Por: Sara Suárez-Gonzalo
El desarrollo del sector del big data está fuertemente marcado por los intereses privados de las élites económicas y políticas, que lo gestionan de forma despótica y contra la soberanía popular
En el año 2013, el extrabajador de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense Edward Snowden filtró numerosos documentos que revelaban que la organización había vigilado a la población de manera masiva e indiscriminada gracias a la información que obtenía de los servidores de grandes corporaciones tecnológicas como Google, Facebook o Microsoft. Estas revelaciones crearon un clima de alerta pública sobre los riesgos de las tecnologías basadas en el procesamiento de datos masivos (a menudo llamadas tecnologías big data) al cual contribuirían casos posteriores, como por ejemplo el de Facebook y Cambridge Analytica, durante la campaña electoral de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, en 2016.
Ante el escándalo generado por Snowden y las grandes promesas de la analítica big data en el ámbito publicitario, y sin prever la importancia que el tema adquiriría en los años posteriores, empecé a preguntarme cuáles eran las características de estas tecnologías y cómo afectaría su uso la vida, las libertades y los derechos de las personas. Así se originó mi carrera investigadora.
Lo que me preocupaba y lo que me ocupa desde entonces no son únicamente los casos de datos “robados” o utilizados ilícitamente, sino también otros, cotidianos, silenciosos y en los cuales los datos se obtienen con nuestro consentimiento (“informado”), pero que también tienen importantes efectos. Esta preocupación se intensificó al conocer estudios que señalan paradojas digitales como la “paradoja de la privacidad”. Hay evidencias que demuestran que las personas estamos cada vez más informadas, más concienciadas de los riesgos a los cuales nos expone el mundo digital y más preocupadas por nuestra privacidad o por la protección de nuestros datos personales (derechos fundamentales), pero no actuamos en consecuencia (no dejamos de usar plataformas sociales, dispositivos móviles ni modulamos nuestra forma de compartir información, por ejemplo). ¿Por qué?
Muchos estudios buscan la explicación en estas disonancias en características individuales como el nivel de estudios o socioeconómico, la edad, la ideología, el género, etc. Y estas características, por supuesto, tienen un papel importante. El problema es que fijarnos demasiado en ellas a menudo nos hace olvidar las estructuras sociales, culturales, económicas y políticas en las cuales vivimos, aprendemos y actuamos.
Durante estos años, he entendido que la aparente paradoja no lo es tanto si no nos fijamos solo en estas características individuales (con el objetivo de entender qué “tipo” de persona hace o no hace qué) y nos preguntamos si tenemos a nuestro alcance los recursos materiales e inmateriales necesarios para poder entender y actuar para resolver las causas de nuestras preocupaciones en el ámbito digital, de manera libre: con nuestros recursos y sin depender de nadie para hacerlo. El elemento del poder, que pasa así a ocupar un lugar central en la ecuación, nos permite entender mejor la aparente paradoja.
El hecho de vivir en un sistema económico y político que permite que el enriquecimiento de parte de las empresas más provechosas del mundo y el éxito de determinadas candidaturas políticas de altos vuelos se fundamenten en la acumulación y la explotación de nuestros datos obstaculiza (incluso) nuestra capacidad de proteger libremente nuestros derechos. Precisamente porque la causa del problema (la falta de privacidad y de protección de nuestros datos) no radica en características ni en comportamientos de quienes lo sufren (todos nosotros), no tiene sentido buscar la explicación a la paradoja en aspectos “personales”: lo personal, dice el conocido lema feminista, es político. Y la (des)protección de nuestros datos lo es.
La paradoja (el hecho que no actuemos) no solo depende de lo individual o “personal”. Tiene mucho que ver con el sistema social, político y tecnológico en el cual se desarrollan y se utilizan las tecnologías de procesamiento de datos y también con los intereses a los cuales responde su introducción social, que se nutren de las desigualdades sociales que obstaculizan nuestras capacidades para actuar.
Intentaré explicarme mejor a través de una reflexión sobre la novela Never Let Me Go, del premio Nobel de literatura Kazuo Ishiguro, que desarrollé en el prólogo de mi tesis doctoral. Los protagonistas, Kathy, Tommy y Ruth son tres jóvenes clones humanos creados gracias a un avance científico y tecnológico que ponía la clonación al servicio de un innovador programa de donación de órganos en la Gran Bretaña de finales de los años 90. Los “jóvenes” se crían y se educan aislados, en un internado gobernado por un régimen extrañamente estricto en lo saludable, lo artístico y lo social y bajo el control de un grupo de guardianes, entregados a la causa y orgullosos de su trabajo, aunque autoritarios e insensibles, que están plenamente convencidos de contribuir a una mejora técnica imparable, pero también de actuar en favor de los jóvenes, protegiéndolos de la verdad para ayudarlos a ser felices.
Así, crecen ignorando la crudeza de su situación, pero no del todo: los guardianes les suministran, poco a poco, pequeñas y controladas dosis de información pero, a la vez, obstaculizan de forma sistemática su acceso a los medios y los recursos necesarios para poder valorar esta información de manera crítica, identificar las causas de la injusticia a la que están sometidos y combatirla. De este modo, acaban por normalizar el desgraciado orden de las cosas que les es dado, sin rebelarse contra él, ni alterarlo: cuando lleguen a la edad adulta, irán cediendo sus órganos a los originales hasta consumarse. Y esta incapacidad de actuar, provocada por un sistema social y político desigual del cual sus vidas son “solo” una pieza es, probablemente, lo más conmovedor de la historia.
Parafraseando a Teresa de la Parra en Ifigenia (1924), el afán despótico por hacer que alguien ignore aquello que otras personas conocen es uno de los mayores abusos que cometieron jamás los fuertes contra los débiles. Es una trampa que permite a unos influir en la vida de otros, a su antojo. Es, en otras palabras, una manera de configurar una estructura social desigual que favorece que unos queden sometidos a la voluntad de otros. Una forma de opresión sutil, que no es violenta ni repentina y que, precisamente por eso, es extremadamente eficaz. Una, en el caso de Kathy, Tommy y Ruth, pero también en el de todos nosotros, ligada a la falta de reflexión que a menudo acompaña al avance tecnológico y a las paradojas de un individualismo que corrompe el valor intrínseco de la individualidad al disociarla de la estructura social en la que se desarrolla.
Hoy, las tecnologías de procesamiento de datos masivos juegan un papel central en la esfera económica, política y social y abren un gran abanico de oportunidades en casi todos los sectores: la detección de enfermedades, la eficiencia de los transportes públicos o la comunicación a gran escala son solo algunos ejemplos. Su desarrollo y su uso, sin embargo, están fuertemente marcados por los intereses privados de unas élites económicas y políticas que acumulan beneficios millonarios y aumentan su capacidad de controlar la ciudadanía y tomar decisiones en nombre del “bien común” de una manera despótica y guiada por un afán tecnosolucionista muy cuestionable, que atenta contra el principio democrático básico de la soberanía popular.
En este contexto, las tecnologías big data se vuelven opacas e imprevisibles y la ciudadanía pierde el conocimiento y el control sobre ellas. Esto es a lo que, en línea con la idea de libertad como no-dominación propia de la teoría política neorrepublicana, llamo “dominación de datos” o “dominación a través de los datos”: una creciente desigualdad social que obstaculiza la capacidad de la ciudadanía de ejercer sus derechos fundamentales a la privacidad, la libertad y la protección de datos, haciendo que su cumplimiento quede sometido a la “buena voluntad” de determinados actores privilegiados.
*Doctora en Comunicación (Universitat Pompeu Fabra). Es Investigadora Postdoctoral Juan de la Cierva en el grupo de investigación Communication Networks and Social Change del Internet Interdisciplinary Institute y profesora de Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya
Fuente de la información e imagen: https://insurgenciamagisterial.com