidente con una función militar específica”.

En los campus universitarios de todo el país, el debate sobre el papel del gobierno en el apoyo a la investigación científica se hizo aún más bronco. En medio de la escalada de la guerra de Vietnam, científicos y estudiantes lidiaron respecto al peso adecuado que debían tener los gastos de defensa en la educación superior. En la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York, y en la Universidad de Wisconsin-Madison, grupos de radicales atacaron con explosivos los laboratorios de investigación financiados por el ejército. En muchos otros campus, la policía recurrió a gases lacrimógenos y porras para dispersar a los enojados manifestantes [16] .

Durante los años setenta y ochenta, los científicos forjaron asociaciones con industrias privadas, así como con filantropías. Estas relaciones se aceleraron por los fuertes recortes en el gasto federal en defensa y educación en Estados Unidos y en muchas otras partes del mundo. La biotecnología y la nanotecnología surgieron en esos años impulsadas por sistemas de apoyo que eran diferentes del gasto gubernamental que había financiado la investigación en física nuclear después de la Segunda Guerra Mundial [17] .

En estos últimos tiempos, los modelos híbridos de apoyo todavía dependen en gran medida de la financiación del gobierno central; solo tienen que considerar cuán de cerca siguen los científicos el ciclo de asignaciones de cada año en el Congreso de los EE. UU. y en otras instituciones. Pero el apoyo a la investigación rara vez se sustenta hoy en día en el modelo de saturación que parecía tan natural al principio de la era nuclear. Actualmente, menos de 20 países invierten más del 2% de su producto interno bruto en investigación y desarrollo, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y el Banco Mundial. Mientras tanto, en varios de esos países, la naturaleza del apoyo del gobierno ha cambiado, priorizando a menudo proyectos con objetivos a corto plazo y aplicaciones prácticas en lugar de investigaciones a escalas mayores.

Cuando Lockyer estaba enviando el primer número de Nature a la prensa, muchos elementos de la empresa científica moderna se estaban forjando en Gran Bretaña, el continente europeo y partes de Asia. Pero para captar por completo el alcance de las relaciones monetarias en que los científicos se mueven ahora -rastreando los equivalentes actuales del Senado veneciano en busca de fondos, al mismo tiempo que se corteja a los donantes privados en los Institutos Kavli y en los centros de la Fundación Simons que no son menos brillantes que un palacio Medici-, haríamos bien en tener presente a Galileo.

Notas:

[1] Drake, S. Isis 50 , 245–254 (1959).

[2] Biagioli, M. Galileo, Courtier: The Practice of Science in the Culture of Absolutism Ch. 2 (Univ. Chicago Press, 1992).

[3] Morus, I. R. When Physics Became King (Univ. Chicago Press, 2005).

[4] Clark, W. Academic Charisma and the Origins of the Research University (Univ. Chicago Press, 2006).

[5] Cahan, D. An Institute for an Empire: The Physikalisch-Technische Reichsanstalt, 1871–1918 (Cambridge Univ. Press, 1989).

[6] Coen, D. R. Climate in Motion: Science, Empire, and the Problem of Scale (Univ. Chicago Press, 2018).

[7] Gordin, M. D. A Well-Ordered Thing: Dmitrii Mendeleev and the Shadow of the Periodic Table (Basic, 2004).

[8] Kikuchi, Y. Anglo-American Connections in Japanese Chemistry: The Lab as Contact Zone (Palgrave Macmillan, 2013).

[9] Rigden, J. S. Rabi: Scientist and Citizen 4 (Basic, 1987).

[10] Forman, P. Hist. Stud. Phys. Biol. Sci. 18 , 149–229 (1987).

[11] Krige, J. American Hegemony and the Postwar Reconstruction of Science in Europe (MIT Press, 2006).

[12] Kaiser, D. Drawing Theories Apart: The Dispersion of Feynman Diagrams in Postwar Physics Ch. 4 (Univ. Chicago Press, 2005).

[13] Kaiser, D. HistStud. Phys. Biol. Sci. 33, 131–159 (2002).

[14] Oreskes, N. Nature 501, 27–29 (2013).

[15] Wilson, B. HistStud. Nat. Sci. 45, 758–804 (2015).

[16] Moore, K. Disrupting Science: Social Movements, American Scientists, and the Politics of the Military, 1945–1975 (Princeton Univ. Press, 2008).

[17] Mirowski, P. Science-Mart: Privatizing American Science (Harvard Univ. Press, 2011).

 Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=261027

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La creatividad es una facultad mental más

Por: Francisco J. Rubia 

Su pensamiento asociativo activa muchas representaciones mentales a la vez

 

La creatividad es una facultad mental en la que el pensamiento asociativo es capaz de activar un gran número de representaciones mentales al mismo tiempo. Ha sido crucial para el desarrollo de nuestra especie. Por Francisco J. Rubia (*)

Cuando admiramos las obras de un gran pintor, o las piezas musicales de un importante compositor, los poemas de un poeta o un gran descubrimiento científico, lo hacemos porque estamos convencidos de que detrás de cada una de estas obras hay una persona creadora.

En realidad no deberíamos utilizar la palabra ‘creadora’, cuya primera acepción en el diccionario de la lengua es ‘producir algo de la nada’, ya que de la nada difícilmente puede salir algo. Como decía Parménides: típota den proérjete apo típota. En latín Ex nihilo nihil fit, es decir, de la nada, nada sale).

Sólo en las artes utilizamos ese término para designar lo que en el diccionario de la lengua se aplica a la palabra ‘crear’ como segunda acepción, a saber: ‘establecer, fundar, introducir por vez primera algo nuevo’. Curiosamente, en ciencia no solemos hablar de ‘creación’, sino de ‘descubrimiento’, y descubrir es ‘destapar lo que está tapado o cubierto’.

Estamos hablando de un mismo proceso: el proceso creativo y, sin embargo, en un caso decimos que algo surge de la nada, y en el otro que estamos destapando, descubriendo algo que ya estaba ahí: ¿Cuál de las dos interpretaciones es la verdadera?

Combinación creadora

A mi juicio, está claro. Como he dicho antes, de la nada no puede surgir algo que tenga existencia, de forma que para mí el proceso creativo no es otra cosa que una combinación nueva de pensamientos, sonidos, palabras, formas o colores, ya existentes, por supuesto, en nuestro cerebro de forma potencial.

Ahora bien, la combinación nueva de pensamientos es común a muchas personas que, sin embargo, no son creativas. ¿Cuáles serían entonces las características que distinguen a las personas creativas de las que no lo son?

La creatividad es sin duda una de las capacidades más complejas que posee el ser humano y, aunque estemos aún lejos de entender sus bases neurobiológicas, seguro que todos estaríamos de acuerdo si afirmamos que si encontramos no sólo esas bases orgánicas, sino también cómo desarrollarlas, habríamos recorrido un camino extraordinario en la mejora del rendimiento de nuestra especie. No obstante, la creatividad sigue siendo uno de los términos más vagos, ambiguos y confusos en psicología.

En condiciones normales, las personas no son creativas, lo que implica que el acto de creación es algo insólito y poco frecuente. Y cuando una nueva idea o concepto se produce solemos hablar de inspiración.

El escritor húngaro Arthur Koestler, en su libro El acto de la creación, dice que hay dos formas de escapar a nuestras rutinas de pensamiento y conducta: la primera, zambullirse en el ensueño o estados similares, donde los códigos del pensamiento racional quedan suspendidos. Y la otra manera de escapar es en dirección opuesta, o sea la caracterizada por el momento espontáneo de la intuición que conlleva la creatividad.

Sueño y ensueño

He llamado “ensueño” a lo que normalmente llamamos “sueño”. En español no solemos distinguir entre ambos conceptos que no son idénticos. En inglés se diferencia entre “sleep” y “dream”; en francés entre “sommeil” y “rêve”; en alemán entre “Schlaf” y “Traum”. Por eso hago la diferencia entre sueño y ensueño.

Decía que hay dos vías de escape a las rutinas de pensamiento y conducta: la primera significaría una regresión a niveles mentales más antiguos, más primitivos, de creación, mientras que la segunda, que es la que aquí nos interesaría, supone un ascenso a un nivel nuevo, más complejo de evolución mental.

En la obra citada de Koestler, el acto creativo del humorista, por ejemplo, se caracterizaría porque crea una momentánea fusión de dos matrices, dos niveles de pensamiento que habitualmente son incompatibles. De forma similar, podría describirse también el descubrimiento científico o la creación artística.

Uno de los ejemplos que Koestler utiliza para confirmar sus aseveraciones es, en el terreno humorístico, la siguiente anécdota atribuida al académico francés del siglo XVIII Chamfort:

“Un marqués de la corte de Luis XIV, al entrar en el boudoir de su esposa, la encuentra en brazos de un obispo y, sin decir palabra, se dirige a uno de los ventanales del palacio, lo abre y comienza a impartir bendiciones al pueblo en la calle.
La sorprendida y angustiada esposa le grita: “Pero, ¿qué estás haciendo?” A lo que el marqués tranquilamente le responde: “Monseñor está usurpando mis funciones, así que yo realizo las suyas”.

Esta historia se mueve en dos planos o matrices de pensamiento. La una es una historia de adulterio, que es, de pronto, sustituida por una reacción totalmente inesperada del marqués, lo que hace que la tensión se relaje y surja la risa. Es lo que Koestler llama ‘bisociación’. Dos historias, antes incompatibles, aparecen juntas creando hilaridad.

Esta bisociación o conjunción de dos planos de pensamiento incompatibles, opuestos, no es nada nuevo; ocurre constantemente durante el ensueño, en donde no reina la lógica ni el pensamiento dualista característico de la vigilia consciente.

La yuxtaposición de términos normalmente antitéticos, la falta de consciencia de que existe un conflicto o una incongruencia, son características del ensueño. La lógica del ensueño no es una lógica aristotélica, es indiferente a las leyes de la identidad y de la contradicción, su forma de razonar está ligada a la emoción y su simbolismo es pre-verbal y arcaico.

Pensamiento onírico

El psicólogo austríaco, Sigmund Freud, a este tipo de pensamiento onírico le llamó proceso primario para distinguirlo de un proceso secundario que sería el pensamiento lógico-analítico, que es el que solemos utilizar durante la vigilia consciente.

El pensamiento en el proceso primario significa una superación del dualismo que nos recuerda otra experiencia humana parecida, al menos en esta característica: la experiencia mística o espiritual, en la que la persona se une con la divinidad, la naturaleza o los animales, identificándose con ellos, perdiendo la consciencia del yo como algo separado del mundo.

Así que llegamos a considerar que la persona creadora supera también contradicciones, asemejándose tanto al místico como a la persona que tiene ensueños. Pero que sepamos, ni el místico se ha caracterizado por ser una persona creadora, ni la mayoría de los ensueños ha conducido a una intuición creadora.

Digo la mayoría, porque sabemos de algunos ejemplos en los que sí condujeron a algún descubrimiento importante. Como el del químico alemán August Kekulé von Stradonitz, que durante un ensueño diurno vio lo que el psicólogo suizo Carl Gustav Jung llamaba arquetipos, a saber una serpiente que se muerde la cola, el llamado uroboro, descubriendo así la estructura del anillo de benceno.

Creatividad y cerebro

Quisiera referirme a algunos casos interesantes en relación con este tema de la creatividad. El primero se trata de lo encontrado en algunos enfermos que sufren de demencia fronto-temporal porque se encuentran dañados tanto el lóbulo frontal como el lóbulo temporal del cerebro, sobre todo en el hemisferio izquierdo. Estos pacientes pierden inhibiciones en sus comportamientos sociales, pero también muestran poderes creativos que antes no tenían. Al parecer, lesiones en el hemisferio izquierdo son capaces de desinhibir funciones más características del hemisferio derecho.

El otro ejemplo lo tenemos en los llamados músicos sabios, niños que son muy deficientes en sus capacidades lingüísticas, pero que tienen una musicalidad a veces excelente. Estos músicos sabios poseen habilidades con las que cualquier persona puede soñar: un oído absoluto, una percepción finísima, una capacidad enorme de representación acústica, y una memoria musical excepcional. Pues bien, estos músicos sabios suelen tener lesiones en el hemisferio izquierdo, por lo que se supone que se desinhiben funciones del hemisferio derecho.

Lo mismo puede decirse de las facultades extraordinarias de algunos autistas o de los que se han llamado idiots savants o idiotas sabios, que destacan por algunas cualidades extraordinarias. Ha habido sujetos que luego de escuchar por vez primera una sonata de Beethoven pudieron sentarse al piano y tocarla nota por nota con un ritmo perfecto, pero que, sin embargo, no eran capaces de atarse los cordones de sus zapatos.

Se ha planteado la cuestión de dónde vienen estas cualidades excepcionales en estos pacientes. Y la teoría que mejor explica el fenómeno es la que plantea precisamente que existe un deterioro de funciones del hemisferio izquierdo con una compensación, es decir un aumento o desinhibición de las funciones del hemisferio derecho.

Inteligencia y creatividad

Estos que se han llamado también genios idiotas por tener en muchos casos un cociente intelectual muy bajo – entre 50 y 75 y a veces inferior – lo que muestran es que la inteligencia y la creatividad son cosas diferentes. En el otro extremo, entre los superdotados, con un cociente intelectual de 130 o 135 raramente se observa creatividad.

Es conocido también que muchos talentos creadores han sido malos estudiantes. Se suele citar el caso de Albert Einstein, que tardó más de lo corriente en aprender a hablar y que lo suspendieron en el examen de ingreso en el Politécnico de Zürich.

O el caso de Charles Darwin del que decía su desesperado padre: “No te gusta más que la caza, los perros y coger ratas, y vas a ser una desgracia para ti y para toda la familia”.

O también Pablo Picasso, que odiaba la escuela, y tuvo dificultades en aprender a leer y a escribir y más todavía a dominar los números.

Thomas Edison, el inventor de la lámpara incandescente, del telégrafo y del fonógrafo, estudió durante tres meses con una profesora que lo expulsó diciendo que era oligofrénico y que no tenía inteligencia para estudiar.

En resumen: que las mentes creadoras no suelen adaptarse bien a los criterios de inteligencia manejados por los sistemas educativos.

 

Imagen especular del ensueño

Uno de los autores que más han estudiado la creatividad desde el punto de vista psicológico ha sido el psiquiatra norteamericano Albert Rothenberg, que fue profesor en Harvard. Este autor considera que el proceso creativo es la imagen especular del ensueño, imagen que tiene que ser similar al objeto que refleja, pero que tanto biológica como psicológica y socialmente es el reverso del ensueño.

¿Por qué dice esto Rothenberg? Pues porque la persona creativa utiliza conscientemente los mecanismos y procesos característicos del pensamiento onírico para abstraer, conceptuar y concretar, pero así también para revertir los efectos de la censura consciente.

El sujeto creador emplea la lógica característica de la vigilia consciente, los procesos de su pensamiento son similares a lo que hemos visto que Freud llamó ‘proceso secundario’, pero prestando también atención a los factores que son importantes en el pensamiento inconsciente, alterando las secuencias temporales, desplazando y comprimiendo. El sujeto creador utiliza, pues, dos procesos específicos de pensamiento que son similares, pero inversos, de manera simultánea.

Si el pensamiento onírico produce imágenes y secuencias confusas, caóticas e ilógicas, el proceso creativo produce orden e imágenes y metáforas significativas, así como conceptos claros.

Hemos dicho que una característica del proceso creativo es revertir los efectos de la censura inconsciente, de manera que, por ejemplo, en la creación artística, encontramos mucho material inconsciente y que contribuye a su valor intrínseco.

Pensamiento jánico complejo

Pero la contribución que, a mi entender, es más significativa del análisis que Rothenberg hace del proceso creativo, es haber formulado que la persona creadora se guía por un tipo de pensamiento que él llama ‘jánico’, término basado en las cualidades del dios romano Jano, dios cuyas muchas caras miraban en varias direcciones al mismo tiempo y que, por ello, da el nombre al mes de Enero, January en inglés, por mirar hacia el pasado y el futuro simultáneamente.

Según Rothenberg, el pensamiento jánico se caracteriza por concebir activamente dos o más ideas, imágenes o conceptos opuestos simultáneamente. Los conceptos opuestos o antitéticos se conciben como existentes uno junto al otro, o igualmente operativos y verdaderos. Es un pensamiento complejo, diferente del pensamiento dialéctico, de la ambivalencia y de los pensamientos de los niños o de los esquizofrénicos.

Para poner un ejemplo, me voy a referir a un trabajo que Rothenberg publicó en 1971, en donde acuñó por vez primera el término ‘jánico’ para el pensamiento creativo de Albert Einstein.

En este trabajo, Rothenberg cita un ensayo de Einstein publicado en 1919 con el título: La idea fundamental de la relatividad general en su forma original. En este ensayo Einstein se refería a las teorías contradictorias de Faraday y Maxwell-Lorentz. Decía sobre ello lo siguiente: “El pensamiento de que estemos tratando aquí con dos casos fundamentalmente diferentes fue para mí insoportable. La diferencia entre estos dos casos no podía ser una diferencia real, sino más bien, en mi convicción, sólo podía ser una diferencia en la elección del punto de referencia”.

Así nació, pues, la teoría general de la relatividad: Dos posturas contradictorias que él consideró ambas válidas porque dependían de puntos de vista diferentes. Dos pensamientos contradictorios que Einstein supera aceptando ambos, o, con otras palabras, dando un salto no-dualista en su pensamiento.

El pensamiento jánico tiene lugar en plena consciencia, con plena racionalidad y facultades lógicas plenamente operativas. Por tanto, es un tipo especial de operación de pensamiento secundario, racional. Pero que hace uso de mecanismos del pensamiento onírico o primario, aprovechándose de materiales inconscientes. Es lo que el psiquiatra italiano Silvano Arieti llamó proceso terciario, es decir, la combinación de los procesos primario y secundario.

Visionando el futuro

Los griegos algo de esto sabían cuando crearon el mito de Tiresías. Según este mito, Tiresías era un sacerdote de Zeus y siendo aún un hombre joven, se encontró a dos serpientes copulando; golpeó a la hembra en la cabeza con su bastón y al punto se convirtió él mismo en mujer. Transformado en mujer, se hizo sacerdotisa de la diosa Hera, se casó y tuvo varios hijos. Tras siete años de ser mujer se encontró de nuevo a dos serpientes copulando y esta vez golpeó con su bastón la cabeza del macho, convirtiéndose de inmediato de nuevo en hombre.

Como resultado de sus experiencias en ambos sexos, Zeus y Hera le plantearon la pregunta de quién de los dos sentía más placer en el acto sexual, si el hombre o la mujer. Zeus era de la opinión que era la mujer, pero Hera sostenía que era el hombre. Tiresías se colocó del lado de Zeus diciendo que en una escala del uno al diez la mujer gozaba seis veces más que el hombre. Irritada por la respuesta, Hera lo dejó ciego, pero Zeus le concedió el don de la profecía. Es decir, la unión de los contrarios, lo que el psicólogo Carl Gustav Jung llamaba la coniunctio oppositorum, conlleva nuevas facultades como la visión del futuro.

De nuevo, aquí se intuye que la conjunción de dos contrarios, en este caso el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino, es capaz, cuando se poseen ambos, de conferir facultades extraordinarias como son la clarividencia y la profecía.

Otra característica del proceso creativo es lo que Rothenberg ha llamado pensamiento homoespacial, que consiste en concebir activamente dos o más entidades discretas que ocupan el mismo espacio, una concepción que conduce a la articulación de nuevas identidades.

Dependiendo de dónde se manifiesta este proceso creativo, se trataría de la superposición de sensaciones discretas, patrones de sonidos, palabras escritas, imágenes visuales, etc. Se suele dar este fenómeno mucho más corrientemente en las artes.

Salto teórico creativo

Algo parecido a lo referido sobre Einstein ocurrió con el biólogo Charles Darwin. Veamos aquí su propia descripción de las circunstancias en las que tuvo lugar este salto de pensamiento, el salto teórico creativo.

Tras un largo tiempo de búsqueda de la formulación apropiada (unos cuatro años según su propia biografía), Darwin constató lo siguiente:

“Tuve la ocasión de leer por pura diversión a Malthus, su libro sobre poblaciones”, y tras algunas frases dice: “y de pronto se me ocurrió”. En ese momento nació la teoría de la evolución de las especies.

El hecho de que Darwin estuviese leyendo a Malthus cuando descubre su idea de la selección natural se ha interpretado como algo extraño y paradójico, dado que el elemento principal de la tesis de Malthus era que un crecimiento sin trabas de la población humana en un entorno fijo llevaría a la exterminación de la especie gracias a la lucha por la existencia. Sin embargo, vemos a Darwin postular lo contrario, es decir, que esa lucha por la existencia resultaba en el aumento y la perfección de las especies respecto a su entorno.

Probablemente Darwin aceptó y entendió la idea de Malthus de que la lucha por la existencia podía llevar a la destrucción de la especie, pero pensó también lo contrario, que podría conducir a la selección adaptativa. De acuerdo con Rothenberg, estaríamos pues de nuevo ante una manifestación del pensamiento jánico que es capaz de pensar un concepto y el contrario sin problemas.

Superando antinomias

Llama la atención que en ciencia a veces las contradicciones se resuelven superando las antinomias. Yo pongo siempre el ejemplo de Cajal y Gerlach. El primero planteando que las neuronas constituían una unidad anatómica y funcional independiente, lo que se conoce como la doctrina de la neurona; y el profesor de anatomía de la Universidad de Erlangen, Joseph von Gerlach sostenía que las neuronas formaban un retículo y no un sistema compuesto de células discretas como sostenía Cajal.

Cajal tenía razón. Sin embargo, hoy se sabe que las sinapsis eléctricas se establecen entre muchas células que actúan como un sincitio, por lo que se puede concluir que ambos tenían razón. Este tipo de sinapsis se encuentra en numerosas regiones del cerebro adulto, como son el tálamo dorsal, el estriado, el cerebelo, la corteza cerebral o el hipocampo.

Otro ejemplo puede ser el de Darwin y Lamarck. Este último sostenía que los caracteres adquiridos se heredaban. Darwin decía que en el proceso de selección natural las variaciones ventajosas se incrementan por herencia. Darwin tenía razón, y, sin embargo, la epigenética, y el llamado “Efecto Baldwin” ha hecho revivir la idea de Lamarck, aunque modificada, gracias al hecho de que los factores ambientales pueden conducir a cambios en la expresión de determinados genes.

Es lo que ocurre, por ejemplo, con las personas que se han trasladado a una gran altitud para vivir en ella de modo permanente. La selección natural favorecerá las mutaciones genéticas que incrementen la producción de glóbulos rojos, como es el caso de las poblaciones indígenas de Suramérica que viven en los altos Andes.

También en la mecánica cuántica

Curiosamente, en la mecánica cuántica ocurre un fenómeno similar, porque se produce una ruptura en la dualidad entre onda y partícula. Dependiendo de cómo se realiza la medición, un electrón puede aparecer actuando como onda o como partícula, de forma que onda y partícula no son dos cosas diferentes, sino dos modos de observar la misma cosa. Es algo parecido a la diferencia que establecemos entre cerebro y mente. En realidad, todo indica que son dos maneras, una objetiva y la otra subjetiva, de observar un mismo fenómeno.

Todo esto lo que muestra asimismo es que el pensamiento dualista o binario es el resultado de una predisposición genética o categoría de la mente, como diría Kant, que nos hace ver el mundo en términos antitéticos.

En otro orden de cosas se ha afirmado que en los estados místicos ocurre algo parecido, en el sentido de que los opuestos se difuminan, como la división entre el yo y el mundo, la naturaleza o Dios. El éxtasis suele producirse por una hiperactividad del sistema simpático y parasimpático conjuntamente.

Y sin embargo, como dije antes, no se conocen actos creativos en los místicos de las diferentes religiones. Esto se puede deber al hecho de que estos estados místicos representen una regresión al pensamiento mítico, mágico, edénico, como hipoteticé en mi último libro El pensamiento dualista.

Siempre se ha postulado que, como algunas personas creativas han estado gravemente enfermas con enfermedades mentales o psíquicas, el genio y la locura deberían ser estrechos aliados.

 

Rasgos creativos

Sin embargo, recientemente Eduardo Monteverde, médico patólogo, novelista y periodista científico, en su libro Los fantasmas de la mente, rompe ese mito de que hay que ser enfermo mental para poder crear. Y plantea que las personas creativas poseen los siguientes rasgos:

Son gente fuera de lo convencional, lo que significa que no se conforman con los estándares de la sociedad; nadan contra corriente y tienen ideas originales que colocan el mundo al revés.

Son también personas individualistas, que suelen estar ‘fuera de época’, por lo que la mayoría de sus trabajos son reconocidos una vez muertos.

Son personas altamente inteligentes, que suelen tener dificultades interpersonales.

Asimismo, son personas proactivas, que no pueden estar sin hacer nada, que sienten un fuego interior que les lleva a crear belleza o mejorar el mundo.

Y son personas visionarias, con una visión que guía su conducta y que les hace incluso a veces entregar sus vidas por ella.

Por último, son personas intuitivas, que están mucho más en relación con sus sensaciones internas que el resto de las personas.

En cualquier caso, no pensemos que la persona creativa es alguien que no necesita ocuparse del tema en cuestión para recibir la chispa de la inspiración que le lleve a la creación de algo nuevo. Thomas Edison decía que la invención era en un diez por ciento inspiración y en un noventa por ciento perspiración.

De todos modos, el neurólogo inglés John Hughlings Jackson detectó una conexión entre la “epilepsia psíquica”, como llamaba a la epilepsia del lóbulo temporal, y la creatividad. Es el caso, por ejemplo, de Vincent van Gogh que sufría de ese tipo de epilepsia y que decía él mismo que había desarrollado una sensibilidad excesiva para el mundo visual que nunca antes había conocido.

Hemos visto que el pensamiento del proceso secundario de Freud es el pensamiento lógico-analítico, dualista, secuencial y temporal, que caracteriza las funciones del hemisferio izquierdo del cerebro. Con ese pensamiento la humanidad ha alcanzado grandes conquistas. El poeta William Blake, en su obra con un título que reúne conceptos opuestos, como es su libro Matrimonio del Cielo y del Infierno, afirma inequívocamente: “Sin contrarios no hay progresión”.

¿Creatividad innata?

Es muy posible que el pensamiento dualista sea necesario para analizar el mundo que nos rodea. En mi opinión corresponde probablemente, como antes dije, a una categoría que se le escapó al filósofo alemán Immanuel Kant y que es muy posible que sea innata.

Es lo que el psiquiatra norteamericano Eugene D’Aquili llamaba el ‘operador binario’, localizado, según él, en el lóbulo parietal izquierdo y cuya lesión, como mostró el neuropsicólogo ruso Alexander Luria, hace que el paciente no distinga los términos opuestos, como arriba/abajo, delante/detrás, antes/después, etc.

Por lo que hemos dicho, este operador binario tiene que ser inhibido para poder acceder al pensamiento jánico que, según Rothenberg es necesario para, superando las contradicciones, acceder al pensamiento creativo.

¿Cuestión de hemisferios?

Se ha planteado que el hemisferio derecho del cerebro opera con procesos primarios de pensamiento, mientras que el izquierdo lo hace con procesos secundarios. Independientemente de que eso es probablemente una simplificación, algunos autores han planteado que el equilibrio inter-hemisférico es crucial para la creatividad.

En situaciones normales el hemisferio izquierdo suele estar más activo que el derecho. Por tanto, tareas que activen el hemisferio derecho pueden producir ese equilibrio entre los dos hemisferios.

También se sabe que el hemisferio derecho está más implicado en la producción de imágenes mentales, así como en la percepción y producción musicales, lo que hace sospechar que es este hemisferio el que mejor está conectado con o dotado para la creatividad. Por otro lado, sus conexiones con las estructuras del cerebro emocional también son más numerosas que las del otro hemisferio.

Estado mental

Resumiendo podemos decir que la inspiración creativa es un estado mental en el que el pensamiento es de proceso primario y secundario simultáneamente, un pensamiento jánico, asociativo, que es capaz de activar un gran número de representaciones mentales al mismo tiempo. Este estado puede presentarse por dos maneras: por una desinhibición debida a bajos niveles de actividad cortical sobre todo del lóbulo frontal y por una mayor activación del hemisferio derecho en comparación con el izquierdo.

En mi último libro El pensamiento dualista: Ideologías, Creencias, Fanatismo planteé la hipótesis de que el pensamiento dualista o binario es un pensamiento racional primitivo, que divide el mundo en términos antitéticos y que es seguido del pensamiento racional múltiple o complejo.

Una posible interpretación de un pasaje bíblico del Génesis, capítulo 3 podría ser la siguiente: Yahvé había prohibido a Adán y Eva a comer del fruto del árbol del bien y del mal o árbol del conocimiento porque morirían; la serpiente les incita a comer los frutos de ese árbol diciendo que si lo hacen no sólo no morirán, sino que se les abrirán los ojos y conocerían el bien y el mal.

Aquí, en mi opinión, se está relatando el paso del pensamiento mítico, mágico, edénico, o proceso primario de Freud, al pensamiento dualista, racional, o proceso secundario y este paso implicó que Adán y Eva tuviesen que abandonar el paraíso y no pudieran volver al pensamiento original mágico o mítico, dificultad representada en el Génesis por ángeles con espadas flamígeras que impedían la vuelta al Jardín del Edén.

La interpretación ortodoxa de ese pasaje identifica a la serpiente con el demonio, como hace, por ejemplo, el poeta inglés John Milton en su Paraíso perdido, pero una secta gnóstica conocida como los ofitas (“ophis” en griego es serpiente) veía en la serpiente una figura positiva, heroica, mientras que identificaba a Yahvé como una figura negativa, un demiurgo malvado. La serpiente como benefactor de la humanidad es común no sólo a los ofitas, sino que también era la opinión de los alemanes el filósofo Immanuel Kant y el poeta Friedrich Schiller.

A partir del siglo IV, todos los escritos ofitas fueron destruidos por los cristianos ortodoxos, pero conocemos esta secta gracias a sus enemigos, como Ireneo de Lyón, Hipólito de Roma, Epifanio de Salamis y Orígenes; y también gracias a algunos escritos que se han recuperado en descubrimientos arqueológicos recientes, como la amplia colección de códices gnósticos antiguos encontrados por un campesino árabe en una cueva cerca de Nag Hammadi, pueblo situado en la ribera del Nilo en el que tuvo lugar ese hallazgo en diciembre de 1945.

Otro pasaje del capítulo 1 del Génesis es revelador. Al final de la creación Dios dice: “Ahora hagamos al hombre. Será semejante a nosotros”, y un poco más adelante se dice: “Cuando Dios creó al hombre, lo creó semejante a Dios mismo; hombre y mujer los creó”.

Este pasaje ha sido interpretado como revelador de la androginia tanto del Ser Supremo como del hombre. Es en el siguiente capítulo, el capítulo 2, cuando el andrógino es separado por Dios que saca una costilla del hombre para crear la mujer. De nuevo esto puede interpretarse como el paso del pensamiento mítico, mágico, edénico o proceso primario, al pensamiento dualista, racional primitivo o proceso secundario.

Pensamiento primario y secundario juntos

El pensamiento onírico de nuestros ensueños es un proceso primario en el que las contradicciones no son tales; en el pensamiento dualista o binario dominan las antítesis; y, curiosamente, en el pensamiento creativo se dan tanto el pensamiento inconsciente o primario como el pensamiento dualista o secundario.

Es como si el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel tuviese razón con su dialéctica y lo explicara diciendo que el pensamiento onírico, paradisíaco, mítico o mágico fuese la tesis; el pensamiento racional la antítesis y, finalmente, el pensamiento creativo sería la síntesis de ambos.

No deja de ser interesante el hecho de que en la literatura mística encontremos frases en las que los contrarios aparecen unidos, como las que cita el psicólogo estadounidense William James en su libro Las variedades de la experiencia religiosa (Diapositiva 17): allí los términos contrarios son “oscuridad deslumbrante”, “silencio rumoroso”, “desierto fecundo”.

San Juan de la Cruz, por poner otro ejemplo, tiene también expresiones que son auténticos oxímorons como “oscura claridad”, “serena agitación”, “cruel reposo”, “música silenciosa”, etcétera. Y, sin embargo, repito, no conocemos producciones creativas en los místicos.

Esta es la razón por la cual en mi libro El cerebro espiritual he argumentado que la mística supondría una regresión a un estadio anterior al pensamiento racional, es decir, una vuelta al pensamiento mítico o mágico, mientras que la creatividad sería lo contrario: una progresión hacia un pensamiento racional, pero con connotaciones del pensamiento mágico.

Algunos autores han argumentado que en los estados místicos se produce una desconexión de las estructuras límbicas, responsables de  los fenómenos que se observan en esos estados, con la corteza prefrontal, lo que afectaría, entre otras cosas de manera negativa, a la creatividad.

Una facultad mental más

Personalmente considero que la creatividad es una facultad mental más, como la inteligencia, la música, el lenguaje, la moralidad o la espiritualidad. Y como todas las facultades mentales necesita un entorno apropiado para desarrollarse. Las facultades mentales tienen todas un período crítico durante el cual se fomenta especialmente su desarrollo. Todos estos períodos críticos suelen localizarse temporalmente en la niñez. Por eso es muy importante fomentar en ella todas las facultades mentales, sin olvidar la creatividad.

Como la inteligencia y muchas otras palabras que utilizamos a diario, la creatividad pertenece a lo que Patricia Churchland llamó “psicología popular” y son conceptos sobre los que no tenemos una idea clara. Es de suponer que estos conceptos cambiarán a medida que avance el conocimiento de sus bases neurobiológicas. Pero ¿quién duda que la creatividad ha sido crucial para el desarrollo de nuestra especie? Lo que nos obliga a pensar que deberíamos dedicar mucha más atención a su estudio.

Fuente: https://www.tendencias21.net/La-creatividad-es-una-facultad-mental-mas_a45477.html
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Tecnología, economía y sociedad

Por: Alfons Barceló

En su versión primigenia el siguiente escrito fue redactado en catalán a demanda de Antoni Hernández-Fernández, para que sirviera como Presentación de una selección de textos de Mario Bunge relativos al asunto Filosofía y tecnología, textos que estaba acabando de traducir y pensaba publicar pocos meses más tarde.

De hecho, había ido perfilando este proyecto a lo largo del año 2018, con la vista puesta en que coincidiera la publicación de este libro con la pronta celebración del “cumpleaños feliz” dedicado al maestro Bunge, en su primer siglo de existencia terrenal (nació el 21 de septiembre de 1919).

El objetivo principal era sencillamente materializar este homenaje del Centenario con una aportación valiosa y duradera en catalán orientada a examinar uno de los pilares más sólidos del mundo moderno. O sea, una selección de ensayos en sintonía con los tiempos (por la temática) y de cosecha reciente y novedosa (en cuanto a terrenos explorados por nuestro autor en los últimos lustros). Pues bien, el coordinador del homenaje no sólo asumió la puesta a punto y edición de esta antología, sino que logró además el apoyo de entidades señeras de la cultura catalana en pro de este género de iniciativas. A saber, y en concreto, la Universitat Politècnica de Catalunya y el Institut d’Estudis Catalans (sobre todo a través de su filial, la Societat Catalana de Tecnologia). El final de la primera etapa de ese trayecto fue celebrado con la presentación oficial de dicho libro el 3 de octubre de 2019, en Barcelona, en la sede del Institut d’Estudis Catalans.

Un último detalle, intrascendente y tal vez innecesario. La presente versión en castellano de este Prólogo ha sido realizada por mí mismo, en formato de traducción libre, con leves retoques y sin complejos, dadas las metas y circunstancias, durante el mes de septiembre de 2019.

Alfons Barceló

***

El hombre pensante

He aquí una obra que puede marcar un jalón en el modesto y complejo territorio de la cultura catalana. No le faltan merecimientos para cumplir tan ambicioso objetivo. En síntesis, tenemos aquí una recopilación de trabajos originales y luminosos de un autor gigantesco sobre una problemática notable: las gracias y desgracias de la tecnología. Un asunto de primera magnitud tanto para hoy como para nuestro futuro. Por supuesto, no hace falta hacer hincapié en que nuestra vida cotidiana está envuelta y condicionada por objetos y servicios buena parte de los cuales han sido producidos y distribuidos con el auxilio de una abundante tecnología. Tampoco es preciso subrayar que los artefactos que de ella han ido emanando se proyectan por doquier y experimentan una expansión inacabable en casi todos los dominios. El asunto, en suma, merece ser examinado con atención y desde diversos ángulos. Pues bien, de esos menesteres se ha venido ocupando de refilón Mario Bunge desde hace décadas, con mente despejada, mirada de aguilucho e inmenso cúmulo de conocimientos científicos.

Pero, ante todo, una escueta presentación de nuestro autor. Mario Bunge (Buenos Aires, 1919) ha sido uno de los filósofos más creativos y curiosos de nuestra época. Uno de los grandes pensadores contemporáneos, sin rival en lo que se refiere a laboriosidad y amplitud de los campos que ha ido roturando sin hacer mutis por el foro. No sólo por la inmensa temática abordada (más de un centenar de libros que son vivo testimonio de una ambición filosófica un tanto desmesurada, siempre dispuesto a examinar las ramas —viejas o nuevas— del árbol de las ciencias naturales y sociales), sino también por el carácter sistemático y riguroso de esta producción, que no deja herencias intelectuales sin revisar, ni tesis consagradas sin someter a juicio y escrutinio. Y por otra parte me atrevo a pronosticar que el legado intelectual de Bunge tiene futuro: no envejecerá en seguida, sino que continuará estimulando a librepensadores de todas las tendencias durante mucho tiempo. Conviene señalar, no obstante, que don Mario no goza de admiración unánime, sino que también es objeto de antipatía en ciertos medios donde no se ve con buenos ojos su talante crítico contra idealismos, subjetivismos e irracionalismos, ni su beligerancia de intelectual bien informado, moderadamente escéptico y radicalmente cientificista contra aquellos discursos trufados de ocurrencias poco fundadas o de oscuras logomaquias.

Procede advertir, por lo demás, que las aportaciones intelectuales de Bunge no tienen como destinatarios principales a expertos o especialistas en filosofía (sean profesores o simples graduados en esta materia). Sin caer en banalidades ni retóricas, lo cierto es que ha procurado exponer con rigor y claridad sus reflexiones metafísicas y críticas, con la intención de transmitir sus planteamientos filosóficos a las inmensas minorías, al mismo tiempo que sostenía valores éticos y solidarios, con humanismo y racionalidad. Como hecho un pelín anecdótico, pero bien significativo, conviene anotar que no sólo ha despotricado contra el lenguaje críptico y los planteamientos oscuros cuando no insondables, sino que siempre procuró echar un vistazo colateral a los problemas sociales de relieve, tanto materiales como éticos, ya fueran de carácter estratégico o cotidiano. Vale destacar, a ese respecto, que rondando los 90 años se aventuró en un viaje exploratorio por los andurriales de la “filosofía política” (con un libro de 600 páginas, de las que cuarenta estaban dedicadas a referencias bibliográficas), a la vez que tomaba partido y defendía como objetivo (ideal, pero no imposible) una democracia integral, sustentada sobre un régimen económico basado en un mar de cooperativas de producción y distribución de bienes y servicios, al tiempo que sostenía que la diana de dicho régimen debía centrarse en la satisfacción de las necesidades y deseos legítimos de las personas y de sus agentes o representantes.

El periplo ha sido largo. Tras doctorarse en Ciencias Fisicomatemáticas por la Universidad Nacional de La Plata, fue durante un tiempo profesor tanto de Física Teórica como de Filosofía. Luego, tras diversos avatares, y hasta su jubilación, fue catedrático de Lógica y Metafísica en la Universidad McGill en Montreal. O sea que, tras doctorarse en física (cuántica), orientó sus estudios hacia la exploración de la investigación científica en todas sus vertientes. Asumió y sostuvo, como grandes pilares y quintaesencia del método científico, la racionalidad, la objetividad y la sistematicidad. En general y en cualquier caso, defendió combinar la visión ideal que combinaba análisis con síntesis, todo adobado con buenas dosis de escepticismo moderado, dado que —como ha recordado a menudo— todo es falible y perfectible. Y, por añadidura, siempre estuvo dispuesto a subrayar que jamás se llega a un estadio genuinamente terminal, puesto que el conocimiento no tiene límites.

En resolución, merced al combinado de una inagotable curiosidad y una vida centenaria, Bunge se ha ocupado de estudiar los variados trayectos y los frutos de un gran abanico de exploraciones científicas de todo tipo, atendiendo no sólo a los resultados más o menos asentados, sino también a los procesos de la formación y consolidación de las diversas disciplinas, con sus logros y sus fracasos. Y, sobre todo ha subrayado el papel de diversos referentes, como el juego entre preguntas y problemas, la emergencia de hipótesis, la valoración de observaciones, el diseño de pruebas y experimentos, la exploración de los confines y campos vecinos, la busqueda de pruebas e indicios colaterales, todo ello y más formando la sustancia esencial de un método científico, sometido de continuo a revisión crítica y acompañado de una caja de herramientas auxiliares en expansión y revisión permanente. Esas exploraciones le han servido para hacer balance de las estrategias de la investigación científica y de la modificación (paulatina o veloz, según las etapas históricas) de las cosmovisiones dominantes. Llegó así a una síntesis exigente y a la vez abierta, en la que se aceptaban todas las pruebas e indicios razonables, así como la pluralidad de métodos y enfoques, aunque exigiendo respeto por aquellos irrenunciables principios constitutivos señalados más arriba, así como atención a las interacciones entre los diversos planos, enfoques e ideales (o de los grandes conglomerados reales o mentales: ciencias, técnicas, colectividades humanas, tradiciones culturales, sistema de valores).

A modo de resumen, he aquí los seis pilares que reconocía como basamento estructural de su largo periplo: *materialismo emergentista; *realismo científico; *rigor, exactitud, precisión; *sistemismo; *dinamicismo, historicismo; *humanismo. (Bunge, 2009, 33). Y un año más tarde (en Matter and Mind, pXI) sintetizaba así su opinión general sobre las principales áreas del gran territorio de la filosofía: “Creo que una filosofía sin ontología es una filosofia invertebrada; sin semántica es una filosofía confusa; sin gnoseología es acéfala; sin ética es sorda, paralítica sin filosofía social y obsoleta si no goza del respaldo de la ciencia; y no es filosofia en absoluto si carece de todo lo anterior” (Bunge, Materia y mente, p. 16).

En suma, y añadiendo unas pinceladas coloristas, podemos afirmar que Mario Bunge es un pensador original y un filósofo eminente de primera categoría; un intelectual revisionista modélico, si bien poco diplomático; un hombre sabio y humanista, aficionado a añadir algún toque de humor cuando se tercia; un ciudadano cosmopolita cooperador y solidario, a la vez que defensor de todas las causas que considera justas y cívicamente merecedoras de apoyo.

Un mundo en ebullición

La humanidad vive, hoy por hoy, en el planeta Tierra, y sobrevive, en última instancia, merced a la energía solar y al aprovechamiento de gran cantidad de recursos naturales sobre los que practica un dominio colosal. Pero en tiempos lejanos las cosas no habían funcionado así. Durante muchos siglos la gran mayoría de recursos se iban reponiendo de foma espontánea, y casi todos los residuos se reincorporaban al medio ambiente sin alterar de forma significativa los ciclos naturales. Sin embargo, primero con el dominio del fuego, después con las secuelas de la revolución neolítica, más tarde —en simbiosis con la revolución industrial— merced al uso desbocado de minerales energéticos, y finalmente con la generación creciente de desechos y residuos de todas clases, aquel panorama beatífico quedó sustancialmente modificado. En síntesis, la comunidad humana terrenal es hoy una pieza esencial de un único supersistema global que está alterando el ambiente secular del planeta, sin que asomen en el horizonte proyectos creíbles de corrección del rumbo, a pesar de las amenazas que tales cambios inducen sobre el buen andar de los ecosistemas globales y locales de la biosfera terrestre.

Verdad es que, a escala cósmica, el modo en que la humanidad se ha adueñado del planeta Tierra durante los últimos siglos (un lapso insignificante de acuerdo con las escalas temporales estándar de la geología) constituye una singularidad curiosa y seguramente con poco futuro (sobre todo en comparación con el exitazo de los 300 millones de años que duró la era de los trilobites). En cualquier caso lo cierto es que desde hace unas cuantas generaciones las diversas comunidades humanas —combinando variadísimas modalidades de cooperación y conflicto, y la subsiguiente emergencia de determinadas propiedades sistémicas bien complejas— han ido transformando y colonizando en beneficio particular (y por lo común de manera muy poco igualitaria) las áreas y regiones que iban ocupando, y sometiéndolas a los intereses de los mandamases o de las clases hegemónicas de cada formación social. Pues bien, cada vez resulta más obvio que no se puede continuar por esa ruta, y que pronto será ineludible tomar medidas a escala mundial. Esto es, las nuevas circunstancias ambientales harán patentes los límites de las fronteras políticas hoy dominantes, y se impondrá la necesidad de remozar a fondo la arquitectura política de la actual “economía mundo” (estructura que resulta hoy periclitada y claramente inviable), es decir, un supersistema federal con unas fronteras y soberanías reconocidas por la legalidad internacional, pero sometidas de hecho a importantes límites y servidumbres, “por el bien del imperio” (o de alguna de las unidades imperiales supervivientes, estén en fase de auge o de declive).

Bunge ha explicado muy bien (y repetido a menudo) que los sistemas sociales son cosas concretas y no entes de razón ni tipos ideales de carácter platónico. Por descontado, siempre conviene tener presente la máxima que afirma “La palabra ‘perro’ no muerde y el concepto de “perro” ni muerde ni come ni ladra”. En resumidas cuentas, una sociedad no es un mero conglomerado de individuos, como se ha sostenido desde un enfoque de individualismo metodológico doctrinario, sino una retícula de personas y artefactos, con nódulos, conexiones varias y un envoltorio natural. Es decir, un sistema estructurado que se reproduce con estabilidad y mutaciones y cambios y algún eventual colapso. Y resulta patente que esos sistemas no son ni entidades simples ni inmutables: a lo largo de sus trayectorias temporales van emanando de ellos propiedades emergentes, al tiempo que se suelen poder distinguir diferentes planos (o facetas o niveles), con algún grado de autonomía. No es ahora el momento de adentrarse en estos asuntos, pero nunca hay que olvidar que las estrellas pueden ser enormes, pero no pueden pensar ni amar. Sea como fuere, y en este sentido, parece oportuno hacer hincapié en que es aconsejable evitar los disparates ontológicos. Con ejemplos: la clase obrera no piensa, porque no tiene cerebro; el capitalismo no es malvado, porque no es un sujeto moral, los mercados no aprenden ni enseñan porque no tienen memoria ni inteligencia; la naturaleza no es sabia ni aborrece el vacío; ni la Tierra ni ningún planeta gozan de buena salud ni pueden estar enfermos. Por supuesto no siempre son torpes o estúpidas las metáforas de esta calaña. Cierto: a veces pueden ayudar a percibir problemas o sensibilizar sobre asuntos serios. Pero no son compañeros de viaje recomendables, con los que uno puede arrejuntarse sin adoptar ciertas cautelas.

En cualquier caso, y en sintonía con las reflexiones de Bunge, me parece una buena hipótesis de trabajo postular que todo sistema social se puede analizar considerando de entrada que está formado por cuatro subsistemas: biológico, económico, político y cultural. A eso hay que añadir, obviamente, que todo sistema tiene un entorno que lo envuelve y del cual obtiene recursos y sobre el cual excreta sus residuos y desechos. Cierto que hoy parece que se ha alcanzado un consenso prácticamente unánime respecto a que estamos a las puertas de una fase crítica de este colosal proceso de modificación del ambiente y los paisajes. Y al mismo tiempo conviene recordar que jamás la población humana había tenido a su alcance tanta cantidad de recursos y artefactos, a punto para planear un mejor entorno para las generaciones venideras. Pues bien, detrás de todo eso se halla agazapado un aspecto esencial, a saber, ¿cómo se rige la distribución de la renta nacional o producto social neto? El meollo de la cuestión estriba en conocer y comprender qué parte reciben los trabajadores (asalariados o no) del producto neto que van generando con sus manos y su cerebro (vía salarios, honorarios, donaciones, jubilaciones, prestaciones sociales, servicios educativos y sanitarios, bienes públicos, …) y quién se apropia del resto (y por qué vías). En definitiva, un asunto clave estriba en averiguar cómo se materializa y entre quiénes se reparte el excedente económico y social, año tras año.

Sociedades y tecnologías

En definitiva, si se quiere entender cómo funcionan las comunidades humanas, o sea, cuál es su estructura y cómo se orienta su trayectoria, hará falta estudiar las propiedades de sus componentes esenciales, esto es los determinantes físicos, biológicos y sociales que rigen las modalidades de interacción de los seres humanos entre sí, junto con la coevolución con el ambiente que les rodea. Sin duda, todo va cambiando y envejeciendo de manera que será obligado promover mecanismos que vayan remozando y reajustando las diversas piezas del sistema, salvo para aquellas que merecen ser rechazadas sin remilgos. Desde luego, resulta obvio que desde hace unas pocas generaciones las sociedades humanas más desarrolladas han ido modificando los entornos (propios y ajenos) en beneficio particular (sobre todo, en favor de los grupos o estratos sociales dominantes, conviene no olvidarlo).

Pues bien, opino que una buena manera de bosquejar el perfil básico de cualquier sistema económico consiste en imaginarlo como un cúmulo de procesos reproductivos interconectados que generan un excedente período tras período, evidentemente con diferentes grados de estabilidad y de cambios para cada proceso singular. Para acercarnos algo más al plano de la realidad observable: podemos distinguir varios bloques de elementos a considerar, a saber, un substrato de espacios y recursos naturales juntamente con un enorme abanico de artefactos (edificios, maquinaria, fuentes energéticas) que coadyuvan a la manipulación, transporte y transformación de objetos de trabajo, todo ello sometido a la actividad de colectivos de trabajadores que operan con estos artefactos y con los objetos de trabajo a fin de conseguir objetos útiles, bien sean como productos finales o bienes intermediarios de todas clases. Así pues, de forma sintética, todo ciclo económico estándar combina recursos naturales, medios de producción y fuerza de trabajo.

Desde luego es evidente que la revolución industrial y sus secuelas no han asegurado el pan y la paz para todos, pero también resulta patente que se han producido sensacionales mejoras en el confort y en el nivel de vida material de amplios sectores de las poblaciones humanas (e incluso para buen número de sus animalitos de compañía). Asimismo cabe reconocer que las cosas tampoco han ido del todo mal en lo que se refiere a las coexistencia de las aspiraciones democráticas y autonómicas de las personas civilizadas. Bien es verdad que para condensar en un balance global todas las partidas habría que considerar también un gran número de situaciones obscenas (como la marginación y sojuzgamiento de las mujeres, indigencia de millones de personas, vulneración de derechos humanos esenciales) hasta aspectos colaterales extremadamente perversos, como el imperialismo, las guerras y el terrorismo de estado, la explotación, la opresión, el desperdicio de recursos materiales y de fuerza de trabjo, la degeneración de muchos sistemas judiciales, el auge del parasitismo y el engaño (desde la hipocresía y la falsedad en la política, hasta los fraudes económicos descomunales o la publicidad engañosa), así como la erosión de buenos valores ancestrales como la confianza, la lealtad y la solidaridad.

Un futuro extraño y confuso

Con todo y con eso no cabe duda que nuestra especie jamás había gozado de tal abundancia de recursos y artefactos con vistas a programar un medio mejor para las nuevas generaciones. Pero la tarea no se presenta nada fácil. Por diversos motivos. En primer lugar, por la falta de consenso político en los principales niveles de intervención: tanto en el plano estatal (debido a las rivalidades y conflictos interclasistas), como en el plano del concierto de las naciones. Y aquí, tanto si el campo de confrontación y de eventuales acuerdos fuese la ONU (que es más bien una confederación de Estados con pesos políticos indefendibles en términos racionales), como si se plantea sobre la base de bloques regionales de carácter específico y singular (por ejemplo: geopolítico, económico, militar, ideológico). El corolario es que tenemos un “concierto” con demasiada improvisación, poco debate riguroso y muchos intereses más bien repelentes (de cariz burocrático, o muy miopes, o sesgados en favor de los Estados imperiales, de las clases privilegiadas o de de los grandes grupos de presión económicos, culturales o militares).

En fin de cuenta, pues, muchas naciones desafinan, mientras que otras ejercen un protagonismo en consonancia con la ley del más fuerte, o amparados en reglamentos hechos a su medida y todavía vigentes, a pesar de estar caducados en términos racionales. Por otro lado hay que hacer hincapié en que las fórmulas para enfrentarse a los retos sistémicos graves pueden ser de muy difícil diseño y articulación, a la vez que pueden resultar aparcadas a medio camino, o quedar muy lejos de las soluciones óptimas (las cuales a menudo son difíciles de detectar o quizás sólo resultan bien visibles a posteriori). Pero no es mala cosa proponer una lista indicativa de algunos retos sistémicos enormes, como el cambio climático, la contaminación, la pobreza, las migraciones, la salud básica, los conflictos armados, la escolarización elemental para todos, las redes de protección contras grandes desastres (naturales o no), la protección de los derechos humanos consagrados o la justicia universal contra la macrocorrupción y los crímenes de lesa humanidad.

En definitiva, sin embargo, no parece muy complicado ponerse de acuerdo, al menos en términos especulativos, sobre determinados objetivos estratégicos fundamentales, como los indicados sintéticamente como “paz y bien”, “felicidad”, “bienestar y buena vida”, “prosperidad sostenible” o ideas similares. El maestro Bunge desarrolló todo un tratado de ética en el que adoptaba como núcleo fundamental o pilar básico el principio “Goza de la vida y ayuda a vivir a los demás”. En un plano más tradicional y clásico se puede subrayar que si bien conservan su validez y atractivo los grandes lemas de la revolución francesa (Libertad, Igualdad, Fraternidad), convendría añadir al menos algunas referencias más “modernas” como la eficiencia y la sostenibilidad ambiental.

Economía y tecnología

De todos modos conviene desconfiar un tanto de las recetas demasiado ambiciosas. A mí me place sobremanera la máxima “Más ciencia y más democracia”, como principio estratégico de validez presuntamente universal. Pero reconozco que es muy dudosa su capacidad movilizadora, dado que en mi opinión tiene escaso gancho como consigna adecuada para enardecer a multitudes.

Sin pretender acertar, me atrevería a sugerir descender a un terreno más a ras de suelo. Quizá bajando de las alturas podríamos ir a parar a dos campos de cultivo esenciales y no tan etéreos: por ejemplo, economía y/o tecnologia. Desde luego, al hablar de “economía” me refiero a una disciplina ideal con buena fundamentación conceptual y empírica, capaz de exhibir algunos resultados positivos (como tendencias y leyes verificadas), a la vez que atenta a los problemas ecológicos y antropológicos de las personas en sociedad, a los aspectos institucionales y a los sistemas de valores de cada una de las diversas comunidades que han existido a lo largo de la historia.

Conviene puntualizar, no obstante, que este proyecto de una economía inclusiva (o de una economía política actualizada) no sólo está hoy por hoy en mantillas, sino que en realidad está lejos de lo que todavía se enseña en los primeros cursos de la gran mayoría de facultades de economía. En efecto la enseñanza estándar de los “principios de economía” constituye una mezcolanza pasteurizada de ciencia, tecnologia e ideología individualista y librecambista. Más grave aún es que casi no interactúa con las disciplinas vecinas (psicología, antropología, sociología, historia económica y social, tecnología, ecología, politología), a la vez que maneja categorías deficientes o poco exploradas o tratadas escolásticamente (por ejemplo, valor económico, utilidad, mercado, inversión, capital, beneficios, producción, cambio técnico, crecimiento, consumo, expectativas, probabilidades, son conceptos que se caracterizan, en general, de forma difusa, cuando no se definen o manejan falaciosamente). Aprovecho la ocasión para denunciar asimismo la pseudoexactitud de la mayoría de las variables económicas que se presentan en sociedad. A menudo se da por sobreentendido que se trata de “mediciones” refinadas y hasta se emperifollan con cifras de 3 y más digitos aparentemente significativos, cuando en realidad se trata de datos recogidos y cocinados a partir de observaciones poco fiables y sobre la base de medidas e indicadores más bien imaginativos, cuando no ilusorios.

Algún lector ingenuo puede sospechar que exagero. Seguramente hay una pizca de retórica en este escueto memorial de críticas: cierto que no para todas las quejas citadas se pueden aducir indicios y pruebas resolutivas. Pero al menos insistiré en dos casos bien claros y contundentes, aceptados por representantes de todas las escuelas o corrientes de opinión académicamente respetables. Así, por ejemplo, aunque está demostrado que el concepto de “capital agregado” (como magnitud objetiva de carácter técnico) es inválido, continúa infestando los manuales de teoría económica y los trabajos de econometria. De manera parecida, muchos profesionales y políticos se refieren al PIB o a la renta nacional de un país, como si se tratara de conceptos bien perfilados y dando a entender que la cuantificación de estas magnitudes se lleva a cabo por medio de mediciones rigurosas y fiables. Pues bien, habida cuenta de que no se computa de manera seria la destrucción del “patrimonio natural” (en especial, la extraccción de carbón, petróleo, uranio, conjuntamente con la irreversibilidad de muchos de los procesos en los que intervienen estas materias primas), resulta que las cifras referentes al crecimiento económico del siglo XX de cualquier país están considerablemente hinchadas (y sin posible remedio, puesto que parece que no existe ni existirá ninguna forma impecable de calcular el valor de los recursos energéticos destruidos irreversiblemente, mediante su uso y abuso en sectores como los transportes colosales de todo género de mercancías, los desplazamientos masivos de turistas por todos los confines del planeta o los consumos desbocados de las industrias petroquímicas y eléctricas).

No es ahora el momento de explorar esta situación ni de insistir sobre estas cuestiones. Solamente, para uso privado de los tecnólogos más inocentes, recomendaré que no se fíen de las estadísticas sobre “crecimiento” o “productividad”, sobre todo cuando no se expresan de forma desagregada y en términos físicos claramente controlables. Nótese que en algunos casos sumar peras y manzanas tiene sentido (por ejemplo, cuando se planea el menú semanal de una familia numerosa o para el gerente de una cantina de fábrica, sobre todo si el precio de los dos productos es similar), pero no he sido capaz de imaginar ninguna situación en la que sea legítimo sumar melones y cerezas, por muy caras que sean las cerezas en un momento dado (¡Ojo! Para una empresa de transporte puede ser perfectamente razonable sumar quilos de melones y quilos de cerezas, cuando se trata de hacer una factura referida al transporte por vía aérea de ambos productos).

Echemos ahora un vistazo al segundo tema, la tecnología. Digamos ante todo que para muchos el término “tecnología” sirve de comodín detrás del que se cobijan un conglomerado variopinto de adelantos científicos, técnicos y organizativos, sobre todo si uno quiere sortear ciertas dificultades y complejidades analíticas. Hasta cierto punto se trata de una simplificación válida, pero tiene costes ocultos: distorsiona y escamotea ciertos rasgos que pueden ser importantes, a veces esenciales. Así que vamos a apuntar brevemente algunas observaciones.

Empecemos por unas consideraciones básicas. En primer lugar tenemos la naturaleza como fuente primigenia de todos los recursos y sumidero de todos los residuos. Sobre esta naturaleza se proyectan las técnicas artesanales y/o las tecnologías científicas de cada época (materializados en utensilios de todas clases y en la transmisión de habilidades y conocimientos, ya sea por aprendizaje familiar, instrucción formal o estudio de los manuales de uso). Ciertamente, detras de las tecnologías actuales hay una enorme acumulación (y acoplamiento) de resultados obtenidos por variadas ciencias y técnicas a lo largo de trayectorias dilatadas. No hace falta resaltar que la expansión de esos conocimientos prácticos ha sido enorme y en general acumulativo; por otra parte, no parece aventurado afirmar que en el horizonte inmediato de sucesos plausibles no se adivinan señales de inevitable agotamiento, aunque puedan darse (temporal o localmente) desviaciones, frenazos o incluso retrocesos. Pero los frutos del árbol de la ciencia son demasiado apetecibles para que sean menospreciados por pueblos hartos de pasar hambre o de padecer frustraciones por mor de necesidades insatisfechas (o de apetencias imperiosas).

Pero hay que estar al tanto. Son enormes en estos dominios la variedad y la complejidad de objetos implicados. Por ejemplo, humildes inventos como la fregona con su palo y su cubo adaptado, o la maleta con ruedas, son sensacionales tanto desde el punto de vista del bienestar humano (una notable mejora del confort de muchísima gente) como de los rendimientos económicos de ambas innovaciones, a pesar de que sea ridículo su contenido científico o tecnológico. También es cierto que frente a la vieja contraposición tópica entre “teoría “ y “práctica”, la balanza se decanta hoy en día claramente por la teoría. Ahora bien, es indiscutible que, cada vez más, detrás de las tecnologías hay mucho conocimiento científico. Con todo y con eso, más que dar prioridad absoluta a uno de los dos polos o contraponerlos, lo que conviene es promover la cooperación, la interacción y hasta el control mutuo en todas las vertientes en las que parezca conveniente u oportuno.

En síntesis, el campo científico està colonizado por una red de disciplinas en expansión (con diferentes grados de robustez analítica y de proyección práctica), en general bien consolidadas e interconectadas. Cuando se acoplan y armonizan adquieren, en su conjunto, una sensacional potencia capaz de abordar y resolver muchísimos problemas (y tambien con una capacidad destructiva que da pavor). Sin embargo, nunca hay que olvidar que hay límites y, por consiguiente, que no todo es posible. Por ejemplo, no pueden alcanzarse (a medio plazo) tasas de crecimiento o de beneficio que superen las tasas de reproducción neta de los seres vivos sobre los que se sustenta directa o indirectamente la vida humana. Tampoco pueden dejarse fuera del escenario los límites ocasionados por la destrucción desenfrenada de los bienes no reproducibles (sobre todo los energéticos), ni por la acumulación desbocada de residuos y desperdicios.

En resumen, y en fin de cuenta, para entender nuestra realidad y actuar con eficacia con vistas a lograr un mundo más justo, solidario y perdurable, es preciso mejorar y expandir una ingeniería social, técnica y económica que tenga muy en cuenta esas características, así como los límites ecológicos básicos y las propiedades esenciales de la naturaleza humana.

Y, antes de concluir, quisiera indicar —sólo indicar— un aspecto asociado a todo lo que acabamos de exponer. En concreto deseo curarme en salud subrayando la importancia de las cosmovisiones y los sistemas de valores que cada sociedad sostiene y va revisando a su aire. Y la verdad es que ignoramos muchísimos aspectos de los procesos de constitución, consolidación y derrumbe (o enaltecimiento, cuando alguna llega a disfrazarse de concepto científico acotado y bien consolidado, o convertida en dogma sostenido por un poder político autocrático) de las creencias e ideologías en boga. Si se me permite la confidencia, anotaré que para mí es un misterio la vitalidad de ciertas supersticiones y de muchos dislates intelecuales (desde humildes crencias erróneas sobre aspectos de la vida cotidiana hasta los sistemas filosóficos disparatados, pasando por las imposturas intelectuales de académicos oportunistas [Cf. Shermer, 2008; Sokal i Bricmont, 1997]).

A modo de colofón irreverente

No querría concluir sin poner en solfa algunas tesis que podrían poner en peligro aquellas buenas intenciones que se proponen a la brava, pero que no suelen ir acompañadas de una buena cosecha de emoticones de carácter materialista vulgar. La excusa es muy simple: una excesiva carga de ingenuidad bonachona puede desembocar en la inoperancia y el ridículo. Me limitaré a recoger un par de anécdotas de cosecha propia, pescadas en entornos cercanos y en tiempos recientes. El primer ejemplo se refiere a un libro de texto que se supone que ha pasado la tira de controles previos, por parte de agentes literarios serios y responsables, dotados de sentido común y de capacidades pedagógicas y didácticas. Pues bien, he aquí el hallazgo, detectado a principios del año 2017, en el manual escolar de Llengua (editorial Teide, 2014) destinado a alumnos de 5 curso de Primaria. El tema 15 de este libro (el último tema, tal vez para celebrar la apoteosis de la asignatura y remachar el clavo de su importancia social y cultural) está íntegramente dedicado al Horóscopo, al conocimiento de estos símbolos y a exponer consideraciones sobre los límites de las predicciones que en ellos se pretenden cimentar. Sin duda se trata de un asunto tan apasionante como conocer la lista de los reyes godos, escudriñar la política matrimonial de los Reyes Católicos o memorizar el nombre de las comarcas de Cataluña.

Pero conviene ser ecuánimes y mostrar que estos pozos negros se pueden encontrar en muchos sitios: no son exclusivos de una determinada etapa escolar o nivel educativo. Unos años antes (principios de 2012) ya me había asombrado e indignado (y protestado por escrito) a causa del aval y apoyo que la Universidad de Barcelona daba por las buenas al Chi Kung y a la Medicina tradicional china, en una comunicación oficial de su Comissionat per a la Societat i l’Envelliment. Me pareció escandaloso y vergonzoso que mi Universidad cayera en la tentación de ser neutral ante las pseudociencias y las pseudotécnicas. Estimulado por el dislate, se me ocurrió sugerir que quizá se podría analizar en términos de coste / beneficio si era apropiado organizar algún máster de “Prácticas de exorcismo” o algún taller sobre “Teoría y práctica de la lluvia artificial” (cotejando, por ejemplo, la eficacia de las rogativas al santo patrón de la comarca frente a la práctica de las danzas rituales precolombinas). Algún optimista podría puntualizar que recientemente las universidades y el gobierno han empezado a tomar medidas para corregir perversiones de esta índole. Esperemos que continúen avanzando por el buen camino y que todos podamos verlo, vivirlo y celebrarlo.

De momento, sin embargo, vale más ser un tanto desconfiados. Al fin y al cabo, conviene no olvidar que el diario de mayor circulación en Cataluña adoctrina día tras día a los románticos un pelín ingenuos con una atractiva columna de refinados vaticinios astrológicos. Y con cierta frecuencia ofrece para lectores más instruidos, o algo más exigentes, artículos de opinión o entrevistas en las que se explanan tesis y ocurrencias con aroma New Age y/o en buena sintonía con las modas postmodernas. A veces los asuntos a los que aludimos pueden ser más bien concretos y singulares, como las “medicinas alternativas”, o más bien de carácter generalista y global, como serían las “cosmovisiones” (ya se hallen en proceso de construcción, como la “cienciologia”, o bien en proceso de refundación a base de materiales de derribo procedentes de arcanas doctrinas orientales prestas a ser recicladas a bajo costo). En todo caso, como indicio probatorio y botón de muestra, sugiero la lectura del artículo “Homeopatía acosada” (La Vanguardia, 30.11.2018, pág. 25, sección Opinión), en el que la socióloga y escritora Eulàlia Solé se lamenta de que los poderes públicos estén montando un “implacable combate contra este tipo de medicina”, siendo el caso que —según recoge y suscribe la autora— “una cuarta parte de los españoles confían en la homeopatía, y la utilizan porque han constatado su eficacia”.

Verdad es, por lo demás, que no desentonan estas posiciones “vanguardistas” de las de otros notables diarios celtibéricos, como El País. Así, por ejemplo, en el suplemento “Ideas” correspondiente al domingo 16 de diciembre de 2018, en un artículo titulado “El aislado títere de Puigdemont” (Sección: “Séptimo día”; Apartado: “La cara de la noticia”), se pueden leer esas inspiradas reflexiones sobre datos arcanos y de relevante trascendencia tanto para proceder al examen de ingenios como para el avance de la psicología científica:

Impresionan las coincidencias entre Torra y Puigdemont, hasta el extremo de que nacieron el mismo año (1962) y casi el mismo día. Torra el 28 de diciembre, y Puigdemont, el 29. Ambos son Capricornio. Y responden al estereotipo zodiacal: determinantes, pacientes, leales, pero también autocráticos, suspicaces y vanidosos” (pág. 12).

Barcelona, diciembre de 2018

Referencias bibliográficas

Bunge, Mario (2009): Filosofía política. Solidaridad, cooperación y Democracia Integral. Barcelona, Gedisa.

Bunge, Mario (2010): Matter and Mind. A Philosophical Inquiry. Springer (Boston Studies in the Philosophy of Science, vol 287).

Bunge, Mario (2010): Las pseudociencias ¡vaya timo! Pamplona, Laetoli.

Sauvy, Alfred (1986): La máquina y el paro. Empleo y progreso técnico. Madrid, Espasa Calpe.

Shermer, Michael (2008): Por qué creemos en cosas raras. Pseudociencia, superstición y otras confusiones de nuestro tiempo. Barcelona, Alba.

Sokal, Alan & Bricmont, Jean (1997): Impostures intellectuelles. Paris, Odile Jacob.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=261071

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Pensamiento latinoamericano: La descolonización como clave del pensar

Por: Fernando Buen Abad Dominguez

Un caudal portentoso de ideas y de acciones, emancipadoras, constituye un tesoro (no exclusivo) de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Desde la caídamisma de la “Gran Tenochtitlan” (13 de agosto de 1521) hasta las luchas más recientes contra la neo-colonización económica, cultural y comunicacional… tenemos un inventario de pensadores “nuestros” que lo son no sólo por razones geográficas sino por objetivos descolonizadores en todas sus líneas. Moctezuma, Netzahualcóyotl, Cuauhtémoc… a cual más, desde las luchas de resistencia contra la invasión española hasta el presente, somos herederos y deudores de un “tesoro de pensamiento” empeñado en recuperar la tierra, las fuerzas productivas, la libertad y la identidad. Es la “Batalla de las Ideas” entendida y extendida, también, como producción y profundización de simientes nacidas con cargas geográficas relativas. Si bien el pensamiento reclama identidades, al mismo tiempo relativiza “pasaportes”. De esa “lógica”, emana un caudal vigoroso de contribuciones teóricas y prácticas, que son irreductibles al individualismo, mientras reconocen el valor del aporte personal.

Pensamiento latinoamericano: La descolonización como clave del pensar

Parte de esa herencia es, también, el repertorio de sus debates internos y externos. Línea por línea el temario núcleo del pensamiento latinoamericano ha sido teñido por el debate Capital-Trabajo, por la contradicción entre la supremacía del Capital sobre la especie humana…y por el desarrollo de las luchas sociales. Tal repertorio del debate recorre una gama completa que va desde desacuerdos menores hasta francas guerras irreconciliables y todos han sido fuente (voluntaria e involuntaria) de enseñanzas y aprendizajes de todo tipo. Y eso que parecería “obvio” no lo es si se toman en cuenta las condiciones concretas que la lucha de clases ha impuesto en las miles de carencias educativas a que han sido sometidos nuestros pueblos, especialmente las educativas, las culturales y las comunicacionales.

Se han puesto en debate las tradiciones filosóficas y sus ejes metodológicos. Se han debatido hermenéuticas y propedéuticas, físicas y metafísicas, lógicas y estéticas, morales y éticas… debatió Sor Juana con Carlos de Sigüenza y Góngora; debatió Borges con Sábato; debatió Paz con Arreola… y casi no existe aporte al pensamiento latinoamericano que no haya saldado su -o sus- debates necesarios. Insistamos. Pero más allá de los debates inter-personales, tenemos la huella continental amplísima marcada por los debates históricos de un pensamiento que no sólo abarca un territorio sino que abarcan las claves emancipadoras para la especie humana en su totalidad, es decir, el debate Capital-Trabajo… el debate clase opresora vs clases oprimidas. Insistamos. Pensamiento con fuerzas internas que luchan, con todos los medios disponibles, por la libertad y contra la alienación neocolonial ante las condiciones históricas de opresión. Y en especial durante el siglo XX.

Lucha por la libertad está inmersa en el ser de los pueblos, rompiendo esclavitudes y creando bases para una comunidad humana finalmente organizada para su emancipación y cuyo resultado debería ser una sola y gran patria de la humanidad, donde nadie sería “débil” y nadie será el más “fuerte”. Esta línea de ideas no sólo es componente identitario sino que se desarrolla como una de las más altas realizaciones teóricas del pensamiento latinoamericano hasta nuestros días. En eso cabe Frantz Fanon como caben Ricardo Flores Magón, Juan Carlos Mariátegui, José Vasconcelos, Eli de Gortari, Leopoldo Zea, Arturo Jauretche… por sólo mencionar algunos y corriendo a sabiendas el peligro de la omisión por espacio escaso. Una multitud de problemas abordados, a veces, hacia sus soluciones que son expresión de una multitud de culturas. Culturas, que por cierto, van hacia una universalidad que es la Cultura necesaria en un comunidad organizada para sí, bajo el rigor de sus necesidades históricas y su desarrollo. Universalidad de la comunidad de hombres y pueblos unidos por metas emancipadoras semejantes.

Tal filosofía, hacia una comunidad organizada -y organizadora- para su planificación material y simbólica, ha reflejado siempre los problemas que se le han presentado a la humanidad que se organiza localmente para resolver sus problemas en las etapas más críticas de su historia, en épocas de crisis económica, moral y social. Épocas en las que es necesario alcanzar una nueva moral social, un pensamiento que ha sido alterado e hibridado por diversas circunstancias. Época, también, de crítica multiplicada. Nuestro pensamiento plantea no pocos problemas que aún no han sido resueltos. Y por eso es también un pensamiento cuyo núcleo sigue siendo el de la crisis del racionalismo, del empirismo, del criticismo, del nacionalismo… que algunos autores vieron como una reacción anticolonial. Han corrido “ríos de tinta” académica y de todo género, al respecto.

Pero nuestro Pensamiento, ha hablado de libertad y dignidad, de soberanía, de los derechos humanos y del respeto inalienable al trabajo como valores hacia la universalización de su vigencia para ampliar las posibilidades de la humanidad -y de la naturaleza- Espíritu presente en el pensar sobre las relaciones que mantienen los “pueblos originarios” y sus herederos con los pueblos que, se han transformado en naciones nuevas. Espíritu en el pensar que afirma la igualdad de las identidades descolonizadas y se suma a la universalización de la Cultura: universalización nunca vista. Pensamiento que es universalización de las rebeldías que refleja, en la filosofía… en el espíritu que recorre nuestro tiempo.

Nuestras tareas hoy deben atender la organización dialéctica en las luchas de los pueblos que han hecho vigente la lucha por la identidad emancipada en la realidad y en su desarrollo. La capacidad de la organización para convertirse en lucha y la lucha en organización para crear condiciones que permitan su ampliación. Está en juego la sobrevivencia no sólo de nuestros pueblos sino de la humanidad y para eso es necesaria la comunidad organizada para sí, en una serie de tareas -que ya son comunes- (comunitarias) a todos los seres humanos. Derrotar todo exclusivismo, haciendo a un lado la discriminatorio racial, económica, política, religiosa o social. Hacia un humanismo que ahora trasciende las fronteras en la América Latina, y sus pensadores o filósofos: El desarrollo de las capacidades críticas para la organización de la comunidad de iguales que es, hoy por hoy, una asignatura pendiente.

Fuente: https://www.telesurtv.net/bloggers/Pensamiento-latinoamericano-La-descolonizacion-como-clave-del-pensar-20180822-0002.html

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Una educación para rehacer nuestro mundo

Por: Juan Alberto Sánchez Marín

Carta Maior, el prestigioso portal de izquierda brasileño, me invitó a compartir una reflexión sobre interrogantes relacionados con la educación en América Latina . Se trata del proyecto Sua voz na conjuntura que en su primera edición trató sobre la defensa de la educación pú blica. Atendí el llamado y compartí algunas ideas generales sobre el tema pensando en las dif í ciles circunstancias que afronta Brasil en la actualidad y con el respeto que me inspira la patria natal de Paulo Freire , sin duda, el más relevante pedagogo contemporáneo. De esa fuente proviene este texto.

 

En la transformación de la educación ganarán también, y aún más quizás, quienes ahora la obstaculizan con vehemencia.  

¿Qué sociedad se desea construir para enfrentar los graves desequilibrios locales y globales del siglo XXI?  La sociedad deseable no es la imposible de la utopias renacentistas, pero está lejos de serlo la tangible de nuestra época, menos aún cualquiera de sus múltiples ficciones. La necesaria, a mi parecer, es aquella capaz de diferenciar los hechos de su simulacro, la interacción de la dependencia, el proceso de lo contingente, el auxilio del saqueo o la justicia de los caprichosos marcos legales. Mejor dicho, como en una prueba de escuela, la que esté capacitada para distinguir lo verdadero de lo falso, aunque le cueste el saldo en el banco o la vida. La sociedad a la altura de sus miembros marginados y desamparados, antes que solazada en la bajeza de las élites.

Hace falta una sociedad en condiciones de interpretar el mundo alrededor, en sus cualidades y sentidos, gritos y silencios, nexos e implicaciones, desde una perspectiva ética e integral, preparada para verse en el espejo de sus acciones, con la entereza suficiente para reconocerse en las armonías, pero también en su profunda inestabilidad.

Una sociedad que yace distante, y que a la vez está a la mano, porque la nación del futuro no es otra que la constituida y construida ahora mismo, día a día, con fortuna y errores, satisfacciones y desagrados. Lo mal hecho en este momento se pagará caro mañana, mas lo dejado de hacer costará el doble.

Hace dos o tres mil años, o varios siglos hacia acá, los pueblos se daban el lujo de proyectarse al porvenir en sus sagas y descendencias, y confines y territorios. Los mitos fundacionales eran perceptibles. El futuro, casi medible; los hados lo volvían destino y en no pocas oportunidades lo hacían cierto. O eso se figuraban los antepasados.

Cuando no era así, el mundo se llenaba de señales, códigos subrepticios, representaciones poéticas, claves alegóricas, milagros. Hoy en día, en cambio, lo venidero es débil y volátil, y las predicciones no cruzan el cierre de una bolsa o los trinos perturbadores de algún infeliz con ascendencia.

Cómo desciframos la sociedad que no cesa de hacerse y deshacerse ante nuestros ojos, de cuál modo aprehendemos cada una de sus entidades y relaciones. Cuestión esencial. Los ciudadanos que saben interpretarse en posibilidades, responsabilidades y derechos; en sus estructuras y nexos, intereses e interesados; autenticidades e invenciones, certidumbres y manipulaciones, son los cimientos de esa sociedad imprescindible. En otras palabras, los que saben dónde están, lo que hacen y para qué (mejor aún, para quién).

Una capacidad interpretativa que, entre otras cosas, es criterio, expresión y comunicación, participación, organización. Factores, desde luego, demasiado riesgosos para el establecimiento. De ahí que a la educación se la mantenga bajo el estricto control del poder con mecanismos nunca cuestionados y nombres instituidos, que estimamos favorables e, inclusive, liberadores.

Pareciera que no se advierte el grande daño que sus exclusivos límites conllevan: caudal de conocimientos (indigestión mental), conjunto de reglas y comportamiento (sumisión), urbanidad y buenas maneras (capitulación), experiencia acumulada (manías), desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos (¡una verdadera broma!).

Nada tan alejado del concepto de educación como las cuatro significaciones que le asienta el diccionario de la RAE como una cachetada en los carrillos. Anacrónicas, utilitarias, definen con turbadora exactitud lo que no es ni debe ser. Un compendio de rudimentos que, justamente, altera cualquiera de los sentidos que sí debe tener: franca y emancipadora, indomable y punzante, conmovedora y sugerente, particular y colectiva, bidireccional y transversal. Sobran los calificativos.

Y el poder no es un gobierno, a lo sumo, ejecutor; por lo general, no más que mandadero. La fuerza que mueve los hilos está detrás de las fachadas democráticas de sainete, a buen recaudo dentro de los bastiones económicos y financieros del progreso. Pero se trasluce nítido en modas pedagógicas que se cumplen porque son la directriz, metodologías gastadas encajonadas en palabras relucientes, e innovaciones que resguardan las orientaciones.

La educación funge como el abastecedor de siervos debidamente adoctrinados del sistema. Un planteamiento que no por viejo pierde su aire de fehaciente. Las ciudades inteligentes (Smart cities) continúan educando al Emilio (Rousseau, 1762) de hace dos siglos y medio, que apenas si accedía a la modernidad. De ese Emilio del cual procede un axioma eludido por el mundo en que vivimos: “Se debe adaptar al hombre la educación del hombre y no a lo que no es él”. Menos aún, digo yo, a lo que unos cuantos ambiciosos necesitan que él sea. En todo caso, fatal ese olvido de poquito parentesco con la amnesia.

La educación no es más que otro instrumento de dominio, al igual que las farsas y los señuelos sistémicos que nos hacen pensar que somos algo: la alcahuetería política, canjeando porvenires por zanahorias; la simulación mediática, persuadiéndonos de la realidad que no habitamos; los terrores sociales de las agendas gubernamentales, abriéndole paso a las legislaciones coactivas y otras represiones, o las potentes redes y los sistemas de información, gracias a los cuales las máquinas se conectan y los teclistas de teléfono o computadora que somos nos enfrentamos y disociamos.

La sociedad que hay que construir tiene que estar enterada, cuando menos, de la clase de mundo que habita. Saber bien la dimensión de las fragilidades locales y globales que la menoscaban a diario y entorpecen su genuino desarrollo; tener claros los vínculos envilecidos que priman en la interacción del presente, y filtrar los engaños que la desbordan.

-¿Qué tipo de proyecto de desarrollo –y de Estado- es necesario para alcanzarla?  

Este sosiego insoportable, esta calma fastidiosa, son posibles por la ignorancia en la que las sociedades se hayan sumidas. Resulta inconcebible la tranquilidad cuando se comprende lo que ocurre a lo largo y ancho del planeta y se discierne la razón de los horrores acometidos en su nombre. La inconsciencia social, junto a la apatía, son tan oportunas para las oligarquías como la paz de los sepulcros que ellas mismas imponen.

El individuo se entera de algo y no sabe qué pasa. Una multitud cree saber lo que acontece y despliega su odio cerril contra el inocente y lo distinto, lejos de las verdaderas causas del desbarajuste. La manipulación hace lo suyo, por supuesto, pero menos en la acción episódica o a modo de operación particular, y sí más como algo intrínseco metido adentro al pisar la escuela inicial o atender el primer sonsonete mediático.

No llegamos a ser los pobres de espíritu a los que se refiere el Sermón de la Montaña de Jesús de Nazaret (Mt 5, 1;7). No reconocemos siquiera las tremendas flaquezas propias, ni tenemos la bienaventuranza ni será nuestro el reino de los cielos. La pobreza espiritual de nuestras sociedades no se constituye por la percepción de los límites, sino que se alza del oscurantismo dominante. Y la educación cercena más quizás que las demás piezas mohosas de la castración.

El que estudia hasta el empacho más desdeña y desecha; el docto termina siendo otro pobre cretino. Abunda la ignorancia consentida, claro está, la barbarie por conveniencia, que se busca y cultiva porque con ella se cree lograr cierta aquiescencia moral o conseguir alguna clase de amnistía ética. Nada más errátil. Proliferan, de otra parte, los ignorantes infiltrados, resbaladizos, traidores; quienes convencen al iletrado (deslustrado) de su erudición y tino. O sociedades enteras, que sabiendo cuánto mienten sus dirigentes y cuán criminales son, siempre están dispuestas a avalarlos con el voto.

Por ejemplo, en Colombia, país en el cual la derecha y la ultraderecha eligen y reeligen a un líder como Alvaro Uribe Vélez o a su escogido, con plena consciencia de las ataduras delincuenciales de su estructura política. O en España, a cuya población José María Aznar le mintió de frente con sus fidedignos informes de que Sadam Hussein contaba con armas de destrucción masiva. Nunca hallaron tales armas en Iraq. “No sólo no las había, sino que siempre se supo que no las había. (…) Pese a todo, a los votantes del PP no les pareció motivo suficiente para cambiar su elección” ( Fernández Liria, 2007). No les importaron entonces ni habrían de importarles después los dos millones cuatrocientos mil muertos (Davies, 2010), y que un país hubiera sido destruido por completo.

En el mismo Brasil, digamos, casi cincuenta y ocho millones de personas votaron por Jair Bolsonaro en la segunda vuelta, quien en la campaña dejó patente el talante homófobo, misógino y racista. Algo añadió clarísimo: “Hay que expurgar a Paulo Freire”. Y esa afluencia de pueblo que votó por Bolsonaro no votó contra Freire (o Lula da Silva o Dilma Rousseff), sino contra la educación popular que la tuvo en cuenta. Es decir, la emprendió en contra de sí misma. Los electores lo sabían y lo votaron, y el excapitán retribuye del modo que la genética le manda: con la militarización escolar.

O en los propios Estados Unidos, cuyos políticos se ufanan tanto del sistema que todavía creen que inventaron y al que sólo le prendieron las arandelas que los ingleses no alcanzaron a incluirle, y que no deja de ser una más de las tóxicas democracias occidentales, donde 65 853 516 de personas votaron por la señora Clinton a sabiendas de las crueldades de que fue capaz y 62 984 825 votaron por el señor Trump teniendo claridad acerca de las que no tardaría en perpetrar. Donde, además, otra vez y gracias a esas tretas anexas, la cifra inferior de votantes resultó superior a la más elevada. Y he ahí a Trump gobernando.

En todos estos casos, así como en muchos otros, una ignorancia comprometida y egoísta que tampoco exculpa a una sociedad, o a una parte considerable de ella.

Unos desequilibrios que son factibles y no dejan de crecer porque quienes forjan las estructuras políticas, económicas y sociales lo han hecho a su manera y conveniencia a lo largo de los años. O de los siglos, porque se trata de una práctica que viene de la remota antigüedad.

Pero en los sustentos de la opresión están, también, las potencialidades para la liberación. Habremos de hallarlas en los mecanismos de la participación, ahora establecidos para todo lo contrario; en la educación, la gran utilitaria del sistema, y, desde los albores del siglo XIX, la guarda principal y cínica del statu quo; en los medios dominantes, actualmente, con la irremplazable función de acomodar los acontecimientos a la narrativa dispuesta. Y así.

Los entornos de autonomía son incómodos para el poder, que advierte en ellos los escenarios más desafiantes. Por eso, los planes de las instituciones educativas permanecen bajo rigurosa inspección. Por lo mismo, son promulgadas leyes que socavan la educación pública.

Los presupuestos de las instituciones educativas públicas son reducidos; a las universidades se las conduce a la ruina para facilitar su privatización o, lo que es igual, se involucra a la empresa privada en la adecuación de los currículos, es decir, se efectúa una modernización educativa que lleva de cabeza a los tiempos de la Revolución Industrial, cuando el sistema educativo le manufacturaba obreros a la fábrica.

No se conquistará una sociedad distinta mediante esquemas supeditados a finalidades particulares, de clase social o sectoriales. Mucho menos, partiendo de la actual situación de carencia de soberanía, ausencia de fines comunes y perspectivas humanas (humanitarias y humanistas).

La naturaleza del plan educativo corresponde a un cálculo económico y político. El currículo no es la concreción de determinada cultura ni el sitio excepcional donde confluyen nociones epistemológicas con saberes ancestrales, el barniz sociológico con los vuelos de la praxis, la conjetura antropológica con las fisonomías específicas del educador y el educando. No puede suceder de otro modo toda vez que la intencionalidad del sistema educativo, corrompida en el fondo, no luce diferente en la forma.

El estado que apunte a encarar los desequilibrios, no queda otra, deberá comenzar por confrontar su armazón y el propio carácter. El primer paso no es saber quienes son los ciudadanos, lo que sin duda es útil para la coacción y las cargas impositivas, sino allanar el camino para que los propios ciudadanos se conozcan a sí mismos: que sepan dónde habitan y de dónde vienen, por qué están como están, para qué son buenos. Fértiles sembradíos de la educación.

Y donde comienza la entereza de un pueblo. Sólo los ciudadanos que tienen idea de dónde están parados le otorgan la cualidad de digna a una sociedad. La conversión que se plantee en términos distintos, o la propuesta bajo los estados hostiles que imperan hoy en día, ha de ser fraudulenta y han de ser endebles, si no aleves, los objetivos.

-¿Qué es lo que se espera de la Universidad en esta travesía?  

Ya es hora de que las universidades en nuestras sociedades no sean los centros de moldeo de sujetos fragmentados y portadores del virus del conocimiento por segmentos. Mientras la universidad siga siendo un centro de la instrucción, ese eufemismo que abarca la exhumación lenta y pertinaz de la sabiduría, será difícil la conquista de condiciones de vida distintas. Y la concreción de otro mundo difícilmente será posible.

El impacto de una renovación educativa trascendente se tomará su tiempo, seguramente, y puede ser un proceso de años. Pero la modificación de un currículo y de un pénsum, los primeros pasos, sería algo breve, inmediato, si existiera la voluntad política para hacerlo. Algo elemental que no hay ni habrá en sociedades regidas por las lógicas perversas y utilitarias del capital.

En la universidad, la escuela, el colegio, yacen los soportes de la transformación auténtica. El centro educativo tendrá que ser un centro de cuestionamientos; en esa articulación, la universidad no puede ser otra cosa que el generador mayor de pensamiento crítico, que no es solamente el desmonte o la digestión de una realidad, sino, ante todo, la puerta abierta para la proposición y la construcción sociales.

La potencia y vigencia de datos, retentivas e hipótesis jamás está en las letras muertas que los consignan o formulan, sino en la capacidad que tengamos para desglosar sus sentidos y verlos moverse a través de la ventana. La sociedad requiere de seres suspicaces, esquivos frente a lo que oyen y ven, y recelosos a profundidad del conocimiento enlatado, de las estupendas ideas empacadas al vacío y de los artificios de manual para triunfar. No hay tales.

La duda es una herramienta útil para ser arte y parte de la realidad que tenemos por nuestra, en unas ocasiones, escurridiza, en otras, efectista. En esos reparos angustiantes puede radicar el secreto para que no seamos simples recitadores de sus bocadillos teatrales. En la universidad se construyen los interrogantes, y, cuanto antes, se desarman las geniales respuestas alcanzadas.

-¿Cómo deben actuar los intelectuales y las fuerzas democráticas en la construcción de este reordenamiento?  

El papel de los intelectuales y de las fuerzas democráticas, en ese reordenamiento, tiene mucho que ver con proyectar los énfasis debidos y fomentar la reflexión en torno al único asidero efectivo que tiene lo trascendental en la tierra: lo cotidiano. Cada quien desde su perspectiva, ámbitos y competencias.

Ahí yacen las claves, las metafóricas, las alegóricas o las simbólicas, las que se quieran y a la vista, como La carta robada (Allan Poe, 1844), en “un tarjetero de cartón con filigrana de baratija, colgado por una cinta azul sucia de una anilla…” El quid para entender mejor lo que somos y lograr el inequívoco compromiso con lo que hacemos.

La actitud del intelectual no es conformidad porque sí ni discrepancia porque no. Más bien le corresponde la disputa sin tregua contra las iniquidades; resistencia contra las injusticias y rabia con la sinrazón del día a día.

De su expresión deberían despuntar las alarmas, los desasosiegos, la desesperanza y la esperanza en una sola frase. La conmoción de los intelectuales debería ser el lastre a cuestas de las sociedades, y, en especial, de la academia. Pero escasas veces es así.

Muchos intelectuales, escritores, pensadores, cuentan con gran capacidad de convocatoria, y sus reflexiones podrían avivar aquel impulso sin el cual es inviable cualquier transformación auténtica: la motivación. Y en este mundo de inseguridades, exclusión, fascismo, racismo, supremacías y todos los desajustes concebibles, las transformaciones sociales son cada vez más ineludibles y urgentes, comenzando por la cultural.

Pareciera que la integración es propugnada y alabada en innumerables textos por escritores recluidos e incomunicados. No es tan tarde como para no darnos cuenta que se están yendo las horas y los años.

La pugna por la transformación de la educación, sea como sea, como determinante para el futuro que le espera al ser humano, no dejará de ser una batalla de aquella categoría definida con acierto por Flaubert (1911): “Siempre sangrienta” y siempre con dos vencedores, “el que ganó y el que perdió”. Porque en esa consecución ganarán también, y aún más quizás, quienes ahora la obstaculizan con vehemencia.

Bibliografía

Davies, Nicolas J.S . (2010). Blood on our Hands: the American Invasion and Destruction of Iraq . 440 págs. Nimble Books LLC .

Fernández Liria, Carlos; Fernández Liria, Pedro y Zahonero, Luis Alegre. (2007). Educación para la Ciudadanía. Apple Books.

Flaubert, Gustave. (1911). “Diccionario de los lugares comunes”. (2019). Titivillus . Apple Books.

Poe, Edgar Allan. (1844). Cuentos completos. (2016). Penguin Clásicos. Apple Books.

Rousseau, Jean-Jacques. (1762). Emilio o De la educación. (2017). Edu Robsy: Menorca.

AA. VV. (2012). Sagrada Biblia. “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 3). Biblioteca Autores Cristianos : Madrid.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=261037&titular=una-educaci%F3n-para-rehacer-nuestro-mundo-

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La envidia entre mujeres

Por: Ilka Oliva Corado

obre cómo el sistema patriarcal divide a las mujeres para tenerlas controladas y relegadas a la posición de la inferioridad.

 

Al dominio patriarcal le es afín que las mujeres sintamos envidia entre nosotras, le es grato cuando nos odiamos, nos señalamos, cuando nos dispersamos en lugar de unirnos. Cuando estamos metiéndonos zancadilla para ver caer a quien creemos nuestra rival.
La rivalidad entre mujeres es producto de los patrones patriarcales con los que crecemos y que están en todo ámbito de la sociedad. Romper con eso es nuestra misión de género. No podemos dejar a las generaciones que están por venir un legado de indiferencia, de rencores, de discriminación; esas niñas merecen crecer en una sociedad donde las mujeres se comuniquen entre ellas, donde se aplaudan los logros en lugar de apuñalarse por la espalda.
Una sociedad donde se tomen de la mano para avanzar en busca de derechos, donde puedan caminar juntas y saber que cualquier mujer en cualquier lugar del mundo será una aliada y no una enemiga.
Sí, yo sé, son sueños muy grandes pero las cimas más altas se logran conquistar paso a paso, ya han hecho tanto nuestras ancestras y aun no es suficiente, ¿qué estamos haciendo nosotras para continuar en la construcción de ese legado? ¿Qué es lo que vamos a dar a cambio de esos derechos que nos dejaron nuestras antecesoras? Porque a muchas de ellas les costó la vida; fueron humilladas, ultrajadas, desaparecidas para que nosotras hoy tengamos el derecho a levantar la voz, el derecho al voto.
¿No merecen las niñas acaso que nosotras peleemos el derecho al aborto? Una buena forma de iniciar a romper ese esquema patriarcal que nos divide sería comenzar a decirle a otras mujeres lo bien que se ven, lo lindos que le quedan esos zapatos de tal color, que su blusa le queda linda, que se expresó muy bien en tal ponencia, que su trabajo es excelente.
Que tal falda le queda linda, que su sonrisa irradia. Que su forma de ser es contagiosa. Que su humanismo es admirable, que sus acciones invitan a la imitación. Y no hay nada de malo en decirlo, no hay nada de malo en que una mujer le diga a otra que se ve bonita, que le luce su color de pintalabios, que luce linda sin maquillaje. Eso no quiere decir absolutamente nada más que eso, que luce linda y hay que decirlo.
Hay que decirle a las personas que hacen bien las cosas, cuando las están haciendo bien. Hay que decirles que las admiramos por su empeño, por su esfuerzo, por su profesionalismo. No tiene nada de malo que sea otra mujer la que se lo diga. Romper con el patrón de la envidia entre mujeres es vital para derrumbar el patriarcado. Y no, eso no significa que la otra mujer sea homosexual y se lo esté diciendo con otros fines.
Ése es el primer enganche con el que el patriarcado nos desafía, dos mujeres pueden admirarse mutuamente y eso no significa absolutamente nada más que eso. ¿Qué tal si nos desafiamos y comenzamos hoy mismo viendo a nuestro alrededor y diciendo a las mujeres que nos rodean lo lindo que se ven, lo bien que hacen su trabajo, lo admirables que son? Costará el primer día, pero al tercero les prometo que será como montar en bicicleta.
Y poco a poco iremos adentrándonos en la lucha de los derechos de género, y así ojalá un día sepamos todas las mujeres que no es necesario colocarse el apellido del esposo para ser alguien, para cambiar de status ante otras mujeres o ante la sociedad, que eso no nos hace más importantes, al contrario nos coloca en la situación de objetos propiedad de una persona.
Porque, ¿en dónde existe una ley común, de dos dedos de frente donde el esposo pueda colocarse el apellido de la esposa o diga en públicamente soy fulanito de tal, de la misma forma en que sucede con las mujeres? Sí, eso también es yugo del patriarcado contra las mujeres.
Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=260765
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¿Es la violencia característica genética del hombre?

Parecería que tenemos que llegar a la conclusión de que la prohibición de matar se refiere sólo a los miembros del clan.

Carlos Corredor Pereira

Los últimos hallazgos acerca de cómo nuestros primos, los neandertales, pudieron vivir pacíficamente entre sí y en relación con la naturaleza durante más de 250.000 años, pero fueron extinguidos por la violencia del hombre, Homo sapiens, en un lapso de apenas 50 mil años parecería corroborar la idea de que el hombre tiene genes que lo predisponen hacia la violencia.

Es quizás esta la razón por la cual Moisés, el gran legislador y precursor de las tres religiones monoteístas que actualmente existen en el mundo, recibió de Dios las tablas de la ley en las cuales claramente se consignaba la prohibición de matar como base de la convivencia. ¿Será que al quebrar Moisés las tablas de la ley en un momento de ira, al ver cómo el pueblo volvía a sus costumbres anteriores, también quebró la prohibición? o ¿será más bien que no matar no era un principio absoluto?

Reflexionando sobre la historia de los descendientes de Abraham, y de aquellos que sin serlo, adhirieron a esa religión transformada en una esperanza de redención y justicia por el mandato divino que trajo Jesús cuando dijo  “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros”, pienso que nos prohibió de nuevo matar, porque no se mata a quienes queremos.

Pero, ¿será que, como decía Oscar Wilde en su Balada de la cárcel de Reading: “cada hombre mata lo que ama/ Los unos matan con su odio/ Los otros con palabras blandas”, el hombre de nuevo se apartó del mandato? Y cuando Mahoma recibe del arcángel su nueva ley condensada en el Corán, ¿no es Allah, el que ordena no matar, “excepto por derecho”? ¿Por qué, entonces, se matan entre hermanos que creen en el mismo Dios y entre fieles de diferentes religiones en nombre del mismo Dios como en el caso, por ejemplo, de las cruzadas o en el del actual Estado Islámico?

Reflexionando sobre estos hechos históricos y miles más, parecería que tenemos que llegar a la conclusión de que la prohibición de matar se refiere sólo a los miembros del clan, de la tribu, del partido, de la nación y no aplica a los miembros de otros clanes o naciones a quienes es legítimo matar.

Parecería, entonces, que el mandato divino lo convirtió el hombre en inocuo y es necesario que los mismos hombres lleguen a un acuerdo para poder vivir en armonía sin la continua asechanza de la muerte por parte de enemigos desconocidos pero pertenecientes a otra etnia, a otra tribu, a otra nación.

La Declaración de los Derechos Humanos de la ONU es precisamente un intento por hacer que los hombres entiendan la sacralidad y la inviolabilidad de la vida como el primero y más importante derecho de cualquier persona y que éste sea aceptado por los gobiernos dentro de los confines de sus fronteras, sin que esto impida que continúen las guerras entre facciones religiosas o políticas.

Nuestra constitución consagra el derecho a la vida como el derecho fundamental de todo colombiano y exige que el Gobierno la proteja y la garantice. Y es aquí cuando desde los claustros universitarios no se entiende cómo puede ser posible la violencia premeditada y claramente orquestada contra los candidatos a cargos públicos en un Estado Social de Derecho.

La muerte de tres candidatos a alcalde y la de muchos a corporaciones de diferentes partidos políticos, nos dejan absolutamente perplejos y muestra la total indefensión del ciudadano ante una bien planeada operación con sicarios para quienes la vida humana vale tanto como el mísero pago que reciben de los autores intelectuales de los asesinatos.

¿Será que quienes ordenan la muerte de adversarios políticos creen que están no solamente en su derecho o, inclusive, llevando a cabo una misión divina porque su dogmatismo se ha convertido en su propia religión personal? o ¿será que no reconocen el derecho a la vida que es fundamental a quienes ellos creen que son sus enemigos políticos, cuando sólo son adversarios, pero que sólo reconocen a los miembros de su grupo de fanáticos? Son preguntas que claman por una respuesta.

Desde todas partes del tejido social se le pide al Gobierno parar estas  muertes programadas y se le acusa de inefectividad. Pero, claramente no es el Gobierno el que pueda detener la violencia. Eso sólo lo pueden hacer los líderes de los distintos grupos para quienes la vida de quien no hace parte del suyo, no tiene ningún valor.

Fuente: https://www.laopinion.com.co/columna-de-opinion/es-la-violencia-caracteristica-genetica-del-hombre-184495#OP

Imagen tomada de: http://alacipe.com/violencia-masculina/

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