Por: Eva Bailén
Para lograr un clima sano en los centros escolares es necesario conocer las razones por las que suceden los casos de acoso, conocer a las víctimas y a los agresores, y enseñar a respetar a todos
La mejora de la convivencia en los centros educativos es una prioridad. Dudo de que a ningún padre le quede un solo resquicio de duda sobre la importancia de actuar contra el acoso escolar o bullying, más hoy, con la ubicuidad y capacidad de difusión que alcanzan estos actos gracias a internet y a las redes sociales. Para lograr un clima sano en los centros escolares es necesario conocer las razones por las que suceden los casos de acoso, conocer a las víctimas y a los agresores, y enseñar a respetar a todos mediante la tolerancia, la empatía y el respeto. Pero el personal docente no puede quedarse solo en esta tarea. Las familias debemos ayudarlos y, por supuesto, no boicotearlos.
Teniendo en cuenta que el colectivo LGTBi es uno de los más afectados por el acoso escolar, es totalmente necesario que tenga el protagonismo que merece. Hace ya cuatro años que el ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad editó la guía titulada “Abrazar la diversidad: propuestas para una educación libre de acoso homofóbico y transfóbico” a la cual recomiendo recurrir, tanto si se es profesor, o también padre o estudiante. Tal y como recoge la introducción, ser gay, lesbiana o trans o ser considerado como tal incrementa el riesgo de ser víctima de acoso escolar. No podemos pues cerrar los ojos a la realidad.
Todo caso de bullying es doloroso, sobre todo para las víctimas. Pero también hay que poner el foco en los acosadores. Ninguno querríamos estar en el lugar de los padres de estos chicos o chicas por la sensación de fracaso que puede producir al progenitor el comportamiento de su hijo. Sin embargo, tampoco podemos dejarlos solos. Debemos darles herramientas para solucionar la situación y también hacerles entender que su implicación es vital para resolverla. Igualmente, todos debemos comprender que no habrá solución posible si no apoyamos la labor educativa.
La formación en los valores constitucionales de la convivencia, la igualdad, el respeto y la no discriminación no puede ser confundida nunca con el adoctrinamiento, como algunos insinúan. Esta formación, al contrario, es clave para que no seamos padres de víctimas, ni tampoco de acosadores, ni siquiera padres de observadores pasivos. Tenemos que corresponsabilizarnos para que sepamos estar del lado de nuestros hijos, para atajar de frente sus comportamientos nocivos cuando haya que hacerlo o enseñarles a reaccionar y a convertirse en personas empáticas y colaborativas.
Sé que hay temas tabú, sé que a las familias a veces nos cuesta hablar de ciertos temas, y que, dependiendo de la ideología de cada uno, se evita hablar de algunas cosas o, simplemente, se ignoran. Si las redes sociales desempeñan un papel clave en la virulencia del acoso escolar, impidiendo que la víctima tenga un refugio -ni siquiera en su propia casa-, también lo juegan la desinformación y la falta de educación en valores de nuestros chicos y chicas. Que no lo tratemos en casa no quiere decir que sea desconocido para ellos.
Una supuesta carencia de educación en las escuelas o en el hogar no impide que nuestros adolescentes y preadolescentes traten de informarse sobre aquello que les produce curiosidad. Aún sin buscarlo, están expuestos o reciben videos cuyos contenidos serán, con muy alta probabilidad erróneos, desde un punto de vista educativo. Contenidos que no les van a transmitir valores que les ayuden a convivir con sus compañeros y profesores. Por eso, es fundamental que no dejemos su educación en manos de YouTube, Instagram o Tik-Tok, sino que sean profesionales los que se encarguen de ello, y junto a ellos, los padres y madres.
La diversidad es bonita, no es una amenaza, sino una fuente de riqueza, una mina de oportunidades para educar a nuestros hijos en valores de tolerancia, respeto y empatía. Y así tenemos que verlo y entenderlo todos los miembros de la comunidad educativa. En esto debemos de ser una piña. No se pueden combatir los prejuicios si una parte de la comunidad se evade de su responsabilidad. Aún queda mucho por hacer para acabar con el acoso, que no solo se ceba con los jóvenes del colectivo LGTBi, también con los alumnos de altas capacidades, con los que presentan alguna discapacidad o, simplemente, con aquellos que no entran en la norma que el niño, niña o adolescente de turno decide en ese momento.
Y por si a alguien le queda alguna duda, la actual ley de educación (LOMCE) dedica un artículo, el 124, a las normas de organización, funcionamiento y convivencia, en el que se deja claro la obligatoriedad de que los centros educativos elaboren un plan de convivencia. Este plan debe prestar una especial atención a la prevención de la violencia de género y a la realización de actuaciones que promuevan la igualdad y la no discriminación. Así que nuestros docentes tienen la obligación tanto moral como administrativa de trabajar por la mejora de la convivencia como objetivo marcado por la ley. Las familias, en correspondencia, no podemos ser menos. Educar para garantizar la libertad y la convivencia no es adoctrinar.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/11/05/mamas_papas/1572945601_315181.html