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Guerrilla Semiótica: La Revolución de la Comunicación por todos los Medios

Por Fernando Buen Abad

No esperaremos a que se desvanezca por sí solo el monstruo mediático de las “mil cabezas”. Quitémosle, por lo pronto, la base de sustentación que es nuestro cerebro. Ni todas las asimetrías -realmente existentes- en el escenario de la Guerra Comunicacional planetaria, alcanzan para convencernos de quedarnos quietos. Para que seamos incapaces de comprender la realidad y transformarla, la burguesía nos atiborra el cerebro con ilusionismo consumista. Basta. En todas las “ideas” de la clase dominante existen componentes extorsivos para convencernos, directa o indirectamente, de ser esclavos felices. Ya podríamos desarrollar una Guerra de Guerrillas[1] Semiótica que tuviera por objetivo “asaltar los cielos” de la libre expresión socialista con una Revolución de la Comunicación por todos los medios. ¿Qué hace falta?

Guerrilla Semiótica: La Revolución de la Comunicación por todos los Medios

Es falso que nada puede hacerse, es falso que los monopolios son intocables e indemnes, es falso que nos quede sólo la resignación y el silencio. La estructura toda del capitalismo está plagada con fisuras originadas por la improvisación y el empirismo de su desarrollo anárquico y dispendioso. Trabajaríamos como ciegos si asumimos como verdad absoluta esa super mentira (propagada a los cuatro vientos) sobre lo “intocables” que son los monopolios de la comunicación del capitalismo. Su peor debilidad, la más grande, es la organización política de los pueblos con fortaleza crítica.

Podríamos desarrollar un inventario de “fisuras” y “grietas” del capitalismo, medidas por antigüedad, espesor, profundidad y vulnerabilidad. Podríamos evaluar con qué hacerle más daño a los medios y los modos que la burguesía emplea contra el pueblo trabajador para embrutecerlo, alienarlo y explotarlo. Podríamos recorrer las experiencias exitosas y repetirlas, perfeccionándolas. Podríamos, incluso, organizarnos con un solo plan multiplicado por miles de frentes para cercar a las matrices ideológicas burguesas con una pinza de crítica aguda, científica, popular y revolucionaria.

Hace falta la audacia, el talento, la claridad política y el sentido de clase que, por ejemplo, Hugo Chávez desarrolló con su “Aló Presidente”: los recursos mínimos con el máximo resultado semántico y político. Hace falta la síntesis y el sentido de la Historia que tuvieron las “Tesis de Abril”; hace falta la poesía de Miguel Hernández, la pasión de Flores Magón; el pundonor de Rodolfo Walsh; la firmeza de John Reed. Hace falta el clima de las radio difusoras revolucionarias de Bolivia y las certezas antimonopólicas de las leyes de medios ensayadas en la Patria Grande. Hace falta la disciplina y la entrega de los medios alternativos y comunitarios. Por citar algunos ejemplos y fuentes de inspiración moral y ética. Pero, principalmente, hace falta un programa Revolucionario para la comunicación emancipada y emancipadora. Independencia política en la independencia semántica.

Con todas esas fuerzas y con las riquezas comunicacionales, desarrolladas históricamente en la resistencia y en la vanguardia, debemos fundar un programa internacionalista de acción semiótica para revolucionar íntegramente la producción social de sentido. Derrotar todas las instituciones ideológicas de la burguesía, sus santorales eclesiásticos, académicos, empresariales y faranduleros… (aunque a veces no se sepa cuál es cuál). Debemos emancipar a los diccionarios, devolverles su derecho social a la libertad semántica y a la renovación dialéctica de los significados. Recuperar el derecho a producir sentido libremente bajo el único acuerdo necesario de ser útil a la emancipación humana y a la superación definitiva del capitalismo. A un mundo sin clases, sin patrones y sin explotación.

Una Guerra de Guerrillas[2] Semiótica ha de operar en los rincones más inhóspitos e inopinados… en las categorías más invisibles. Zonas aparentemente impenetrables de esa “mentalidad sumisa” que estudió Vicente Romano. Ahí donde reina una “tradición” entrar a modificar el sentido en clave popular y revolucionaria. Ahí donde hacen su nido los prejuicios, romper los moldes y re-semantizar los hábitos. Ahí donde las supercherías, los preconceptos, los dichos y los refranes… esclerotizan ideas con moldes moralistas, fracturar la lógica del discurso para que desemboque en un imaginario transformador y revolucionario. Ahí donde las idiosincrasias sancionan vidas y reprimen cambios… detonar los contenedores y limpiar los tóxicos ideológicos que carcomen la libertad humana. Revolucionar los significados.

No permitas que los noticieros burgueses te convenzan de odiar a tu propio pueblo. Que nunca más nos impongan sus definiciones ni sus diccionarios. Cada vez que un noticiero burgués usa la palabra “polémico” para referirse a un líder social, está induciéndote a que lo veas como amenaza. No te tragues el odio oligarca como si fuese tuyo. Piensa. El 90% de las matrices ideológicas de los medios burgueses es antipolítica. Superproducciones, miniseries, noticieros… para des-movilizarte. Todas las veces que un informativo use la palabra “enfrentamiento” entre luchadores sociales y policías ¡miente!. Es represión vil pero maquillada. Todos los días debes defenderte de la ideología dominante: nada que te humille, nada que te duela, nada que te endeude, nada que te embrutezca. Dignidad. En boca de la derecha la palabra “referéndum” significa odio al pueblo. No te engañe el democratismo burgués ni su llanto de cocodrilo.

La Guerrilla Semiótica requiere, por ejemplo, bombarderos de precisión para demoler las matrices ideológicas que obligan a los pueblos a votar en su contra. Hay que ganar la gran batalla contra la infiltración de ideología burguesa en nuestras propias casas y hasta la cocina. Guerrilla Semiótica significa audacia de la inteligencia para desmoronar los castillos ideológicos de la clase dominante y derrotarlos con el razonamiento enamorado de la inteligencia revolucionaria y socialista. Emancipar conciencias. Una Guerrilla Semiótica requiere de acción emancipadora y multiplicadora en los territorios más invisibles de la conciencia. Emancipación. Cada quien debe asumir su responsabilidad y su trinchera en la Guerrilla Semiótica. Desmontar el diccionario del engaño con que nos ha derrotado más que por la fuerza. Tarea urgente.

[1] “…La «guerra pequeña» o guerrilla -pequeños destacamentos de maniobras independientes unos de otros- procura debilitar y extenuar al adversario…”. León Trotsky, GUERRILLA Y EJÉRCITO REGULAR: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1919/24vii.htm

 

[2] “…Si por guerrilla se entiende, un método de maniobras rápidas y ligeras, de incursiones, súbitas…” León Trotsky, GUERRILLA Y EJÉRCITO REGULAR: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1919/24vii.htm

Fuente: http://www.telesurtv.net/bloggers/Guerrilla-Semiotica-La-Revolucion-de-la-Comunicacion-por-todos-los-Medios-20160928-0004.html

Imagen: nos-comunicamos.com.ar/sites/default/files/styles/large/public/imagenes/show.jpg?itok=NtpCTmqL

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El agua, como la vida, no es una mercancía por Ecologistas en Acción

América del Norte/Centro/Sur/Europa/Asia/Oceania/África/Octubre 2016/http://www.ecologistasenaccion.org/

 

Propuestas de implementación del derecho humano al agua y al saneamiento, y luchas contra la privatización.

Ecologistas en Acción e Ingeniería sin Fronteras

El lema del 6º Foro Mundial del Agua (FMA), Marsella 2012, proclama ¡Es tiempo de soluciones! Este objetivo se enmarca, además, en el Decenio Internacional para la Acción “El agua, fuente de vida” (2005-2015). Pero la necesidad de dar soluciones a la grave situación de deterioro de los ecosistemas hídricos y el injusto acceso al agua y saneamiento lleva más tiempo aún en la agenda internacional. En este Decenio se quiere priorizar la puesta en marcha de medidas ya contempladas en el Programa 21, aprobado en Río en 1992, y en el Plan de Acción de Johannesburgo de 2002. Llevan más de 20 años implementando las políticas que ahora proclama el FMA y que son, en resumen, el sector privado como modelo a seguir y el mercado como única solución. Además, tenemos los resultados, solo el 0,3% de las nuevas conexiones de agua a nivel mundial han sido realizadas por el sector privado, esta es su eficiencia. Las recetas del FMA han fracasado, solo buscan el beneficio de las corporaciones transnacionales e impulsan el concepto del agua como mercancía.

Las organizaciones de la sociedad civil denuncian la ilegitimidad del FMA al ser organizado por las grandes corporaciones del agua, agrupadas en el World Water Council, y no por los estados al amparo de las Naciones Unidas. Un Foro legítimo sería aquel que ponga en el centro del debate la construcción de un acceso universal al agua bajo principios de eficacia social y ambiental y bajo control democrático. Tendría, también, el deber de abandonar las aventuras fallidas de mercantilización del agua y la privatización de sus servicios que, al fin y al cabo, benefician a unos pocos y condenan a los ecosistemas y a demasiados millones de personas.

No se puede perder más tiempo, es la hora de la sociedad civil, es la hora de escuchar y construir desde la ciudadanía y para la ciudadanía, debemos avanzar hacia una mayor justicia social y ambiental en el agua. Las organizaciones sociales, ambientales, ONG, sindicatos, etc. han reclamado durante años el reconocimiento del acceso universal a una fuente segura de agua y al saneamiento como derecho humano, implementado con gestión pública, participación y control social. Esta propuesta ha sido bloqueada repetidamente por el FMA y, especialmente, por aquellos países que trabajan para los intereses de las principales empresas transnacionales del agua. A pesar del bloqueo, y a iniciativa de Bolivia, con el apoyo de distintos países [1], la Asamblea General de Naciones Unidas reconoció en 2010 el derecho humano al agua y al saneamiento. Por fin, y en pleno siglo XXI, se daba un paso más a nivel internacional: se reconocía que el agua es un derecho básico para la vida y la dignidad de las personas. La implementación de este derecho es lo que ahora está en cuestión, ¿podemos dejar al mercado y a las grandes corporaciones que decidan sobre cómo y quién debe garantizar un derecho humano?, ¿es coherente por parte del Gobierno español reconocer el derecho humano al agua en Naciones Unidas e impulsar políticas de mercantilización del agua en España?

La globalización neoliberal está poniendo en manos de grandes empresas transnacionales el control de las fuentes de agua para la actividad extractiva, ya sea minería o explotación de hidrocarburos, para la agroindustria, para las grandes presas hidroeléctricas, para la industria turística, etc. Este dominio está dejando sin fuentes de agua y sin ecosistemas hídricos a una parte importante de la población rural, especialmente en los países del Sur global. Por otro lado, los tímidos logros conseguidos en el Norte están cada vez más en riesgo. Pero el agua no sólo tiene interés como medio de producción, también tiene un elevado valor económico, tanto en su faceta de objeto de consumo, y de ahí el crecimiento de las compañías embotelladoras de agua, como en la gestión del abastecimiento y el saneamiento.

La privatización de los servicios de abastecimiento urbano se impulsó desde la década de los ochenta en los países del Sur. Los argumentos para esta medida, que se calificaba como técnica, se basaban en la eficiencia, transparencia, la inversión y transferencia de tecnología que aportaban las empresas de capital privado frente a la supuesta inoperancia del sector público. Además, por si había algún gobierno reticente, esta política se imponía desde las Instituciones Financieras Internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, mediante los Planes de Ajuste Estructural para el pago de las deudas que atenazaban a estos gobiernos en la citada década de los ochenta. El resultado, después de más de 30 años de experiencia, es que las ventajas de la gestión privada han sido inexistentes, el mismo Banco Mundial lo reconoció en el Foro Mundial del Agua de México en 2006, pero las sigue promoviendo.

Utilizar un bien básico para la vida como un producto de mercado, y que una empresa obtenga con ello el máximo beneficio, genera impactos tremendos sobre las mayorías sociales que viven por debajo del umbral de la pobreza. La respuesta por parte de esta población fue un rechazo contundente a estas políticas: en América Latina, Suez, Bechtel y otras grandes corporaciones privadas del agua fueron expulsadas, se rescindieron sus contratos por incumplimiento, se han incluido artículos en diversas constituciones donde se reconoce el derecho humano al agua y su gestión se indica que debe ser pública. En Europa, Francia ha iniciado un proceso de retorno a la gestión pública en grandes ciudades, por ejemplo Paris y Grenoble. En Holanda, tal y como recoge su legislación, toda la gestión del agua debe ser pública, fuera de lógicas mercantiles.

Mientras el mundo empieza a responder a estas políticas fallidas de privatización, el Estado español las impulsa. Maude Marlow definió el agua como el oro azul, en estos momentos, es la mejor calificación que se puede dar a este bien común en España. No tanto por el valor económico que tiene su control estratégico en los regadíos y las hidroeléctricas, que también, sino porque la venta de su gestión pública en abastecimientos urbanos a operadores privados está sirviendo para saldar las abultadas deudas de los gobiernos municipales. Deudas que no tienen que ver, en absoluto, con la gestión del agua sino más bien con la falta de ingresos de los municipios. A grandes rasgos, la historia que sucedió en los países del Sur se repite aquí, se venden los servicios públicos de agua y saneamiento como parte de las políticas de ajuste para reducir la deuda de los municipios. En León, Avilés, Lugo, Jerez, Madrid, etc. se ha vendido, o se está en proceso de vender, este servicio con el fin de obtener una buena inyección de liquidez a costa de mercantilizar un servicio público básico para la población. Los servicios públicos son un legado de la ciudadanía a los responsables por un corto período de tiempo, no tienen la legitimidad para dilapidar un patrimonio que no les pertenece.

A medida que crece la ola privatizadora, tanto en nuestro país como en el resto de Europa, también está creciendo la oposición social. Se están creando plataformas y redes muy activas que multiplican esfuerzos para informar y movilizar a la ciudadanía contra la mercantilización del agua y por el derecho humano al agua y al saneamiento. Ejemplos como el de Italia, donde a través de un referéndum se ha conseguido frenar la privatización del abastecimiento a poblaciones, representan una victoria que alienta al resto de luchas. La movilización social no sólo genera una resistencia frente a la privatización, también construye propuestas que permitirían hacer realidad que el derecho humano al agua se garantizara en condiciones de igualdad y no discriminación. El primer paso es la incorporación del derecho humano al agua, y la obligatoriedad de la gestión pública del abastecimiento y saneamiento urbano, en la Ley de Aguas española.

La amenaza que supone perder el control público sobre el agua hace necesario informar y formar para la acción. Así, conocer lo que supone el reconocimiento del derecho humano al agua, recordar los aprendizajes de las nefastas consecuencias de la gestión privada en América Latina y la actual ola privatizadora en Europa son factores clave para fortalecer una creciente movilización social. Eso es precisamente lo que persigue esta publicación, avanzar hacia la conservación de los ecosistemas hídricos y la justicia social en el acceso al agua potable y saneamiento. Lo que está en juego es una gestión 100% pública que priorice la función social y ambiental del agua y que promueva la gestión democrática del agua como un bien común.

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¿Es posible una ciencia social no eurocéntrica en nuestra región?.

Centro América/Cuba/Octubre 2016/Francisco López Segrega/

Francisco López Segrera

 

  1. Director de UNESCO-Caracas/IESALC y Consejero Regional de Ciencias Sociales, Caracas.

 

El objetivo esencial es aportar algunas reflexiones acerca de las posibilidades de desarrollo de ciencias sociales no eurocéntricas en nuestra región. Para ello resumiré el valioso legado que hemos recibido de las ciencias sociales y me referiré a la creciente autoctonía de las ciencias sociales latinoamericanas, a su legado, futuro, principales axiomas y desafíos que enfrenta en vísperas del tercer milenio.

La argumentación que desarrollaré sintéticamente a continuación, parte del modelo teórico al respecto que nos ofrecen las principales figuras de las ciencias sociales (también de las ciencias exactas y naturales) a nivel planetario y regional. Teniendo en cuenta estos aportes trataré de expresar en qué consiste, a nuestro juicio, el principal legado de las ciencias sociales a nivel mundial y regional, los desafíos que enfrentamos y cuáles son las perspectivas. Como afirma John Maddox en el Informe Mundial de la Ciencia de UNESCO de 1998, «el progreso en las ciencias consiste, en parte, en plantearse las viejas preguntas de manera más lúcida y penetrante». Estas son las preguntas sugerentes que han sabido plantearse Wallerstein, Prigogine, Morin, un grupo representativo de científicos sociales latinoamericanos en una encuesta de 1995 de la Revista Nueva Sociedad y trabajos como el de Ana María Cetto y Hebe Vesuri en el mencionado Informe Mundial de la Ciencia. A partir de las preguntas y análisis contenidos en dichos textos, y de nuestras bases de datos y reflexiones, hemos elaborado este trabajo2.

Recién asumidas nuestras funciones de Consejero Regional UNESCO de ciencias sociales y humanas en marzo de 1996, nos percatamos de que era imprescindible -para contribuir a superar la denominada «crisis de paradigmas», e igualmente para «impensar» y «abrir» las ciencias sociales en la región, recreándolas- una relectura de textos esenciales de estas disciplinas en Latinoamérica y el Caribe.

Si el legado y futuro de las ciencias sociales hoy a nivel planetario pueden ser expresados en tres axiomas (legado) y seis desafíos (futuro), esta relectura seguramente contribuirá en forma decisiva, a la valoración de aspectos esenciales de la herencia que nos han legado las ciencias sociales de esta región e igualmente a enfrentar los desafíos específicos que enfrentan en América Latina y el Caribe estas disciplinas. La reflexión sobre este legado histórico resulta clave para crear nuevos paradigmas que nos permitan vislumbrar y construir un futuro alternativo.

Hagamos, en primer lugar, algunas reflexiones sintéticas acerca de las ciencias sociales a nivel planetario, para luego referirnos a su dimensión latinoamericana. Es necesario no sólo repensar las ciencias sociales, sino sobre todo impensarlas. Es decir, poner en cuestión el legado decimonónico y el de este propio siglo en las ciencias sociales, a la manera que Ilya Prigogine ha hecho en las ciencias duras con la herencia de la física newtoniana y de la teoría de la relatividad. Esta necesidad de impensarlas obedece a que muchas de sus suposiciones, pese a su carácter falaz, permanecen arraigadas firmemente en nuestra mentalidad. Consideramos que impensar las ciencias sociales significa reconciliar lo estático y lo dinámico, lo sincrónico y lo diacrónico, analizando los sistemas históricos como sistemas complejos con autonomía, y límites temporales y espaciales. Si decidimos, por tanto, que la unidad de análisis no es ya el Estado-nación, sino el sistema-mundo (es decir, que no podemos analizar ningún Estado-nación disociado del sistema-mundo) debemos además acudir al análisis transdisciplinario eliminando la tradicional distinción entre el método de análisis idiográfico propio de la historia y el nomotético propio de la antropología, economía, ciencias políticas y sociología. Las ciencias sociales no deben ser ni mero recuento de los hechos del pasado (historia tradicional), ni tampoco la simple búsqueda de regularidades con una visión ahistórica. Las ciencias humanas como la sicología y la filosofía, entre otras, también deben ser tenidas en cuenta a la hora de elaborar esta síntesis.

Pienso que hay textos metodológicos que debemos rescatar, como La imaginación sociológica de C. Wright Mills y otros que debemos relegar al olvido o releer sólo por mera curiosidad como El Sistema Social de Talcott Parsons, biblia de una sociología ahistórica que ejemplifica los defectos de la «gran teoría» y su incapacidad para explicar los sistemas complejos. Esta «gran teoría», por un lado, y el empirismo abstracto de estudios en detalle, por otro, son los grandes peligros que acechan a las ciencias sociales desde sus orígenes y por lo cual resulta necesario impensarlas y también abrirlas3. Esto último significa: deconstruir las barreras disciplinarias entre lo idiográfico y lo nomotético; integrar las disciplinas idiográficas y nomotéticas en un método transdisciplinario; promover el desarrollo de investigaciones conjuntas, no sólo entre historiadores de un lado y antropólogos, economistas, politólogos y sociólogos de otro, integrando equipos transdisciplinarios en torno a un tema de investigación, sino además integrar a científicos de las ciencias naturales y exactas en proyectos conjuntos en que participen especialistas de las ciencias sociales y de las ciencias duras, y donde por tanto lo transdisciplinario no se agote en la fusión de lo idiográfico y lo nomotético, sino que además también incluya las ciencias duras. Es esto lo que nos ha enseñado el legado de Marx, Durkheim y Weber.

Las obras de Braudel, Wallerstein, Morin, Dos Santos, González Casanova, Aníbal Quijano y Enrique Leff, entre otros, constituyen a nuestro juicio un esfuerzo notable en este sentido desde las ciencias sociales, e igualmente la de Prigogine desde el terreno de las ciencias duras. En resumen, para que las ciencias sociales tengan verdadera relevancia hoy, es imprescindible la reunificación epistemológica del mundo del conocimiento, sin que esto implique la muerte inmediata de disciplinas con una larga tradición. Abogamos por la integración en el análisis de los fenómenos sociales de lo idiográfico y lo nomotético, e incluso de esta visión con las ciencias duras, lo cual no quiere decir que neguemos el valioso legado de las disciplinas autónomas, aunque sí su menor relevancia en análisis desintegrados de los conocimientos que pueden aportarnos el conjunto de ellas.

Antes de referirnos a la especificidad de las ciencias sociales de América Latina y el Caribe ante esta problemática, enunciemos los principales axiomas que constituyen lo esencial del legado de las ciencias sociales; e igualmente los desafíos que enfrentan las ciencias sociales a nivel mundial.

Axioma 1. Existen grupos sociales que tienen estructuras explicables y racionales (Durkheim).
Axioma 2. Todos los grupos sociales contienen subgrupos distribuídos jerárquicamente y en conflicto unos con otros (Marx).
Axioma 3. Los grupos y/o Estados mantienen su hegemonía y contienen los conflictos potenciales, debido a que los subgrupos de menor jerarquía le conceden legitimidad a la autoridad que ejercen los situados en la parte superior de la jerarquía, en la medida que esto permite la sobrevivencia inmediata y a largo plazo (Weber).

Estos axiomas constituyen la herencia esencial de la cultura sociológica occidental, de la cual somos en la región tributarios en más de un sentido, sin que esto niegue nuestra especificidad. Es un mérito de Anthony Giddens el haber sido uno de los primeros en discutir la obra de conjunto de Marx, Durkheim y Weber como tres autores.

Pudiera objetarse que hay muchos otros autores que también han legado axiomas de relevancia como, por ejemplo, Malthus (ensayo sobre la población), Tonnies (comunidad y sociedad), Sorokin (diferenciación de las sociedades en grupos multivariados), Veblen (el ocio ostensible), Mannheim (sociología del conocimiento, ideología y utopía), Wright Mills (la élite del poder), Adorno (la personalidad autoritaria), Marcuse (el origen de la civilización represiva), Lukacs (las raíces sociológicas del asalto a la razón, sociología de la cultura), Habermas (su teoría de la acción comunicativa), sin olvidar los aportes de los fundadores (Comte y Spencer) y la lúcida obra actual de Wallerstein, Giddens, Morin, Dos Santos, Gorostiaga, González Casanova, y Quijano, entre otros. Pero lo que ha tratado Wallerstein de argumentar al resumir la «cultura sociológica», es que esta pudiera sintetizarse en tres axiomas o proposiciones claves: la realidad de los hechos sociales (Durkheim), el carácter perenne y permanente del conflicto social (Marx), y la existencia de mecanismos de legitimación que regulan y contienen los conflictos (Weber).

Veamos ahora los desafíos:
1. ¿Es que en realidad existe una racionalidad formal? (Freud).
2. ¿Existe un desafío civilizatorio de envergadura a la visión moderna/occidental del mundo que debamos tomar seriamente? (Anouar Abdel-Malek).
3. ¿Acaso la realidad de tiempos sociales múltiples requiere que reestructuremos nuestras teorías y metodologías? (Braudel).
4. ¿ En qué sentido los estudios sobre complejidad y el fin de las certidumbres, nos fuerzan a reinventar el método científico? (Prigogine).
5. ¿Podemos demostrar que el feminismo, que el concepto de género, es una variable de presencia ubicua, aún en zonas aparentemente remotas como la conceptualización matemática? (Evelyn Fox Keller, Donna J. Haraway y Vandana Shiva).
6. ¿Es la modernidad una decepción que ha desilusionado antes que a nadie a los científicos sociales? (Bruno Latour)

A partir de estos axiomas y desafíos, Immanuel Wallerstein nos propone las siguientes perspectivas en el siglo XXI para las ciencias sociales: a) la reunificación epistemológica de las denominadas dos culturas, esto es, la de las ciencias y la de las humanidades; b) la reunificación organizacional de las ciencias sociales; c) y la asunción por las ciencias sociales de un papel de centralidad (que no implica hegemonismos) en el mundo del conocimiento4.
La obra de Immanuel Wallerstein, al igual que la de Prigogine en el terreno de la física y la química, y la de Edgar Morin en lo que respecta al pensamiento complejo, se encuentra en la vanguardia de la reflexión prospectiva sobre las ciencias sociales y constituye en forma más o menos explícita una crítica al eurocentrismo y una superación de sus paradigmas. Los principales hitos metodológicos de esta reflexión son: «Impensar las ciencias sociales» (1991); «Abrir las ciencias sociales» (1996); «Social change? Change is eternal. Nothing ever changes» (1996); «Cartas del Presidente de la Asociación Internacional de Sociología (1994-1998)»; y, en especial, su discurso como Presidente de ISA en el XIV Congreso Mundial de Sociología: «The heritage of sociology. The promise of social science», 26 de julio de 19985.

Anthony Giddens, por su parte, al expresar los objetivos esenciales de su trabajo de investigación como sociólogo, ha formulado una agenda relevante: reinterpretar el pensamiento social clásico, analizar la naturaleza de la modernidad, y establecer un nuevo enfoque metodológico en las ciencias sociales. Estos tres temas interconectados constituyen la agenda de trabajo del mencionado autor6.

En la Conferencia Europea de Ciencias Sociales (1992), el Director General de la UNESCO Federico Mayor, formuló un conjunto de orientaciones de especial relevancia para el trabajo de investigación en ciencias sociales que tienen hoy plena actualidad, y que coinciden, en gran medida, con lo planteado por Wallerstein y Giddens:
1. Promover los enfoques interdisciplinarios y los estudios comparados.
2. Estos enfoque deben sustentarse en bases de datos cuantitativas (estadísticas) y cualitativas de excelente calidad. Para las ciencias naturales la naturaleza y la vida son las fuentes de sus bases de datos, que se analizan en condiciones de laboratorio una vez seleccionadas. Para las ciencias sociales los datos se toman esencialmente de series estadísticas, por eso debemos asegurarnos del carácter fidedigno de nuestras fuentes y trabajar, siempre que sea posible, con fuentes primarias.
3. Es necesario llevar a cabo cambios institucionales y organizativos que permitan el desarrollo del trabajo interdisciplinario.

Y concluía Federico Mayor diciendo que «ningún otro campo del conocimiento podría contribuir tan decisivamente a construir un puente entre la reflexión y la visión de los asuntos humanos, de una parte, y a la formulación de políticas y la puesta en marcha de acciones para mejorar la calidad de vida de los seres humanos, de otra»7.

La importancia de la transdisciplinariedad fue también destacada por Federico Mayor en otro texto en que afirma: «Hace cuarenta años el novelista C. P. Snow declaró que vivimos en un mundo de dos culturas. Una la cultura artística, tiene un amplio espacio en los periódicos, la radio, la televisión, mientras que la otra, la cultura científica, debe contentarse con un espacio extremadamente limitado. ¿Por qué esa diferencia?»8.

En 1998, en la Segunda Conferencia Europea de Ciencias Sociales, el Director General de la UNESCO afirmó: «Hace medio siglo, los fundadores de la UNESCO recomendaron que las ciencias sociales ocuparan una posición importante en el monitoreo de la integración social de la humanidad. La década pasada ha sido un período importante de balance en lo que se refiere a nuestras tradiciones heredadas del conocimiento social». Y más adelante afirmaba: «Dentro de la UNESCO se prepararon nuevos terrenos para la transdisciplinariedad, especialmente para mejorar la cooperación entre las ciencias naturales y sociales, durante la 28 sesión de la Conferencia General en 1995″9.

Son indudables los aportes positivos de las ciencias (mayor esperanza de vida, aumento de la producción agrícola, las posibilidades que para el conocimiento crean las nuevas tecnologías de información y comunicación…), pero también es cierta la brecha creciente entre países industrializados y los eufemísticamente llamados en vías de desarrollo, y el hecho de que la explotación inadecuada de los logros científicos ha implicado la degradación del medio ambiente y dado lugar al desequilibrio social y la exclusión. Para que se pueda instaurar una paz durable, acorde con el espíritu con el cual La Asamblea General de las Naciones Unidas ha proclamado el Año 2000 «Año Internacional de la Cultura de la Paz», es necesario solucionar estas contradicciones.

Es indispensable intensificar los esfuerzos interdisciplinarios asociando los especialistas de las ciencias exactas y naturales a los de las ciencias sociales, pues estas son claves para suprimir las causas profundas de los conflictos: desigualdades sociales, pobreza, ausencia de justicia y democracia, trabas a la educación para todos, inadecuados servicios de salud, penuria alimentaria, degradación del medio ambiente y otras. La investigación científica en el sector privado no puede sustituir a la investigación pública, lo que implica que el sector público otorgue un financiamiento adecuado, en especial a aquellas investigaciones cuyos resultados sean de especial utilidad para la sociedad, lo que no implica minimizar el importante papel de la investigación fundamental10.

Si bien estos textos nos ofrecen, entre otros, una valiosa brújula, la especificidad de nuestras ciencias sociales tiene sus propios axiomas, desafíos y perspectivas. Es precisamente esa singularidad la que devela y revela una relectura de sus principales textos. Veamos, brevemente, en qué consiste ese legado en nuestra región -así como el papel de UNESCO en fortalecerlo y contribuir a recrearlo- para luego plantearnos una posible Agenda de Trabajo y referirnos a nuestros axiomas, desafíos y perspectivas específicas, injertando en el tronco de nuestras reflexiones autóctonas lo mejor de las ciencias sociales a nivel planetario
Concentraré mis reflexiones en sintéticos vislumbres acerca de la misión de UNESCO en el proceso de desarrollo de las ciencias sociales en la región y, en especial, en cómo contribuir a su redimensionamiento futuro. No puedo dejar de mencionar, el papel clave de UNESCO en la fundación y desarrollo de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y su permanente interacción con su Secretaría General y sus capítulos nacionales; e igualmente la sostenida y creciente colaboración con el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), con su Secretaria Ejecutiva y con sus Grupos de Trabajo. En torno a FLACSO Y CLACSO -que siempre han tenido el apoyo de UNESCO- se ha nucleado tradicionalmente lo mejor de las ciencias sociales de la región.

En síntesis, puedo decir que son redes como FLACSO y CLACSO -y otras muchas que de forma más o menos directa están asociadas al desarrollo de las ciencias sociales en esta área: ALAS, SELA, CLAD, FIUC, PROGRAMA BOLÍVAR – y los científicos sociales agrupados en ellas en torno a universidades y/o grupos de trabajo, los que han producido el extraordinario desarrollo de las ciencias sociales latinoamericanas -visualizadas por otros países del sur como paradigma- y quienes garantizan su futuro, sin que su identidad se disuelva en paradigmas importados. Las ciencias sociales latinoamericanas alcanzaron su plena identidad en los cincuenta en el momento en que surgió FLACSO, y es un mérito de esta red -y de UNESCO- el haber contribuido a la creación de paradigmas autóctonos en las ciencias sociales de América Latina y el Caribe, labor que ha impulsado CLACSO. Digámoslo de una vez, podrá haber crisis de paradigmas con relación a la era de CEPAL o de la Escuela de la Dependencia, pero no hay crisis de identidad. Es clara, no obstante, desde los ochenta, la tendencia a la reversión de los valiosos intentos de repensar el continente desde sí mismo. Esta tendencia, a la cual nos referiremos más adelante, está asociada a los paradigmas propios del neoliberalismo y del posmodernismo.

Veamos ahora, brevemente, los distintos paradigmas de las ciencias sociales en la región desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad11.

A fines de los años cincuenta el futuro de América Latina era visualizado a través de los paradigmas estructural-funcionalista, del marxismo tradicional (y luego de la nueva versión que emergió como resultado de la revolución cubana) y del pensamiento desarrollista de CEPAL. Si la falla del funcionalismo fue considerar que se podría reproducir en la periferia el esquema clásico de desarrollo capitalista del centro -tesis validada por el marxismo tradicional, que visualizaba a América Latina como una sociedad feudal- y la de CEPAL pensar que sólo con la sustitución de importaciones y un Estado y un sector público fuertes se obtendría el desarrollo; la Escuela de la Dependencia, en su crítica al denominado capitalismo dependiente latinoamericano, no fue capaz de ofrecer una reflexión con resultados viables acerca de cómo construir un modelo alternativo de sociedad.

El desarrollismo cepalino de Raúl Prebisch fue considerado por los teóricos de la dependencia como un paradigma que, si bien planteaba la necesidad de reformas estructurales modernizantes, en la praxis era incapaz de superar el reformismo. La crítica neoliberal del desarrollismo se centró en el excesivo intervencionismo estatal, el estrangulamiento de la iniciativa privada y la asignación de recursos en forma irracional.

El defecto esencial de la Teoría de la Dependencia fue el no haber percibido que ningún sistema puede ser independiente del sistema-histórico actual, de la economía mundial. Esta realidad interdependiente no implica, sin embargo, validar al neoliberalismo y a sus políticas de ajuste estructural -que tienden a privilegiar la función del mercado en detrimento de la sociedad civil y del Estado- como única receta válida, y mucho menos como fin de la historia. Sobre todo cuando hoy sabemos, tras más de una década perdida en lo económico, que el ajuste estructural ha implicado en la región un profundo deterioro de las condiciones sociales y una concentración cada vez mayor de la riqueza, junto al crecimiento de la pobreza y la exclusión social. Si hoy hablamos de Desarrollo Humano Sostenible (concepto enunciado por el Bruntland Report en 1987), es porque el otro desarrollo, en realidad ha sido un crecimiento económico perverso y desequilibrado que atenta contra el hombre y su habitat12.
Las dos influencias teóricas que predominan en las ciencias sociales latinoamericanas hoy -el neoliberalismo y el postmodernismo- entrañan ciertos peligros. El primero tiende a la reafirmación dogmática de las concepciones lineales de progreso universal y del imaginario del desarrollo y la segunda a la apoteosis del eurocentrismo. El hecho de que los metarrelatos en boga en el siglo XX hayan hecho crisis, no implica la crisis de toda forma de pensar el futuro y mucho menos de éste13.

Como axiomas y/o aportes claves de las ciencias sociales latinoamericanas y caribeñas en la segunda mitad de este siglo podemos mencionar, entre otros, los siguientes:
1. El axioma del capitalismo colonial de Sergio Bagú: «El régimen económico luso-hispano del período colonial no es feudalismo. Es capitalismo colonial, ….el cual presenta reiteradamente en los distintos continentes ciertas manifestaciones externas que lo asemejan al feudalismo. Es un régimen que conserva un perfil equívoco, sin alterar por eso su incuestionable índole capitalista. Lejos de revivir el ciclo feudal, América ingresó con sorprendente celeridad dentro del capitalismo comercial, ya inaugurado en Europa…y contribuyó a dar a ese ciclo un vigor colosal, haciendo posible la iniciación del capitalismo industrial años más tarde»14.
2. El axioma «centro-periferia» de Raúl Prebisch: «en otros términos, mientras los centros han retenido íntegramente el fruto del progreso técnico de su industria, los países de la periferia les han traspasado una parte del fruto de su propio progreso técnico»15.

  1. El axioma «sub-imperialismo» de Ruy Mauro Marini: «Pasó el tiempo del modelo simple centro-periferia, caracterizado por el intercambio de manufacturas por alimentos y materias primas…..El resultado ha sido un reescalonamiento, una jerarquización de los países en forma piramidal y, por consiguiente, el surgimiento de centros medianos de acumulación, que son también potencias capitalistas medianas -lo que nos ha llevado a hablar de la emergencia de un subimperialismo.» Este concepto resulta equivalente al de semiperiferia de Wallerstein, pues se refiere al papel desempeñado por países como Brasil y los tigres asiáticos en la nueva división internacional del trabajo16.
  2. El axioma «dependencia» de Theotonio dos Santos: la dependencia es «una situación en la cual la economía de un cierto grupo de países está condicionada por el desarrollo y la expansión de otra economía, a la cual su propia economía está atada; una situación histórica que configura la estructura de la economía mundial de tal manera que determinados países resultan favorecidos en detrimento de otros, y que determina las posibilidades de desarrollo de las economías internas»17.

Los autores citados son especialmente emblemáticos, pero expresan amplios movimientos de reflexión en la región, del cual son tributarios. Estos axiomas tienen especial relevancia, desde nuestro punto de vista, para la comprensión del papel de América Latina y el Caribe en el actual sistema-mundo capitalista.

Otros aportes de relevancia de las ciencias sociales en nuestra América, entre otros muchos, que pudiéramos mencionar son:
a) Los estudios tipólogicos de Darcy Ribeiro sobre los pueblos y el proceso civilizatorio.
b) La sociología del hambre de Josué de Castro.
c) La metodología Investigación- Acción Participativa de Orlando Fals Borda.
d) Los conceptos de colonialidad del poder y reoriginalización cultural de A. Quijano.
e) La pedagogía del oprimido de Paulo Freire.
f)) Las visiones críticas de la globalización de Octavio Ianni, Celso Furtado, Héctor Silva Michelena, y Armando Córdova, entre otros autores.
g) La crítica a la visión fundamentalista de la integración globalizada de Aldo Ferrer.
h) Los vislumbres sobre la Teología de la Liberación de Gustavo Gutierrez, así como de Leonardo y Clodovil Boff.
i) La teoría de la marginalidad de Gino Germani, enriquecida desde un ángulo diverso por aportes como el de José Nun.
j) La visión de la dependencia en Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, denominado «enfoque de la dependencia» para diferenciarlo de la «teoría de la dependencia» de Marini, Dos Santos, Bambirra y Gunder Frank.
k) Los valiosos aportes de Pablo González Casanova sobre el México marginal, y su crítica al «nuevo orden mundial», su visión de una democracia no excluyente, su preocupación por reconceptualizar nuestras ciencias sociales.
l) La valiosa reflexión en torno a la sociología latinoamericana de autores como Heinz Sonntag y Roberto Briceño.
m) La lúcida crítica de Edgardo Lander al eurocentrismo y el colonialismo en el pensamiento latinoamericano.
n) La tesis de la colonialidad del poder de Aníbal Quijano.
o) La crítica no-eurocéntrica del eurocentrismo de Enrique Dussel, que lleva implícita una valiosa crítica a la construcción de la modernidad en el pensamiento postmoderno.
p) El concepto de «border thinking» de Walter Mignolo.
q) El análisis cultural de la biodiversidad (desde el capitalismo y desde la autonomía cultural) de Arturo Escobar.
r) La visión de Enrique Leff sobre las disyuntivas del desarrollo sustentable.
s) La crítica al neoliberalismo latinoamericano de Atilio Borón.
t) La tesis de una civilización geocultural alternativa emergente de Xabier Gorostiaga.
u) Las tesis sobre transición, democracia, ciudadanía y Estado de Carlos Vilas, Emir Sader, Francisco Delich, Manuel Antonio Garretón, Norbert Lechner, y Guillermo O’Donnell, entre otros.
v) La tesis de las culturas híbridas de Nestor García Canclini.
w) Los estudios de la economía de la coca de Hermes Tovar Pinzón.
x) La sociología del Caribe de Gerard Pierre Charles y Suzy Castor.
y) Los aportes teóricos sobre la economía de plantaciones del Caribe de Ramiro Guerra, Eric Williams, Manuel Moreno Fraginals y Juan Pérez de la Riva.
z) La sociología centroamericana de Edelberto Torres Rivas.
Última, pero no menos importante, es la obra de próceres cuyas reflexiones tienen un carácter fundacional: Simón Bolívar, José Martí y José Carlos Mariátegui.

Este incompleto recuento da noticia indiscutible de la legitimidad y autoctonía de las ciencias sociales latinoamericanas, pese a la amenaza persistente y renovada de los afanes de disolverla en paradigmas eurocéntricos.

Como desafíos específicos que enfrentan las ciencias sociales en la región hoy podemos enumerar, entre otros, los siguientes:
1. ¿Es posible la integración cultural?¿O acaso todo el discurso en torno a la multiculturalidad, la pluralidad cultural y los problemas de homogeneización y heterogeneidad no rebasarán el marco retórico-académico?
2. ¿Es posible recrear un nuevo Estado distinto al caudillista, populista, cepalino o neoliberal, donde la exclusión social sea eliminada sin volver al autoritarismo y dando una dimensión no sólo política, sino también social a la democracia?¿O es que acaso el Estado neoliberal, que legitima y viabiliza el modelo de capitalismo dependiente con rostro de democracia, es viable a largo plazo?
3. ¿Es posible a los Estados latinoamericanos obtener mayores márgenes de independencia y autonomía vía la integración del subcontinente pese a crecientes procesos de globalización y transnacionalización?
4. ¿Es posible disminuir la brecha entre «infopobres» e «inforicos» en la región democratizando el uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación? ¿O sólo servirán éstas para aumentar la pobreza, la desigualdad y la exclusión social?
5. ¿Es posible la educación para todos, el desarrollo sostenible, el nuevo carácter de las ciudades, una nueva ética y la construcción de una cultura de paz? ¿O acaso es una utopía inalcanzable construir naciones democráticas, multiculturales y multirraciales con niveles mínimos de desigualdad?

El futuro de las ciencias sociales en la región dependerá, en gran medida, de las políticas y acciones que se adopten con relación a estos desafíos.

Los problemas claves que preocupan a Wallerstein sobre las ciencias sociales a nivel mundial, paradójicamente, pese a nuestro «atraso» con relación al patrón occidental de desarrollo, no tienen entre nosotros la misma dimensión. Afortunadamente no tuvimos un Talcott Parsons, aunque sí algunos epígonos ya olvidados. Podemos decir que el proceso de impensar las ciencias sociales empezó en Nuestra América (la del Río Bravo a la Patagonia) en los cincuenta con CEPAL y que, pese a la «crisis de paradigmas» de los ochentas, no se ha detenido. Tenemos no sólo axiomas básicos, sino multitud de conceptos, como ha señalado Pablo González Casanova al hablar de las ciencias sociales en la región. Por otra parte, pese a la perspectiva eurocentrista/anglosajona con que se elaboraron los planes de estudio de las carreras de ciencias sociales en la región, los mejores textos de estas disciplinas tienden a integrar lo idiográfico y lo nomotético en el análisis. Esto obedece, por un lado, a que la herencia española, si bien nos legó lo que en algunos casos es retórica hueca, también nos ofreció una rica herencia ensayística que funde lo idiográfico y lo nomotético; y, por otro, a que la superespecialización no ha sido una actitud cultural entre nosotros por diversas razones. Por estas causas, entre otras, la exhortación a impensar y abrir las ciencias sociales ya lleva largo trecho recorrido entre nosotros, sin que por eso podamos darnos el lujo arrogante de la autocomplacencia que destruye la creatividad. Es por todos conocida la influencia de las ciencias sociales de nuestra región, no sólo en los países del sur, sino también en algunos de los principales científicos sociales de los países desarrollados de Occidente y de otras latitudes.

Con relación a las perspectivas de las ciencias sociales en América Latina y el Caribe, debe reiterarse que mucho hemos avanzado en la reunificación epistemológica de las dos culturas, la de las ciencias y la de las humanidades. No quiere esto decir que podamos eliminar de la agenda totalmente la necesidad de impensar y abrir las ciencias sociales en nuestra región. Pero de lo que se trata sobre todo en Nuestra América, es de avanzar en la reunificación organizativa de las ciencias sociales y en que éstas reasuman su papel de centralidad en el mundo del conocimiento, debilitado en los ochenta y primera mitad de los noventa como consecuencia de la «crisis de paradigmas». Para esto resulta clave el pensar la región desde sí misma, sin peligrosos provincianismos; el mejor antídoto contra esto es el imprescindible dominio, o al menos lectura, de tres o cuatro idiomas clave además del español y un estado del arte renovado permanentemente en nuevas tecnologías de la comunicación e información- y sin asimilar en forma acrítica agendas y paradigmas de otras latitudes.

Es importante establecer un conjunto de prioridades compartidas por todos, que den respuesta a las urgencias de nuestra América, de su sociedad civil y de sus clases políticas, para coordinadamente establecer una nueva agenda de las investigaciones en ciencias sociales en nuestra región. Si no somos capaces unidos de formular esa agenda, las ciencias sociales de la región perderán una identidad ganada a sangre y fuego, y presenciaremos no una «crisis de paradigmas», sino la recolonización de nuestras ciencias sociales por paradigmas y agendas fijadas en función de los intereses del Norte desarrollado

Antes de hacer algunas sugerencias con relación a dicha Agenda, me referiré brevemente a ciertos aspectos de nuestro trabajo como Consejero Regional de Ciencias Sociales.
Nuestra acción como Consejero Regional de Ciencias Sociales para América Latina y el Caribe en el bienio 1996/97 y 98/99 se orientó por el Plan a Plazo Medio (C4) y por lo acordado por los estados miembros de UNESCO en sus Conferencias Generales de 1995 y 1997 (C5). En especial se trata de adecuar a la región las metas prioritarias para la acción de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social (Copenhague, marzo de 1995): fomento de la capacidad endógena; desarrollo de las zonas rurales; seguimiento al Programa 21, para alcanzar un desarrollo humano sostenible utilizando racionalmente los recursos y preservando el medio ambiente; ampliar las posibilidades de acceder a la información y la comunicación; y mejorar la capacidad endógena para formular políticas sociales, para preveer, gestionar y evaluar las transformaciones sociales.

En resumen, nuestra acción ha priorizado y prioriza:
1. La lucha contra la pobreza conforme a la Declaración del Director General de la UNESCO de 15 de enero de 1996.
2. La preservación de la gobernabilidad, la democracia, los derechos humanos, y la tolerancia, vía la reforma del estado y de la gestión pública. Este objetivo, la construcción de una cultura de paz y de la justicia para la paz, orienta nuestra acción con el estado y la sociedad civil, en especial apoyando redes como el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). También nuestros vínculos con la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), con la Secretaría Permanente del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), el Centro Latinoamericano de la Administración para el Desarrollo (CLAD) y el Programa Bolívar para el desarrollo de las PYME, revisten especial importancia; e igualmente con el Proyecto UNESCO denominado DEMOS, que ha hecho importantes aportes al estudio de la gobernabilidad en la región. De especial importancia son nuestros vínculos con redes universitarias como la UDUAL, la AIU, la OUI y la FIUC, entre otras. Hemos venido ejecutando y/o preparando proyectos con estas redes, e igualmente con: el Consejo Internacional de Ciencias Sociales de UNESCO (agenda para el milenio); CLACSO (seminarios y reflexiones para integrar las políticas económicas y sociales); FLACSO (anuario de ciencias sociales, premio para jóvenes investigadores en ciencias sociales, erradicación de la pobreza, antología de ciencias sociales..); SELA, CLAD, CEPAL (políticas económicas y sociales, reforma del estado, gestión pública, seguimiento de la Cumbre de Desarrollo Social); y con otras muchas redes e instituciones de carácter regional o interregional.
3. Desarrollar la enseñanza de las ciencias sociales -en especial de los estudios prospectivos- vía las Cátedras UNESCO y de otras formas diversas. Promover la difusión y utilización de las nuevas tecnologías, de la telemática, de Internet y de las redes nuevas y tradicionales. Esta labor difusora tiene como objetivo que se transfiera y comparta el conocimiento en ciencias sociales y su sistemático aggiornamento.
4. La Unidad Regional de Ciencias Sociales, en el concepto de una Oficina Regional integrada como es cada vez más UNESCO-Caracas, tiene también una importante participación en la red UNITWIN de Cátedras UNESCO en la región y en actividades propias de la educación superior.
5. UNESCO, cada vez más, construye pasarelas de la teoría a la acción. Con ese objetivo puso en marcha en 1994 un Programa Internacional en Ciencias Sociales titulado «Gestión de las transformaciones sociales» (MOST). En este Programa se identificaron inicialmente tres áreas prioritarias de investigación -confirmadas en la Primera Conferencia Regional en Buenos Aires en marzo de 1995- que son:
-El multiculturalismo y la multietnicidad en América Latina y el Caribe.
-Las ciudades como escenario de la transformación social.
-Las trasformaciones económicas, tecnológicas y del medio ambiente a nivel local y regional.
Sin embargo, antes de MOST y durante el desarrollo de este programa, UNESCO había respondido y sigue dando respuesta, a la solicitud de los estados miembros para asistencia en actividades de ciencias sociales. He aquí algunos ejemplos:
-Negociaciones de paz en El Salvador.
-Educación para la democracia en Colombia.
-Planificación social en Colombia, Bolivia, Ecuador, Venezuela, tratando de responder a preguntas como las siguientes: ¿Qué clase de políticas pueden aportar los cambios sociales deseados? y ¿Cómo pueden ser evaluadas estas políticas?

Con relación a la propuesta de una nueva agenda para el desarrollo de las ciencias sociales en la región, debo señalar que, en abril de 1997, la Unidad de Ciencias Sociales bajo mi dirección recogió criterios de FLACSO, CLACSO y de diversos especialistas -que en otros trabajos he expuesto «in extenso»- sobre los siguiente temas: producción de conocimiento y de enseñanza de ciencias sociales; ciencias sociales y políticas de desarrollo social; hacia una cultura de paz; y. cooperación para el desarrollo social:
Si tuviera que resumir la Agenda de las ciencias sociales en la región lo haría con tres propuestas esenciales que pudieran contribuir a «impensar» y «abrir» aún más nuestras ciencias sociales en la región y, sobre todo, a lograr una nueva síntesis teórico-metodológica:
1. Organizar debates entre los científicos sociales ideográficos (historiadores) y nomotéticos de nuestra región, en que también participen representantes latinoamericanos y caribeños de las ciencias duras e igualmente figuras de primer nivel de otras latitudes.
2. Fomentar la transdisciplinariedad mediante proyectos de investigación en torno a problemas de suma importancia actual.
3. Revalorizar las grandes teorías explicativas evitando la ultra-especialización.
Otra propuesta que quisiera hacer, en este caso referida a UNESCO en forma más específica, es la siguiente: que los fondos que destina UNESCO para ciencias exactas y naturales y ciencias humanas y sociales por concepto del programa ordinario y del programa de participación se otorguen y direccionen de manera prioritaria hacia aquellos proyectos de índole transdisciplinaria presentados por los estados miembros de la Organización.
Quisiera poner a manera de ejemplo el Proyecto ya mencionado más arriba «Agenda del Milenio», desarrollado conjuntamente por UNESCO, el Consejo Internacional de Ciencias Sociales de UNESCO (ISSC), y el Conjunto Universitario Cándido Mendes (EDUCAM). En las palabras inaugurales del Seminario, que tuvo como resultado el libro Représentation et complexité, Jerome Bindé, Director de la División de Análisis y Prospectiva de UNESCO y eminente futurólogo afirmó: «Cómo abrir esta reunión sin saludar algunos de los mejores investigadores y expertos que nos muestran su amistad participando en este encuentro: los profesores Edgar Morin (sociólogo de la contemporaneidad e iniciador del pensamiento complejo), Illya Prigogine (Premio Nobel de Química), Mihajlo Mesarovic (futurólogo), Arjun Appadurai (antropólogo), Helena Knyzeva (física), Zaki Laidi (politólogo), Michel Maffesoli (sociólogo), Cristoph Wolf (antropólogo), Chih-Ming Shih (arquitecto), Francisco López Segrera (historiador), Helio Jaguaribe (economista), Eduardo Portella (filósofo, ensayista), y todos aquellos que no puedo citar esta mañana pero que están presentes en mi pensamiento». Este grupo transdisciplinario, integrado por investigadores de distintas especialidades y nacionalidades, constituye una muestra interesante de reflexión conjunta en torno a un tema actual -Representación y Complejidad- desde distintos ángulos y con una perspectiva no eurocéntrica18.

Otro ejemplo notable lo constituye la colección «El Mundo Actual: Situación y Alternativas», -ideada y conducida por Pablo González Casanova en su calidad de Director del «Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades»- que difunde estudios sobre la globalidad y las características que en ella muestran los países y regiones del mundo. La colección ha publicado análisis de carácter transdisciplinario y prospectivo sobre la sociedad, la economía, la política y la cultura, dando especial importancia a la perspectiva desde el Sur del mundo y formulando alternativas que pudieran aplicarse para superar, entre otros, los problemas de desigualdad, pobreza, marginación y exclusión, e igualmente dar claves para la construcción de la paz y la democracia. Entre los investigadores con trabajos publicados en esta colección se encuentran: Immanuel Wallerstein, Samir Amin, Lin Chun, George Aseneiro, Ralph Miliband, Xabier Gorostiaga, Arturo Escobar, Francois Houtart y Francisco López Segrera, entre otros autores19.

Igualmente, quisiéramos mencionar como otra muestra de esfuerzo transdisciplinario el libro Los Retos de la Globalización, publicado en 1998 por la Unidad Regional de UNESCO de Ciencias Sociales de América Latina y el Caribe. Dicha obra agrupa un conjunto de autores que analiza el impacto de la globalización en los países del Sur desde ángulos tales como: los nuevos paradigmas de las ciencias sociales; paz, democracia y «nuevo orden mundial»; dependencia y desarrollo; y cultura y conocimiento en un mundo virtual. Entre los autores que aportaron contribuciones originales a dicho libro se encuentran: sociólogos (Dos Santos, Marini); filósofos (Enrique Dussel); economistas (Samir Amin, Gunder Frank); politólogos (James Petras, Mario Teló, Jorge Nieto, Anaisabel Prera); historiadores (Wallerstein); internacionalistas (Celso Amorin); y especialistas en estudios globales y culturales (Bohadana, Dreifuss, Jesús García-Ruiz, Angel G. Quintero), entre otros muchos investigadores valiosos20.
Hay múltiples ejemplos en UNESCO de esfuerzo transdisciplinario además de los señalados. Los distintos informes mundiales tienden, cada vez más, a una óptica transdisciplinaria e igualmente ocurre, entre otros, con los libros del Director General -La Nueva Página, Ciencia y Poder…- y de Albert Sasson, cuyo libro Biotechnology in Perspective, tuvo como objetivo «diseminar las reflexiones sobre las implicaciones económicas, sociales y culturales de las innovaciones biotecnológicas para los países en desarrollo»21.

El papel esencial de los científicos sociales consiste en iluminar a los tomadores de decisiones con respecto a las opciones posibles ante las alternativas históricas. Cuando un sistema histórico está viviendo su etapa de desarrollo normal, el rango de las opciones y alternativas para los actores sociales es bastante limitado. Sin embargo, cuando un sistema histórico se encuentra en su fase de desintegración, el rango de opciones posible se amplía y las posibilidades de cambio son infinitamente mayores. Coincido con Immanuel Wallerstein en que estamos en un momento de desintegración de un sistema histórico, que durará de 20 a 50 años. Si esto es así a nivel planetario, más drástico aún será este proceso en Nuestra América donde las desigualdades del sistema nunca han sido amortiguadas por el Estado de Bienestar. El estado secular de malestar en nuestra región, nos ofrece una oportunidad histórica única al final de este milenio, para formular con claridad escenarios y alternativas que permitan construir un futuro alternativo sin destrucción ecológica, sin abismales desigualdades sociales, y que deseche las guerras como vía de solución de los conflictos mediante una cultura de paz. En ese nuevo sistema histórico desaparecerán brechas tales como: pasado/presente, lo cual ha separado la historia (ideográfica) de disciplinas nomotéticas como la economía, la ciencia política, y la sociología; civilizados/otros, antinomia que ha sido el fundamento de la visión eurocentrista; y mercado/estado/sociedad civil. En realidad estos límites están hoy en una crisis terminal. Las disciplinas tradicionales de las ciencias sociales están dejando de representar campos de estudio acotados. La complejidad actual sólo puede aprehenderse mediante la transdisciplinariedad. En el punto de saturación alcanzado por este sistema histórico, sólo nuevas alternativas podrán desbloquear un modelo de acumulación y de sociedad agotado. Corresponde a nosotros imaginarlas y comenzar a ejecutarlas.

Prigogine, en La fin des certitudes, nos revela el nuevo recurso y discurso del método a manera de resumen: «Lo que hoy emerge es, por tanto, una descripción mediana, situada entre dos representaciones alienantes, la de un mundo determinista y aquélla de un mundo arbitrario sometido al solo azar. Las leyes físicas corresponden a una nueva forma de inteligibilidad que expresan representaciones probabilísticas irreductibles. Ellas están asociadas a la inestabilidad y, sea a nivel microscópico o macroscópico, ellas describen los acontecimientos en tanto que posibles, sin reducirlos a consecuencias deducibles y previsibles propias de las leyes deterministas»22.

Lo que existe, por tanto, no es el desenvolvimiento de una idea universal hacia el futuro, que se identifica con el progreso, lo que existe realmente son bifurcaciones que permiten construir varios futuros, es decir, los futuribles o futuros posibles.

«La flecha del tiempo -afirma Wallerstein- es ineluctable e impredecible, siempre tenemos ante nosotros bifurcaciones cuyo resultado es indeterminado. Más aún, aunque hay una sola flecha del tiempo, existen múltiples tiempos. No podemos permitirnos ignorar ni la larga duración estructural ni tampoco los ciclos del sistema histórico que estamos analizando. El tiempo es mucho más que cronometría y cronología. El tiempo es también duración, ciclos y disyunción»23

El fin de las certidumbres de que nos habla Prigogine, significa que lo que realmente existe son certidumbres parciales que no prevalecen eternamente. Debemos formular nuestras predicciones e hipótesis teniendo en cuenta esta permanente incertidumbre.

Los científicos sociales han sido vistos tradicionalmente como parientes pobres por las ciencias duras y las humanidades. En América Latina esto ha sido aún peor en una época de auge neoliberal, en que todo conocimiento que no tenga uso práctico inmediato queda devaluado. Esto no debe llevarnos a ser indulgentes con nosotros mismos, sino a reconocer que mucha retórica hueca se esconde tras supuestas grandes teorías explicativas. Sin embargo, la situación está cambiando rápidamente a nivel mundial y regional. Los estudios sobre la complejidad en las ciencias físicas, de un lado, han puesto en cuestión la supuesta exactitud de las ciencias duras y, de otro, han considerado a los sistemas sociales como los más complejos de todos los sistemas. El auge de los estudios culturales en las humanidades, ha enfatizado las raíces sociales de lo cultural. El resultado, por tanto, de los estudios sobre la complejidad y los estudios culturales ha sido acercar a las ciencias naturales y a las humanidades hacia el terreno de las ciencias sociales.

El conocimiento, ante las incertidumbres, implica tomar decisiones, decidirse por opciones diversas y tomar acción. El conocimiento, unido a los valores y a la ética, y pese a la incertidumbre, nos permite tomar las mejores decisiones -en lo cual es imprescindible la colaboración entre las diversas ramas del saber- para construir un futuro alternativo. La nueva ciencia debe ser como un holograma, donde cada una de las partes representa el todo y viceversa. En un momento en que las ciencias sociales han ido recuperando su centralidad a nivel mundial y regional -la creciente desigualdad ha hecho que los gobiernos de la región y otras instancias soliciten cada vez más el concurso de los científicos sociales- no podemos ser neutrales ante la destrucción ecológica, la desigualdad y el autoritarismo. Debemos optar por la construcción de un futuro vivible no regido por la lógica de los mercados financieros y sí por la de una cultura de paz.

Existen inmensos obstáculos, teniendo en cuenta, por un lado, que «la investigación científica en América Latina y el Caribe apareció en el siglo XX» ; y, por otro, que «la falta de visión estratégica de que sufre la sociedad latinoamericana se traduce en la pérdida inmensa y absurda de un buen número de sus mejores investigadores, que emigran hacia los países industrializados donde su trabajo es apreciado y valorado. Se estima que de un 40 a un 60 % de los investigadores argentinos, colombianos, chilenos, y peruanos viven y trabajan fuera de su país»24. Aunque este análisis está referido esencialmente a las ciencias exactas y naturales, la situación no es distinta en las ciencias sociales. Esto implica la necesidad de políticas que inviertan estas tendencias, e igualmente la correlación del monto de la inversión destinada a Investigación-Desarrollo, sumamente alta en los países desarrollados con respecto a los países del Sur.

En resumen, las vanguardias del pensamiento científico hoy, tanto en las ciencias sociales como en las naturales, parecen coincidir en la importancia de la transdisciplinariedad. Es necesario eliminar las fronteras tajantes y artificiales no sólo entre disciplinas propias de las ciencias sociales, historia, economía, derecho…, o de las ciencias duras, física, matemática, biotecnología…, sino incluso entre ciencias sociales y humanas y las exactas y naturales. Esto no implica, en absoluto, renunciar a la especialización propia de cada disciplina. Como ya hemos señalado, la obra de autores como Ilya Prigogine, I. Wallerstein, Edgar Morin, Pablo González Casanova, Theotonio dos Santos, Enrique Leff, Aníbal Quijano y Xabier Gorostiaga, entre otros, nos enseña el camino. Para lograr esto, es necesario constituir programas de estudios de carácter transdisciplinario en torno a un tema y problema de investigación dado y con la participación de profesores invitados de otros países. Sería necesario establecer estos programas de investigación de carácter interdepartamental con centros de excelencia de la región (cooperación Sur-Sur) y de fuera de ella, que estén en el estado del arte de las disciplinas con que se aborda el tema de investigación dado.

Prigogine ha afirmado que «la ciencia nos permite tener la esperanza de ver aparecer un día una civilización donde la violencia y la desigualdad social no sean una necesidad»25.
Walter Benjamin ha dicho: «la esencia de una cosa aparece en su verdad cuando ésta es amenazada de desaparecer»26. Depende de nosotros el convertir «la crisis de paradigmas» de las ciencias sociales en la región, (en un momento de desintegración del sistema-mundo en que se amplían nuestras opciones) en coyuntura propicia para imaginar y construir un nuevo futuro, a partir de aggiornar las ciencias sociales latinoamericanas y caribeñas, elaborar su nueva agenda y, de este modo, abrir las ciencias sociales, reestructurarlas y construir su futuro y el de la región entre todos.

Notas
1. Director de UNESCO-Caracas/IESALC y Consejero Regional de Ciencias Sociales, Caracas.
2. Conférence mondiale sur la science, «Projet de Déclaration», UNESCO-CIUSS, y «Draft Programme», UNESCO, París, 5 de enero 1999; UNESCO: Rapport Mondial sur la Science 1998. UNESCO, París, 1998; Varios, «América Latina: la visión de los cientistas sociales», Nueva Sociedad, No. 139, sept-oct, 1995.
3. Charles Wright Mills, La Imaginación sociológica, Fondo de Cultura Económica, México, 1964; Talcott Parsons, «La situación actual y las perspectivas futuras de la teoría sociológica sistemática», en Sociología del siglo XX, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1956.
4. Immanuel, Wallerstein, «The heritage of sociology. The promise of social science». Presidential Address, XIV Congreso Mundial de Sociología, Montreal, July 26, 1998.
5. Immanuel, Wallerstein, «Possible Rationality: A Reply to Archer», International Sociology, vol. 13, no. 1, marzo 1998; Immanuel Wallerstein, Impensar las ciencias sociales, Siglo XXI, México, 1998; Immanuel Wallerstein, Abrir las ciencias sociales, Siglo XXI, México, 1996; Immanuel Wallerstein, «Social Change?». Ponencia al III Congreso Portugués de Sociología, Lisboa, 1996; Immanuel Wallerstein, Cartas del Presidente (1994-1998), Asociación Internacional de Sociología, 1998; Illya Prigogine, La fin des certitudes, Edition Odile Jacob, París, 1996; Edgar Morin, Terre-Patrie, Editions du Seuil, París, 1993 y Edgar Morin, Pour une utopie réaliste, Arléa, París, 1996.
6. Anthony Giddens, «The transition to late modern society», International Sociology, vol. 13, No.1, p. 124, marzo 1998.
7. Federico Mayor, «The role of the social sciences in a changing Europe», International Social Science Journal, 1992/2. Reproducido nuevamente en el número 157 de septiembre de 1998 de dicha revista, en el número dedicado al cincuentenario de ella, p.458.
8. Federico Mayor y A. Forti, Science et Pouvoir, UNESCO, París, 1995, p. 161.
9. Federico Mayor, » Address at the Second European Social Science Conference», Bratislava, 14 de junio de 1998.
10. «Projet de Déclaration», op. cit.; Francisco López Segrera, «La UNESCO y el futuro de las ciencias sociales en América Latina y el Caribe», en Roberto Briceño León y Heinz Sonntag (editores), Pueblo, época y desarrollo: la sociología de América Latina, Nueva Sociedad, Caracas, 1998.
11. Francisco López Segrera, «Los procesos de integración en América Latina y el Caribe: retos, variables, escenarios y alternativas en la era de la globalización» en Emir Sader (editor), Democracia sin exclusiones ni excluidos, Nueva Sociedad, Caracas, 1998; Francisco López Segrera, «La UNESCO y el futuro de las ciencias sociales en América Latina y el Caribe» op. cit.; Heinz R. Sonntag, Duda, Certeza, Crisis, UNESCO-Nueva Sociedad, Caracas, 1988; Heinz R. Sonntag (editor), ¿Nuevos temas, nuevos contenidos?, UNESCO-Nueva Sociedad, Caracas, 1989; Roberto Briceño León y Heinz R. Sonntag (editores), op. cit. Este libro contiene monografías de: Aníbal Quijano, Hebe Vesuri, Raquel Sosa, Francisco López Segrera, Paulo César Alves, Rigoberto Lanz, Edgardo Lander, Orlando Albornoz, Emir Sader, Marcia Rivera, y Pablo González Casanova; G. Sankatsing, Las ciencias sociales en el Caribe, UNESCO-Nueva Sociedad, Caracas, 1990; S. Villena (editor), El Desarrollo de las ciencias sociales en América Latina, FLACSO/UNESCO, San José de Costa Rica,1998.
12. Fernando Henrique Cardoso, » El pensamiento socioeconómico latinoamericano», Nueva Sociedad, no. 139, sept-oct. 1995; Teotonio Dos Santos, «El desarrollo latinoamericano: pasado, presente y futuro. Un homenaje a Andre Gunder Frank», Problemas del Desarrollo, vol. 27, No. 104, UNAM, México, enero-marzo 1996; Teotonio Dos Santos; «La teoría de la dependencia», en Los retos de la globalización en Francisco López Segrera (editor), UNESCO-Caracas, 1998.
13. Edgardo Lander, «Eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano», en Roberto Briceño León y Heinz R. Sonntag, op. cit.
14. Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial, Editorial Grijalbo, México, 1993, p. 253.
15. Raúl Prebisch, «El desarrollo económico de América Latina y algunos de sus principales problemas» [1949], en Rui Mauro Marini, La Teoría Social Latinoamericana, textos escogidos, tomo I, UNAM, México, 1994, p. 238.
16. Rui Mauro Marini, «La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo», Cuadernos Políticos, México, Ediciones Era, No. 12, abril-junio 1977, p.21.
17. Teotonio Dos Santos, «La crisis de la teoría del desarrollo y las relaciones de dependencia en América Latina», en Helio Jaguaribe y otros, La Dependencia Político-Económica de América Latina, Siglo XXI Editores, México, 1969, p. 184.
18. Candido Mendes y E. Rodriguez (editores), Représentation y Complexité. EDUCAM/ UNESCO/ISSC, Río de Janeiro, 1997.
19. Pablo González Casanova, «Globalidad, neoliberalismo y democracia», Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, Colección El Mundo Actual: Situación y Alternativas, UNAM, México, 1995; Pablo González Casanova, «Reestructuración de las ciencias sociales: hacia un nuevo paradigma», en Roberto Briceño León y Heinz R. Sonntag, op. cit.
20. Francisco López Segrera (editor), Los retos de la globalización, op. cit.
21. Federico Mayor, La Nueva Página, UNESCO, 1994; Federico Mayor y A. Forti, Science et Pouvoir, op. cit.; A. Sasson: Biotechnologies in Developing Countries: Present and Future, UNESCO, 1998, p. vii.
22. Illya Prigogine, op. cit., p. 224
23. Immanuel Wallerstein, op. cit., 1998, p.52.
24. Ana María Cetto y Hebe Vesuri, «L’Amérique Latine et la Caraïbe» en Rapport Mondial sur la science, 1998, op. cit.
25. Illya Prigogine, «Préface» a Science et Pouvoir de Federico Mayor y A. Forti, op. cit., p. 5.
26. Walter Benjamin. Citado por Jerome Bindé, «Complexité et Crise de la Représentation» en Candido Mendes (organizador) y Enrique Rodríguez (editor), Représentation et Complexité, op. cit.

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Enseñar a leer bases teóricas y propuestas

Europa/España/Octubre 2016/María Clemente Linuesa/http://rieoei.org/

 Enseñar a leer. Bases teóricas y propuestas prácticas. Madrid, Pirámide, 2008, 190 págs. ISBN: 978-84-368-2203-8. El dominio de la lengua escrita es crucial para el éxito escolar y la inserción social. Por ello, un libro que se proponga abordar las bases teóricas de la enseñanza de la lectura y, además, ofrecer propuestas didácticas siempre resulta bienvenido.

La autora del que nos ocupa, María Clemente Linuesa, presenta sus ideas a partir de una Introducción general –en la cual ubica su postura respecto a la ense- ñanza de la lengua escrita– y tres partes, compuestas cada una por un distinto número de capítulos.

En la primera parte se centra en el cuándo, e intenta responder a lapregunta sobre cuándo se debe iniciar la enseñanza de la lectura; en la segunda analiza el qué, y reflexiona sobre las características simbólicas de la escritura, sobre algunos aspectos del sistema alfabético y sobre «las funciones del lenguaje escrito»; la tercera, y más extensa, versa sobre el cómo.

A lo largo de tres capítulos se ocupa de la enseñanza de la lectura, planteándose como primer paso (cap. 4) «ayudar al niño a construir este sistema simbólico (la escritura) a partir de otras formas simbólicas anteriores y más simples». Así, los gestos, «y de forma concreta y práctica el juego simbólico» serían el primer eslabón en la secuencia de apropiación de símbolos más complejos y artificiales, como son los sistemas de escritura»; luego pasaría al dibujo, y después a la lengua oral centrándose en el desarrollo léxico, morfosintáctico y fonológico.

Posteriormente (cap. 5) plantea la importancia de trabajar sobre los aspectos funcionales de la lengua escrita resaltando «el papel que tiene la escuela en la creación de esa visión funcional».

El siguiente capítulo está dedicado a explicar la enseñanza del código, a partir de una breve reflexión sobre el modelo de doble ruta, un modelo explicativo de la lectura en adultos que se intenta aplicar a los lectores en proceso de aprendizaje, defiende la centralidad de la conciencia fonológica –la capacidad para analizar explícitamente una palabra en los sonidos que la componen– en el aprendizaje lector.

Termina, con el capítulo 7, dejando bien claro que la finalidad del acto de leer es la comprensión de aquello que se lee, y que existe un acuerdo generalizado, respecto de esta finalidad, desde todaslas perspectivas sobre la lectura. Resulta especialmente esclarecedor el listado de «mitos» (p. 152) sobre la comprensión lectora que la autora presenta. En particular, el mito de que primero hay que ocuparse de que los niños dominen la mecánica de la lectura y sólo posteriormente de que comprendan lo que leen. En contra de este mito, entre otros, la autora defiende la necesidad de comprender desde el principio, y, oponiéndose a otro mito, la necesidad de organizar actividades de aula que enseñen a comprender.

Cada uno de los capítulos dedicados a la enseñanza, contiene un apartado en el cual se presenta un Plan de Trabajo muy esquemático que responde a los aspectos concretos que se han desarrollado en el mismo. Por ejemplo, el Plan de Trabajo incluido en el capítulo dedicado a que el niño descubra las características simbólicas de la escritura, contiene indicaciones para trabajar otras manifestaciones simbólicas, como el juego o el dibujo y también la lengua oral, incluyendo en este apartado aspectos léxicos, fonológicos y morfosintácticos; de manera similar, el Plan de Trabajo del capítulo dedicado a trabajar las funciones de lo escrito, contiene una propuesta general para trabajar con distintos tipos de texto; el capítulo sobre aprendizaje del código contiene un Plan de Trabajo para enseñar habilidades metalingüísticas, tales como la identificación de palabras en una frase, la identificación, añadido o eliminación de sílabas o fonemas en una palabra, y actividades de enseñanza explícita del código como trazado, denominación y copia de letras; finalmente, el Plan de Trabajo para el capítulo sobre comprensión lectora, contiene una propuesta de actividades generales como resumir textos, hacer preguntas literales de una aspecto concreto, dibujar sobre lo leído, etcétera.

El libro incluye también un Anexo dedicado a presentar de manera muy sucinta algunas dificultades en el aprendizaje de la lengua escrita.

Todos los aspectos incluidos en el texto son de indudable importancia y el contenido del libro está bien organizado y secuenciado. A pesar de ello he encontrado varios razonamientos desconcertantes, alguno de los cuales ilustraré a continuación.

En la introducción general, María Clemente Linuesa se opone a quienes sostienen que aprender a leer y escribir podría ser tan natural como aprender a hablar, aunque sin citar los nombres de sus oponentes. Para ello la autora explica que eso no puede ser así porque «al escribir representamos palabras de la lengua oral, no directamente las cosas ni las realidades» (p. 13).

No conozco ningún autor que haya justificado la posible naturalidad del aprendizaje de la lectura y la escritura argumentando que la escritura representa directamente «las cosas» o que afirme que la lectura se adquiere de «forma espontánea».

Es cierto que hay numerosos investigadores (por ejemplo, Bissex, 1980; Chan, 1998, Nunes Carraher, y Rego, 1982; Pontecorvo y Zucchermaglio, 1988; Tolchinsky, 2004) que postulan un proceso de aprendizaje de la lengua escrita que no resulta directamente de la enseñanza formal; un aprendizaje que comienza mucho antes de que comience la enseñanza formal, y que a veces va por derroteros no previstos por ésta. Los citados y muchos otros investigadores han demostrado a través de estudios empíricos, en diversas lenguas y sistemas de escritura, que efectivamente existe un desarrollo de conocimiento sobre la lengua escrita que no depende de la enseñanza formal, pero ninguno afirma que este conocimiento se dé «de forma espontánea».

Curiosamente, uno de los primeros autores en reconocer este hecho fue, justamente, Vygotski quien llamó prehistoria del lenguaje escrito: a aquella que comienza en el niño mucho antes de que un maestro ponga un lápiz en su mano y le enseñe a formar las letras (Luria, 1929, p. 145). Por eso, llama la atención que la autora no se detenga en este aspecto fundamental de la propuesta vygotskiana al presentar las ideas de este autor. Tanto Vygotski como los investigadores posteriores reconocen el papel fundamental de los educadores y de otros adultos significativos en el proceso de aprendizaje, pero su esfuerzo está orientado a entender cómo aprenden los niños, y no sólo a describir cómo se les enseña o cómo habría que enseñarles.

Esta distinción que es crucial para el diseño didáctico y para entender las dificultades de aprendizaje, no parece ser reconocida por la autora. Al abordar la pregunta sobre cuándo iniciar la enseñanza de la lectura (cap. 1), pasa sin solución de continuidad de cuestionarse «cuándo se debe enseñar a leer a los niños» a preguntarse «cuándo deben aprender a leer los niños» (p. 23). El comienzo de la enseñanza formal la decide sin duda el adulto –padre, maestro, sistema educativo– y puede definirse cronológicamente, no así el comienzo del aprendizaje que, en el caso de un objeto cultural como es la escritura, tiene comienzos difíciles de definir desde fuera del sujeto que aprende.

Además, la pregunta sobre el comienzo de la enseñanza no puede ser abordada solamente desde el cuándo, sino que ha de incluir necesariamente el cómo.

Depende de cómo se realice la enseñanza o de qué aspecto de la lengua escrita se enfatice, la respuesta sobre el cuándoserá muy diferente. Si nos tomamos en serio la propuesta de la autora de que el aprendizaje de la lengua escrita no se reduce a dominar el código, sino que abarca los usos funcionales de la escritura (la familiaridad con distintos tipos de texto, la participación del niño en actividades propias de una comunidad letrada) así como la sensibilización al léxico y a la organización discursiva propios de la modalidad escrita, este comienza muy temprano, en el entorno familiar y comunitario, independientemente de la edad en la cual se decida iniciar la enseñanza formal y sistemática del alfabeto.

Por lo tanto, si la pregunta se refiere solamente al comienzo de la enseñanza explícita del código, sería contradictoria con lo que la misma autora abarca en el aprendizaje de la lengua escrita.

Al caracterizar el objeto de conocimiento –el sistema de escritura y la lengua escrita– la autora reitera con acierto que la escritura es un sistema de representación de la lengua. Pero debo aclarar, que al contrario de lo que afirma la autora apoyándose en la definición que de la escritura hace Sampson (1997), la escritura alfabética no es un código dependiente de la lengua oral (p. 57). El mismo Sampson se encarga de aclarar este punto. Podemos aceptar, dice el autor, que la escritura representa enunciados de la correspondiente lengua por medio de marcas permanentes y visibles (p. 26), pero a condición de que entendamos la frase «lengua oral», paradójicamente, como algo que no es necesariamente hablado (p. 27). En realidad, explica Sampson, el inglés que se escribe y el que se habla son dialectos muy relacionados. Es decir, lo escrito no depende de lo oral sino que son variedades diferentes de una lengua, aunque relacionadas. Esta observación es crucial para entender la relación entre lengua oral y lengua escrita y tiene enormes consecuencias educativas. Permítaseme extenderme brevemente sobre esta cuestión.

El enunciado oral que se lee de lo escrito difiere del enunciado oral–hablado. En el enunciado oral–hablado no separamos entre palabras y pronunciamos de manera diferente –según sea nuestra región de procedencia– las mismas palabras. Uno de los aprendizajes fundamentales que el niño tendrá que hacer es que la lengua escrita no depende de la lengua oral.

Tendrá que aprender que no puede apoyarse en el habla para aprender a separar entre palabras, ya que al hablar no separamos entre palabras, que no puede apoyarse en el habla para aprender cuándo debe utilizar C o S, ya que es posible que en su entorno no se diferencien, tampoco podrá apoyarse en el habla para casi ninguna de las decisiones que sobre puntuación tenga que tomar para organizar sus textos.

En relación con lo anterior me ha sorprendido especialmente la propuesta de Clemente Linuesa de actividades de discriminación foné- tica. La autora propone «ejercicios simples de discriminación fonética, que no requieren ningún grado de reflexión, tan sólo de distinción entre pronunciar algo de forma correcta o incorrecta» (p. 103).

Me pregunto cómo se puede plantear a los niños de cuatro, cinco años la discriminación entre pronunciación correcta e incorrecta. ¿Acaso la noción de correcto o incorrecto no surge de la norma escrita? ¿Acaso no es el contacto con lo escrito el que homogeniza la pronunciación más allá de las variantes regionales y sociales? Aquí tenemos un ejemplo claro de dependencia de la lengua hablada a la lengua escrita, por eso llama la atención proponer justamente este tipo actividad.

Abocada ya a reseñar las propuestas didácticas, me resultó particularmente desconcertante la sugerencia de pasar por otros sistemas simbólicos como preparación para llegar a entender las características simbólicas de la escritura. Es importante aclarar que considero que dibujar, jugar y hablar, en todas sus variedades, son actividades fundamentales para el desarrollo integral del individuo, no es ese el punto que ha provocado mi desconcierto sino la supuesta necesidad de pasar por esos medios simbólicos para que el niño comprenda el valor simbólico de la escritura.

La sugerencia no es nueva. A partir de los setenta se desarrollaron varias propuestas didácticas de pasaje por otros medios simbólicos para llegar a la escritura (p. e. Leal, 1987). Estaban basadas en las ideas piagetianas sobre la jerarquía de las manifestaciones simbólicas que, aunque son consideradas todas ellas manifestaciones de una función semiótica única, tienen un distinto grado de abstracción y convencionalidad.

La imitación presentaría el grado menor de abstracción y convencionalidad, en tanto que el lenguaje se ubicaría en lo más alto de la escala por su alto grado de convencionalidad y abstracción. Aunque en este caso la autora fundamenta su sugerencia en Vygotski, la hipótesis de partida es la misma que la piagetiana.

Actualmente sabemos que desde muy temprano los niños se relacionan con la lectura, la escritura y con los libros como objeto simbólicos particulares. Antes del año reaccionan de manera muy diferente a la entonación de un adulto que habla y de uno que lee (Karmiloff y Karmiloff-Smith, 2002). En torno a los tres años de edaddistinguen entre dibujar y escribir (aunque más adelante combinen dibujo y escritura para transmitir mensajes) y su producción gráfica al escribir presenta los rasgos característicos de la escritura: linealidad, discrecionalidad, presencia de unidades, aunque todavía no incluya las letras del sistema de escritura al cual está expuesto (Brennemann, Massey, Machado, y Gelman, 1996). Pero además, en torno a los 4 años de edad distinguen entre letras y números, así como entre las características que ha de tener una expresión numérica y una escritura.

Así, aceptan que una tarjeta que tiene muchos números repetidos «sirve para contar», pero dicen que una tarjeta con muchas letras repetidas «no sirve para leer» (Karmiloff-Smith, 1992; Tolchinsky, 2003; 2009). Es más, en torno a los 4-5 años, reconocen las formas discursivas propias de distintos «portadores de texto» (Ferreiro y Teberosky, 1979) y adecuan los formatos gráficos a distintos modos discursivos como la descripción y el relato (Sandbank, 2002).

Es cierto que tardan más tiempo en relacionar la duración acústica de una palabra con la longitud gráfica y pueden representar una frase con la misma cantidad de signos que una palabra aislada. Pero, tienen claro que lo que se escribe se relaciona de alguna manera con lo que se dice, aunque les lleve más tiempo descubrir y relacionar las unidades de lo oral con las unidades de lo escrito (Ferreiro, 2002).

Tanto los conocimientos que ya poseen sobre la escritura como aquellos de los cuales carecen son de dominio-específico. No se adquirirán por medio de gestos, dibujos o juegos (excepto que los juegos incluyan textos y actividades de lectura y escritura. Por ejemplo, recetas de medicamentos cuando juegan al médico). De lo que se trata es de aprovechar estos conocimientos «pre-escolares» de la escritura para seguir avanzando.

Ni los gestos, ni el dibujo, ni el juego constituyen sistemas, sino manifestaciones simbólicas abiertas en las cuales no hay unidades definidas ni combinaciones regladas. Por lo tanto, aunque, reitero, dramatizar, jugar, y dibujar son valiosísimos en sí mismo y no habría que escatimar la presencia de estas actividades ni en la educación infantil ni en el primer ciclo de primaria, no preparan para comprender cómo funciona un sistema de escritura.

En cuanto a los aspectos funcionales del lenguaje escrito, coincido ampliamente con la autora en valorar el papel que tiene la escuela en la creación de una visión funcional de la lectura y la escritura. Para lograrlo es fundamental que los textos de uso social entren a la escuela. Desde edades muy tempranas lo niños se interesan por los textosde su entorno, sobre todo aquellos que ven utilizar y entretener a los adultos. Hay varias experiencias didácticas documentadas que muestran el enorme aprovechamiento que se puede realizar de todo tipo de textos –periódicos, menús, enciclopedias, libros de cocina, prospectos de exposiciones artísticas y de medicamentos– en las aulas de educación infantil y primaria (Nemirovsky, 1999; Teberosky, 1992).

El siguiente punto en el que quisiera detenerme es en el papel de la conciencia fonológica en el aprendizaje lector. Tal como señala la autora, la capacidad de analizar una palabra en segmentos fonológicos no es fruto de un proceso de maduración sino de un entrenamiento específico.

Sabemos hoy que el más efectivo de estos entrenamientos es aprender a leer y escribir en un sistema alfabético. Adultos analfabetos incapaces de segmentar una palabra en fonemas, son capaces de hacerlo a los pocos meses de haber aprendido a leer y a escribir en un sistema alfabético (Morais, Bertelson, Cary y Alegria, 1986 ).

El metanálisis realizado por Castles y Colheart (2004) muestra que ningún estudio ha sido capaz de probar un vínculo causal entre esta capacidad y el aprendizaje lector, y que para poder hacerlo habría que asegurar que los niños no tienen conocimiento alguno de la escritura, ya que cualquier conocimiento de las letras está mediando la segmentación.

La representación alfabética guía la segmentación fonémica, por eso no tiene mucho sentido trabajar en la segmentación oral en sí misma ya que, como la misma autora lo reconoce, «no es una tarea motivadora ni probablemente significativa en sí misma; …»

Cuando se pensaba que el análisis del habla facilitaba el aprendizaje de la lectura, tal vez hubiera estado justificado hacerlo, pero ahora que sabemos que es la escritura la que facilita el análisis de habla ¿qué sentido tiene insistir en estas actividades con niños de 4 y 5 años?, y proponernos como reto «hacerla significativa y motivadora» (p. 130).

¿No tiene acaso más sentido invertir tiempo e imaginación en actividades de lectura y escritura, que son las que facilitarán finalmente un análisis explícito de la cadena fónica? Para acabar, me permito disentir ampliamente con la autora en su afirmación de que «leer es algo artificial» (p. 13).

No lo es como actividad individual, ni debería serlo como actividad instructiva. Enseñar y aprender la lengua escrita en el contexto de actividades significativas, en las cuales tenga sentido leer y escribir, para que posibiliten al niño descubrir y adentrarse en el funcionamiento del sistema de escritura y en las peculiaridades de la modalidad escrita, no tiene nada de artificial.

 Muchas preguntas me han surgido a lo largo de la lectura del libro de Clemente Linuesa, por razones de espacio sólo he podido compartir algunas con el lector. En ese sentido ha sido una lectura fructífera.

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Historicidad de los signos y símbolos comunicacionales

América del Sur/Venezuela/Octubre 2016/Nelly Blanco Uzcanga/

 

En la necesidad de interpretar y comprender un poco sobre la comunicación escrita,  se transita en la eterna aventura de los signos y símbolos comunicacionales, lo cual permite un conocimiento desde el mundo antiguo, tomando como referente algunos eruditos, estudiosos, pensadores, filósofos, teóricos de tal manera que,  al relacionar y comparar, respondan a las interrogantes: ¿cómo se produce las construcciones entre los sentidos y la escritura? ¿Qué sucede con razón y mente humana?, ¿cómo determinamos  el tiempo en la historia ?.

 Uno de los hábitos intelectuales vinculados con la escritura alfabética griega durante siglos, fue la escritura continua, es decir, sin espacios entre palabras, trayendo como consecuencia la hegemonía de lo visual sobre lo auditivo, y la simplificación del concepto de tiempo en Occidente, como tiempo lineal, y además uniforme, matemático, sucesivo y continuo.

El afán de racionalizar el tiempo y representarlo de esta manera, hicieron integrarlo en un movimiento globalizante, el de la razón y el progreso. En tal sentido, Foucault (1972) señala: La razón no puede apropiarse de lo que la desborda y la confinará siempre en límites estrechos.

En este sentido las construcciones del tiempo son construcciones sociales y provienen de discursos diferentes que irrumpen en ciertos periodos. En lo interno de esos discursos, enunciados y prácticas existen temporalidades construidas de tal o cual manera. Por tanto, hay formas de decir y de contar un acontecimiento, pero son diversas en función de los diferentes discursos.De allí surgen los sesgos a que ha sido sometido el tiempo en Occidente, como tiempo lineal y continúo.

El Esencialismo contempla las cosas no por lo que aparentan ser, sino por lo que se cree son en el fondo. Considera que tras todo lo existente hay una causa invisible, que ordena, alienta y vitalizar las formas que obran en el devenir físico.

En razón de este principio filosófico que estructura la vida intelectual de Occidente, el tiempo se asume como tiempo uniforme, y no adquiere así el sabor del acontecimiento, ni mucho menos es teñido por él. No sólo nos compete el tiempo del reloj hay además un tiempo emocional, inclusive, gobernado por nuestras pasiones, como constatamos a diario.

El encriptamiento de la escritura alfabética durante 1500 años o más, contribuyó al forjar el hábito del pensamiento causal. No obstante este fenómeno no es universal, abundan ejemplos que contrastan con esta idea, es el caso de la escritura ideográfico de los chinos que obliga a la recontextualización en el mundo del lector de los signos descontextualizados previamente por el autor.

En contrapartida a esta idea surge el estructuralismo, o si se quiere decir, el punto de vista holístico, rizomático Deleuze y Guattari (1972) , la hermenéutica y la desconstrucción, en sintonía con el arte, que propugnan alejarse de la concepción mecánica del intelecto.

Si el léxico de turno prefigura nuestra construcción de mundo, lo hace de manera interina, en la medida que las transformaciones sociales, la reflexión de los pensadores, la obra de los artistas, llevaría a la resignificación de las palabras, y en definitiva, el surgimiento de nuevos léxicos, en el marco de una dialéctica lenguaje-sociedad.

El mundo que reencuentran pensadores sería el mismo que habitan los poetas, en el que no hay universales sino diferencias, la conversación, la lectura, operan como provocación; mundo en el que el espacio no es uniforme ni el tiempo tampoco, y que, en definitiva, estaría regido por ontologías alternativas. Nietzsche ( 1975 ).

Historicity of signs and symbols communication
South América  / Venezuela/ October 2016 / Nelly BlancoUzcanga /

The need to interpret and understand a little about teaching – learning, it travels in the eternal adventure of signs and communication symbols, which allows a view or knowledge from the ancient world, taking as reference scholars, scholar, thinker, philosopher, theorists such that by relating and comparing respond to questions how the buildings between the senses and writing occurs? What about reason and human mind ?, how do we determine the time in history? . a little to approach states that:

 One of the intellectual habits linked with Greek alphabetic writing for centuries, was the continuous writing, ie, without spaces between words, bringing consequently the hegemony of the visual over the auditory, and simplifying the concept of time in the West, as linear, and also uniform, mathematician, successive and continuous time.

The desire to rationalize time and represent thus made integrate in a globalizing movement, reason and progress. In this sense, Foucault (1972) states: Reason can not appropriate what overflows and always be confined within narrow limits.

In this sense the constructions of time are social constructs and come from different speeches that burst in certain periods. Internally of these speeches, statements and practices are time frames constructed in such a way. Therefore, there are ways of saying and telling an event, but they are different depending on the different biases arise discursos.De there has been subjected to time in the West, as linear and continuous time.

Essentialism includes things not for what they seem, but what are believed in the background. He considers that all that exists there is an invisible cause, ordering, encourages and vitalize the forms that appear in the physical evolution.

Because of this philosophical principle that structures the intellectual life of the West, time is assumed as uniform time, and not acquired the taste of the event, much less is colored by it. Not only concerns us clock time there is also an emotional time, including, ruled by our passions, as we find daily.

The encryption of alphabetic writing for 1500 years or more, contributed to forge the habit of causal thinking. However this phenomenon is not universal, there are many examples which contradict this idea, it is the case of ideographic writing of the Chinese forces in the world recontextualisation reader decontextualized signs previously by the author.

In contrast to this idea structuralism arises, or if you want to say, the holistic point of view, rizomático Deleuze and Guattari (1972), hermeneutics and deconstruction, in line with art, advocating away from the mechanical conception of the intellect .

If the lexicon of turn prefigures our building world, it makes an interim basis, to the extent that social transformations, reflection of thinkers, the work of artists, lead to the redefinition of words, and ultimately, emergence of new lexicons, as part of a dialectic language and society.

The world thinkers would meet again inhabiting the same poets, in which there are no universal but differences, conversation, reading, operate as a provocation; world where space is neither uniform nor time either, and that, ultimately, would be governed by alternative ontologies. Nietzsche ( 1975).

Referencias

Deleuze, Gilles & Guattari, Félix (1972). Capitalisme et Schizophrénie 1. L’Anti-Œdipe. París

Foucault, Michel. (1972) El orden del discurso. Argentina. Buenos Aires.  Tusquets Editores.

Nietzsche F. la (  1975 ).La geneología de la moral. España.Madrid.

Fuente : Enviado por la autora.

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Violencia en el deshielo: imaginarios latinoamericanos post-nacionales después de la guerra fría de Mabel Moraña

América del Sur/Uruguay/Octubre 2016/Mabel Moraña/http://revistazcultural.pacc.ufrj.br/

Latinoamérica siempre ha sido menos efectiva en la tarea de contar a sus muertos. Hasta el día de hoy, no hay métodos consagrados que permitan estimar con cierta exactitud el saldo del colonialismo…

And out in the Wild West,
–you have seen this movie before–
Four lone cowboys and their skinny ponies ride the range
And suddenly up over the ridge
A thousand Indians rise up around the edge of the plateau
Like they came out of nowhere
And there are only 4 cowboys
But the cowboys look at the Indians and they say:
“Lets go get’em.” – Laurie Anderson

Al iniciar su libro Mémoire du Mal, Tentation du Bien. Enquête sur le Siécle (2000) Tzvetan Todorov pasa revista a las atroc idades que marcaron la historia del siglo XX: Primera Guerra Mundial: 8 millones de muertos en los frentes, más de 10 millones en la población civil, seis millones de inválidos. Genocidio de armenios a manos de los turcos. Tremendos saldos de muertos a consecuencia de las guerras civiles en la Rusia soviética. Segunda Guerra: 35 millones de muertos en Europa (por lo menos 25 en la Unión Soviética), exterminio masivo de judíos, bombardeos múltiples a poblaciones civiles en Alemania y Japón, sin olvidar el costo social de la liberación de las colonias. Todorov comienza su libro con una propuesta preliminar: si el siglo XVIII fue el Siglo de las Luces, el XX debería quizá ser conocido como el Siglo de las Tinieblas, un siglo donde la historia es indisociable del totalitarismo y la violencia, en sus diversas formas y contextos.

Latinoamérica siempre ha sido menos efectiva en la tarea de contar a sus muertos. Hasta el día de hoy, no hay métodos consagrados que permitan estimar con cierta exactitud el saldo del colonialismo (incluyendo la muerte por colonización de territorios, superexplotación, condiciones de vida sub-humanas, esclavitud) o el balance dejado por las intervenciones estadounidenses durante los siglos XIX y XX, ni hay números que registren las bajas producidas por los enfrentamientos de pandillas urbanas, las movilizaciones obrero-estudiantiles, la violencia policial, el narcotráfico, la violencia doméstica, las dictaduras o los levantamientos indígenas, ni hay cifras que acumulen el costo social – como suele decirse – de las batallas de la independencia, de la resistencia antiimperialista, anti-totalitaria, las bajas guerrilleras, los que cayeron en la tortura, los que sucumbieron a la miseria escuchando las promesas de orden y progreso y hoy agonizan en los escenarios del neoliberalismo. No hay cifras que den cuenta de quienes han sido y siguen siendo víctimas de la violencia en Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela.

Las reflexiones de hoy se enfocan en lo que podríamos llamar el microsistema de América Latina, particularmente en algunas de las dinámicas que en el contexto de la globalidad y el neoliberalismo acompañan la entrada del continente al nuevo siglo. Deseo aquí sugerir solamente algunas bases para el análisis del significado que asume la relación entre nación, violencia y subjetividad en América Latina a partir del fin de la Guerra Fría.

A modo de introducción, habría que señalar que es imposible realizar una crítica histórico-político-filosófica de la violencia en América sin una crítica de las modernidades que desde el período colonial se impusieron a través de una práctica sistemática y articulada de violencia económica, social, cultural, epistémica, sobre las sociedades americanas. Desde la “violencia del alfabeto” que arrasó con los espacios simbólicos de las sociedades prehispánicas, la occidentalización de América y la formación de la nación-estado nacen marcados por liderazgos e intereses de clase que apelan sistemáticamente a la violencia con el apoyo de discursos legitimadores de muy distinto orden que coinciden en la idea de que el progreso y la civilidad dependen de la reducción de todo rasgo, práctica o proyecto que no coincida con los intereses de los sectores dominantes. Así, desde los orígenes de la vida republicana, la práctica democrática y liberal implantada en América Latina propone sofísticamente la coincidencia absoluta entre Estado y sociedad, marginando e invisibilizando a grandes sectores que no se integran productivamente a la estructuración nacional. Con estos precedentes puede afirmarse entonces que la historia de América Latina es la historia de las múltiples e intrincadas prácticas y narrativas de la violencia que atraviesan sus distintos períodos y se entronizan a todos los niveles de la vida política y social de la nación moderna. Sin embargo, lo que hoy nos ocupa es el fenómeno de incremento de diversas formas de violencia ciudadana a nivel continental, y las transformaciones que los modelos de ejercicio y conceptualización de la violencia han sufrido en las últimas décadas.

Así, aunque la historia de la violencia puede rastrearse a lo largo de la historia latinoamericana desde el descubrimiento, deseo referirme aquí específicamente a la indudable relación que existe entre las transformaciones que se registran desde el fin de la Guerra Fría en los países periféricos de América Latina a nivel económico, político y cultural, y el incremento de la violencia, a distintos niveles.

En lo económico, la imposición de políticas neoliberales ha logrado acorralar, en las últimas décadas, a las economías nacionales incrementando las áreas de marginación, de des y subempleo. A los procesos de transnacionalización acelerada y masiva del gran capital e influencia creciente de las empresas transnacionales en la definición de políticas económicas y culturales, se suma la cancelación de canales institucionales para la presentación de demandas populares, eliminación de espacios de debate político, reafirmación de focos hegemónicos a nivel internacional, etc. El estado benefactor, interventor, paternalista, ha ido cediendo lugar a una entidad desdibujada que hipoteca el bienestar de la mayoría a las necesidades de protección y de reproducción del gran capital.

Correlativamente, estos cambios propulsaron una redefinición de la idea de democracia, que se ajusta hoy en día a un modelo mucho más restrictivo y excluyente que el que sirviera para describir a los regímenes modernos: democracia = oligarquía + populismo. Según estudiosos del período (Greg Grandin, por ejemplo) esta redefinición se ha realizado a partir de estrategias tales como la ruptura de alianzas existentes entre elites reformistas y clases populares, el quiebre de movimientos alternativos que quedaron reducidos a estrategias acotadas de resistencia circunstancial, y la destrucción de formas de liderazgo social y político a distintos niveles. Se transforma así radicalmente la relación entre sujeto y sociedad, entre política, ética y subjetividad, reemplazando los objetivos sociales por un individualismo consumista a veces aderezado de remozadas religiosidades tradicionales o de propuestas new age, que prometiendo consuelo y trascendencia ante las traiciones de la modernidad, brindan una alternativa de socialización que permite eludir los desencantos y desafíos de la historia presente.

El vaciamiento político del Estado, el debilitamiento de las políticas partidistas, y la disminución de alternativas ideológicas que permitan pensar lo social desde un afuera – aunque sea utópico – del neoliberalismo, ha incrementado el sentimiento de desprotección ciudadana. Esto se suma al desvanecimiento del estado benefactor, interventor, paternalista, que rigiera con variantes hasta la primera mitad del siglo XX. Los imaginarios urbanos están atravesados por sentimientos de desamparo económico, agotamiento político e inestabilidad social. La “ciudadanía del miedo” de que hablara Susana Rotker, se corresponde con las evaluaciones que realizan politólogos y analistas sociales en las últimas décadas. Si, según la conocida frase de Raymond Aron, “con la Guerra Fría la guerra se hizo improbable y la paz imposible” [1], el fin de ese período ha producido un desbalance en el equilibrio internacional del terror. Hoy en día, “la paz se ha convertido en una guerra latente” [2]: hay un notorio aumento de tipos diversos de batallas internas a nivel nacional, conflictos grupales armados más o menos restringidos a ámbitos locales o transnacionalizados, movilizaciones indígenas, desestabilizaciones radicales y violentas del llamado orden democrático por sectores populares muchas veces desorganizados pero disidentes a los partidos en el poder, aumento del delito común con estrategias innovadoras tales como asaltos colectivos, secuestros, etc., movilizaciones de grupos armados que actúan en un plano subnacional (pandillas) o supranacional (narcotráfico), etc. Aún en sociedades que presentan índices de seguridad ciudadana mucho más altos que los que se registran en Colombia, Venezuela o México, el sentimiento colectivo se mantiene aferrado al miedo cotidiano, a la idea de que en cualquier momento, como señala Robert Kaplan, “cualquier vagón del metro puede volverse una pequeña Bosnia.” Aunque las estadísticas de algunas latitudes registren datos más tranquilizadores, la “ciudadanía del miedo” ha marcado su impronta” y, como ha apuntado Beatriz Sarlo, “con el imaginario no se discute”.

Ya nadie cree que la violencia de estado ejercida a nivel nacional o internacional sea un momento imprescindible en el logro de la paz universal. Como ha indicado Bolívar Echeverría, lo que llamamos paz es apenas un provisional “cese del fuego.” Estos fenómenos que quiebran la utopía de unificación, centralismo y control estatal de la nación moderna requieren nuevas nominaciones: los críticos sociales hablan de “conflictos de baja intensidad” (Martin van Creveld), “guerra civil molecular” (Enzenberger) o “guerras inciviles” (John Keane) que desgarran la trama de lo social indicando “el retorno de lo reprimido”: lo marginado, sometido, o invisibilizado por la modernidad, que vuelve por sus fueros.

La violencia que se registra en América Latina en las últimas décadas ha sido interpretada como una serie de respuestas o reacciones inorgánicas, aunque no por ello menos elocuentes, a los efectos de laglobalización. En algunos casos, la violencia obviamente precede a este período y sus raíces deben ser estudiadas en relación con las políticas modernizadoras, con la aplicación de determinados modelos de nación y de estado, y – a partir, todavía, de perspectivas dependentistas – con la vinculación de los capitalismos periféricos a los grandes sistemas internacionales y a sus agresivas políticas de expansión económica. En otros casos, las formas más actuales, en muchos casos inéditas, de violencia, aparecen como respuestas que surgen y se incrementan ante la imposibilidad de organizar agendas locales, nacionales o regionales que puedan contrarrestar el efecto arrasador de las políticas neoliberales.

Bolívar Echeverría ha estudiado las relaciones entre las manifestaciones de “violencia salvaje” y la disolución de la identificación entre Estado y Sociedad. Las percepciones que acompañan a los procesos de globalización parecen asumir que al haberse ampliado la superficie social que el estado debe cubrir, se ha incrementado la incapacidad institucional para absorber las contradicciones y demandas sociales dando así lugar a “una posible reactualización catastrófica de la violencia ancestral no superada.” Ante el descaecimiento de la utopía de la paz perpetua y las crisis políticas que acompañan el fin de la modernidad, lo único que pervive como propuesta de articulación ciudadana es la creencia en el mercado como el espacio por excelencia de confluencia, participación y libre intercambio de bienes materiales y simbólicos, es decir la concepción de la posibilidad de realización de todos los valores sociales, individuales y colectivos, en el mundo de la mercancía. Libros como Consumidores y ciudadanos, de Néstor García Canclini exploran la vigencia de esa propuesta en épocas actuales. Pero desde posiciones más críticas que descriptivas, quizá es hora de comenzar a entender el mercado ya no como una instancia de socialización participativa, sino como una arena de lucha entre ofertas que entran a la competencia marcadas por las improntas de la desigualdad productiva, el monopolio de las transnacionales, la explotación masiva y la subalternización de vastísimos sectores sociales que sólo alcanzan una integración deficitaria a la cultura política de nuestro tiempo. Si la modernidad creó a través del mito de la productividad el modelo utópico de una sociedad insaciable, atravesada por el deseo inacabado, el escenario posmoderno de la globalidad incrementa al infinito esa voracidad y las frustraciones que su insatisfacción produce, en una dinámica de producción constante y artificial de la escasez (el consumidor ideal es aquel que no puede tener satisfacción, que vive en un estado de carencia permanente). Hoy queda claro que el monopolio estatal de la violencia tendría como cometido fundamental el de “proteger la integridad y pureza del intercambio mercantil, tanto de sus enemigos externos como internos.” (Echeverría) Pero en tiempos postmodernos ese monopolio se encuentra amenazado por las formas salvajes en que se expresa la frustración de los consumidores/ciudadanos, los sectores relegados de las dinámicas integradoras de la legalidad productivista y los que eligen formas anómalas de inserción en el mundo de la oferta y la demanda. No sería excesivo decir, desde esta perspectiva, que al lenguaje supranacional del capital nuestra época responde de manera casi instintiva, dispersa, y aparentemente inorgánica, con el lenguaje supranacional de la violencia. En otras palabras, la lengua universal del capital tiene también sus dialectos particulares. Muchos han caracterizado algunas modalidades de violencia postmoderna como una forma de regresión tribal arcaizante. Robert Kaplan habla de la aparición del segundo hombre primitivo que pasaría a formar una sociedad de guerreros que combina de manera inquietante la falta de recursos con una extensión planetaria sin precedentes, que articula clandestinidad con espectáculo, marginación y protagonismo. Sin embargo, la caracterización deprimitivismo debería revisarse. En civilizaciones “primitivas” (premodernas) algunos investigadores han visto en el carácter bélico un recurso colectivo para mantener la autonomía y para defender a la comunidad de “la aparición de instituciones estatales de carácter opresor” o sea de la posible institución de un Estado centralizado con monopolio de la violencia “legítima”, recurso que podría, en cualquier momento, volverse contra los miembros mismos de la comunidad a la que ese estado debería defender.[3] Pero al mismo tiempo, en muchas culturas, el ejercicio de la violencia se daba a sí mismo mecanismos internos de control. En muchos casos, el jefe que decretaba el movimiento bélico no se limitaba a declarar la guerra ni se mantenía en la retaguardia sino que por su mismo liderazgo debía ser el primero en salir al campo de batalla (y casi seguramente, por tanto, el primero en morir). La gloria consistía justamente en el heroísmo de la muerte por la fe en una causa colectiva que legitimaría la apelación a la violencia que involucraba a toda la comunidad. Muerto el líder, ya no existía la posibilidad de que éste pudiera usufructuar de la violencia políticamente, como una forma de popularidad que serviría, por ejemplo, para una reelección presidencial.

Sin embargo, en América Latina, muchos de los que podríamos llamar “rasgos de estilo” de la violencia tienen una indudable cualidad arcaizante. Dentro de lo que Jean Franco llamara “el costumbrismo de la globalización” aparecen prácticas culturales y textos apocalípticos con estas características, que reflejan el horror de la clase media ante la explosión de su mundo, versiones presentistas que eligen ignorar toda genealogía, toda relación con el pasado colectivo, toda posible proyección de futuro, como si la historia se agotara en la peripecia de la supervivencia individual, el consumo, la transitoriedad y el espectáculo de una rebelión desarticulada y explosiva, casi hollywoodense, contra el status quo. En plena postmodernidad muchas narrativas articuladas al eje de la violencia representan conflictos y personajes que evocan modelos de conducta y discursividades que parecerían anacrónicas en los tiempos que corren. El sicariato, por ejemplo, articula la práctica mercenaria con las matrices de la religiosidad tradicional. El estudio de la llamada sicaresca aproxima la novela de sicarios (La virgen de los sicarios,Rosario Tijeras, etc.) a los modelos de la picaresca por las similitudes en torno al protagonismo del joven marginado que intenta medrar en una sociedad estratificada que lo relega y a la que le es imposible integrarse productivamente. (ver von der Walde) Incluso los narco-corridos remiten a modelos discursivos de épocas anteriores, en un lenguaje popular, paralelo a la retórica política dominante, que reinventa la oralidad, como documentando la cancelación de las formas “modernas” e institucionalizadas de comunicación y socialización.

La violencia articula así, en los sentidos antes aludidos, elementos residuales de la modernidad, dejando al descubierto los puntos ciegos de la política burguesa y liberal. Refiriéndose a las primeras etapas de formación del Estado, Eric Hobsbawm hablaba del bandidismo como de “insurrecciones inorgánicas” que a través de prácticas espontáneas y discontinuas marcaban de manera beligerante los afueras de la emergente institucionalidad burguesa. Hoy en día, la sociedad incivil obliga nuevamente, en el contexto de la crisis epistémica de nuestra época, a revisar los conceptos de gobernabilidad, socialización, y civilidad; obliga a repensar los límites de la tolerabilidad social, los extremos reales y simbólicos del liberalismo y el valor ético de sociedades despolitizadas que no conciben su existencia fuera del fetichismo del capital. A través de estrategias radicales, arcaicas o inéditas, la violencia pone en un primer plano de la escena social justamente a los desplazados, subalternizados y “desechables,” es decir a los núcleos irreductibles nunca completamente articulados a la economía cultural de la modernidad que ponen en práctica formas anómalas de agencia individual o colectiva. Desde una productividad negativa (¿o negatividad productiva?) la violencia enfrenta a la sociedad con sus fantasmas, con lo indecible y lo irrepresentable, inaugura “territorios existenciales” (Guattari), formas alienadas y residuales de subjetividad, sustentadas en formas perversas y cerradas de solidaridad grupal. Se apoya en la producción de lenguajes opacos que descreen de la transparencia comunicativa y la socialización fuera del núcleo de solidaridad grupal y que desconfían de la democracia deliberativa, del consenso, y de la pedagogía nacionalista. La violencia relativiza así lo global frente a lo contingente, lo colectivo frente a lo individual, lo local frente a lo transnacional, y viceversa.

La violencia social en sus múltiples manifestaciones existe así como un mecanismo trans-sectorial, infra o trans-nacional, trans-subjetivo, y también trans-histórico, que opera a partir de una vinculación cruzada de intereses, tiempos, agendas, y recursos, redefiniendo éticas y estéticas que atraviesan lo social integrando de una manera inédita clases, sexos y razas, creando nuevos universos de referencia simbólica y procesos intensos de resignificación cultural y política. Si la que Bhabha llamara “la anodina noción liberal de multiculturalismo” propone reducir los antagonismos y las desigualdades sociales a mera diferencia cultural, la violencia recupera la idea de que la sociedad está atravesada por intereses y modelos identitarios ya no sólo diversos sino esencialmente conflictivos y antagónicos, irreconciliables dentro de las condiciones impuestas por las forma ineficaces, perversas y excluyentes de control estatal. Así, sin glorificar sus métodos, ni estetizar sus prácticas, ni reducir sus consecuencias, debe reconocerse que en su funcionamiento siempre excedido e irracionalista, la violencia implementa formas extremas de socialización intergrupal, funciona dentro de lógicas que el status quo no puede absorber, ni resolver, ni comprender. Redefine las ideas de lealtad grupal, de éxito, poder y valor personal, creando una adecuación otra entre medios y fines. No intenta superar ni reemplazar con algo mejor los mitos de la modernidad, sino que los expone y los extrema, como en un simulacro monstruoso, en el que mundos paralelos reproducen perversamente, en la clave de un desesperado y desesperanzado individualismo, los ideales civiles de las burguesías nacionales: el ideal de la conquista de mercados (narcotráfico), la sustentación de identidades territorializadas (pandillas), el poder de detentar la violencia para la consecución de fines autolegitimados. Redefinen el concepto de elite y liderazgo, la relación entre discurso y cuerpo individual o colectivo, llamando la atención sobre los biopoderes que atraviesan lo social e impactan a distintos niveles el constructo ideológico de la ciudadanía. Como síntoma y también como causa del deterioro de la sociedad, la violencia hace resurgir el trauma del origen (el del colonialismo, la dependencia, la exclusión, la modernización para pocos).

Sin minimizar de ninguna manera las consecuencias perversas y a menudo catastróficas de la violencia, no puede negarse que en su despliegue de acciones, escenarios y signos la violencia es, esencialmente una performance que por medio de prácticas extremas opera a través de la creación de un desorden simbólico. A través de su puesta en escena, de sus extremadas modalidades de dramatización y su frecuentemente obsceno exhibicionismo, la violencia abre un espacio teórico que reconstruye – o destruye – los mitos de orden y progreso, dejando en evidencia la incapacidad del estado para atender demandas, canalizar expectativas y corregir desbordes. Su praxis desbordada y sensacionalista obliga a revisar desde otras perspectivas lo que Josefina Ludmer llamara la “frontera móvil del delito”: los criterios y procesos de legalización y criminalización de prácticas sociales protagonizadas por sujetos considerados un excedente del sistema.

Es obvio que ningún estudio sobre violencia puede prescindir de los deslindes y entrecruzamientos entreviolencia estructural (económica, política), violencia emancipatoria(como en los movimientos de liberación – Lenin decía que no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos-), o violencia dialéctica(que se registra en movimientos de carácter político-emancipatorio tanto como en las experiencias del erotismo, el misticismo, etc.[Echeverría]), violencia epistémica, o violencia “salvaje” (no institucionalizada), etc. Es obvio también que en contraste con las consideraciones biologistas, filosóficas, políticas, etc. de corte universalista que trabajan la teoría de la violencia como pulsión o estrategia transhistórica, transcultural, la evaluación crítica de la violencia requeriría más bien constantes contextualizaciones que dejen al descubierto su carácter primordialmente contingente, particularizado; contextualizaciones que implican una toma de posición política frente a las realidades analizadas. Finalmente, es también evidente que no en todos los casos la violencia es “partera de la historia”. Pero también es obvio que en tanto práctica social, la violencia popular que se da al margen o en respuesta a la violencia estructural o institucionalizada, no puede ser simplemente descartada o repudiada desde las posiciones salvaguardadas del orden burgués. En tanto práctica social, toda violencia es un lenguaje cifrado, opaco, que llama la atención sobre sí mismo, que debe ser entendido y decodificado, una lengua a través de la cual se expresan sectores desarticulados de la estructuración social y del status quo. Sectores que responden a la pregunta sobre si puede hablar el subalterno aún con la réplica arcaizante de Calibán: sólo puedo balbucear y maldecir en la lengua del amo.

Mabel Moraña é Professora de Literatura Latino Americana e Estudos Culturais na University of Pittsburgh. Autora deCrítica impura. Madrid: Vervuet, 2004, entre outros.

NOTAS


[1] ARON, Raymond apud KEANE, John. Reflexiones sobre la violencia. Madrid: Alianza Ed., 1996. p. 110.

[2] KEANE, John. Ibidem, p. 132.

[3] Idem.Ibidem, p. 115

BIBLIOGRAFIA


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SARLO, Beatriz. “Violencia en las ciudades. Una reflexión sobre el caso argentino”. Mabel Moraña ed. Espacio urbano, comunicación y violencia en América Latina. Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2002.

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Fuente: http://revistazcultural.pacc.ufrj.br/violencia-en-el-deshielo-imaginarios-latinoamericanos-post-nacionales-despues-de-la-guerra-fria-2/

Fuente imagen:

https://lh3.googleusercontent.com/gjEq11zU0g-YOjTJH_yUUvHp4ExyEc7ICz70sDpCd4KD3CHSEaOm_27d0h_ufXAHh5DU9Q=s85

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La diversidad es el tesoro de la educación

Por: Olga Elvira Acosta Amel

Sin duda alguna en Colombia aún no hemos encontrado el tesoro que encierra la educación. Hemos sido un país que ha tenido que resolver los asuntos de la diversidad con leyes y decretos pero que no se llegan a cumplir por que la norma dista de la sociedad que tenemos, una sociedad con un pensamiento como lo describe García Márquez en la misión de ciencia, educación y desarrollo: “seguimos siendo en esencia la misma sociedad excluyente, formalista y ensimismada de la colonia”.

Es decir, una sociedad de manos derechas, oyentes auditivos, hablantes fonéticos, videntes, caminantes de a pie, una sociedad que promueve una sola religión, una sola lengua, una sola raza, un solo sexo.

Una sociedad cuya educación se ha fundamentado de forma sutil y sostenida a  formar para la homogeneidad. Así las cosas, lo diverso nos es extraño a muchos y no porque lo diverso no sea parte de nuestro diario vivir sino porque, entre tantas cosas, seguimos arrastrando un fardo hegemónico en donde lo que ha primado ha sido lo unívoco como el elemento que ha hecho posible la vida escolar y social, entonces, el sistema legal regula  una y otra vez para intentar atajar los desastres que genera un pensamiento de tal magnitud.

No es cierto que la escuela sea la única responsable de lo que somos como sociedad, aunque eso no la  exime de su compromiso con lo que somos. Cuando recibimos a los muchachos  en las escuelas también recibimos lo que traen, en los años de ser rectora de instituciones educativas oficiales, he visto muchos niños, niñas y jóvenes cuya exclusión viene de sus hogares, que son rechazados por sus propios padres por ser de alguna condición de género, los he visto sufrir y también la manera como son conducidos por sus propias madres a psicólogos, a sacerdotes, a brujos, a pastores para que les extirpen su condición, he visto sus sufrimientos por ser rechazados por alguno de sus compañeros y hasta por sus profesores. Esto es el escenario que no se aplica solo a la identidad de género, los chicos en las escuelas también sufre por ser negros, pobres, víctimas, ciegos o “discapacitados”. El matoneo es una realidad producto de una sociedad que aún no supera los estragos de la colonia.

¿Deben entonces reformarse los manuales de convivencia en las instituciones educativas? No sé si esa sea la solución, pues la constitución tiene las claridades, tal vez nos está haciendo falta conocerla más, así las cosas los retos a los que nos enfrentamos son gigantes, más no imposibles. El primero de ellos es ser conscientes y darnos cuenta de que si queremos un país hacia la paz debemos entender la diversidad.

Incluir siempre será más difícil que excluir. La exclusión es facilista, mediocre y nunca deberá atravesar los procesos formativos en nuestras escuelas;   incluir en cambio, es todo un bello proceso que requiere voluntad para trabajar por los valores del respeto, el amor, la solidaridad y la diversidad; la inclusión  nos acerca a la propia naturaleza humana, nos devela los seres mimetizados que esperan transitar por la sociedad y sus instituciones. Para ello es necesario que empecemos a entender que el gran tesoro de la educación está en la convivencia con lo distinto, lo diverso, en el respeto y el reconocimiento del otro, del que se me aparece como un milagro y al que debo acoger en plenitud. No para hacerlo  igual a mí, sino para caminar juntos en esa diferencia que nos enriquece y nos alumbra el camino hacia una sociedad en paz.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/diversidad-el-tesoro-de-educacion

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