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El aula, un participante activo

Por: Sofía García-Bullé.

En el proceso enseñanza-aprendizaje, el maestro y el alumno son los protagonistas, pero existen componentes secundarios que ejercen una influencia significativa en la calidad de la experiencia educativa, uno de los más importantes, es el aula.

El punto de partida

La relevancia del lugar donde se aprende es algo en lo que la mayoría de los expertos y autoridades educativas están de acuerdo. Joan Young, experta en educación y desarrollo infantil, detalla lo que se espera de un salón de clase para habilitar el aprendizaje.

“Un ambiente positivo en el que los estudiantes tengan un sentido de pertenencia, puedan confiar en otras personas, se sientan impulsados a tomar desafíos, hacer preguntas.”

Esta descripción es concisa y de carácter atractivo, no deja dudas acerca de lo que debe tener un lugar de aprendizaje, sin embargo, es muy general y pone de manifiesto un cuestionamiento importante en la discusión acerca del salón de clases.

Si bien, hay consenso en la experiencia que queremos extraer de nuestros espacios educativos, sabemos que las actividades que se realizan en el aula son muy variadas, y no podemos hablar de un modelo unitalla en cuanto a la distribución de los lugares de estudio. Lo que sí es posible es desarrollar estrategias que hagan el mejor uso del espacio en cada situación específica que surja de las necesidades educativas.

Diálogo o verticalidad

Uno de los principales dilemas cuando discutimos la influencia del salón de clase, parte de la relación que fomenta entre el maestro y los estudiantes. Una tradicional disposición en hileras, por ejemplo, ejerce una interacción vertical entre quien imparte el conocimiento y quien lo recibe. En esta distribución, el maestro está en el frente, estableciendo un vínculo jerárquico con sus educandos, acomodados en bloques, que aún si conforman un ambiente ordenado y práctico, no facilitan la comunicación bilateral.

El propósito de esta alineación es que el maestro hable y los estudiantes escuchen, lo cual puede ser muy provechoso en algunas instancias, pero en otras, donde la participación y la colaboración son necesarias, esta distribución trabaja en contra.

Un acomodo semicircular, por otro lado, habilita la democratización de la experiencia educativa. Un estudio realizado en Alemania, en el que participaron estudiantes de cuarto grado, comprobó los diferentes efectos de una distribución lineal y una semicircular.

Dividieron un grupo en dos para que cada uno probara uno de estos dos acomodos, los resultados mostraron que las preguntas y participación tuvieron más reincidencia en el arreglo semicircular, que en el lineal. Esta conclusión invita a una pregunta trascendental: ¿Entonces, cómo aprenden mejor los alumnos?

Escuchar para mejorar

La mayoría de los maestros ha pasado por esa difícil dinámica de asignar asientos, decidir junto con los estudiantes quién se sentará dónde, y qué más va a haber en el salón de clases. Si va tener arte, o libros, si contarán con una mascota de la clase, si van a decorar, los colores y texturas que van a utilizar y todos los demás elementos que conforman un espacio educativo

Incluir a los estudiantes en este proceso es indispensable, pero no siempre los resultados son favorables o productivos a largo plazo. Discernir entre lo que el grupo quiere y lo que el grupo necesita es difícil. Stephen Heppell, especialista en innovación educativa habla de cómo canalizar a los estudiantes para conseguir mejor retroalimentación.

En 2015 Heppell hizo a los alumnos de los colegios SEK una pregunta: ¿Podrías mejorar tu aprendizaje? No les preguntó dónde querían sentarse ni de qué color querían tapizar el muro del salón, a grandes rasgos no les preguntó su opinión; más bien retó sus habilidades para la investigación e incentivó su pensamiento crítico, pidió a los estudiantes que revisaran los métodos, distribución y estructura de diferentes escuelas, con el fin de descubrir qué era lo que hacían mejor, los resultados fueron esclarecedores.

El ejercicio reveló una posición de verticalidad excesiva en la manera en la que tradicionalmente se ejerce la educación y la falta de pensamiento crítico en los esfuerzos de mejora, uno de los alumnos de Heppel declaró: «He ido a siete colegios diferentes y esta es la primera vez que alguien me pregunta ‘¿cómo podemos mejorar?»

La clave, no es solo preguntar a alumnos y maestros qué es lo que funciona o no en materia de distribución del aula, para encontrar una respuesta útil y duradera es necesario hacer uso crítico de los estudios, observar constantemente las nuevas tendencias, medir su efectividad, establecer un diálogo con los estudiantes sustentado en lo que ellos mismos observan y distinguen. Estas son las acciones que propician el mejor ambiente para educar y aprender.

Fuente del artículo: https://observatorio.itesm.mx/edu-news/espacioseducativos

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Migrants don’t leave their right to education behind

By: Audrey Azoulay.

The number of migrant and refugee children in the world today could fill more than half a million classrooms. Their parents are perhaps seeking new opportunities in the city, or even in another country. Others are forced to flee conflict or natural disaster.
In all, there has been a 26% increase in children on the move since 2000.

These children have the right to education, no matter where they are from and what they have been through. This is the focus of the United Nations Educational, Scientific and Cultural Organisation’s (Unesco’s) Global Education Monitoring (GEM) Report.

Migrants, refugees and internally displaced people are some of the most vulnerable in the world. Sometimes simply being in school means being safe. Eight-year-old Jana, a Syrian refugee at the Unesco-run school in the Zaatari refugee camp, Jordan, says she felt happy just to escape the sound of gunfire. School has also given her hope; she wants to be a teacher when she grows up.

When possible, these children should be placed in the same schools as host populations to help them to thrive. Teachers are on the front line supporting children who face discrimination or who suffer from trauma. They also need support to manage multilingual, multicultural classes and the psychological consequences of what they have endured.

A well-designed curriculum that challenges prejudices is also vital and can have a positive ripple effect beyond the classroom walls, enhancing social cohesion. Unfortunately, some textbooks include outdated depictions of migration and undermine efforts towards inclusion.

Adults also need educational support. Many have qualifications, but in Europe and North America only about one in 10 of those who have gained a higher education degree work in a job that matches their skills. The Unesco Global Convention on the Recognition of Higher Education Qualifications, due to be adopted next year, aims to resolve this problem.

The cost of educating immigrants is often exaggerated. Financing for refugee education, however, is woefully inadequate — only a third of the funding gap for refugee education has been filled. It is a collective responsibility to ensure that development aid plugs the holes, providing predictable and long-term funding so the burden does not fall on those countries least able to cope.

The world is poised to adopt the Global Compact for Safe, Orderly and Regular Migration and the Global Compact on Refugees, both of which highlight the crucial role of education and reaffirm the importance of “leaving no one behind”. This year’s GEM Report offers a blueprint for countries to deliver on their promises. We hope all governments will use it to turn despair into hope for a brighter future for all.

Source of the article: https://mg.co.za/article/2018-11-22-00-migrants-dont-leave-their-right-to-education-behind

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Queering sex education in schools would benefit all pupils

By: Kennedy Walker. 

All power to the pupil activists drawing attention to the lack of information about LGBT issues in sex education in England

All I remember from my relationship and sex education in school is phallic objects, condoms and everyone being terrified of pregnancy. Looking back it’s clear how disjointed and inadequate this was at a time when I was struggling with the complexity of being a black, queer, working-class boy navigating life inside and outside school.

If I had been given information about the kind of relationships I would later come to be in and given the space to think critically about my gender it would have made my road to self-acceptance a less bumpy one. It was also a missed opportunity to address toxic elements of masculinity such as suppressing emotion or objectifying women. Modernising the sex and education curriculum wouldn’t just make LGBT+ people safer, but would benefit the wellbeing of all students.

So when I found out that young south Londoners had put this particular new year’s resolution to the Department for Education, I was elated. Students put banners on every secondary school in Lambeth, demanding that relationship and sex education (RSE) in schools be inclusive of LGBT+ relationships and for it to examine gender and stereotypes. When you consider that inclusive RSE isn’t mandatory in schools in England, hasn’t been updated for well over a decade and almost half of young people no longer identify as exclusively heterosexual, it’s clear it’s time for a much-needed overhaul.

The demand is there. According to a report published by the Terrence Higgins Trust looking at responses from 900 young people aged between 16 and 25, 97% of them thought RSE should be LGBT+ inclusive, but the vast majority (95%) had not been taught about LGBT+ sex and relationships.

This isn’t the only front the current RSE is failing on: 75% of young people were not taught about consent and 50% of them rated their RSE as “poor” or “terrible” with only 10% rating it as “good”. In this context, the shocking 22% rise in cases of gonorrhea between 2016 and 2017 is sadly unsurprising.

I spoke to one of the students responsible for this action; they are 17 years old and asked to remain anonymous. When asked why they felt this action was necessary they said: “Being LGBT+ in school can be an isolating experience … I have experienced ignorant remarks from students and teachers alike. We wanted to do this visual action to draw attention to what feels like a hidden issue, but the impact of which I and many like myself feel on a day to day basis.”

Only 13% of LGBT+ young people have learned about healthy same-sex relationships. Those who do receive inclusive education are less likely to experience bullying and more likely to report feeling safe, welcome and happy according to Ruth Hunt, chief executive of the LGBT+ equality charity Stonewall.

The feeling that this is a “hidden issue” comes as no surprise given the long history of active exclusion of LGBT+ people and their experiences from public life. In 1988, the Thatcher government introduced section 28 which stopped local authorities from “promoting” homosexuality in schools. It took 15 years for this piece of legislation to be overturned, but many teachers still don’t know if they are legally able to openly discuss LGBT+ topics, and many feel that they lack the expertise to do so.

The reason inclusive RSE isn’t mandatory is because sex education as we know it today was introduced by a Labour government in 2000, but section 28 (the law that banned “promoting” homosexuality) wasn’t overturned until 2003. It is humiliatingly out of date. An inclusive RSE curriculum could mean LGBT+ identities could be celebrated in a place they were once erased and demonised.

Thanks to campaigning organisations such as the Terrance Higgins Trust, the government has committed to making RSE lessons compulsory in all secondary schools in England and relationship education compulsory in primary schools. This was meant to be rolled out in 2019, but has now been pushed back to 2020. Whether this will cover LGBT+ relationships and gender adequately remains to be seen, as the finalised guidance that will be used by schools to deliver the RSE has yet to be published.

The rollout can’t come soon enough. LGBT+ people are more likely to experience poor mental health in the form of depression, suicidal thoughts, self-harm and substance misuse due to the pervasive discrimination, isolation and homophobia they experience. This shake-up of RSE could be an important step towards changing this.

Source of the article: https://www.theguardian.com/commentisfree/2018/dec/24/queering-sex-education-lgbt-pupil-england

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Otra forma de evaluar (más allá del examen y la nota) es posible

Por: Saray Marqués

La lógica explicación-deberes-examen-nota está, poco a poco, dejando de ser la única. Cada vez más centros recurren a herramientas múltiples para lograr una evaluación que supere la mera calificación.

Hace unas semanas, Toni Solano, director del IES Bovalar de Castellón, daba a conocer en Twitter cómo ha sido su primer trimestre sin exámenes a la vieja usanza. Profesor de lengua y literatura castellana, matiza que ha sido posible gracias a que, por su cargo, imparte clase solo a tres grupos en un centro, además, volcado en hacer desdobles en 1º y 2º de la ESO, lo que supone una ratio de unos 20 alumnos por grupo.

Entiende que no siempre es fácil en un contexto en que “todos los miembros de la comunidad educativa han confundido calificación con evaluación, han asimilado la evaluación con una cifra que aparece en el boletín al final del trimestre”. “Creo que los docentes evaluamos bien por lo general y creo que nos resultaría más fácil hacer informes cualitativos que poner una nota numérica, pero para ello no debería haber 30 alumnos por clase y seis o siete grupos por docente. Una evaluación diversa requiere tiempo y esfuerzo, y es imposible para 150 o 200 alumnos por trimestre”, insiste.

Su idea partió de una experiencia que había desarrollado años atrás con el PCPI, con trabajo por proyectos y un portafolio para recopilar los resultados que hizo innecesarios los exámenes. Este trimestre la ha trasladado a los dos primeros cursos de ESO. Los alumnos han trabajado en tareas con objetivos concretos (lectura de un libro en el aula, redacción de una noticia a partir de unos elementos dados, identificación básica de clases de palabras, elaborar un final alternativo para un libro…) y la evaluación se ha realizado a partir de la libreta de clase y de los trabajos realizados en el aula. Los instrumentos empleados han sido una rúbrica de autoevaluación y un informe cualitativo en que Solano ha señalado los puntos débiles y fuertes de cada uno. El profesor no descarta introducir a lo largo del curso rúbricas de coevaluación o, incluso, algún examen para comprobar la sintonía con el currículo oficial. “La intención no es demonizar el examen sino comprobar que se puede realizar una evaluación válida y eficaz más allá de las pruebas escritas tradicionales”, apunta.

El examen como lastre

Estas, reconoce, se habían convertido en un lastre para sus tareas de clase: “La evaluación mediante un control nos obligaba a parar, a diseñar una especie de corte artificial en el desarrollo del currículo. Las competencias requieren mucho tiempo para ser desarrolladas y los exámenes obligan a impartir contenidos de manera apresurada”. Ahora siente que dispone de más tiempo en el aula para trabajar esas destrezas y que no está desviando la atención del alumnado de lo importante, esto es, las competencias. No cree que con ello esté bajando ningún listón, que sus clases sean “para entretener” o que estos alumnos vayan a tener problemas para superar ningún examen: “Lo que trabajamos en el aula son competencias clave que les permiten aprender lo esencial y les dan recursos para enfrentarse a lo nuevo”, insiste.

En su caso, asegura que esta línea, en un centro “sin deberes” que fomenta el trabajo por proyectos, no responde al afán de novedad, sino a la búsqueda de respuestas desde hace una década al fracaso y abandono escolar. Una de ellas son las rúbricas, tablas que evalúan el grado de consecución de una determinada destreza: “No es la panacea de la evaluación, es un instrumento más, y no es necesario hacer rúbricas de todo. Son especialmente útiles para evaluar procesos y para coevaluaciones y autoevaluaciones”, analiza Solano.

En la Escola Sadako de Barcelona hace tiempo que empezaron a reformular su sistema de evaluación dentro de un trabajo colectivo y compartido por todo el equipo docente. La querían convertir en un elemento más al servicio del aprendizaje, hacer al alumno protagonista de un proceso con permanente autoevaluación y coevaluación. Hoy, señala su director, Jordi Musons i Mas, ha dejado de ser “una foto finish de la capacidad de memorización del alumnado” para convertirse en “un instrumento que les permite reconocer sus puntos fuertes y sus debilidades e implicarse para mejorar”. Al tiempo, sienten que no están solos, que cada vez hay más centros que no les miran raro cuando hablan de su nueva cultura evaluativa e “incluso la propia administración catalana es francamente cómplice de este viraje hacia una evaluación competencial y formativa”.

Habla Musons de ganancia no sólo en términos de implicación sino también de inclusión. La evaluación no reposa en las competencias académicas tradicionales sino que se fija también en otras, indispensables a su juicio en un aprendizaje significativo y actual. Son el liderazgo, la empatía, la creatividad, el pensamiento crítico o el trabajo en equipo. Y reconoce que no ha sido fácil esta adaptación a nuevos formatos y propósitos y objetivos educativos, sobreponerse a la herencia educativa recibida. “En nuestros inicios a menudo se producía una asincronía entre nuevos formatos de evaluación y antiguos objetivos de aprendizaje”, relata. Pronto repararon en que una nueva evaluación no tenía sentido si no se fundamentaba en nuevos propósitos educativos. Y el alumnado descubrió también su nuevo rol: “En la autoevaluación su tendencia inicial era sobrevalorarse porque todavía el valor de la evaluación se centraba en la nota, no en la toma de conciencia del progreso individual en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Es lo que les habíamos enseñado”.

Hoy, a cualquiera que se le pregunte en la escuela, sabría qué son las rúbricas, que Musons define como “herramientas simples que permiten sintetizar, de forma visual, qué es un proceso de aprendizaje de calidad, de manera que el alumnado conoce de antemano los criterios con los que será evaluado”. Para él sus virtudes son la objetividad que añaden al proceso evaluador y la posibilidad que introducen de contrastar perspectivas de alumnos y docentes acerca del proceso de trabajo y evaluación.

La sombra de la selectividad

No han llegado al punto de desterrar el examen, pero ya no lo consideran el único instrumento de evaluación: “¿Qué pasaría si los alumnos de 2º de bachillerato hicieran el examen de selectividad un año después? ¿Aprobarían? ¿Qué porcentaje recordamos de lo que sólo memorizamos? Y si, supuestamente, hacer exámenes es una herramienta adecuada para evaluar el conocimiento, ¿por qué se dedica tan poco tiempo en la escuela a aprender técnicas de memorización o desarrollar mecánicas de preparación de exámenes?”, se pregunta Musons. Sus alumnos salen capacitados para preparar una prueba y memorizar o para sintetizar, hacer un mapa visual o expresarse correctamente, pero el énfasis está en “la utilización de los instrumentos disponibles para mejorar esas capacidades, no sólo en el resultado obtenido”.

Para Musons, sin embargo, una transformación a gran escala de la evaluación -“una dinámica tremendamente consolidada dentro de la educación”- todavía suena remota. En parte, “por la sombra de la selectividad, la prueba referente de todo el sistema, y que de alguna manera sostiene todo un argumentario basado en el examen y la memorización que condiciona el formato de evaluación del sistema educativo”.

Cuando Rafa Pericacho, jefe de estudios adjunto del IES Rosa Chacel de Colmenar Viejo (Madrid), llegó al centro en el curso 2014-2015 sentía que las rúbricas eran tema frecuente de conversación, que pertenecían a la “cultura del centro”. No era culpa sólo de los profesores del Bachillerato Internacional, que trabajaban con ellas, sino que había docentes como David Rosa o Begoña Lemonche empleando diferentes métodos de evaluación–autoevaluación, cuadernillos de seguimiento, rúbricas, etc.-.

El curso siguiente, Pericacho las empieza a utilizar. “El principio del camino comienza por la acción de un grupo de profesores pero, poco a poco, el método se extiende y dado que el trabajo por proyectos comienza a ser una prioridad las rúbricas comienzan a tener más peso”, explica.

En este proceso, todos, alumnos y profesores, están aprendiendo a usar las rúbricas correctamente y, en el caso de los docentes, también a generarlas. “Va mejorando la fluidez a la hora de incorporarlas a su rutina y de aplicarlas a sus clases”, prosigue Pericacho, que apunta que hoy “la mayoría de institutos hablan ya cotidianamente de rúbricas y su uso en el aula” y que pronostica que, si bien hoy combinan diversas formas de evaluación, exámenes incluidos, “se podría ir hacia la eliminación de los exámenes si dejamos de pensar en números y comenzamos a pensar en descripciones de habilidades”. Para ello deben cambiar dos percepciones. Una, la del aprendizaje: “No ha de ser tan enciclopédico sino ir más orientado hacia capacidades y gestión de recursos y uso de herramientas”. Otra, la del tiempo: mientras se sigan queriendo resultados inmediatos el único medio seguirá siendo la evaluación tradicional.

También en infantil

Del instituto, donde los alumnos acaban acostumbrándose a arañar decimales en sus notas finales, a la escuela infantil, donde las familias comienzan a familiarizarse con el “Iniciado/ En proceso/ Conseguido”. Sobre todo con el “En proceso”, reconoce Marisa Carrera, directora de la escuela infantil Los Arcos, también en Colmenar Viejo: “Existe la tendencia a quedarse en el medio. Ante la duda, es más cómodo”. En esta escuela, de 0-3, están experimentando este curso con rúbricas y dianas. Así se decidió en el último claustro, por unanimidad. En el proceso, cuentan con el respaldo del pedagogo y miembro del proyecto Atlántida, Florencio Luengo, y con el de la inspección de zona: “Nos han informado, formado, y nos han hecho sentir arropadas. Creemos que esta ayuda externa es muy importante, que no basta con cursos de formación. En nuestro caso, tenemos muchísimas horas de atención al niño y muy pocas de conjunto, necesitamos ese tiempo de reflexión, de trabajo con un profesional especializado que revise”.

En este trimestre cada semana el equipo de orientación ha ido revisando los indicadores que se han sugerido desde fuera, viendo si son reales y ajustados. Han llegado a 20 y aspiran a que sean 50 a final de curso. Además, al “Iniciado/ En proceso/ Conseguido” han añadido un rango más, y en ocasiones un quinto. Por ejemplo, al hablar de autonomía, un rango inicial sería ponerse el gorro y la bufanda. El siguiente, ponerse el pantalón, el siguiente, ponerse prendas de todo tipo, y el último, no sólo quitarse y ponerse todo tipo de prendas sino saber distinguir tonos o si son de verano o invierno. “Ahora tenemos unos indicadores mucho más secuenciados que nos ayudan a observar, a hacer el salto. Las maestras, con las rúbricas, y las familias, con las dianas, que les permiten observar a su hijo y motivarle: ‘Ya sabes ponerte el pantalón, ¿qué nos queda?’”.

“Gracias a esto podremos hacer unos informes por escrito mucho más precisos y detallados del desarrollo de aprendizaje, pensando en las familias pero también en los colegios”, señala Carrera. Desde la escuela procuran reunirse con la tutora del colegio del año siguiente y contarle cómo está el niño, cómo ha evolucionado y, sin duda, estos indicadores ofrecen una información mucho más rica que la habitual.

Visibilizar el proceso de aprendizaje

Florencio Luengo reconoce la ilusión que está caracterizando esta experiencia piloto. Férreo defensor de las rúbricas, considera que permiten que alumnos, familias y docentes “visibilicen el proyecto de aprendizaje”. “La rúbrica es para que el profesor observe. Pone la cruz donde está el alumno y se pretende que vaya avanzando al rango siguiente. En consecuencia, las actividades serán diferentes para cada uno según el rango en el que esté”. El alumno, por su parte, ahora sí sabe por qué tiene un 4 o un 7. Y él mismo se sitúa en la diana en el punto en que se encuentra.

Para él, este cambio será más difícil en las etapas más duras, “pero incluso en la universidad se empieza a evaluar por rúbricas, que no entran en contradicción con el examen escrito y se conjugan con este según la ocasión, pero también con las dianas, la coevaluación… técnicas que se fijan en todo el proceso de aprendizaje, no sólo en el producto”.

“¿Que si el cambio debe empezar por la evaluación? También puede hacerlo por las tareas o por la metodología, pero si empezamos a trabajar por rúbricas veremos, por ejemplo, cómo los alumnos aprenden más si trabajan y se ayudan entre ellos, con lo que tocando la evaluación has de tocar la metodología e, incluso, las tareas”, reflexiona Luengo.

Subdirector de la Fundación Trilema, Martín Varela asevera que, más importante que las herramientas que se introduzcan es “el cambio de cultura y mirada sobre la evaluación”. Por ello, valora las rúbricas “porque expresan diferentes criterios y grados de adquisición de los aprendizajes y los alumnos pueden reconocer previamente qué se espera de ellos y cómo mejorar en diferentes aspectos”, pero también los portafolios de aprendizaje o los diarios reflexivos sobre qué les permite aprender mejor o cómo afrontar los errores y necesidades. Todas ellas son interesantes “porque ayudan a poner la pelota también en el tejado del alumno para que pueda gestionar su aprendizaje” en un cambio de paradigma en que el docente ha de acompañar.

“Cada vez hay más ejemplos que pueden compartirse, ya no necesitamos emplear tanto tiempo en construirlas pero quizá sigue costando dar el salto a la hora de trasladar esto a un sistema de calificación que al final exige un número”, prosigue Varela. “Al final, el examen y la nota dan mucha seguridad”, reconoce, “pero muchos aprendizajes competenciales no pueden evaluarse por pruebas tradicionales”.

Formativa y ética

Neus Sanmartí, autora, entre otros, de 10 ideas clave: Evaluar para aprender (Graó), comienza acotando: “Evaluar comporta recoger datos, analizarlos y tomar decisiones -calificar resultados de aprendizaje y compartirlos con las familias-. Por tanto, cambiar la evaluación comporta cambiar los datos que se recogen y cómo, cambiar cómo se analizan y qué se hace con este análisis -la toma de decisiones- en función de si la evaluación es para superar dificultades que se detectan (formativa) o para calificar resultados (sumativa, calificadora o acreditativa)”.

Para ella, existe consenso en la actualidad en que la finalidad de la escuela con relación al aprendizaje es “el desarrollo de competencias entendidas como la capacidad de actuar -no de recordar- en situaciones complejas -que no se pueden evaluar a partir de preguntas simples- e imprevisibles -no repetitivas- en función de conocimientos -importantes-, estrategias para gestionar la información o las emociones, habilidades, valores o experiencia, con todos estos saberes interrelacionados”.

Una prueba escrita -para recoger datos- tradicional -que pide recordar o aplicar mecánicamente algoritmos o fórmulas- fundamentada en una memoria mecánica y de corto plazo no nos informa sobre estas competencias. (“Sí se pueden plantear pruebas escritas en las que se pida al estudiante cómo actuaría y en qué fundamente su actuación -PISA es una prueba escrita que evalúa competencias-. Es la diferencia entre preguntar los nombres de las partes de una flor -cuando en Harvard ya se deja el móvil para hacer los exámenes- o pedir cómo explicaríamos a un amigo por qué no nos hemos de llevar las flores de un bosque”, aclara).

En cuanto a las rúbricas, permiten analizar datos recogidos a partir de actividades complejas, con grados de competencias: no competente, básico, intermedio, experto y los que se quieran añadir -PISA matiza más incorporando otros dos-. Frente al examen tradicional, que tasa las preguntas simples con 1, 0,5 o 5 puntos y, de la suma de estas determina si el alumno ha aprobado (si llega al 5, esto es, si ha dado una respuesta correcta a la mitad de las preguntas), la rúbrica -“si está bien planteada, que no es el caso de la mayoría de las que se utilizan”- nos dirá si es competente.

Su historia es reciente, explica Sanmartí: “Es un instrumento que nació a finales del siglo pasado para dar respuesta a un problema -analizar situaciones complejas-”. “No sirve para analizar lo que se miraba anteriormente en un examen convencional y no se pueden establecer correlaciones entre las notas de antes. Las graduaciones de la rúbrica se podrían transformar en valores numéricos, pero lo importante es que a partir de ella se analizan y valoran aprendizajes distintos. Si es para valorar lo mismo, no vale la pena utilizarla”, concluye Sanmartí, que considera que la autoevaluación es la intervención educativa más eficaz para aprender y que entiende, asimismo, que haciendo un examen se puede aprender -aprenden sobre todo los que obtienen buenos resultados- y que escribir es una forma necesaria de interiorizar el conocimiento, aunque hay otros instrumentos que favorecen la escritura y recordar, como el portafolio o el diario de clase.

“Nos cuesta mucho imaginar otra evaluación. Son siglos de hacer lo mismo y todos -profesores, familiares, la sociedad en general- han mamado las prácticas convencionales, las tienen interiorizadas, rutinizadas”, reflexiona Sanmartí, “Si metodologías como el trabajo por proyectos tienen más de 100 años y aún no se han generalizado, los cambios en la evaluación se han empezado a plantear sólo hace unos 30 años”. Unos cambios que, para ella, requieren que toda la comunidad educativa apueste por ellos: “No puede ser la manía o el estilo de un profesor o de una parte”.

Miguel Ángel Santos Guerra acaba de publicar Evaluar con el corazón (Homo Sapiens). Para él, “unos instrumentos de evaluación pobres dan lugar a un proceso de enseñanza pobre”: “En un aula puede haber tareas de memorizar, aprender algoritmos, comprender, opinar, crear… Las más pobres son las primeras, aunque todas son necesarias. La mayoría de las pruebas se centran en ellas, lo que da lugar a un proceso de enseñanza y aprendizaje pobre”.

De las funciones de la evaluación también invita a quedarse con las pedagógicamente más ricas. “Evaluar sirve para clasificar, seleccionar, medir, aprender, dialogar, mejorar, motivar… Las más deseables no coinciden con las más presentes en el sistema. El cómo evaluamos importa, pero aún más el para qué”.

Al tiempo, invita a reflexionar sobre el proceso de atribución: “Cuando no se adquieren los logros, no se aprende, no se tienen las competencias, ¿quién es el responsable?”. Para el experto, la evaluación de los alumnos constituye un proceso de aprendizaje para los profesores, también en este punto. Relata cómo pidió poder presenciar una sesión de evaluación en un instituto para analizar un componente de la evaluación, sin desvelar cuál. Este era la atribución, las explicaciones de los profesores acerca del fracaso: “Todas resultaron exculpatorias -‘No tiene materia gris’, ‘No estudia’, ‘Viene con un nivel muy bajo’- con lo que estaban condenados a no mover nada. Ni una sola interrogación sobre el currículum, la metodología, la evaluación, la coordinación entre profesores, su actitud hacia la enseñanza.

De esa sesión no hubo ni un solo resultado para la mejora. Todo fueron recomendaciones hacia los demás -familia, alumnos, colegas de niveles anteriores-. La educación debe educar al que la hace y al que la recibe. Y los profesores deben preguntarse si la evaluación que están haciendo es educativa. Si mejora al alumno o le aturde, asusta, tortura o desanima. Porque la evaluación no es solo un fenómeno técnico, sino ético”.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/12/21/otra-forma-de-evaluar-mas-alla-del-examen-y-la-nota-es-posible/

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Argentina. Cierre de escuelas nocturnas: Una política de Estado

Por: Roxana Perazza 

Roxana Perazza, especialista en Educación, indaga en algunas falacias que esgrimió el Gobierno de la Ciudad para fundamentar el cierre de las nocturnas. La fragmentación entre ricos y pobres que construye el macrismo desde el inicio hasta el fin del trayecto escolar. Y su respuesta a los “problemas” educativos: eliminar o recortar.

Profesores, directores y supervisores de las escuelas secundarias de la ciudad, casi cortando el pan dulce, se enteraron que el Gobierno decidió cerrar 14 escuelas secundarias nocturnas y cursos de nueve bachilleratos (Res. 4055/2018). La época del año para este anuncio no es casual, ya que la mayoría de las instituciones están finalizando su ciclo escolar. Desde el ejecutivo porteño se afirma que son instituciones que implementan planes de estudios “antiguos” y que no tienen “muchos alumnos”. Con lo primero, lo que se espera es que el Ministerio de Educación genere procesos de consulta para modificar dichos planes y proponerle a este sector de jóvenes –que solo pueden optar por estudiar de noche– una propuesta de aprendizajes intensos, interesantes y actualizados.

Estos jóvenes, en general, trabajan durante el día y buscan una escuela cercana para finalizar sus estudios secundarios. Esta aclaración resulta obvia a los ojos de cualquier lector, sin embargo pareciera que esta “obviedad” es desconocida (o ignorada) por quienes están conduciendo el sistema educativo porteño. ¿Es preciso caracterizar el tipo de empleo al cual acceden? ¿O sus condiciones de vida? ¿O es necesario aclarar que muchxs de ellos son padres y/o madres adolescentes? ¿Las respuestas más pertinentes a estas preguntas se podrían traducir en políticas públicas que prioricen los mejores y más eficaces recursos y herramientas para garantizar una escolaridad de calidad?

Las alumnas y alumnos que estudian en las escuelas nocturnas trabajan durante el día. ¿Hace falta aclarar el tipo de empleo al que acceden? ¿O sus condiciones de vida?
Pero esta decisión, que una vez más nos sorprende, entra en diálogo y se articula con un conjunto de medidas que esta misma gestión ha tomado. En noviembre del 2017, a través del diario Clarín, anunciaban el cierre de 29 profesorados para concentrar la oferta de formación docente en una Universidad. Bajo formato de ley, la tan mentada UNICABA pasó por la legislatura y, a pesar que tuvieron que presentar otro proyecto más adornado que el primero, siguieron proponiendo lo mismo. Al año del anuncio, con mayoría propia, Cambiemos votó solo la creación de una universidad que nadie sabe por qué va a ser “mejor” que las 29 instituciones. De la mano de la UNICABA, venía la venta de los terrenos cercanos al Tiro Federal y el edificio del Romero Brest, un instituto formador de profesores de educación física, que pasó a formar parte del listado para la venta.
La tendencia a concentrar oferta educativa va a contramano de la de expandirla, democratizarla y diversificarla.
Unos días más tarde, nos enterábamos que se cerraba la inscripción para el jardín maternal del Hospital del Ramos Mejía. Es decir, que esa oferta educativa no iba a ofrecerse más y que los niños más pequeños de la Ciudad iban a poder optar por los Centros de Primera Infancia (CPI, dependiente del Ministerio de Desarrollo Social). Desde los primeros años de vida, se promueve así, la fragmentación de la población: a los niños pobres les corresponde una propuesta empobrecida de los CPI y a los niños ricos el circuito privado.

En medio de la discusión sobre la UNICABA, a cuatro institutos técnicos superiores les comunicaron su fusión con otras instituciones. Es decir que ellos como institución educativa no iban a existir más. La fusión es un cierre encubierto. Lo que desconocen los tomadores de estas decisiones es que esta medida implicará sí o sí pérdida de alumnxs.

Al mismo tiempo, la política de concentrar la oferta educativa, también, llegó al área artística: allí también quieren trasladar una escuela secundaria (Cerámica Uno) de Almagro a otra en Mataderos. Esto no sólo deja a ese barrio sin esa oferta educativa, sino que, seguramente, se perderán en el camino muchos chicos y chicas.

Además, hay que tener en cuenta que, en todos los casos mencionados, están en peligro los puestos labores de maestrxs, profesores y personal no docente.

A partir de esta rápida descripción podemos asegurar que esta última resolución no es una medida aislada. Observamos que se mantiene casi “constante” un modo de accionar, el cual podría sintetizar a partir de cuatro puntos:

1. El poder ejecutivo es el único que toma las decisiones: dado que –en ningún caso–  ha generado ámbitos de debate y consulta con la comunidad educativa.

2. Las organizaciones gremiales no son interlocutores válidos para consensuar y lograr acuerdos.

3. Es posible tomar estas medidas sin fundamentos, ni estudios previos, ni investigaciones que las sustenten.

4. Si una institución educativa o nivel presenta “problemas” no se planifican políticas para su mejora sino se implementan medidas para su cierre.

La tendencia a concentrar oferta educativa va a contramano de la de expandirla, democratizarla y diversificarla. Y, además, pone en jaque un pilar fundante de la escuela pública en la Argentina que sostiene que es el Estado el que debe garantizar los derechos educativos de todos los ciudadanos.

Por último, cabe subrayar tres puntos más: el primero hace referencia a la cuestión presupuestaria: desde que el macrismo está a cargo de la Ciudad de Buenos Aires (2007) el presupuesto educativo ha decrecido. Cada vez se destina menos plata para el sector (solo el 17,86 % para el 2019). Este presupuesto decreciente es una de las explicaciones para entender estas medidas.

Un segundo aspecto se vincula con lo nacional: muchas de estas medidas se están llevando a cabo en el resto de las provincias. Quizá, CABA, quiere hacer los deberes primero, pero en Mendoza, en Jujuy ya se han cerrado profesorados. En Provincia de Buenos Aires no sólo están cerrando carreras de formación docente inicial sino de otras áreas y niveles. A nivel nacional también hay una la baja en el presupuesto destinado al área. Es decir, que existe un marco nacional que acompaña y está atento a lo que sucede en esta ciudad.

Desde los primeros años de vida, se promueve, así, la fragmentación de la población: a los niños pobres les corresponde una propuesta empobrecida de los CPI y a los niños ricos el circuito privado.
Un tercer aspecto, y en relación, al primer punto que señalamos queremos subrayar que las escuelas secundarias nocturnas son, en la mayoría de los casos, la única oportunidad que tienen los jóvenes de estudiar y terminar sus estudios. Que se pueden mejorar, sin duda se puede. Pero con los chicxs y los profesores adentro. Los planes de estudio se modifican, las escuelas no se cierran.

Sabemos que no hay futuro sin escuelas que es bien distinto a las secundarias del futuro o cualquier spot marketinero al que nos tienen acostumbrados y nos quieren vender y que todas las medidas tienen una misma dirección: vaciamiento de lo público.

Fuente: https://kaosenlared.net/argentina-cierre-de-escuelas-nocturnas-una-politica-de-estado/

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Un pensamiento desconectado de la realidad

Por: Emir Sader
La separación entre teoría y práctica fue algo que acompañó a la izquierda a lo largo de casi un siglo. Quedaron atrás los momentos en que los grandes dirigentes políticos de la izquierda eran, a la vez, grandes intelectuales. Marx, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Gramsci, fueron ejemplos determinantes de aquel momento en que teoría y práctica se imbricaban mutuamente.

A partir de la estalinización de los partidos comunistas y del abandono por parte de la socialdemocracia del anticapitalismo, la teoría pasó o en el mejor de los casos tendió a quedar recluida en las universidades y centros de estudio, sin tener ninguna relación con la realidad, teorías sin trascendencia práctica. Mientras que la práctica política se fue amoldando a las estructuras existentes de los sistemas políticas, sin análisis más profundos de la realidad y sin capacidad de diseñar futuros alternativos.

Latinoamérica tiene una larga tradición de pensamiento crítico, que tiene en Mariategui, con su capacidad creativa de captar nuestra realidad en sus particularidades, en el marco del marxismo, a su fundador. En este siglo, la intelectualidad crítica vivió nuevos desafíos frente a la ola neoliberal, no solamente como proyecto económico, sino como modelo hegemónico renovador del capitalismo.

En un primer momento se trató de resistir a la ofensiva neoliberal, defendiendo las empresas públicas de las privatizaciones, los derechos de los trabajadores, las regulaciones estatales, la soberanía externa. Ello exigió solamente firmeza de principios. Pero incluso en el seno del Foro Social Mundial hubo quienes -especialmente intelectuales europeos- optaron por criticar al Estado desde el punto de vista de la sociedad civil, rindiéndose a tesis de carácter liberal. En lugar de proponer procesos de democratización del Estado, han preferido caracterizar al Estado como reaccionario, conservador, adversario de los movimientos sociales. Pero han sido posiciones minoritarias, que no han sobrevivido con fuerza al surgimiento de los gobiernos antineoliberales en América Latina.

En un segundo momento -después de haber participado activamente en los foros sociales mundiales desde la dirección de CLACSO-, fue el tiempo de construcción de gobiernos alternativos al neoliberalismo, con protagonismo de los nuevos liderazgos (Chávez, Lula, Néstor y Cristina, Pepe Mujica, Evo, Rafael Correa). Solamente una parte de la intelectualidad latinoamericana ha comprendido el carácter profundamente antineoliberal de esos gobiernos, que respondían concretamente a los desafíos de construir alternativas al neoliberalismo.

Otros han mantenido puntos de vista críticos y distancias, cuando no oposición frontal. Unos, afirmando que esos gobiernos no eran distintos a los gobiernos neoliberales que los habían antecedido y a los cuales se oponían. No veían cómo la Venezuela de Chávez era radicalmente distinta a la que él había heredado. Ni como el Brasil de Lula era absolutamente distinto, comparado con el país que Cardoso le había dejado. Ni que la Argentina de Menem era un país frontalmente diferente al que los Kirchner habían reconstruido. Ni que los gobiernos del Frente Amplio uruguayo habían cambiado radicalmente la sociedad del país. Ni que entre los gobiernos anteriores y el de Evo Morales había un abismo de diferencias. Ni tampoco que el Ecuador de Rafael Correa era otro país respecto a los gobiernos anteriores.

Otros han tratado de descalificar a esos nuevos gobiernos, caracterizados como modelos primario exportadores, dilapidadores de la naturaleza, sin darse cuenta de las trasformaciones económicas, sociales y políticas que esos países han tenido, por ejemplo, en comparación con países como Perú y México, que habían mantenido políticas neoliberales. Son intelectuales que se han alejado de la ola progresista que se había producido en el continente, no logrando ningún tipo de apoyo popular y tampoco logrando proponer alternativas de gobierno, consiguiendo que las alternativas a esos gobiernos hayan estado siempre a la derecha, como la crisis posteriores a esas administraciones han demostrado.

Aun la parte de la intelectualidad que se ha identificado con esos mandatos, en general, no ha tenido una participación activa en la formulación de las políticas antineoliberales, que han sido más mérito de los líderes de esos procesos. Gran parte de la intelectualidad de esos países ha votado por esos gobiernos, pero bajo la forma de un consenso pasivo -los han preferido a los de derecha o de ultraizquierda-, pero sin participar activamente en la construcción de las nuevas políticas y muchas veces sin siquiera participar en el intenso debate ideológico.

Un tercer período fue el del retorno de la ofensiva conservadora y crisis de gobiernos progresistas, sustituidos en varios casos -Argentina, Brasil, Ecuador- por gobiernos de restauración neoliberal o sometidos a duras ofensivas de la derecha, como en los casos de Venezuela, Bolivia e incluso Uruguay.

En este período, la distancia entre la práctica intelectual y los desafíos políticos concretos de la realidad latinoamericana ha sido más evidente. Los líderes políticos de la izquierda, los partidos y los movimientos populares no cuentan, en general, con contribuciones de intelectuales que puedan ayudar a hacer balances, ubicar las debilidades, apuntar hacia su superación y comprender el nuevo período político que tenemos por delante; estos líderes y colectivos tienden a sufrir el aislamiento respecto a la intelectualidad, a sufrir la falta del debate de ideas pertinentes con los desafíos concretos y los nuevos horizontes a dibujar y a encarar.

Una tendencia a encierro en las universidades, centros de estudio, instituciones, con los correspondientes procesos de despolitización, de burocratización en los medios intelectuales. Rasgos típicos de épocas de reveses, de repliegue de la izquierda, de pérdida de iniciativa y de ofensiva de la derecha. En el período actual es notoria la falta de participación de la intelectualidad en los debates públicos, la pérdida de perfil de la presencia de gran parte del pensamiento social latinoamericano, mostrando un período de retroceso en la creatividad teórica y el compromiso político.

Las tendencias críticas, que no valoran las conquistas de este siglo, tienden a predominar; el alejamiento de partidos y movimientos populares, la adhesión a otras alternativas. Pero, principalmente, la despolitización, el refugio en temas e intercambios académicos, lejos de las prioridades y las urgencias políticas de sus países, del continente y del mundo. Las críticas a los partidos y liderazgos de izquierda vuelven a encontrar espacio, a veces de forma muy coincidente, con las de la derecha, después de haber prácticamente desaparecido en los años de auge de los gobiernos progresistas, frente a los cuales habían perdido su discurso.

Es muy significativo que Álvaro García Linera, que fue considerado el más importante intelectual latinoamericano, reciba manifestaciones de rechazo en el medio intelectual del continente. Que Rafael Correa no sea reivindicado también por el medio intelectual, como si él no fuera, además de gran líder político, un importante intelectual latinoamericano, señales de que la contraofensiva conservadora hace sentir sus efectos, de forma directa o indirecta, también en la intelectualidad del continente.

Solamente la comprensión de la perspectiva histórica en que se ubica Latinoamérica, la naturaleza de los problemas que enfrenta la izquierda, el carácter de los reveses actuales, la dimensión de los nuevos retos, los elementos de continuidad con la lucha antineoliberal y los elementos nuevos, que exigen readecuaciones por parte de la izquierda, permiten un nuevo ciclo de compromiso de la intelectualidad latinoamericana con la historia contemporánea de nuestro continente. No caben más iniciativas que no se traduzcan en contribuciones concretas, en nuevas interpretaciones de lo que vivimos.

La intelectualidad del pensamiento crítico latinoamericano necesita más profundidad, creatividad, trabajo colectivo, compromiso político, ideas, acercamiento a los movimientos y partidos populares. Agregar a la resistencia al neoliberalismo la participación concreta, con análisis y propuestas, en la recuperación de las fuerzas antineoliberales, más allá de lo cual, la teoría se volverá a apartar de la práctica, se perpetuará como ideas sin trascendencia respecto a la realidad concreta y se facilitará la ofensiva política e ideológica de la derecha.

Sin teoría, la práctica se vuelve impotente. Sin práctica, la teoría se vuelve inocua.

*Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=250733

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